Para luchar por la recomposición del
marxismo revolucionario
Es necesaria una nueva corriente
internacional
Socialismo
o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004
I
Con la caída del Muro de Berlín, las
transformaciones del capitalismo conocidas bajo el nombre inexacto de «globalización»
y las luchas políticas y sociales de comienzo del siglo XXI, se ha ido
abriendo un nuevo ciclo histórico de la lucha de clases mundial, y
que configura también un nuevo ciclo en la experiencia de la vanguardia y
de las corrientes revolucionarias (en su gran mayoría provenientes del
movimiento trotskista).
Así, en el presente ciclo se ha abierto un proceso
de recomposición del movimiento obrero y los movimientos sociales, y por
lo tanto, de los revolucionarios.
II
Hablamos de nuevo ciclo histórico porque las
coordenadas de la lucha de clases mundial han cambiado en relación a la
primera y la segunda mitad del siglo XX.
Creemos que en los últimos cien años
podemos identificar tres ciclos históricos mundiales de la lucha de
clases:
1) Desde la Primera Guerra Mundial de
1914-18 y la Revolución Rusa de 1917 hasta la Segunda Guerra Mundial de
1939-45.
2) Todo el período de la segunda posguerra
hasta la caída del Muro de Berlín y el fin de la Unión Soviética
(1989-1991).
3) El ciclo actual, a partir de la caída
del Muro de Berlín, el avance de la mundialización del capital y los
procesos de lucha y resistencia en curso.
III
Este nuevo ciclo se ha venido configurando
alrededor de coordenadas políticas, sociales y económicas distintas a
las que caracterizaron la primera y la segunda mitad del siglo XX.
Generalmente, en la actualidad, la irrupción
de movimientos de lucha se presenta combinada con fuertes elementos de
democracia de base. Pero la generalidad de estos movimientos son aún
híbridos desde el punto de vista de clase y están marcados por la
continuidad de una crisis de subjetividad y de la alternativa
socialista al capitalismo. Estos rasgos y problemas tienen que ver en
gran medida con las consecuencias contradictorias heredadas de los
procesos políticos, económicos y sociales del siglo XX, tras la caída
del Muro de Berlín.
Por un lado, el derrumbe del fraudulento «socialismo»
burocrático alimentó, entre las masas y en sectores importantes de la
vanguardia, la falsa idea del «fracaso del socialismo» o, por lo menos,
de la imposibilidad de ir más allá de los límites del capitalismo en
el actual período histórico.
Esta crisis de la alternativa socialista
al capitalismo sigue influyendo negativamente en varios sentidos. Ella
explica la paradoja de que en una etapa en que el capitalismo no puede ni
quiere otorgar concesiones importantes (especialmente en los países de la
periferia), existen sin embargo fuertes corrientes reformistas, nuevas y
viejas. Y, ante los desastres sociales, las diversas variantes de «antineoliberalismo»
tienen éxito en vender la fábula de «otro capitalismo» mejor y más
humano.
Esta crisis de la alternativa socialista ha
influido poderosamente para contener y sectorializar las
luchas en general y tratar de que no se profundicen en un sentido de
clase y anticapitalista, y, especialmente, para impedir que las
grandes rebeliones que han marcado los inicios del siglo XXI se
transformen en auténticas revoluciones; es decir, que adquieran una
dinámica conscientemente obrera y socialista, de combate por el
poder.
IV
El correlato social de estos problemas políticos
es el mencionado carácter socialmente «híbrido» y confuso de
muchos de estos movimientos, luchas y rebeliones, porque no es aún la
clase obrera (especialmente la que tiene trabajo) la que está en el
centro de estos procesos.
El capitalismo globalizado ha extendido como
nunca y a escala mundial el sistema del trabajo asalariado. Pero genera,
simultáneamente, una clase trabajadora más heterogénea y fragmentada,
junto a enormes sectores de desempleados y/o excluidos. Al mismo tiempo,
estas transformaciones estructurales se han combinado con la crisis ideológica
y política de los movimientos obreros heredados del siglo pasado, y con
el paso total de sus burocracias al campo del capitalismo, que terminó de
consumarse tras la caída del Muro.
Sin embargo, es un hecho que el capitalismo
sigue estructuralmente asentado en la explotación de la clase trabajadora
asalariada, que continúa siendo la única fuente de plusvalía. Y es un
hecho también que, al mismo tiempo que destruye ramas completas de la
economía (e incluso países enteros) y genera el fenómeno tremendo del
desempleo de masas, el desarrollo contradictorio de la fuerzas productivas
genera otros grandes batallones de la misma clase trabajadora (como
es el caso de China, India, etc), así como crea nuevas ramas de la
producción en otros tantos países. Estos batallones son el componente
fundamental de la nueva clase trabajadora que irrumpe a comienzos
del siglo XXI, que deberá tomar a su cargo la tarea de lograr la
unidad de las filas obreras mediante una estrategia de unidad de clase que
le permita, a la vez, disputar la hegemonía sobre el resto de los
sectores explotados y oprimidos.
