Un Lenin ciberespacial: ¿por qué
no?
Por
Slavoj Zizek
International Socialism N°
95, 2002
Traducción de Guillermo Crux
Especial
para Panorama Internacional, 16/11/03
Si hay un acuerdo general entre (lo
que queda de) la izquierda radical de hoy, es que, para resucitar el
proyecto político radical, uno debe dejar atrás el legado leninista:
el énfasis despiadado sobre la lucha de clases, el partido como la
forma privilegiada de organización, la toma revolucionaria del poder
por medios violentos, la subsiguiente 'dictadura del proletariado' ...¿acaso
todos estos no son 'conceptos zombie' que la izquierda tiene que
abandonar si quiere tener algún tipo de oportunidad en las
condiciones del capitalismo tardío 'posindustrial'?.
El problema con este argumento
aparentemente convincente es que se compra muy fácilmente la imagen
heredada de Lenin como el sabio líder revolucionario que, después de
formular las coordenadas básicas de su pensamiento y práctica en el
'¿Qué Hacer?', simplemente se dedicó, de forma consistente y
despiadada, a llevarlos a cabo. ¿Qué pasa si hay para contar otra
historia sobre Lenin? Es verdad que la izquierda de hoy está
sufriendo una experiencia fulminante del fin de toda una época del
movimiento progresista, cuya experiencia la empuja a reinventar
incluso las coordenadas básicas de su proyecto no obstante que fue
precisamente una experiencia homóloga la que alumbró al leninismo.
Recordemos cómo se conmocionó Lenin cuando, en el otoño de 1914,
todos los partidos socialdemócratas europeos (con la honrosa excepción
de los bolcheviques rusos y los socialdemócratas serbios) adoptaron
la 'línea patriótica', Lenin incluso llegó a pensar que el número
del Vorwärts, el diario de la socialdemocracia alemana que informaba
cómo los socialdemócratas en el Reichstag habían votado por los créditos
de guerra, era una falsificación de la policía secreta rusa pensada
para engañar a los obreros rusos. En esa era de conflicto militar que
cortó al continente europeo por la mitad, ¡cuán difícil era
rechazar la noción de que uno debía tomar partido en este conflicto,
y luchar contra el 'fervor patriótico' en el propio país donde uno
habitaba! ¡Cuántas grandes mentes (incluso Freud) sucumbieron a la
tentación nacionalista, aunque más no fuera por un par de semanas!
Esta conmoción de 1914 fue para ponerla en los términos de Alain
Badiou-- un 'désastre', una catástrofe en la que todo un mundo
desapareció: no sólo la idílica fe burguesa en el progreso, sino
también el movimiento socialista que lo acompañó. El propio Lenin
(el Lenin del '¿Qué Hacer?') sintió que cedía la tierra bajo sus
pies no hay, en su reacción desesperada, ninguna satisfacción,
ningún '¡se los dije!' Este momento de Verzweiflung, esta catástrofe,
abrió el sitio para el evento leninista, por romper el historicismo
evolutivo de la Segunda Internacional y sólo Lenin estaba a la
altura de esta apertura, fue el único en articular la verdad de la
catástrofe. Este es el Lenin del que todavía tenemos algo que
aprender. La grandeza de Lenin fue que, en esta situación catastrófica,
no tuvo miedo de tener éxito en contraste con el pathos negativo
discernible desde Rosa Luxemburg hasta Adorno, para quienes el acto
auténtico en última instancia es la admisión de la derrota que
alumbra la verdad. En 1917, en lugar de esperar el momento correcto de
madurez, Lenin organizó una huelga preventiva. En 1920, como líder
del partido de la clase obrera sin clase obrera (la mayoría de ella
había perecido en la guerra civil), prosiguió la organización de un
estado, aceptando en su totalidad la paradoja del partido que tiene
que organizar, incluso recrear, su propia base, su clase obrera.
