Notas para la actualidad de Gramsci y
Trotsky
Por
Guillermo Pessoa
Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18, noviembre 2004
“La
originalidad con que Trotsky y Gramsci
renovaron el marxismo de cara a nuevos fenómenos y tendencias
estructurales del capitalismo y contra la perversión estalinista del
socialismo, así como el interés actual de su legado, resulta poco
reconocida” A.
Rush
El
que sigue es un artículo que en muy pequeña medida, intenta saldar la
deuda para con el reconocimiento que ambos legados teóricos/políticos
merecen y - más aún - por la actualidad que ellos conservan.
En
tiempos de auge del “autonomismo”, de autores bestsellers como
Holloway o Negri, en donde la renuncia a la toma del poder postulada por
el primero o el fin del
imperialismo anunciado por este último parecen condenar a dichos legados
al pasado arqueológico. Y fundamentalmente en medio de la crisis de los
“viejos” marxismos (stalinismo, eurocomunismo, socialdemocracia),
ligada a la no menor dificultad del capitalismo planetario por superar sus
contradicciones en medio de protestas y movimientos antiglobalización que
se extienden por todo el orbe; se hace más que perentorio realizar la
tarea enunciada líneas arriba.
El
texto tomará solamente algunos ejes de trabajo de los muchos que
abordaron los dirigentes ruso e italiano, intentando esbozar algunas notas
que en realidad deben ser entendidas como disparadores para un
estudio más profundo del rico bagaje teórico de ambos marxistas. Para
aquellos interesados en la bibliografía de y sobre Trotsky y Gramsci,
acompañamos una lista tentativa de textos y autores.
I
Lo verdadero es el todo
Cuando
uno mira cualquier noticiero televisivo, lo mismo ocurre al leer el
diario, puede observar que cualquier hecho puntual - tomemos por caso un
robo minúsculo en cualquier barrio de Buenos Aires - es presentado
aisladamente. No se inserta dicho suceso en un contexto social, epocal, de
vinculación con la propia realidad regional e incluso mundial. Al no
hacerlo - intencionadamente - la comprensión de dicho acontecimiento se
diluye y puede (generalmente sucede) quedar reducido al mensaje más
“común”: son vagos por “naturaleza”, no tenemos seguridad,
necesitamos más policía, etc. ¿Qué es lo que ha faltado? Entender,
“mirar” la realidad como una totalidad.
Esto
que expresan los medios masivos de comunicación, ha tenido su “bendición”
desde los ámbitos académicos cuando el llamado posmodernismo (con su
auge a partir de mediados de los ochenta
e incluso, lo que es peor, algunos marxistas como el citado Toni
Negri que en su trabajo
“Imperio” siguieron el mismo camino metodológico) abjuró de dicha
categoría para explicar lo social. Sin embargo, los movimientos
antiglobalización, embrionaria y confusamente, se vieron obligados a
“razonar” desde la totalidad. Es que para dar cuenta de lo que
criticaban - el neo liberalismo, la apertura indiscriminada de los
mercados a nivel planetario, el intento de un “nuevo orden mundial”,
etc - dicha premisa se tornaba perentoria. Pero allí comienza solamente
el planteamiento del problema, se necesita contar con las herramientas
conceptuales para poder desarrollarlo y resolverlo.
Gramsci
y Trotsky tuvieron esto bien en claro. Su matriz hegeliana - con la
“mediación” de Labriola como veremos luego - los predisponía a ello
en mucha mayor medida que otros marxistas contemporáneos suyos. El joven
Gramsci señalaba que se sentía discípulo de Lenin entre otras cosas
porque éste “tenía y pensaba con el mundo en su cabeza” y el joven
Trotsky no dudaba en afirmar que había arribado a su doctrina de la revolución
permanente porque “partió de un análisis global y articulado de la
realidad presente”.
Ya
en su madurez, cuando afinaron sus caracterizaciones y estrategias
previas, esto se mantiene en forma constante. El excelente trabajo sobre
el Risorgimento (o sea el proceso de unidad italiano) hecho por el
sardo, como la magnífica Historia de la revolución rusa y su teoría
del desarrollo desigual y combinado de Trotsky, serían inexplicables sin
lo anterior. Lo que no impedía - por el contrario presuponía !! - que
ambos tuviesen muy en cuenta las peculiaridades nacionales para
delinear su análisis y estrategia política; como muy bien le advertía
el dirigente ruso (ya exiliado) a Stalin o Gramsci en su crítica a
Michels y su visión de la realidad francesa.
Esta
visión de la realidad como un todo y de las tareas que por ende de
ello se desprenden, eran casi de “sentido común” para ambos
revolucionarios. Y en esto no hacían otra cosa que seguir siendo fieles a
sus maestros. Una totalidad que tiene relaciones que se articulan,
que son plásticas y a las cuales no se
puede “mecanizar” ni fijarles “hora determinada” de
resolución alguna:
“Toda
acción proletaria debe estar subordinada al internacionalismo y
coordinada con él, ha de ser capaz de tener carácter internacionalista.
Cualquier iniciativa que en cualquier momento, y aunque sea
transitoriamente, llegue a entrar en conflicto con ese ideal supremo,
tiene que ser inexorablemente combatida; porque toda desviación del
camino que lleva directamente al triunfo del socialismo internacional, por
pequeña que sea, es contraria a los intereses del proletariado, a los
lejanos o a los inmediatos, y no sirve más que para dificultar la lucha y
prolongar el dominio de la clase burguesa”. 1
Esta
formulación de Gramsci es parte principalísima del legado trotkista. En
una formulación famosa, el creador del Ejército Rojo decía:
“La
conquista del poder por el proletariado internacional no podía ni puede
ser un acto simultáneo en todos los países. La superestructura - y la
revolución entra en la categoría de las superestructuras - tiene
su dialéctica propia, la cual penetra autoritariamente en el proceso económico
mundial, pero no suprime, ni mucho menos, sus leyes más profundas. La
Revolución de Octubre ha sido legítima , considerada como primera
etapa de la revolución mundial, que necesariamente tiene que ser obra
de varias décadas”. 2
Ello
no se debe a un “deseo” arbitrario de los autores, sino de un
presupuesto metodológico de carácter científico. Ya Marx señalaba que
su ambicioso proyecto de escribir “El Capital” debía culminar con el mercado
mundial que era la categoría más concreta (en el sentido de ser la
que más determinaciones posee) o sea la más plena y por ende más real,
aspecto que hoy en los albores del siglo XXI conserva - y amplía - toda
su vigencia.
