Reformismo
sin reformas
Por
Chris Harman
Socialist Review, 03/09/03
Traducción de Guillermo Cruz para Panorama Internacional
¿Qué
pasa cuando la socialdemocracia no da concesiones?
Hay
una idea extraña que está circulando entre buena parte de la extrema
izquierda internacionalmente. Se trata de que, como el capitalismo ya
no se permite el lujo de conceder reformas que mejoren la vida de la
masa del pueblo, el reformismo como ideología poderosa dentro del
movimiento obrero está muerto.
De
esto se deduce que la vieja discusión sobre reforma o revolución ya
no tiene relevancia.
Esta
idea es doblemente equivocada. Primero, supone que la influencia de
las ideas reformistas entre la masa del pueblo simplemente depende de
que puedan lograrse reformas dentro del sistema. En realidad, el
reformismo de una u otra especie es la primera reacción natural de
cualquier grupo explotado u oprimido cuando empieza a actuar para
resolver sus sufrimientos. Sus miembros han sido educados en la
sociedad existente y por lo general no conocen que pueda existir otro
tipo de sociedad. Dan por sentado que las cosas tienen que organizarse
en las formas existentes, de la misma forma que alguien que haya
crecido con lentes rojos pensaría que todas las imágnes posibles
tienen que tener un tinte rosado.
'Las
ideas dominantes, como dijeron Marx y Engels, 'son las ideas de la
clase dominante.' Como señaló Gramsci, el 'sentido común' de
cualquier sociedad da por sentadas esas ideas. Por consiguiente, la
gente casi invariablemente plantea sus primeras demandas a la sociedad
existente en términos que suponen la continuidad de los rasgos
principales tal sociedad. Así, las revueltas campesinas en la
sociedad feudal por lo general demandaban que un buen señor feudal o
rey reemplazaran a uno malo. La Revolución rusa de 1905 empezó con
manifestaciones que le pedían a su 'padrecito' zar que corrigiera los
'abusos' de los administradores policíacos y los gerentes de las fábricas.
Bajo
el capitalismo moderno, es frecuente que aquellos que primero
protestan piensen que simplemente la negociación sindical o una mayor
presión parlamentaria resolverán los problemas. El reformismo como
movimiento político surge en tanto la gente busca la forma de
organizar esas negociaciones o ejercer esa presión. La primera
organización a menudo es conducida por individuos heroicos que
arriesgan su libertad o sus vidas. Esto fue así con los primeros
activistas sindicales y los pioneros del cartismo en Gran Bretaña en
las décadas del 30 y 40 del siglo XIX, y fue igualmente cierto 150 años
después en el caso de aquellos que, por ejemplo, construyeron
organizaciones ilegales en la Sudáfrica del apartheid.
Pero
con el tiempo se desarrolló todo un aparato de funcionarios y
representantes para unificar la organización. Llegan a ver su propio
papel de negociadores o representantes dentro del sistema existente
como indispensable - y cada vez más esperan poder disfrutar de un
estilo de vida similar al de aquellos con quienes negocian o con
quienes se mezclan en las instituciones parlamentarias.
Tales
avances ocurren más fácilmente cuando el capitalismo se expande y
puede permitirse el lujo de concederles reformas reales a los
trabajadores, como era el caso en las décadas de 1850 y 1860 en Gran
Bretaña, y en la década de 1950 y comienzos de la de 1960 en todos
los países avanzados. En tales circunstancias, los mediadores
profesionales sindicales y parlamentarios pueden dar crédito a las
mejoras en las vidas de importantes franjas de trabajadores.
Pero
el 'sentido comú' de la sociedad capitalista y las ideas reformistas
que fluyen de ella no desaparecen cuando tales mejoras ya no se
obtienen tan fácilmente. Ni tampoco desaparecen las organizaciones
reformistas. Aún cuando tomen el camino de la acción directa para
proteger sus condiciones haciendo huelga o tomando las calles, la
gente todavía puede ser persuadida de abandonar la lucha por aquellos
que argumentan que todo tiene que transcurrir por los cauces normales.
