Brasil bajo Lula

 

Brasil I

El gobierno Lula y la recomposición del movimiento obrero
y la izquierda

Por João Bragga y Roberto Ramírez
Socialismo o Barbarie (revista), Nº 17/18, noviembre 2004 

La subida de Lula al gobierno del mayor país de America del Sur y la undécima economía mundial fue un hecho histórico.

En primer término, por todas las esperanzas y expectativas que Lula y el PT desarrollaron por más de 15 años en toda la vanguardia luchadora de este país y en amplios sectores de las masas trabajadoras.

Surgidos al calor de la lucha de clases que derribó a la dictadura militar, el PT y la CUT (Central Única de los Trabajadores) foram marcos organizativos de clase, de alcance histórico, del mayor ascenso obrero ocurrido en el país. En su momento, constituyeron una verdadera reorganización del movimiento obrero, que asumió una forma totalmente diversa y nueva, nunca vista en ninguna parte del mundo, ya que unió bajo una misma bandera organizativa un vastísimo sector de la izquierda, desde sectores católicos y de burocracia sindical de izquierda, hasta organizaciones trotskistas, pasando por intelectuales de varias matices.[1]

De esta reorganización quedaron por fuera sólo los partidos stalinistas, PCB e PCdoB,[2] lo que les costó relativamente caro, una vez que quedaron marginados del proceso mas progresivo da reorganización, aliándose con la burocracia pelega [3] de la CGT (Confederación General del Trabajo) y presos como tendencia del partido burgués PMDB (Partido del Movimiento Democrático Brasileño).

En segundo lugar, ha sido un hecho histórico por el impacto que el PT, como partido "diferente" causó en la izquierda mundial y latinoamericana.

Muchos políticos del continente proclamaron en algún momento su deseo de “ser como Lula”. Es notorio el apoyo internacional logrado por el PT a propuestas como la del “presupuesto participativo”, presentado en todo el mundo como ejemplo de “democracia popular”,  “participativa” y, en algunos casos, como “democracia directa”. En Brasil, hoy no hay político de “izquierda” o “centro-izquierda” que no defienda en sus programa el presupuesto participativo. Lo mismo sucede en el exterior. Buenos Aires, por ejemplo, una de las capitales más importantes de América Latina, ha adoptado el “presupuesto participativo”, según el modelo de Porto Alegre.

En Francia, hubo un verdadero furor en la extrema izquierda por ese nuevo tipo de “democracia directa”. Los prefectos y gobernadores de Rio Grande do Sul (donde el “presupuesto participativo” había comenzado a aplicarse en su capital, Porto Alegre) eran llevado por la LCR (Liga Comunista Revolucionaria) [4] a dar conferencias sobre sus experiencias administrativas “populares”.

Más en general, la importancia internacional de lo que podríamos llamar el “modelo PT”, determinó por ejemplo que el Foro Social Mundial naciera y se realizara por varios años en Brasil y no en cualquier otro país.

La esencia de este “modelo” consistía en que el PT iba a demostrar cómo “otro mundo es posible” sin romper con el capitalismo y actuando en los marcos de la democracia burguesa. O sea, sin destruir revolucionariamente el actual estado de la burguesía brasileña ni erigir un nuevo estado de los trabajadores. Y la oferta de “cambiar el mundo” sin necesidad de tomarse el difícil trabajo de hacer revoluciones, ha sido (y es) una mercancía con ventas espectaculares en el mercado mundial de la política.

El derrumbe del “socialismo real” a principios de los 90, generó (o más bien agravó cualitativamente) una crisis de la alternativa socialista al capitalismo. La inmediata conclusión que sacaron (o, mejor dicho, que se hizo sacar a) la mayoría de los trabajadores del planeta, fue la imposibilidad de ir más allá del capitalismo como sistema económico-social y de la democracia (burguesa) como régimen político.

La primera etapa del ciclo histórico que comienza con la globalización del capital, la caída del Muro del Berlín, el derrumbe de la ex URSS y la conversión de la burocracia china a los negocios, instauró el dominio universal del capitalismo en su configuración “neoliberal”. Pero esto ha resultado ser cada vez más un infierno para la mayoría de los trabajadores y la población mundial. Ese hecho ha abierto las puertas a una “segunda etapa”, donde el descrédito de las recetas neoliberales y la creciente pérdida de legitimidad de la democracia burguesa se conjuga con serias crisis económico-sociales, grandes luchas y hasta rebeliones de países enteros, mientras el imperialismo hegemónico, el de EEUU, trata de enfrentar esto con un curso belicista y neocolonial.

Desde Brasil, con el PT, al fin aparecía sobre la faz de la tierra una solución “realista” a estas contradicciones. Ella0 prometía conciliar la (supuesta) imposibilidad de trascender revolucionariamente al capitalismo y su democracia”, con la necesidad de hacer cambios favorables a las masas trabajadoras y populares. De allí la resonancia mundial que tendría el gobierno de Lula como el gran test universal de esa concepción política. Del “capitalismo neoliberal”, hegemonizado por el sector financiero, se iba a pasar a otro “modelo” de capitalismo, en alianza con el “capital productivo”, que beneficiaría a las masas trabajadoras.

Se cierra una etapa de la historia del movimiento obrero y de izquierda, y se abre otra

Ya van casi dos años con el PT en el gobierno. El resultado del test ha sido categórico: Lula ha superado en materia de neoliberalismo a su predecesor, FHC (Fernando Henrique Cardoso).

Hacer un balance marxista, materialista, de este fiasco, sacar todas sus conclusiones, es evidentemente una necesidad de la izquierda y de los luchadores obreros y sociales de todo el mudo. Y, al mismo tiempo, es también un deber de los que nos reclamamos socialistas revolucionarios.

Con toda razón, hoy muchos claman indignados por la “traición” de Lula y la dirigencia petista. Pero, las caracterizaciones éticas, aunque sean verdaderas, suelen quedarse en la superficie de los fenómenos. No constituyen una comprensión materialista de por qué las cosas sucedieron así. Y de por qué, además, no sólo “traicionó” la “derecha” del PT –la pandilla de Lula, Dirceu, Palocci, Gushiken, Genoino y Cía.–, sino también casi toda la “izquierda petista”, encabezada por los paladines de la “democracia participativa” de Rio Grande do Sul, Tarso Genro, Olívio Dutra, y los (pseudo) troskistas Rossetto y Raul Pont.

Hacer esto es necesario porque, además, uno de los resultados del gobierno del PT ha sido el de cerrar una etapa de la historia del movimiento obrero do Brasil y de abrir otra.

La gestión absolutamente burguesa del gobierno Lula frustró las expectativas de mejoría del nivel de vida para millones de trabajadores, campesinos, estudiantes y explotados. Este hecho ha sido, salvando las distancias, lo que el 4 de agosto de 1914 para la socialdemocracia. Esta administración burguesa clásica comenzó a generar rupturas en su base y su partido. Ha originado también crisis, realineamientos y/o rupturas en la CUT y la Força Sindical [5] y asimismo en los movimientos sociales del campo, como el MST.[6] Esto está están creando nuevos marcos políticos y organizativos que podrán constituirse en referencias para la vanguardia luchadora de este país.

Todos estos hechos han venido causando una profunda conmoción en la vanguardia luchadora. Esto está generando un proceso profundo de recomposición histórica del movimientos obrero, los movimientos sociales y la izquierda. Recomposición que ocurre tanto en el campo político como en el campo sindical, del estudiantado y de los movimientos rurales.

A nivel político, esta recomposición se expresa principalmente en el fortalecimiento del PSTU (Partido Socialista de los Trabajadores Unificado) y la fundación del P-SoL (Partido Socialismo y Libertad).[7] A nivel sindical, se desarrolla de un proceso de crisis y ruptura con la dirección la CUT y en general con las dirigencias sindicales vendidas al gobierno, y la constitución de Conlutas (Coordinación Nacional de las Luchas). También en el MST y el movimiento estudiantil universitario y secundarista hay crisis con las direcciones y/o organismos enfeudados al gobierno, como es el caso del aparato de Stédile en el movimiento de trabajadores sin tierra, [8] y del PCdoB en el estudiantado.

Como en todo proceso de recomposición, intervienen todos los sectores políticos de la sociedad y del movimiento: desde corrientes reformistas u oportunistas hasta corrientes claramente sectarias, cada una con sus propios proyectos políticos, concepciones y programas. Esto es inevitable.

Sin embargo, desde el punto de vista más general, lo que los trabajadores de Brasil necesitan es de una nueva herramienta política, que les sirva para ayudarles a alcanzar las soluciones a la crisis social y económica estructural de Brasil, que pasa por la lucha por el socialismo y el poder de la clase trabajadora autoorganizada democráticamente, y la destrucción del estado burgués dominado por el capital.

En este artículo, intentamos aportar al debate de algunas cuestiones claves de esta recomposición, sobre todo en la esfera política. Creemos con eso responder a una inquietud generalizada en la vanguardia brasileña: que esta recomposición que da sus primeros pasos, tenga éxito y logre evitar las frustraciones del proceso petista.

Por supuesto, no intentamos desarrollar un cuadro global y completo de los cambios en la formación económico-social de este país-continente, después de los últimos tramos del nacional-desarrollismo, la “transición” Collor de Mello-Itamar Franco, seguida de la etapa “neoliberal” de FHC de la que Lula es decidido continuador. Este complejo problema –imprescindible para afinar la estrategia de la lucha de clases y de la revolución socialista en Brasil– aún es en gran medida una “asignatura pendiente” para los marxistas de este país, y no pretendemos resolverlo aquí.

Nos limitaremos a opinar (y polemizar) sobre algunos temas que estimamos vitales. Estos van desde la caracterización del gobierno Lula y del PT –cuestiones relacionadas pero no idénticas– y las concepciones sobre la “democracia” –punto nodal de la ideología que el PT impuso a la mayor parte de la vanguardia–, hasta una evaluación del punto en que está el proceso de recomposición política, sus desafíos y peligros. Este último tema, que toca los problemas políticos más inmediatos de la recomposición política, en sus dos variantes del PSTU y el P-SoL, los consideramos en un segundo artículo.

Es que esta recomposición puede, esquemáticamente, asumir dos formas. Una, superficial, que se limite al rechazo del gobierno Lula y sus fechorías, y la ruptura con sus cómplices (el PT y los aparatos de la CUT y del MST), pero que sea una continuidad de las concepciones generales que predominaron en la vanguardia durante el “ciclo PT” y que desembocaron en este fracaso. Otra, profunda, que sea también una ruptura y superación revolucionaria de esas concepciones generales teóricas, políticas y sindicales que presidieron la “era PT”. Si no se logra esto, se corre el riesgo de ir a una nueva frustración.

Gobierno Lula y PT, superando los records de Fernando Henrique

Un primer problema teórico y político es definir el carácter del gobierno Lula y del mismo PT, cuestiones que como dijimos están relacionadas pero no son iguales.

Estas definiciones, por un lado, tienen que ver con un balance de las raíces y causas de la degeneración del PT. Un balance del “ciclo PT” es imprescindible para que la recomposición en curso no reedite desengaños del pasado. Pero, por otro lado, y aun más importante, definir el carácter del gobierno y del PT es el primer paso para establecer una política revolucionaria frente a ellos.

Como dijimos al inicio, el “sello” de estos dos años de gobierno petista puede resumirse así: como agente del FMI y del gran capital, ha superado los records antiobreros y antipopulares de los gobiernos anteriores. Lo que no pudo lograr FHC en sus ataques contra los trabajadores, las masas populares y las clases medias, lo está haciendo (o trata de hacerlo) el gobierno Lula.

