Notas
sobre la teoría de la revolución permanente a comienzos del siglo XXI -
II
Las
revoluciones de posguerra y el movimiento trotskista
Por
Roberto Sáenz
Socialismo o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004
Primera
parte
Trotsky
tomó relevo en el momento más oscuro del siglo XX. De ahí su mérito
histórico imperecedero y su aporte a la tradición del marxismo
revolucionario y militante. No tenemos posibilidad aquí de
desarrollar una valoración del proceso anterior a la fundación de la IV
Internacional o de sistematizar los debates en torno a ella. Pero queremos
dejar sentada con toda claridad nuestra posición acerca de la incuestionable
legitimidad histórica de la fundación de la IV
y del valor de haber dejado organizado al marxismo revolucionario en el
peor momento de la historia de la lucha de clases obrera desde su
constitución en movimiento obrero en el siglo XIX.
El propio Trotsky se
mostró consciente de su obra cuando valoró la fundación de la IV como
la tarea específica que nadie –en ese momento histórico determinado–
hubiera podido hacer por él.
Desde este punto de
vista, es relevante dejar anotados aquí los fundamentos teóricos de la
cerrada oposición de Isaac Deutscher (conocido biógrafo de
Trotsky) a la fundación de la IV, en función de una concepción objetivista
y capituladora que veía a la burocracia estalinista como
“progresiva” y “realizadora del legado de Octubre”, tal como la
resume Alex Callinicos: “(...) Deutscher está completamente
fascinado –se puede decir obsesionado– por analogías entre la
revolución burguesa (la francesa en particular) y la revolución
bolchevique (...) Deutscher postulaba una ley general histórica
[o más bien suprahistórica. RS] según la cual las revoluciones
se movían de una fase de movilización popular en la cual los
revolucionarios gozaban de apoyo popular a otra en la cual son llevados
por los acontecimientos a establecer una dictadura minoritaria que
preserve las conquistas de la revolución al precio de la represión (...)
de la extrema izquierda (...). El surgimiento de Stalin, como el de
Cromwell y Napoleón antes de él, era históricamente inevitable.
Más aún, representaba no la traición de la revolución, sino su
continuación (...) La cuestión subyacente en el modo de presentación
de Deutscher es que la clase trabajadora rusa y la clase trabajadora
internacional no estaban maduras más que para un rol pasivo
frente a los acontecimientos, y que Stalin tenía que llevar adelante la
‘revolución desde arriba‘ en la propia Rusia (1929-1932) para
‘exportar la revolución‘ desde 1940 en adelante (...) Este abordaje
elitista –la asunción, aun no explícita, de que el socialismo puede
ser impuesto desde arriba sobre una población que no lo desea o sobre un
pueblo
ignorante– tiene una larga tradición en el movimiento obrero”.
El desarrollo de la
Segunda Guerra Mundial significó un tremendo desafío para el naciente
movimiento trotskista. Trotsky fue asesinado en agosto de 1940 y el
movimiento debió vérselas sin su mejor y más experimentado dirigente.
De hecho, aún hoy hay discusiones dentro del trotskismo acerca de la
posición frente a la guerra mundial, que en verdad combina varios
tipos de conflagraciones en su seno: a) la guerra interimperialista
entre los países del Eje y los aliados; b) una guerra de conquista y
recolonización por parte de la Alemania nazi contra la URSS; c) una
guerra de liberación nacional en el seno de los países ocupados por el
ejército alemán; d) finalmente, una serie de batallas contra el
imperialismo en los países coloniales o semicoloniales de Asia y África.
Esto hizo a una tremenda complejidad respecto de la ubicación de
la IV ante la guerra, cuya especificidad no podemos abordar aquí.
Sólo cabe señalar que todo este periodo histórico se caracteriza por el
entretejido de guerras y revoluciones, en el que el criterio de clase del
análisis y de la ubicación política de los revolucionarios adquirió
dificultades a veces inéditas.
En
todo caso, podemos decir que es casi un lugar común señalar que el
desarrollo de los acontecimientos luego de la Segunda Guerra no siguió
las previsiones que inicialmente había hecho León Trotsky antes de
su asesinato. El fracaso de los levantamientos revolucionarios que se
dieron inmediatamente después de finalizar la guerra en Europa Occidental
y Japón (en buena medida ahogados por los PCs), sumado al fortalecimiento
y relegitimación del aparato estalinista luego de la derrota del nazismo
y el boom económico que vivió el capitalismo entre los 50 y los 70 y la
afirmación de la hegemonía imperialista mundial en manos de los Estados
Unidos, trasladaron el centro del proceso revolucionario a los países
del llamado Tercer Mundo, con menos peso de trabajadores que los centrales.
El imperialismo se asegura el centro del sistema, y la burocracia acepta
la “administración” de buena parte de la periferia.
En
este contexto, la IV, lejos de hacerse de masas, vivió de crisis en
crisis bajo la presión que le introdujo la aspiración de dejar la
marginalidad política y la distorsión tremenda de las banderas del auténtico
socialismo que significaban los supuestos “Estados obreros” en un
tercio del mundo. De hecho, el trotskismo, en el periodo de posguerra,
estuvo recorrido decisivamente por la actitud a tomar frente a los
procesos de la lucha de clases que dieron lugar a las revoluciones de
China, Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como al proceso de descolonización
en Asia y África y el significado del avance del Ejército Rojo en los países
del llamado Glacis (Europa del Este). Este debate se dio de la
mano de la discusión acerca del carácter social de la URSS luego del
asesinato de Trotsky y la guerra mundial.
Sin
Trotsky, la propia
Segunda Guerra Mundial y la emergencia de estas complejas revoluciones
y/o procesos revolucionarios significaron un desafío mayúsculo para la
novel organización internacional, y fueron el motivo fundamental que dio
lugar a la división de la IV ya en el año 1953.
En este difícil
contexto, varias corrientes se fueron delineando con el transcurrir
de los años: por un lado el “oficialismo” de la IV Internacional,
representado por Michel Pablo y Ernest Mandel. Por el otro, el sector en
torno al SWP norteamericano encabezado por James Cannon, la mitad de la
sección francesa bajo la conducción de Pierre Lambert y parte importante
del trotskismo inglés encabezado por Gerry Healy formaron el Comité
Internacional, al cual se sumó un año después la corriente de Nahuel
Moreno.
Por fuera quedaron varias
corrientes como el actual SWP inglés (Tony Cliff), la corriente conocida
históricamente como The Militant, bajo la conducción de Ted Grant, y
Lutte Ouvrière de Francia. Asimismo, las corrientes “antidefensistas”
(de la URSS): el schachtmanismo primero (que fundó el Workers Party en
1940, antes de la muerte de Trotsky) y luego el grupo Socialismo o
barbarie (1948).
De estas expresiones, nos
referiremos centralmente a las posiciones teórico-programáticas que son
hoy más significativas en el ámbito internacional: el
Secretariado Unificado (cuyo partido principal es la LCR francesa), la
Tendencia Socialista Internacional (SWP inglés) y los partidos o
corrientes que han surgido como producto del estallido del morenismo (PSTU
brasileño, MST y PTS de Argentina). Al mismo tiempo, estableceremos también
una somera pero imprescindible delimitación respecto de la corriente “antidefensista”.
¿Revoluciones o
contrarrevoluciones?
No dedicaremos demasiado
lugar en este trabajo a la corriente “colectivista burocrática”
(también llamada “antidefensista”), debido que no tiene hoy
expresiones de importancia.
Sin embargo, consideramos imprescindible dejar establecida su completa
falta de perspectiva histórica y su impresionismo, que los llevara a
una tendencia a la capitulación al imperialismo y, en los hechos,
a considerar las revoluciones de posguerra prácticamente como contrarrevoluciones.
Se trata de una completa desubicación histórica y política, porque el
punto de partida básico de un socialista revolucionario es poder
distinguir revolución de contrarrevolución, como así también a una
nación imperialista de una dependiente, semicolonial o no capitalista.
Concretamente, hubo dos
importantes corrientes “antidefensistas”. Una, la inspirada por Max
Schachtman en Estados Unidos, proveniente de la ruptura del SWP de ese país
en abril de 1940 y que constituyó la primera gran divisoria de aguas en
la historia de la Cuarta. Junto con ésta, en el ámbito
de la sección francesa, la ruptura que dio lugar a la revista Socialismo
o barbarie de Castoriadis y Lefort en 1948.
La tendencia
schachtmanista terminó asumiendo un ángulo “estalinofóbico”,
totalmente falto de perspectiva histórica. Esto fue producto de un análisis
superficial y reductivamente “endógeno”, que tendía a perder
la raíz materialista fundamental de la unidad de la economía mundial
como totalidad (fundamento de la teoría de la revolución permanente
de Trotsky). Es así que tendió a considerar a la URSS y los países no
capitalistas como expresiones de una “regresión histórica” y del
desarrollo de una “barbarie” frente a las cuales los países centrales
del imperialismo aparecían como “progresivos”. Porque si el régimen
estalinista significaba el “declive de la civilización”, la negación
“reaccionaria” del capitalismo, resultaba ser peor que éste, y debía
defenderse el capitalismo frente a la “barbarie estalinista”.
El “antidefensismo”
rechazaba una formación social que a nuestro entender no era obrera y
mucho menos socialista, pero que configuraba sociedades no capitalistas
y en ese sentido subordinadas y oprimidas por el capitalismo mundial, donde
se habían obtenido una serie de conquistas
, más allá de que se fueron degradando. Por lo tanto, era una
obligación defenderlas del imperialismo en tanto que tales, desde
una perspectiva de clase e independiente. Aquí, este “antidefensismo”
se transformaba en defensa del capitalismo mundial.
En la famosa discusión
de 1939-40 en el seno del SWP de EEUU, Trotsky planteaba: “(...) La línea
marxista de conducta en la guerra está determinada no por consideraciones
sentimentales o de moral abstracta sino por la apreciación social de
un régimen en sus relaciones recíprocas con otros regímenes.
Apoyamos a Abisinia no porque el Negus fuese política o ‘moralmente‘
superior a Mussolini, sino porque la defensa de un país atrasado
contra la opresión colonial asesta un golpe al imperialismo que es el
principal enemigo de la clase trabajadora. Defendemos a la URSS,
independientemente de la política del Negus de Moscú por dos razones
fundamentales: primera, la derrota de la URSS proporcionaría al
imperialismo nuevos y colosales recursos y prolongaría muchos años la
agonía mortal de la sociedad capitalista; segunda, las bases sociales de
la URSS, liberadas del yugo de la burocracia parásita, pueden tener un
progreso económico y cultural ilimitado, mientras que las bases
capitalistas no ofrecen otra posibilidad que una mayor decadencia”.
Esta ubicación nos
parece metodológica y políticamente correcta, mas allá de que, en
nuestro concepto y desde el punto de mira de hoy, la defensa de la URSS ya
estaba planteada no en tanto que Estado obrero sino en tanto que
formación social no capitalista.
La postura antidefensista,
en cambio, derivó en una ubicación de frente único con la
socialdemocracia imperialista frente a la supuesta barbarie “antiobrera
y antiburguesa” del estalinismo. Esto es, se trasladaba también a su
actuación en los países capitalistas e imperialistas, donde se
asimilaban mecánicamente los PC a la burocracia del Kremlin sólo
para terminar en brazos de la burocracia socialdemócrata. Esto se puede
ver en un texto de Schachman de 1948: “El estalinismo es una corriente
reaccionaria, totalitaria, anti-burguesa y anti-proletaria en el
movimiento obrero, pero no del movimiento obrero (...). Donde, como
es la regla general hoy en día, los activistas no sean aún los
suficientemente fuertes para luchar por el liderazgo directamente, donde
la lucha por el control del movimiento obrero se produzca entre
reformistas y estalinistas, sería absurdo para los activistas proclamar
su ‘neutralidad‘ y fatal para ellos apoyar a los estalinistas. Sin
ninguna duda, deberían seguir la línea general, dentro del movimiento
obrero, de apoyar al reformismo oficial frente al estalinismo. En otras
palabras, allí donde no sea posible aún ganar en los sindicatos la
dirección de los militantes revolucionarios, preferimos la dirección de
los reformistas, que tratan de mantener a su modo un movimiento obrero,
a la dirección de los estalinistas totalitarios, que tratan de
exterminarlo”.
De ahí al ingreso al Partido Demócrata en 1958, al apoyo a Estados
Unidos en Cuba y en la guerra de Vietnam y a la presidencia de Nixon en la
década del 70 sólo hubo un paso.