En ninguna parte se palpa más esta
grandeza que en los escritos de Lenin que cubren el lapso de tiempo
entre febrero de 1917, cuando la primera revolución abolió el
zarismo e instaló un régimen democrático, hasta la segunda revolución
en octubre. En febrero, Lenin era un emigrado político semi-anónimo,
perdido en Zurich, sin contactos confiables en Rusia, enterándose de
los eventos principalmente a través de la prensa suiza. En octubre
dirigió la primera revolución socialista victoriosa --¿pero qué
fue lo que ocurrió entre medio? En febrero, Lenin percibió
inmediatamente la oportunidad revolucionaria, el resultado de
circunstancias contingentes únicas si no se echaba mano del
momento, la oportunidad para la revolución se desperdiciaría, quizás
por décadas. En su terca insistencia de que uno debe aceptar el
riesgo y pasar a la próxima fase, es decir, repetir la revolución,
Lenin estaba solo, ridiculizado por la mayoría de los miembros del
comité central de su propia partido, y la lectura de los textos de
Lenin de 1917 proporciona un pantallazo único sobre el obstinado,
paciente, y a menudo frustrante trabajo revolucionario a través del
cual Lenin impuso su visión. Sin embargo, por más indispensable que
haya sido la intervención personal de Lenin, uno no debe modificar la
historia de la Revolución de Octubre haciéndola pasar por la del
genio solitario confrontado con las masas desorientadas que impone su
visión gradualmente. Lenin tuvo éxito porque su apelación, mientras
pasaba por alto a la nomenklatura del partido, encontró un eco en lo
que uno tiene la tentación de llamar la micropolítica
revolucionaria: la explosión increíble de la democracia de base, de
los comités locales que crecen alrededor de todas las grandes
ciudades de Rusia y, mientras ignoran la autoridad del gobierno 'legítimo',
toman las cosas en sus manos. Esta es la historia acallada de la
Revolución de Octubre.
Lo primero que conmueve al lector
de hoy es cuán directamente legibles eran los textos de Lenin de
1917. No hay necesidad de largas notas explicativas aun cuando los
nombres que suenan extraño nos sean desconocidos, inmediatamente nos
damos cuenta de lo que estaba sucediendo. Desde la distancia de hoy
los textos despliegan una claridad casi clásica de los contornos de
la lucha en la que participan. Lenin es totalmente consciente de la
paradoja de la situación: en la primavera de 1917, después de la
Revolución de febrero que derrocó al régimen zarista, Rusia era el
país más democrático de toda Europa, con un grado inaudito de
movilización de masas, de libertad de organización y de libertad de
prensa –y aún así esta libertad daba a la situación un carácter
no-transparente, completamente ambiguo. Si hay un hilo común que
recorre todos los textos de Lenin escritos 'entre las dos
revoluciones' (la de febrero y la de octubre), es su insistencia en la
distancia que separa los contornos formales 'explícitos' de la lucha
política entre la multitud de partidos y otros sujetos políticos de
sus tareas sociales reales (paz inmediata, distribución de la tierra,
y, por supuesto, ' todo el poder a los soviets', es decir, el
desmantelamiento del aparato estatal existente y su reemplazo por las
nuevas formas de dirección social del tipo de la Comuna).
Esta distancia
la repetición de
la distancia entre 1789 y 1793 en la Revolución Francesa es el
espacio preciso de la original intervención de Lenin: la lección
fundamental del materialismo revolucionario es que la revolución debe
golpear dos veces, y por razones esenciales. La distancia no es
simplemente la separación entre forma y contenido. Lo que le falta a
la 'primera revolución' no es el contenido, sino la forma misma
permanece atrapada en la forma vieja, y piensa que la libertad y la
justicia pueden lograrse sencillamente si utilizamos el aparato
estatal ya existente y sus mecanismos democráticos. ¿Qué pasa si el
'buen' partido gana las elecciones libres e implementa 'legalmente' la
transformación socialista? (La expresión más clara de esta ilusión,
orillando el ridículo, es la tesis de Karl Kautsky, formulada en los
años veinte, de que la forma política lógica de la primera fase del
socialismo, del pasaje del capitalismo al socialismo, es la coalición
parlamentaria de los partidos burgueses y proletarios.) El paralelo
aquí es perfecto con la era de la temprana modernidad en la que la
oposición a la hegemonía ideológica de la iglesia se articuló
primero en la forma de otra ideología religiosa, como una herejía.
Siguiendo las mismas líneas, los partidarios de la 'primera revolución'
quieren subvertir la dominación capitalista dentro de la misma forma
política de la democracia capitalista. Esta es la 'negación de la
negación' hegeliana: primero el antiguo orden es negado dentro de su
propia forma ideológico-política; luego esta misma forma tiene que
ser negada. Aquellos que oscilan, aquellos que tienen miedo de dar el
segundo paso de superar la forma misma, son aquellos que (repitiendo a
Robespierre) quieren una 'revolución sin revolución' y Lenin
despliega toda la fuerza de su 'hermenéutica de la sospecha' para
discernir las distintas formas de esta retirada.
