Israel
- Palestina
¿Llegó
la hora de un Estado binacional?
Por
Leila Farsakk (*)
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, marzo 2007
Traducción de Carlos Alberto Zito
EI 19 de febrero, en
Jerusalén, Ehud Olmert y Mahmud Abbas afirmaron en presencia de
Condoleezza Rice su compromiso a favor de una solución fundada en dos
Estados. Esta declaración de principios tiene pocas probabilidades de
aplicación, mientras la colonización de Cisjordania prosigue con
ritmo sostenido. Por eso reflota la idea de la creación de un Estado
binacional en el territorio histórico de Palestina.
Hace tres años,
Meron Benvenisti, que fuera alcalde adjunto de Jerusalén en la década
de 1970, escribió que la cuestión no era saber si algún día
existiría un Estado binacional en Palestina-Israel, sino de definir
qué tipo de binacionalismo se instauraría (1). Prestigiosos
intelectuales de ambos lados, como Edward Said o Azmi Bishara, el
historiador Illan Pape, las universitarias Tanya Reinhart y Virginia
Tilley, al igual que los periodistas y militantes Amira Haas y Ali
Abunimeh, afirmaron el carácter inevitable de esa solución (2).
Actualmente, numerosos libros sostienen esa idea como una solución al
conflicto (ver recuadro). Todos parten de la misma constatación: el
fracaso de los acuerdos de Oslo y la fragmentación de los territorios
palestinos ocupados en múltiples bantustanes (3). En síntesis, la
región avanza hacia el abismo de un nuevo apartheid más que hacia la
coexistencia de dos Estados independientes viables.
La idea de un Estado
binacional no es nueva. Nació en la década de 1920 en el seno de un
grupo de intelectuales sionistas de izquierda, cuyas figuras
sobresalientes eran el filósofo Martin Buber, el primer rector de la
Universidad Hebraica de Jerusalén, Judah Magnes, y Haim Kalvarisky,
miembro del Brit-Shalom y luego del Ihud (Unión). Siguiendo los pasos
del escritor Ahad Ha' am, esas personalidades consideraban el sionismo
como un camino hacia el renacimiento cultural y espiritual de los judíos,
que no podía alcanzarse a partir de una injusticia. Por lo tanto, era
esencial fundar una nación, y no necesariamente un Estado judío
independiente, y en ningún caso a expensas de los habitantes
originales. Judah Magnes afirmaba que el pueblo judío "no
necesitaba tener un Estado judío para preservar su existencia"
(4).
Bajo mandato británico
(1922-1948) los partidarios de la opción binacional, aunque
minoritarios dentro del movimiento sionista, eran influyentes.
Lograron hacerse oír en los círculos sionistas oficiales y en la
arena internacional, sobre todo durante las audiencias desarrolladas
en 1947 por la Comisión de las Naciones Unidas sobre Palestina (United
Nations Special Committee On Palestine) que finalmente recomendó el
reparto de Palestina. Se opusieron enérgicamente a esa propuesta,
defendiendo la opción de un Estado binacional incorporado a una
Federación árabe. Para salvaguardar las aspiraciones nacionales judías
de autonomía cultural y lingüística, los binacionalistas
propusieron una estructura federal que no comprometiera los derechos
fundamentales de todos los ciudadanos. Acorde con el espíritu del
mandato británico, preconizaban la creación de un consejo
legislativo sobre la base de una representación proporcional, que si
bien promovía los derechos nacionales, no lo haría en detrimento de
la igualdad de derechos políticos entre los ciudadanos.
"Destinados
a vivir juntos"
Luego de la adopción
por parte de la Asamblea General de las Naciones Unidas del plan de
reparto de Palestina, el 29 de noviembre de 1947, y de la primera
guerra israelí-árabe de 1948-1950, la idea del Estado binacional fue
dejada de lado. A menudo se atribuyó su fracaso a su carácter
idealista y a su incapacidad para tomar en cuenta la realidad que
reinaba en el terreno. Pero cabe preguntarse si eso es cierto. Desde
el punto de vista de Magnes, el Estado binacional era la única opción
realista que permitía salvaguardar la comunidad judía en Palestina,
más aun dado que era minoritaria. En realidad, esa opción fracasó
porque los principales protagonistas políticos la rechazaban: las
organizaciones sionistas no la aceptaban, el Reino Unido no la alentó
y los árabes la miraban con suspicacia.