La lista es interminable. Como primera medida importante, Lula estableció una reforma de la previdência (sistema de retiro) en beneficio de los fondos privados de pensión. Impone un superávit fiscal primario que no tiene precedentes ni en Brasil ni a nivel mundial para pagar el servicio de la deuda, que constituye la principal erogación del presupuesto federal. Esta situación del estado federal convertido en maquina recaudadora para el pago de la deuda pública, implica que los gastos de obras públicas, creación de empleo, salud, educación, vivienda, reforma agraria quedan postergados. Simultáneamente, Lula mantiene tasas de interés de alrededor del 16% cuando las tasas internacionales son las más bajas de la historia, lo que ha convertido a Brasil, luego de la bancarrota argentina, en el paraíso mundial del capital usurario. El sistema tributario se orienta a eximir de impuestos a las grandes corporaciones, mientras se aumenta la presión fiscal sobre los ingresos de las clases medias y el consumo popular. En el 2002, último año de FHC, el trabajo recibió el 50% de la renta nacional. En el 2003, con Lula, bajó al 36%: así, dos tercios de la renta nacional fueron a parar al bolsillo de los capitalistas bajo la forma de ganancias, intereses y rentas. [9] La congelación de salarios (llamada en Brasil arrocho –garrote– salarial) constituye una política de estado defendida con uñas y dientes, tanto para el sector público como privado. Lula, que en la campaña electoral prometió duplicar el salario mínimo, ha concedido luego de casi dos años de gobierno un aumento de... un 1%. Esto se corona con el crecimiento fenomenal del desempleo, que en ciudades como São Paulo ya supera el récord histórico del 20%. Este desastre también toca a los trabajadores del campo. La Reforma Agraria –una de las mayores ilusiones en el gobierno del PT– es también otra de sus mayores frustraciones. El número de familias asentadas es irrisorio, mucho menor que el de su predecesor... pero en cambio ha superado a FHC en el número de activistas “sin tierra” asesinados por los terratenientes con absoluta impunidad. Ni siquiera ha sido cumplido uno de los programas sociales que tuvo más estruendo publicitario nacional e internacional, el famoso plan “Hambre Cero”. Aunque nunca pasó de ser un proyecto de asistencialismo miserable, con objetivos de clientelismo electoral entre los más pobres, ni siquiera eso se ha implementado en serio.

Pero estas proezas ya cumplidas por Lula y el PT, palidecen ante sus proyectos: La Reforma Laboral (trabalhista), que aspira a despojar a los trabajadores de las últimas vallas legales contra la superexplotación y la “flexibilización” laboral. La Reforma Sindical, destinada a consolidar y profundizar la burocratización de los sindicatos y eliminar la democracia interna, liquidar las prerrogativas de las asambleas de base, etc. La Reforma Educacional, concebida para favorecer el negocio de la enseñanza privada. El Programa PPP (Parceria Privado-Publico: asociación del sector público con el privado), copiado del gobierno conservador inglés de Major, sucesor de la Thatcher, y que “constituye el sueño del capitalismo de invertir capitales sin ningún riesgo”.[10] Los capitales podrán intervenir en gran parte de las áreas públicas, garantizándoles una tasa de ganancia. Y si, en el futuro, el estado no cumple eso con los capitalistas, se les compensará con acciones de las más valiosas empresas estatales, como Petrobrás, el Banco do Brasil, etc. Finalmente, Lula está en la tarea de superar a los gobiernos anteriores en otro punto que había sido tabú: el de la entrega de las reservas de hidrocarburos a las petroleras imperialistas. ¡Y hace esto en momentos que comienza a desarrollarse una crisis mundial en ese rubro estratégico!

Estas y otras hazañas son un primer elemento fundamental (aunque no por supuesto el único) para la definición del carácter del gobierno Lula. Ellas indican qué intereses defiende desde la presidencia, quiénes ganan y quiénes pierden con sus medidas.

Los perdedores son evidentemente los trabajadores de la ciudad y del campo y los pobres, junto con la mayoría de las clases medias. En cuanto a los ganadores, en primer lugar puede decirse que son los capitalistas en general, nacionales y extranjeros, los tenedores de la deuda pública, la alta clase media, etc. Pero, más en concreto, es innegable que algunos son más ganadores que otros.

Aunque, Lula, desde el poder ejecutivo, ejerce un cierto arbitraje, tratando de aparecer como “por encima” de las diferentes fracciones burguesas y del capital extranjero, es evidente que los que sacaron el “premio mayor” con el gobierno petista, son el sector financiero (bancos, operadores de los fondos de inversión y de pensión, tenedores de la deuda pública, etc.), el agro-bussines exportador (de soja principalmente) y la industria exportadora (ante todo de agroindustria). A estas fracciones específicamente burguesas, habría que agregar los sectores de la burocracia petista y de la CUT que ya estaban incorporados a diversos negocios. En primer lugar, el colosal filón de los fondos de pensión, una mina de oro tanto para los sectores financieros como para los dirigentes sindicales sin escrúpulos. Este llamado “sindicalismo de negocios” [11] –y podríamos decir, más ampliamente, “petismo de negocios”– cumple un papel fundamental en este bloque, más de allá de su peso estrictamente económico. (Sobre esto volveremos más adelante, al considerar las mitologías acerca del PT como partido “obrero”)

El vicepresidente José Alencar, gran empresario textil, es, en cambio, vocero de capitalistas que sólo sacaron los “premios menores”. Se trata principalmente de sectores industriales y comerciales con dificultades para exportar y/o financiarse por cuenta propia. Dependen del mercado interno, deprimido, entre otras causas, por las brutales medidas de ajuste para alcanzar el superávit primario pactado con el FMI y la tendencia –generalizada en el capitalismo mundial y agravada en la periferia– al crecimiento del desempleo estructural, que limita el consumo de bienes como los que fabrica el Señor Vicepresidente.

Sus protestas públicas por este “injusto” reparto esbozan la (imposible) propuesta de un retorno a alguna variante de nacional-desarrollismo anterior a los 90. Sin embargo, estas protestas –que algunos sectores afines al MST (como Consulta Popular) y de la “izquierda petista” consideran “progresivas”– no cuestionan de fondo las relaciones con el imperialismo y el capital financiero mundial. Aunque Alencar denuncia “la transferencia de riquezas del trabajo y la producción en beneficio del sistema financiero”, no propone por supuesto ninguna medida seria para acabar con eso. Menos aun critica las medidas antiobreras que le permiten a esos sectores burgueses compensar con un aumento de la explotación, lo que pierden en el reparto de la plusvalía.

Esta constelación de intereses en el gobierno petista se expresa hasta “físicamente” en el gabinete. Esto no era usual, ni en Brasil ni el resto del mundo (aunque la administración Bush en EEUU también presenta la novedad de estar integrada por representantes directos de corporaciones, es su caso, petroleras). Como regla general, la burguesía suele dominar y gobernar más “indirectamente”, en complejas mediaciones, a través de lo que (equivocadamente) se denomina la “clase política”. Así, esas mediaciones de personal político (y militar, judicial, administrativo, etc.) pueden reemplazarse cuando se desgastan, manteniendo intacto su dominio de clase.

El gobierno Lula presenta, parcialmente, la novedad de una combinación distinta: la mayor presencia directa de los sectores hegemónicos del capital nacional y extranjero en el gabinete. Así, los bancos y el sector financiero en general están directamente representados por Henrique Meirelles, ex-presidente mundial del Bank Boston, que lógicamente maneja el banco central. El agrobussines también está representado directamente, con la cartera de Agricultura, por Roberto Rodrigues, que era presidente de Abag (Associação Brasileira de Agribusiness) al ser nominado; y los exportadores de la agroindustria, por Luiz Fernando Furlan, presidente la gran corporación Sadia y ex directivo de la Fiesp (central de los industriales paulistas), que naturalmente maneja el ministerio de Industria y Comercio Exterior. Un renegado del trotskismo, convertido al neoliberalismo acérrimo, Antonio Palocci, ministro de Hacienda, coordina este equipo que constituye el núcleo central del gabinete. A su vez, el “sindicalismo de negocios” también está representado directamente por uno de sus personajes emblemáticos, Luiz Gushiken, ex-presidente del Sindicato de Bancarios de São Paulo, hoy dedicado al negocio de los fondos de pensión.

En síntesis, socialmente, el gobierno Lula es un gobierno burgués “normal” que, además, como buen gobierno de una semicolonia, integra también a sectores del capital imperialista. Tiene fuertes rasgos de gobierno de unidad burguesa, porque no sólo reúne, en primer lugar, a figuras representativas de los núcleos más fuertes del capital nacional y extranjero, de las finanzas, la industria y el agro, sino también a los arrivistas; es decir, las legiones del “petismo de negocios” y/o el “sindicalismo de negocios” que ya, durante más de una década de gestiones municipales o estaduales petistas, habían ido emigrando desde las “clases subalternas” a la burguesía por varios caminos (altos cargos en el aparato del estado, administración de fondos de pensión, “intermediaciones” y “negocios” entre el estado y el sector privado, etc.).

Políticamente, el gobierno Lula representa la continuidad y profundización del curso neoliberal de FHC. Por eso, tampoco se puede decir que es un gobierno burgués de “centro-izquierda”, ni menos aun “reformista”. Ni siquiera el “reformismo de la miseria” –es decir, un asistencialismo en gran escala, como el que practica Chávez en Venezuela– se hace viable ante la magnitud de los compromisos de pago de la deuda pública asumidos por Lula.

A nivel político, es también necesario desmentir la leyenda que corre en el “progresismo” latinoamericano, según la cual, si bien Lula se ve “obligado” por las “relaciones de fuerza” a desarrollar esa política nacional, a nivel internacional trabaja, en cambio, con Chávez y Kirchner para conformar un “eje Argentina-Brasil-Venezuela” como “bloque regional de poder” contrapuesto al imperialismo yanqui.[12] Por supuesto, la política de Lula es una y la misma dentro y fuera de Brasil. Y el mejor símbolo de su política internacional es que el ejército brasileño encabeza la ocupación colonial de Haití, tarea encomendada por Bush para dejar libres más tropas yanquis en la tarea de masacrar al pueblo de Irak.

De la ideología nacional-desarrollista a la colaboración de clases

La conformación del gobierno petista, la política que lleva adelante y también la misma “oposición” de Alencar demuestran la falsedad de una ideología que impregnó al PT y a gran parte de la vanguardia brasileña. Y que sigue viva, incluso en muchos honestos e indignados opositores a Lula. Es el mito del capital “productivo” bueno y progresivo, enfrentado al malvado capital “especulativo” financiero, “neoliberal”, responsable de las crisis y los sufrimientos del pueblo trabajador.

Esta concepción difundida mundialmente entre la izquierda, las burocracias sindicales y las corrientes populistas ha servido para sostener que hay intereses comunes entre “productores” (o sea, industriales) y “trabajadores”, ambos contrarios al “capital financiero”. De allí se derivan las utopías de un “capitalismo sano”, “sin usura ni especulación”. En Europa, es lo que se teoriza de diversas maneras desde Le Monde diplomatique, ATTAC y otras corrientes intelectuales y políticas, que piensan solucionar los problemas del mundo con la Tasa Tobin. [13] En América Latina, con distintas músicas, es la letra que recitan Chávez en Venezuela, el Frente Amplio en Uruguay, la CTA [14] y demás corrientes “kirchneristas” de Argentina, el MAS boliviano, etc. Ha sido también uno de los discursos dominantes del Foro Social Mundial desde el principio.

Aquí, en Brasil, estas falsedades tienen una fuerza redoblada, porque son además la traducción al idioma de la izquierda de la vieja ideología del nacional-desarrollismo, modelo de acumulación capitalista que desde Getulio Vargas, con muy diversas variantes, dominó durante la mayor parte del siglo XX. A diferencia de otros países latinoamericanos, en Brasil el nacional-desarrollismo tuvo bastante éxito, aunque por supuesto sin rescatar al país de su condición semicolonial ni, menos aun, cerrar el abismo entre ricos y pobres.

La fábula de los intereses comunes entre los trabajadores y los burgueses “productores”, enfrentados al “capital financiero”, sirvió al PT, en su curso degenerativo, como justificativo teórico para liquidar la política de independencia de clase. Esta fue reemplazada –como sintetiza Carlos Nelson Coutinho– por “una política de alianzas que juntase el mundo del trabajo y el llamado ‘capital productivo’, o,  más precisamente, la burguesía industrial... El objetivo inmediato de esta alianza sería romper con la política neoliberal del período FHC-Malan e implementar una nueva propuesta de desarrollo, con creación de empleos y distribución de renta... El adversario de esta alianza entre los trabajadores y la burguesía industrial, expresada en la lista Lula-Alencar, debería ser el capital financiero nacional e internacional”. [15]

Pero después, casi inexplicablemente y de un día para el otro, se produjo, según Coutinho, “una capitulación del gobierno Lula a los intereses del capital financiero...” [16] Otros ex petistas se dedican a especular en qué fechas precisas Lula “traicionó” y se pasó del campo de la “producción” al bando del “capital financiero”.