Pero
que lo verdadero es el todo no se agota allí. Economía y política,
estructura y superestructura, lo orgánico y lo coyuntural, no se pueden
escindir (o podemos hacerlo sólo a los efectos del análisis) como hacen
los medios de comunicación, ciertos profesores y la “ciencia”
burguesa en general. Gramsci observará las derivaciones a que lleva el no
tener en cuenta esto:
“El
error en que se cae frecuentemente en el análisis histórico-político
consiste en no saber encontrar la relación justa entre lo orgánico y lo
ocasional. Se llega así a exponer como inmediatamente activas causas que
operan en cambio de una manera mediata, o por el contrario a afirmar que
las causas inmediatas son las únicas eficientes. En un caso se tiene un
exceso de economismo o de doctrinarismo pedante; en el otro, un
exceso de ideologismo; en un caso se sobreestiman las causas mecánicas,
en el otro se exalta el elemento voluntarista e individual... y si el
error es grave en la historiografía, es aún más grave en el arte político,
cuando no se trata de reconstruir la
historia sino de construir la presente y la futura”. 3
Esta
dialéctica de los elementos históricos y su interacción hay que
aprehenderla en su constante devenir porque el riesgo que se corre es el
de abortar la acción del sujeto: sea porque éste considera que su hacer
ya está determinado fatalmente
y por ende, sólo resta esperar el desenlace (como quien se sienta
a ver pasar el cadáver de su enemigo) o al no tener en cuenta lo orgánico
que condiciona y pone límites
precisos a nuestro accionar, nos lleva a un voluntarismo que roza la
aventura. Trotsky siempre tuvo presente esto y batalló aún entre sus
partidarios para que no incurrieran en algunos de estos dos errores:
“Cada
acontecimiento concreto de la historia viene determinado por una multitud
de factores fundamentales y secundarios. La dialéctica hace que factores
de segundo, tercero o décimo orden tomen, por determinado acontecimiento,
una importancia decisiva. De esta forma, se puede afirmar con seguridad
que la derrota del proletariado alemán vino determinada no por el bajo
nivel de las fuerzas productivas, ni por la insuficiencia del desarrollo
del antagonismo de las clases, sino directa, e incluso exclusivamente, por
la carencia de un partido revolucionario. Sin embargo, nosotros sabemos
que en las jerarquías de los factores históricos el partido ocupa el
lugar X”.4
Pensamos
pues, que todo lo que - sucintamente - llevamos visto es un legado del
cual tenemos que apropiarnos, si queremos llevar una lucha efectiva y realista
contra el capitalismo en su etapa actual de decadencia con la amenaza
constante de arrojarnos a la barbarie. Gramsci y Trotsky eran
materialistas en el sentido que pensaban que lo determinante en la
historia eran las relaciones sociales que estaban atravesadas por
conflictos - de allí su transitoriedad - y con relaciones de poder que la
constituían desde su propia génesis. En eso - también - no hacían otra
cosa que seguir al Manifiesto Comunista que afirmaba que la
historia de la humanidad no es otra cosa que la historia de la lucha de
clases. Algo que el italiano expresaba como relaciones de
fuerza y que tenía distintos niveles. Desde el meramente social (cuasi
objetivo) y corporativo, elevándose hasta el político (precisamente como
totalidad, entendida ésta como hegemonía) y culminando en el
militar que nunca es sólo militar, sino - precisamente - político
militar. Constataba que la historia fluctuaba entre el primero y el
tercero, con la mediación del segundo que era el clave:
“Un
(segundo) momento es aquel en que se logra la conciencia de que los
propios intereses corporativos, en su desarrollo actual y futuro, superan
los límites de la corporación de grupo puramente económico y pueden y
deben convertirse en los intereses de otros grupos subordinados. Esta es
la fase más estrictamente política, que señala el neto pasaje de
la estructura a la esfera de las superestructuras complejas. Es la fase en
la cual las ideologías ya existentes se transforman en partido, se
confrontan y entran en la lucha hasta que una sola de ellas, o al menos
una sola combinación de ellas, tiende a prevalecer, a imponerse, a
difundirse por todo el área social , determinando además de la unidad de
los fines económicos y políticos, la unidad intelectual y moral,
planteando todas las cuestiones en torno a las cuales hierve la lucha no
sobre un plano corporativo sino sobre un plano universal y creando
así la hegemonía de un grupo social fundamental sobre una serie
de grupos subordinados”. 5
Esta
correlación de los momentos se halla presente en Trotsky, siendo también
el momento de lo político (la “hegemonía” en términos gramscianos,
que en realidad era una categoría que ya estaba en Lenin) entendida como
el consenso para con los aliados y la represión para con
las clases enemigas, el aspecto central para llevar a buen puerto la
transformación y la posterior consolidación de la nueva sociedad. Apoyándose
en ejemplos históricos, en palabras que Gramsci hubiera suscripto sin más,
señalaba:
“En
toda guerra civil, infinitamente más que en una guerra ordinaria, la política
prevalece sobre la estrategia. Lee era más experto militarmente que Grant,
pero la victoria de éste estaba asegurada por el programa de abolición
de la esclavitud que constituía su base. Durante nuestros tres años de
guerra civil, la superioridad, el arte y la técnica militar estaban de
parte del adversario, pero al fin de cuentas lo que importa es el programa
bolchevique. El obrero sabrá perfectamente por qué lucha. El campesino
duda mucho tiempo, pero, al comparar los dos regímenes a la luz de su
experiencia, sostiene a los bolcheviques”. 6
II
La revolución contra El Capital
Así
había denominado Gramsci a la revolución bolchevique de Octubre del 17.
Su significado era el siguiente: aquéllos - como los mencheviques y la
propia burguesía rusa - que hacían una lectura lineal y mecánica del
texto marxiano, llegaban a la conclusión que el territorio de los zares
tenía que pasar ineluctablemente por la fase capitalista para después
(en un período que no se precisaba con claridad) arribar al socialismo.
