Israel,
laboratorio para un mundo fortificado
Por
Naomi Klein (*)
El Corresponsal de Medio Oriente y Asia, 20/06/07
La economía de
Israel no es próspera a pesar del caos político sino a causa,
precisamente, de ese caos. Israel ha aprendido a hacer de una guerra
interminable un recurso económico marca de la casa, convirtiendo su
actividad de desarraigo, ocupación y contención del pueblo palestino
en una ventaja comparativa de cincuenta años en la “guerra global
al terror”.
Gaza, en manos de
Hamas, con militantes enmascarados sentados en la silla del
presidente; la franja occidental, en el filo; campamentos del ejército
israelí, precipitadamente levantados en los Altos del Golán; un satélite
espía sobre Irán y Siria; la guerra con Hezbollah, a pique de
estallar; una clase política rebosante de escándalos, que ha perdido
todo crédito público.
A primera vista, las
cosas no parecen ir bien para Israel. Pero he aquí el enigma: ¿por
qué, en medio de tamaño caos y de tal carnicería, florece
desapoderadamente la economía israelí como no lo hacía desde 1999,
con un rugiente mercado de valores y tasas de crecimiento cercanas a
las chinas?
Thomas Friedman
ofreció recientemente en el New York Times su teoría: Israel
“nutre y recompensa la imaginación individual”, de manera que sus
gentes no dejan de acometer ingeniosas empresas de alta tecnología,
cualesquiera que sean los desastres que provoquen sus políticos.
Después de leer atentamente proyectos de clase realizados por
estudiantes de ingeniería y ciencias de la computación de la
Universidad Ben Gurion, Friedman lanzó uno de sus famosos
pronunciamientos falsarios: Israel habría “descubierto petróleo”.
Ese petróleo, aparentemente, estaría en las mentes de los “jóvenes
innovadores y emprendedores capitalistas” israelíes, demasiado
ocupados haciendo supernegocios con Google como para dejarse distraer
por la política.
He aquí una teoría
alternativa: la economía de Israel no es próspera a pesar del caos
político que acapara titulares, sino a causa, precisamente, de ese
caos. Esa fase de desarrollo data de mediados de los 90, cuando Israel
estaba en la vanguardia de la revolución de la información –la
economía más dependiente de la tecnología en el mundo—. Tras el
estallido de la burbuja del punto.com en 2000, la economía de Israel
quedó devastada; fue su peor año desde 1953. Luego vino el 11 de
septiembre, y, subitáneamente, se abrieron nuevos horizontes de
beneficio para cualquier compañía que se declarar capaz de detectar
terroristas en masa, sellar fronteras frente a cualquier ataque y
sacar confesiones de prisioneros mudos.
En tres años, buena
parte de la economía tecnológica de Israel ha sido radicalmente
reorientada. Dicho en términos friedmanescos: Israel pasó de
inventar instrumentos reticulares para el “mundo plano” a vender
vallas para un planeta trocado en apartheid. Muchos de los más
exitosos empresarios del país utilizan el status de Israel como
estado–fortaleza, rodeado de furiosos enemigos, como una especie de
sala de espectáculo permanente, como un ejemplo vivo de que se puede
gozar de relativa seguridad en medio de una guerra ininterrumpida. Y
la razón de que Israel experimente hoy un supercrecimiento es que
esas compañías están exportando frenéticamente ese modelo al
mundo. Eso hace de Israel la cuarta potencia del mundo en comercio
armamentístico, por encima de Gran Bretaña.
La discusiones en
torno al comercio militar de Israel se centran habitualmente en el
flujo de armamentos que llega al país: en los bulldozers oruga,
fabricados en EEUU y empleados para destrozar hogares en la franja
occidental, así como en las compañías británicas que suministran
piezas para los F–16. Lo que se pasa por alto es el gigantesco
negocio israelí en expansión. Israel vende ahora 1.200 millones de dólares
de productos de “defensa” a EEUU, un incremento espectacular, si
se compara con los 270 millones del año 1999. En 2006, Israel exportó
3.400 millones de dólares de productos de defensa, más de mil
millones más de lo que recibió en ayuda militar norteamericana.
Buena parte de su
crecimiento procede del llamado sector de “seguridad interior”.
Antes del 11 de septiembre, la seguridad interior apenas existía como
industria. Para fines del presente año, las exportaciones israelíes
en el sector llegarán a los 1.200 millones de dólares, un incremento
del 20%. Los productos y servicios clave son vallas de alta tecnología,
zánganos no tripulados, procedimientos biométricos de identificación,
equipos audiovisuales de vigilancia, sistemas de detección de
pasajeros aéreos y de interrogación de presos: en fin, y
precisamente, todos los instrumentos y tecnologías de que se ha
servido Israel para clausurar los territorios ocupados.
