Hamas
es la resistencia, Al Fatah la claudicación
Por
J. M. Álvarez
Kaos en la Red, 21/06/07
Si Hamas no lo
remedia, los dirigentes de la Autoridad Nacional Palestina– que
optaron por la claudicación y el compadreo corrupto– harán de
Palestina un protectorado mendicante de Occidente.
Dado el carácter
supersticioso y reaccionario, en general, de las religiones, es lógico
que en un enfrentamiento entre elementos religiosos y laicos, éstos
últimos cuenten, a priori, con la simpatía de la izquierda marxista
y atea. Pero los tiempos cambian. Por eso es oportuno hacer una
reflexión sobre los acontecimientos que se producen en Palestina, que
tienen como protagonistas a Hamas, Al Fatah, Mahmud Abbas–
presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP)– y el
omnipresente imperialismo capitalista.
Al–Fatah es una
organización nacionalista laica, muy influyente en el seno de la ANP,
que durante años fue una referencia en la lucha contra el
imperialismo. Pero a finales de los 80 comenzó– junto a la ANP– a
variar su posición respecto a Israel, lo que desembocó en la firma
de la Declaración de Principios con Tel Aviv en el año 1993 donde,
además de renunciar a sus reivindicaciones históricas, abandonaron
el recurso a lucha armada, algo que, dicho sea de paso, sirvió de
bien poco, pues Israel continúa con los ataques y asesinatos
selectivos cada vez que le viene en gana sin preocuparse por la
afiliación de sus víctimas. Actualmente, muchos líderes de Al Fatah
viven en instalados en la corruptela y el hurto, lo que constituye una
afrenta para la inmensa mayoría de los palestinos que subsisten en la
miseria.
Por su parte, Hamas
practica un islamismo nacionalista que intenta compatibilizar con políticas
sociales de educación y asistencia sanitaria. A pesar de contar con
pocos recursos, ha logrado establecer una red asistencial de la que se
benefician miles de personas. Su victoria en las elecciones generales
del 2006 fue intachable y está avalada por observadores
internacionales. El éxito electoral no sólo se debió a que continúa
la lucha armada contra el invasor sionista, sino también a su
denuncia implacable de la corrupción que salpica a los dirigentes
palestinos históricos, que despilfarran las ayudas internacionales.
Hamas está considerada como terrorista por la Unión Europea (UE) y
por Estados Unidos (EEUU) país que, paradójicamente, lidera el
ranking mundial de genocidios terroristas.
En Oriente Medio
convergen notables rivalidades entre las potencias imperialistas,
encabezadas por EEUU, que compiten por controlar una zona estratégica,
vital para sus respectivos intereses expoliadores. No hay sino que ver
cómo pocas horas después de que la UE levantara el bloqueo económico,
para apoyar el golpe de Estado del presidente Mahmud Abbas, EEUU–
temeroso de perder terreno– hizo lo mismo, y entre todos se han
apresurado a bloquear la franja de Gaza con la intención de
desesperar a sus pobladores para utilizarlos contra Hamas. Con el
levantamiento del bloqueo en Cisjordania se abonarán los sueldos
atrasados (armas ya tenían, se las entregó Israel) a los miles de
pistoleros integrados en las Fuerzas de Seguridad palestinas y en la
Fuerza 17, cuerpo de elite que ha cambiado de bando alineándose con
el imperialismo, frente a sus hermanos.
Durante la Guerra Fría,
el capitalismo utilizó recursos parecidos con el fin de debilitar a
los comunistas. En Oriente Medio existían organizaciones marxistas
palestinas muy activas y países, como Siria e Iraq, con partidos de
corte socialista (baazistas) que representaban un peligro debido a sus
relaciones con la Unión Soviética. En consecuencia, EEUU utilizó
una estrategia cívico–religiosa. Aprovechó por una parte, el
inicio de la deriva reaccionaria de la ANP, y por la otra consintió
la existencia de Hamas (además de apoyar a Al Qaeda y los talibanes
en Afganistán). No era nada nuevo. Pocos años antes había secundado
al presidente egipcio Anwar El Sadat y a grupos fundamentalistas de
ese país (que terminaron asesinando a Sadat) para contrarrestar la
impronta legada por Nasser. Tras la desaparición del campo socialista
la situación ha cambiado, y ahora Hamas reclama el derecho a ocupar
un espacio político y económico en su tierra.