Dicho proceso debería - al igual que el modelo francés - ser conducido
por la incipiente burguesía. En ese sentido el pensador italiano decía -
y reivindicaba - que la del partido de Lenin era una revolución contra
dicha interpretación del marxismo. Trotsky compartía dicho diagnóstico
y de hecho “confluyó” con el leninismo en dicho año y fue
partícipe directo en el desenlace revolucionario. Lo que les
permitió - entre otros aspectos - arribar a dicho análisis, fue
haber asimilado la nueva configuración del capitalismo en su etapa imperialista
con la lucha entre los potencias metropolitanas, junto a la sujeción
y el rol jugado por las burguesías periféricas: los eslabones débiles
de dicha cadena.
Es
común en cierta historiografía, hacer un “corte” entre el joven
Gramsci consejista y el Gramsci maduro que estando en prisión
reemplazaría a dicha organización por el “príncipe moderno”: el
partido. En realidad - y aquí hay otro acuerdo de fondo con el ruso - el
italiano sostenía la importancia de la organización de la clase y
el partido. Su labor como director del periódico “L’Ordine Nuovo”
es una prédica constante para desarrollar dicho organismo (que se
encontraba en pleno auge en la ciudad industrial de Turín y que por su
forma soviética supera el espíritu meramente corporativo del
sindicato) y para dotarlo de una política correcta - revolucionaria - se
precisaba ganar la mayoría en su interior. Precisamente cuando realizaba
a fines de los veinte, el balance de dicho fracaso, llegaba a la conclusión
que uno de los motivos - veremos luego el otro - de su derrota era no
haberse extendido al resto de Italia. En los Cuadernos de la Cárcel
además de la fragmentación lógica de los escritos motivada por la
censura, el no surgimiento en la propia realidad de dichas instituciones
de tipo soviético, lo llevan a poner el acento en el partido. Pero la
ligazón necesaria entre ambos nunca se pierde de vista. En Trotsky dicha
preocupación es central. Como se encargó de enfatizar en más de una
ocasión, si bien no hay que hacer del soviet un fetiche (o sea
“divinizarlo”), que la clase se dé su propia organización - además
del partido que es su vanguardia - es clave para la toma del poder. Cuando
uno recorre sus escritos sobre Alemania, Francia y España o en el propio Programa
de transición, el impulsar en una especie de frente único dicho
proceso, es de primerísimo orden. Impulsar no es dar un ultimátum para
que éste nazca, como en algunos momentos hizo la Comintern stalinizada.
Pero
la revolución rusa, como todas en la historia, requiere para su éxito
conformar una alianza de clases en donde una de ellas sea
efectivamente su sector dirigente pero que necesita del apoyo real
de las otras fracciones subalternas para la construcción del nuevo
estado. Esto es hoy de vitalísima importancia. La clase que vive del
trabajo debe tejer alianzas (construir hegemonía) con aquellos
sectores que fluctúan entre las clases fundamentales en que se divide
toda sociedad, si efectivamente se propone la revolución y la conformación
de su propio gobierno. El no haberlo logrado, es el otro motivo que
mencionábamos como excluyente para la derrota de los obreros turineses y
la posterior llegada del fascismo. Por el contrario, el haber podido
llevarla a la práctica, posibilitó el triunfo del 17 como así también
(confirmando la regla) su debilitamiento posterior significó la declinación
del joven poder soviético y la consecuente burocratización. En los
escritos del italiano esto tiene la siguiente formulación:
“Los
comunistas turineses se plantearon concretamente la cuestión de la hegemonía
del proletariado, o sea de la base social de la dictadura proletaria y
del estado obrero. El proletariado puede convertirse en clase dirigente y
dominante en la medida que consigue crear un sistema de alianza de clase
que le permita movilizar contra el capitalismo y el estado burgués a la
mayoría de la población trabajadora, lo cual quiere decir en Italia, en
la medida en que consigue obtener el consenso de las amplias masas
campesinas (...) Para ser capaz de gobernar como clase, el proletariado
tiene que despojarse de todo residuo corporativo, de todo prejuicio o
incrustación sindicalista (...) Si no se obtiene eso , el proletariado no
llega a ser clase dirigente, y esos estratos, que en Italia representan la
mayoría de la población, se quedan bajo dirección burguesa y dan al
estado la posibilidad de resistir al ímpetu proletario y de
debilitarlo”.7
Algo
no muy distinto señala Trotsky veinte años después de la experiencia de
Octubre:
“La
dictadura del proletariado se ha comprobado como posible en la Rusia
atrasada, precisamente porque estaba sostenida en una guerra campesina. En
otros términos, la dictadura del proletariado se comprobó como posible y
durable únicamente porque ninguna de las fracciones de la sociedad
burguesa se mostró capaz de asegurar la dirección resolviendo la cuestión
agraria. O para decirlo más brevemente y precisamente, la dictadura del
proletariado se demostró posible por la simple razón de que la dictadura
democrática se ha demostrado imposible”. 8
Distintos
intérpretes de Gramsci - y los hay de los más diversos tipos - no dudan
en adjudicarle a esta concepción el rango de fundamental en el
marxismo que practicó el dirigente del PCI. Incluso - en algo que la cita
anterior y no sólo ésta, desmienten - llegaron a “interpretarlo” en
clave frentepopulista: dicha alianza incluiría a sectores de la
burguesía nativa. Ya volveremos sobre ello cuando más adelante nos
refiramos al bloque histórico. En las “lecturas” de Trotsky -
y el stalinismo hizo eje en este aspecto - primó el error inverso: éste
habría desestimado dicha alianza por su “desprecio” hacia el
campesinado. No sólo la cita anterior, sino la propia praxis suya hasta
su expulsión en 1929 de la URSS, indican lo contrario. Es más, tanto en
Alemania (luchando contra la política ultraizquierdista de Stalin) como
en España (desesperado porque veía que dicha estrategia no se consumaba)
dicho postulado estaba más que presente:
“Hay
que forjar la verdadera alianza entre los obreros y los campesinos contra
la burguesía, incluída la radical. Es preciso confiar en la fuerza, la
iniciativa y el coraje del proletariado. Es el proletariado quien sabrá
ganar al soldado para su causa. Así será la verdadera alianza, no
falsificada, de los obreros, campesinos y soldados. Una alianza está a
punto de forjarse en el fuego de la guerra civil española”. 9
Justamente
la teoría de la revolución permanente se apoya en esta
perspectiva. La revolución es permanente, porque en dicho proceso se combinan
distintas revoluciones: burguesa, campesina y proletaria dentro del
contexto mundial del cual no puede prescindir. Lo curioso - algo que señaló
con agudeza Perry Anderson
en
un trabajo no libre de malentendidos hacia la concepción gramsciana - es
que el italiano al criticar la revolución permanente (con sus
pares de opuestos: guerra de posición/guerra de maniobras) en realidad
estaba censurando el inicio del “tercer período” de la Comintern
stalinista y su táctica ultraizquierdista de “clase contra clase”, en
la cual incluso marxistas lúcidos como Lukács no estuvieron exentos de
caer. Pero no así Trotsky, que también fue un persistente critico de la
misma, haciéndose eco de las propias resoluciones de los primeros cuatro
congresos de la III Internacional (que entre otras cosas había reconocido
como sección oficial a la fracción gramsciana del comunismo italiano).
