1967–2007:
cuarenta años de ocupación
La
transformación de Israel
Por
Meron Rapoport (*)
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, junio 2007
Traducción de Carlos Alberto Zito
A veces la memoria
engaña: cuarenta años nos separan de la Guerra de los Seis Días,
pero una parte de los israelíes quiere creer que el período anterior
a 1967 fue una edad de oro, nuestro paraíso perdido. Piensan que
antes de 1967 la sociedad israelí era una sociedad a escala humana,
justa, donde los valores del trabajo, la humildad y la solidaridad se
imponían frente a la avidez y al egoísmo, donde todo el mundo se
conocía, y –sobre todo:– donde nadie ocupaba territorios.
Evidentemente, es pura ilusión. En 1966, el año que precedió a la
ocupación, el desempleo había alcanzado la cifra récord del 10%, la
economía estaba en fuerte recesión y por primera vez en la historia
del país eran más los israelíes que partían que los nuevos
inmigrantes que llegaban a instalarse. Para colmo, ese mismo año, los
400.000 árabes israelíes que no habían abandonado sus pueblos
durante la guerra de 1948 fueron liberados del "gobierno
militar" (1). Pero su situación siguió siendo crítica, pues se
continuó confiscándoles sus tierras para construir nuevos poblados
judíos.
A partir de la Guerra
de los Seis Días, Israel pasó a ser considerada una superpotencia
militar regional, y hasta internacional. Pero es menos conocido que la
guerra modificó espectacularmente la economía del país.
Comenzó una era de
prosperidad, terminó la recesión y bajó notablemente el desempleo.
Cuarenta años después, Israel es otro país.
Mientras que en 1967
el PBI por habitante alcanzaba apenas a 1.500 dólares, en 2006 llegó
a 24.000 dólares, lo que colocó a Israel en el vigésimo tercer
lugar en el Informe sobre el Desarrollo Humano 2005 realizado por el
Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Además, en
cuatro décadas, más de un millón y medio de judíos se instalaron
en el país, con. lo que la población judía total pasó de 2,4
millones a 5,5 millones. Se entiende entonces por qué muchos
ciudadanos israelíes ven la Guerra de los Seis Días como un momento
decisivo en la success story del país.
Para otros, en
cambio, 1967 fue la causa de todos los males. Teóricamente, la
aplastante victoria de las fuerzas de defensa israelíes frente a los
tres ejércitos más poderosos del mundo árabe –los de Egipto,
Jordania y Siria– hubiera debido tranquilizar a los israelíes y
darles un sentimiento de seguridad. Pero no fue así. Israel no es
para nada un lugar seguro, y desde 1967 el país vivió otros seis
conflictos: la guerra de desgaste a lo largo del canal de Suez
(1968–1970), la guerra del Kipur (1973), las dos
"intifadas" (1987–1993 y 2000–2005), Y las guerras del Líbano
(1982 y 2006). En esos enfrentamientos perdieron la vida unos 5.000
israelíes y cerca de 50.000 árabes: egipcios, sirios, libaneses y,
por supuesto, palestinos. En síntesis, Israel aún no cerró el séptimo
día de la Guerra de Seis Días.
Sin
claras victorias
La dificultad para el
país no es sólo que el conflicto perdura, sino que el Ejército ya
no sale victorioso. El general retirado Dov Tamari, devenido
historiador, subrayó apenas concluyeron los acontecimientos del Líbano
del verano boreal de 2006, que la guerra de 1967 había sido la última
victoria indiscutible. En su opinión, todos los otros enfrentamientos
culminaron en una retirada o en una derrota. Y, cada vez, Tel Aviv
tuvo que hacer importantes concesiones. Así, la guerra de 1973 provocó
la retirada total del Sinaí, en conformidad con los acuerdos firmadas
con Egipto en 1979. La primera Intifada concluyó con los acuerdos de
Oslo, en 1993; la invasión del Líbano de 1982 terminó con una
retirada incondicional en 2000. Por su parte, la segunda Intifada
favoreció el desmantelamiento de las colonias judías de la , Franja
de Gaza, hace cerca de dos años.
¡Y qué decir de la
última guerra del Líbano! Durante un cierto tiempo la clase política
se mostró triunfalista, pero sólo el 20% de los israelíes estima
que fue una victoria, según un estudio publicado por Haaretz una
semana antes del fm del conflicto. Esa dificultad en obtener una
victoria clara explica sin dudas por qué un veterano de la política
israelí confesó recientemente –bajo pedido de anonimato–– que
no es seguro que Israel aún exista dentro de veinte años. En lugar
de disipar los temores, estos cuarenta años de ocupación sólo
sirvieron para acentuarlos.
