Entre
la esperanza y el escepticismo
¿Fin
de época en Paraguay?
Por
Pablo Stefanoni, enviado especial a Asunción
Le Monde Diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2007
Por
primera vez en 60 años se abre la posibilidad cierta de que el
Partido Colorado sea desplazado del gobierno en las elecciones
presidenciales previstas para 2008. Pero este cambio no será fácil.
El férreo control estatal que mantiene el oficialismo y las
contradicciones de la oposición conspiran contra esa perspectiva. Un
ex obispo, Fernando Lugo, se perfila como el favorito.
El
29 de marzo de 2006, unos 40.000 paraguayos salieron a las calles de
Asunción con un objetivo preciso: enterrar los sueños
reeleccionistas del presidente Nicanor Duarte Frutos, quien buscaba
habilitar un segundo mandato mediante una enmienda constitucional. La
transición que siguió al derrocamiento del dictador Alfredo
Stroessner en 1989 –por el general Andrés Rodríguez, su
consuegro– fue incapaz de poner en funcionamiento los principios
republicanos en un Estado capturado desde hace 60 años por el Partido
Colorado mediante una activa “política prebendaria de masas” (1).
Pero la sociedad paraguaya se va poniendo lentamente en movimiento, e
intenta quitarse de encima la cultura política moldeada en 35 años
de dictadura. Clientelismo, corrupción masiva, miedo al debate ideológico
y oportunismo resultan la herencia más visible dejada por Stroessner,
aquel hijo de un fracasado hombre de negocios alemán que tomó por
asalto el poder en 1954 y gobernó más de tres décadas bajo una
ficción de democracia, con Parlamento y elecciones maniatadas.
Así,
y con el sistema de partidos fuertemente erosionado, no es casual que
la figura central de aquel acto antirreeleccionista realizado bajo la
consigna “Dictadura nunca más”, fuera un religioso y viniera de
San Pedro, una región poblada por los campesinos más combativos de
Paraguay. Ese día Fernando Lugo comenzó a madurar una decisión que,
meses más tarde, no solamente dio un vuelco en su vida, sino que
cambió el mapa político del país. En diciembre de 2006, ante
100.000 firmas que le pedían que fuera candidato presidencial en
2008, el “obispo de los pobres” colgó la sotana y comenzó a
vestir el traje de político. “Sólo Lugo podrá derrotar al Partido
Colorado”, resumió un editorial del diario ABC Color, el más
influyente de Paraguay… Por las dudas, el candidato emergente comenzó
a usar chaleco antibalas.
Transición
inconclusa
“Caída
la dictadura, se esperaban avances y soluciones en todos los campos,
pero el camino transitado fue el inverso: hubo escasos avances y
muchos retrocesos, a los problemas viejos se sumaron otros”, dice el
periodista Roberto Paredes (2). Con la transición democrática se
desarmó el trípode stronista gobierno-Fuerzas Armadas-Partido
Colorado, y el partido del ex dictador quedó inmerso en una fuerte
pelea interna entre los sectores pro-empresariales, aliados a los
militares con cada vez menos poder, y los representantes de la
poderosa burocracia estatal que, junto con los movimientos sociales,
impidieron el avance del programa de privatizaciones. Es así que las
principales empresas de servicios públicos siguen siendo estatales.
El
asesinato del vicepresidente José María Argaña, en marzo de 1999,
fue una de las expresiones más dramáticas de esta lucha por la
herencia del aparato estatal posdictadura. Un protagonista central en
esta guerra colorada es el ex hombre fuerte del Ejército tras la caída
de Stroessner, el general Lino Oviedo, quien según sus colaboradores
“hizo temblar” al dictador durante el golpe de 1989, cuando lo
encañonó con un fusil y le quitó el seguro a una granada de mano
para forzar su rendición. Luego de su exilio en Argentina –donde
fue protegido por Carlos Menem– y su estadía en Brasil, Oviedo
retornó voluntariamente a Paraguay, donde fue arrestado y condenado
por un tribunal militar a una controvertida pena de 10 años por un
supuesto intento de golpe en 1996. Además, es acusado de ser el autor
intelectual del asesinato de Argaña (3) y de la represión posterior
que concluyó con la muerte de siete jóvenes en las jornadas
conocidas como el “marzo paraguayo”. Sus seguidores dicen que el
general, de tendencias populistas autoritarias, es un “preso político”
y que “lo tienen detenido porque es la figura más popular del país”.