Esto se observa con más claridad al seguir la política de ambos
revolucionarios en relación al surgimiento del fascismo. La pertinencia
de las consignas democráticas, la construcción del frente único y la
unidad de acción con sectores burgueses si es necesario, para detener al
mismo; es patrimonio común de dichos legados. La división del propio PCI
en donde Gramsci se distancia de la “ultraizquierda” representada por
Amadeo Bordiga confirma lo anterior. Hacia fines de los veinte y en la década
del treinta la Oposición de Izquierda trotkista (y el propio Trotsky)
tienen disputas fuertes con el grupo Prometeo que encabezaba aquél, por
estos mismos problemas. Las coincidencias entre Trotsky y Gramsci son
totales.10
III
Ninguno de los marxistas han comprendido a Marx
Había
exclamado Lenin en 1915, cuando luego de abocarse a un más que sesudo
estudio de la Gran Lógica de Hegel, enjuiciaba a sus propios
maestros (Plejanov, Kautsky) quienes cuando abordaban los problemas filosóficos
lo hacían superficialmente - incluso sus críticas al idealismo hegeliano
eran propias de los materialistas vulgares - y eso se patentizaba luego en
el tipo de práctica política que en nombre del marxismo, llevaban a
cabo.
Como
bien señala Marcelo Yunes en su trabajo sobre Antonio Labriola (ver S
o B Nro16), Lenin lo tenía a éste como referente intelectual. Lo
mismo ocurrirá con Trotsky y Gramsci. Es más, la denominación de filosofía
de la praxis para designar a la cosmovisión marxiana que utilizó
este último, está tomada del autor de Socialimo y Filosofía.
Señalar esto tiene su importancia: Labriola en sus escritos está
batallando contra un marxismo que vuelve a tratar a Hegel como “perro
muerto” y que tiene una impronta positivista muy marcada, reivindicando
contrariamente a éste, la acción del sujeto; la totalidad como un
holismo articulado mediante relaciones que están en constante movimiento.
La plasticidad que cobra el marxismo así interpretado lo aleja de toda
forma de fatalismo o idea de progreso lineal y etapista.
Trotsky
remarcará dicha influencia en su autobiografía y sus primeras
formulaciones políticas dificilmente hubiesen sido concebidas sin esta
apoyatura teórica/filosófica. Gramsci, quien primero estará
influenciado por otro pensador italiano de raigambre hegeliana pero de
corte idealista como Benedetto Croce, llegará a Marx vía la influencia labroliana,
que a la vez le permitirá “arreglar cuentas” con su pasado
“culturalista”. Veámoslo con sus propias palabras:
“La
filosofía de la praxis es la única filosofía consecuentemente inmanentista.
Es preciso rever y criticar especialmente todas las teorías historicistas
de carácter especulativo. Se podría concebir un nuevo ‘Anti Durhing’
que fuera un Anti Croce, desde ese punto de vista, resumiendo no sólo
la polémica contra la filosofía especulativa, sino también contra el
positivismo y el mecanicismo y contra las formas vulgarizadas de la
filosofía de la praxis”. 11
En
los veinte, cuando la reacción stalinista comenzaba a asomar, autores
como Korsch y el joven Lukács ponían el mismo enfásis en el carácter
consecuentemente inmanentista del marxismo como expresión
fidedigna de la propia realidad (tanto natural como social para el
primero, al igual que el italiano; social solamente para el húngaro) en
contra de toda trascendencia.12
Dicho más claramente: el capitalismo se mueve mediante sus propias leyes
de tendencia que le son intrínsecas, su funcionamiento es siempre
disruptivo y se despliega a través de sus propias contradicciones, pero
que sólo se resolverán mediante la acción - conciente y organizada -
del sujeto: el proletariado en alianza con los campesinos pobres o
semiproletarios.