Por supuesto, no hubo “capitulación” ni “traición”. Lula sigue en el “bando” de siempre, el de la burguesía. Simplemente, Lula, gobernante burgués, gobierna con el capitalismo brasileño tal cual es. Y hoy, en el período de globalización del capital, ni en Brasil, ni en ningún país medianamente desarrollado, existe una “muralla china” entre “burguesía industrial” y “capital financiero”, ni entre capital nacional y extranjero. En el caso concreto de Brasil, los grandes grupos económicos nacionales y extranjeros –responsables del grueso de la producción industrial y agraria– tienen inversiones cruzadas con bancos, y viceversa. Y aquí, y en todo el mundo, las grandes corporaciones y grupos económicos oligopólicos son al mismo tiempo “productivos” y “financieros”.

Esto no hace desaparecer las peleas ni las diferencias de intereses entre distintos sectores y grupos de capitalistas. Y, por supuesto, no existe una burguesía mundial homogénea y “transnacionalizada”, como teorizan algunos. Pero la complejidad de las contradicciones interburguesas no tiene nada que ver con la burda simplificación ideológica de “producción” versus “finanzas”. Sadia, agroindustrial, es tan “capital productivo” como la textil de Alencar.

Existe el peligro, tanto en la recomposición política como a nivel sindical y de los movimientos sociales, que amplios sectores de la vanguardia repudien a Lula y al PT, pero conservando en mayor o menor medida estas concepciones, cuya lógica final lleva a replantear alianzas entre la “producción” y el “trabajo”... esperando que la próxima vez nadie “traicione”.

Un ejemplo de esto lo constituye Consulta Popular, una corriente política emparentada con el MST y que acertadamente plantea que “un ciclo en la existencia de la izquierda brasileña está llegando a su fin”, el “ciclo PT”. Y que es necesario, entonces, la construcción de “un nuevo instrumento de intervención política”. Pero Consulta Popular rechaza por igual las opciones del PSTU y el P-SoL, retomando, en cambio, nebulosamente, los temas del populismo nacional-desarrollista. [17]

Gobierno en disputa I: el caso de Democracia Socialista

A la luz de su política general y de la misma configuración del gobierno ya analizada, vamos evaluar otras definiciones del gobierno Lula. Comenzaremos con la que sostiene que es un “gobierno en disputa”. O sea, un terreno donde aún se está peleando una orientación definitiva, hacia la izquierda o la derecha.

No vamos a ofender la inteligencia de nuestros lectores perdiendo tiempo en refutar esto teórica y políticamente. Después de casi dos años de Lula presidente, los hechos dicen más que las palabras.

Lo de “gobierno en disputa” es un clásico ejemplo de teoría-justificación, en este caso de la mayoría de la “izquierda petista” que capituló sin dar una batalla real. La única “disputa” en serio que se produjo, fue la de los cuatro “parlamentarios radicales” –Heloisa Helena, Babá, Luciana Genro y João Fontes–, que fue resuelta con su expulsión. Desde entonces, las “disputas” se han limitado a la presentación ritual de algún documento “crítico”, al reunirse de vez en cuando los organismos del PT. Allí se vota, los “críticos” quedan en minoría... y se callan la boca.

La elucubración “teórica” de “gobierno en disputa” tiene el fin práctico de legitimar conductas políticas que obedecen a otros motivos. Es, entonces, en los motivos que vale la pena detenerse. Es que entre los que sostienen esa insostenible coartada de “gobierno en disputa”, está la dirección del MST, uno de los movimientos sociales más importantes de Brasil y América Latina. Asimismo, también la utilizan algunos restos de la “izquierda petista”, como Democracia Socialista, que sigue siendo reconocida como la “sección oficial” de la IV Internacional (Secretariado Unificado), una de las corrientes históricas del movimiento trotskista.

Aunque Democracia Socialista como corriente política hoy no tiene mayor importancia a nivel nacional, es sin embargo internacionalmente un caso muy grave para el trotskismo.

La corriente de la cual proviene –el SU de la IV Internacional– se caracterizó en el pasado por su adaptación a las direcciones que encabezaban revoluciones o fenómenos políticos que “impactaban” a la vanguardia y a sectores de masas. Desde Tito y Mao hasta Gorbachov y Yeltsin, pasando por Ho Chi Min, Fidel Castro, Ben Bella, los eurocomunistas, los sandinistas y el subcomandante Marcos, todos en algún momento fueron objeto de seguidismo, enamoramiento e ilusiones de parte de esta corriente, que tiene su origen en la tendencia “pablista” de la IV Internacional y que luego se continuó en el SU.

Sin embargo, en respeto a la honestidad política de quien fue su dirigente histórico, Ernest Mandel, hay que decir que lo de Democracia Socialista no es “más de lo mismo”. Mandel y sus discípulos se adaptaban a direcciones de procesos revolucionarios o progresivos (o que creían tales), en la esperanza (siempre finalmente frustrada) de que fueran más allá. En cambio, Rossetto, Pont y Cía. son ministros, prefectos, parlamentarios o funcionarios de un gobierno burgués neoliberal. Sin embargo, no podemos dejar de advertir que es desde esa corriente tradicionalmente oportunista, que un sector pudo dar el salto al “ministerialismo”. Y que el resto no repudia categóricamente esa traición.

En Brasil, el ingenio popular clasifica a los políticos en dos categorías: “ideológicos” y “fisiológicos”. Los primeros, se mueven por ideas. Los segundos, por prebendas.

Hasta hace poco, podía creerse que ese fenómeno sólo se presentaba en los partidos tradicionales de “derecha” o “izquierda”. Con Democracia Socialista tenemos el primer caso mundial de organización “fisiológica” en el movimiento trotskista. Hoy es esencialmente una corriente de funcionarios políticos de los organismos parlamentarios y las administraciones municipales, estaduales y federal. Con ingresos de 3.000 ó 5.000 reales para arriba (en un país donde el salario mínimo es de 260 y el desempleo arrasa), mantener ese status depende de su obsecuencia a Lula. Eso es lo que va quedando de DS, después de la ruptura de Heloisa Helena, de João Machado, su ideólogo histórico, y de la mayoría de los militantes que no tienen puestos políticos en el aparato del estado.

Pero lo grave para el conjunto del movimiento trotskista, es que la dirección del SU no sólo no ha condenado esta traición, este escándalo, sino que desde el primer momento intentó “barrerlo bajo la alfombra”, actuando como si la farsa de “gobierno en disputa” correspondiera a una lucha política real, y como si ser sólo ministros o prefectos no hiciera a los traidores Miguel Rossetto y Raul Pont tan responsables como Lula, Palocci y Meirelles de las medidas que toma el gobierno archireaccionario del PT.

Gobierno en disputa II: el caso del MST

Lo del MST tiene, naturalmente, mayor importancia nacional y mundial que la sección fisiológica del SU en Brasil.

En el apéndice de su artículo La aldea ausente - La formación del campesinado en Brasil, Mario Maestri sintetiza los motivos de la adaptación de la dirección del MST al gobierno petista, enraizada materialmente en su dependencia orgánica en relación al estado y justificada ideológicamente por las concepciones nacional-desarrollistas que presidieron el MST desde su nacimiento. Sería redundante repetir aquí ese análisis. Vamos a examinar lo del MST desde otros ángulos.

De la misma manera que el PT apareció internacionalmente en la izquierda como ejemplo de “nuevo tipo de partido”, el MST ha sido también de alguna manera un modelo de “movimiento social” en el continente y en el mundo. Esto se manifestó especialmente en los 90, cuando en América Latina las organizaciones y las luchas obreras “tradicionales” se retrajeron por una combinación de derrotas, de transformaciones estructurales que afectaron físicamente a la clase trabajadora, y de traiciones de las burocracias sindicales y de las direcciones partidarias, todo en medio del período de reacción política e ideológica que ya venía de los 80 y que después del Muro del Berlín dio un salto cualitativo.

Mientras esto sucedía, el centro de la escena de las luchas latinoamericanas empezó a ser ocupado por “movimientos sociales” muy diversos, algunos preexistentes, otros recién surgidos: movimientos campesinos y/o indigenistas en Bolivia, Perú y Ecuador, movimientos de desocupados (“piqueteros”) en Argentina, movimientos por la vivienda en Uruguay y el caso mundialmente más famoso, el MST de Brasil.

El carácter indiscutiblemente progresivo de estos movimientos sociales político-reivindicativos y sobre todo de sus luchas, no impidió sin embargo que el reformismo, el autonomismo y también ciertos marxistas, construyesen una maraña de “teorías” que es imprescindible despejar.

Hubo y hay dos temas importantes en relación a eso. Uno, que atañe a la cuestión de los sujetos sociales. Otro, político, la cuestión movimiento/partido. En ambos, la experiencia del MST da algunas lecciones.

Los hechos ciertos de la retracción de las luchas de la clase trabajadora y en especial del proletariado industrial, sumado a sus cambios ‘”físicos”, a las transformaciones generales de la globalización capitalista y el paso al primer plano de estos movimientos, dieron materia para decir, por ejemplo, que seguir hablando de clases sociales (y lucha de clases) se había vuelto “anticuado”. Esto no sólo fue sostenido interesadamente por la sociología de derecha, sino que tuvo y tiene sus traductores en el campo de la izquierda. De estar estructurada en clases sociales, la sociedad se habría convertido en un caleidoscopio de “identidades” (que generalmente no son de clase); identidades que dan base a diversos movimientos, cuyo desarrollo iría transformando la sociedad misma.

Esto ha dado origen asimismo a la resurrección de lo que Lenin llamaba el “romanticismo económico”. [18] El actual romanticismo “anticapitalista” aparece en el seno de diversos movimientos (zapatismo en México, movimientos indigenistas de Bolivia, [19] Perú y Ecuador, algunas organizaciones piqueteras de Argentina, etc.). En Brasil esto se manifiesta en el MST.

Los excluidos (indígenas de los Andes o Chiapas, desocupados de Argentina, sin tierra de Brasil, etc.) podrían superar su situación, desarrollando diversas formas de producción (algunas de raíces precapitalistas), mientras de conjunto, a escala de toda la sociedad, la economía sigue dominada por el gran capital.

Esto tiene su lado progresivo que hay que rescatar. Entre otras cosas positivas, demuestra que los trabajadores de la ciudad y del campo son capaces de autoorganizarse y producir sin necesidad de capitalistas. Pero hay otra cara de la moneda. Además de alimentar la fábula de que se puede mejorar substancialmente la suerte de los trabajadores sin expropiarle al capitalismo las fuerzas productivas fundamentales, sin destruir su estado y sin erigir un estado propio, se generan políticas corporativas y dependientes de los subsidios del estado burgués. Esto presiona en el sentido de la capitulación de las direcciones de estos movimientos hacia el gobierno de turno, sobre todo los que aparecen como “progresistas” (Lula, Kirchner, etc.).

Stédile sintetiza bien esta política, con palabras que podrían ser repetidas por sus congéneres dentro de los movimientos piqueteros de Argentina o indigenistas/campesinos de Bolivia: “el estado es un espacio de poder de toda la sociedad que los trabajadores tienen que disputar... La reflexión... apunta a cómo los trabajadores van a influenciar el control del estado... [a] democratizar el estado burgués... que controlen el estado y lo transformen de estado burgués en estado al servicio de las mayorías”. [20] Entonces, para Stédile se trata no sólo de “gobierno en disputa”, sino, más aun, de “estado en disputa”.

En la práctica, esta “disputa” por el “control del estado” se da en el terreno de presionar por reclamos corporativos: o sea, qué porción del presupuesto estatal va a subvencionar directa o indirectamente los emprendimientos del MST. Así Stédile, en el texto citado –que resume su política frente al gobierno Lula–, después de los lamentos rituales sobre los sufrimientos que el neoliberalismo ocasiona al conjunto del pueblo trabajador, no presenta un programa de conjunto sino de reclamos exclusivos de su sector, y dentro de él, de los más privilegiados, los pequeños propietarios rurales asociados en cooperativas. [21] Ocasionalmente, las presiones por esos reclamos corporativos pueden derivar en duros enfrentamientos. Pero esto no cambia esa estrategia general de adaptación.

La recomposición deberá operar con un enfoque absolutamente opuesto a ése: terminar con el corporativismo de cualquier especie (sindical, sin tierra, etc.) y establecer un programa de conjunto, de reivindicaciones comunes a todos los trabajadores, y también comunes a la clase trabajadora y las masas pobres de la ciudad y del campo.

Tomando lo que tienen de inmensamente progresivo, la recomposición deberá acabar también con la idealización de los movimientos sociales, que se generalizó en la década pasada y que sigue vigente en gran parte de la vanguardia. Sacar la conclusión de que no han podido reemplazar –ni en Brasil, ni en ningún otro país del continente– la centralidad de la clase trabajadora urbana y en especial del proletariado industrial en los más desarrollados. Con todos los cambios de la globalización, esa centralidad estructural se mantiene. Si esa centralidad estructural no logra traducirse en movilización social y hegemonía política, ningún movimiento de sectores socialmente marginales (sin tierra de Brasil, desempleados de Argentina, comunarios de Bolivia, etc.), por más progresivo y hasta revolucionario que sea, podrá sustituir esa carencia.