En estos días el Parlamento se prepara para discutir su amnistía, lo
que podría alterar y confundir el escenario político, puesto que
aspira a ser uno de los presidenciables y, en ese caso, competirá por
el mismo espacio político que Lugo. Incluso algunos hablan de una
alianza con el Partido Colorado.
En
cualquier caso, por primera vez los colorados admiten públicamente la
posibilidad de una derrota y agitan todo tipo de fantasmas. El más
audaz fue Duarte Frutos, quien advirtió en junio pasado: “Si la
oposición llega al poder en 2008 se iniciará la más espeluznante
caza de brujas de la historia paraguaya… Los colorados vamos a ser
perseguidos como los judíos en tiempo de Hitler”. Por si acaso, la
última convención partidaria, reunida en abril de este año, dejó
en evidencia la capacidad del ex partido de Stroessner para
“reinventarse” y seguir en el poder. Luego de promover un
anticomunismo a toda prueba durante más de medio siglo, este
partido-Estado pasó a autodefinirse con el oportuno cartel de
“socialista humanista”... al mismo tiempo que Duarte Frutos, en el
marco de un acuerdo energético con Caracas, apoyó entusiastamente el
Banco del Sur y la “voluntad integracionista del presidente (Hugo)
Chávez”. La interna colorada se dirimirá entre la “socialista”
Blanca Ovelar (actual ministra de Educación de Duarte Frutos) y el
vicepresidente Luis Castiglioni, cercano a EE.UU. y al stronismo.
Esta
mezcla de pragmatismo ideológico y férreo control del aparato
estatal hace que predomine un optimismo moderado entre quienes sueñan
con el fin del largo reinado del partido fundado en 1887 por el
general Bernardino Caballero. “La gente quiere un cambio, 60 años
del Partido Colorado es demasiado, ¿no le parece? Pero no va a ser fácil,
ellos controlan el Estado y la gente está acostumbrada al
clientelismo”, dice, mate tereré en mano y mezclando palabras en
guaraní, Verónica Invernizi, dirigente campesina y concejal de
Capiibary (departamento de San Pedro, a 250 kilómetros de Asunción).
Dilema
de hierro
Una
de las debilidades de Lugo es la falta de estructura, a la que algunos
agregan su ambigüedad ideológica. El ex obispo ha señalado: “No
creo en el estatismo ni en la desregulación total”; “Mbytetépe,
poncho yurúicha” (estoy en el centro mismo, como la boca del
poncho), o “en el nuevo Paraguay que hay que construir todos tienen
algo que aportar, incluso los oviedistas y hasta los stronistas”.
Aunque sensatas, esas definiciones dejan abierta una gama demasiado
amplia de programas de gobierno y, sobre todo, de pactos políticos.
El
ex religioso enfrenta un dilema de hierro: si va con la Concertación
opositora, conformada por los partidos Liberal Radical Auténtico,
Patria Querida y Unión Nacional de Colorados Éticos de Oviedo, puede
llegar a la presidencia, pero terminar rehén de la vieja política.