En sus escritos de 1917 Lenin se
reserva su agria ironía para quienes se dedican a la búsqueda
interminable de algún tipo de 'garantía' para la revolución. Esta
garantía asume dos formas principales: ya sea la noción reificada de
la necesidad social (uno no debe arriesgar la revolución demasiado
temprano; uno tiene que esperar el momento correcto, cuando la situación
está 'madura' con respecto a las leyes del desarrollo histórico: 'es
demasiado temprano para la revolución socialista la clase obrera no
está madura aún') o la legitimidad normativa -'democrática'('la
mayoría de la población no está de nuestro lado, entonces la
revolución no sería realmente democrática') --como dice en
repetidas oportunidades Lenin, es como si antes de que el agente
revolucionario tome el poder estatal tuviera que recibir permiso de
alguna figura del gran Otro (organizar un referéndum que determinará
que la mayoría apoya la revolución). Con Lenin, como con Lacan, el
punto está en que la revolución sólo puede ser autorizada por ella
misma: uno debe asumir que el acto revolucionario no está cubierto
por el gran Otro el miedo de tomar el poder 'prematuramente', la búsqueda
de una garantía, es el miedo del abismo del acto. En ello reside la
última dimensión de lo que Lenin denuncia continuamente como
'oportunismo', y su apuesta es que el 'oportunismo' es una posición
que es inherentemente falsa en sí misma y que enmascara el temor a
acometer la tarea con la pantalla protectora de los hechos, leyes o
normas 'objetivos'.
La respuesta de Lenin no es la
referencia a un conjunto diferente de 'hechos objetivos', sino la
repetición del argumento formulado una década antes por Rosa
Luxemburg contra Kautsky: los que esperan que lleguen las condiciones
objetivas de la revolución esperarán por siempre esa posición del
observador objetivo (y no de un agente comprometido) es en sí misma
el obstáculo principal para la revolución. El contra-argumento de
Lenin contra los críticos formal-democráticos del segundo paso es
que esta misma opción 'puramente democrática' es utópica: en las
circunstancias concretas de Rusia, el estado democrático-burgués no
tiene ninguna oportunidad de sobrevivir la única 'manera realista'
de proteger las verdaderas conquistas de la Revolución de febrero
(libertad de organización y de prensa, etc) es avanzar hacia la
revolución socialista de no ser así, la reacción zarista será la
que gane.
Tenemos aquí dos modelos, dos lógicas
incompatibles de la revolución: aquellos que esperan el momento
teleológico maduro de la crisis final cuando la revolución explotará
'en su hora adecuada' por la necesidad de la evolución histórica; y
aquellos que son conscientes que la revolución no tiene ninguna 'hora
adecuada', aquellos que perciben la oportunidad revolucionaria como
algo que surge y que tiene que ser capturado en los propios desvíos
del desarrollo histórico 'normal'. Lenin no es un voluntarista
'subjetivista' él insiste con que la excepción (el conjunto
extraordinario de circunstancias, como las de Rusia en 1917) ofrece un
camino para socavar la propia norma. ¿Y acaso esta línea de
argumentación, esta posición de principios, no es más real hoy que
nunca? ¿Acaso no vivimos también en una era en la que el estado y su
aparato, incluyendo sus agentes políticos, simplemente son cada vez
menos capaces de articular los problemas claves (ecología, la
degradante atención médica, la pobreza, el papel de las compañías
multinacionales, etc)? La única conclusión lógica es que es urgente
una nueva forma de politización, que 'socializará' directamente
estos problemas cruciales. La ilusión de 1917 de que los problemas
urgentes que enfrentaba Rusia (paz, distribución de la tierra, etc)
podrían haberse resuelto a través de medios 'legales' parlamentarios
es igual a la ilusión de hoy de que, por ejemplo, la amenaza ecológica
podría evitarse extendiendo la lógica del mercado a la ecología
(haciendo que los que contaminan paguen el precio por el daño que
causan). Sin embargo, ¿cuán relevantes son las opiniones específicas
de Lenin sobre este punto? Según el pensamiento ortodoxo, la
declinante fe de Lenin en las capacidades creativas de las masas
durante los años posteriores a la Revolución de Octubre, lo llevaron
a enfatizar el papel de la ciencia y los científicos. Él saludaba
'el principio de esa época feliz cuando la política desaparecerá en
el trasfondo ...y los ingenieros y los agrónomos tendrán la mayor
parte de la palabra'.1 ¿Pos-política tecnocrática? Las ideas de
Lenin sobre cómo corre la ruta hacia el socialismo por el terreno del
capitalismo monopolista pueden parecer peligrosamente ingenuas hoy:
'El capitalismo ha creado un
aparato de contabilidad en la forma de los bancos, consorcios,
servicio postal, sociedades de consumidores, y sindicatos de empleados
de oficina. Sin los grandes bancos el socialismo sería imposible
...nuestra tarea consiste sencillamente en amputar lo que mutila
capitalistamente este aparato excelente, hacerlo aún más grande, aún
más democrático, más aun abarcador... Será un registro nacional,
una contabilidad nacional de la producción y la distribución de
bienes; será, por así decirlo, algo así como la naturaleza del
esqueleto de la sociedad socialista.'2
¿No es esta la expresión más
radical de la noción de Marx del intelecto general que regula toda la
vida social de una manera transparente, del mundo pos-político en el
que 'la administración de las personas' será suplantada por 'la
administración de las cosas'? Por supuesto que es fácil jugar contra
esta cita la carta de la 'crítica de la razón instrumental' y del
'mundo administrado [verwaltete Welt]'. El potencial 'totalitario' está
inscrito en esta misma forma de control social total. Es fácil
comentar sarcásticamente cómo, en la época stalinista, el aparato
de administración social se volvió, efectivamente, 'aún más
grande'. No obstante, ¿esta visión pos-política no es acaso el
extremo opuesto de la noción maoísta de la eternidad de la lucha de
clases ('todo es político')?.
