Intentando que tus víctimas te
amen
Por Azmi Bishara
Al Ahram, 25/11/07
Rebelión, 01/11/07
Traducido del inglés por Sinfo
Fernández
Si desean entender la
magnitud de la tragedia palestina y la inmensidad de su encrucijada,
echen un vistazo al reciente decreto emitido por el Ministerio israelí
de Educación, en el que, resumiendo, se pide a los escolares judíos
y árabes que firmen la declaración israelí de independencia como
parte de las celebraciones que van a marcar el 60 aniversario del
Estado de Israel.
En una declaración distribuida a
los colegios, la Sociedad y Administración de la Juventud israelí
fija los siguientes objetivos para el jubileo: “Que el sistema
educativo judío y árabe conmemore el transcurso de 60 años desde el
establecimiento del Estado de Israel; fortalecer el sentido de
pertenencia, orgullo y amor hacia ese Estado de 60 años entre todos
los que asisten a instituciones educativas; ayudar a todos los jóvenes
judíos, musulmanes, cristianos, drusos y de otras religiones a
formarse una visión clara de Israel como estado judío y democrático;
inspirar un sentido de responsabilidad y compromiso social entre los jóvenes
y animarles para que se conviertan en sujetos activos en los asuntos
sociales”.
Una rápida mirada a ese texto es
suficiente para comprender que no hay árabes palestinos en Israel;
son, en primer lugar, israelíes, y después “musulmanes,
cristianos, drusos u otros”. El estudiante árabe, según este
objetivo educativo inspirativo, tiene que amar a Israel, ser israelí
y sentirse orgulloso de serlo, ni más ni menos. Cuán encomiable sería
si un memorando así llegara a distribuirse (con el adecuado cambio de
nacionalidad) entre los bisoños ciudadanos de Líbano, Iraq y algún
otro lugar. En Israel, sin embargo, resulta muy fuerte presentarse con
un documento tan grotesco.
Aquí está funcionando una
modalidad persistente de colonialismo. No ha sido suficiente para esta
empresa colonialista con apoderarse de la tierra de un pueblo,
expulsar a sus habitantes, traer a otros para que ocupen su lugar,
destruir los cimientos y la estructura de toda una sociedad y después
justificar todo eso a partir de una promesa divina, mientras que, al
mismo tiempo y con el mismo grado de sinceridad, se considera a sí
mismo como un movimiento de liberación nacional laico. No, insiste,
su víctima debe admirarle y reconocer no sólo su existencia sino
también su legitimidad histórica. Se siente completamente resuelto a
dejar su huella bajo la piel de sus víctimas mediante la firma ritual
de una declaración de independencia que simultáneamente celebre la
derrota de los otros.
La empresa colonialista sionista
es única en su obsesión perpetua con la identidad, su insistencia en
jugar el papel de víctima y la implacable persistencia con la que
busca legitimarse a sí misma inspirando la admiración de sus víctimas,
como si les hubiera hecho un gran favor liberándolas de su territorio
e identidad nacionales y se hubiera echado esas “cargas” sobre sus
propios hombros. A cambio de tan magnánimos sacrificios espera que
sus víctimas demuestren su gratitud manteniéndose junto a ella en
sus luchas y compartiendo sus penas por haberse visto obligados a
infligir tales desastres a otros. Ante cualquier muestra de ingratitud
de esas víctimas –cuando, por ejemplo, intentan reconstruir su
propio destrozado nacionalismo- les apunta con un dedo amenazador y
les recrimina que se están volviendo hacia la demagogia y chauvinismo
nacionalista y otras modas anticuadas en esta era de globalización.
Sólo Israel tiene derecho a ser
chauvinistamente nacionalista, a monopolizar para sí mismo el
privilegio de sufrir las tribulaciones que provengan de ese hecho:
mientras tanto, sus víctimas deben aprender a expresar su comprensión
o, al menos, a aprender a vivir con él.
Las manifestaciones de
chauvinismo e infatuación con símbolos nacionalistas aparecen por
todas partes: en los himnos nacionales, en las marchas patrióticas,
en las casi militares sociedades de scout, en las banderas en todos
los colegios y placas, en las leyes que se promulgan con regularidad
temporal sobre cómo tratar las banderas y símbolos sionistas. ¿No
indica todo esto un chauvinismo nacional y un grado de fanatismo extraño
en el mundo de hoy? Hacer que los escolares, incluso los escolares judíos,
firmen la declaración de independencia nacional, supone elevar el
nacionalismo al nivel de rito religioso, con los escolares, bolígrafo
en mano, encarnando místicamente a los venerables padres fundadores
de la nación. Si los árabes llegaran a hacer algo remotamente
similar, Israel no podría contener su sarcasmo.