Es casi un hecho la fórmula Lugo seguido por un liberal. Si compite
solo, apoyado por su partido Tekojoja (“Igualdad”, de tendencia
socialdemócrata) y algunos movimientos sociales agrupados en el
Bloque Social y Popular, queda a salvo de ese riesgo, pero un triunfo
en las urnas deviene casi imposible. “Ése es el gran dilema y somos
conscientes de eso. Creo que las fuerzas populares, campesinas, no
tenemos la práctica electoral y lo cierto es que el Partido Liberal
es el único de la oposición con presencia en las 10.000 mesas. Eso
debe garantizarse, porque en democracia se gana el día de las
elecciones”, admite a El Dipló con tono pastoral el ex monseñor en
su comando de campaña en Asunción. Pero matiza:
“Yo
veo un buen ambiente de conversación y niveles de confianza entre los
partidos de la oposición para conseguir el triunfo y, al mismo
tiempo, garantizar un proyecto político, un plan de gobernabilidad y
programas que respondan a los gritos de los más necesitados”. Entre
estos gritos, el ex pastor de la Congregación del Verbo Divino, que
recorrió el país en el marco del ñemonguetá guasú (gran diálogo
con el pueblo), identifica la consolidación de una justicia
independiente para acabar con la corrupción institucionalizada
–algo revolucionario en Paraguay– y una reforma agraria que ponga
fin a “la escandalosa concentración de la tierra” (4).
“Lugo
descansa exclusivamente en su carisma… Creo que acá puede pasar lo
que pasó en México con (Andrés Manuel) López Obrador”, señala
un periodista que trabaja en un organismo internacional y sigue de
cerca los vericuetos de la política paraguaya. Recuerda el triunfo
colorado en las elecciones municipales de fines de 2006 y advierte
que, pese a su crisis, su aparato electoral sigue gozando de buena
salud. “Nosotros sabemos que Lugo no es ni será de izquierdas. En
San Pedro buscaba conciliar intereses de clase contrapuestos. Pero
creemos que la contradicción principal es el desalojo del poder del
Partido Colorado, mientras avanzamos en la recuperación del
movimiento popular”, explica Ernesto Benítez, dirigente del
Movimiento Campesino Paraguayo y de Convergencia Popular Socialista.
La
última carta del gobierno para frenar a Lugo, sobrino de un dirigente
colorado disidente que murió exiliado en Argentina, es impugnar su
candidatura con el argumento de que los eclesiásticos no pueden ser
candidatos ya que el Vaticano –ante su carta de renuncia– le
recordó que el sacramento del obispado es de por vida. De prosperar,
esta lectura introduciría una peligrosa confusión entre el derecho
estatal y el canónico. “La problema político cállepe ya arreglá”
(es un problema político y se arregla en la calle), contrarrestó el
referente opositor desde Buenos Aires, donde fue recibido por el
presidente Néstor Kirchner a instancias de la líder de Madres de
Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini.
“Invasión
brasileña”
El
Paraguay actual no explota masivamente el tanino (quebracho colorado)
que esclavizó a miles de campesinos en las haciendas y el centro de
su actividad económica ya no es la producción forestal o yerbatera.
Aunque esos productos fueron parcialmente reemplazados, la lógica del
enclave regresó, de manera tan o más perversa, con un nuevo cultivo
estrella: la soja. Su producción –equivalente al 10% del PBI y al
40% de las exportaciones paraguayas– es indisociable de lo que los
campesinos, e incluso varios sacerdotes, denominan la “invasión
brasileña”. Según una estimación del investigador Sylvain
Souchaud, el número de brasileños y sus descendientes –llamados
popularmente “brasiguayos”– en Paraguay se acerca al medio millón
(5) y torna en una ficción la soberanía paraguaya en vastas zonas de
sus fronteras, transformadas de facto en territorios controlados por
los colonos extranjeros.