De aquí que el caos
en Gaza y en el resto de la región no sólo no represente un serio
problema para Tel Aviv, sino que llegue incluso a inducir su
prosperidad económica. Israel ha aprendido a hacer de una guerra
interminable un recurso económico marca de la casa, convirtiendo su
actividad de desarraigo, ocupación y contención del pueblo palestino
en una ventaja comparativa de cincuenta años en la “guerra global
al terror”.
No es casual que los
proyectos de los estudiantes en Ben Gurion que tanto impresionaron a
Friedman lleven nombres como: “Matriz de covarianza innovativa para
detección de blancos en imágenes hiperespectrales”, o:
“Algoritmos para la detección y elusión de obstáculos”. Sólo
en el último semestre, se han creado en Israel treinta compañías de
seguridad interior, gracias en parte a espléndidos subsidios
gubernamentales que han transformado el ejército israelí y las
universidades del país en incubadoras de seguridad y nuevos
desarrollos armamentísticos (algo que habría que tener en cuenta,
cuando se discute sobre el boicot académico a Israel).
La próxima semana,
las más consolidadas de esas compañías viajarán a Europa para la
Muestra Aeronáutica de París, el equivalente a la Semana de la Moda
de la industria armamentista. Una de las compañías israelíes que
participa en la Muestra es Suspect Detections Systems (Sistemas de
Detección de Sospechosos, SDS), que exhibirá su Cogito 1002, un
garito de seguridad blanco, como de ciencia ficción, que pide a los
pasajeros de avión que contesten a una serie de preguntas, generadas
por computador, sobre sus países de origen, al tiempo que estudia su
mano con un sensor de “biofeedback”. El ingenio lee las reacciones
del cuerpo a las preguntas, y determinadas respuestas marcan al
pasajero como “sospechoso”.
Como otros cientos de
inventos de seguridad israelíes, el SDS se jacta de haber sido creado
por veteranos de la policía secreta israelí y de haber sido puesto a
prueba sobre la marcha con palestinos. No sólo ha instalado la compañía
terminales de biofeedback en un puesto de control de la franja
occidental; sostiene que “la idea está avalada y se ha visto
robustecida gracias al conocimiento obtenido y asimilado a partir del
análisis de miles de estudios de casos de personas–bomba suicidas
en Israel”.
Otra estrella de la
Muestra Aeronáutica de París será el gigante de la defensa israelí
Elbit, que planea exhibir sus Hermes 450 y 900, aeronaves no
tripuladas. Hace apenas unas semanas, en mayo, de acuerdo con informes
periodísticos, Israel utilizó esos zánganos no tripulados en
misiones de bombardeo en Gaza. Una vez probados en esos territorios,
están listos para exportar: el Hermes ha sido usado ya en la frontera
de Arizona con México; terminales de Cogito 1002 están siendo ahora
auditadas en un aeropuerto estadounidense del que se ignora el nombre;
y Elbit, una de las compañías que está detrás de la “barrera de
seguridad” de Israel, se ha asociado con Boeing para construir la
valla fronteriza “virtual” alrededor de EEUU, financiada por el
Departamento de Seguridad Interior con 2.500 millones de dólares.
Puesto que Israel
comenzó su política de sellar los territorios ocupados con puestos
de control y muros, los activistas de derechos humanos suelen comparar
Gaza y la franja occidental con cárceles al aire libre. Pero lo que a
mí me llama la atención al investigar el explosivo auge del sector
de seguridad interior de Israel (un asunto que estudio con gran
detalle en mi próximo libro: The Shock Doctrine: The Rise of Disaster
Capitalism) es que son también otra cosa: laboratorios en los que los
terroríficos instrumentos de nuestros estados de seguridad son
puestos a prueba. Los palestinos –vivan en la franja occidental o en
lo que los políticos israelíes acostumbran ahora a llamar Hamasistán—
no son sólo blancos. Son también conejillos de Indias.
En cierto modo, pues,
Friedman lleva razón: Israel ha descubierto petróleo. Pero el petróleo
no está en la imaginación de sus tecno–empresarios. El petróleo
está en la guerra al terror, en el estado de miedo constante que crea
una demanda sin límites de ingenios de vigilancia, escucha, contención
e identificación de “sospechosos”. Y el miedo, a lo que se ve, es
el último grito en recursos renovables.
(*)
La fuente: Naomi Klein es la autora de No Logo: Taking Aim at the
Brand Bullies (Picador) y, más recientemente, Fences and Windows:
Dispatches From the Front Lines of the Globalization Debate
(Picador).Su artículo fue publicado inicialmente por The Nation y No
Logo. La traducción del inglés pertenece a Amaranta Süss para Sin
Permiso.
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