En 1969 el proyecto
resucitó bajo una nueva forma, cuando Al Fatah, la organización de
Yasser Arafat, dio a conocer sus declaraciones sobre la instauración
de un Estado democrático en Palestina. Ese Estado debía poner fin a
las injusticias generadas por la creación de Israel y por la expulsión
de 750.000 palestinos de sus poblados, gracias a la aplicación del
derecho al retorno; pero a la vez Al Fatah aceptaba la presencia judía
en Palestina. Llamaba a la destrucción de las estructuras del Estado
de Israel, por considerarlo colonialista, pero defendía la noción de
un Estado único para todos los ciudadanos, musulmanes, cristianos y
judíos.
Ése fue el primer
intento oficial palestino de plantear la cuestión de la relación
entre los derechos nacionales y los derechos individuales de los
ciudadanos.
Esa propuesta no
suscitó ninguna reacción positiva, ni en Israel ni en el ámbito
internacional, y en las décadas siguientes, la única posibilidad que
se tuvo en cuenta fue la de dos Estados. A pesar de las declaraciones
de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) favorables
a un Estado democrático, Arafat preparó a los palestinos para que
aceptaran el reparto como única opción disponible, posición que los
Consejos Nacionales de la OLP avalaron en 1974 y luego en 1988, esta
vez de manera más clara, con la proclamación de la independencia
palestina y la aceptación del plan de reparto de las Naciones Unidas.
La única opción posible era un Estado palestino independiente,
aunque no ocupara más que el 22% del territorio original.
La larga marcha de
los palestinos hacia el reconocimiento e instauración de un Estado
independiente, culminó en 1993 con los acuerdos de Oslo. Su logro más
importante, posiblemente el único, fue -como declaró el primer
ministro israelí de entonces, Jtzhak Rabin- reconocer oficialmente
que israelíes y palestinos estaban "destinados a vivir juntos en
la misma tierra". Pero la gran tragedia de Oslo fue la
transformación del sueño de dos Estados en la pesadilla de un nuevo
apartheid. Desde 1994, los palestinos se encuentran de facto
encarcelados, y no liberados,. por el sistema de permisos que conceden
los israelíes, por la instalación de más de 50 puestos de control
permanentes y de terminales centrales que dividen el territorio en
ocho bantustanes principales, y por la duplicación de la cantidad de
colonos israelíes, que ya superan los 400.000. La administración
palestina resultó incluso más fragmentada a partir de 2002 por la
construcción de un muro de separación de más de 700 kilómetros,
que una vez terminado amputará a Cisjordania el 46% de su superficie
(5).
Ciudadanía
inclusiva
En esas condiciones,
¿cuáles son los puntos a favor de un Estado binacional? En primer
lugar, el reparto del territorio aparece cada vez menos como una
respuesta a las aspiraciones nacionalistas del sionismo y de los
palestinos. Contrariamente a la situación reinante antes de 1947,
cuando la idea del reparto del territorio aún no había sido puesta a
prueba, la solución consistente en crear dos Estados se materializó
en la práctica en un dominio israelí absoluto. A pesar del
compromiso histórico consentido en 1993, los palestinos no
consiguieron un Estado independiente y viable. Por otra parte, el
nacionalismo palestino puso en evidencia sus límites con dirigentes
que fueron incapaces de conducir a su pueblo a la independencia, y que
en la actualidad se despedazan mutuamente. Por último, la repartición
fracasó también en dar a los judíos la seguridad que Israel les había
prometido: en la década de 1990 unos 400 israelíes murieron en
atentados suicidas; desde el comienzo de la segunda Intifada. en
septiembre de 2000 resultaron muertos cerca de 1.000, mientras que el
antisemitismo se incrementa en diversos países.
Entre tanto, la
realidad demográfica en la zona sigue fragilizando la viabilidad de
cualquier plan de reparto del territorio.
En 2005 había un
total de 5,2 millones de israelíes que vivían entre el Mediterráneo
y el Jordán, contra 5,6 millones de palestinos. Incluso luego de la
retirada de Gaza en 2005, y a pesar de su plan de demarcación de
fronteras con Cisjordania, Israel deberá hacer frente a un
crecimiento demográfico mucho más rápido del lado palestino,
crecimiento que ejercerá su influencia en el terreno económico, pero
también en el político, dado que la población árabe está privada
de derechos reales.
Hay otro elemento que
hace más seductora la: solución de un Estado único: el mismo se
apoya en un concepto de ciudadanía fundada en la justicia y la
igualdad, en la inclusión y no en la exclusión nacionalista. En este
caso, como en otras ocasiones, la historia demostró que el reparto
del territorio no puede lograse sino al precio de la expulsión y
transferencia de la población.