La
primera ola de penetración capitalista en la agricultura campesina se
sitúa en los años ’70, con la expansión de “pioneros” desde
los estados del sur de Brasil, con el visto bueno de Stroessner. En su
subordinación al Planalto, el dictador les atribuía un papel
modernizador en el agro paraguayo. Una segunda ola –según los
campesinos, más devastadora– se produjo a comienzos del siglo XXI
de la mano de la soja genéticamente modificada. Sin tierras fiscales
disponibles, la frontera de la soja se expandió a costa de las
tierras campesinas e indígenas, campos ganaderos y lo que queda de
bosques. Entre 1995 y 2006, la extensión sembrada con soja casi se
cuadruplicó, pasando de 735.000 a 2.400.000 de hectáreas,
equivalentes a casi el 25% de la superficie cultivable. Con la
derogación en los ’60 de la “franja de seguridad” que impedía
a los extranjeros comprar tierras en la frontera, la expansión de la
soja en Paraguay avanza de forma incontenible de la mano del poderoso
complejo sojero brasileño, segundo productor mundial después de
Estados Unidos. Del gigante vecino –acusado a diario de
“subimperialismo” por medios como ABC Color– proviene el
capital, la tecnología y los productores, aprovechando las ventajas
comparativas paraguayas, como la fertilidad y el menor precio de la
tierra (6). Son corrientes las denuncias de que en regiones de
frontera predominan la ley y las costumbres brasileñas, en el marco
de la doctrina expansionista de las “fronteras vivas” elaborada en
los años ’50 por el teórico de la seguridad nacional brasileño
Golbery do Couto e Silva.
Se
trata de un modelo de economía de enclave agroexportador, con fuerte
tendencia a la expulsión de mano de obra rural, por ser producciones
intensivas en capital, y a la concentración de la tierra: según
datos censales, el 77% de la tierra está en manos del 1,2% de las
explotaciones. “Esta agricultura sin campesinos está generando una
nueva oleada de luchas, el poder real en Paraguay lo tienen quienes
detentan la propiedad de la tierra. La historia de Paraguay es la
historia de la concentración de la tierra y el despojo de los
campesinos. La primera etapa fue después de la guerra de la Triple
Alianza, cuando se entregaron las tierras a empresas extranjeras; otra
fue durante la dictadura de Stroessner, que regaló tierras a
generales, políticos y hasta a amantes; ahora luchamos contra la
expansión indiscriminada de la soja transgénica y estamos atentos
frente a los agrocombustibles”, resume Luis Aguayo, líder de la
Mesa Coordinadora Nacional de Organizaciones Campesinas (MCNOC).
Aguayo se define como un continuador de las famosas Ligas Agrarias de
los años ’70, desarticuladas por las Fuerzas Armadas, y cree que la
dictadura del “Doctor Francia” (1816-1840) y el
“desarrollismo” de Carlos Antonio López (1844-1862) fueron los únicos
momentos de autonomía de Paraguay, truncados por la guerra contra
Brasil, Argentina y Uruguay (7).
La
preocupación campesina parece justificada. Semanas atrás, el
presidente brasileño Inácio Lula Da Silva aterrizó en Asunción
–por primera vez en su mandato– para sumar a Duarte Frutos al
frente de los biocombustibles que promueve Brasilia. Frutos dijo a
“los empresarios amigos de Brasil” que “Paraguay tiene
inmejorables condiciones para la inversión en el campo de la producción
de etanol y biodiesel; tenemos tierras, mano de obra interesante,
grandes espacios para la exploración, para la imaginación y para el
talento de los empresarios… Tenemos probablemente los impuestos más
atractivos para la instalación de capital en nuestro país”. Y
agregó: “Quiero decirles que si Brasil, en el siglo XXI, puede
convertirse en los Emiratos Árabes del biocombustible, por qué
Paraguay no podría ser Kuwait”.
“Sería
factible utilizar el cocotero o el tártago, que son producciones
campesinas, en la producción de biodiesel, pero todo tiende a la
producción de etanol, en base a caña de azúcar y maíz, y al
biodiesel de la soja … están pensando en construir un alcoducto.
Ese modelo agravaría aún más el monocultivo y el éxodo rural”,
opina el sociólogo Tomas Palau, director del centro
Base-Investigaciones Sociales. Mediante desmonte, fumigaciones masivas
y presiones mafiosas, los “pioneros” brasileños, apelando a pequeños
ejércitos paramilitares, van arrinconando, o expulsando, a miles de
campesinos. Unos optan por el éxodo hacia las periferias marginales
de Asunción, Ciudad del Este o Encarnación, o por abandonar el país
rumbo a Argentina, España o Estados Unidos (8). Otros por dar batalla
a través de la resistencia institucional –con aliados como la
Iglesia Católica– o mediante la acción directa, desde bloqueos
hasta quema de plantaciones, para frenar la expansión de los colonos.
