Palestina

 

Así viven los palestinos en Cisjordania

El Valle del Jordán y el invisible muro de Israel

Por Anna Baltzer
La Haine, 13/06/07
Traducido por Felisa Sastre

Hace unas semanas, acudí a un espectáculo conmemorativo del Día de los Presos Palestinos en el campo de refugiados de la zona de Tubas. Para entrar en la representación teatral y cultural tuvimos que pasar un improvisado puesto de control con soldados que nos apuntaban con sus armas a la cara y nos gritaban en hebreo que retrocediéramos.

Aunque sabía que eran actores palestinos representando el maltrato que ellos mismos sufren diariamente, resultó terrible tener ante mí hombres armados gritándome en una lengua extranjera y blandiendo armas letales. Comprendí de inmediato que aunque he sido testigo constantemente de actitudes hostiles en los puestos de control, en mi calidad de judía blanca estadounidense, con grandes privilegios, nunca había experimentado realmente lo que significa para un palestino pasar uno de esos puestos de control. Sospecho que los actores se centraban especialmente en los espectadores occidentales para ilustrarles sobre algunos de los comportamientos inicuos que a nosotros no nos afectan. El resultado fue muy efectivo.

En el espectáculo propiamente dicho, centenares de palestinos y visitantes veían a los actores representar las escenas cotidianas de interrogatorios, abusos y tortura que sufren los palestinos en los centros para detenidos y prisiones israelíes. Algunos de ellos llevaban los ojos vendados, estaban esposados, encadenados y se movían recitando monólogos sobre la injusticia de los malos tratos y del encarcelamiento sin juicio en territorio israelí. Otros, representaban a soldados israelíes y carceleros. Al final del espectáculo, unos jóvenes palestinos bailaron la debka para poner de manifiesto el orgullo cultural y la unión a pesar de las monstruosas injusticias y dificultades.

El espectáculo tuvo lugar en una antigua cárcel/ centro de tortura, después de que los asistentes recorrieran las viejas celdas, ocupadas en el pasado por los presos, pintadas con graffiti e impregnadas de las sombras de los prisioneros. Allí encontré una madre que llevaba una fotografía enmarcada de su hijo, en la actualidad preso en una cárcel israelí junto a más de 9.000 palestinos, entre ellos mujeres y niños. Cerca de las viejas salas de tortura había un centro de retención convertido en taller artístico, donde conocí a Morshid Graib, artista cuyas deslumbrantes obras representan el sufrimiento del pueblo palestino. Sus pinturas e instalaciones me recordaron una vez más la extraordinaria creatividad de los palestinos en su resistencia pacífica contra la Ocupación.

Al día siguiente fui a dar una vuelta por el norte del Valle del Jordán, aproximadamente a 10 km (6 millas) de Tubas, a vista de pájaro. Por carretera son unos 22 kms. (23 millas) a través del puesto de control de Taysir que sólo se permite cruzar a los colonos israelíes y a los residentes palestinos del Valle del Jordán, y que está prohibido para la mayoría de los palestinos y extranjeros, de forma que me vi obligada a llegar a mi destino por la larga carretera que lo rodea, pasando por Ramala en el centro de Cisjordania. Resulta difícil comprender lo absurdo de semejante vuelta sin mirar un mapa. En lugar de un trayecto de 10 minutos, viajé seis horas hacia el sur, pasé tres puestos de control el primer día y, esperé cuatro horas en dos de ellos para llegar a la ladera oriental de las colinas de Tubas: diez horas en lugar de 10 minutos.