V
Este cambio histórico trajo también
consecuencias ampliamente positivas, que con más retardo hoy comienzan a
desplegarse. Las luchas y movimientos traen consigo fuertes impulsos a
la democracia desde abajo y de rechazo a las tutelas burocráticas
que encuadraron los procesos del siglo pasado.
La bancarrota del estalinismo como aparato
mundial ha dejado el terreno cualitativamente más despejado al
marxismo revolucionario. Hoy, aunque no constituya partidos con
influencia de masas y su peso se dé esencialmente en la vanguardia, el
marxismo revolucionario ha dejado de ser marginal, en el sentido en
que lo era cuando los movimientos obreros y sociales estaban rodeados de
murallas burocráticas casi impenetrables.
Todos estos cambios y factores, luchas
sociales y experiencias políticas, sumados a la necesidad de hacer frente
a un capitalismo que engendra situaciones cada vez más insoportables,
genera en muchos países procesos de recomposición dentro de la
clase trabajadora y las masas populares, de los movimientos obreros y
sociales, que se manifiestan inicialmente sobre todo como procesos en
la vanguardia.
VI
Este proceso de recomposición también ha
relanzado el debate estratégico en el ámbito de la vanguardia. Ha
puesto nuevamente sobre la mesa las siguientes cuestiones: el debate sobre
reforma o revolución; el problema del poder de los trabajadores; el de la
centralidad de la clase obrera en la transformación social y sus
relaciones con otros sectores explotados y oprimidos; el de la construcción
de partidos y/o movimientos y de sus relaciones mutuas; el problema de la
hegemonía; el balance de las revoluciones del siglo XX, etc.
Esa problemática teórica y política y de
estrategia revolucionaria vuelve a desarrollarse en el seno de la
vanguardia ante la necesidad de dar respuestas en una situación en la
que, por un lado, se vuelven a poner sobre la mesa muchas de las
cuestiones clásicas de la estrategia revolucionaria, y, por el otro,
esto se da en un contexto y condiciones que exigen una renovación y
actualización del marxismo revolucionario de cara al siglo XXI.
VII
En las condiciones de este nuevo ciclo histórico,
estamos en un momento preparatorio y/o transitorio de la lucha de
clases internacional, uno de cuyos rasgos fundamentales es
precisamente el inicio de esos procesos de recomposición, marcados por
fenómenos «híbridos» en su carácter de clase, pero que constituyen
progresos políticos sobre todo a nivel de la vanguardia. Esto asume
formas muy diferentes y desiguales en los países y regiones, y se
encuentra muy relacionado con las luchas y/o las experiencias políticas
de las masas y la vanguardia.
Estos procesos de lucha y resistencia han
tenido como principales puntos de referencia a los movimientos llamados «altermundistas»
o «antiglobalización» (con centro de gravedad en Europa), luego a los
movimientos contra la guerra en esas mismas regiones, y en América
Latina, a rebeliones como las de Ecuador, Argentina y Bolivia y a diversos
«movimientos sociales» y de trabajadores, que puede decirse que
constituyen las «primeras revoluciones» del siglo XXI.
Aunque en forma muy desigual, se ha
verificado una intervención militante y un peso de las corrientes
marxistas revolucionarias en la vanguardia de esos procesos europeos y
latinoamericanos.
En Europa, un ejemplo ha sido el rol jugado
por el SWP del Reino Unido en la conformación del movimiento antiguerra.
En América Latina, el principal ejemplo es quizá el peso del trostkismo
en la vanguardia del Argentinazo, especialmente entre los movimientos de
desocupados (piqueteros), así como en el movimiento de fabricas
recuperadas. Y, últimamente, en los núcleos de oposición antiburocrática
en sectores de trabajadores ocupados, cuya experiencia mas importante
hoy es la que encarna el Cuerpo de Delegados del Subte (metro) y el
impulso de la campaña por la jornada de 6 horas. Incluso en un país
como Brasil, donde no se han producido aún rebeliones como las
mencionadas ni tampoco un gran ascenso de las luchas obreras y populares,
distintas corrientes del trotskismo tienen una importancia fundamental en
los procesos de recomposición política y sindical que se han iniciado a
la izquierda del PT y la CUT. En Venezuela, donde se desarrolla la
experiencia peculiar de reeditar el nacionalismo burgués en las
condiciones de globalización capitalista, la casi totalidad de los
marxistas revolucionarios, como el resto de la izquierda, se ha
subordinado políticamente a Chávez. En este marco, a nivel sindical,
dirigentes obreros que se reivindican de la tradición del trotskismo han
tenido un rol fundamental en la formación de una nueva central sindical.