Un
artículo del diario ABC Color del 10-11-04 da cuenta del envío de
130 efectivos del II Cuerpo del Ejército a la localidad de Guairá
“para garantizar los cultivos de soja” y actualmente el Parlamento
promueve una modificación del código penal que podría elevar los
cortes de ruta al rango de “terrorismo”. Unos 3.000 dirigentes
sociales están condenados a prisión, aunque en libertad condicional.
Por
estos días, hay otros motivos de tensión potencial con Brasil, como
la renegociación del acuerdo de la represa binacional Itaipú
–considerado “entreguista” por algunos sectores políticos,
incluidos partidarios de Lugo– y la construcción de un muro
fronterizo de 1,5 kilómetros de largo y 3 metros de altura en la
ribera del río Paraná, para contrarrestar el contrabando que ingresa
al país desde Ciudad del Este a través del Puente de la Amistad.
Asunción-Bogotá
Bajo
Sroessner, Paraguay se jactaba de ser “junto a Corea del Sur y Taiwán,
los principales abanderados de la lucha anticomunista internacional”
y es quizás el único país occidental que construyó un monumento y
bautizó una avenida en honor al “generalísimo” anticomunista
taiwanés Chiang Kai Shek (9). Esa posición del régimen stronista
selló una alianza de largo aliento con Estados Unidos durante la
Guerra Fría, que recién se rompió en 1989, cuando la embajada
estadounidense en Asunción bendijo el golpe del general Rodríguez y
blanqueó las acusaciones de narcotráfico que pesaban sobre él. Así
se renovó el papel de Paraguay como el más fiel aliado de Estados
Unidos en la región. En 2005, el Parlamento paraguayo otorgó
inmunidad diplomática a las tropas estadounidenses –que venció en
diciembre de 2006– para la operación “Medretes”, cuyo objetivo
es supuestamente la atención médica de sectores carenciados, entre
los cuales se escucharon quejas de que “sólo nos dan analgésicos”.
Paralelamente, se amplió la pista de aterrizaje de la localidad de
Mariscal Estigarribia: sus 3.800 metros permiten ahora el aterrizaje
de aviones gigantes como los bombarderos B-52 o los Galaxy, de
transporte de tropas y material de guerra. Pese a que el gobierno
paraguayo niega que ésta sea una “base estadounidense”,
observadores internacionales han confirmado la presencia de
funcionarios de alto rango de Estados Unidos, incluido el Embajador de
ese país. Todas las especulaciones se basan en el carácter estratégico
de esta región del Chaco paraguayo, ubicada junto al acuífero Guaraní
–el tercero de agua dulce del mundo–; cercana a corredores
interoceánicos como la hidrovía Paraguay-Paraná y a escasos 250 kilómetros
de las principales reservas de gas bolivianas, las segundas de Sudamérica
después de las venezolanas (10). El Chaco es también sede de las más
numerosas colonias de menonitas, cuya iglesia cuenta con la adhesión
de varias figuras del gobierno de Duarte Frutos, entre ellas la
primera dama María Gloria Penayo. Trascendió, incluso, que el propio
mandatario analizó la posibilidad de ser bautizado en la Iglesia Raíces,
de los seguidores del reformador holandés Meno Simons.