Cuando llegué a Ramala, estaba malhumorada por el largo viaje, pero un amable comerciante se dio cuenta de mi malestar y me llevó a su tienda para que tomara té y pan tierno. Se llamaba Ali y hablaba inglés perfectamente. Nacido en Jerusalén oriental, Ali vivió 19 años en Estados Unidos. Estudió ingeniería civil en el Instituto de Tecnología de Illinois y fue uno de los principales ingenieros de un importante proyecto de infraestructuras para el transporte público de Chicago. Durante 19 años, Alí volvía a Israel cada tres meses para renovar su documento de identidad en Jerusalén, ya que al no ser judío no se renovaba automáticamente– aunque él y su familia habían nacido y crecido en la ciudad–. Después de conseguir la nacionalidad estadounidense, Ali siguió volviendo cada tres meses hasta que un día Israel retiró todos los documentos de identidad de Jerusalén a los palestinos que tuvieran otra nacionalidad. Era la primera vez que Ali tenía noticias de aquella ley, pero de repente se le confiscó su DNI y se le impidió siquiera volver a la ciudad donde estaban su hogar y su familia (por supuesto, todos los judíos estadounidenses que “emigran” y se convierten en israelíes jamás sufren penalización alguna por tener doble nacionalidad). Un bien formado ingeniero y con una brillante carrera como Ali, ahora trabaja en una tienda de recuerdos para turistas vendiendo baratijas en Ramala. No puede conseguir un empleo normal porque tampoco tiene DNI cisjordano.

El encuentro con Ali fue un buen comienzo para mi viaje por el Valle del Jordán donde, al igual que en Jerusalén Este, a la mayoría de los palestinos se les impide entrar, y quienes viven allí están constantemente amenazados con la demolición de sus casas, la confiscación de sus DNI y otras medidas que les impulsan u obligan a buscar otro lugar de residencia. Según nuestro guía, Fathi, originario de la zona, hasta 1967 vivían en el Valle del Jordán 350.000 palestinos, ahora hay 52.000, menos de un 15 por ciento de los de entonces.

La huida de la mayoría de la población autóctona del Valle del Jordán se produjo tras la violenta expulsión que tuvo lugar durante los primeros cinco años de Ocupación militar, pero la limpieza étnica continúa hoy: mientras que cada vez más judíos se trasladan allí, los palestinos tienen que marcharse. Israel ya no acepta las solicitudes de los palestinos para establecerse en el Valle del Jordán, sólo admite las de quienes piden salir de la zona. (Según la organización palestina de defensa de los Derechos Humanos, al–Haq, el traslado en una sóla dirección se está produciendo en Cisjordania: “desde el estallido de la segunda Intifada, Israel ‘no ha autorizado ni un solo cambio de residencia de Gaza a Cisjordania’” pero los palestinos han sido obligados a trasladarse en sentido contrario. Los palestinos del Valle del Jordán que pasan mucho tiempo fuera de la comarca pierden, asimismo, sus permisos de residencia, tal como le ocurrió a Ali. Y en Jerusalén Este, las anexiones por parte de Israel avanzan a tal velocidad que muchos israelíes tan siquiera saben que viven en una zona ocupada. Los israelíes van al valle de vacaciones para disfrutar de los generosos huertos frutales, de las colinas desérticas, del Mar Muerto, de las modernas carreteras bordeadas de palmeras y de las bien cuidadas colonias, sin palestinos a la vista.

En un momento determinado, nuestro autobús se detuvo en un puesto de zumos y apenas pudimos escuchar la voz de Fathi casi tapada por el zumbido de los coches a toda velocidad de los colonos y veraneantes: “Tengo 40 años y soy del Valle del Jordán pero sólo he visto en dos ocasiones el río Jordán de camino o de vuelta a Jordania. Ellos dicen que lo hacen por la resistencia pero Israel ha controlado esta zona estrictamente mediante puestos de control desde décadas antes de que hubiera atentados suicidas o empezaran las intifadas. No se me permite llegar al río porque soy palestino ni al mar Muerto– esa maravilla natural que los científicos aseguran ahora que desaparecerá dentro de 12 años por su sobreexplotación... El valle está reservado a los judíos y a los turistas, pero pertenece a los palestinos como Belén, Jerusalén y otras muchas otra zonas.”