La base teórica de todo
esto fue que esta tendencia nunca pudo definir desde el punto de vista
del marxismo en qué consistía el “colectivismo burocrático” en
el marco, como decíamos más arriba, de una pérdida del fundamento
materialista de la teoría de la revolución permanente y de la unidad de
la economía mundial como totalidad.
En este marco, se señalaba
incorrectamente la existencia de un nuevo “modo de producción”,
incluso superior al capitalismo, así como también de una “nueva clase
explotadora” orgánica, pero nunca fue capaz de aportar un análisis
materialista y la perspectiva histórica de tal circunstancia. Su
posición resultó así un pasarse con armas y bagajes a un punto de
vista idealista y ahistórico, por fuera del contexto de las
tendencias histórico-materiales.
Coincidimos, entonces,
plenamente con la crítica de Pierre Naville a Bruno Rizzi, exponente histórico
de la posición “colectivista burocrática”: “Bruno Rizzi fue el
primero en haber presentado una concepción sistemática de la
‘burocratización‘ de la economía, y por tanto de la apropiación orgánica
del sobreproducto social por una clase de burócratas (...) Esta tesis ha
sido retomada de distintas formas después de que Rizzi la expusiera, y
también ha tenido sus predecesores. Me refiero aquí sólo a la
sustancia: la burocracia del Estado es una clase explotadora sui
generis, en el sentido en que la burguesía capitalista era y es una
clase explotadora del proletariado asalariado. Mi objeción es que ese análisis
superficial dejaba sin explicación los mecanismos de la producción y la
apropiación de la plusvalía, e incluso el de la repartición de las
ganancias, considerado como fenómeno de explotación de una clase por
otra. A pesar de las variaciones de sus exposiciones sucesivas, Rizzi
nunca logró explicar qué es la “explotación burocrática”, salvo
por referencias históricas (analogía con la servidumbre feudal), o
descripciones externas”.
Por el lado de
Castoriadis y Lefort, también la perspectiva histórica era completamente
errada. Hablaban de un “capitalismo burocrático” como
“estadio superior” del propio sistema:
“¿Cuál es el
significado histórico de ese régimen? Puede decirse que representa la
última etapa del modo de producción capitalista, en la medida en que
la concentración de capital, factor esencial del desarrollo del
capitalismo, alcanza su último limite, puesto que todos los medios de
producción están a disposición de un poder central y son dirigidos por
éste, que expresa los intereses de la clase explotadora. Es también
la ultima etapa del modo de producción capitalista en la medida en que
realiza la explotación más extrema del proletariado. Podemos,
pues, definirlo como el régimen del capitalismo burocrático (...) tanto
la burguesía como la burocracia son clases en la medida en que
personifican la dominación del capital sobre el trabajo (...) la
burocracia es una clase explotadora, ‘relevo‘ histórico de la burguesía
(...) Estados Unidos está muy a la zaga de la URSS por lo que respecta al
grado de concentración del capital”.
En el caso de esta
expresión del “antidefensismo”, queda claro que el régimen social de
la URSS era visto como un régimen de explotación orgánico, al
que tendía todo el capitalismo mundial, y donde la burocracia constituía
una clase histórica de pleno derecho. Incluso, el grado de
explotación del trabajo sería mayor que bajo el capitalismo
imperialista, y la URSS tendía a la superación de los Estados
Unidos en tanto que sistema social. En resumen, un impresionismo sin límites,
una total falta de correcta perspectiva histórica que, como se ha dicho,
confundía los terrenos de la revolución y la contrarrevolución, del
imperialismo y de las sociedades no capitalistas, rompiendo con la base
materialista de la teoría de la revolución permanente.
¿Revoluciones
burguesas?
En el contexto de la polémica
en el movimiento trotskista de la posguerra y del debate alrededor de la
naturaleza de la URSS y de las revoluciones que estaban en curso, una de
las corrientes o expresiones que surgieron y se mantuvo al margen de las
distintas divisiones y unificaciones entre las corrientes trotskistas
mayoritarias fue la de Tony Cliff y la tendencia por él fundada,
Socialismo Internacional.
El surgimiento de esta
corriente tuvo lugar durante la polémica acerca de la guerra de Corea,
donde los integrantes del Socialist Review Group fueron expulsados del
Partido Comunista Revolucionario, principal organización trotskista de
Inglaterra en la década del 40.
Más allá del motivo
inicial de esta división, que veremos más abajo, esta corriente tendió
a configurar una posición con un flanco programático fuerte: su
delimitación respecto a que ni la URSS, a partir de los 30, ni los demás
países del Este de Europa eran Estados obreros.
“Un elemento que
Trotsky subrayaba como prueba de que era un ‘Estado obrero‘ (aún
degenerado) era la ausencia de propiedad privada en amplia escala y el
predominio de la propiedad estatal. Sin embargo, es un axioma del marxismo
que el considerar la propiedad privada independientemente de las
relaciones de producción es crear una abstracción suprahistórica.
La historia humana conoció la propiedad privada del sistema esclavista,
del sistema feudal, del sistema capitalista, todas las cuales son
fundamentalmente distintas una de la otra. Marx ridiculizó el intento de
Proudhon de definir la propiedad privada independientemente de las
relaciones de producción”.
Sin embargo, la definición
de las revoluciones de posguerra como “burguesas” y dando lugar a
sociedades definidas como “capitalistas de Estado” –y la URSS
incluso como “imperialista”– dio lugar a consecuencias políticas
extremadamente sectarias y unilaterales, cuyo problema principal
fue también la pérdida de correcta perspectiva histórica frente
a los principales acontecimientos de la lucha de clases de ese período.
Veían a la burocracia rusa como “negación parcial de la clase
capitalista tradicional, siendo al mismo tiempo la más verídica
personificación de la misión histórica de esa clase”.
Esto partía de una
comprensión equivocada de la teoría de la revolución permanente en el
sentido de que bien entrado el siglo XX, seguirían siendo posibles
revoluciones burguesas. Es cierto que la característica específica
de la revolución socialista es la intervención de las más amplias masas
obreras y populares de manera consciente en el proceso histórico. Y,
efectivamente, esta condición esencial estuvo marcadamente ausente
a lo largo de todas las revoluciones de la posguerra. Pero esta corriente
cometió el grave error de apreciación de considerar todos estos
procesos lisa y llanamente como “revoluciones burguesas”, una
evaluación que tendía a ubicar a su corriente totalmente por fuera
de los procesos revolucionarios tal cual se dieron.
Alex
Callinicos, actual
dirigente de Socialismo Internacional, resume las posiciones de su
corriente: “El ‘Socialist Review Group‘ tomó una aproximación
similar durante la Guerra Fría, negándose a apoyar al bloque del Este ni
al del Oeste. Por el contrario, basó sus esperanzas en la revuelta de la
clase trabajadora desde abajo, una posición resumida en la consigna:
‘Ni Washington, ni Moscú, Socialismo Internacional”. Valorando el
conflicto Este-Oeste como interimperialista, esta lucha implicaba
el derrotismo revolucionario primeramente desarrollado por Lenin durante
la Primera Guerra Mundial, más que la ‘estalinofobia‘ schachtmanista.
Más en general, la teoría de Cliff sobre el capitalismo de Estado hacía
posible restablecer la idea del socialismo como autoemancipación de la
clase trabajadora en el lugar central que le daba Marx. Si no sólo la Unión
Soviética, sino también los Estados del Este de Europa, China, Vietnam y
Cuba representaban no un socialismo deforme, sino una variante del
capitalismo, entonces no podía haber cuestión del socialismo
alcanzado sin la autoactividad de la clase trabajadora”.
El problema es que, más
allá de la correcta preocupación por restablecer una comprensión
del marxismo revolucionario de manera auténtica, nos parece que la a esa
altura dogmática igualación entre el imperialismo mundial y las
sociedades no capitalistas –pero tampoco Estados obreros– tendía a
una ubicación política sumamente incorrecta frente a la URSS y,
sobre todo, frente a las reales, aunque distorsionadas, revoluciones en
curso.
Por
ejemplo, en la guerra de Corea Socialismo Internacional tuvo la incorrecta
posición de que el enfrentamiento entre Corea del Norte y Corea del
Sur era una guerra entre “imperialismos” rivales, lo que nos
parece una desubicación total acerca del contenido central de ese
conflicto, de tal magnitud que segó la vida de dos millones de personas.
Recordemos que Corea del Sur recibía el apoyo de Estados Unidos, que
acababa de tirar la bomba atómica, y Corea del Norte, de China, que
acababa de salir de la revolución.
Insistimos
en que, más allá de toda otra consideración, la ubicación de Tony
Cliff frente a la Guerra de Corea fue totalmente equivocada. Y esto
era el producto político directo de la definición teórica de la URSS y
China como “capitalismos de Estado”, que tendía erróneamente a
igualar a Estados Unidos y estos países como “imperialistas”, con
la gravísima consecuencia de perder de vista las relaciones de opresión
entre países realmente imperialistas y otros que configuraban sociedades
no capitalistas, imposibles de asimilar al imperialismo. Ya volveremos
sobre esto.
Otro
elemento que muestra la debilidad de la postura de SI es la pregunta
acerca de cuál de los regímenes sociales era más progresivo. Porque aun
si no se consideraba el régimen social de los países del Este y la URSS
como Estados obreros, había que defenderlos en tanto que formaciones
sociales no capitalistas, subordinadas en última instancia a la economía
capitalista mundial, tal como señalaba Trotsky en el debate con los
“antidefensistas”.
Los mismos problemas de
ubicación surgieron respecto de las revoluciones de posguerra: “[a] las
grandes revoluciones del Tercer Mundo –China, Cuba, Vietnam– (...) los
trotskistas ortodoxos las veían como la confirmación de la teoría de la
revolución permanente de Trotsky y afirmaban que de ellas resultaban
nuevos pero deformados Estados Obreros. Cliff rechazó esta conclusión,
dado que implicaba que el socialismo podía ser alcanzado sin la
autoactividad de la clase trabajadora (...) Cliff adujo varios factores
–sobre todo, la subordinación política de la clase trabajadora en los
países atrasados, su dominación por políticas de colaboración de
clases, usualmente por intermedio del estalinismo– para dar cuenta de la
pasividad del proletariado en el Tercer Mundo. El vacío resultante fue
llenado por otra fuerza social, la intelectualidad urbana (...) Los
nuevos regímenes revolucionarios no eran, sin embargo, Estados obreros
del tipo que fuere, sino, por el contrario, nuevos capitalismos de Estado
burocráticos, reproducción del patrón estalinista original. Cliff
describió estos procesos como ‘revolución permanente desviada‘: la
dinámica social analizada por Trotsky, en ausencia de un movimiento de la
clase trabajadora dirigida por el partido marxista, llevaba a una variante
particular de revolución burguesa”.
Esto, evidentemente, no
dejaba de ser unilateral y erróneo, más allá, insistimos, de la justa
delimitación frente a estas revoluciones, que no fueron obreras y
socialistas, como las definieron la mayoría de las corrientes
trotskistas “tradicionales”. Pero, a nuestro entender, definirlas como
“revoluciones burguesas” tenía la seria dificultad de atribuirle un
rol revolucionario a la burguesía en pleno siglo XX en condiciones en
que, desde el siglo XIX, se había transformado mundialmente en una
clase reaccionaria. Y esto los obligaría entonces a definir las
sociedades donde se hizo la revolución como países dominados
esencialmente por relaciones sociales de producción feudales,
cuando está establecido por toda la investigación histórica que ya era
dominante el capitalismo, y cuando Trotsky, en su polémica con el
estalinismo, había señalado que en el siglo XX se había acabado la ya
artificial división entre países “maduros e inmaduros” para la
revolución socialista.
Más bien, por circunstancias
específicas , a la salida de la
posguerra, entre ellas el inmenso peso alcanzado por la URSS, las capas
pequeño burguesas y burocráticas usufructuaron una genuina
movilización revolucionaria de las masas populares en su beneficio,
configurando revoluciones democrático-nacionales antiimperialistas y
anticapitalistas, pero no obreras ni socialistas, en las que el proceso
de transición al socialismo estuvo bloqueado desde el comienzo.
Es decir, la progresiva
expropiación de la burguesía fue revertida en contra de los
propios trabajadores al servicio de su opresión y explotación. Fueron
procesos revolucionarios genuinos, pero expropiados a las masas
populares desde el principio y revertidos, a la postre, contra ellas.