“Estamos
condenados a ser la Colombia del Cono Sur”, dice Palau, y recuerda
que en los últimos años se profundizaron las relaciones entre Asunción
y Bogotá, sobre la base de que ambas naciones enfrentarían la misma
trilogía de amenazas: narcotráfico, secuestros extorsivos y
terrorismo. La cooperación es más intensa en el campo de las políticas
antisecuestros, especialmente después del brutal secuestro y
asesinato de Cecilia Cubas (hija del ex presidente Raúl Cubas) en
febrero de 2005. La tesis oficial habla de una acción concertada
entre el grupo paraguayo Patria Libre y las Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia (FARC). “Ese hecho sirvió de excusa
para criminalizar las luchas sociales… hasta se intentó asociar
indirectamente a Fernando Lugo”, dice Raquel Talavera, abogada que
representó a organismos de derechos humanos en una reciente audiencia
pública en el Congreso paraguayo, de la que participaron todas las
organizaciones campesinas, la “vanguardia” de la lucha social
democrática.
“La
gente quiere un cambio. Hay un auge del debate público, se siente la
incidencia de la coyuntura regional, ¿por qué Bolivia, Venezuela,
Ecuador, y nosotros no?”, se pregunta Benítez, en la sede campesina
de Asunción, varias veces allanada por las fuerzas de seguridad.
La
pregunta puede tener muchas respuestas. Lo cierto es que esta “isla
rodeada de tierra” –como Augusto Roa Bastos definió a Paraguay–
que alguna vez atrajo a fanáticos racistas como Bernhard Förster, cuñado
del filósofo Friedrich Nietzsche, para fundar colonias arias
“puras”; que fue sede del primer partido nazi fuera de Alemania y
albergó a Josef Mengele; que dio refugio a ex combatientes franceses
ultraderechistas de Argelia, como George Watin, inspirador del film El
día del chacal, hoy comienza a recibir los vientos de cambio
continentales (11). O al menos, una brisa suave.
Notas:
1
Hugo Richer, “Paraguay: crisis y expectativa de cambio”, OSAL, Nº
21, Buenos Aires, septiembre-diciembre de 2007.
2
Véase su libro ¿A dónde va Paraguay?, edición propia, Asunción,
2007.
3
Versiones publicadas en la revista brasileña Isto é y el diario
paraguayo ABC Color sostienen que se fraguó un atentado luego de la
muerte accidental de Argaña.
4
Lugo se extendió sobre el tema en una entrevista con Mercedes López
San Miguel, Página/12, Buenos Aires, 18-6-07.
5
Sylvain Souchaud, “Dinámica de la agricultura de exportación
paraguaya y el complejo de la soja: una organización del territorio
al estilo brasileño”, en Ramón Fogel y Marcial Riquelme (comp.),
Enclave sojero, merma de soberanía y pobreza, Centro de estudios
rurales interdisciplinarios, Asunción, 2005. Desde fines de los
’90, los colonos brasileños se expandieron a zonas alejadas de la
frontera, como los departamentos de San Pedro, Caaguasú o Misiones.
6
Ramón Fogel, “Efectos socioambientales del enclave sojero”, en R.
Fogel y M. Riquelme (comp.), op. cit. Véase, también, Tomás Palau
(compilador), Avance del monocultivo de soja transgénica en el
Paraguay, Universidad Católica, Intermon-Oxfam, Ceidra, Asunción,
2004.
7
Sobre este tema, véase Jorge Rubiani, Verdades y mentiras sobre la
guerra de la Triple Alianza, edición del autor, Asunción, 2007.
8
Los brasileños acusan a menudo a los campesinos paraguayos de
“haraganes” que “sólo sirven para tomar tereré” y de buscar
invadir sus tierras productivas. En 2006, las remesas de los migrantes
ascendieron a 600 millones de dólares.
9
Rogelio García Lupo, Paraguay de Stroessner, Ediciones B, Grupo
Editorial Z, Buenos Aires, 1989.
10
Informe “Misión internacional de observación en Paraguay”,
editado por Campaña por la desmilitarización de las Américas, julio
de 2006. Véase también Elsa Bruzzone, “El agua potable: nuevo
recurso estratégico del siglo XXI: el caso del acuífero Guaraní”,
Centro de Militares para la Democracia,
www.iade.org.ar/modules/noticias/article.php?storyid=798.
11
Rogelio García Lupo, op. cit.
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