Respuesta
a Uri Avnery
En
busca de alternativas al fracaso
Por
Ilan Pappe (*)
Znet, 27/04/07
Traducido por Felisa Sastre y revisado por Esther Carrera
Este
artículo es la respuesta de Ilan Pappe al ensayo de Uri Avnery
"Bed of Sodom", publicado en Hagada Hasmalit el 22 de abril.
[Puede leer su traducción al castellano en Rebelión, 29 de abril de
2007. "El lecho de Sodoma": http://www.rebelion.org/noticia.php?id=50281
]
Uri
Avnery acusa a quienes apoyan la solución de un Estado único de
imponer la realidad de los hechos de forma conveniente para ajustarla
al "lecho de Sodoma". Parece que considera a esas personas
en el mejor de los casos como ilusos que no comprenden la realidad política
que les rodea y se encuentran estancados en un estado permanente de
buenos deseos. Todos nosotros somos viejos camaradas de la izquierda
israelí y por ello es bastante posible que en nuestros momentos de
desesperanza caigamos en la trampa de alucinar e incluso fantasear
mientras ignoramos la lamentable realidad que tenemos alrededor.
De
ahí que la metáfora del “lecho de Sodoma” pueda utilizarse para
repartir golpes a diestro y siniestro contra quienes se inspiran en el
modelo sudafricano para buscar una solución en Palestina. Pero, en
este caso, se trata de una pequeña cuna de Sodoma comparada con la
cama de gran tamaño en la que Gush Salom y otros grupos de la
izquierda sionista insisten en encajar su solución de dos Estados. El
modelo sudafricano es muy joven– de hecho, ha pasado escasamente un
año desde que fuera seriamente planteado– mientras que la fórmula
de los dos Estados tiene ya sesenta años: una ilusión frustrante y
peligrosa que ha permitido a Israel continuar con su ocupación [de
los territorios palestinos] sin sufrir crítica significativa alguna
de la comunidad internacional.
El
modelo sudafricano constituye un buen elemento para un estudio
comparativo– y no un objetivo huero que emular. Ciertos capítulos
en la historia de la colonización de Sudáfrica y de la sionización
de Palestina son ,en efecto, casi idénticos. La metodología
dominante de los colonos blancos en Sudáfrica recuerda muchísimo a
la aplicada por el movimiento sionista y el posterior Estado de Israel
contra la población autóctona de Palestina desde finales del siglo
XIX. Aunque desde 1948, la política israelí contra algunos
palestinos es más benevolente que la del régimen del apartheid,
respecto a otros es mucho peor.
Pero,
por encima de todo, el modelo sudafricano inspira a quienes están
preocupados por la causa palestina en dos aspectos primordiales: la
introducción de un único Estado democrático presenta una orientación
nueva para una futura solución en lugar de la fórmula fallida de los
dos Estados, y da fuerza a un nuevo pensamiento sobre cómo puede
acabarse con la ocupación israelí: por medio del boicot, la retirada
de inversiones, y las sanciones (la opción BDS, en sus siglas
inglesas).
Los
hechos sobre el terreno son meridianamente claros: la solución de los
dos Estados ha fracasado de forma desalentadora y no disponemos de más
tiempo para malgastar en inútiles predicciones de otra ilusoria ronda
de intentos diplomáticos que conducirían a ninguna parte. Tal como
admite Avnery, los pacifistas israelíes hasta ahora no han sido
capaces de persuadir a la sociedad judía israelí para que intente la
vía de la paz. Un análisis moderado y crítico de la fuerza y número
de los pacifistas lleva a la inevitable conclusión de que no existe
alternativa alguna a la tendencia predominante en la sociedad judía
israelí. Incluso es dudoso siquiera el que mantenga su mínima
presencia sobre el terreno, y existe una gran preocupación de que
desaparezcan totalmente.
Avnery
pasa por alto estos hechos y alega que la solución de un único
Estado es una medicina peligrosa para un enfermo en situación crítica.