Junto con esto, desde el
punto de vista de la formación social, la concepción capitalista de
Estado establecía una absoluta homogeneidad del mundo muy difícil
de sostener. Porque al señalar que los países donde fue masivamente
expropiado el capital serían esencialmente iguales a los países
capitalistas e imperialistas “normales” se perdían totalmente de
vista las diferencias específicas entre unos y otros.
Como dice Naville,
“Cliff está entre aquellos para quienes la economía de la URSS es
simplemente la de un capitalismo de Estado. Sobre este punto acuerda con
Munis, Bordiga y otros. [Pero] no admite que este capitalismo sea
equivalente a un ‘colectivismo burocrático‘ (Rizzi) o un régimen
‘burgués-burocrático‘ (Munis). En su libro Estalinismo en Rusia,
un análisis marxista (1955), aporta su contribución explicando por
qué la burocracia –a la que considera una clase orgánica– no se
apropia de la plusvalía de la misma forma que la burguesía, problema que
Rizzi había sido incapaz de resolver (...) Cliff admite que la regulación
de la actividad económica por el Estado... es una ‘negación parcial de
la ley del valor‘ (...) Pero en la URSS no hay evidentemente ni supresión
del intercambio (de las capacidades de trabajo, de los productos y los
servicios) ni la desaparición de la función capitalista de la regulación
por la ley del valor. Por tanto, si la burocracia domina esos
intercambios, no es apropiándose legalmente la plusvalía, porque
ella no es, según Cliff, propietaria del aparato de la producción. Esta
diferencia no impide que se trate de una explotación flagrante, sino sólo
que opera de una forma nueva, sobre todo jurídicamente”.
Esta diferencia específica,
como señala Naville, es lo que perdía Cliff con la valoración de que
los países del Este eran un modo de producción orgánico
(capitalismo de Estado) y la burocracia una nueva clase capitalista
sui generis, también orgánica. Porque, insistimos, una cosa
–que defendemos– es la unidad de la economía mundial y el
continuado imperio de la ley del valor tanto en los países capitalistas
como en los no capitalistas que se desenvolvieron a lo largo del pasado
siglo XX, aun cuando esa ley del valor fuera parcialmente negada en
los países no capitalistas, como correctamente dice el propio Cliff. Pero
otra muy distinta era establecer una homogeneidad prácticamente total
entre ambos tipos de países, desconociendo, repetimos, las diferencias
específicas entre ellos y considerando orgánicos al modo de producción
de la URSS y a la burocracia como clase.
Una incorrecta igualación
del mundo
Esto se combina con otras
consecuencias vigentes hoy de la teoría del capitalismo de Estado,
que nos parecen sumamente graves y unilaterales. Por ejemplo, el
planteo de que los países semicoloniales no tendrían “ninguna
importancia ni funcionalidad para el imperialismo al menos desde la
segunda posguerra”. Así, el problema de la relación entre el
imperialismo y las naciones semicoloniales (la opresión nacional
imperialista y las tareas democrático-revolucionarias frente a ella) no
parece tener ninguna entidad real. Esta desubicación sigue
presente en varios trabajos contemporáneos de esta corriente.
“La
teoría de Cliff del capitalismo de Estado y su extensión en la teoría
de la economía armamentística permanente tuvo dos consecuencias más.
Primero, proveyó las bases para la compresión del desarrollo del Tercer
Mundo (...) se cuestionaban ciertos elementos de la teoría de Lenin del
imperialismo, y en particular la idea de que las colonias (para esa época
crecientemente ex colonias) jugaran un papel esencial para los países
avanzados como mercados, bases de materias primas, y lugares de inversión
(...) El Tercer Mundo era, de conjunto, de una importancia económica declinante
para las metrópolis occidentales. Este corrimiento en el centro económico
de gravedad había hecho posible el desmantelamiento relativamente pacífico
de los imperios coloniales europeos luego de 1945 (...) Esta modificación
de la teoría del imperialismo de Lenin les posibilitó cuestionar la
creencia, muy influyente en la izquierda europea desde los 50, de que los
movimientos de liberación nacional en el Tercer Mundo representaban el
principal desafío al capitalismo (...) La principal división en el mundo
(...) era entre el capital internacional y el trabajo internacional,
sin importar [irrespectively] el asentamiento nacional de la lucha”.
Pero
este “sin importar” resume un problema inmenso, tremendo: la completa
pérdida de vista del hecho de que el capitalismo imperialista mundial
constituye un ámbito jerarquizado de países de naturaleza
distinta, donde existe, junto con el clivaje central de las clases, el
clivaje nacional, esto es, países dominantes y países dominados.
Esta cuestión, lejos de atenuarse, se ha reforzado en la
actual fase de mundialización del capitalismo imperialista.
Al
respecto, decía Trotsky: “En política, lo más importante y, en mi
opinión, lo más difícil es definir, por un lado las leyes generales que
determinan la lucha a muerte que se libra en todos los países del mundo
moderno, y por el otro, descubrir la combinación especial de estas leyes
para cada país. Toda la humanidad actual, desde los obreros británicos a
los nómades etíopes, vive atada al yugo del imperialismo. No hay que
olvidarlo ni un solo minuto. Pero esto no significa que el imperialismo se
manifiesta de la misma manera en todos los países. No. Algunos países
son los conductores del imperialismo, otros sus víctimas. Esta es la línea
divisoria fundamental de los estados y naciones modernas”.
Esta
tendencia de los compañeros a perder de vista este hecho tan elemental,
a la igualación entre países como Argentina o Brasil con
Inglaterra (por poner un ejemplo) constituye una posición unilateral e
insosteniblemente sectaria. Aunque se esgrime la correcta preocupación
por sostener una perspectiva de clase e independiente, se pierde
completamente de vista la opresión nacional de los países
imperialistas respecto de las naciones dependientes o semicoloniales, y la
necesaria defensa de éstas frente al imperialismo.
Esta
posición, históricamente, constituyó una reacción sectaria
frente a procesos progresivos como la descolonización, que, a pesar de
mantenerse en el terreno burgués, dieron lugar a peleas heroicas como la
lucha en Argelia a fines de los 50 y principios de los 60, y que cruzaron
en esos años la vida del movimiento trotskista.
Respecto
de la situación actual, podemos leer en un reciente trabajo de Chris
Harman: “Las referencias a la Argentina como semicolonia están muy
extendidas en la izquierda argentina. En algunos casos significa
simplemente un sinónimo de ‘empobrecimiento‘; en otros, significa
explícitamente que la burguesía local carece de soberanía política
porque es económicamente débil y por lo tanto forzada a entrar en una
posición subordinada en sus relaciones económicas con el capitalismo de
los países más ricos y poderosos. Esto es cometer un error teórico
fundamental. Una colonia carece de independencia política. Una vez que
alcanza independencia política –esto es, deja de estar dominada
militarmente por alguna potencia– deja de ser una colonia. El hecho
de que no puede obtener una mítica independencia económica del sistema
mundial no viene al caso [is neither here nor there] (...) El término
‘semicolonia‘ sólo puede ser correctamente atribuido a países en los
que la ocupación militar directa hace absurda la pretensión de
independencia política”.
Esta
postura es la que nos parece insostenible, y comete el gravísimo error de
confundir el status de un país colonial con el de uno semicolonial o
dependiente, correctamente distinguidos en la elaboración de
Lenin como “formas transitorias de dependencia” encubiertas en una
independencia sólo “formal”. Porque “en la presente fase del
capitalismo se han producido cambios en las relaciones entre el centro del
mundo (...) y la periferia atrasada y semicolonial. Por supuesto, esos países
eran y siguen siendo semicolonias (...). Esquematizando, podemos decir
que, en el siglo XX, esas relaciones pasaron por dos situaciones previas a
la presente fase de mundialización. La primera es la que analizó Lenin
en 1915 en su clásico El imperialismo, fase superior del capitalismo.
En ese momento, la mayoría de los pueblos y países atrasados eran
directamente colonias, principalmente de las potencias europeas. Pero,
advertía Lenin, entre ‘los dos grupos fundamentales de países‘
–los que poseen colonias y las colonias– ‘existían excepcionalmente
diversas formas transitorias de dependencia estatal (...) formas
variadas de países dependientes que, desde un punto de vista formal, son
políticamente independientes, pero que en realidad se hallan envueltos
en las redes de la dependencia financiera y diplomática‘(...) en la
segunda posguerra, producto, por un lado, de la gran revolución
anticolonial que barrió Asia y África; por otro lado, de la hegemonía
mundial del imperialismo yanqui, que no poseía grandes colonias y al que
lee resultaba intolerable que sus maltrechos competidores europeos las
conservaran, la ‘diversidad de formas transitorias de dependencia‘
pasaron a ser la regla y no la excepción”.
Es
precisamente esto lo que no veían, ni ven, los compañeros ingleses: la
subsistencia de una relación de subordinación política
(“independencia sólo formal”) que excede la existencia o no de tropas
ocupando un país.
En
este punto, se mantiene plenamente la validez del abordaje de Lenin sobre
la “cuestión nacional” como un problema eminentemente político y
no de una abstracta y supuesta “independencia económica” –abordaje
economicista al que Lenin nunca adscribió–, que se da de patadas con la
unidad de la economía mundial y con la imposibilidad de construir un
capitalismo o un socialismo “en un solo país”. Los compañeros
pierden de vista esta pelea por una real independencia política que, para
ser realizada de manera consecuente –como repetía Trotsky–, requiere
hoy más que nunca de la revolución proletaria.
Este
mismo abordaje unilateral –que, insistimos, tiene raíces en la propia
teorización del “capitalismo de Estado”– y que convierte su
antiimperialismo en algo sumamente abstracto, se presenta de manera más
cruda aún en otro trabajo. Allí se llega a decir explícitamente que:
“Rechazar el parloteo sobre el fin del imperialismo usualmente significa
insistir en la continuada relevancia del análisis de Lenin de 1916, sin
reconocer los cambios ocurridos desde que ese análisis fue realizado. No
obstante, había un problema real. La verdadera fuerza del abordaje de
Lenin se sostenía en la insistencia de que las grandes potencias
occidentales eran llevadas a dividir y redividir el mundo entre ellas,
llevando por un lado a la guerra y por el otro a la dominación colonial
directa. Esto difícilmente encajaba en una situación en la cual la
posibilidad de guerra entre los estados occidentales parece crecientemente
remota y las colonias han ganado independencia. Sin embargo, la mayor
parte de la izquierda redefinió el imperialismo para referirse
simplemente a la explotación del Tercer Mundo por las clases capitalistas
occidentales, ignorando el impulso hacia la guerra entre potencias
imperialistas, tan central en la teoría de Lenin, y en la práctica
viendo al sistema en su conjunto como una versión del ultra-imperialismo
anunciado por Kautsky. Al mismo tiempo, simplemente reemplazaron la
referencia al colonialismo por referencias al ‘neo-colonialismo‘ o ‘semi-colonias‘”.
Pero
esta postura, una vez más, tiende a dejar de lado no sólo la continuada
vigencia de las relaciones de opresión entre los países imperialistas y
la vasta zona semicolonial del mundo, sino que, peor aún, no reconoce en
modo alguno que en la actual fase de mundialización del capitalismo
imperialista, las relaciones de subordinación, sometimiento, expoliación
y semi-colonización de los países no imperialistas, lejos de
atenuarse, se han reforzado de manera evidente.
El
antiimperialismo que sostienen los compañeros se vuelve moral,
abstracto y sin sustancia, en la medida en que si no existen
relaciones jerarquizadas y de opresión en el ámbito mundial, lo que
queda es una insostenible homologación de todo el espacio del
mundo.
Estas
posiciones tuvieron también origen en la ubicación de esta corriente
respecto de los procesos de descolonización en la posguerra, y hacen las
veces de “justificación” de posiciones pasadas. Pero, también aquí,
la correcta delimitación respecto de las direcciones nacionalistas
burguesas de posguerra, ante el hecho de que éstas efectivamente
impidieron una dinámica revolucionaria anticapitalista y socialista, no
quita que Socialismo Internacional haya tenido, tal como en los países
donde tuvieron lugar reales revoluciones antiimperialistas que expropiaron
al capital, una posición completamente sectaria y por fuera del
proceso real.