La invasión de Iraq dio origen, por un
lado, a un gran movimiento contra la guerra, principalmente en Europa y
EEUU, y, por el otro, a una rebelión nacional contra la ocupación
imperialista. Como dijimos, el trotskismo ha jugado también un gran papel
en la vanguardia del movimiento antiguerra, aunque no en la resistencia
iraquí. Por diversos motivos, que se remontan al siglo pasado, el
marxismo revolucionario nunca pudo lograr una acumulación mínima en los
países árabes de esa región.
Pero, más allá de esta importante
desigualdad, el hecho es que las corrientes marxistas revolucionarias
hoy tienen una ubicación que no es la de la marginalidad en que
generalmente estuvieron durante la mayor parte del siglo XX.
Estamos, entonces, en un nuevo terreno más
favorable. Pero al mismo tiempo, esto nos plantea crecientes
responsabilidades políticas y mayores exigencias.
VIII
Los grandes cambios de este nuevo ciclo histórico
y los procesos de recomposición que se presentan en los movimientos
obreros y sociales han planteado también el comienzo y al mismo tiempo la
necesidad de una recomposición del marxismo revolucionario.
Se trata de la apertura también de un nuevo
ciclo en las corrientes revolucionarias. Esto es lo que explica los
elementos de crisis y rupturas, de búsqueda y de reagrupamiento de las
corrientes, que se han venido sucediendo.
En los dos textos que siguen a este artículo,
hemos tratado de hacer un análisis y un balance de los problemas teóricos
y políticos que plantearon al movimiento trotskista las revoluciones de
la segunda mitad del siglo pasado, y que determinaron las diferentes
corrientes en que se canalizó el marxismo revolucionario. El nuevo período
histórico ha determinado un escenario profundamente distinto.
Por un lado, las diferencias que marcaron
esas divisiones hoy pueden reexaminarse bajo una nueva luz. Por el
otro, la lucha de clases en este nuevo ciclo genera también nuevos
problemas teóricos, políticos y programáticos, que apuntan hacia
delimitaciones distintas de las que se configuraron en la posguerra.
Este proceso de recomposición del marxismo
revolucionario no es sin embargo rápido ni fácil. Presenta una variedad
de dificultades y obstáculos.
Están, por ejemplo, los problemas en el
terreno de los que ven como posible y necesaria una recomposición. Allí,
las dificultades van desde una concepción de la recomposición como
establecimiento de relaciones diplomáticas entre las corrientes
hasta la existencia de sectores que, en una deriva oportunista, han
borrado las fronteras políticas y de clase con el «antineoliberalismo»
que sólo postula otro capitalismo más humano.
No menores son los problemas que se
presentan entre las organizaciones sectarias con fuerzas en algún
país y con pequeños grupos afines en otras latitudes, que se consideran
los «únicos marxistas revolucionarios» del planeta y que caracterizan
al resto como «centristas» más o menos degenerados o directamente
contrarrevolucionarios. Pero es evidente que el problema de la recomposición
del marxismo revolucionario no se puede reducir al simple expediente del
crecimiento numérico de la propia «Internacional» y a la descalificación
de las demás corrientes. Ese camino no puede conducir a ningún lado.
Sin embargo, pese a sus dificultades, el
proceso está abierto y hay condiciones para llevarlo adelante, sobre todo
si el desarrollo de la lucha de clases influencia positivamente. Pensamos
que esto obliga (en cada caso) a hacer «el análisis concreto de la
situación concreta», esto es, proceder metodológicamente mediante el análisis
de cada corriente que se reivindica socialista revolucionaria, así como
precisando el sentido general de su evolución. Porque grandes
acontecimientos de la lucha de clases pueden influir sobre ellas (o parte
de ellas) para modificarlas en un sentido progresivo (o regresivo).
Asimismo, creemos que un genuino proceso de
recomposición no puede ser «eurocéntrico» (o más
concretamente, anglo-francés), sino que, por el contrario, debe ser una
confluencia desde las distintas regiones del mundo donde el marxismo
revolucionario tiene un peso objetivo en la vanguardia, como es el caso,
además de Europa, sobre todo del Cono Sur de América Latina.
IX
Por todas estas razones, para pelear e
intervenir en este proceso de recomposición del marxismo revolucionario,
creemos necesaria la constitución de una nueva corriente internacional.