De acuerdo, entonces vamos a prescribirla de forma gradual. Pero, por
Dios, quitemos al paciente la peligrosísima medicina que le hemos
hecho tragar a la fuerza los últimos sesenta años y que está a
punto de matarlo.
En
aras de la paz, es importante ampliar nuestra búsqueda basada en el
modelo sudafricano y en el estudio de otros casos históricos. Habida
cuenta de nuestro fracaso, deberíamos estudiar cuidadosamente otras
luchas que han tenido éxito contra la opresión. Todos los estudios
sobre casos históricos muestran que las luchas desde dentro y desde
fuera se refuerzan mutuamente y no son excluyentes entre ellas.
Incluso cuando se impusieron las sanciones a Sudáfrica, el ANC
[Consejo Nacional Africano] continuó su lucha y los blancos
sudafricanos no cesaron en sus esfuerzos para convencer a sus
compatriotas [de la necesidad] de acabar con el apartheid, pero no
hubo una sóla voz que repitiera lo que dice el artículo de Avnery,
quien denuncia que la presión desde fuera es mala porque debilita las
posibilidades de cambio desde dentro. Especialmente, cuando el fracaso
de la lucha interna es tan notable y obvia. Incluso durante las
negociaciones del gobierno De Klerk con el ANC, el régimen de
sanciones siguió adelante.
Resulta
muy difícil comprender por qué Avnery subestima la importancia de la
opinión pública mundial. Sin el apoyo que esa opinión pública
mundial dio al movimiento sionista, la Nakba (catástrofe) no
se hubiera producido. Si la comunidad internacional hubiera rechazado
la idea de la partición, un Estado unitario hubiera sustituido a la
Palestina del Mandato [británico], tal como era el deseo de muchos
miembros de Naciones Unidas. Sin embargo, se plegaron a las violentas
presiones de Estados Unidos y del lobby sionista y se retractaron de
su apoyo inicial a aquella solución. Y hoy, si la comunidad
internacional cambiase una vez más su posición y revisara su actitud
hacia Israel, las oportunidades de acabar con la ocupación aumentarían
enormemente y quizás ayudarían a evitar el baño de sangre terrible
en el que podemos quedar sumergidos no sólo los palestinos sino también
los propios judíos.
La
exigencia de un único Estado, y el llamamiento al boicot, a la
retirada de inversiones y a las sanciones, tiene que ser considerada
una reacción contra el fracaso de la estrategia anterior, una
estrategia mantenida por las clases políticas pero jamás respaldada
completamente por el pueblo. Y alguien que rechaza la nueva opción
sin más y de una manera tan categórica, quizás se sienta menos
molesto por lo que pueda haber de equivocado en esta nueva opción y
mucho más perturbado por su propio papel en la historia. Resulta, en
efecto, difícil admitir el fracaso personal y el fracaso colectivo,
pero por la paz a veces es necesario dejar de lado el propio ego. Me
inclino a pensar que eso es lo que ocurre cuando leo el falso relato
inventado por Avnery sobre los "logros" del movimiento
pacifista israelí hasta la fecha. Avnery afirma que "el
reconocimiento de la existencia del pueblo palestinos es ya general, y
de la misma manera la disposición de la mayoría de los israelíes a
aceptar la idea de un Estado palestino con Jerusalén como capital de
los dos Estados." Se trata de un caso evidente de amputación de
la pierna y de la mano del paciente para adaptarlo al lecho de Sodoma.
Pero todavía es más exagerada la afirmación: " hemos obligado
a nuestro Gobierno a reconocer a la OLP, y le obligaremos a reconocer
a Hamás", ahora que el resto de los miembros del paciente han
sido amputados (perdón por la terrible metáfora pero me veo obligado
a utilizarla debido a la opción de Avnery). Esas afirmaciones tienen
muy poco que ver con las posiciones de la opinión pública judía en
Israel en relación con la paz desde 1948 hasta nuestros días. Pero
los hechos pueden a veces resultar confusos.