Gramsci
dirá que en Lenin, su “filosofía” está en los escritos políticos y
en su propia estrategia práctica. Lo mismo se puede decir de Trotsky,
aunque ambos incursionaron en el plano filosófico, precisamente cuando
corrientes partidarias - o fuera de ella - revestían su accionar con
“ropaje” filosófico. El stalinismo pese a su aversión “natural”
a la teoría, primero a través de Bujarin y luego por medio de la pluma
del propio Stalin (recordar el capítulo 4 de su Historia del PCUS,
sobre el “Materialismo histórico y el materialismo dialéctico”), se
caracterizó por ejemplificar mejor que nadie lo que el italiano llamaba formas
vulgarizadas del marxismo:
“Por
ello ocurre que la misma filosofía de la praxis tiende a convertirse en
una ideología en el sentido peyorativo, esto es, en un sistema dogmático
de verdades absolutas y eternas; especialmente, cuando, como en el Ensayo
popular,(N del A: texto de divulgación del marxismo escrito por
Bujarin y “canonizado” en los veinte por la dirección del PCUS) ésta
es confundida con el materialismo vulgar, con la metafísica de la materia
que puede ser eterna y absoluta”. 13
Trotsky
para la misma época, planteaba algo muy semejante y catalogaba de
“comunistas fanfarrones” (recordando lo dicho por Lenin) a los que
sostenían tales principios filosóficos/gnoseológicos:
“Por
una cruel ironía de la historia el marxismo genuino se ha convertido en
la más proscripta de todas las doctrinas en la Unión Soviética. En el
terreno de la ciencia social, el pensamiento soviético encadenado se ha
hundido en las profundidades de un escolasticismo patético. El régimen
totalitario ejerce igualmente una influencia desastrosa sobre el
desarrollo de las ciencias naturales”. “En cada uno de estos casos
observamos un solo y mismo error fundamental: los métodos y realizaciones
de la química o de la fisiología , violando todos los límites científicos,
son transportados a la sociedad humana”. 14
Digamos
como dato sugerente, que autores como Althusser - que no renegó nunca de
su adhesión al DIAMAT, nombre con que se conocían las versiones manualísticas
propias del stalinismo y continuadas por el maoísmo - no dudó en incluir
a Trotsky y Gramsci (como al citado Korsch y el primer Lukács) en la
“ultraizquierda” de su concepción del marxismo. Por eso - otra vez,
no casualmente - hacía un corte entre un Marx hegelinanizado e ideologizado
que corresponde a su juventud y un Marx antihegeliano y científico
hacia su madurez. Algo que además de falso factualmente (en realidad es
justamente al revés: el primer Marx es más feuerbachiano que hegeliano y
para la época que empieza a pergeñar El Capital vuelve a la
lectura de la Gran Lógica) lo llevó a erigir a Galileo (o en el
mejor de los casos Spinoza) como los verdaderos científicos
precursores del marxismo. Trotsky estaba en las antípodas de esa concepción,
sin dejar de reconocer el valor inmenso de autores como Darwin que provenían
de las ciencias naturales. Por ejemplo, supo decir:
“
La dialéctica de la conciencia (conocimiento) no es en consecuencia un reflejo
de la dialéctica de la naturaleza, sino un resultadode la vívida
interacción entre la conciencia y la naturaleza - y aún más - un método
de conocimiento, surgido de esa interacción. Como el conocimiento no es
idéntico al mundo (a pesar del postulado idealista de Hegel), el
conocimiento dialéctico no es idéntico a la dialéctica de la
naturaleza. La conciencia es más bien una parte original de la
naturaleza, poseyendo peculiaridades y regularidades que están
completamente ausentes en la parte restante de la naturaleza. La dialéctica
subjetiva debe por esto ser una parte distintiva de la dialéctica
objetiva, con sus propias formas especiales y regularidades. El peligro
reposa en la transferencia - bajo el atuendo de objetivismo - de
los dolores de nacimiento, los espasmos de la conciencia,
a la naturaleza objetiva”. 15
Si
bien la vinculación no es estrictamente necesaria, entre poseer una
matriz filosófica conveniente y adoptar una política correcta (hay
ejemplos adversos en uno y otro sentido), ésta existe y es concreta.
Adherir a un marxismo anclado en el sujeto, que actúa en una realidad que
lo condiciona y la cual es una totalidad abierta, dinámica, con
relaciones articuladas; si bien no da garantías absolutas de llegar a una
estrategia y comprensión política correctas, las posibilidades de que
esto así sea son mayores. No es causal que Lenin hiciera hincapié en el método.
Sus críticas al propio Trotsky y a Bujarin en una cuestión bien puntual
(el problema de los sindicatos dentro de un estado obrero deformado, como
lo llamaba) las realizaba desde la perspectiva de aprehender la realidad
en forma dialéctica. De igual modo obraba otra gran marxista como Rosa
Luxemburgo en su polémica contra la dirección de la socialdemocracia
alemana. O el mismo Trotsky contra el stalinismo y contra corrientes de su
propia organización. O Gramsci, contra la derecha y la ultraizquierda del
PCI que colaboró a formar. Éste, en una formulación bien gráfica, señala:
“El
concepto sobre el valor concreto (histórico) de las superestructuras de
la filosofía de la praxis debe ser profundizado, vinculándolo al
concepto soreliano de bloque histórico. Si los hombres adquieren
conciencia de su posición social y sus objetivos en el terreno de las
superestructuras, ello significa que entre estructura y superestructura
existe un nexo vital y necesario(...) En el cuerpo humano no se puede
decir que la piel (y también el tipo de belleza física históricamente
predominante) sean meras ilusiones, y que el esqueleto y la anatomía sean
la única realidad; sin embargo, durante mucho tiempo se ha dicho algo
parecido. Sosteniendo el valor de la anatomía y la función del
esqueleto, nadie ha querido afirmar que
el hombre (y tanto menos la mujer) puedan vivir sin los primeros.
Continuando con la metáfora, se puede decir que no es el esqueleto (en
sentido estrecho) el que hace enamorarse de una mujer, pero sin embargo se
comprende cuánto contribuye el esqueleto a la gracia de los movimientos,
etc”. 16
En
el apartado anterior decíamos que el concepto de bloque histórico
en Gramsci tiene por lo menos, dos acepciones. Ésta es una de ellas:
intenta hacer visual el nexo vital y necesario que existe entre
estructura y superestructura. Y siendo en este segundo ámbito - en una
original interpretación gramsciana del famoso Prólogo marxiano de
1859 - en donde el sujeto toma conciencia de sus intereses inmediatos e
históricos pertenecientes a la estructura social; la filosofía de la
praxis encarnada en el partido deviene fundamental. Esta
conclusión - para la cual los Cuadernos de la Cárcel son pródigos
en fragmentos, y sus adversarios supieron verlo muy bien: sólo hace falta
leer al último Holloway para corroborarlo - es parte principalísima del
legado gramsciano que hacemos nuestro y que conserva - pensamos - toda su
actualidad.
IV
Clase dominante... y dirigente
Dejamos
para el final este aspecto, porque en él observaremos algunos
distanciamientos en la percepción - y resolución - del problema, entre
los dos marxistas que estamos desarrollando. En cuanto a que el
proletariado es el sujeto revolucionario, el que se postula como
clase dominante (por eso su meta es destruir el estado burgués y
construir el estado obrero) y para ello debe además ser clase dirigente,
en el sentido de confomar una alianza bajo su hegemonía político/cultural,
con los sectores intermedios: campesinos, pequeña burguesía en general,
etc; no hay diferencia alguna: es algo que abona el terreno común de
Trotsky y Gramsci, como creemos - medianamente
- haberlo puesto de
manifiesto en el segundo apartado de este breve trabajo.