En este sentido, la constitución de una
corriente a partir de militantes de Argentina, Brasil y Bolivia tiene
también el objetivo de aportar a la recomposición internacional
nuestras experiencias en tres procesos de importancia para los
revolucionarios del siglo XXI: el Argentinazo de diciembre del 2001, la
rebelión de octubre de 2003 en Bolivia y los reagrupamientos políticos y
sindicales de la vanguardia brasileña tras el fin de la «era PT».
Nos ubicamos en un punto de vista que
combina dos determinaciones en el terreno teórico, político y de
programa. Por un lado, la de recuperar los elementos clásicos de la
tradición revolucionaria, principalmente del leninismo y el
trotskismo. Por el otro, la de impulsar la necesaria renovación y
reelaboración del marxismo revolucionario a partir de las experiencias de
la lucha de clases del siglo XX y de las transformaciones de este nuevo
período histórico.
Como puntos principales del perfil de esta
nueva corriente internacional, proponemos los que desarrolamos a
continuación.
X
Socialismo o barbarie capitalista.
El sistema capitalista mundial ha entrado en
una fase histórica cada vez más degenerativa. En el actual sistema económico-social,
el desarrollo de las fuerzas productivas tiende a convertirse en su
contrario, en fuerzas destructivas que están poniendo cada vez más en
peligro la supervivencia de la humanidad y hasta de la misma naturaleza,
aunque al mismo tiempo tiende también a crear, en determinados países y
ramas de la producción, la nueva clase trabajadora que pueda ser
la sepulturera de este sistema cada vez más bárbaro.
El socialismo es la única alternativa
posible a la creciente barbarie capitalista, que amenaza destruirlo todo.
Afirmamos que la única salida para la humanidad es el derrocamiento de
todo el orden social existente, para iniciar la transición a un nuevo
sistema mundial, un sistema socialista, sin explotadores ni explotados.
Pero aquí enfrentamos un serio problema.
Como ya señalamos, la burocratización de las grandes revoluciones del
siglo XX, en primer lugar de la revolución rusa, y finalmente el
desastroso derrumbe de la ex URSS y la conversión de la burocracia de
China al capitalismo fueron celebrados por la burguesía como el fracaso
histórico del socialismo, pero también impactó en la conciencia de las
masas. Millones de trabajadores y explotados tomaron la bancarrota del
falso «socialismo» de los burócratas estalinistas como la imposibilidad
de establecer otro sistema social distinto del capitalismo.
Este fenómeno, que hemos definido como de «crisis
de la alternativa socialista al capitalismo», es el problema ideológico
y político más grave que enfrentamos, y tiñe el conjunto de los
procesos revolucionarios, los movimientos sociales y las grandes luchas
del presente. Arrecian el descontento, las críticas y especialmente las
luchas que enfrentan al capitalismo. Pero aún la mayoría no tiene claro
un proyecto alternativo de con qué reemplazarlo. Le es difícil ver más
allá del horizonte del capitalismo.
Sin embargo, contradictoriamente, el
derrumbe de las falsas caricaturas burocráticas, por un lado, y las
calamidades del capitalismo y las luchas contra ellas, por el otro,
abrieron al fin la posibilidad de reconstruir una perspectiva
socialista auténtica, de relanzar la lucha por el socialismo.
Aprendiendo de las duras lecciones del siglo XX, hay cada vez mejores
condiciones para luchar por la democracia directa, desde abajo, de los
trabajadores y las masas, por su autodeterminación y autoorganización
por intermedio de sus organismos, programas y partidos. Así, el
relanzamiento del combate por el socialismo se plantea como lo opuesto a
las repugnantes caricaturas burocráticas que frustraron las revoluciones
del siglo XX. O sea, retomar la lucha por el socialismo como construcción
libre, consciente y autodeterminada de los trabajadores y las masas
populares.
XI
Revolución o reformismo sin reformas.
Rechazamos de plano la falsedad de que el
presente capitalismo «salvaje» y «neoliberal» puede ser reformado, y
que sería posible «otro capitalismo», más «humano» y «civilizado».
Sobre esta base, pensamos que las corrientes marxistas revolucionarias
debemos delimitarnos con absoluta claridad de todas las corrientes políticas
y/o intelectuales que se dicen «antineoliberales», pero no
anticapitalistas ni menos aún socialistas. Una cosa es la eventual unidad
de acción por puntos específicos –deuda del Tercer Mundo, oposición a
la guerra imperialista, etc.–; otra, la adaptación permanente a ellas y
a su discurso de que «otro mundo es posible», dándose por
sobreentendido que es posible otro capitalismo.
Como ya señalamos, el final del falso «socialismo»
burocrático en la ex URSS fue usado por la burguesía mundial para
convencer a millones de trabajadores que no es posible ir más allá del
capitalismo. Esta crisis de la alternativa socialista al capitalismo ha
sido aprovechada por las corrientes reformistas, que se dicen «antineoliberales»
y que prometen un capitalismo «humanizado». Esta es la ideología y el
programa de los dirigentes del Foro Social Mundial, que se presentan como
«antiliberales» pero nunca como anticapitalistas.