Sin
embargo, para sofocar cualquier debate sobre la solución de un único
Estado, es decir la opción BDS, Avnery saca de su chistera mágica
una carta ganadora. "pero bajo la superficie, en lo más profundo
de las conciencias, estamos ganando la batalla". Proveamos a los
palestinos con detectores de metales y equipos de rayos X, puede que
descubran no sólo el túnel sino la luz al final. La verdad es que lo
se encuentra en las capas más profundas de la conciencia nacional
israelí es mucho peor de lo que asoma a la superficie, y confiemos en
que siga allí para siempre y no aflore. Se trata de depósitos de un
racismo oscuro y primitivo que si se permite que emerjan nos ahogarán
a todos en un mar de odio e intolerancia.
Avnery
tiene razón cuando afirma que "no hay duda de que el 99,99 por
ciento de los judíos israelíes quieren que el Estado de Israel sea
un Estado con una mayoría judía sólida, con independencia de cuales
sean sus fronteras". Una campaña de boicot que tenga éxito no
cambiará la situación en un día, pero enviará el mensaje claro a
esa opinión pública de que esas actitudes son racistas e
inaceptables en el siglo XXI. Sin el oxígeno cultural y económico
que occidente suministra a Israel, será difícil la continuación
para la mayoría silenciosa del país y creer que es posible al mismo
tiempo ser racista y tener un Estado legitimado ante el mundo. Tendrán
que elegir, y es de esperar que, como De Klerk, tomen la decisión
adecuada.
Avnery
también está convencido de que Adam Keller ha desacreditado con
mucho más éxito los argumentos en apoyo del boicot al advertir de
que los palestinos de los territorios ocupados no apoyan el boicot.
Verdaderamente se trata de una comparación muy aguda: un preso político
se encuentra clavado en tierra y se atreve a resistir; para castigarle
se le niega incluso la escasa comida que ha recibido hasta ahora. Su
situación es comparable a la de una persona que ha ocupado la casa de
este preso, quien por primera vez se enfrenta a la posibilidad de ser
llevado ante la justicia para responder de sus crímenes. ¿Quién
tiene más que perder? ¿Cuándo la amenaza es mera crueldad y cuándo
es un medio justificado para reparar un daño del pasado? El boicot no
se llevará a cabo, afirma Avnery. Debería hablar con los veterano
del movimiento contra el apartheid en Europa. Pasaron veinte años
antes de que convencieran a la comunidad internacional para que tomara
medidas. Y, cuando empezaron su largo viaje, se les dijo que no
funcionaría, que había muchos intereses estratégicos y económicos
en juego y muchas inversiones en Sudáfrica.
Además,
añade Avnery, en lugares como Alemania la idea de boicotear a las víctimas
del Holocausto de los nazis sería rechazada de plano. Muy al
contrario: ya se han tomado medidas en esta dirección, en Europa se
ha acabado el largo periodo de manipulación sionista de la memoria
del Holocausto. Israel ya no puede justificar sus crímenes contra los
palestinos en nombre del Holocausto. En Europa , cada vez más gente
es consciente de las políticas criminales de abuso de la memoria del
Holocausto llevadas a cabo por Israel, y por eso tantos judíos forman
parte del movimiento a favor del boicot. También esa es la razón de
que la tentativa israelí de acusar de antisemitismo a los partidarios
del boicot se haya topado con el desprecio y la resistencia. Los
partidarios del nuevo movimiento saben que sus motivos son humanistas
y sus razones democráticas. Para muchos de ellos, sus actuaciones están
impulsadas no sólo por unos valores universales sino también por su
respeto al legado histórico judeo–cristiano. Hubiera sido mejor
para Avnery valerse de su inmensa popularidad en Alemania para pedir a
esa sociedad que reconociera su parte de culpa no sólo en el
Holocausto sino, asimismo, en la catástrofe palestina, y en nombre de
ese reconocimiento exigirle que ponga fin a su vergonzoso silencio
ante las atrocidades israelíes en los territorios ocupados.