La burocracia como agente
de la revolución socialista
Por su parte, el problema
que jalonó al pablo-mandelismo es que no supo conservar una ubicación
independiente respecto de los aparatos burocráticos y capituló
permanentemente a una u otra variante de ellos.
Partiendo de reconocer
los procesos de la posguerra como revoluciones (salvo en el glacis), no sólo
se excedieron en el sentido de concebirlos como procesos “obreros
y socialistas” que daban lugar a nuevos Estados obreros –lo que fue más
o menos común a todo el tronco principal de la IV–, sino que llegaron a
considerar a sus direcciones como “empíricamente revolucionarias”.
Esto condujo, lógicamente, a una profunda adaptación : a Tito en
Yugoslavia, a Mao en China, a Castro en Cuba, a los sandinistas en
Nicaragua (que ni siquiera habían tomado medidas anticapitalistas), a las
direcciones guerrilleras latinoamericanas en general...
Este método de confundir
un proceso con su dirección y al mismo tiempo atribuirle a las
direcciones un carácter revolucionario socialista que indudablemente
no tuvieron
llevó a que esa corriente encarnara toda una tradición de
oportunismo y adaptación , que terminaba viendo a
la burocracia estalinista como agente de la revolución “socialista”.
Porque el criterio
metodológico marxista revolucionario elemental que falló y sigue
fallando en el pablo- mandelismo es el de no perder nunca de vista que la principal
conquista que debe obtener la clase obrera en cada paso de su lucha
es el progreso de su organización y acción independiente. Al
dejar de lado este criterio elemental, el SU hizo escuela en la adaptación
y la total pérdida de la independencia de los revolucionarios. De allí
viene la táctica del “entrismo sui generis” (el ingreso en los PCs a
lo largo de los 50 y los 60), el planteamiento “de principios” en
contra de construir secciones de la IV en Cuba o Nicaragua, etc.
El
pablo-mandelismo
estuvo marcado por un tipo de “objetivismo” particular, que veía en
la naturaleza de las direcciones burocráticas rasgos
“contradictorios” pero poseyendo atributos revolucionarios. Una
comprensión de “revolución socialista” de la mano de la
burocracia estalinista, siempre “obligada a optar” entre el
imperialismo y las masas revolucionarias e inclinándose “por la
revolución”. Naturalmente, si esto era así, el movimiento trotskista
perdía todo sentido.
Este problema se manifestó
cuando el “III Congreso Mundial de agosto de 1951 declaró acerca de los
países del Este Europeo que: ‘la asimilación estructural de estos países
a la URSS debe ser considerada esencialmente completa y a estos países
como habiendo dejado de ser básicamente países capitalistas (...) es
sobre todo en virtud de su base económica caracterizada por nuevas
relaciones de producción y de propiedad propias de una economía
estatizada (...) debemos considerar estos Estados como Estados obreros
deformados (...) ha resultado que la acción revolucionaria de las masas no
es una condición indispensable necesaria para que la burocracia sea
capaz de destruir el capitalismo‘”.
Pero Trotsky (que había
vivido en tiempo real las expropiaciones estalinistas en Polonia 1939-40)
comparaba “esta medida, revolucionaria en su carácter –la expropiación
de los expropiadores– pero alcanzada de forma militar-burocrática, a la
abolición de la servidumbre en Polonia por las fuerzas de ocupación de
Napoleón. La revolución socialista aparentemente podía, como la
revolución burguesa, ser impuesta desde arriba... Trotsky, sin embargo,
calificó así este juicio: ‘el criterio político principal para
nosotros no es la transformación de las relaciones de propiedad (...), más
allá de lo importante que esta medida pueda ser en si misma, sino más
bien el cambio en la conciencia y organización del proletariado
mundial, la elevación de su capacidad para defender conquistas
anteriores y obtener nuevas. Desde este punto de vista, el único
decisivo, las políticas de Moscú, tomadas como un todo, retienen
completamente su carácter reaccionario y se mantienen como el obstáculo
principal en el camino de la revolución mundial”
. Esto es lo que dejó completamente de lado el pablo-mandelismo.
“Michel Pablo,
secretario general de la IV Internacional, fue quien llevó más lejos la
nueva línea de que los países del Este europeo eran tipos de Estados
obreros in extremis. En 1949 introdujo la noción de que habría
por delante “siglos de estados obreros deformados”. En abril de
1954, Pablo escribía: ‘tomada entre el desafío imperialista y la
revolución mundial, la burocracia soviética se alinea con la revolución
mundial‘ (...) Pablo devino un apologista del estalinismo. Si
fuese a haber ‘siglos de estados obreros deformados‘, ¿cuál era el
rol para los trotskistas o para la revolución obrera? El estalinismo se
hacía aparecer como progresivo y el trotskismo irrelevante”.
Toda esta conceptualización,
ni que decir tiene, estaba en abierta oposición a la elaboración de
Trotsky, que en ninguna parte había dicho que la burocracia tuviera una
“doble naturaleza”, ni mucho menos que fuera “empíricamente
revolucionaria”, como dijeron Pablo y Mandel. Trotsky había hablado de
otra cosa: de un doble rol de la burocracia en la URSS (según él,
“viéndose obligada a defender la propiedad estatizada, pero, al hacerlo
con métodos burocráticos, en definitiva, socavándola”), pero una
sola naturaleza: enteramente contrarrevolucionaria. Incluso,
como hemos dicho, Trotsky llegó a caracterizar a la propia URSS, en el
período del pacto Ribbentrop-Molotov, como “Estado obrero
contrarrevolucionario”.
Pero dejemos hablar al
propio Michel Pablo: “La realidad social objetiva para nuestro
movimiento está compuesta esencialmente del régimen capitalista y del
mundo estalinista. (...) se quiera o no, estos dos elementos
constituyen la realidad social objetiva tout court, porque la
inmensa mayoría de las fuerzas opuestas al capitalismo se hallan
actualmente dirigidas o influenciadas por la burocracia soviética”.
Tal como criticaba en ese
momento la progresiva fracción mayoritaria del PCI de Francia
, la realidad social mundial ya no estaría establecida fundamentalmente
por la lucha de clases entre el proletariado y la burguesía imperialista
mundial, sino por una supuesta pelea superestructural entre “campos”,
donde sólo cabía optar por uno de ellos. Ante esas supuestas
condiciones “objetivas”, para Pablo había que optar por el mundo
estalinista...
Esta teoría de los “campos” hacía parte de la orientación de
capitulación a la que se llevó a la mayoría de la IV Internacional en
esas décadas y el marco para la pérdida de independencia de las
organizaciones revolucionarias desde la irrupción del estalinismo en los
20.
Sigue hablando Pablo:
“Por otra parte, el rol jugado por la dirección estalinista bloquea,
como en la URSS, el libre desarrollo socialista (...) y pone todas las
conquistas obtenidas en peligro permanente. Es sin embargo necesario, para
una justa orientación de los marxistas revolucionarios, recordar no sólo
que el proceso objetivo es en último análisis el único determinante,
que prima sobre todos los obstáculos de orden subjetivo, sino también
que el estalinismo mismo es, en cierto modo (...) un fenómeno
contradictorio”
.
Por tanto, tenemos, por
un lado, un objetivismo feroz que plantea que “el proceso
objetivo pasa por encima de todos los obstáculos de orden subjetivo”
porque es “el único determinante”; es decir, la revolución
socialista es un proceso “objetivo” (¿para qué harían falta,
entonces, los programas, la lucha de partidos... y la IV Internacional?)
4 Por el otro, sumado a lo anterior, la burocracia estalinista era un fenómeno
“contradictorio”, por lo que tendría un costado lisa y llanamente
revolucionario.
Dice Pablo: “(...) la
cuestión yugoslava (...) y la victoria china, así como otras
revoluciones coloniales actuales (...) han demostrado que los partidos
comunistas conservan la posibilidad, en ciertas circunstancias, de
tomar una orientación revolucionaria, es decir, de verse obligados a
emprender una lucha por el poder. Estas circunstancias se han revelado
durante y después de la Segunda Guerra Mundial (...). En estas
circunstancias excepcionales, el movimiento de masas no encontró otro
lugar que los partidos comunistas para canalizar, para obligar a estos
partidos a ir más lejos en su dirección más allá de que el Kremlin no
lo deseara, y literalmente los ha puesto en el poder”
.
Es significativo que en
este pasaje de Pablo se encuentren muchos de los lugares comunes en los
que cayó la mayoría del trotskismo “tradicional” en la posguerra.
Aparece la famosa “excepcionalidad”, las direcciones que “se ven
obligadas a ir más lejos”, etc. También es significativo que, a lo
largo de todo el texto, el “poder” a secas y en abstracto aparece de
hecho reemplazando a o como sinónimo de la revolución socialista, a la
que no casualmente no se alude una sola vez como tal.
En la misma línea:
“Nosotros, trotskistas, que siempre hemos defendido la teoría de que la
revolución china no podía vencer más que bajo la dirección política
del proletariado y de su vanguardia revolucionaria, defendemos las
conquistas obtenidas, así como cada paso hecho en la dirección de la
instauración de un poder democrático de los obreros y campesinos pobres
chinos. Damos apoyo crítico al PC chino y al gobierno de Mao Tse Tung, y
reclamamos nuestra existencia legal en tanto que tendencia comunista del
movimiento obrero”.
Típicamente, el pablo-mandelismo
les otorgó un apoyo crítico de este tipo a casi todas las direcciones
contrarrevolucionarias de la posguerra, que aparecen completamente
embellecidas y llevando adelante “el poder democrático de los obreros y
campesinos”. Este apoyo a medidas parciales supuestamente progresivas
crea confusión sobre el carácter reaccionario del conjunto de la
política de la burocracia, e impide así el accionar global e
independiente que corresponde a una política genuinamente revolucionaria.
En el caso de Pablo, esta
capitulación es justificada metodológicamente mediante la apelación
descarnada al empirismo, contra el status mismo de la teoría en el
marxismo: “En cuanto a nosotros, que jamás hemos dado primacía
a la teoría –no importa cuál– por sobre la vida (afirmación que
se opone a una comprensión verdadera, no mística, no esquemática, no
dogmática de lo que es el marxismo), damos (...) una explicación muy
diferente (...). Esta época de transición desorienta a los escolásticos
del marxismo, a los partidarios de las formas ‘puras‘, porque plantea
una línea más complicada, más sinuosa, más larga que la que los clásicos
del marxismo habían esbozado hasta la experiencia de la revolución rusa
(...). La gente que desespera por la suerte de la humanidad
porque el estalinismo todavía se mantenga y obtenga victorias reduce la
historia a su medida (...) esta transformación ocupará probablemente un
período histórico entero de varios siglos que estarán colmados de
formas y regímenes transitorios entre el capitalismo y el socialismo,
necesariamente alejados de las formas ‘puras‘ y de las normas”.
Se trata de un abordaje
empirista y no marxista, al servicio de la adaptación a los tremendos
límites de esas revoluciones (y a sus direcciones), a nuestro entender ni
obreras ni socialistas.
Y, lo que es peor, al servicio de la adaptación a sus direcciones burocráticas
y pequeño burguesas, ajenas a la clase trabajadora y la tradición auténtica
del socialismo revolucionario.
En todas las décadas
transcurridas desde entonces, esta raíz en una concepción completamente
objetivista y de capitulación a los aparatos burocráticos nunca fue
superada, ni siquiera hoy, como lo muestra el caso de DS en Brasil. En un
texto de balance de Daniel Bensaïd, uno de los dirigentes actuales del
SU, se afirma respecto de las revoluciones de la posguerra: “Estos
eventos planteaban cuestiones políticas y estratégicas nuevas, para las
que la sola comprensión de la revolución rusa no aportaba la respuesta. ¿Cómo
determinar la formación de un nuevo Estado obrero: a partir de la
conquista del poder, que es un acto político (...) o a partir de las
transformaciones socio-estructurales, que son necesariamente un proceso
desigual? ¿Cómo explicar las revoluciones victoriosas sin partido
revolucionario, contra la voluntad de su dirección supuesta (...)? La
resolución de 1951 sobre la revolución yugoslava (...) aporta a esta
cuestión elementos de respuesta”.
¿Qué decía esta
resolución? Que la revolución yugoslava confirmaba “en todos los
puntos la teoría de la evolución permanente”. Lo que, como estamos
intentando demostrar aquí, es una falsedad y una mistificación completa
acerca del verdadero carácter de las revoluciones de la posguerra: que,
al no darse el acto político de la real conquista del poder por la
clase trabajadora, quedaba cuestionado el carácter obrero del Estado.