El
distanciamiento entre ambos, va a estar expresado en relación a un sector
que también pertenece a la pequeña burguesía, como es el de los intelectuales
y a la necesidad que tiene el partido (el “intelectual colectivo” en términos
del italiano) de desarrollar una política cultural que gane a una
franja de éstos para la acción revolucionaria y colabore, a la vez, en
la educación del sujeto emancipador. Para el italiano cada relación
de hegemonía es una relación de pedagogía. Dejaremos de lado - a
los efectos de no desviarnos del eje central del artículo - la
caracterización y el rol que tanto Kautsky como el propio Lenin en el Qué
hacer le asignaban a dicho sector. Será Gramsci entonces - quizás
por su propio origen “crociano” - quien más enfásis ponga en
resolver lo que para él era un vínculo clave en la formación del “Príncipe
moderno”: la unión intelectuales/pueblo, que configura otra
acepción de su ya citado bloque histórico. Vayamos por partes.
¿Cuál
es la definición de intelectual que hallamos en él? Y ¿cuál es la
tarea que la clase o la alianza de clases que disputa el poder, tiene para
con ellos? Básicamente es la que sigue:
“Todos
los hombres son intelectuales, podríamos decir, pero no todos los hombres
tienen en la sociedad la función de intelectuales (...) Una de las
características más relevantes de cada grupo, que se desarrolla en
dirección al dominio, es su lucha por la asimilación y la conquista ideológica
de los intelectuales tradicionales, asimilación y conquista que es tanto
más rápida y eficaz cuanto más rapidamente elabora el grupo dado, en
forma simultánea, sus propios intelectuales orgánicos”. 17
Una
función, entre otras, de los intelectuales es pues la producción espiritual,
la creación de ideología.18
En
términos de Gramsci: construir hegemonía, obtener el consenso necesario
para que el estado pueda ejercer su dominación social. Al italiano le
gustaba insistir en que el llamado “sentido común”, en realidad tiene
muy poco de espontáneo, sino que es una construcción que la clase
dominante realiza para garantizar la efectiva reproducción de sus
relaciones sociales (sirva como botón de muestra la “campaña mediática”
lanzada actualmente para demonizar a los piqueteros, como en otros
momentos se demonizó a los obreros que ocupaban fábricas, los
comunistas y la izquierda en general, etc; y que pasa a ser un lugar común
para amplios sectores de la población). Ese, entre otros, es el rol de
los intelectuales tradicionales.19
Pero
los grupos - y fracciones de clase - en ascenso, al crear sus propios
intelectuales (muchos de los cuales también provienen de dicho sector)
buscan la asimilación de aquéllos. Este pasaje de intelectuales tradicionales
conquistados para los intereses históricos de la clase obrera, es
algo que ya Marx y Engels habían previsto en el Manifiesto (los
“ideólogos burgueses”), incluso - agregamos - sus propias biografías
políticas así lo confirman. La pertenencia social como pequeños
burgueses, su carácter de proto clase o clase en fluctuación constante,
los predispone - o no, es una
batalla a dar - para tal pasaje; en el momento en que la clase dominante
(para con la cual guardan mayor afinidad) sufre una crísis o ve
resquebrajada su hegemonía. Situación que un sociológo marxista
contemporáneo denomina “hallarse en disponibilidad intelectual”.20
Mientras
para Gramsci - como vimos - este pasaje era fundamental ¿qué decía
Trotsky al respecto? En un texto temprano (1910) polemiza con Max Adler,
viejo dirigente socialdemocráta que sostiene la conveniencia y la
factibilidad casi natural para que los intelectuales lleguen al
“campo”socialista, el ruso se muestra mucho más escéptico y
sostiene:
“Si
se excluye la capa de la intelliguentsia que sirve directamente a
las masas obreras - médicos de los medios obreros, abogados laborales,
etc que por lo general son los representantes menos sobresalientes de
estas profesiones - la parte más relevante e influyente de la intelliguentsia
vive a cuenta de la ganancia industrial, de la renta agraria y del
presupuesto estatal, encontrándose en situación de subordinación
directa o indirecta de las clases capitalistas, o del estado
capitalista”.21
Y
ese anclaje material - que obviamente todo el que se diga marxista debe
tener en cuenta - le dificulta el pasaje a las filas del partido obrero:
“Si
la conquista misma del aparato social dependiera de la previa adhesión de
la intelliguentsia al partido del proletariado europeo, entonces
las cosas no irían muy bien para la causa del colectivismo. Como nos
hemos esforzado en demostrar, el paso de ésta al lado de la
socialdemocracia, en los marcos del régimen burgués, se hace - en
oposición a las esperanzas de Max Adler - tanto menos posible cuanto más
tiempo pasa”. 22
La
recomposición del propio partido bolchevique durante el año 1917
significó la confluencia de corrientes del movimiento obrero ruso y de
intelectuales que individualmente o en bloque (el mismo Comité
Interdistritos de donde provienen Trotsky y Lunacharski es un magnífico
ejemplo) arriban a él. Existe una fusión orgánica entre ambas sujetos.