Israel se basa oficialmente en
una ideología ultra-nacionalista que se reproduce continuamente a
través de todos los matices del espectro político. Pero se supera a
sí mismo con ese decreto del Ministerio de Educación por el que se
pide a los estudiantes árabes que firmen su declaración de
independencia. El pensamiento y la acción colonialista se han
disfrazado a sí mismos bajo una vestimenta de igualdad y corrección
política. No hay discriminación entre unos y otros escolares, parece
decir, en tanto que en realidad se da el colmo de la discriminación
racial: al alumno judío se le pide que afirme su misma etnia (o en términos
de diván psiquiátrico: que niegue su individualidad y asimile la
identidad del proyecto nacional); al alumno árabe se le está
pidiendo que niegue su etnia y que distorsione su identidad mediante
su identificación con el proyecto colonialista que envió a su pueblo
al exilio y negó su existencia.
El actual Ministro de Educación
y Cultura, a quien se le debe esta iluminada y genial idea, representa
al ala liberal del establishment sionista. La izquierda sionista,
representada históricamente por el Movimiento Laborista Sionista y
sus retoños, fue la fundadora, en la práctica, del proyecto de
Estado israelí: tomó las armas y combatió a los árabes, forjó
relaciones con Gran Bretaña y luego con EEUU, demolió el proyecto
nacional palestino y construyó el suyo propio sobre las ruinas. Es
autora de ideas tales como la coexistencia árabe-israelí basada en
la fraternidad árabe-judía, o de un odio compartido entre Israel y
los árabes pobres hacia los reaccionarios árabes y las clases árabes
superiores (a cuyos representantes contemporáneos Israel está
cortejando para concluir tratados y de paz y alianzas contra los árabes
pobres y contra los nacionalistas árabes, sí como contra el
pan-arabismo y el “extremismo” islamista). Esta izquierda sionista
se opuso en sus orígenes a los liberales que se aliaron con la
derecha sionista. Sin embargo, la izquierda sionista ha cambiado ahora
para aliarse con los liberales de la sociedad israelí y desde esas
filas es que ha surgido la perversa idea de que los escolares árabes
deben firmar el documento de la independencia nacional sionista.
Desde luego, no atribuyo al
estado sionista todas las maldades concebibles, y mucho menos el poder
de la magia diabólica, como algunos menos familiarizados con la
naturaleza de su proyecto podrían hacer. Ni tampoco confundo mi análisis
sobre el decreto del Ministerio de Educación con las justificaciones
citadas por sus autores. Los liberales sionistas tienen obviamente una
postura diferente de la mía sobre el decreto. Miran la declaración
de independencia, en la cual un párrafo llama a la igualdad de todos
los ciudadanos independientemente de su religión, raza o sexo, como
un documento relativamente progresista, en verdad es así si se lo
compara con la predominante cultura política racista que ha infectado
los colegios y a los jóvenes. Como tal, firmar ese documento se
convierte en un acto iluminado, al revivir los “valores
universales” sobre los que se fundó Israel. Al mismo tiempo, los
liberales que propusieron la idea no serán atacados por ser
“suaves” o “traidores” porque todo lo que ellos tienen que
hacer para probar su lealtad y patriotismo es señalar hacia el texto
sionista más importante.
Cualquiera que sea el valor que
esta justificación tiene, se extiende sólo hasta la batalla que
determina la naturaleza de la cultura dominante entre un publico
israelí judío. Pero eso no cuela en la sociedad árabo-israelí.
Para los árabes, la discriminación no es un fenómeno de progenie
reciente que ha tomado un repentino y peligroso giro con la extensión
de una cultura racista entre los escolares judíos. Existía mucho
antes de la ocupación de 1967, a pesar de todas las santidades, de
boquilla, de la declaración de independencia de Israel. Los liberales
israelíes creen que al apelar a una retirada de los territorios árabes
ocupados en 1967, están pidiendo que Israel vuelva a su naturaleza
original, como si en la etapa anterior a 1967 Israel hubiera sido un
modelo de democracia, derechos humanos e igualdad. Piensan que oponiéndose
a la ocupación están afirmando una primera y mejor ciudadanía. Pero
el hecho es que esa ciudadanía nunca pensó en una igualdad con los
árabes.
Al mismo tiempo que se proclamó
la independencia del estado sionista sobre la tierra de Palestina, la
Haganah (*) se estaba preparando para apoderarse de toda Palestina y
expulsar a todos sus habitantes árabes. Entonces, una vez que se llevó
a cabo el establecimiento oficial del Estado y la provisión de la
declaración de independencia pidiendo la igualdad de todos los
ciudadanos, los árabes fueron puestos bajo la ley marcial y se
aprobaron toda una serie de leyes para confiscar su tierra. De forma
sistemática, se les fue discriminando en todos los aspectos de la
vida.