Tradicionalmente, las familias palestinas acostumbraban a vivir en el Valle del Jordán durante el verano debido a su suave clima y a su fértil tierra. Pero ahora, de sus 2.400 km2 (el 30 por ciento de Cisjordania) la mitad está ocupada por las colonias israelíes y casi todo el territorio restante está divido entre zonas militares cerradas, zonas fronterizas prohibidas y zonas “verdes” de protección medioambiental. La estrategia de las zonas protegidas resulta familiar a cualquiera que haya estudiado el desarrollo urbano de Jerusalén Este: Israel declara grandes zonas como “protegidas” o “verdes”, arrasa con excavadoras todas las viviendas e instituciones palestinas existentes en ellas y, tras dejarlas vacías unos pocos años, el Estado comienza a establecer colonias judías en su interior.

Algunas de esas áreas protegidas del Valle del Jordán son aldeas pobladas por palestinos durante generaciones. Visitamos Fayasel, un pueblo palestino que Israel se ha negado a reconocer durante cuarenta años, desde el comienzo de la Ocupación. Por el hecho de que Fasayel no esté reconocido, a los campesinos no se les permite construir ni reparar sus propias vivienda ni tienen infraestructuras para la conducción de agua por la misma razón. El pueblo ha conseguido hace poco que llegue la electricidad pero los postes de la luz están amenazados de demolición porque se han colocado sin permiso. En la aldea cercana de Al Jifik, Israel ha denegado el permiso para construir una escuela, insistiendo en que las familias lleven o trasladen en autobús a sus hijos a la ciudad de Tubas, en un trayecto de más de una hora para ir y otro tanto para volver. Como respuesta pacífica, los maestros de Al Jifik comenzaron a impartir las clases en una gran tienda de campaña del pueblo. El año pasado, Al Jifik finalmente construyó una escuela de verdad, que utilizaron sus estudiantes hasta que Israel la demolió por ser ilegal.

En las afueras de Fasayel, vimos dos huertos de 300–500 pies cuadrados, con un gran cartel: “USAID”. En su página web, la Agencia Estadounidenses para el Desarrollo Internacional, (USAID) la mayor organización no gubernamental internacional asociada al gobierno estadounidense, se jacta de los aproximadamente 1.700 millones de dólares de ayuda económica concedida a los palestinos desde 1993 a través de varios proyectos, “más que ningún otro país donante”. Pero analizando la letra pequeña, la inversión parece de alguna manera significativa habida cuenta que el gobierno estadounidense dona el doble de esa cantidad anualmente a Israel, facilitando la Ocupación que ha impedido a los palestinos desarrollar cualquier tipo de infraestructuras por sí mismos. Quizás, en lugar de los proyectos educativos, sanitarios, de conducción de agua, de desarrollo y de implantación de la democracia, promovidos por Estados Unidos, los palestinos prefirieran que se cortara la ayuda militar y económica estadounidense que Israel ha invertido sistemáticamente para separarlos de sus escuelas, de sus hospitales y de sus reservas de agua, y para impedir su progreso económico y democrático. La procedencia de la ayuda que financia los pequeños huertos a las afueras de Fasayel– los impuestos de los contribuyentes estadounidenses– es la misma que suministra las excavadoras que Israel usará cualquier día para destruir el pueblo entero. ¿No se conseguirían antes los objetivos de “promover la paz y la seguridad” si se condicionaran los miles de millones anuales de ayuda a Israel a que respetara las leyes internacionales y los derechos humanos de toda la gente de la región?

Entre Fasayel y Al Jiflik viven en total 4.500 palestinos. Sólo 1.800 personas más constituyen la población total de colonos en el valle del Jordán: 6.300 israelíes que viven en 36 colonias. Esta pequeña población ocupa las tierras de decenas de miles de palestinos. Algunas colonias están constituidas por sólo una familia o dos, pero se han apoderado de enormes extensiones de tierras de labranza palestinas. La colonia de Naama ocupó el lugar del campo de refugiados palestinos de Ne’ama y es el hogar de 172 israelíes que controlan más de 10.000 dununs. De la tercera parte del fértil territorio de Cisjordania, sólo el 4 por ciento se ha dejado para los 52.000 palestinos que quedan en la zona. En ese territorio se encuentran la ciudad de Jericó y unas pocas aldeas palestinas que casi no disponen de tierras agrícolas.