¿En qué momento las
cosas dejaron de funcionar? Es algo que viene de lejos. El general
Moshe Dayan, el más eminente responsable político de la época,
luego del triunfo de 1967 pronunció una fTase célebre:
"Esperamos una llamada telefónica de los árabes". Quería
hacer creer que luego de esa llamada Israel se retiraría de los
territorios ocupados –el Sinaí, la Franja de Gaza, Cisjordania y el
Golán– a cambio de acuerdos de paz con el mundo árabe. El
historiador Tom Segev, en su libro 1967 (2), demuestra que esa no era
verdaderamente la intención del gobierno israelí. Sin embargo, así
fue percibida la posición de Israel en el mundo.
En la misma época,
Israel inició un proceso que hizo muy difícil, si no imposible,
cualquier acuerdo basado en el intercambio de territorios contra la
paz. Antes de terminar 1967 el primer ministro laborista Levi Eshkol,
considerado una "paloma", permitió que los primeros colonos
se instalaran en Cisjordania (en Kfar Etzion).
El ministro de
Defensa, Moshe Dayan, ordenó destruir las ciudades y pueblos sirios
de las alturas del Golán ocupado, para construir una colonia israelí
sobre las ruinas de la ciudad siria de Kuneitra. Y a comienzos de 1968
se autorizó a los israelíes a vivir en el centro de la ciudad
ocupada de Hebron.
Cuarenta años más
tarde se ven los resultados: el centro de Hebron se convirtió en una
ciudad fantasma donde los palestinos tienen prohibido vivir, pasear o
hacer las compras; y todo eso para dejar el lugar libre a unos 500
colonos judíos. No es casualidad que el primer atentado suicida se
haya producido en Hebron: en 1994 Baruch Goldstein asesinó a 39
musulmanes dentro de la mezquita de Abraham, en la Tumba de los
Patriarcas.
Basta mirar un mapa
para comprender que las colonias en Cisjordania fueron construidas
siguiendo un plan establecido para aislar a las comunidades palestinas
entre ellas y para crear una continuidad entre las colonias judías y
el territorio del Estado de Israel previo a 1967. Además se
edificaron instalaciones en tomo de los barrios árabes de Jerusalén,
para separar la parte oriental de esa ciudad de los poblados
palestinos vecinos, y luego en el valle del Jordán, para separar de
Jordania la margen oeste del río. Se construyeron rutas a lo largo de
las colonias, en el corazón de Cisjordania, para separar Naplús de
Ramallah o Kalkilya de Tulkarem.
La
trampa de las colonias
Ariel Sharon, gran
arquitecto de la colonización, declaró abiertamente en 1975 que su
objetivo era impedir la creación de una entidad palestina. Esa
estrategia, apoyada durante años por todos los gobiernos –tanto de
derecha como de izquierda–logró su objetivo.
Más de 250.000
israelíes viven actualmente en cientos de colonias en Cisjordania,
sin contar los 200.000 habitantes de las nuevas aglomeraciones
construidas en la Jerusalén ocupada. Su gran número logró incluso
modificar la posición de la clase política al respecto: hoy en día,
salvo las formaciones árabes y el Partido Comunista, todos los
responsables israelíes –de Yossi Beilin a Ami Ayalon, y de Ehud
Olmert a Tsipi Livni– consideran que la incorporación de los
"bloques de colonias" debe ser parte integrante de cualquier
acuerdo de paz. El trazado del famoso muro de separación está
dirigido a incorporarlas a Israel.
Lo que resulta extraño
es que esos mismos dirigentes, incluso Ariel Sharon antes de su ataque
cerebral, reconocen hoy en día en privado –y a veces públicamente–
que las colonias constituyen el principal obstáculo para la firma de
un acuerdo de paz con los palestinos y con el conjunto del mundo árabe.
Israel es una especie
de víctima de ese monstruo que construyó durante cuarenta años de
ocupación. Le resulta imposible absorber esas colonias sin anexar la
margen oeste del Jordán, un paso que incluso los gobiernos de derecha
más extremista se han negado a dar a causa de sus implicaciones a
nivel internacional, jurídico y sobre todo demográfico, pues la
diferencia en la tasa de natalidad indica que el "Gran
Israel" tendría en poco tiempo una mayoría palestina. Pero
tampoco puede deshacerse de esas colonias, en la medida en que ellas
aparecen como un elemento inseparable de la sociedad israelí. La
colonización se convirtió en una trampa.
Cabe preguntarse si
Israel cayó voluntariamente en esa trampa. ¿Se acostumbró a la
ocupación al punto de no poder vivir sin ella? Desde hace cuarenta años
vivimos en una sociedad basada en privilegios. Es cierto que ya antes
de la Guerra de los Seis Días los nuevos inmigrantes provenientes de
países árabes gozaban de derechos inferiores a los de los judíos
llegados de Europa. Y los palestinos que vivían en Israel estaban aun
en peores condiciones. Pero luego de 1967 el Estado instauró un
sistema oficial de discriminación: privó de sus derechos políticos
al millón de palestinos que residían en 1967 en Cisjordania y en la
Franja de Gaza (actualmente son 3,5 millones) cuya vida, en todos los
aspectos, fue puesta bajo el control de los comandantes militares.
Es por eso que en
estas cuatro décadas las relaciones entre los israelíes y los
palestinos que viven bajo la ocupación se deterioraron profundamente.
