Siete
años después
Por
Jalid Amayreh
Al-Ahram, El Cairo, 04/10/07
Rebelión, 08/10/07
Traducido por Sinfo Fernández
“No empezamos la
Intifada precisamente por diversión”, dijo Sami, el joven
estudiante activista islámico de Hebrón, al sur de Cisjordania. Él
y un grupo de jóvenes estudiantes universitarios estaban discutiendo
los pros y los contras del levantamiento de Al Aqsa, que este semana
entró en su octavo año.
“Nos empujaron y
obligaron a levantarnos contra nuestros opresores y torturadores
porque la alternativa era, y continúa siendo, la aniquilación
nacional”, añadió Sami acentuando sus palabras, como si quisiera
persuadir a sus colegas de la rectitud de sus convicciones.
“Pero la Intifada
ha sido un desastre económico, político y humano para nuestro
pueblo”, replicó Anwar, su amigo y compañero de clase, casi de la
misma edad.
“Sí, pero Israel
no va a concedernos la libertad en bandeja de plata. Los argelinos
perdieron más de un millón de shajid [mártires] hasta lograr
la independencia”, respondió Sami.
“OK, pero
los argelinos tenían muchos aliados y el mundo entero estaba con
ellos, pero nosotros nos enfrentamos solos a Israel, que también
controla Estados Unidos y Europa y puede movilizar al mundo entero
contra nosotros”, le refutó Anwar.
Esta breve conversación
en la Escuela de Ingeniería de Hebrón caricaturiza más o menos la
forma en la que la mayoría de los palestinos se refieren a la
oficialmente terminada pero aún en marcha Intifada de Al Aqsa.
Los dos estudiantes,
que provienen del mismo entorno cultural y socio-económico, tenían
doce años de edad cuando, el 28 de septiembre de 2000, se inició el
levantamiento, después de que el entonces líder de la oposición
israelí Ariel Sharon, acompañado de cientos de guardias de seguridad
armados hasta los dientes, invadiera la explanada de la Mezquita de Al
Aqsa en Jerusalén Este para demostrar la determinación
judeo-sionista de arrebatar el santo lugar de manos musulmanas.
Sin duda, la
provocativa excursión de Sharon provocó la Intifada. Después de
todo, a casi cada palestino le resulta demasiado familiar la historia
sangrienta que arrastra ese hombre como asesino con las manos
manchadas de la sangre de miles de palestinos, libaneses y otros árabes,
la mayor parte de ellos niños y civiles inocentes. En efecto, su
papel en las masacres de Sabra y Chatila fue y sigue siendo demasiado
espantoso como para ser olvidado.
Sin embargo, es
importante recordar que fue la sistemática persecución israelí de
los palestinos y el firme rechazo a permitir que se pueda crear un
estado viable palestino lo que hizo inevitable el levantamiento, con o
sin la incursión de Sharon por el Haram Al-Sharif [Noble
Santuario] de Jerusalén.
Volviendo la mirada
atrás, la Intifada ha supuesto un relato espeluznante de la
brutalidad israelí, comparable a la persecución nazi de los judíos
durante la Segunda Guerra Mundial. Durante los pasados siete años, el
ejército israelí ha cometido todos los crímenes y atrocidades
concebibles contra un pueblo básicamente indefenso.
Se mató a tiros a niños
en su camino a la escuela, a mujeres embarazadas camino del hospital o
se las obligaba a dar a luz en los bloqueos de carreteras israelíes
porque los soldados no les permitían acercarse al hospital que estaba
allí, un poco más abajo, en la misma calle.
Atraían a los niños
al salir de las escuelas para matarlos a sangre fría. Helicópteros
de combate bombardearon calles atestadas de gente y se arrojaron
bombas de una tonelada sobre apartamentos llenos de civiles durmiendo.
Según el Centro
Palestino de Estadística, la cifra de palestinos asesinados por
soldados israelíes y colonos paramilitares judíos ha sido de 5.300
desde el 29 de septiembre de 2000 al 29 de septiembre de 2007.
Las víctimas
incluyen a 978 niños, 363 mujeres, 506 asesinatos y 149 palestinos
asesinados mientras atravesaban los controles y bloqueos de carreteras
israelíes.
Unas 60.000 personas
resultaron heridas, muchas de las cuales tendrán que sufrir minusvalías
durante toda su vida, y 11.000 fueron encarceladas sin esperanza de
ser liberadas.
Durante el mismo período,
el ejército de ocupación israelí destruyó 7.512 hogares y causó
serios daños en más de 663.000, tanto en Cisjordania como en la
Franja de Gaza.