Lo que no puede lograrse por el mero expediente de “transformaciones
socio-estructurales” en manos de clases o sectores de clase ajenos a, o
distintos de, la clase obrera misma.
Sin embargo, a pesar del
carácter de análisis-justificación de los “balances” de Bensaïd
, es interesante que se observa allí la misma lógica que operaba detrás
de las posiciones de Pablo, que a su vez expresa elementos comunes a todo
el resto del trotskismo “tradicional”: “(..) se aferran a una fórmula
bastante general de Trotsky, según quien, en circunstancias
excepcionales, los pequeño burgueses e incluso los estalinistas serán
susceptibles de ir más allá que lo que ellos querían en la vía de la
ruptura con la burguesía. La interpretación extensiva de esta fórmula
presenta varios inconvenientes. Por empezar, su imprecisión (...) si hay
suficientes circunstancias excepcionales y si las excepciones se pueden
multiplicar, ¿por qué no imaginar que las experiencias china y yugoslava
podrían repetirse? Esto es, por otra parte, lo que presumía Pablo en
‘Où allons-nous?‘, al generalizar las consecuencias posibles de la
presión de las circunstancias objetivas sobre los partidos comunistas. La
excepción tiende así a convertirse en regla: la crisis y la presión
de las masas pueden llevar a diferentes PCs a emprender el combate y a
llegar más lejos que los objetivos fijados por la burocracia soviética”.
Típico razonamiento muy presente en todas las corrientes
trotskistas “tradicionales”, que veían a la burocracia extendiendo
revoluciones “socialistas” por todo el orbe.
Mistificación de la
acumulación burocrática
En el terreno teórico,
fue Ernest Mandel el autor de una insostenible mistificación de la
economía de los mal llamados “Estados obreros”. Mandel sigue, de
manera vulgar, a Preobrajensky, autor del importante trabajo La nueva
economía (1926), pero a casi 40 años de distancia. Dice Naville
sobre la obra de Preobrajensky: “(...) saber si los fondos excedentarios
debían ser llamados plusvalía o sobreproducto quedaba abierto.
Preobrajensky prefiere el término de sobreproducto ‘en la medida en que
se trata de caracterizar no solamente lo que existe sino también las
tendencias de desarrollo‘. Esto era, en el mejor de los casos, una
apuesta para el futuro. Hoy día, sabemos que esa apuesta no se ganó”.
Resumiendo: sabemos que
la acumulación no se hizo en el sentido de la transición socialista,
sino en el del fortalecimiento de la posición de la burocracia. Y esto
es importante señalarlo porque el principio incorrecto sobre el que se
apoyaba todo el análisis de Preobrajensky era que en la URSS la clase
trabajadora no se podía explotar a si misma: “Formalmente los
productores dominantes y la burguesía dominante se encontraban en la
misma posición: ni la una ni la otra se podían explotar a sí mismas.
Pero esto es así por razones completamente diferentes. El contenido de la
dominación, sobre todo desde el punto de vista económico, no es el
mismo. En el caso de la burguesía, ella no se puede explotar a sí misma
porque vive de la explotación de los productores asalariados. En el caso
de los productores, no pueden explotarse a sí mismos porque ya no hay una
clase antagonista a la cual explotar y toda la ganancia viene de ellos
mismos y es subsidiada por ellos”.
Y luego agregaba: “Pero
hay otro análisis formal: es el hecho de que subsiste asimismo una
explotación derivada, ligada a las formas de reparto de la plusvalía
y la ganancia. Para el capitalismo, este reparto es concurrencial (la
competencia) y fundado sobre el mercado libre (...). Para la clase obrera
organizada en poder dominante, este reparto está planificado y no regido
por la competencia, pero esa planificación no implica menos
contradicciones, rivalidades, conflictos, desigualdades: allí se
encuentra la fuente de las expoliaciones burocráticas, y esto no es en
general posible más que porque hay en la clase de los trabajadores
asalariados que la sostiene [a esta planificación] un principio de
explotación mutua manifestada por el renovado juego de la ley del
valor.
“A fin de cuentas, la fórmula
según la cual ‘la clase trabajadora no se puede explotar a sí misma‘
es un sofisma destinado a oscurecer los fenómenos de expoliación inevitables
en una sociedad de transición y que, si no son esclarecidos por lo que
son, eternizan las relaciones de desigualdad que bien pueden, a la larga, reconstituir
relaciones de explotación entre clases de un nuevo género. No hay
nada de imposible en ello”.
Milimétricamente fue
esto lo que pasó en las sociedades donde fue expropiado el capital. Pero
Mandel no se percató de nada de esto en tiempo real, dado que escribía,
en la misma época del texto de Naville, su Tratado de Economía
Marxista, una obra de insostenible embellecimiento y mistificación de
la economía soviética en general y de la acumulación en manos de la
burocracia, en particular. De hecho, se compartía la ubicación metodológica
del propio Stalin de que en el mundo había “dos economías con dos
principios distintos”.
La crítica a Mandel en
este terreno es fundamental, porque su análisis opera como justificación
teórica de la adaptación al estalinismo y las direcciones burocráticas.
Aquí, el concepto de mistificación es importante, porque
hace a definiciones que clausuran u obstruyen la visión acerca de los
verdaderos problemas y contradicciones sociales que atravesaban a estas
sociedades. Mandel, al perder el punto de vista crítico, no daba
cuenta de las contradicciones sociales que atraviesan incluso a los
fenómenos de “conquistas” o de sociedades no capitalistas.
Veamos un ejemplo:
“Contrariamente a lo que afirman numerosos sociólogos que se esfuerzan
en utilizar el método de análisis marxista, la economía soviética
no revela ninguno de los aspectos fundamentales de la economía
capitalista. Sólo las formas, los fenómenos superficiales, pueden
inducir a error al observador que busca su naturaleza social (...). La
acumulación soviética es una acumulación de medios de producción
como valores de uso (...). La economía capitalista mundial forma un
todo (...). Por el contrario, la economía soviética, aun conservando
determinados lazos con la economía capitalista mundial, se sustrae
a las oscilaciones coyunturales de la economía mundial (...)”.
Así arranca Mandel su
mistificador análisis de la economía soviética en manos de la
burocracia; un punto de vista desastroso por donde se lo mire. Porque
decir que la economía soviética no revelaba “ninguno de los aspectos
fundamentales de la economía capitalista” no sólo era insostenible en
la década del 60, sino incluso en la década del 30. Subsistían –y no
podían dejar de subsistir– dos aspectos absolutamente fundamentales de
la economía capitalista: la continuidad de la ley del valor y el
trabajo asalariado. Y estos dos aspectos alcanzan para dejar sentado
que la economía de los países del Este (como tampoco ninguna economía
verdaderamente de transición) se puede sustraer al imperio de las leyes
del mercado mundial capitalista. Desarrollaremos esto más adelante.
Pero a este dislate se le
agrega otro: el embellecimiento de la acumulación en manos de la
burocracia, que consistiría lisa y llanamente en acumulación “como
valores de uso” (en el caso de los medios de producción). Es decir, por
fuera de los criterios de ganancia y al servicio de la pura utilidad
social y común. Esto es completamente falso, porque pasa por alto que la
base de la producción en todas las ramas y esferas de la economía era el
trabajo asalariado. Esto es, que la fuerza de trabajo continuaba siendo
una mercancía, y que la contradicción principal en la URSS era la
oposición entre la norma capitalista de
apreciación de las capacidades de trabajo y la apropiación
estatal-colectiva de la plusvalía (que terminaba en manos de la
burocracia), como hemos explicado en el articulo anterior según el modelo
que propone Naville de las “cooperativas”.
La verdadera base de esto
era que Mandel seguía a Stalin en la idea de que hay “dos mundos económicos
distintos”, con dos principios económicos rectores distintos, y que por
tanto la ley del valor no regía en las sociedades no capitalistas. Por
esto dice Mandel que la economía soviética “no revela ninguno de los
aspectos fundamentales de la economía capitalista”.
Pero es un hecho que la
desproporción entre las distintas ramas de la economía y la verdadera
irracionalidad de la planificación en manos de la burocracia hacían que
la ley del valor, que seguía imperando en las sociedades no capitalistas,
se terminara imponiendo. No se puede burlar la ley del valor ni
siquiera en una verdadera sociedad de transición, porque su imperio
viene necesariamente de las imposiciones del dominio del mercado mundial.
Lo que sí es posible, mediante una planificación democrática flexible
que reconozca la continuidad de este imperio del valor, es dirigir la
acumulación de medios de producción en un sentido que, a la postre, signifique
una elevación del nivel de vida y cultural de las masas. Pero no es
esto lo que pasó en la URSS, donde, como ya había definido León Trotsky,
la parte del león de la acumulación fue crecientemente a parar a manos
de la burocracia.
No se trata de un mero
problema de “formas”; esas formas eran la expresión de un contenido:
la continuidad del imperio de la ley del valor. Incluso en muchos
casos el voluntarismo burocrático inducía a error a los analistas,
porque bajo las “formas” de arbitrariedad administrativa se ocultaba
la continuidad de las leyes y restricciones heredadas del capitalismo y
reproducidas al servicio de la acumulación en manos de la burocracia.
Hay
incontables pasajes de la obra de Mandel que ilustran el carácter
mistificador-justificador de su análisis y su capitulación a los
aparatos burocráticos. Veamos.
“Cierto
que la industrialización rápida revista la forma de una ‘acumulación
primitiva‘ realizada por una violenta sustracción respecto al consumo
obrero y campesino, de la misma forma en que la acumulación primitiva del
capitalismo se basó en el incremento de la miseria popular. Pero, salvo
en el caso de una contribución extranjera en gran escala, toda
acumulación acelerada sólo puede realizarse por el incremento del
sobreproducto social no consumido por los productores, sea cual fuere la
sociedad donde se manifieste semejante fenómeno. Y esto no tiene nada de
específicamente capitalista”.
Este embellecimiento idílico
es absurdo, cuando es evidente que la acumulación fue a parar a manos de
la burocracia. La argumentación de que “toda acumulación acelerada”
se debe hacer a expensas de los productores inmediatos no es más que una burda
racionalización de la explotación (no orgánica) por parte de
la burocracia.
Continúa
Mandel: “La
acumulación capitalista es una acumulación de capital, es decir, una
capitalización de la plusvalía que tiene por fin producir más plusvalía
mediante ese capital. La ganancia es el fin y el motor de la producción
capitalista. La acumulación soviética es una acumulación de medios de
producción como valores de uso. La ganancia no es el fin ni el motor
principal de la producción. Sólo representa un instrumento accesorio en
manos del Estado, para facilitar la realización del plan y verificar su
ejecución por cada empresa”.
Consideremos,
en cambio, la crítica de Naville a este mismo libro de Mandel: “(...)
ni la fórmula de Konrod ni la de Mandel tienen en cuenta que la relación
que supone esta contradicción [entre los valores de producción y los de
consumo] (...) es el salariado (...). La desaparición del
mercado capitalista, que deja lugar a la planificación (aun imperfecta), no
liquida la exigencia de la rentabilidad de los costos de producción más
bajos posibles. Dicho de otra manera, la productividad
–relación entre trabajo humano (salario) y la utilidad de lo
productos– no deja de ser uno de los criterios de ganancia. (...) Los
productos no pueden dar ganancia si el valor no difiere de la suma de
elementos de costos de producción (...). La búsqueda de una plusvalía
creciente está dada por la necesidad, ineluctable en el socialismo de
Estado como en el capitalismo, de evitar la baja tendencial de la tasa de
ganancia (...). Es en este sentido que el trabajo vivo lucha siempre por
sustraerse al influjo del trabajo muerto, y es siempre en este sentido que
la búsqueda de una tasa máxima de acumulación sigue siendo una ley
de estos regímenes”.
Mandel va más lejos en
su admiración a la planificación estalinista: “[La] competencia es lo
que determina la anarquía de la producción capitalista (...). Por el
contrario, la planificación soviética es una planificación real,
en la medida en que el conjunto de los medios de producción industriales
se encuentra en manos del Estado, que puede así determinar centralmente
el nivel y el ritmo de crecimiento de la producción y de la acumulación.