La idealización “social” de estos movimientos fue paralela a su idealización política. Aquí entra la cuestión movimiento/partido.

La caída del Muro de Berlín no sólo fue utilizada para abonar la ideología del “fracaso del socialismo”, sino también para cuestionar la “forma partido”. De la misma manera que se ponía un signo igual entre los estados burocráticos y el socialismo, se identificó a sus aparatos políticos con “el partido”, en general, y “el partido revolucionario”, en especial. A eso se agregaron las pésimas experiencias con los partidos tradicionales de derecha e “izquierda” en Occidente y la debilidad de las organizaciones marxistas revolucionarias.

Sus resultados han sido las ideologías del “no partido” o del “anti partido”. Una variante de ellas es la que sostiene que terminó la época de los partidos y ahora estamos en la de los movimientos sociales, que los reemplazan con ventajas.

La experiencia en América Latina y otras regiones ha demostrado la falsedad de todo eso. Ni los movimientos “antiglobalización” o de otro tipo en los países centrales, ni los movimientos reivindicativos, socio-políticos, de América Latina han podido ir mucho más allá de la parcialidad de sus demandas particulares. El papel de la “forma partido” –formular un programa global para la sociedad y organizar la lucha por él– ha demostrado ser insustituible.

Como ya dijimos, el MST fue presentado –dentro y fuera de Brasil– como el máximo ejemplo mundial de superación de la “anticuada” forma partido por la “nueva” forma movimiento. Sin embargo, lejos de eso, vemos cómo el aparato de Stédile ha logrado que un gran movimiento como el MST, con alrededor de medio millón de cadastrados y centenares de caídos en la lucha, se convierta en tributario de un podrido partido del sistema, el PT, y de su gobierno, mendigando con “presiones” migajas del presupuesto.

Pero el proceso de recomposición también se desarrolla en el campo, dentro y fuera del MST. Es que la política de capitulación a Lula y de reducirse al reclamo corporativo dando la espalda al resto de las masas trabajadoras, no es recompensada desde el gobierno. Por eso, comienzan a pasar al frente otros movimientos, como el MLT (Movimento de Luta pela Terra) de Bahia.

Nos parece que la recomposición política, sindical y de los movimientos sociales debe tener en cuenta estas lecciones de más de una década de movimientos sociales. En la recomposición vienen rupturas y desarrollos progresivos de movimientos (por ejemplo, las corrientes que constituyeron el Movimento Terra, Trabalho e Liberdade –MTL–, con centro en Goiâs, que se ha integrado al P-SoL). La apertura de estos desarrollos progresivos exige un profundo balance crítico de lo ocurrido con los movimientos y las fabulaciones tejidas sobre ellos.

¿Frente popular en torno a un partido “obrero” reformista, “um torneiro mecânico presidente”, un “gobierno obrero liberal”? 

La caracterización del gobierno Lula como de “frente popular” –sostenida por el PSTU y dentro del P-SoL por la corriente Socialismo e Liberdade– creemos que hoy no resiste el menor análisis. No es tan evidentemente falsa como la de “gobierno en disputa”; y esas dos corrientes que la sostienen, no han derivada de ella políticas de adaptación a Lula. Sin embargo, no por eso es menos equivocada y, por lo tanto, potencialmente peligrosa.

Es que esta caracterización de “frente popular” nos remite a múltiples cuestiones teóricas y políticas, que van mucho más allá de las circunstancias del actual gobierno; entre ellas y principalmente, la naturaleza de clase del “new PT”. Pero escuchemos cómo se plantea esta definición por parte del PSTU:

“Nunca, en nuestro país, hubo un gobierno de esa naturaleza. Un gobierno dirigido por partidos obreros, que gobiernan en colaboración y unidad con la burguesía... gobiernos de colaboración de clases, llamados gobiernos de frente popular...

“[...] estos gobiernos se proponen administrar el (siempre en épocas de crisis) y el estado burgués. Son, por lo tanto, gobiernos burgueses. Al mismo tiempo, son gobiernos burgueses anormales, pues lo normal es que la clase dominante gobierne su estado; es decir, que sea un representante directo suyo el que administre sus negocios.

“[...] Son anormales porque la mayoría de la burguesía tiende a verlos como enemigos, adversarios o con desconfianzas. Las masas tienden a verlos como su gobierno y tienen en ellos grandes ilusiones.

“[...] El gobierno Lula será un frente popular atípico. Los gobiernos de colaboración de clases clásicos... siempre gobernaban con una ‘sombra’ de burguesía. Los sectores fundamentales de la clase dominante no estaban en el frente popular ni en el gobierno, y los trataban con hostilidad. 

“Por su parte, en los países semicoloniales, esos gobiernos también eran antiimperialistas o se chocaban con el imperialismo... Allende en Chile, por ejemplo, nacionalizó las minas de cobre –principal producto del país– que se encontraban en manos de multinacionales.

“El gobierno de Lula, por sus alianzas y programa, será un gobierno de frente popular atípico. Pues Lula no tendrá en el gobierno apenas la ‘sombra’ de la burguesía, sino sectores fundamentales de la misma. A juzgar, inclusive, por sus acuerdos y declaraciones recientes, su gobierno será un gobierno de frente popular con rasgos de unidad nacional; o sea, en el cual los principales sectores burgueses participan y colaboran. 

“Será atípico también porque –al contrario de Allende– no será antiimperialista, sino proimperialista. Será un gobierno de frente popular que (en un país que sufre un proceso de recolonización) nace sometiéndose al FMI, aceptando las negociaciones del ALCA y siendo aceptado (aunque no sea el preferido) por el imperialismo. El gobierno Lula será, entonces, muy distinto del de Allende. Se asemejará mucho más a Lagos [presidente de Chile] o al propio de la Rúa [presidente de Argentina en ese momento]...” [22]

Basta leer con atención esta tentativa del PSTU de definir como “frente populista” al gobierno Lula, para advertir sus incongruencias. Todos los rasgos de los gobiernos de frente popular que se detallan al principio, son negados después en relación a Lula. Si la conclusión es que su gobierno “será muy diferente de Allende” y “se asemejará mucho más” a de la Rúa, ¿no correspondería clasificarlo con éste último y no con el primero?

Esta dificultad no se salva diciendo que es “atípico”. Si un animal tiene dos patas de gallina, plumas de gallina, pone huevos y cacarea como una gallina, no se puede decir que es un gato “atípico”. La dialéctica no consiste en “estirar” el significado y extensión de las categorías más allá de sus límites, como si fuesen de goma.

El mismo PSTU no debe estar muy seguro de su definición, porque no la lleva a sus últimas consecuencias en la política. Con Lula no aplica las tácticas tradicionales frente a esos gobiernos. No dice “fuera los ministros burgueses” (Meirelles o Furlan, por ejemplo), ni llama a los trabajadores que exijan al PT que rompa con la burguesía. Y está bien que el PSTU no haga eso, porque el gobierno del PT no es de frente popular... ni menos aun el PT es un “partido obrero”.

Es que el enredo teórico del PSTU (y también de la corriente Socialismo e Liberdade del P-SoL) tiene que ver con eso. La definición del gobierno Lula como de “frente popular”, esconde una “petición de principio”: que el PT sigue siendo un partido “obrero”, tal como se lo podía definir en su nacimiento. A la dirección del PSTU ni se le ocurre que eso pueda estar en cuestión. Y ese tema, el carácter de clase del PT, es infinitamente más importante que la definición de su gobierno.

Otras corrientes, aunque no definieron al gobierno Lula como de “frente popular”, quedaron sin embargo, sobre todo al principio, enredadas en madejas parecidas en relación al carácter social del PT y/o de su gobierno.

La CST (Corriente Socialista de los Trabajadores), liderada por el diputado Babá, y que ahora forma parte del P-SoL, decía en vísperas de las elecciones: “Un líder obrero puede llegar a la presidencia de Brasil”. Este obrero-presidente o presidente-obrero “además de ser un obstáculo en los planes imperialistas para nuestro continente, que precisa de gobiernos completamente sometidos, significará una clara derrota del gobierno, la burguesía, los banqueros y los terratenientes, y por lo tanto, una victoria de los trabajadores, de la juventud y del pueblo, que saldrán fortalecidos para la lucha directa por sus necesidades y reivindicaciones [...] Lula Presidente fortalece a la clase trabajadora brasileña...” [23] Evidentemente, los compañeros de la CST no sobresalen ni como profetas ni como teóricos.

Ya triunfante Lula, volvían a la carga con las mismas confusiones: “Un tornero mecánico presidente de Brasil... Una victoria electoral histórica... un obrero metalúrgico, hijo de una humilde familia nordestina, llega al comando del país más importante de América Latina.” [24] ¿Qué querían decir con eso? ¿Que el “tornero mecánico presidente de Brasil” iniciaba un “gobierno obrero”? ¿Y si no era eso, qué otra cosa significaba?

Por su parte, el MES (Movimento de Esquerda Socialista), otra corriente que hoy también integra el P-SoL, encabezada por la diputada Luciana Genro, al principio definía a Lula “como eran considerados los gobiernos de este tipo por la III Internacional dirigida por Lenin, y por ella denominados como gobiernos obrero-burgueses u obrero liberales” [subrayado nuestro]. [25] Algo distinto a lo de “frente popular” o el “tornero presidente”, pero no menos lejos de la realidad.

Posteriormente, el MES dio definiciones más certeras: “un gobierno burgués normal [...] un gobierno de continuidad casi total dentro do mismo régimen [...] un gobierno social-liberal...” [26] Pero lo mejor es que el MES trató de salir del atolladero teórico, planteando el cambio del carácter social del PT, como un problema capital. [27]

Poner esto en claro, es vital porque hace al balance del PT y de la naturaleza de su proceso degenerativo. Esto no puede quedar en las tautologías de que, por ser “traidores”, lógicamente, “traicionaron”. El balance del PT tiene una enorme importancia no como ejercicio histórico, sino para el presente y el futuro de la recomposición.

Partidos “obreros”: ¿ADN inmutable o instituciones sociales que pueden cambiar de formas y contenidos de clase?

Esto nos va a llevar, en primer lugar, al cuestionamiento de una idea que conservan muchas corrientes del trotskismo, el carácter de clase eterno e inmutable de los partidos llamados “obreros”. Por ejemplo, Nahuel Moreno, en un excelente texto sobre los gobiernos “de izquierda”, resume así esta idea:

“Desde el punto de vista de su carácter de clase, existe un abismo entre los partidos obreros, aunque traidores, y los gobiernos burgueses del tipo que sean. Un partido obrero traidor sigue siendo obrero y, por lo tanto, un fenómeno altamente contradictorio dentro de nuestra clase.” [subrayado nuestro] [28]

Esto ya era dudoso hace veinte años. Hoy, en este nuevo ciclo histórico, es insostenible. Es imposible sostener, por ejemplo, que la organización de yuppies españoles llamada PSOE, encabezada por Rodríguez Zapatero, es un partido que “sigue siendo obrero”, que es un fenómeno “dentro de nuestra clase” y que lo separa “un abismo” de su burguesía.

Pero el problema es que buena parte del trotskismo, tanto europeo como latinoamericano, sigue con ese tipo de definiciones prehistóricas, que se corresponden más con el ciclo de la lucha de clases que se desarrolló entre la Revolución Rusa de 1917 y la Segunda Guerra Mundial (1939-45), que con el presente ciclo “post Muro de Berlín”

Pero sucede algo peor. En vez de hacer definiciones claras –como es el mérito de la de Moreno– sobre su carácter de clase, encuentran que, como mínimo, “tenemos algo en común” (aunque no muy bien definido) con esos partidos. Se parte de la idea –generalmente implícita– de que al fin de cuentas todos somos “de izquierda” o “antineoliberales”... aunque nosotros estamos “más a la izquierda” o “cien por ciento a la izquierda” (como dice la LCR francesa). [29] Así, el nebuloso concepto de “gauche” (izquierda), contrapuesto al de “droite” (derecha), puede abarcar desde el PS francés hasta el trotskismo, pasando por intelectuales burgueses “antineoliberales” estilo Le Monde diplomatique. Los socialistas revolucionarios seríamos simplemente la “extrême gauche” (o sea, nos sentamos en la punta izquierda, pero del mismo banco). Aquí, en Brasil, el aun más nebuloso concepto de “movimento” funciona de modo parecido. De hecho, podía abarcar desde el PT hasta el PSTU. Dicho de otro modo, en términos de lógica aristotélica: existe un género común –el género “izquierda”– y  dentro de ese género existen varias especies.