En el curso de la
Intifada, los dirigentes israelíes trataron de convencerse a sí
mismos de que los palestinos estaban amenazando la existencia misma de
Israel. Una psicosis colectiva engulló a los dirigentes militares
israelíes, como el anterior jefe del estado mayor Moshe Yaalon, que
llegó tan lejos como para definir al pueblo palestino de “cáncer”
que tendría que ser erradicado, bien con quimioterapia o con amputación.
Yaalon declaró que,
por ahora, estaba usando quimioterapia pero que no dudaría en acudir
a la amputación si fuera necesario.
Una mentalidad tan
enferma y escalofriante, combinada con la más espantosa maquinaria de
guerra del mundo, convenció a muchos palestinos de que Israel estaba
empeñado en liquidarles como pueblo. En efecto, la carnicería
gratuita de palestinos en cada calle, cada barriada, cada campo de
refugiados y cada ciudad hicieron inevitable que los jóvenes
palestinos se embarcaran en las denominadas operaciones de
martirologio, conocidas también como suicidios bomba, contra
objetivos civiles y militares israelíes.
En palabras del
fundador y líder de Hamas, el Sheij Ahmed Yassin, a quien
Israel trató de asesinar en 2003, los palestinos tenían que elegir
entre ser asesinados en silencio en el “matadero sionista” o morir
como hombres en las calles de Tel Aviv y otras ciudades israelíes.
Las bombas humanas
fueron de hecho una táctica desesperada que trató de crear una
apariencia de disuasión para hacer que Israel reconsidere su macabra
represión sobre los palestinos. Sin embargo, precisamente, esas
acciones acabaron volviéndose contra los palestinos mientras Israel
obtenía el mayor de los éxitos al utilizar con frecuencia las
escenas de la conmoción para vilipendiar a los palestinos.
Además, Israel
utilizó a los suicidas bombas como pretexto para infligir más
masacres mortales contra los civiles palestinos, lo que explica la
inmensa desproporción del número de víctimas palestinas comparadas
con las bajas israelíes. También utilizó a los suicidas bomba como
pretexto para construir la denominada valla de separación, que es en
la actualidad un gigantesco muro de hormigón en Cisjordania, en los
territorios ocupados palestinos.
En vez de construir
el muro a lo largo de la antigua línea del armisticio entre
Cisjordania e Israel propiamente dicho, el gobierno israelí construyó
el muro tierra adentro de Cisjordania, incorporando grandes franjas de
tierra árabe a Israel y reduciendo los centros de población
palestina a ghettos de facto.
El hombre que dirigió
la campaña de la carnicería, Ariel Sharon, yace ahora sin conciencia
en un hospital por segundo año consecutivo después de sufrir una
apoplejía masiva a comienzos de 2006.
La analogía nazi está
finalmente penetrando en el discurso occidental. Por ejemplo, Gerald
Kaufman, un parlamentario británico judío, argumentó hace unos años
que Ariel Sharon había logrado que la Estrella de David pareciera la
Svástica. De forma similar, el Premio Nóbel portugués, el laureado
José Saramago, observó: “No me explico cómo, para proteger a una
poca gente, se tiene que confiscar la tierra a los campesinos y
destruir las cosechas y cientos de seres tienen que estar esperando en
los controles y bloqueos de carreteras antes de que se les permita
regresar exhaustos a casa, si es que no acaban asesinados”.
Hoy en día, siete años
después, los palestinos pueden encontrarse en el umbral de otra
Intifada. Israel, apoyado por unos EEUU post 11-S que a menudo parecen
y actúan como si fueran más israelíes que Israel y más sionistas
que el sionismo, está inflexiblemente negándose a poner fin a sus
cuarenta años de ocupación del territorio palestino.
Y, aprovechándose de
las divisiones internas palestinas, Israel está tratando de imponer
un “acuerdo de paz” sobre la Autoridad Palestina que muchos
palestinos de a pie dicen que es peor que una rendición.
“Los palestinos están
soñando si creen que Israel va a reconocer sus derechos sin una lucha
firme”, dice el Profesor Abdul-Sattar Qassem de la Universidad
Nacional de Nayah.
Esa ha sido la
realidad desde que Israel rechazó permitir la creación de un estado
palestino tras los Acuerdos de Oslo de 1993. Las palabras de Qassem se
verán justificadas una vez más tras el anticipado fracaso de la próxima
conferencia de paz de noviembre en Estados Unidos.
En la actualidad, los
palestinos se enfrentan como nunca antes a la peor de las situaciones.
No obstante, los palestinos han estado siempre acumulando represión y
miseria como incentivo para levantarse contra sus torturadores más
que como causa de sumisión. Por eso, la Intifada continúa.
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