La prensa partidaria en ese mismo período es prueba viviente de ello y de
la realización de una política cultural en el más amplio
sentido: se denuncia, se agita, al mismo tiempo que se realizan sesudos análisis
de la coyuntura mediante un idioma claro y sencillo para que el obrero, el
soldado y el campesino, comprendan lo que están haciendo. Es la traducción
al terreno científico de lo que sienten y de las tareas que están
llevando a cabo (en un reciente encuentro convocado por los trabajadores
de subtes, más de un orador pidió la ayuda de técnicos, economistas,
intelectuales en general para que ilustren y colaboren en la difusión de
la consigna de las 6 horas de trabajo para todos, y expliquen que la misma
es perfectamente factible dentro del capitalismo argentino). Creemos no
forzar la interpretación si decimos que lo mismo aconsejaba Gramsci:
“El elemento popular siente, pero no siempre
comprende o sabe. El elemento intelectual sabe pero no comprende o,
particularmente siente. Los dos extremos son, por
lo tanto, la pedantería y el filisteísmo por una parte, y la pasión
ciega y el sectarismo por la otra (...) No se hace política-historia sin
esta pasión, sin esta vinculación sentimental entre intelectuales y
pueblo-nación. En ausencia de tal nexo, las relaciones entre ambos son o
se reducen a relaciones de orden puramente burocrático, formal; los
intelectuales se convierten en una casta o un sacerdocio (el llamado
centralismo orgánico). Si las relaciones entre intelectuales y
pueblo-nación, entre dirigentes y dirigidos - entre gobernantes y
gobernados - son dadas por una adhesión orgánica en la cual el
sentimiento-pasión deviene comprensión y, por lo tanto, saber (no mecánicamente,
sino de manera viviente), sólo entonces... se realiza la vida de
conjunto, la única que es fuerza social . Se crea el bloque
histórico”.23
Y
aquí nos encontramos con la segunda acepción de
bloque histórico:
la constitucíón de una fuerza social. La fusión de lo que el italiano
llama intelectuales y pueblo-nación. ¿Por qué es importante? Por una
cuestión que no tiene nada de idealista, sino que es netamente
materialista (en el sentido que le dabamos al término en el apartado
anterior): porque los trabajadores, lo que sufren cotidianamente es la
falta de tiempo. Tiempo para el estudio y la comprensión acabada de la
realidad como totalidad. Entre las horas que se hallan en la fábrica u
oficina y la militancia sindical aquél se acorta considerablemente. El
intelectual pequeño burgués que sí cuenta con la posibilidad concreta
para dicha función, puede acelerar la tarea de construcción del intelectual
colectivo llevando a cabo una disputa en el ámbito de la teoría,
que conforma también un momento más de la lucha de clases, como señalaron
ya Engels y Lenin.
La
necesidad de una política cultural está en estrecha relación con
esto. Ésta refiere a la educación revolucionaria del propio
partido como vanguardia dirigente de la clase. No para sustituirla, pero
tampoco para meramente acompañarla. Se manifiesta en la divulgación
pedagógica de los principios del marxismo, la presentación de la
historia de cada país y su respectivo movimiento obrero, tanto a través
del ensayo, la labor periodística, el trabajo científico o la obra artística.
Por eso la escuela y la universidad - entre otros ámbitos - son lugares
de disputa ideológica y donde debemos luchar por los propios contenidos
educativos que se dictan y le inculcan a nuestros hijos. Esta construcción
de hegemonía no culmina cuando la clase ya es dominante a
nivel estatal sino que continúa luego de haber conformado el nuevo
estado, para no dejar de ser
también clase dirigente.
Trotsky
que si bien nunca abandonó del todo su aprehensión y reticencia a la
adhesión de los intelectuales - por eso hablábamos al comienzo de cierto
distanciamiento entre ambos - bregó tanto como Gramsci por la erradicación
de la ignorancia como herramienta revolucionaria y por la educación de
los cuadros y militantes del partido con vistas a la conformación de la
dictadura proletaria en transición al comunismo. En la política para con
las corrientes que se acercaban a sus posiciones en España, no se cansó
de insistir en dicho aspecto:
Una
corriente política que tiene confianza en sus propias fuerzas no puede
dejar de agrupar en torno
suyo
a la mayor cantidad de gente que le sea posible (...) Naturalmente, al
principio no serán bolcheviques leninistas convencidos y conscientes.
Pero este hecho lo único que hace es imponernos seriamente la educación
de nuestros seguidores” (...) “Una tendencia revolucionaria que no educa
a la juventud, aborta. En el mundo actual, el comunismo es la única tarea
de gran amplitud que exige varias generaciones para su completa realización”.24
Palabras
Finales
Como
afirmamos en la introducción, las que anteceden son sólo notas que se
darán por más que satisfechas si impulsan el estudio y la revisión - no
en el usual sentido peyorativo del término - del legado de Trotsky y
Gramsci, que excede los ejes aquí abordados.25 Last but not least: la adscripción y la práctica de
un marxismo alejado de todo dogmatismo inveterado y de neto cuño
militante, como el que ellos sustentaron; nos permite contar con muchas
herramientas que hoy, en la lucha global contra el capitalismo
imperialista - o sea, en su etapa de senilidad y decadencia -
se nos tornan en todo sentido, imprescindibles.
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A Socialismo o Barbarie (revista) Nº 17/18
Notas:
1:
AG: “La obra de Lenin” en Antología. Siglo XXI, México, 1971,
pp 52-53.
2:LT:
“Prólogo a La revolución permanente” en La teoría de la revolución
permanente. Compilación. CEIP, Buenos Aires, 1999, p 409.
3:
AG: Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el estado moderno Nueva
Visión, BsAs, 1995, p 54
4:
LT: “Sobre el calendario revolucionario” en España revolucionaria.
Escritos 1930-1940. Editorial Antídoto, Buenos Aires, 2004, pp
284-285.
5:
AG: Notas sobre Maquiavelo, sobre la política y el estado moderno Nueva
Visión, BsAs, 1995, pp 57-58
6:
LT: “Declaración a la agencia Havas” en España
revolucionaria. Escritos 1930-1940. Editorial Antídoto, Buenos Aires,
2004, p 209.
7:
AG: “La cuestión meridional”en Antología. Siglo XXI, México,
1971, pp 192-3.
8:
LT: “El marxismo y la relación entre la revolución proletaria y la
revolución campesina” en La teoría de la revolución permanente.
Compilación. CEIP, Buenos Aires, 1999, p 399.
9:
LT “La lección de España” en España revolucionaria.
Escritos 1930-1940. Editorial Antídoto, Buenos Aires, 2004, p 202.
10:
En una carta de julio de 1930 al grupo bordiguista, Trotsky afirma:
“Ustedes dicen que en todo este tiempo no se han desviado en un ápice
de la plataforma de 1925, a la que caractericé como un documento
excelente en varios sentidos”. Cfr “Al Consejo de redacción de
Prometeo” en Escritos (1929-1930) T 1, vol 4. Editorial Pluma.
Bogotá, 1977, p 993. La plataforma a la que se refiere el dirigente
bolchevique no es otra que la redactada por Gramsci y aprobada en el
Congreso de Lyon del PCI celebrado en enero de 1926.
11:
AG: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Nueva
Visión, BsAs, 1995, p. 51.