Hacia
el fin de su artículo, Avnery bosqueja las características de la
solución de un único Estado al margen de la realidad actual por lo
que no incluye el retorno de los refugiados o un cambio en el régimen
como componentes de la solución describiendo la triste realidad
actual como una proyección del mañana. Verdaderamente se trata de
una realidad por la que no vale la pena luchar y nadie que yo conozca
está luchando por ella. Pero la perspectiva de un único Estado como
solución tiene que ser justo lo contrario al presente Estado de
apartheid de Israel, de la misma manera que el Estado post–
apartheid lo fue en Sudáfrica; por ello, el estudio de este caso histórico
es tan esclarecedor para nosotros.
Tenemos
que despertar. El día que Ariel Sharon y George W. Bush declararon su
apoyo leal a la solución de los dos Estados, la fórmula se convirtió
en un medio cínico mediante el cual Israel puede mantener su régimen
discriminatorio en el interior de las fronteras de 1967, su ocupación
de Cisjordania y la transformación de la franja Gaza en un gueto.
Cualquiera que impida el debate sobre modelos políticos alternativos
permite que el discurso sobre los dos Estados actúe como escudo de la
política criminal de Israel en los territorios palestinos.
Más
aún, no sólo no han dejado piedras en los territorios ocupados para
construir un Estado después de que Israel ha destrozado sus
infraestructuras durante los últimos seis años, sino que se ofrece a
los palestinos una partición irracional con un mero 20 por ciento de
su patria. La base debería ser cuando menos la mitad del territorio,
de acuerdo con la vía prevista [en la Resolución] 181, o algo
similar. Esa es otra ruta útil para explorar en lugar de seguir
enredando con el cuento de Sodoma y Gomorra que la solución de los
dos Estados ha producido hasta ahora en la práctica.
Y
para terminar, no habrá solución a este conflicto sin un acuerdo
sobre el problema de los refugiados. Los refugiados no pueden regresar
a su patria por la misma razón que sus hermanos y hermanas están
siendo expulsados de Jerusalén y a lo largo del Muro, y a sus
familiares se les discrimina en Israel. No pueden volver por el mismo
hecho de que mientras el proyecto sionista no se haya completado según
los deseos de sus jefes, cualquier palestino está sometido al peligro
potencial de ocupación y expulsión.
Ellos
tienen derecho a optar al retorno porque es un derecho humano y político
inalienable. Pueden volver porque la comunidad internacional ya les ha
prometido que podrían hacerlo. Y nosotros, como judíos, deberíamos
querer que volvieran porque de no ser así seguiremos viviendo en un
Estado donde los valores [morales] de la superioridad étnica y de la
supremacía anulan cualquier otro valor humano y civil. Y no podemos
asegurarnos a nosotros mismos, ni a los refugiados, una solución
justa y equitativa en el marco de la fórmula de los dos Estados.
(*)
Ilan Pappe es considerado el historiador más importante de Israel. Fue catedrático del Departamento de Ciencias Políticas de
la Universidad de Haifa y del Instituto de Estudios Palestinos Emil
Touma, de la misma ciudad. Encabezó la escuela revisionista de la
historia israelí. Ante las persecusiones sufridas por sus
publicaciones, en que desmentía los mitos oficiales sobre los
orígenes de Israel, debió exiliarse en Gran Bretaña donde es
profesor en la Universidad de Exeter. Entre
sus libros: The Making of the Arab–Israeli Conflict (London and New
York 1992), The Israel/Palestine Question (London and New York 1999),
A History of Modern Palestine (Cambridge 2003), The Modern Middle East
(London and New York 2005) y el último publicado, Ethnic Cleansing of
Palestine (2006).
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