Permítanme asumir por un momento
el papel de abogado del diablo:
Hasta ahora, Azmi, sólo has
hablado de prácticas sionistas, en tanto que el documento bajo
discusión es magnífico. Sólo porque la práctica se desvía del
texto, ¿por qué tirar al bebé por el agua del water?
En primer lugar, la declaración
israelí de independencia no es una teoría abstracta. Significó
llevar a cabo la proclamación y modelación del proceso de construcción
de la nación sobre la base de sus disposiciones constituyentes,
especialmente la definición del sionismo como movimiento nacional que
tiene como objetivo establecer un Estado sobre la base de un
autoproclamado derecho religioso e histórico basado en las escrituras
bíblicas y en la continuidad “ininterrumpida” de la presencia judía
en Palestina.
¿Y
qué hay del párrafo sobre la “igualdad”?
El documento intentaba también
camuflar la naturaleza de la empresa colonialista sionista y cumplir
con su función. El compromiso con el principio de igualdad fue uno de
los requisitos previos para que Israel fuera aceptado en la ONU. La
declaración de independencia no es una teoría que se torció al ser
aplicada. Fue la proclamación oficial de una visión ideológica que,
de hecho, se ejecutó en la práctica. No sólo era una visión para
erigir un proyecto colonialista sobre las ruinas de la sociedad
palestina, sino que también servía para levantar un Estado en el
cual la afiliación nacional se define por una afiliación religiosa.
Representa claramente, en ese contexto, un rito nacionalista de
transubstanciación; firmar un trozo de papel con bolígrafo significa
una cosa cuando quien la lleva a cabo es un alumno judío y otra
completamente diferente cuando el que realiza es un alumno árabe. En
el primer caso, es una afirmación de la identidad religiosa y
nacional que se unifican en el alumno, en el segundo es una mutilación
psicológica, moral y cultural.
Sólo para refrescar la memoria,
echemos una ojeada a algunos de los párrafos del documento que se
espera firmen los estudiantes árabes e israelíes:
“La Tierra de Israel fue el
lugar de nacimiento del pueblo judío. Aquí se formó su identidad
espiritual, religiosa y política. Aquí obtuvieron por vez primera la
estatalidad, crearon valores culturales de significación universal y
nacional y le dieron al mundo el eterno Libro de los Libros.
Después de ser exiliados a la
fuerza de su tierra, el pueblo conservó su fe a pesar de la Diáspora
y nunca cesó de rezar y confiar en volver a ella para restaurar su
libertad política.
Impulsados por este compromiso
histórico y tradicional, los judíos se esforzaron en todas las
generaciones sucesivas para volver a establecerse en su antigua
patria. En las recientes décadas regresaron masivamente. Pioneros,
inmigrantes y defensores, hicieron que el desierto floreciera,
revivieron la lengua hebrea, construyeron pueblos y ciudades y crearon
una próspera comunidad que controlaba su propia cultura y economía,
amantes de la paz pero sabiendo cómo defenderse a sí misma, llevando
los beneficios del progreso a todos los habitantes del país y
aspirando a una nacionalidad independiente.
En el año 5657 (1897),
convocados por el padre espiritual del Estado judío, Theodore Herzl,
el Primer Congreso Sionista convocó y proclamó el derecho del pueblo
judío al renacimiento nacional en su propio país.
Este derecho fue reconocido en la
Declaración Balfour del 2 de noviembre de 1917…”.
A los estudiantes árabes de
Israel se les pide ahora que refrenden esta negativa de su propia
existencia. Además, cuando lleguen al célebre párrafo sobre la
igualdad, se encontrarán con que está tomado de la visión de los
profetas de Israel y aparece casi como una ocurrencia tardía ante el
derecho al retorno judío:
“El Estado de Israel se abrirá
a la inmigración judía y para la Reunificación de los Exilios;
fomentará el desarrollo del país para beneficio de todos sus
habitantes; se basará en la libertad, justicia y paz como se contempló
por los profetas de Israel; asegurará una igualdad completa de
derechos sociales y políticos para todos sus habitantes,
independientemente de su religión, raza o sexo; garantizará la
libertad de religión, conciencia, lengua, educación y cultura;
protegerá los Santos Lugares de todas las religiones; y será fiel a
los principios de la Carta de Naciones Unidas.”
N.
de la T.:
(*) La Haganah, significa en
hebreo “la defensa”. Fue una organización paramilitar judía
durante la época del Mandato Británico de Palestina, de 1920 a 1948.
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