Y esto tiene consecuencias políticas prácticas en todos los países. Por ejemplo, que en la LCR francesa surja una fuerte minoría que se lamenta de no haber planteado un frente con el PS y el PCF en las pasadas elecciones o, peor aun, plantea participar en un futuro gobierno del PS (¡Rossetto hizo escuela!). O que el SWP británico, cuando no hay posibilidad de candidaturas propias, aconseje en todo el mundo votar por esos partidos; o que critique duramente a la LCR por no haber votado al PS en los segundos turnos de las recientes elecciones regionales y europeas. O que aquí, en Brasil, se haya iniciado un fuerte debate en el P-SoL, ante iniciativas tales como apoyar a Jandira Feghali (candidata de la pandilla fisiológica denominada PCdoB) para la prefectura de Rio de Janeiro. O que en Porto Alegre pueda ponerse en debate si votar o no a Raul Pont del PT como prefecto.

Es notable que estas confusiones abarquen incluso a corrientes del P-SoL que avanzaron bastante en la comprensión de la transformación social burguesa del PT, como es el caso del MES. Pero al mismo tiempo, esta corriente se maneja nacional e internacionalmente con un concepto no menos impreciso que los que comentamos: el concepto de “izquierda radical”.[30]

Pero el problema, por supuesto, es mucho más que electoral. La cuestión es que, de hecho, en vez de adoptar un enfoque marxista –es decir, histórico-temporal–, se tiene una especie de visión “biologista” sobre los partidos. De la misma manera que un ser vivo conserva su código genético hasta la muerte, los partidos “obreros” seguirían siendo tales hasta el fin de sus días.

En verdad, en la vida social, con las instituciones suele sucede lo opuesto. Hay una dialéctica de contenido (social) y forma (institucional). Dentro de ciertos límites, una forma institucional puede llenarse de otros contenidos, y viceversa. La burguesía es la clase dominante que ha demostrado en la historia mayor capacidad para hacer estas transmutaciones. Logró tomar, por ejemplo, instituciones feudales (como las monarquías europeas) y llenarlas de un contenido social absolutamente burgués.

Con los llamados “partidos obreros” ha sucedido algo parecido. Sus transformaciones no son meramente “ideológicas” y/o de orientación política, sino básicamente sociales. El PT es el ejemplo brasileño de este proceso, que dio mundialmente un salto cualitativo en el actual ciclo histórico post Muro. [31]

La trasmutación social del PT

La mutación social del PT precedió largamente a su acceso a la presidencia, y deja grandes enseñanzas para el futuro. Sectores de la vanguardia y también algunas de las corrientes de izquierda que rompieron con el PT, vieron lo ocurrido como un acontecimiento repentino –para muchos hasta sorpresivo– que se produce principalmente con la ascensión de Lula. En verdad, la cosa viene de lejos.

Esta transformación social combina varios elementos, algunos de ellos parecidos a los partidos socialdemócratas europeos y a los PCs en trance de socialdemocratización; otros, más relacionados con el carácter semicolonial del capitalismo brasileño y con rasgos peculiares de su formación económicosocial. Esta transmutación social combina procesos “por abajo” y “por arriba”.

Por abajo, se produce un cambio de extrema importancia, que podríamos definir aproximadamente como de transformación de la base partidaria en clientela electoral pasiva. Expliquemos mejor esto.

Los partidos socialdemócratas “clasicos” –de los años 20 ó 30, por ejemplo– ya eran partidos electoralistas. Entre la amenaza de la contrarrevolución fascista, por un lado, y de la revolución socialista, por el otro, los socialdemócratas morían abrazados a la urnas. Pero, en esa época, hasta para ser electoralistas, esos partidos debían organizar y movilizar a sus bases obreras y populares. No era una organización para la lucha revolucionaria por el poder, como la de los partidos comunistas, pero abarcaba a grandes masas y cientos de miles de cuadros medios. En situaciones de agudización de la lucha de clases –1934/36 en Francia, 1931/39 en España– esas bases tendían a ir mucho más allá de sus dirigentes “reformistas”. La tácticas de “frente único obrero” y después la de “gobierno obrero y campesino” –la exigencia: “rompan con la burguesía”– respondían a esa realidad social y política, que hoy no existe.

Hoy, tanto el PT como mucho antes sus modelos socialdemócratas europeos, han convertido a sus bases partidarias en rebaño electoral pasivo. Ahora son los Duda Mendonça [32] los que se encargan de todo. La relación, establecida a través de la TV y otros medios, es de absoluta pasividad política y atomización orgánica de los sectores obreros y populares que simpatizan con esos partidos o que hasta formalmente son miembros de ellos. Hasta los que en las esquinas de las ciudades de Brasil reparten propaganda electoral para las próximas elecciones municipales, son ahora gente pagada y no miembros del partido. Las bases son exclusivamente, en el pleno sentido de la palabra, rebaño electoral, que espera el día de las elecciones para ser trasquilado.

En el caso del PT, esto se combina con elementos propios de Brasil como país con alta proporción de pobres e indigentes, y con tradiciones políticas peculiares que viene de muy lejos, entre ellas, el establecimiento de relaciones clientelistas con sectores populares hundidos en la miseria y políticamente más atrasados.

Aunque se puede decir que tanto el PT como los partidos socialdemócratas y los PCs socialdemocratizados siguen teniendo una “base” obrera y popular, ésta ya no cuenta para nada. Simplemente no existe por fuera del voto, y, en el caso del PT, del clientelismo de la miseria. Esas “bases” ocupan, entonces, lugares y funciones sociales y políticas totalmente distintas a las del pasado. Bajo la apariencia de una relativa continuidad de su base de trabajadores, en verdad por abajo se ha producido un “vaciamiento” social.

Insistimos en la importancia de estas transformaciones tanto en relación al PT como a la socialdemocracia europea (y a los PCs reconvertidos en socialdemócratas), y sobre todo en sus consecuencias políticas. Esto convierte frecuentemente en anacrónica y hasta disparatada la pretensión de aplicar en relación a ellos diversas tácticas elaboradas por Lenin y Trotsky en las décadas de los 20 y los 30, como las de “frente único obrero” o de “gobierno obrero y campesino”. Si, en su tiempo, este tipo de partidos podían ser caracterizados como partidos obrero-burgueses, hoy sólo cabe definirlos como partidos absolutamente burgueses, con clientela electoral en las clases trabajadoras.

Estas transformaciones “por abajo” se fueron combinando con cambios producidos por arriba, de modo que seguir hablando del PT como de un partido “obrero” fue haciéndose cada vez más irreal.

En su momento, Lenin hizo un análisis de las bases sociales del oportunismo en la socialdemocracia europea. Según él, éste se apoyaba en las capas privilegiadas de la clase trabajadora (aristocracia obrera). Luego Rakovsky y Trotsky, ante la degeneración del estado soviético y de los partidos comunistas, se centraron en el análisis del fenómeno de las burocracias –capas privilegiadas que se desarrollan en las organizaciones obreras de masas–.

Estos fenómenos indudablemente actuaron –sobre todo la burocratización– en el caso del PT y también de la degeneración de la CUT. Pero al mismo tiempo hay que decir que sería equivocado creer que el curso degenerativo del PT (y la CUT) consiste exclusiva o principalmente en un proceso de burocratización apoyado en sectores “privilegiados” de la clase trabajadora.

La burocratización al viejo estilo –que sigue teniendo un inmenso peso– consistía y consiste en que las capas dirigentes de partidos y sindicatos, a partir de la función particular que desempeñan, pasan a tener rentas, privilegios y un nivel de vida cualitativamente superior. Como observaba Rakovsky, la inicial diferenciación funcional se va convirtiendo en diferenciación social. Pero hay que advertir que en este proceso la capa burocrática, aunque ya socialmente está por fuera de la clase trabajadora y políticamente escapar de su control, sigue dependiendo de los ingresos generados por las instituciones de la clase.

Lo sucedido con el PT (y en otras formas con las cúpulas de la CUT) es más que eso; o, más bien, es otra cosa y es arquetípico de la transformaciones de este tipo de partidos en todo el mundo en las últimas décadas. Los ingresos (en muchos casos monumentales) de esas capas ya no dependen principalmente de lo que puedan rapiñar de las arcas de la CUT y/o del PT. Esas capas dirigentes escalaron mucho más arriba que una mera “burocracia obrera”, hasta integrarse a la misma burguesía, a través de su personal gerencial y/o las nuevas capas burguesas de altos administradores que surgen o se desarrollan en el capitalismo globalizado. El PT y/o la CUT sirvieron más bien de “escaleras” para trepar a otra clase social.

Mario Maestri, al analizar este curso del PT, advierte que, “se impuso la hegemonía de los parlamentarios fortalecidos por el pasaje por un cargo administrativo de importancia, en busca de un cargo ejecutivo de importancia aun mayor. Fueron construidas carreras y fortunas individuales a la sombra de posiciones conquistadas en la administración del estado, primero municipal, luego estadual y, finalmente, federal. Hacer carrera en el PT o asociado a él se transformó en un modo de ascender socialmente, y no raramente en forma espectacular...” [33]

Este fue el centro del cambio “por arriba”, que acompañó el cambió “por abajo”, antes descrito. Eso tuvo efectos directos en la cúpula dirigente:

“En el Congreso Nacional petista de diciembre de 2001, cerca de tres cuartos de los delegados eran parlamentarios, administradores, proveedores públicos y funcionarios partidarios. Los obreros estaban prácticamente ausentes del encuentro. El nuevo contexto formó un perfil de neopetista, en contradicción profunda con el militante plebeyo de inicio de los años 80... ellos demarcan el prestigio y el poder que controlan a través del consumo de lujo –bebidas, carros, apartamentos, viajes, etc.–” [34]

En su estudio sobre la estructura de clases de Brasil, el sociólogo Figueiredo Santos llama la atención sobre las importantes consecuencias del fenómeno mundial del “proceso de transición de propiedad individual a propiedad accionaria institucional del mundo de las corporaciones”, [35] lo que en Brasil se da combinado con una hipertrofia del sector financiero mayor que en los países centrales. Esto no sólo ha producido transformaciones en la misma clase capitalista, sino también en el crecimiento de un sector social (que algunos llaman discutiblemente “nueva clase”) de altos administradores, gerentes, etc., que “ejercen un poder delegado de la clase capitalista” y cuya posición “no se deriva sólo de las relaciones de dominación, sino también de la ocupación privilegiada de apropiación dentro de las relaciones de explotación”. [36] En el caso de Brasil, mientras entre 1981 y 1996, el sector de “trabajadores manuales de la industria y servicios” cayó casi un 6%, el sector de alta administración, ejecutivos de corporaciones, gerentes, etc. creció un 18,14%. [37] Aunque no da cifras globales más actualizadas, todo indica que esa tendencia se mantiene.

Por su parte, Duménil & Lévy, que atribuyen mundialmente una gran importancia a este fenómeno para caracterizar el capitalismo actual, subrayan que esta capa social se distribuye en tres grandes sectores: en las corporaciones, en las instituciones financieras y, por último, en el sector público. [38] En todos los países más o menos desarrollados, a través de este sector se canaliza la infinidad de vasos comunicantes y “correas de transmisión” entre la administración del estado, los bancos y las corporaciones.

En el caso del PT, dedicado desde hace más de una década a la administración estadual y municipal del estado de la burguesía brasileña, se dio un proceso generalizado de incorporación a ese sector social... que a su vez constituye la “puerta de ingreso” a la burguesía, como su capa “inferior”. Fue, en verdad, una avenida de doble sentido: petistas transformados en altos administradores (y enriquecidos desde esa “ocupación privilegiada”), y altos administradores, ejecutivos y profesionales devenidos petistas.

Simultáneamente, el “sindicalismo de negocios” desarrollado en la CUT se conjugó con ese proceso que se daba en la esfera de la administración del estado por el PT. Varios analistas de la transmutación social del PT, como el sociólogo “Chico” de Oliveira, insisten en el papel primordial jugado por la integración de la burocracia de la CUT y del PT al fabuloso negocio de los fondos de pensión y otras operaciones financieras (que incluyen los préstamos usurarios a sus propios afiliados). Esto los ha asociado estrechamente con los bancos y el capital financiero en general.