El máximo ejemplo de este nuevo reformismo
ha sido el PT de Lula. Pero, con Lula presidente, se acabó la verborrea
«antiliberal». Brasil es un test de alcances mundiales, donde el
reformismo «antineoliberal» ha demostrado ser un fraude. Bajo las órdenes
del FMI y la burguesía brasileña, el PT administra fielmente el
capitalismo neoliberal y salvaje. No ha efectuado ninguna reforma en
beneficio de los trabajadores, que están cada vez peor, y por el
contrario ha profundizado su curso antiobrero. Es el «reformismo sin
reformas», porque hoy el capitalismo no está en condiciones de hacer
concesiones importantes, más allá de algunas limosnas para atenuar el
hambre... y las protestas de los hambrientos.
Una de las peores consecuencias de esta
capitulación al (falso) reformismo «antineoliberal» es que una
corriente del trotskismo –Democracia Socialista– participa con un
ministro en el gobierno Lula. Esta traición incalificable pretende
ser «barrida bajo la alfombra» por los dirigentes del SU de la IV
Internacional y de la LCR francesa. Repudiar categóricamente el «ministerialismo»
como una traición nos parece una condición imprescindible para
que pueda avanzarse en la recomposición internacional del marxismo
revolucionario.
XII
O la «democracia» de los ricos o el poder
para los trabajadores.
Con el dogma de que no se puede ir más allá
del capitalismo, se ha
infundido también en este nuevo ciclo histórico la idea de que no puede
haber régimen político superior a la «democracia» (burguesa). Pero
luego de más de dos décadas de esa falsa «democracia» en América
Latina, las masas trabajadoras y los pobres estamos peor que nunca. Y
hasta en los mismos países imperialistas de Europa, EEUU y Japón, la «democracia»
de los ricos sólo ha servido para ir recortando conquistas históricas de
la clase obrera. La conclusión es que las masas trabajadoras no pueden
mejorar su situación, ni menos aún lograr un cambio social radical, si
no toman y ejercen el poder por intermedio de sus organismos, partidos y
programas.
Una larga experiencia –ratificada una vez
más por la estafa de Lula en Brasil– pone en evidencia los tramposos
mecanismos de la «democracia» de los ricos, que en los países
latinoamericanos es además una «democracia» colonial donde los
que mandan son en primer lugar el FMI, las multinacionales y la embajada
de EEUU.
Sólo tomando y ejerciendo el poder, a través
de sus organismos democráticos de masas y sus partidos, los trabajadores
podrán imponer las medidas anticapitalistas imprescindibles para
satisfacer sus necesidades. Por ese motivo, en todos los procesos de lucha
y, en especial, en los revolucionarios, nuestra preocupación fundamental
es que las masas desarrollen sus propios organismos de lucha,
independientes del estado burgués, a partir de los cuales podrán erigir
un poder propio.
Por los mismos motivos, también nos
distinguimos tajantemente del llamado «autonomismo». Estas corrientes de
moda en Europa y América Latina, aunque suelen presentarse como
revolucionarias y a veces encabezan luchas importantes, sostienen que es
posible «cambiar al mundo sin tomar el poder» (y sin construir partidos
revolucionarios de la clase obrera). Como salida, proponen construir, en
los márgenes de la sociedad capitalista y sus Estados, especies de «islas»
o «microsociedades», donde supuestamente se superarían la explotación
y la opresión, y que, en estas condiciones, terminan siendo nuevos ámbitos
de administración de la miseria. El zapatismo mexicano es uno de
los prototipos mundiales de esta corriente.
Rechazamos la utopía reaccionaria de que se
pueda «cambiar al mundo», al mismo tiempo que se deja en manos del gran
capital la propiedad de las principales fábricas y tierras, y el poder
político del Estado. Con Lenin, afirmamos: «fuera del poder, todo es
ilusión».
XIII
Estamos en la primera fila de las luchas
contra el imperialismo y la recolonización de América Latina, pero
planteamos la total independencia respecto a los movimientos nacionalistas
como el de Chávez.
Parte fundamental del curso degenerativo y
destructivo del capitalismo mundial es la catástrofe económico-social de
la periferia, donde vive el 85% de la humanidad. América Latina comparte
este desastre. Para mejor exportar su crisis, el imperialismo quiere
profundizar el sometimiento semicolonial de los países latinoamericanos.
Ya no le basta que el FMI, las multinacionales y las embajadas de los países
imperialistas, en especial de EEUU, actúen como otros tantos
superpoderes. Ahora, con el ALCA, EEUU pretende dar un salto cualitativo
en la colonización.