Esos argumentos pueden tener efecto incluso cuando estos 'cauces
normales' fracasen miserablemente.
Una
y otra vez durante años recientes hemos visto a líderes sindicales o
políticos laboristas limitando la escala de la acción, para luego
decirle a la gente que el fracaso en obtener resultados demuestra que
ningún tipo de acción puede funcionar. Esto, por ejemplo, es lo que
hizo la dirección del sindicato de bomberos en el reciente conflicto.
Segundo,
la posibilidad de reformas nunca se cierra totalmente. Enfrentados con
una amenaza lo suficientemente grande, los capitalistas le permitirán
al estado conceder reformas y a los reformistas adjudicarse el crédito
por ellas. Ellos saben que ésta es la única manera de ganar tiempo
para poder preparar contraataques contra el movimiento que los ha
amenazado.
Francia
en 1936 fue uno de estos casos. El capitalismo mundial estaba pasando
por la peor crisis que de su historia. Pero, frente a una huelga en
expansión y la ocupación de todas las principales fábricas, el
capitalismo francés le permitió al gobierno del Frente Popular
recientemente elegido, que incluía al pro-capitalista Partido
Radical, introducir una semana de laboral más corta y las primeras
vacaciones pagas. Entonces, cuando el movimiento se apagó y los
patrones recobraron la iniciativa, presionó al mismo parlamento para
rescindir la mayoría de las reformas.
Más
recientemente, el capitalismo mundial se encontró en su peor crisis
económica desde la Segunda Guerra Mundial hacia el invierno de
1973-74 mientras los precios del petróleo se disparaban. Pero frente
a una huelga de mineros altamente exitosa, que estaba paralizando a la
industria, la gran patronal británica festejaba el retorno de un
gobierno de minoría laborista que acabó con la huelga a cambio de un
gran aumento de sueldoa y varias otras reformas (entre las más
destacadas, la revocación de las leyes anti-sindicales). Vieron esto
como la única manera de ganar tiempo antes de devolver el ataque, un
año después, con una presión masiva y exitosa para que el gobierno
introdujera controles de salarios e hiciera enormes recortes al estado
de bienestar.
Tales
experiencias son muy relevantes hoy. El reavivamiento de la
resistencia contra el sistema durante los últimos años no está
destruyendo automáticamente la influencia de las ideas reformistas.
Los
pensadores asociados al movimiento contra la globalización tan
distintos como Susan George, George Monbiot y Bernard Cassen están
planteando que son posibles las reformas reales y duraderas si hay una
combinación correcta de maniobras políticas desde arriba y presión
desde abajo. Muchos de los nuevos líderes sindicales de izquierda están
diciendo que podemos 'recuperar' al Partido Laborista o volver al
'Viejo Laborismo'.
Y,
quizás más pretenciosamente, Hugo Chávez y Lula en América Latina
están planteando que es posible rechazar al 'neoliberalismo' mientras
se deja intacta la propiedad capitalista de los medios de producción.
En
esta situación, los revolucionarios tienen todavía que decir lo que
dijo Rosa Luxemburgo hace más de un siglo en su debate clásico con
Eduard Bernstein. Estamos a favor de la lucha por las reformas. Esa es
la forma en que un movimiento puede empezar a preparar las condiciones
para desafiar al sistema en su conjunto. Pero, en última instancia,
las reformas no pueden defenderse sin un desafío al poder estado
basado en la actividad de masas desde abajo.
El
reformismo, viejo y nuevo, niega incluso la necesidad de discutir lo
que involucraría semejante desafío y, en la práctica, siempre
capitula en los momentos clave. Aunque más no fuera por esa razón,
el debate no desaparecerá y no debe desaparecer.
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