Después de su
victoria electoral, los dirigentes de Hamas propusieron a Al Fatah
formar un Gobierno de Unidad Nacional que nunca cuajó al ser
torpedeado desde el exterior por Occidente, consciente de que Hamas no
aceptaría una política conciliadora como la de la ANP. Después de
promover múltiples enfrentamientos armados entre palestinos– que
Hamas ha tratado de resolver mediante la creación de nuevos gobiernos
de unidad–, EEUU conminó al cónsul general norteamericano en
Jerusalén, para que trasmitiera al presidente Mahmud Abbas la orden
de liquidar Hamas, orden que fue trasladada en una reunión que
mantuvieron en Cisjordania. Pocas dudas pueden quedar al respecto,
después de ver a Mahmud Abbas eligiendo Primer Ministro de su
“Gobierno”, a Salam Fayyad, ex miembro del Banco Mundial y de
nacionalidad estadounidense.
A pesar de que Mahmud
Abbas– debido a los ataques indiscriminados de Israel– ha acusado
a Tel Aviv de practicar el "terrorismo de Estado" contra los
palestinos, nunca ha dudado en sentarse a dialogar con los asesinos de
su pueblo, ni ha puesto reparo alguno en aceptar armas israelíes que
le fueron entregadas para agravar el conflicto inter–palestino. Al
Fatah, a través de Mahmud Abbas, está pisoteando el equilibrio
democrático palestino con el apoyo de Occidente, que pretende
presentar como legítimo al Gobierno proclamado por el presidente de
la ANP, aunque ya sabemos que las pretendidas cualidades democráticas
de los capitalistas, sólo se manifiestan cuando vencen en las urnas
sus compinches (recordemos su apoyo al golpe de Estado contra Hugo Chávez).
Hamas, tiene derecho
a existir, y como ganador de las elecciones generales debe controlar y
ejercer el poder. Su religiosidad no debe generar confusión. En el
mundo islámico no existe un Papa inquisidor y ello facilita una mejor
utilización social de los sentimientos religiosos. Es absurdo
sostener que el apoyo popular a determinados movimientos islámicos de
Oriente Medio se debe sólo a una regresión fanática y no a una
comunión programática entre lo social y el combate antiimperialista.
En ese sentido– y como dijimos en otro artículo–, lo que nos
interesa de la experiencia venezolana no es la retórica mística que
Chávez utiliza en ocasiones, sino su lucha por la independencia de
Venezuela; por tanto hay que tratar de ser comprensivos ante el peso
que tiene la religión en los movimientos populares.
Hamas no ha escogido
el camino del suicidio político para controlar el poder, porque éste
ya se lo había entregado el pueblo palestino democráticamente. Ha
tenido que optar por el mismo camino que el de la Insurgencia iraquí,
es decir, la resistencia armada contra el imperialismo, porque es la
única vía posible para quienes se niegan a vivir de rodillas. Si
Hamas no lo remedia, los dirigentes de la ANP–que optaron por la
claudicación y el compadreo corrupto– harán de Palestina un
protectorado mendicante de Occidente o, lo que es peor, un Estado
vasallo, sujeto a los vaivenes de las contradicciones
inter–imperialistas en la región.
La
herida palestina
Por
Ignacio Álvarez–Osorio (*)
oicpalestina.org, 20/06/07
Aunque se barajaba
desde hacía algún tiempo, la eventualidad de una guerra civil
palestina siempre acababa por ser descartada. Era una línea roja
insalvable: la frontera que ninguna de las facciones se atrevería
nunca a sobrepasar por considerar que el único beneficiario sería
Israel. La disolución del Gobierno, la declaración del estado de
emergencia y la convocatoria de nuevas elecciones muestran a las
claras la situación anárquica que viven los territorios palestinos,
pero también el colapso de toda una sociedad después de 40 años de
brutal ocupación.
Los enfrentamientos
armados, que han dejado ya más de un centenar de víctimas, han hecho
añicos cualquier proyecto de convivencia pacífica entre las dos
principales formaciones palestinas –Hamás y Fatah– y rompen el
Gobierno de Unidad Nacional creado el 17 de marzo. Los propósitos que
se cifró aquel Ejecutivo parecen ahora inalcanzables: «Consolidar la
unidad nacional, la salvaguarda de la paz civil, los valores de
respeto mutuo y del diálogo, poniendo fin a todas las tensiones
acumuladas. Fortalecerá la cultura de convivencia, preservará las
vidas de los ciudadanos palestinos y neutralizará cualquier atisbo de
luchas intestinas». Como viene siendo habitual, la comunidad
internacional –incluidos el Cuarteto y el Ejecutivo español– se
ha apresurado a cargar toda la responsabilidad de la actual crisis
sobre las espaldas de los islamistas de Hamás. Al proceder de esta
manera se corre el riesgo de infravalorar otros elementos
indispensables para comprender el cuadro palestino en toda su
complejidad.