En esa situación, el combate
antiimperialista (como la defensa del gas por el heroico pueblo boliviano)
asume una importancia fundamental. El no pago de las deudas externas, la
ruptura con el FMI, el rechazo al ALCA, la expropiación de
multinacionales y bancos, la oposición al Plan Colombia y a la presencia
militar de EEUU son otros tantos puntos de lucha.
Al mismo tiempo, con la misma claridad,
decimos que, para librar una lucha consecuente contra el imperialismo y
que vaya hasta el final, no podemos depositar la menor confianza en los
movimientos nacionalistas burgueses o pequeñoburgueses. La experiencia
latinoamericana y mundial de un siglo de estos movimientos nos dice que
tarde o temprano todos terminaron capitulando y volviéndose contra los
trabajadores que los apoyaron.
La presión colonizadora del imperialismo,
por un lado, y de la resistencia de las masas, por el otro, ha generado en
Venezuela una reedición de los movimientos nacionalistas que en el siglo
XX dominaron la escena de muchos países del Tercer Mundo. Pero Chávez y
su «revolución bolivariana» son una pálida imitación de ellos, que no
ha llegado a tomar medidas radicales como las de Cárdenas en México, Perón
en Argentina, Nasser en Egipto o Velasco Alvarado en Perú. Sin embargo,
tanto EEUU como la burguesía vendepatria de Venezuela desean sacárselo
de encima. En esa situación estamos incondicionalmente junto a las masas
obreras populares de Venezuela contra los intentos golpistas de la burguesía
y el imperialismo, y por la unidad de acción para derrotarlos. Pero, a la
vez, planteamos no depositar la menor confianza en Chávez y organizarse
en forma totalmente independiente del «chavismo».
XIV
Defendemos incondicionalmente el derecho a
la autodeterminación de los pueblos originarios del continente, pero no
compartimos la ideología ni la política de las corrientes llamadas «indigenistas».
Las actuales atrocidades del capitalismo y
la dominación imperialista en el continente se combinan con las
atrocidades antiguas pero aún presentes, heredadas de la conquista y
colonización de América. Son las consecuencias, que siguen vigentes, del
mayor genocidio de la historia. La etapa de la Independencia no solucionó
la situación de los pueblos originarios. Bolivia, Perú, Ecuador,
Guatemala, etc., con numerosa población originaria, no sólo devinieron
en estados burgueses y semicoloniales, sino que también se constituyeron
en mayor o menor medida como estados de blancos, donde
sobrevivieron en diverso grado las normas de discriminación y hasta de
apartheid. El capitalismo aprovechó esto para explotar por encima de lo
«normal» a los originarios, convertidos en obreros o campesinos. Al
mismo tiempo, los estados ejercieron fuertes presiones para liquidar sus
lenguas, culturas y memoria histórica, cuando no los masacraron
directamente como en EEUU y Argentina.
Defendemos, entonces, incondicionalmente, el
derecho a la autodeterminación de los pueblos originarios, lo que
incluye, si así lo desean, el derecho a constituir su propio estado en
las regiones y países donde son mayoría. Luchamos, asimismo, contra
todas las formas de racismo, discriminación y apartheid en todo el
continente.
Para estas luchas, planteamos la más amplia
unidad de acción, incluyendo en primer lugar a las corrientes «indigenistas».
Pero, al mismo tiempo, aclaramos que no compartimos ni su ideología ni su
política general. Estas corrientes suelen basarse en la falsa
contraposición de «clase o raza». Con esta simplificación, dejan de
lado que en su inmensa mayoría los originarios son obreros o campesinos,
explotados como sus hermanos de otras etnias. La reciente experiencia
de la insurrección de El Alto, en Bolivia, demostró, por el contrario,
que clase y etnia no se contrapusieron sino que se fusionaron en la misma
lucha, y que la propia ciudad no es otra cosa que una enorme “comuna
de trabajadores”.
Pero el nudo de la cuestión es que las
justas reivindicaciones de los pueblos originarios son irrealizables bajo
el actual sistema de capitalismo semicolonial. Sólo como parte de un
proceso revolucionario que liquide este sistema y sus estados mediante una
nueva alianza obrera, originaria, campesina y popular, se podrán
satisfacer plenamente las reivindicaciones de los originarios. Las
corrientes «indigenistas», al separar esas demandas de la lucha global
anticapitalista, las llevan a un callejón sin salida.
XV
Estamos por la centralidad de la clase
trabajadora como sujeto imprescindible para lograr un cambio
revolucionario de la sociedad.