En el marco de esta planificación subsisten, sí, elementos de anarquía,
pero su papel es comparable precisamente al de los elementos de
‘planificación’ en la economía capitalista: corrigen pero no
suprimen las características sociales de la economía. Sometida a la
tiranía de la ganancia, la economía capitalista se desarrolla según
leyes precisas (...). La economía soviética escapa completamente a
esas leyes y a esos aspectos particulares”.
Así, Mandel toma el
camino mistificador de la supuesta dualidad de principios rectores:
“Asimismo, es abusivo considerar la economía soviética simplemente
como ‘consecuencia‘ de tendencias de desarrollo que salen a la luz en
la economía capitalista contemporánea: “(...) De hecho, la economía
soviética representa la negación dialéctica de estas tendencias
(...) La sociedad soviética es la destrucción, la negación de las principales
características de la sociedad capitalista (...)”.
Lo
cierto es lo contrario: más que la “negación dialéctica” de estas
tendencias, las formas desarrolladas en los países del Este estaban emparentadas
con las del capitalismo, en la medida en que, como decía Marx en la Crítica
del Programa de Gotha, se trataba no de una sociedad construida enteramente
sobre una nueva base, sino tal y como había salido de la vieja
sociedad capitalista. Y, sobre esta base, un principio –y hecho
material– era común a las “dos economías”: la subsistencia del
trabajo asalariado, sobre la base de la continuidad de la ley del valor.
La dialéctica
materialista de Pierre Naville, más “trotskista” que Mandel,
partía de una ubicación opuesta: considerar el conjunto de la economía
y la política mundiales como regida por un principio, y no dos.
Esta unidad era en verdad tributaria de la teoría de la revolución
permanente de Trotsky e incluso del análisis de Trotsky sobre la URSS en La
revolución traicionada. Este punto de Naville, desarrollado en los
siete tomos de El nuevo Leviatán, es de una enorme solidez y
vigencia.
“Es preciso dejar de
lado las visiones que hacen del mundo un acuerdo provisorio entre dos
universos completamente distintos, separados y enemigos por ello (...) Los
conflictos que los oponen y atraviesan no prueban que el mundo económico
y político sea doble en sus principios. No es suficiente que existan
dos campos enemistados para suprimir la razón misma del antagonismo que
es la unidad (...) Era preciso la ceguera de un déspota ignorante
(Stalin) para deducir de un antagonismo la definitiva ruptura de una
unidad que es la esencia misma de las relaciones tejidas por el capital,
cuya herencia el socialismo no puede más que aceptar, so pena de
abortar”.
Y, en referencia directa a Mandel: “(...) es preciso investigar si la
economía mundial actual puede ser juzgada por un modelo único y, en este
caso, cuáles son los postulados admisibles. Casi todas las obras didácticas
de economía, tanto en los países del socialismo de Estado como en los
capitalistas, establecen una dicotomía de principios. Este error
fue repetido por un autor que se dice ‘trotskista’, Ernest Mandel
(Tratado de Economía Marxista, 1962)”.
Continúa Naville:
“(...) no se puede proveer una explicación correcta de las
transformaciones parciales en la economía mundial si se la descompone
por principio. La ruptura misma introducida por el régimen soviético
no establece una heterogeneidad radical. Es, por el contrario, una
visión unitaria del sistema en su conjunto lo que permite
comprender el alcance de los antagonismos, de sus diferencias y de sus
modificaciones parciales. La abolición de los poderes del gran capital
privado en la URSS (...) no implica la abolición de las leyes económicas
generales que rigen el funcionamiento de las relaciones capitalistas a
escala mundial (...). El valor de cambio sigue siendo el regulador de
todas estas relaciones. Lo que cambia, lo que es nuevo, es el poder que
detenta el Estado de modificar, en favor de relaciones no
capitalistas, una estructura que depende en su origen de las
relaciones capitalistas mundiales de las que ha surgido”.
En suma, las leyes de la
economía mundial siguen siendo los únicos puntos de referencia, los
parámetros a partir de los cuales evaluar el sentido de las
evoluciones y transformaciones en el caso de las formaciones sociales no
capitalistas. No puede haber otros desde el punto de vista del
marxismo, desde el punto de vista de la totalidad de la economía mundial
capitalista, a la cual toda sociedad de transición se verá
necesariamente sometida.
El
estalinismo: ¿una burocracia obrera?
Es sobre la mistificadora
base anterior que Ernest Mandel desarrolló la caracterización de la
burocracia estalinista como “burocracia obrera”. Muchos otros
trotskistas han tomado esta caracterización de la burocracia en la
posguerra, aun cuando este embellecimiento burdo del estalinismo difícilmente
se pueda hallar en el propio Trotsky. Por ejemplo, allí
donde Trotsky hablaba de un “doble rol” de la burocracia
estalinista, en el sentido de que se vería obligada a “guardar y
defender la propiedad nacionalizada, al mismo tiempo que socavándola dada
su naturaleza contrarrevolucionaria”, el pablo-mandelismo veía una “doble
naturaleza” de la burocracia, como si fuese un 50%
revolucionaria.
Ya nos hemos referido a
esto en la crítica a Pablo.
Pero no nos queremos
detener en este trabajo en el lado político de la cuestión, sino
ir más a fondo en la discusión de la caracterización social de
la burocracia estalinista.
Se debe partir de diferenciar
al estalinismo soviético respecto de las burocracias de los
sindicatos y los partidos socialdemócratas y comunistas de Occidente.
En este caso, la burocracia efectivamente tendía (y en muchos casos aún
tiende) a configurarse como una expresión de simple parasitismo social,
viviendo de las cotizaciones de los afiliados, en la medida en que la
clase explotadora propiamente dicha de la clase obrera en los países
capitalistas, es, naturalmente, la burguesía. Las organizaciones sobre
las que se apoya esta burocracia sufrieron a lo largo de los años un
creciente proceso de “estatización” (estudiado muy agudamente por
Trotsky en Los sindicatos en la época del imperialismo), esto es,
de dependencia de la recaudación y financiamiento estatal. Hoy tenemos
muchos casos de “burocracias empresarias”, que evidentemente quedan en
el límite de la definición clásica de las burocracias en los países
capitalistas.
Pero no nos queremos
referir a esto aquí , sino al caso específico
de la burocracia estalinista al frente de inmensos Estados en un
tercio del globo, y que no tenía a su lado una clase propietaria
capitalista. En estas condiciones, creemos que la definición de la
burocracia estalinista como “burocracia obrera”, esto es, como
formando parte de la clase trabajadora, es un desastre teórico y un
embellecimiento político que no resiste el menor análisis.
“La idea que la
burocracia soviética, como la burocracia sindical en Occidente, no ha
cortado su cordón umbilical con la clase trabajadora y que sus
intereses específicos y decisiones políticas pueden ser vistas dentro
del marco de una relación parasitaria especial con el proletariado lleva
a la conclusión de que la lucha de clases en los países capitalistas
continua siendo un proceso bipolar, capitalismo versus clase obrera (con
la burocracia operando por lo general como gendarmes del capital en el
mundo del trabajo”.
Más allá de lo que
venimos diciendo de que la burocracia de los Estados burocráticos
consistió en un tipo específico de burocracia, no asimilable a la de los
países “occidentales” (aspecto ausente del análisis de Mandel), la
caracterización de que la burocracia soviética no había cortado su cordón
umbilical con la clase trabajadora es contraria a los hechos. Ya en 1928,
Christian Rakovsky, en Los peligros profesionales del poder, había
planteado de manera muy aguda este problema. Ni el propio Trotsky, que lo
cita en La revolución traicionada, se atrevió a desmentirlo.
Porque no se trataba de un mero caso de parasitismo social: la burocracia
se apropiaba de la parte del león del excedente, esto es, vivía
de la explotación de la clase trabajadora, más allá de que no hubiera
llegado a constituirse efectivamente en una clase explotadora orgánica.
Y si la burocracia vivía de la explotación de la clase trabajadora, no
podía constituir parte de esta misma clase. En el texto que citamos
ocurre lo mismo que con muchos otros escritos por Mandel u otros
dirigentes del trotskismo “tradicional”: la correcta negación de que
la burocracia fuera una nueva clase orgánica permite deslizarse al más
craso embellecimiento de esa misma burocracia como “parte de la propia
clase trabajadora”.
Hasta el final de sus días
Mandel mantuvo esta caracterización. Así se puede ver en su último
trabajo teórico, El poder y el dinero. Una caracterización marxista
de la burocracia (1992).
Allí se mantiene la caracterización de la burocracia estalinista
como “burocracia obrera”: “las burocracias del partido y el
Estado se funden con los administradores burocráticos de la economía
para integrar una endurecida e inamovible capa social (Trotsky la llamó
casta), que usa su monopolio del poder para mantener y extender sus
posiciones socio-materiales. El hecho de que ahora la burocracia obrera
ejerce el poder estatal multiplica todos sus rasgos anti clase
obrera, conservadores, parasitarios, ya visibles en las burocracias
sindicales y partidarias del movimiento obrero de masas”.
Está todo dicho: se
trata sólo de rasgos antiobreros, no de una naturaleza social
distinta, ajena a la clase trabajadora. Se trata de un caso más
de la burocratización del movimiento obrero, esencialmente similar
a las de las burocracias sindicales y partidarias de Occidente, y no de un
fenómeno de naturaleza cualitativamente distinta a éstos, al
tratarse de una burocracia gestionando Estados enteros sin tener a su lado
una clase propietaria.
Un simple dato sirve para
ilustrar la inusitada magnitud del fenómeno en el caso de Rusia:
en la década del 80, inmediatamente antes de la caída de la burocracia
estalinista y del giro masivo a la restauración, la burocracia soviética
estaba compuesta por 18 millones de personas.
La posición de Mandel es
insostenible porque, a partir de determinado estadio de su desarrollo, la
diferenciación funcional que se fue dando como producto de las
tareas de conducción del Estado obrero aislado devino en diferenciación social,
como dijera Rakovsky. Mandel cita a éste en el trabajo que estamos
comentando, pero sin molestarse en dar cuenta de que Rakovsky afirma que
la burocracia estalinista que se venía afianzando en el poder estaba dejando
de formar parte de la clase obrera y deviniendo en otra categoría
social.
“No me detendré aquí
en la diferenciación que el poder ha introducido en el seno del
proletariado, y que he calificado más arriba de ‘funcional‘. La función
ha modificado el órgano mismo, es decir, la psicología de aquellos que
se han encargado de diversas tareas de dirección en la administración y
la economía del Estado ha cambiado hasta tal punto de que no sólo
objetiva, sino también subjetivamente, no sólo material, sino también
moralmente, han dejado de formar parte de esta misma clase obrera”.
Corresponde, entonces,
diferenciar tajantemente entre el parasitismo social –las burocracias
que viven del aporte de los afiliados sindicales o incluso de los aportes
obtenidos vía el Estado– y la naturaleza social totalmente distinta de
la burocracia que vive de la explotación de la propia clase
trabajadora.
“Si la dirigencia soviética
mantuvo una relación de explotación con los trabajadores, no pudo
pertenecer a la clase que explotaba. La oposición entre la clase
obrera y la burocracia era de un carácter mucho más agudo e
irreconciliable que la que derivaría de una distribución
‘desigual‘, o de la existencia de ‘privilegios‘. En este respecto,
son importantes las observaciones de Rakovsky (...) Aquel planteó muy
tempranamente que la burocracia se había diferenciado socialmente de la
clase obrera; Trotsky lo cita en La revolución traicionada, pero
no deriva las consecuencias para la caracterización de la burocracia
(...) Así como los explotadores ‘asiáticos‘ estaban separados de los
campesinos por un abismo social –la explotación– sin ser
propietarios, también lo estaban los burócratas soviéticos respecto de
las masas trabajadoras”.
Conclusión: no se
puede ser parte de la misma clase social a la que se explota. En
definitiva, la concepción de las burocracias obreras llevaba al
paroxismo la capitulación a los aparatos burocráticos. La definición
correcta es que configuraron una capa social pequeño burguesa,
socialmente ajena a la clase obrera y políticamente
contrarrevolucionaria.
Revoluciones
socialistas “objetivas”
El morenismo tuvo una
particularidad respecto de las corrientes anteriores: partiendo del carácter
revolucionario de los procesos de la posguerra, tuvo en general una política
independiente respecto de las direcciones que estuvieron al frente de
ellos. En este sentido, encarnó una tradición de no capitulación
o adaptación a los aparatos y direcciones pequeño burguesas y burocráticas.