Pero los israelíes consideran totalmente normal una situación en la
que unos gozan de todos los derechos mientras que los otros se ven
privados de ellos.
Las restricciones
cada vez más importantes que se les imponen a los palestinos para
moverse libremente, el hecho de que 16s israelíes sólo los
frecuentan en Cisjordania cuando son enviados allí como soldados, nó
han hecho más que acentuar esas diferencias.
Un
país desigual
Uno de los más
profundos cambios registrados por la sociedad israelí luego de 1967
fue su rápida transformación en una sociedad capitalista moderna.
Las grandes obras iniciadas luego de la guerra generaron una poderosa
clase empresaria, que pudo explotar la mano de obra barata de los
territorios ocupados. Miles de millones de dólares (desde 1973,
Estados Unidos otorga 3.000 millones anuales a Israel como ayuda
militar), fueron dedicados ala alta tecnología militar más eficaz,
lo que transformó al país en una superpotencia de la hi–tech.
Paralelamente, a
causa del sistema de privilegios instaurado por la ocupación, la
sociedad se fue dividiendo de manera profunda y progresiva. En 1967 más
del 80% de la fuerza de trabajo dependía de un sindicato único que
controlaba un tercio de la economía nacional. Los kibbutzim gozaban aún
de una gran consideración. Actualmente, con menos del 25% de
trabajadores sindicalizados, la israelí es una de las sociedades más
injustas del mundo occidental: según el índice Gini, que mide las
desigualdades sociales, el Estado hebreo ocupa el lugar número 62,
uno de los peores resultados entre las economías avanzadas (3).
Dieciocho familias controlan el 75% de la economía. Esta situación
se debe en parte a la Guerra de los Seis Días.
Y se pueden mencionar
otras consecuencias importantes. A partir de 1967 el conflicto árabe–israelí
pasó a ocupar un lugar preponderante en la escena internacional.
Israel sacó provecho de esa situación, pues a ella se deben sus
excelentes relaciones con Estados Unidos, su papel eminente a nivel
internacional, su poderío militar y su prosperidad.
Al igual que el hecho
de que la Liga Árabe, después de haberse negado a cualquier
negociación luego de la Guerra de los Seis Días, ahora le proponga
firmar una paz global con todos los países árabes. '
Pero 1967 produjo
también consecuencias muy negativas. Si Israel se ganó ese lugar
privilegiado en Occidente, es por ser considerado un "frente
sangriento" (bleeding front) entre Occidente y Oriente,
entre la civilización judeo–cristiana" –extraña invención,
si se tiene en cuenta la historia de ambas religiones– y la
civilización musulmana. Luego de los atentados del 11 de septiembre,
esa visión se extendió ampliamente en Israel, mucho más allá de la
derecha religiosa, para la cual, desde 1967, la colonización en
tierra de Israel obedece a una voluntad divina. Esto transformó el
conflicto árabe–israelí, en un principio territorial, y por lo
tanto político, en un enfrentamiento cultural y religioso.
El viceprimer
ministro y jefe del partido Israel Beitenou (Israel Nuestra Casa) que
preconiza "la transferencia de los palestinos" de Israel y
de los territorios ocupados, declaró al diario Haaretz que Israel era
un ''puesto de vanguardia del mundo libre" (4).
Todo eso puede
explicar el sentimiento de apocalipsis que se apoderó de muchos
sectores de la sociedad israelí luego del conflicto del Líbano, en
el verano boreal pasado. En la medida en que se presenta a HezboIlah
como el brazo armado de Irán, ya la República islámica como la
promotora de esa guerra de civilizaciones, el fracaso del ejército
israelí–a pesar de ser poderoso y ultrasofisticado frente a algunos
miles de combatientes chiitas supuestamente mal entrenados, representó
un traumatismo.
Muchas personas
percibieron el hecho de que miles de cohetes fueran lanzados sobre el
norte de Israel durante un mes, sin que el ejército lograra
impedirlo, como un signo de que nosotros, los israelíes, somos
indeseables en la región y que a largo plazo podemos ser derrotados
por el gigante musulmán.
En síntesis, esos
cuarenta años terminaron paralizando a la sociedad, al punto que sus
dirigentes ya no tienen el coraje de buscar una real solución al
conflicto. La ocupación acabó invadiendo a Israel.
Notas:
(*)
Periodista del diario Haaretz, Tel Aviv.
1.–
Ese "gobierno" los obligaba a respetar el toque de queda. a
solicitar permisos de viaje. a padecer confinamiento. y favoreció la
colonización judía por medio de la confiscación de tierras árabes.
2.–
Tom Segev. 1967. Keter, Jerusalén. 2007.
3.–
Para el índice Gini, 0 representa fa perfecta igualdad. En 2006,
Israel obtuvo 39.2 contra 36 el Reino Unido. 32.7 Francia, 28.3
Alemania... y 40,8 Estados Unidos.
4.–
Haaretz. Tel Aviv. 30–3–07.
|