Oliveira, que califica a este sector social –que ocupa la dirección del PT y otros partidos– como de “nueva clase en el capitalismo globalizado de la periferia”, sostiene que esto “explica recientes convergencias pragmáticas entre el PT y el PSDB [Partido Social Demócrata Brasileño de FHC], la aparente paradoja de que el gobierno Lula realiza el programa de FHC, radicalizándolo...” [39] Para Oliveira, esta convergencia política refleja la convergencia social entre los “técnicos y economistas doublés de banqueros, núcleo duro ddel PSDB, y trabajadores transformados en operadores de fondos de pensión, núcleo duro del PT”. [40]

Más allá de la discusión sobre la legitimidad teórica de su concepto de “nueva clase”, Oliveira acierta en poner el centro del análisis en esa transformación social del PT, y no en meros cambios políticos y/o “traiciones”.

Como en todo hecho trascendental, hay personas que lo simbolizan en sí mismas. Quizás el mejor emblema de esta transformación social sea Luis Gushiken, dirigente histórico del PT y la CUT (fue secretario de los bancarios de São Paulo) y actual miembro del gabinete. Ya antes de la presidencia de Lula, había fundado la empresa de asesoría Gushiken & Associados, especializada en el tema de fondos de pensión. Desde allí, escribió un voluminoso estudio para el gobierno de FHC –Regime Própio de Previdência dos Servidores– donde planteaba la (contra)reforma neoliberal y privatizadora del sistema de retiro. FHC no logró aplicarla. Pero ya con Lula en la presidencia, un hombre de Gushiken, el ministro Ricardo Berzoini, la implementó. [41]

En conclusión: la recomposición política debe tener como uno de sus cimientos la definición categórica del PT, con todas sus corrientes de derecha o “izquierda” y sus acólitos como el PCdoB, PPS, etc. como enemigos de clase a los que sólo se puede y se debe combatir sin descanso. Y deberá ser así tanto hoy, que están en gobierno, como mañana, fuera de él.

La recomposición política en curso podrá abrir un nuevo ciclo del movimiento obrero y de masas sólo si traza de esa manera una raya en el piso, que separe clara y definitivamente lo nuevo de toda la basura que se pasó social y políticamente al campo de la burguesía.

La “democracia”, otro ídolo para derribar

Podría decirse que el proceso degenerativo del PT marchó sobre cuatro ruedas. Hemos visto las tres primeras: pasaje de la independencia de clase a la alianza con sectores de la burguesía supuestamente progresivos, reducción de las bases obreras y populares a mera clientela electoral, y por último aburguesamiento y/o burocratización de sus cuadros y dirigentes.

La cuarta rueda fue específicamente política, pero de no menor importancia. Se trata de las concepciones sobre la “democracia”, algo que explícita o implícitamente ganó a la mayoría de la vanguardia. Ésta es otra cuestión capital del “ciclo PT” que no se supera con la sola ruptura con Lula, y que habrá que incinerar para que la recomposición política pueda alumbrar una alternativa revolucionaria y no repita lo anterior.

Lo de la “democracia” tuvo además trascendencia internacional. El concepto de “democracia participativa” –encarnado en el “presupuesto participativo”– tomó carta de ciudadanía mundial. Ya aludimos antes a eso.

En sectores de la vanguardia golpeados por la fallida experiencia de Lula, suele decirse que el grave problema fue que el PT daba importancia principal a las elecciones y no a las luchas obreras y populares. Que entonces, toda su política fue cambiado cada vez más en función de cómo sacar más votos y ganar. El primer paso fue abandonar la independencia de clase en pos de alianzas electorales y el apoyo de sectores de la burguesía. Y allí comenzó a desbarrancarse todo.

Esto, como “descripción”, no es falso. Sin embargo, es superficial y limitado. No va al fondo. Se le puede dar más importancia a las luchas que a las elecciones. Pero si esto se inscribe en una concepción según la cual “las luchas” no van más allá de lo corporativo (es decir, luchas sindicalistas), y “la política” consiste en intervenir en las elecciones cada dos años y en la actividad parlamentaria en los intervalos, entonces no habrá una superación revolucionaria del PT. Esto nos lleva a una cuestión más de fondo: con qué estrategia política se interviene tanto en las luchas como en las elecciones.

El núcleo de la cuestión es que, con distintas versiones de derecha o de “izquierda”, el PT fue el portador de una concepción de la “democracia” que implicaba toda una teoría (o, más bien, teorías) del estado, como también de las transformaciones sociales. Y en base a eso se justificaba una estrategia política.

Lo notable del PT es que desarrolló respecto a eso una especie de “sincretismo”, no ya religioso sino político. En ese terreno común, se entremezclaron los derivados de las distintas corrientes que en su momento confluyeron a la constitución del PT, cada una con diferentes concepciones ideológicas y teóricas. Algunas, de raíces cristianas (teología de la liberación); otras, socialdemócratas “de izquierda”, etapistas stalino-maoístas (larga etapa “democrática” antes de la “etapa socialista”), gramscianos (o más bien pseudogramscianos), que seguían la ruta abierta por el PC italiano en adaptar (falseándolas) algunas categorías de Gramsci (guerra de posiciones, sociedad civil, bloque histórico, hegemonía), etc. También hizo su aporte una corriente de origen trotskista: no por casualidad, quienes han sido históricamente el ala oportunista del movimiento, el SU de la IV Internacional, representados aquí por Democracia Socialista.

Con esto, el PT emergió como el modelo mundial de cómo lograr transformaciones sociales en el marco de la “democracia”; es decir, del actual estado burgués. Esto tuvo poco de original. No es difícil rastrear allí diversas “capas geológicas” del reformismo, algunas con más de un siglo de antigüedad. Pero su “originalidad” fue que constituyó una especie de manual viviente del reformismo, actualizado para la época post Muro de Berlín, lo que lo convirtió en un best seller mundial.

Como decíamos, se elaboraron teorizaciones desde diferentes pensamientos. Entre los más conocidos en el país pero poco en el exterior, estuvieron intelectuales “gramscianos”, como el antes citado Carlos Nelson Coutinho. Pero hay que reconocer que muchos de estos intelectuales reformistas fueron honestos y terminaron rompiendo con el PT, después de comprobar que Lula en la presidencia no hacía reforma alguna.

Como suele suceder, los que jugaron el papel más infame en todo esto, fueron los sectores aparentemente más “a la izquierda”. Ya escuchamos a Stédile del MST y su teoría de la “transformación del estado burgués en un estado al servicio de las mayorías”, con la cual sigue justificando su apoyo al gobierno.

Pero las estrellas mundiales fueron indudablemente los dirigentes del PT de Rio Grande do Sul –los agrupamientos de Tarso Genro y Olivio Dutra, Democracia Socialista de Pont y Rossetto, etc.–. Ellos tuvieron, efectivamente, una proyección mundial.

Como ya señalamos, el Foro Social Mundial nació y se organizó en Brasil ligado al hecho de que el PT fue erigido en modelo internacional de la izquierda. Pero no se hacía tampoco en cualquier ciudad administrada por el PT. Se realizaba precisamente en Porto Alegre, la ciudad de la “izquierda petista” y capital mundial de la “democracia participativa”, que se expresaba principalmente en el “presupuesto participativo”.

En estas dos palabras –“democracia participativa”– se resume el principal fraude teórico y práctico, programático y político, de la izquierda petista, fraude que produjo una mercancía con un extraordinario éxito de ventas en el mercado mundial.

“El aspecto más visible de la acción del PT –decía un “teórico” de esta estafa– es sin duda la práctica del presupuesto participativo, un proceso que además de legitimar y sostener a un gobierno de izquierda, representa la construcción de una nueva institucionalidad a partir de elementos de democracia directa, modificando así las relaciones políticas secularmente establecidas entre gobernantes y gobernados... que incluye un cierto número de elementos de una estrategia de transición al socialismo.” [42]

Según este mismo “teórico”, lo que se estaba haciendo era “impulsar un proceso de transición hacia el socialismo, integrando en esta perspectiva las experiencias de participación popular –sobre todo las practicadas en el Estado de Rio Grande do Sul... [...] Estas prácticas se insertan en una perspectiva de sobrepasar los límites de la democracia representativa... Se trata de poner en evidencia el hecho del pasaje del estado a una lógica pública, desprivatizada –en la cual él [el estado] no sería más rehén de intereses privados–...”

“[...] Como perspectiva para la sociedad actual... nuestra propuesta es la de desarrollar todas las formas de la autoorganización popular para el control social sobre el estado y el mercado..

“[...] Nuestra experiencia de los últimos años es extremadamente útil para concretar esta perspectiva –en tanto que avances efectuados en la participación popular en las diversas administraciones municipales, principalmente en Porto Alegre. Esto demuestra que esta manera de concebir el estado es democrática y eficaz. Además, es necesario hacer progresos en materia de control de los mercados (sin pretender, naturalmente, eliminarlos a corto o mediano plazo). Este control debe ser tarea de organismos públicos, que no pueden ser en esta etapa más que organismos del estado sometidos a control popular.” [43]

Otro teorizador de las maravillas de Rio Grande do Sul, comenzaba advirtiendo que “la democracia representativa, nacida de la lucha de clases y que devino en el paradigma de los países capitalistas occidentales, está en crisis terminal...” Por suerte, en Brasil ha aparecido otro tipo de democracia, la “democracia participativa”. Así “el PT está decidido a presentar una alternativa diferente de poder... trata de establecer un diálogo permanente con la sociedad, y éste no podría ser viable sin la creación de una «esfera pública popular»”.

En eso consiste el presupuesto participativo. “Con el Presupuesto Participativo, las masas se sienten dueñas de su propio destino... la principal riqueza del Presupuesto Participativo es la democratización de la relación del estado con la sociedad.... El ciudadano deja de ser un simple ayudante de la política tradicional para devenir un protagonista activo de la gestión pública.

“Se trata de un espacio de «una esfera pública popular»... es un instrumento para la creación de un proyecto estratégico de democracia, capaz de proyectar la utopía. Más aun: es un instrumento institucional de las masas para la formulación ampliada de la socialización de la política, de la socialización del poder (reparto de la autoridad del estado) y de advenimiento de una construcción progresiva de micro y macro-estructuras que conducen a la estrategia de hegemonía, hacia la sociedad post-capitalista autogestionaria... En fin, el único socialismo posible, el de las masas que se autodeterminan.” [44]

En síntesis: dentro del estado burgués y sus instituciones, sin enfrentarlo ni destruirlo, era posible desarrollar otra democracia, la democracia participativa, que permite “socializar” el poder, “repartir” la autoridad del estado, acabar con que el estado sea “rehén de los intereses privados”, establecer el “control social de los mercados” (es decir, del capitalismo), y marcar un proceso de transición a la “sociedad postcapitalista”, que nos llevará al único socialismo posible... Todo eso sin necesidad de hacer una revolución que destruya el actual aparato del estado burgués, sino a través de modificaciones en sus instituciones que establezcan una “esfera pública popular”.

El “presupuesto participativo” ya era en esa época una maniobra miserable para hacer clientelismo electoral, desarmar los movimientos sociales, enfrentar a los vecinos con los trabajadores de la enseñanza y demás empleados públicos, y hacer pelear a pobres contra pobres, en la disputa de no mucho más del 10% del presupuesto global de Porto Alegre y otras ciudades que lo aplicaban.

Dos años de gobierno Lula silenciaron bastante estos charlatanismos. En relación a los presupuestos, lo que se discute es qué gastos sociales se van a reducir y cuánto va a aumentar la recaudación de impuestos para pagar la deuda pública al capital financiero.

Por supuesto, “el único socialismo posible” es “el de las masas que se autodeterminan”. Pero esa “autodeterminación” no ha podido ni podrá desarrollarse jamás en los marcos del estado burgués, por más “democrático-participativo” que finja ser su régimen político, y por más “esferas públicas populares” que se instituyan. La “autoorganización popular” y la “autodeterminación de las masas” (que efectivamente conformarán “el único socialismo posible”) sólo pueden desarrollarse por fuera y en contra del estado burgués y sus instituciones “democráticas”, para generar, mediante la movilización y. organización independientes, las bases de otro poder.

La ruptura total y consciente de la vanguardia con esta charlatanería “democrática”, predicada durante años y años por el PT (y elevada a doctrina universal desde Porto Alegre), es una premisa fundamental para que la recomposición del movimiento de masas y la izquierda logre desarrollarse en un sentido auténticamente socialista y revolucionario.