Esto hizo, por ejemplo, a
una ubicación política práctica sumamente correcta y principista respecto
de uno de los fenómenos más importantes en las décadas del 60 y 70 en
América Latina, los movimientos guerrilleros, frente a los cuales,
a pesar de las inmensas presiones y concesiones parciales, no capituló.
Junto con esto, la
corriente morenista tuvo otros rasgos progresivos: la búsqueda permanente
de abrirse paso hacia los procesos reales de la clase trabajadora y de
salir de la marginalidad política; el haber sostenido prácticamente a lo
largo de toda su trayectoria el esfuerzo por ser parte de un marco
internacional de relaciones con las corrientes del trotskismo europeo,
etc.
Sin embargo, el estallido
del morenismo requiere una explicación. Y parte fundamental de ésta es
que en el momento de su apogeo (década del 80) sintetizó una
elaboración y teorización que, partiendo de un presupuesto metodológico
correcto, la necesidad de analizar y dar cuenta de los nuevos fenómenos,
dio lugar a una reelaboración globalmente incorrecta de la teoría
de la revolución en clave “objetivista”.
Esta reelaboración
objetivista
se fue constituyendo a lo largo de años en los que, de manera abusiva, se
le reconoció a las revoluciones de la posguerra (caracterizadas como de
“febrero”, por analogía con el febrero ruso de 1917) un carácter
“obrero y socialista objetivo” que no tuvieron. Lo que, además,
estaba emparentado con una determinada valoración del carácter de la
URSS (“Estado obrero degenerado”) y una concepción también errónea
acerca del carácter de la revolución y la transición socialista.
Estos dos
elementos, una reelaboración objetivista de la teoría de la
revolución y una concepción con rasgos burocráticos y sustituistas
de la revolución y la transición, sumados a las presiones y gravísimos
errores oportunistas que se fueron acumulando durante la construcción
del viejo MAS, dieron lugar al estallido definitivo de la corriente
morenista hacia finales de los 80 y principios de los 90.
Notas:
.-
Queremos dejar sentada nuestra reivindicación de la tradición
trotskista y su compromiso con la clase obrera mundial: desde los
heroicos y abnegados militantes trotskistas en los campos de
concentración de la URSS, los cuartistas caídos en la lucha contra
el nazismo en Europa, la pelea del trotskismo vietnamita contra la
burocracia de Ho Chi Minh o los cien compañeros del PST argentino caídos
bajo la genocida dictadura militar.
.-
Alex Callinicos, Trotskyism, Londres, Minesotta Press, 1990.
.-
Nahuel Moreno introdujo una interpretación respecto de la guerra
–como parte de su reelaboración de la teoría de la revolución en
los 80– que no nos parece correcta, porque tendía a deslizarse a la
posición de que se trataba de una guerra entre regímenes,
perdiendo de vista el esencial carácter social de guerra
interimperialista y de colonización respecto de la URSS. En este
marco, es un hecho que a las corrientes trotskistas les costó
orientarse en circunstancias en que, producto de la ocupación nazi,
se desarrollaron genuinos movimientos de liberación nacional
monopolizados por una conducción burocrática estalinista con una
orientación nacionalista estrecha. Este último aspecto es señalado,
correctamente a nuestro juicio, por el historiador trotskista Pierre
Broué. Queda pendiente, entonces, realizar un trabajo crítico sobre
la ubicación del trotskismo en la Segunda Guerra.
.-
Analizar esta
dialéctica de conquistas / concesiones del imperialismo a fin de
salvar lo principal (el corazón del sistema capitalista) requeriría
un desarrollo más allá de los límites de este texto. No obstante,
dejamos señalada aquí su importancia para la comprensión de
la dinámica de la lucha de clases en la posguerra.
.-
Esto es, países
no conquistados por intermedio de revoluciones, sino desde arriba por
el Ejército Rojo en términos de demagogia “nacional” contra la
propiedad nazi. Sobre esto ver François Fejtö, Historia de las
Democracias Populares, París, Editions du Seuil, 1969.
.-
Debemos decir que en esos momentos configuraron una reacción
progresiva (en el terreno político, aunque sin lograr establecer
una superación en el terreno teórico y programático) ante las
capitulaciones del pablismo en aquellos años. Luego vendrá la
reunificación de 1963 entre el pablo-mandelismo y el SWP de EEUU (a
la que se sumaría Moreno). Lambert y Healy se mantuvieron por fuera,
sosteniendo escuálidamente el CI hasta su disolución en la década
del 70. En esa década se produce la ruptura definitiva de Moreno con
el SWP y luego con el mandelismo, producto de sus profundas tendencias
oportunistas.
.-
Salvo el grupo inglés Alliance for Workers‘ Liberty, no se conoce
hoy otro grupo que se reivindique de la tradición de Schachtman, que
terminó capitulando en 1958 con su entrada al Partido Demócrata y
que en la década del 60 apoyó a Estados Unidos en la guerra de
Vietnam. Del mismo modo, sólo se mantuvo de manera independiente Hal
Draper, que logró realizar una importante obra teórica sobre Marx,
si bien con el muy grave déficit de una valoración totalmente
unilateral del legado de Lenin, y sin llegar nunca a revisar la
concepción idealista del “colectivismo burocrático”.
.-
Caracterizada
por Trotsky como “tendencia pequeño burguesa”, lo que a la postre
se terminó confirmando, más allá de que tampoco la tendencia de
Cannon logró mantener la independencia de su corriente, que terminó
capitulando definitivamente al castrismo a comienzos de la década del
80 (luego de la muerte del propio Cannon).
.-
Como así también la corriente de C.R.L. James en Estados Unidos en
la misma época, una tendencia espontaneísta- idealista, de la que
son tributarios hoy intelectuales como Harry Cleaver, en la línea de
John Holloway.
.-
En nuestra
concepción, la URSS configura en las primeras décadas (luego de la
revolución de Octubre) un estado obrero de pleno derecho, transformándose,
como producto de la contrarrevolución estalinista, en un “Estado
burocrático con restos proletarios comunistas”, como lo
definiera Christian Rakovsky. En el caso de las revoluciones en China,
Yugoslavia, Cuba y Vietnam, así como de los países del este de
Europa –donde también se obtuvieron conquistas como la expropiación
de la burguesía, la independencia del imperialismo, la reforma
agraria y la unidad nacional–, estas conquistas fueron
distorsionadas desde un comienzo, dando lugar directamente a la
configuración de Estados burocráticos a imagen y semejanza de la
URSS.
.-
León Trotsky, En defensa del marxismo, Buenos Aires, Yunque,
1975, p. 156.
.-
Tony Cliff, Capitalismo de Estado en la URSS, Barcelona, En
Lucha, 2000, p. 231.
.-
Creemos que Alex Callinicos tiene razón cuando afirma que en
definitiva (como la definiera Trotsky oportunamente) la tendencia de
Schachtman fue de un sector que cedió a la presión de la pequeño
burguesía imperialista.
.-
Pierre Naville, El
nuevo Leviatán, vol. 3, “El salario socialista”, París,
Anthropos, 1970, pp. 263-4.
.-
Cornelius Castoriadis, La sociedad burocrática, volumen 2,
Barcelona, Tusquets, 1976, pp. 14-20.
.-
Esta llega a
tener unos 400 militantes; luego se dividió alrededor del problema
del “entrismo” en el Partido Laborista. Respecto de la corriente
de Cliff, “el motivo directo [de la expulsión] fue la negativa de
Cliff a definir a Corea del Norte como más progresista que Corea del
Sur en la guerra imperialista que estaba dividiendo el país”, tal
como ellos mismos relatan en Capitalismo de Estado en la URSS,
ed. cit., p. 11.
.-
Tony
Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, Londres, Bookmarks, 1999, p.
31.
.-
En P. Naville, op. cit., p. 295.
.-
Alex Callinicos, Trotskyism, cit.
.-
Que estaban
marcadas por el peso inmenso del aparato burocrático estalinista en
la URSS, los acuerdos de Yalta y Potsdam y el carácter de conflicto
“pautado”, dentro del sistema mundial de Estados, que asumió la
pelea Este-Oeste, que enchalecaron en gran medida por todo este período
histórico la lucha entre las clases.
.-
P. Naville, op. cit., pp. 292-4.
.-
Ver, por
ejemplo, “Analysing Imperialism” de Chris Harman, en International
Socialism 99. Una crítica a una posición similar es la de
Roberto Ramírez a Robert Brenner: “El boom y la burbuja”, en SoB
15.
.-
A. Callinicos, Trotskyism, cit.
.-
A este respecto
ver el importante trabajo de Roberto Ramírez “La mundialización
del capitalismo imperialista y nuestro programa”, en www.mas.org.ar.
.-
León Trotsky,
“Combatir al imperialismo para combatir al fascismo”, en Escritos
latinoamericanos, Buenos Aires, CEIP, 2000, p. 95.
.-
Chris Harman, “Argentina: Rebellion at the Sharp End of the World
Crisis”, International Socialism 94, pp. 43-44.
.-
Roberto Ramírez,
cit., pp. 38-9.
.-
La forma de razonamiento sectario se caracteriza, precisamente, por su
formalismo, por no ver los matices, los “grises”, que, como decía
Trotsky en algunos de sus textos sobre España y Francia, son las
circunstancias más comunes que se nos presentan a los revolucionarios
en la vida política.
.-
Chris
Harman, “Analysing Imperialism”, Internacional Socialism
99, p. 32.
.-
Los compañeros no han hecho un balance de este curso y se
muestran muy dogmáticos, muy poco críticos respecto de su propia
tradición. Es cierto que, proviniendo de posiciones muy
sectarias, hace ya algunos años están en un giro correcto hacia los
movimientos de masas reales, pero, en varios casos, con costados
oportunistas.
.-
Ver la crítica
de A. Callinicos en Trotskyism, p. 46.
.-
Luego, en su período
ya abiertamente “democratizante” (término al que es afecto el PO
argentino), el desbarranque fue aún mayor: se capituló a la Perestroika
(“reestructuración”) y la Glasnost (“transparencia”)
de Mijaíl Gorbachov, y se llegó a considerar al mismísimo Boris
Yeltsin (en Où va la URSS de Gorbatchev?) como una supuesta
ala “izquierda” de estas políticas consideradas como
“progresivas”. Veamos: “En el estado actual de la información
(...) una conclusión se impone: el deber de los marxistas
revolucionarios –y más allá de ellos, de todas las fuerzas de
convicción socialista-comunista real en la URSS y fuera de la URSS–
respecto de la experiencia de la URSS es de apoyar de manera crítica
o de rechazar cada reforma concreta puesta en práctica por el equipo
dirigente de la URSS, según sirva o no a los intereses de la clase
obrera”. Où va la URSS de Gorbatchev?, París, La Breche,
1989, pp. 328-9. Nuevamente, la clásica línea pablo-mandelista no
independiente de “apoyo crítico” a la burocracia o a alguna de
sus alas. Esta línea, expresada en el apoyo al gobierno
nacionalista burgués de Paz Estensoro en Bolivia de 1952, en
oportunidad de una de las pocas revoluciones obreras y socialistas
reales de la posguerra, se transformó en traición abierta al
proceso. Ver al respecto R. Sáenz, “Crítica al romanticismo
‘anticapitalista’”, SoB 16.
.-
Esta discusión plantea un problema de método frente a las
revoluciones y procesos revolucionarios: la doble exigencia
de no ser normativistas a la hora de considerar los procesos reales de
la lucha de clases, pero, al mismo tiempo, saber identificar sus límites
de clase y socialistas, evaluarlos tal como son y no como quisiéramos
que fueran. Es una obligación intervenir en el proceso tal cual
es, pero no para adaptarse a él, sino para dar una pelea estratégica
para que se transformen en obreros y socialistas.
.-
El caso más grave de esta tradición oportunista es, hoy, la
participación de Miguel Rossetto, de la tendencia Democracia
Socialista en el PT, como ministro de Desarrollo Agrario del gobierno
burgués de Lula. La DS es parte actual del SU (su segundo partido
luego de la LCR francesa), e incluso en la tradición de esta
corriente el paso de formar parte lisa y llanamente de un gobierno
burgués no tenía antecedentes, salvo el Lanka Sama Samaja Party
(LSSP) de Ceilán en los años 60, pero ese partido fue en esa
oportunidad expulsado del SU. El “caso” DS ha dado lugar a las
acostumbradas discusiones diplomáticas –sin consecuencia práctica
alguna– en el SU, que convive con el bochorno de una verdadera
traición en tiempo real.