Esto plantea un
problema ético. En el plano moral, nunca podrá instaurarse la paz
sin una justa solución al problema de los refugiados, ya sea con el
derecho de retorno o con la restitución de sus bienes, como lo exigía
ya en 1948 la Resolución 194 de la Asamblea General de las Naciones
Unidas.
Sin embargo, tanto el
derecho de retorno como el crecimiento demográfico palestino, ponen
en peligro el carácter judío del Estado de Israel, lo que siempre
constituyó una contradicción insoluble para los israelíes.
Según el historiador
Tony Judt, es allí donde reside el límite de Israel, su carácter
anacrónico: ningún Estado puede aspirar a la democracia y practicar
a la vez la exclusión étnica, particularmente luego de los crímenes
del siglo pasado (6). Para Virginia Tilley, la repartición del
territorio y la existencia de Israel está "de entrada condenada
al fracaso, pues se funda en la idea desacreditada -a la cual sin
embargo el sionismo político apuesta toda su autoridad moral- de que
un grupo étnico puede legítimamente reclamar el derecho a dominar
formalmente y de manera permanente un Estado territorial" (7).
Un Estado democrático
llevaría a redefinir el concepto de Estado y daría prioridad a la
democracia sobre el nacionalismo.
Además -como explica
Ali Abunimah- permitiría "a toda la población vivir y disfrutar
de la totalidad del país, preservando a la vez las diferentes
comunidades y respondiendo a sus necesidades específicas. Un Estado
así permitiría desterritorializar el conflicto, y neutralizar las
importantes cuestiones demográficas y étnicas en tanto fuentes de
poder y de legitimidad políticas" (8).
Es precisamente allí
donde se sitúa el desafío, pues este conflicto, como muchos otros,
sigue siendo territorial. La etnia, y más aun la religión, siguen
siendo la fuente de legitimidad y de búsqueda del poder. Sin embargo,
quienes defienden la idea de un Estado democrático único, comprueban
una creciente movilización popular a favor de esa solución, que se
inspira en el modelo sudafricano. En Europa y en Estados Unidos, se
organizan en diversos niveles campañas de boicot contra lo que se
califica cada vez más como apartheid israelí (9). En Israel y
Palestina diversos grupos tratan de luchar juntos contra el muro y de
redefinir una nueva estrategia de resistencia. La lucha se orienta
ahora contra la política israelí, y no contra la población judía;
y por la igualdad de derechos de todos los ciudadanos, no a favor de
Estados separados.
Sin embargo persiste
un problema: los tres principales actores políticos están lejos de
adherir a esa idea. La clase política y una mayoría de los israelíes
desean la separación, como lo muestra el aplastante apoyo al muro. La
comunidad internacional se fija como objetivo una solución a partir
de la existencia de dos Estados, pero no actúa para concretarla ni
controlar sus avances. En cuanto al liderazgo palestino, ya no tiene
estrategia, hasta el punto de que Hamas y Al Fatah se enfrentan en
violentos combates. Ese atolladero crea una nueva situación que
invita a reflexionar sobre soluciones originales e inéditas.
Notas:
(*)
Universidad de Massachuseits, Boston, autora de Palestlnian labour
migration to Israel: Labour, land and occupation, Routledge, Londres,
2005.
1.
Meron Benvenisti, "Which Kind of Binational Stater, Haaretz, Tel
Aviv, 20-11-03.
2.
Ver, por ejemplo, www.one-democratic-state.org para los adeptos del
Estado único.
3.
Leila Farsakh "De Sudáfrica a Palestina", Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, noviembre de 2003.
4.
Judah Magnes, Like AII Nations, Weiss Press, Jerusalén, 1930.
5.
Btselem database. en www.btzelem.orglstatistics. Léase también
Dominique Vidal y Philippe Rekacewicz, "Israel confisca Jerusalén
Este", Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires,
febrero de 2007.
6.
Tony Judt, "Israel: the Alternative", The New York Times,
25-9-03.
7.
Virginia Tilley, The One-State Solution: A Breakthrough for Peace in
the Israeli Palestinian Deadlock. University of Michigan Press, Ann
Arbor (MI). 2005.
8.
Ali Abunimah, One Country: A Bold Proposal to End the Israeli-Palestinian
Impasse. Henry Holt, Nueva
York. 2006.
9.
Véase. por ejemplo, la campaña Palestine Boycott, Divestment and
Sanctions Againt Israel (campaña palestina de boicot y de sanciones
contra Israel), en www.bds-palestine.net. Esa campaña fue lanzada por
la sociedad civil palestina. con 106 ONG y 20 federaciones sindicales,
además de algunos grupos de universitarios y de refugiados.
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