Junto con el padrenuestro del «fracaso del
socialismo» y el credo en la «sagrada democracia» (de los ricos), la
burguesía mundial se ha empeñado también en esfumar de las luchas
sociales y políticas a la clase trabajadora en general y a sus sectores
obreros en particular. Trata, incluso, de que la clase trabajadora se
haga «invisible» como clase productiva fundamental, mediante la
muletilla del «adiós al proletariado».
Tomándose de hechos ciertos y
contradictorios –los cambios materiales en la misma clase trabajadora,
la conversión en asalariados de amplios sectores sociales, el crecimiento
inaudito del desempleo, las graves derrotas de los 80 y 90, con retrocesos
en combatividad y conciencia de clase, la positiva irrupción en las
luchas sociales de otros sectores y movimientos–, nos quieren embaucar
con las fábulas sobre «el fin del trabajo», la era «post-industrial»
y una «sociedad civil» que ya no se dividiría en clases antagónicas,
sino en un arco iris de «identidades», «multitudes» y «nuevos sujetos
sociales».
Pero el mundo sigue funcionando más que
nunca en base a la explotación del trabajo por el capital para poder
valorizarse; es decir, la extracción de plusvalía de los trabajadores
por los capitalistas. Y el desarrollo contradictorio de las fuerzas
productivas, así como destruye sectores enteros, al mismo tiempo ha
creado nuevos batallones proletarios y nuevas ramas de la producción en
los que emerge una nueva clase trabajadora.
Las legítimas reivindicaciones sectoriales
–desde los distintos sectores de obreros y empleados, ocupados o
desempleados, hasta los campesinos y los pueblos originarios– sólo podrán
lograrse plenamente en una lucha de conjunto (y no sectorial) contra el
capitalismo y la dominación imperialista donde se afirme una
estrategia de unidad de clase de los trabajadores (con centro en los
ocupados) arrastrando tras de sí y hegemonizando al resto de los sectores
explotados y oprimidos. En esto la clase trabajadora –la clase
productora por excelencia– reafirma su rol central e insustituible.
Si ella no cumple ese papel, ninguna «multitud» ni «sociedad civil» lo
hará.
XVI
Por la verdadera dictadura del proletariado
La clase trabajadora para llevar adelante la
lucha por acabar con el capitalismo y abrir paso al socialismo, necesita
de manera imprescindible tomar el poder. Al período de transición
entre el capitalismo y el socialismo corresponde el período político del
poder de la clase obrera: la dictadura del proletariado. Que no es más
que, como decía Lenin, una democracia de nuevo tipo (para los
proletarios y desposeídos en general), y una dictadura de nuevo
tipo (contra la burguesía y el imperialismo).
Sin embargo, como toda la experiencia del
siglo XX ha dejado palmariamente claro, la única dictadura del
proletariado posible es la ejercida realmente por la clase obrera como
tal, por intermedio de sus organismos de poder, programas y partidos, en
el marco de la más amplia democracia de los trabajadores.
El curso de las grandes revoluciones del
siglo XX y en general de las luchas obreras y sociales
obliga a una conclusión fundamental: la necesidad de alentar y
defender la autodeterminación democrática de los trabajadores,
condición sine qua non para la realización de la revolución
socialista y de una auténtica transición.
Ya hemos señalado que el relanzamiento del
combate por el socialismo será imposible si no se plantea como lo opuesto
a las caricaturas burocráticas que frustraron los procesos
revolucionarios del siglo XX. Es decir, el socialismo como construcción
libre y consciente de los trabajadores.
Pero esto también es imprescindible para la
lucha de todos los días y para las actuales organizaciones. Así, en
todos los movimientos y organizaciones de masas, sean obreras o populares,
llamamos a imponer la democracia de las bases y su libre
autodeterminación. En los sindicatos obreros o campesinos, en los
organismos estudiantiles, de vecinos y en toda organización de masas,
luchamos por la más amplia democracia desde abajo y por la construcción
de nuevos organismos (asambleas, comités de huelga, coordinadoras,
etc.) al calor de la lucha, lo que incluye la revocabilidad de todas las
instancias de dirección. Por los mismos motivos, combatimos a todos los
aparatos burocráticos y sus métodos.
XVII
Reafirmamos la necesidad de la construcción
del partido obrero revolucionario y la vigencia de las enseñanzas de
Lenin en materia de organización
La burocratización de los procesos
revolucionarios y del movimiento obrero en el siglo XX ha servido de
pretexto no sólo para negar la necesidad imprescindible del partido, sino
incluso para combatir los esfuerzos para solucionar este grave déficit.