¿No guarda alguna
relación el caos que se sufre en la franja de Gaza con las
desastrosas políticas adoptadas por los actores internacionales en
los últimos años? ¿Por qué la situación no ha dejado de
deteriorarse desde que Israel se retirara en falso de dicha franja en
el verano de 2005 y dejase al millón y medio de palestinos encerrados
en una enorme prisión de 365 kilómetros cuadrados sin una sola
salida al exterior? ¿Por qué no se recuerda que, desde entonces, las
fábricas se han visto obligadas a cerrar sus puertas y el comercio se
ha interrumpido por completo? ¿Incide en la actual situación el
hecho de que la mitad de la población de Gaza esté desempleada y que
el 75% viva bajo el umbral de la pobreza? ¿Acaso esta crisis no tiene
ninguna relación con que diversos organismos de la ONU hayan
denunciado que, como consecuencia del desabastecimiento de productos
de primera necesidad, la malnutrición afecta a la mitad de los
habitantes de la franja?
La comunidad
internacional ha jugado un papel central en esta crisis. Tanto
Bruselas como Washington confiaban en que el estrangulamiento económico
del Gobierno dirigido por Ismael Haniya acabase por pasarle factura,
restándole apoyos dentro de la sociedad palestina. Al proceder de
esta manera, se esperaba que Hamas se viese obligado a convocar unas
nuevas elecciones que devolviesen a Fatah el monopolio de la escena
política. Este planteamiento, que compartían buena parte de las
cancillerías occidentales, era potencialmente explosivo porque
mostraba que la comunidad internacional apostaba directamente por
Fatah y, además, intervenía de manera encubierta para acelerar la caída
del Gobierno islamista.
Las generosas ayudas
internacionales a los prohombres de Fatah y la entrada de armamentos
para la Guardia Presidencial y la Seguridad Preventiva, ambas
controladas también por Fatah, fueron interpretadas por buena parte
de la población como un intento de azuzar las diferencias internas y
encender la llama de la guerra civil. Además de esta intromisión en
los asuntos internos palestinos, el principal reproche que se puede
formular a la comunidad internacional es su absoluta pasividad ante
las políticas anexionistas israelíes.
Mientras se aislaba a
la Autoridad Palestina y se boicoteaba a su primer ministro, Israel
tenía luz verde para proseguir con la expropiación de más tierras,
la construcción de nuevos asentamientos, el desplazamiento de colonos
a los territorios ocupados, el establecimiento de más controles
militares y, por último, el avance del inmenso muro de 700 kilómetros,
que está encerrando al pueblo palestino en guetos y creando una
situación que cada vez guarda más parecido con el apartheid
surafricano.
Esta política de «hechos
consumados», que vulnera todas las convenciones sobre derechos
humanos, no ha merecido la menor recriminación por parte de los
dirigentes europeos, lo que ha acrecentado la frustración de la
sociedad palestina y ha asentado la idea de que la comunidad
internacional se ha desentendido, de manera definitiva, de su destino.
Como denunció ante Naciones Unidas John Dugard, relator especial
sobre la situación de los derechos humanos en los Territorios
Ocupados, «se ha sometido al pueblo palestino a sanciones económicas:
nunca se ha tratado así a un pueblo bajo ocupación (...).
Mientras tanto, el
pueblo palestino, más que la Autoridad Palestina, se ve sometido a
las que tal vez sean las formas más estrictas de sanciones
internacionales impuestas en los tiempos modernos. Es interesante
recordar que los Estados occidentales se negaron a imponer verdaderas
sanciones económicas a Suráfrica para obligarla a poner fin al
apartheid, porque consideraban que con ello se perjudicaría a la
población negra. Pero los palestinos y sus derechos humanos no
suscitan la misma compasión».
(*)
Ignacio Álvarez–Ossorio es profesor de estudios árabes e islámicos
de la Universidad de Alicante y colaborador de Bakeaz.
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