Esta situación ha sido devastadora para una sociedad básicamente agrícola y explica el masivo éxodo de palestinos incluso después de que hubieran cesado las violentas tácticas israelíes para expulsarlos. Una vez perdidos sus medios de vida, los agricultores del valle del Jordán sólo podían irse hacia el oeste o permanecer y trabajar en sus propias tierras como braceros de los colonos.

En Fasayel conocimos a un joven, Zafar, que trabaja a tiempo completo envasando uvas en la colonia de Beit Sayel porque su familia ha perdido todas sus tierras. Zafar nos dijo que a los obreros les pagan entre 30 y 50 nekels (7,50–12,50 $) por una jornada de ocho horas, según la edad: 50 para los adultos y 30 para los niños que en ocasiones tienen 10 años o son incluso menores; sin contrato, sin seguro, sin vacaciones pagadas y sin percibir el salario cuando están enfermos. Trabajan como esclavos porque no les queda otra alternativa. Le preguntamos a Zafar si apoyaba el boicot a los productos israelíes aunque pudiera afectar indirectamente a su puesto de trabajo y contestó sin dudar: “Sí. Espero que todo el mundo los boicotee. La única razón de que trabaje para los colonos es porque no tengo otra posibilidad de trabajar: ellos nos han arrebatado nuestras tierras”.

Durante nuestro viaje, conocimos a un agricultor llamado Abu Hashem que había sido uno de los más ricos propietarios de tierras de Palestina. De sus 8.000 dununs, sólo le habían dejado 70 una vez que Israel puso en marcha lo que Fathi denomina “el Muro olvidado”.

Al este de la principal carretera exclusiva para colonos, se encuentra una barrera similar en trazado y efectos al bien conocido Muro del Apartheid de Israel. Se trata de uno erigido en 1971 y reforzado en 1999. Desde su modesta vivienda, Abu Hashem puede ver delante de él el Muro que pasa por miles de los dununs que nunca podrá recuperar, y que se extiende a lo largo del camino hacia el río Jordán.

Los hijos de Abu Hashem alternan los años de universidad con los de trabajo en la franja para ayudar a su familia. Abu Hashem querría contratar a jornaleros palestinos para que sus hijos pudieran dedicarse exclusivamente a estudiar pero Israel prohíbe a los palestinos traer jornaleros de fuera. Otro agricultor que conocimos nos dijo que necesitaba 50 jornaleros para cultivar sus tierras pero sólo tenía 10 porque se había ido mucha gente de la zona. Los colonos [israelíes], por el contrario, tienen libertad para contratar toda la mano de obra barata que quieran del resto de Cisjordania, mientras los palestinos deben emigrar hacia el oeste para no entorpecer la tendencia del crecimiento demográfico judío.

La mayoría de los productos cultivados en las colonias israelíes gracias a la barata mano de obra palestina los exporta la compañía Carmel–Agrexco, el 50 % de cuyo capital es propiedad del Estado israelí, y que sólo el último año obtuvo 750 millones de dólares The Grassroots Anti–Apartheid Wall Campaign. Todos los que afirman que Israel no se beneficia de la Ocupación, lo único que necesitan es darse una vuelta por el valle del Jordán para ver cómo camiones y camiones de productos locales se dirigen a los mercados europeos. Carmel–Agrexco se vanagloria de suministrar productos procedentes del valle del Jordán (a quien por lo general se refieren como si formara parte de Israel) al Reino Unido en 24 horas, cuando los palestinos invierten tres veces más tiempo sólo para cruzar los puestos de control. Israel ha impedido sistemáticamente que los palestinos exporten sus propios productos, por lo que se pudren durante el trayecto desde un pueblo a otro mientras los europeos disfrutan de los cítricos y aguacates “israelíes” recién cortados, y suben las acciones del Estado israelí.