Interesadamente, las clases dominantes, a través de los medios de
comunicación y desde los círculos intelectuales y universitarios,
alimentan los prejuicios «antipolítica» y «antipartido». También en
este terreno, el autonomismo juega el papel de «idiota útil» de la
burguesía, para privar a las luchas obreras y populares de toda
perspectiva estratégica, que exige para materializarse, de manera
imprescindible, la organización política de la vanguardia de los
trabajadores.
El surgimiento de nuevos e importantes
movimientos sociales (sean movimientos piqueteros, de fábricas
recuperadas, corrientes sindicales clasistas, de los sin tierra o de los
pueblos originarios), pretende ser utilizado para crear el espejismo de
que no hace falta el partido revolucionario. Pero el mismo desarrollo de
estas progresivas experiencias ya está revelando sus limitaciones.
Ninguna de ellas, por sí mismas, puede dar una salida global.
La organización de los revolucionarios en
partido político es imprescindible para que las luchas de clases y
sociales no se agoten en lo meramente reivindicativo y para pelear por
instalar la perspectiva de combatir por el poder y lograr así cambiar a
la sociedad en su conjunto.
Asimismo, ratificar la necesidad del partido
revolucionario contra el autonomismo y el «apoliticismo» implica simultáneamente
luchar por establecer relaciones sanas entre los partidos que se
reivindican revolucionarios y los movimientos, sindicatos y organizaciones
de masas. Rechazamos como falso el dilema de la construcción de
movimientos o partidos, como si se excluyeran mutuamente. De lo que se
trata es de la construcción de movimientos, sindicatos y partidos.
Todo lo anterior implica, entonces, la
ratificación de las enseñanzas de Lenin en materia de organización,
lecciones que a comienzos del siglo XXI, en condiciones de crisis de
subjetividad y de alternativa socialista entre los trabajadores y sectores
populares, tienen aún más vigencia, y no menos, que en la época histórica
que le tocó vivir al gran revolucionario ruso.
XVIII
Estamos por la conformación de una
Internacional marxista revolucionaria como meta del proceso de recomposición.
No podemos predecir hoy qué etapas,
tiempos y formas transicionales va ir asumiendo el proceso de
recomposición del marxismo revolucionario. Esto depende tanto de los
acontecimientos de la lucha de clases como de los procesos que se vayan
dando dentro de las principales corrientes y organizaciones, y en la
vanguardia. Pero, desde ya, pensamos que debe marcarse la meta de que la
recomposición del marxismo revolucionario se materialice finalmente en
una Internacional revolucionaria.
Esto nos lleva al debate de refundación
y/o reconstrucción de la IV Internacional o de una nueva Internacional
revolucionaria.
Creemos que esto aún no es posible
responderlo. La realidad política de la vanguardia mundial y de los
mismos procesos de recomposición no han dado todavía elementos como para
prever si la nueva y necesaria Internacional será la IV “refundada” o
una nueva internacional revolucionaria. Esto dependerá de los procesos
reales que se desarrollen a nivel de la vanguardia internacional.
Más allá de todos los problemas y
dificultades, León Trotsky tuvo el inmenso mérito histórico de
plantar la bandera de la continuidad de la tradición del socialismo
revolucionario, encabezando una durísima lucha en pleno apogeo del
estalinismo. Y las corrientes del trotskismo en la posguerra, con todos
los errores que hoy podamos señalar, de alguna manera dieron continuidad
organizada a esta tradición.
Pero este capital y esta tradición deben
ponerse en correspondencia y diálogo con los procesos reales de decantación
de sectores de vanguardia a nivel mundial que se vayan desarrollando hacia
la izquierda socialista revolucionaria. Por lo tanto, creemos que hoy no
hay forma de inclinarse a priori acerca de una «refundación de la
IV» o de la perspectiva de una nueva Internacional. Esto dependerá de cómo
evolucionen las condiciones de un reagrupamiento real, no de secta, pero
tampoco oportunista, de corrientes y experiencias socialistas
revolucionarias.
Por un lado, no se puede perder de vista
que, desde 1938 hasta hoy, se han producido experiencias y cambios
trascendentales en la lucha de clases mundial, que han planteado un sinnúmero
de problemas nuevos que no es posible dejar dogmáticamente de lado.
Por el otro, es evidente que una
Internacional no va a partir de cero, sino de la experiencia acumulada
históricamente por el marxismo revolucionario. O sea, de las lecciones
programáticas y estratégicas de las Primera, Segunda y Tercera
Internacionales y de la síntesis esbozada por Trotsky a la hora de la
fundación de la Cuarta.
Será entonces entre esos dos puntos de referencia que se deberá medir
si se trata de la IV Internacional refundada o de una nueva Internacional
revolucionaria. No obstante, lo más importante hoy es debatir qué pasos
transitorios se puedan dar en la perspectiva de un reagrupamiento real
de partidos y corrientes internacionales.
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A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18
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