12:
En el marxismo -
tanto aquél de cuño hegeliano como el que no reconoce esta raigambre -
existen distintas posiciones en cuanto a la existencia de la dialéctica
en la naturaleza y en la sociedad. Gramsci afirma que la “dialéctica
está en todo lo real” pero admite gradaciones en los distintos ámbitos
de ésta. Lo que lo lleva también a distinguir entre la metodología y la
valoración de las ciencias que abordan cada uno de ellos, contrariamente
a lo que hacía el bujaro-stalinismo: “ Pero el concepto de ciencia del Ensayo
Popular, es el que hay que destruir científicamente; éste se halla
totalmente prisionero de las ciencias naturales, como si éstas fueran las
únicas ciencias o la ciencia por excelencia, según el concepto del
positivismo”. AG: ibidem, pp. 143-144. Para un excelente tratamiento de este tema, consultar Beinsad, D: Marx
Intempestivo. Ediciones Herramienta, Buenos Aires, 2003, en especial
su tercera parte: “Marx crítico de la positividad científica”.
13:
AG: Ibidem, p. 103.
14:
LT: “Apéndice” en Literatura y revolución. Editorial
Yunque, Buenos Aires, 1973, p.
260 y p. 273 respectivamente.
15:
LT: Cuadernos de Trotsky (1933-1935) Escritos sobre Lenin, Dialéctica
y evolucionismo. Mimeo aún inédito.
16:
AG: Ibidem, p. 247.
17:
AG: Los intelectuales y la organización de la cultura. Nueva Visión,
BsAs, 1995, pp. 13-14.
18:
La definición de ideología es más que compleja. Desde los
primeros escritos marxianos en donde es considerada como falsa conciencia
- obviamente reproductora del orden imperante - hasta la de Lenin que
hablaba de dos ideologías (la burguesa y la proletaria), podemos
hallar más de una decena de otras concepciones que intentan definirla.
Uno de los mejores trabajos sobre el tema es el de Eagleton, Terry: Ideología.Una
introducción. Editorial Paidós, Buenos Aires, 1998.
Siguiendo a Gramsci
entendemos como intelectual a un amplio abanico que incluye a filósofos,
ideólogos, políticos, técnicos, especialistas en economía o leyes,
etc.
19:
El “sentido común”, como ciertas tradiciones y hábitos, tiene también
- como lo reconoce Gramsci - un sustrato de verdad. Por eso, el proyecto
de hegemonía proletaria tiene que partir desde allí. Brecht lo supo
expresar magníficamente cuando hablaba de un pueblo y un concepto
combativos de lo popular: “aquello que, de un modo inteligible para las
masas, toma sus formas de expresión y las enriquece/ toma su punto de
vista, lo afianza y lo corrige... / enlazando con la tradición, la continúa/transmite
a la parte del pueblo que aspira a la dirección las conquistas de la
parte ahora dirigente”. Brecht, B: El compromiso en literatura y
arte. Ediciones Península, Barcelona, 1973, p. 237.
20:
Veáse: Lowy, M: La teoría de la revolución en el joven Marx. Siglo
XXI, México, 1972.
21:
LT: “La intelligentsia y el socialismo” en Literatura y revolución.
Editorial Yunque, Buenos Aires, 1973, p. 184.
22:
LT: Ibidem, p. 190.
23:
AG: El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Nueva
Visión, BsAs, 1995, pp. 123-4
24:
LT: “Carta a Nin” y “A los Editores de Joven Espartaco” en España
revolucionaria. Escritos 1930-1940. Editorial Antídoto, Buenos Aires,
2004, pp. 122 y 139
respectivamente.
25:
Un eje temático que ellos abordaron ya desde su juventud, fue la relación
del marxismo con el arte. El acuerdo aquí también es amplio. Incluso en
la primera edición rusa del citado libro de Trotsky: Literatura y
Revolución en 1923, se incluían las cartas que ambos se cruzaron en
relación a la tendencia artística italiana denominada futurismo,
de la cual el ruso le pedía a Gramsci información y opinión. Las
diversas ediciones posteriores - obviamente ya dentro del movimiento
trotkista - también omitieron dicha correspondencia.
Bibliografía
de Antonio Gramsci:
Antología.
Siglo XXI, México, 1971
Escritos
políticos.
Siglo XXI, México, 1983.
Notas
sobre Maquiavelo, sobre la política y el estado moderno Nueva Visión, BsAs, 1995
Los
intelectuales y la organización de la cultura. Ibidem
.
El
materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce.
Ibidem.
Literatura
y vida nacional. Editorial
Lautaro, Buenos Aires, 1956
Cartas
desde la cárcel. Ibidem
El
Risorgimento.
Juan Pablos
Editores, México, 1986
Pasado
y Presente.
Editorial Gedisa, Barcelona, 1984
Cuadernos
de la Cárcel. Edición a cargo de Valentino Gerratana. ERA,
México, 1982
Bibliografía
sobre Antonio Gramsci:
AAVV:
Gramsci y las ciencias sociales. Cuadernos de Pasado y Presente 19,
Córdoba, 1973
Anderson.
P: Las antinomias de Antonio Gramsci. Editorial Fontamara,
Barcelona, 1978
Kohan,
N: Gramsci para principiantes. Longseller, Buenos Aires, 2003
Portelli,
H: Gramsci y el bloque histórico. Siglo XXI Editores, México,
1983
Bibliografía
de León Trostsky:
La
teoría de la revolución permanente. Compilación.
CEIP, Buenos Aires, 1999
Historia
de la revolución rusa. Editorial
Galerna, Buenos Aires, 1972
Literatura
y revolución. Editorial Yunque, Buenos Aires, 1973
¿A
dónde va Francia? Juan
Pablos Editores, México, 1977
Escritos
sobre Alemania y el fascismo. Juan
Pablos Editores, México, 1977
España
revolucionaria. Escritos 1930-1940.
Editorial Antídoto, Buenos Aires, 2004
Escritos
(1929-1940). Editorial
Pluma. Bogotá, 1977
Bibliografía
sobre León Trostsky:
AAVV:
El marxismo de Trotsky. Cuadernos de Pasado y Presente 15, Córdoba,
1972.
Brossat,
A: En los orígenes de la revolución permanente. El pensamiento político
del joven Trotsky. Siglo XXI Editores, España, 1976.
Mandel, E: Teoría y práctica de la revolución permanente. Siglo
XXI Editores, México, 1984
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