Desde siempre, los palestinos han intentado una resistencia pacífica ante el monopolio de sus tierras. Visitamos una cooperativa agrícola donde los agricultores locales han unido sus escasos recursos para intentar cultivar alimentos destinados al consumo de sus comunidades de manera que no tengan que depender de los productos de las colonias. Dos representantes de la cooperativa nos dijeron que Israel (que controla todo el agua del valle del Jordán) sólo permite a los palestinos disponer de agua corriente una vez por semana, lo que no es ni remotamente suficiente para mantener sus cultivos en un ambiente desértico (mientras tanto, varias de las colonias [judías] disfrutan de piscinas para defenderse del calor del desierto.) Además, cuando los agricultores producen suficiente para vender fuera de sus comunidades, Carmel–Agrexco y otras empresas israelíes bajan sus precios hasta dejar fuera del mercado los productos palestinos. Después, cuando han asegurado su monopolio, vuelven a subir los precios.

Los políticos y analistas consideran el Valle del Jordán la segunda prioridad tras Jerusalén, pero la razón más convincente no es el control de las fronteras: Carmel–Agrexco no es más una de las empresas que se aprovechan de la Ocupación exterminadora. Otros monopolios gubernamentales o privados, como la electricidad, el gas y el agua han prosperado enormemente desde que la economía palestina ha quedado cautiva, y a los palestinos no les queda más remedio que comprar directamente a Israel o pagarle impuestos por los productos extranjeros. Esto último no es siempre posible, así que millones de dólares van directamente de los bolsillos de los palestinos a los de los israelíes. La ayuda económica exterior de apoyo a los palestinos, en la práctica revierte en la economía israelí sumándose a los miles de millones de dólares que Israel recibe de Estados Unidos, cantidad suficiente para compensar gran parte de los costes de la ocupación.

La economía israelí, basada en la recaudación de impuestos, en una mano de obra barata, cautiva y desprotegida y, por lo general, en una expansión industrial descontrolada que se vale de tierras y aguas robadas, se ha estado beneficiando de la Ocupación durante muchos, muchos años.

Resulta sorprendente– o tal vez no tan sorprendente– que sea difícil encontrar esta información completa en un solo lugar, pero una coalición de mujeres en Israel está trabajando para hacerlo (precisamente ahora lo mejor que se puede encontrar es el primero de sus boletines en Alternative Information Center). Entretanto, la gente se encoge de hombros ante la próxima anexión de un tercio de Cisjordania por razones de “seguridad”, sin pararse a pensar quiénes son los que ganan y quiénes son los que pierden. ¿Está EEUU en Iraq por razones de seguridad? ¿O está por hacer grandes negocios y por las empresas privadas? De la misma manera que la guerra de Iraq de los estadounidenses, la fuerza motriz que se esconde en las políticas de Israel en el Valle del Jordán y en la totalidad de los territorios ocupados no es la búsqueda de seguridad sino el poder, el control y el dinero. Entre los que ganan se encuentran el Estado de Israel, los sectores privados, la economía de los colonos y los fundamentalismos ideológicos. Los perdedores son demasiado numerosos para enumerarlos: los millones de palestinos que viven bajo una brutal ocupación militar y las historias de cada uno de ellos tan trágicas como las de Ali y Zafar. Además, están los israelíes que viven con miedo y que se duelen de las víctimas provocadas por la resistencia armada palestina. Y estamos nosotros, el pueblo estadounidense que continuamos pagando la factura de tanta carnicería, sin que muchos de nosotros conozcamos las diferencias.


(*)Anna Baltzer trabaja como voluntaria con el International Women’s Peace Service en Cisjordania y es autora del libro “Witness in Palestine: Journal of a Jewish American Woman in the Occupied Territories” (“Un testigo en Palestina: Diario de una mujer judía estadounidense en los Territorios Ocupados”). Para mayor información sobre sus escritos, fotografías, DVD y giras deconferencias, visiten su página web : www.AnnaInTheMiddleEast.com . Fuente: Electronic Intifada, 4 de junio de 2007.