Una batalla política pendiente

Esta es en gran medida una batalla ideológica y política que la recomposición tiene pendiente. Aunque la triste experiencia con el PT no ha sido en vano, en la mayoría de la vanguardia aún no está claro el papel del estado, de sus instituciones, del régimen democrático-burgués, de las elecciones... Y en los dos principales actores de la recomposición a nivel político, el PSTU y el P-SoL, se presentan problemas.

El PSTU, después de un “giro a la izquierda” realizado hace pocos años, ha venido criticando correctamente los embustes sobre la “democracia” y el estado generados desde el PT. Pero la alternativa que presenta el PSTU, no se ubica en la estrategia de impulsar y desarrollar la autodeterminación democrática del movimiento obrero y de masas. Las palabras “autodeterminación” o “autoemancipación” no figuran en el diccionario del PSTU, corriente que no ha sacado la menor conclusión de lo ocurrido con la Unión Soviética y las otras revoluciones del siglo XX... y de los problemas que esto implica para un relanzamiento de la lucha por el socialismo y la construcción de un poder obrero y popular enfrentado al poder del estado burgués.

Esto, que puede parecer un problema lejano o teórico-abstracto, tiene consecuencias inmediatas y prácticas en la actuación del PSTU en el movimiento de masas y en sus relaciones con el resto la vanguardia. Su política aparatista y poco democrática, responde a toda una concepción general opuesta a la de luchar por la autodeterminación democrática de los trabajadores.

Dicho de otro modo: las críticas y denuncias de la democracia burguesa que hace el PSTU, no son parte de una estrategia de impulsar todo lo que apunte a la autoemancipación libre y consciente de los trabajadores. Esa no es su concepción del socialismo. No ha aprendido nada de lo que sucedió entre 1917 y 1989/91.

El P-SoL, por su parte, tiene también en gran medida pendiente la definición clara de una estrategia, pero por otras cuestiones. En el artículo siguiente, analizaremos más en concreto una caracterización del P-SoL y de los problemas que encara esta experiencia de recomposición política. Pero adelantemos que el P-SoL, que ha surgido como un “partido-movimiento”, aún se encuentra en una etapa de definiciones programáticas y estratégicas. Como señala el Programa aprobado en el Encuentro Nacional de fundación del P-SoL, su “construcción programática colectiva... apenas comienza”. [45]

Este Programa, se inicia afirmando que “la defensa del socialismo con libertad y democracia debe ser encarada como una perspectiva estratégica y de principios. No podemos prever las condiciones y circunstancias que harán efectiva una ruptura sistémica. Pero, como militantes conscientes que quieren rescatar la esperanza de días mejores, sustentamos que una sociedad radicalmente diferente sólo puede ser construida en el estímulo a la movilización y autoorganización independiente de los trabajadores y de todos los movimientos sociales.

“Lo esencial es tener como permanente la idea de que no se puede proponer esa otra sociedad construida, sin el control de los propios actores y sujetos de autoemancipación. No hay partido o programa, por más bienintencionado que sean, que los sustituyan. Una alternativa global para el país debe ser construida por la vía de un intenso proceso de acumulación de fuerzas, y solamente puede ser conquistada con un enfrentamiento revolucionario contra el orden capitalista establecido. En esta perspectiva, es fundamental impulsar, especialmente durante los procesos de lucha, el desarrollo de organismos de autoorganización de la clase trabajadora, verdaderos organismos de contra-poder.”                 

Pero luego, en el resto del Programa, no se desarrolla concretamente, como eje estratégico del P-SoL, esto de “impulsar, especialmente durante los procesos de lucha, el desarrollo de organismos de autoorganización de la clase trabajadora, verdaderos organismos de contra-poder”. Y, al final, como ejecutor de las transformaciones sociales propuestas para el país, aparece la famosa “Asamblea Constituyente”:

“El sufragio universal es una conquista –dice el Programa–. Combatimos el oportunismo expresado en la posición que sólo ve importancia en las elecciones, pero combatimos también el sectarismo que desprecia la importancia de las mismas. Las elecciones, por consiguiente, pueden ser utilizadas por los socialistas para llegar al pueblo trabajador y contribuir al avance de su conciencia y politización.

“Queremos una verdadera Constituyente, soberana, democrática, capaz de reorganizar el país, instituir cambios que vuelvan posible garantizar educación, salud, vivienda, alimentación, trabajo y dignidad para todo el pueblo. Esta nueva Constitución sólo puede ser resultado de un proceso profundamente democrático, donde los constituyentes no sean electos bajo el peso e influencia del poder económico y de los grandes medios” [46]

Después de 20 años de estafa “democrática” implementada por la burguesía y el PT, ¿todo lo que hay que decir sobre el régimen democrático-burgués es que “el sufragio universal es una conquista”?

No se trata, por supuesto, de “despreciar la importancia de las elecciones” y estamos de acuerdo en que “pueden (y deben) ser utilizadas por los socialistas para llegar al pueblo trabajador y contribuir al avance de su conciencia y politización”. ¿Pero qué le vamos a explicar los socialistas al “pueblo trabajador” y a la vanguardia en las elecciones, para que “avance su conciencia”? ¿Que el voto es una conquista o que el régimen democrático-burgués ha demostrado ser un fraude, la forma más pérfida y eficaz de dominio de la burguesía, donde la gente vota pero no decide? [47]

Como veremos en el siguiente artículo, esto se expresa en políticas concretas. Frente a las elecciones municipales de octubre, en las que el nuevo partido no tiene aun legalidad, el P-SoL no sólo permite a algunos de sus dirigentes apoyar a candidatos de partidos del gobierno (como el PCdoB, en Rio de Janeiro), sino que tampoco desarrolla una campaña de denuncia del régimen democrático-burgués. Ninguna de esas cosas contribuye precisamente a hacer avanzar la conciencia de la vanguardia ni del pueblo trabajador utilizando las elecciones.

La Constituyente como panacea universal

El PSTU y su corriente internacional suelen considerar en todos los países que plantear “asamblea constituyente” es poco menos que una traición, que significa pasarse al bando de la burguesía.

El Programa del P-SoL comete un error simétrico. Como varias corrientes del trotskismo, tiende a hacer de la Constituyente una panacea universal. O, más precisamente, un órgano para cumplir tareas revolucionarias transicionales: nada menos que “reorganizar el país” e “instituir cambios que vuelvan posible garantizar educación, salud, vivienda, alimentación, trabajo y dignidad para todo el pueblo.”. Antes, el Programa nos ha dicho que esos “cambios” consisten, por ejemplo, en romper con el FMI y no pagar la deuda, expropiar las grandes fazendas, estatizar las empresas privatizadas y expropiar a los grupos económicos, bancos, etc. O sea, no se trata de reformas menores, sino de medidas anticapitalistas de fondo.

El Programa del P-SoL comparte con el de algunas corrientes trotskistas la idea de que una Constituyente cumpliría tareas que, en verdad, sólo un organismo de poder obrero y popular podría realizar.

Estas corrientes suelen creer que con la consigna de Asamblea Constituyente establecen un puente que permita salvar una desigualdad, que se ha agravado en el presente ciclo histórico. Por un lado, asistimos a crisis económicas, sociales y políticas graves, que alimentan grandes movilizaciones y hasta rebeliones inmensas. Por el otro, el desarrollo de los “organismos de autodeterminación”, de “contra-poder” de las masas –o sea, de organismos de doble poder– suele ser mucho menor, hasta el punto de que en muchos casos no pueden realmente postularse para asumir el poder. Este fue, por ejemplo, el drama de fondo del Argentinazo. La Constituyente, para esas corrientes, aparece como el remedio para cerrar esa brecha, como alternativa “transicional” de poder. Pero eso es ilusorio en las condiciones de Brasil y de la mayoría de los países donde impera un régimen democrático burgués “normal”.

Como definía Trotsky, la Asamblea Constituyente, una institución absolutamente burguesa, no es otra cosa que “la forma más democrática de representación parlamentaria”. [48] En algunas circunstancias concretas, la consigna de Constituyente cumplió efectivamente un rol progresivo y hasta revolucionario. Pero no es caso hoy de Brasil.

Los “parlamentos” o “asambleas nacionales” o “constituyentes” jugaron un rol muy importante en las revoluciones burguesas clásicas, como la de Inglaterra del siglo XVII y la Francesa del XVIII. Esos parlamentos y asambleas eran efectivamente revolucionarios. Iban contra el absolutismo feudal y abrían paso al moderno Estado burgués. Contra el poder absoluto de un rey elegido por nadie, levantaron el principio (por supuesto, ilusorio) del “pueblo soberano”, compuesto por “ciudadanos libres e iguales” y que gobierna por medio de sus “representantes” (burgueses), a los que elige votando.

Posteriormente, en el ciclo de revoluciones del pasado siglo XX, la Constituyente fue una reivindicación democrático-burguesa no sólo correcta sino obligatoria en casos como los de Rusia, con un régimen autocrático, o China, fragmentada en dictaduras sanguinarias, señores de la guerra y ocupación colonial de parte de su territorio, y que ni siquiera había llegado a  “constituirse” como estado moderno.

Más en general, bajo dictaduras como las que sufrieron Brasil u otros países latinoamericanos, las consignas de la democracia política —y al frente de ellas la de Constituyente—, pueden cumplir un rol movilizador de las masas, ser transicionales; es decir, pueden tender un puente hacia la necesidad de establecer un poder de los explotados y oprimidos, para poder hacerlas efectivas.

Pero hoy y aquí estamos en un marco histórico y político completamente distinto. Aquí las masas van a cumplir veinte años de decepcionante experiencia con la democracia burguesa. Aunque todavía no ven la alternativa de otro régimen (y por supuesto no quieren volver a una dictadura militar), ya no tienen mayor entusiasmo ni esperanzas con este carnaval repugnante de la “democracia representativa”, que sólo le ha dado una decepción tras otra.

Frente a una dictadura, la Constituyente puede ser una consigna revolucionaria, transicional. Pero en la actual situación, cuando se acumulan elementos que tienden hacia una crisis de legitimidad del régimen, la consigna de Constituyente –“la forma más democrática de representación parlamentaria”– significa postular una versión más acicalada, más “legítima” de esa misma democracia burguesa. Más aun: si en el día de mañana los nubarrones en el cielo político de Brasil se precipitaran en una crisis de legitimidad, la Constituyente podría ser un buen instrumento para recomponer esa legitimidad, cambiando algunas formas institucionales para mantener así en su esencia el régimen democrático burgués. Esta ha sido, por ejemplo, la lección de Venezuela y su “Constitución Bolivariana”.

En resumen, el planteo inicial acerca de la “movilización y autoorganización independiente de los trabajadores y de todos los movimientos sociales... la autoemancipación... el desarrollo de organismos de autoorganización de la clase trabajadora, verdaderos organismos de contra-poder...” queda en el Programa del P-SoL como formulaciones correctas pero abstractas, que luego no se encarnan en una orientación concreta. Por ejemplo, el Programa no sostiene como un punto central, tanto o más importante que el de la reforma agraria o la expropiación de los monopolios, el de la lucha contra régimen democrático-burgués, para dar paso a una alternativa de democracia obrera y popular.

Pero más que la letra de un Programa inacabado y provisorio, el problema es si el P-SoL será capaz de tomar esa cuestión en la práctica. Lo ocurrido con las elecciones municipales indica que ese puede ser uno de los puntos críticos que irá definiendo la naturaleza del nuevo partido.

¿Cómo domina la clase dominante?

Tanto el P-SoL como toda la vanguardia, debe replantearse una cuestión que, después de la dictadura militar, fue dejada de lado o escandalosamente mistificada. Se trata de cómo, hoy y aquí, domina la clase dominante. Lo ocurrido con el PT es una dolorosa lección de que eso no estaba claro para la mayoría. Se creía que, en alguna medida, el PT y su gobierno podían ser un medio para mejorar la situación de los trabajadores, y resultaron ser instrumentos de la clase dominante para profundizar su dominio y explotación.

En los años de la dictadura militar, toda corriente de izquierda, inclusive reformista, tenía como un eje fundamental la lucha contra el régimen político (que siempre es uno de los “mecanismos” principales de dominio de la burguesía, aunque por supuesto no el único). Entonces, la consigna de “abajo la dictadura” –consigna de lucha contra el régimen– estaba en el centro de todos los programas.