.-
A. Callinicos, Trotskyism, cit.
.-
Tony
Cliff, Trotskyism AfterTrotsky, cit., pp. 17-18.
.-
“Oú
allons-nous?”, en Los Congresos de la IV Internacional, ed.
cit., p. 29.
.-
Marcel Bleibtreu, integrante de la mayoría del PCI, se le opone en un
conocido artículo llamado “¿A dónde va el camarada Pablo?”. Su
posición configuró un rechazo correcto frente a la orientación
liquidacionista de Pablo, que dio lugar, en 1953, a la ruptura más
importante de la IV en la posguerra (de hecho, Pablo expulsó a la
oposición de la Internacional). Este sector, como hemos dicho,
constituyó una posición progresiva frente al curso del
pablo-mandelismo, aun a pesar de sus límites teóricos. Nahuel Moreno
se sumó a este sector, integrado también por el SWP de EEUU, durante
los 50.
.-
No está de más
dejar señalada la falta de perspectiva de toda la fracción
mayoritaria pablo-mandelista de la IV Internacional en esos años,
cuyo “análisis-justificación” de esta política capituladora venía
dado por la supuesta “inminencia de la III Guerra Mundial” de
Estados Unidos contra la URSS. Esto, a pesar de que hacía años que
se habían firmado los acuerdos de Yalta y Potsdam y ya comenzaba el
boom económico de la posguerra. Esta actitud revelaba, además, una
total incomprensión de los acuerdos de Estado que había establecido
la burocracia de la URSS con el imperialismo, de peso decisivo en toda
la posguerra. Esta corriente del trotskismo asumió íntegramente la
escenificación –en esencia, contrarrevolucionaria– de la lucha
entre los dos “campos”: EEUU y la URSS, que no fue, en definitiva,
más que un conflicto pactado y enteramente dirigido contra las masas
trabajadoras de todo el mundo.
.-
En esa década,
Stalin impuso la subordinación del naciente Partido Comunista Chino
al Kuomintang (partido nacionalista burgués). Con respecto a la crítica
de la teoría de los “campos” y su significado capitulador, existe
un trabajo muy valioso y actual de Nahuel Moreno, La traición de
la OCI (u) (1981), dirigido, paradójicamente, contra el mismo
sector que en la década del 50 se alzó correctamente contra Pablo en
Francia: la corriente orientada por Pierre Lambert, que en estos
textos no podemos abordar en extenso. Este trabajo de Moreno es muy
recomendable por su carácter educativo sobre cómo se debe hacer
política revolucionaria e independiente.
.-
El objetivismo
fue, sin duda, una marca registrada de casi todo el trotskismo de
posguerra, incluido el morenismo. Dice Pablo: “Los acontecimientos más
profundos, más revolucionarios, más determinantes –nos enseña la
teoría marxista-leninista del capitalismo en su fase imperialista–,
son provocados a pesar y en contra de todos los obstáculos subjetivos,
a pesar y en contra de la línea traidora de las direcciones
tradicionales socialdemócratas y estalinistas de masas, por las
contradicciones inherentes al régimen social actual, por la
exasperación inevitable de estas contradicciones (...)”. “Où
allons-nous?”, cit., p. 35. O
sea, producto del proceso objetivo “a pesar y en contra de las
direcciones”, la revolución socialista progresa sin descanso...
Hemos escuchado este tipo de razonamiento en lo más profundo de la
crisis del viejo MAS a fines de los 80.
.-
Ya volveremos
sobre esto cuando cuestionemos no sólo la caracterización política
que el pablismo hacía de la burocracia estalinista, sino el análisis
común a muchas corrientes del trotskismo “tradicional” acerca de
su naturaleza social.
.-
M. Pablo, cit., p. 46.
.-
M. Pablo, cit.,
pp. 28, 35 y 41.
.-
En este caso, la
referencia al modelo de la revolución rusa como no aplicable a las
revoluciones de posguerra cumple el papel de dejar sin marco de
referencia el análisis de los límites y el carácter mismo de
esas revoluciones.
.-
Daniel Bensaïd, en Combates y debates de la IV internacional.
Francoise Moreau, Quebec, Vientos del Oeste, 1993.
.-
Ver al respecto
la crítica de J.P. Divés al folleto de Bensaïd Los trotskismos.
.-
D. Bensaïd,
cit., p. 22.
.-
A comienzos de los 80, Moreno cayó en ese desastroso enfoque. Porque Actualización
del Programa de Transición transformaba la “excepción” en
regla de las revoluciones (pasadas y por venir), sentando las
bases teóricas y estratégicas de las desviaciones objetivistas y
oportunistas que llevaron a la explosión de la corriente morenista.
Ya volveremos sobre esto.
.-
Pierre Naville: El
nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 3, p. 165. Naville
advierte que un principio común (y equivocado) entre la mayoría de
las tendencias del bolchevismo en la década del 20 era que “la
clase obrera no se podía explotar a sí misma”. Si “estaba en el
poder” y era la clase dominante, ¿cómo se iba a explotar a sí
misma? Finalmente, la historia demostró que la clase trabajadora dejó
de ser dominante en todos los terrenos. Y que, a la vez, como lección
de la experiencia histórica, se debe saber que luego de la explotación
capitalista orgánica le sucede en la transición una forma de
explotación no orgánica, la “explotación mutua”. Esta es inevitable
en condiciones del mercado mundial capitalista, y es tarea de la
transición tender a reabsorber y disolver esta última forma
de explotación del trabajo.
.-
Pierre Naville, El
nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen 3, ed. cit., p.
118.
.-
P. Naville, cit., p. 119.
.-
Ernest Mandel, Tratado de economía marxista, México, ERA,
1988. Párrafo a párrafo, los capítulos dedicados a la economía de
la URSS son una lamentable acumulación de lugares comunes.
.-
Cabe reconocer
que Nahuel Moreno, pese a los déficits de su propia posición, tuvo
el mérito de seguir empíricamente a Naville en algunos fundamentos
de su abordaje. Sobre esta base realizaba una crítica justa al
pablo-mandelismo: “Completando esta cadena que aparta al
revisionismo del marxismo, aceptando la concepción de los teóricos
de la burocracia del ‘socialismo en un solo país’, el pablismo ha
aceptado las premisas del estalinismo de que en el mundo actual
existen dos mundos económica y políticamente enfrentados y antagónicos:
el del imperialismo y el de los Estados obreros burocratizados. Esto
no es así ni en el terreno político ni en el económico. No hay
dos mundos económicos a escala mundial. Hay una sola economía
mundial, un solo mercado mundial, dominado por el imperialismo.
Dentro de esta economía mundial dominada por el imperialismo, existen
contradicciones más o menos agudas con los Estados obreros
burocratizados donde se expropió a la burguesía. Pero no son
contradicciones absolutas (...). La economía de todos los Estados
obreros, burocratizados o no, está supeditada –mientras el
imperialismo siga siendo más fuerte económicamente– a la economía
mundial controlada por el capitalismo. Es por esto que la economía de
los Estados burocratizados ha seguido como una sombra los ciclos de la
economía capitalista mundial”. Nahuel Moreno, Actualización del
Programa de Transición, p. 68.
.-
Modelo en el que, como hemos señalado, aparece abolido uno de
los principios de la explotación capitalista, la propiedad privada de
los medios de producción, pero subsiste otro: la norma
capitalista de apreciación de las capacidades de trabajo (usando la
expresión de Naville). Esto mismo rige para el caso de las
cooperativas “capitalistas” en el caso del Argentinazo: sean las fábricas
recuperadas o, como cooperativas de distribución, los movimientos de
trabajadores desocupados. Allí impera la autoexplotación o la
distribución de la miseria. Esto no menoscaba a dichas expresiones
como conquistas de los trabajadores en lucha, pero permite tener un
punto de vista crítico acerca de ellas.
.-
E. Mandel, op.
cit., p. 174.
.-
P. Naville:
“El Nuevo Leviatán”, El salario socialista, volumen 2, pp.
122-132.
.-
E. Mandel, cit.,
p. 175.
.-
E. Mandel, cit., p. 178.
.-
P. Naville, El nuevo Leviatán, El salario socialista, volumen
2, p. 19.
.-
“La burocracia
soviética es inconmensurablemente más poderosa que todas las
burocracias reformistas de los países capitalistas juntos, dado que
tiene en sus manos el poder del estado, con sus ventajas y
privilegios”. Leon Trotsky: “Cómo venció Stalin a la oposición”
(12-11-35), en Escritos, tomo VIII, volumen 1. Bogotá, Pluma,
1977.
.-
Moreno criticó
en varias oportunidades esto, aunque tuvo idas y venidas respecto de
la caracterización de la burocracia como “obrera”. La considera
así en La dictadura revolucionaria del proletariado, donde
llega a concebir la “revolución política” como una pelea de
“un sector de la clase obrera contra otro”... Sin embargo, en
otros textos de los 80 plantea la caracterización de la burocracia
como socialmente pequeño burguesa. Veremos esto más adelante.
.-
Esto plantea una elaboración específica que está más allá de los
límites de este trabajo, y que marca una diferencia respecto de lo
ocurrido en los países del Este.
.-
E. Mandel, ¿Por
qué la burocracia no es una nueva clase dirigente? Mandel
Archive, www.angelfire.com\pr\red
.-
Texto que
aparece como muy vulgar al lector en castellano, probablemente como
producto de serios problemas de traducción.
.-
E. Mandel, El poder y el dinero, México, Siglo XXI, p. 107.
.-
Christian
Rakovsky, Los peligros profesionales del poder, www.mas.org.ar.
.-
A diferencia de
Astarita, creemos que Trotsky, que había evaluado casi al milímetro
las relaciones sociales en la URSS y que no quiso dar ese paso
promediando la década del 30 –cuando para él se trataba de una
revolución “aún viva”), actuó correctamente en lo metodológico,
desde su punto de vista.
.-
Rolando
Astarita, “Relaciones de producción y estado en la URSS”. Debate
Marxista Nº 9, noviembre 1997. Se trata de un trabajo valioso y
pedagógico que, no obstante, tiene el serio problema de que no logra
dar una definición materialista de las raíces histórico-sociales en
las que se asentaba la degeneración de la URSS. Esto había sido muy
bien resuelto en la elaboración de Naville, que Astarita rechaza. Por
eso queda abstracta su evaluación de la formación social real
de la URSS y demás Estados burocráticos; reivindica, incluso, la
elaboración a nuestro juicio incorrecta de Bruno Rizzi. Más grave aún
es que esto ocurre porque Astarita tiende a ser tributario de
Mandel en un punto fundamental, que es no partir de la unidad
de principios rectores de la economía mundial. Y, por
tanto, no parece que en los Estados burocráticos hubieran regido las
imposiciones de la ley del valor. Astarita considera que este ángulo
implica asumir una visión “capitalista de Estado”, lo que nos
parece un error.
.-
Recordamos aquí
la opinión de León Trotsky acerca de las razones y consecuencias políticas
de las concepciones “objetivistas”: “Desde hace mucho, el
camarada Vereecken ha caracterizado al POUM de forma totalmente errónea,
pensando que, bajo la presión de los acontecimientos, este
partido, por así decirlo, evolucionaría ‘automáticamente‘ hacia
la izquierda, y que nuestra política en España debería limitarse a
un ‘apoyo crítico‘ al POUM. Los acontecimientos no han
confirmado en absoluto este pronostico fatalista y optimista,
extraordinariamente característico del pensamiento centrista,
pero en manera alguna del pensamiento marxista”. León Trotsky, España
revolucionaria, Buenos Aires, Antídoto, 2004, p. 250. Estas
graves consecuencias políticas de los análisis y la política
objetivistas se verificaron palmariamente en la crisis del viejo MAS.
.-
Hay dos partidos o corrientes principales que se reivindican
morenistas: el MST argentino y el PSTU brasileño. Más allá de que
tradición y balance son dos planos no necesariamente iguales, podemos
decir que, en el caso de estos partidos, ninguno ha logrado pasar el
menor balance de la incorrecta síntesis objetivista de los
80: ni en lo que hace a la teoría de la revolución, ni tampoco
respecto de los países del Este. En todo caso, se trata de versiones
que de una u otra manera son vulgarizaciones de esa elaboración
de Moreno, lo que no hace más que agravar los problemas que ya
tenía. Por tanto, la critica teórico-programática a Moreno aquí
vertida les cabe, con mucho mayor motivo, a estas corrientes.
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