Pero al producirse la transición de la dictadura militar a la democracia (burguesa), la lucha contra el régimen dejó de estar a la orden del día. Peor aun: explícita o implícitamente, la mayoría de la vanguardia fue ganada para las ideas de que, de una u otra forma, dentro del nuevo régimen “democrático”, y sobre todo adaptándose a él para mejorarlo –“extensión” o “desarrollo” de la “democracia”–, se podían lograr grandes cosas. Cosas tales como cambiar la naturaleza del estado (Stédile), avanzar cualitativamente en la “guerra de posiciones” y en el peso de la “sociedad civil” frente al estado (gramscismo petista), progresar en la “etapa democrática” de la revolución (stalino-maoísmo) o “socializar el poder” mediante la “democracia participativa” (variedad Porto Alegre).

Reinstalar la lucha contra el régimen es, por lo tanto, un desafío fundamental de la recomposición política. Combatir al régimen democrático-burgués con la misma intransigencia con que se combatió al régimen dictatorial (aunque, lógicamente, con otras tácticas), es central para que la recomposición se encauce por una alternativa revolucionaria. Esto exige, en primer lugar, una paciente tarea de explicación en la vanguardia, para limpiar toda la basura democratista acumulada en 20 años de PT.

Esto, por supuesto, no es fácil, pero existe un hecho inmenso a nuestro a favor. Que el máximo exponente de las ilusiones en la “democracia” en la vanguardia y las masas, el PT, al subir al gobierno, está dejando en evidencia la monumental estafa en que se basa el régimen actual.  

La cosa, entonces, comienza por el problema de qué se va a decir, en primer lugar a la vanguardia. ¿Sólo “voten por nosotros, que no vamos traicionar como el PT”? ¿O se va a aprovechar el sentimiento de haber sido estafados, para impulsar el odio consciente al régimen democrático-burgués en su conjunto, un odio como el que tuvo la dictadura militar.

En resumen

Como decíamos al principio, se ha cerrado un ciclo del movimiento obrero y la izquierda y se ha abierto otro. La vanguardia obrera y en general todo los luchadores enfrentan un problema crucial: aclarar qué pasó, qué estuvo bien y qué estuvo mal en las dos décadas del ciclo PT. Cuál fue la verdadera naturaleza de las direcciones y las instituciones, de los programas y las políticas que pudieron hacer creer a miles de luchadores y a millones de trabajadores que “la esperanza venció al miedo”, cuando en verdad nuestros enemigos había obtenido un triunfo: lograr la continuidad profundizada de la política de explotación, hambre y entrega mediante instrumentos que muchos creían suyos (PT, CUT, MST, etc.).

Un exhaustivo debate que permita saldar cuentas con el pasado, será un elemento imprescindible para que esa historia no se repita, y que la recomposición de la izquierda, del movimiento obrero y los movimientos sociales se desarrolle sobre nuevas y más sólidas bases.

>>>> A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18

Notas:

[1].- El PT fue fundado en 1980 y la CUT en 1983.

[2].- En los 60, el stalinismo en Brasil se dividió entre el PCB, Partido Comunista Brasileño, pro-Moscú, y el PCdoB, Partido Comunista de Brasil, maoísta y posteriormente “albanés”. Después de sucesivas rupturas y transformaciones, el PCB como tal prácticamente desapareció. Una de sus mutaciones es el PPS (Partido Popular Socialista), convertido al social-liberalismo. Por su parte el PCdoB, después de un período inicial ultraizquierdista y guerrillero, se fue integrando al régimen, montando un aparato corrupto que domina burocráticamente las centrales estudiantiles universitaria y secundarista. Hoy tanto el PPS (proveniente del PCB) como el PCdoB integran el gabinete de Lula y han apoyado todas sus medidas antiobreras.

[3].- Se llama “pelegos” a los sectores de la vieja burocracia amarilla, que dominaban el movimiento sindical antes de la constitución de la CUT.

[4].- Sección francesa del Secretariado Unificado de la IV Internacional. Su sección oficial en Brasil, la tendencia Democracia Socialista del PT, tiene un ministro, Miguel Rossetto, en el gabinete de Lula, sin que hasta ahora el SU haya condenado esta escandalosa traición.

[5].- Central obrera de origen pelego.

[6].- El MST (Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra), fundado en 1984, es el más importante pero no el único movimiento de ese carácter en Brasil. En los años 90 pasó a ocupar un lugar de vanguardia en las luchas sociales, al mismo tiempo que se producía un neto retroceso de la CUT.

[7].- El PSTU, fundado en 1994, es uno de los sectores provenientes de la dispersión de la corriente de Nahuel Moreno (1924-87), que fue muy importante y, en su último período, mayoritaria en el trotskismo latinoamericano hasta principios de los 90. El P-SoL, fundado en Brasilia el 5 y 6 de junio pasado, reúne diversas corrientes políticas y personalidades que provienen del PT (como los cuatro “parlamentarios radicales” –Heloisa Helena, Babá, Luciana Genro y João Fontes– expulsados por Lula) y también de rupturas del PSTU.

[8].- João Pedro Stédile es el dirigente histórico y fundador del MST, en el que también tiene una decisiva influencia ideológica y política la Comisión Pastoral de la Tierra, del sector “progresista” de obispos de la Iglesia brasileña. Hoy Stédile y el aparato burocrático del MST han sido cooptados por el gobierno Lula.

[9].- Datos de James Petras, El segundo año de Lula, Rebelión, 23/07/04.

[10].- Mario Maestri, Mais um ano de governo neoliberal, La Insignia, Brasil, diciembre de 2003.

[11].- Ricardo Antunes, Uma era de desafios e busca de caminhos, Crítica Social N° 4, Abril-Junho 2004.

[12].- Dos ejemplos de estas fabulaciones las dan Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, septiembre 2004, dedicado a explicar cómo Argentina, Brasil y Venezuela están conformando la “unión de los países de América del Sur”, y los artículos de Hans Dieterich en Rebelión, que imaginan la existencia de un BRP (Bloque Regional de Poder) con los mismos componentes.

[13].- La Tasa Tobin –un impuesto a los movimientos internacionales de capitales especulativos– es la principal bandera de ATTAC (Asociación por una Tasa a las Transacciones financieras especulativas para Ayuda a los Ciudadanos). ATTAC fué fundada en Francia en 1998 a iniciativa de Ignacio Ramonet, Bernard Cassen y otros intelectuales de Le Monde diplomatique y hoy cuenta con grupos en más de 30 países. El lema “otro mundo es posible”, concebido en el sentido de configurar un capitalismo humanizado, fue acuñado por esta corriente político-intelectual. Este grupo y la “izquierda petista” de Rio Grande do Sul fueron los fundadores del Foro Social Mundial.

[14].- Central de los Trabajadores Argentinos, sector sindical históricamente ligado al PT y al aparato de la CUT, que hoy apoya al gobierno de Néstor Kirchner.

[15].- Carlos Nelson Coutinho, Porque decidimos de sair do PT, Crítica Social N° 4, Abril-Junho 2004.

[16].- Coutinho, cit.

[17].- Refundar a esquerda para refundar o Brasil, Movimento Consulta Popular - Documento preparatório, julho 2004.

[18].- Lenin, Caracterización del romanticismo económico, en Obras Completas, Tomo II, Buenos Aires, Cartago, 1971.

[19].- Acerca de Bolivia y los movimientos indigenistas, ver Roberto Sáenz, “Crítica del romanticismo ‘anticapitalista’ “, Socialismo o Barbarie, Nº 16, abril 2004.

[20].- João Pedro Stedile, El MST y las disputas por las alternativas en Brasil, OSAL, publicado en Rebelión, 24/06/04.

[21].- Ver MST vai continuar a pressionar governo, anuncia Stédile, Carta o Berro, 03/04/04.

[22].- Mariucha Fontana, Qual será a natureza de um possível Governo Lula?, Opinão Socialista, 17/10/02.

[23].- Correspondencia Internacional, N° 18, ¿septiembre 2002?, edición en español. La CST de Brasil es parte de la corriente Unión Internacional de los Trabajadores (UIT), de la que también forma parte el MST (Movimiento Socialista de los Trabajadores) de Argentina. Correspondencia Internacional es la publicación de la UIT.

[24].- Correspondencia Internacional, N° 19, ¿diciembre 2002 – enero 2003?

[25].- MES, Por uma oposição de esquerda socialista com influência de massas, 28/02/04. El MES forma parte de una corriente internacional de hecho, la Red solidaria de revistas de la izquierda radical.

[26].- Por uma oposição..., cit.

[27].- “[...] el PT vive el mismo proceso experimentado por la socialdemocracia europea, cuyos partidos obreros oportunistas fueron transformados en partidos burgueses normales, representación política directa de los intereses del imprialismo europeo.”  MES, Por uma oposição..., cit.

[28].- Nahuel Moreno, La traición de la OCI, Panorama Internacional, Año VI, N° 19, Buenos Aires, 1982.

[29].- ¿Cuáles serán los “porcentajes” del PS o del PCF? ¿Un 5%, un 50% “a la izquierda”?

[30].- Ver esta concepción de “izquiera radical o “alternativas radicales” en Ernesto Herrera y Charles-André Udry, Documento América Latina – Crisis continental y construcción de alternativas radicales, Correspondencia de Prensa, Dossier Nº 5, febrero 2004. Allí se define como “alternativas radicales” las que “vayan a la raíces de la crisis y de las aspiraciones y necesidades de las masas trabajadoras, en su diversidad”. Es evidente la dilata e imprecisa extensión de este concepto de “radicalidad”, donde pueden entrar las variantes políticas y programáticas más diversas, desde las obreras y socialistas hasta las meramente democráticas “consecuentes”. Pero esto se entiende mejor a la luz de las políticas concretas de esta corriente a nivel latinoamericano, donde se ubica por ejemplo como “ala izquierda” de movimientos como el de Chávez.

[31].- Sin embargo, como hemos dicho, esto puede darse sólo “dentro de ciertos límites”; límites determinados principalmente por la cuestión de la clase dominante. Así, la burguesía puede “vaciar”  o transmutar socialmente a los partidos y otras instituciones de la clase trabajadora. Pero, viceversa, la clase trabajadora no puede –como fantasea Stédile–  “transformar el estado burgués en estado al servicio de las mayorías”.

[32].- Duda Mendonça: famoso publicitario brasileño que se especializa en campañas electorales.

[33].- Mario Maestri, 2003: um ano de governo neoliberal, Crítica Social, Nº 4, abril/junho 2004.

[34].- Maestri, cit.

[35].- J. A. Figueiredo Santos, Estrutura de posições de classe no Brasil, Editora UFMG y IUPERJ, Belo Horizonte y Rio de Janeiro, 2002, pág. 79.

[36].- Figueiredo Santos, cit., pág. 45.

[37].- Figueiredo Santos, cit., pág. 156.

[38].- Duménil & Lévy, Neoliberal dynamics – Imperial dynamics, Paper for the Conference on Global Regulation, University of Sussex, UK, may 2003.

[39].- Francisco de Oliveira, O ornitorrinco, Boitempo, São Paulo,2003, pág. 147.

[40].- Oliveira, cit.

[41].- Mario Maestri, Brasil 2003: Mais um ano de governo neoliberal, La Insignia, dezembro de 2003.

[42].- Carlos Enrique Arabe, Le parti des travailleurs dirige l’État de Rio Grande do Sul depuis un an, Inprecor, enero-febrero 2000.

[43].- CA Arabe, cit.

[44].- Luis Pilla Vares, Démocratie directe au Sud du Bresil, Inprecor, julio-septiembre 2000.

[45].- Programa do Partido Socialismo e Liberdade / P-SOL, Brasilia, junio 2004.

[46].- Programa..., cit.

[47].- En todo caso, habría que explicar que el sufragio universal fue una conquista que, en el marco del actual régimen democrático-burgués, se ha vuelto en contra de los trabajadores y los explotados, porque sirve para legitimar el poder de sus enemigos de clase y las medidas antipopulares que toman desde el gobierno. En esto, el Programa del P-SoL presenta confusa y peligrosamente mezcladas dos cuestiones distintas: una estratégica, la del régimen democrático-burgués; otra, puramente táctica: la de participar en las elecciones “para chegar no povo trabalhador e contribuir no avanço de sua consciência e politização”. Curiosamente, esta confusión entre estrategia y táctica es la misma que hacen los “sectarios” a los que el Programa critica, aunque de esa confusión ellos sacan la conclusión opuesta: no participar en las elecciones burguesas por el hecho cierto de su carácter tramposo.

[48].- Trotsky, Stalin, el gran organizador de derrotas, Yunque, Buenos Aires, 1974, pág. 355.

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