Sin embargo, ¿es todo tan inequívoco?
¿Qué pasa si uno reemplaza el ejemplo (obviamente anticuado) del
banco central con el de la world wide web, el candidato perfecto
actual para el papel del Intelecto General (General Intellect)?
Dorothy Sayers planteaba que la Poética de Aristóteles es
efectivamente la teoría de las novelas policiales antes de que fueran
escritas como el pobre Aristóteles no conocía todavía la novela
policial, tenía que referirse a los únicos ejemplos a su disposición,
las tragedias... Siguiendo las mismas líneas, Lenin estaba
desarrollando efectivamente la teoría del papel de la world wide web,
pero, como no conocía internet, tenía que referirse a los
desafortunados bancos centrales. Por consiguiente, ¿podría decir uno
que 'sin la world wide web el socialismo sería imposible ...nuestra
tarea sencillamente es amputar lo que mutila capitalistamente este
aparato excelente, hacerlo aún más grande, aún más democrático, aún
más abarcador'? En estas condiciones, uno se siente tentado a
resucitar la vieja, abusiva y medio olvidad dialéctica marxiana de
las fuerzas productivas y las relaciones de producción. Ya es un
lugar común plantear que, irónicamente, fue esta misma dialéctica
la que enterró el 'socialismo realmente existente': el socialismo no
pudo sostener el pasaje de la economía industrial a la
pos-industrial. Una de las víctimas tragicómicas de la desintegración
del socialismo en la ex-Yugoslavia fue un viejo apparatchik comunista
entrevistado por la radio estudiantil de Ljubljana en 1988. Los
comunistas sabían que estaban perdiendo poder, y por eso trataban
desesperadamente de complacer a todos. Cuando a este viejo cuadro le
hicieron preguntas provocativas sobre su vida sexual, él también
intentó demostrar desesperadamente que estaba en contacto con la
generación joven. Sin embargo, como el único idioma que conocía era
el de la hosca burocracia, el resultado fue una particular mezcla
obscena –declaraciones como, 'La sexualidad es un componente
importante de mi actividad diaria. Al tocar a mi esposa entre sus
muslos me da nuevos grandes incentivos para mi trabajo de construir el
socialismo.' Y cuando uno lee documentos oficiales de Alemania
Oriental de los años setenta y comienzos de los ochenta, formulando
su proyecto de convertir a la RDA en una especie de Silicon Valley del
bloque socialista de Europa Oriental, uno no puede evitar la impresión
de la misma distancia tragicómica entre la forma y el contenido.
Mientras eran totalmente conscientes de que la digitalización era el
camino del futuro, se aproximaron a ella en los términos de la
antigua lógica socialista de la planificación industrial
centralizada –sus propias palabras enmascaraban el hecho de que no
estaban captando lo que está ocurriendo efectivamente, las
consecuencias sociales de la digitalización. No obstante, ¿el
capitalismo realmente proporciona el marco 'natural' de las relaciones
de producción para el universo digital? ¿No hay también un
potencial explosivo para el propio capitalismo en la world wide web?
¿Acaso la lección del monopolio Microsoft no es precisamente la
lección leninista: en lugar de combatir su monopolio a través del
aparato estatal (recordemos la división de Microsoft ordenada por la
Justicia), ¿no sería más 'lógico' simplemente socializarlo, haciéndolo
libremente accesible? Hoy uno se siente tentado a parafrasear el
famoso lema de Lenin, 'Socialismo = electrificación + poder de los
soviets': 'Socialismo = acceso libre a internet + poder de los soviets'.
En este contexto, el mito que hay
que desbancar es el del papel cada vez menor del estado. Lo que
estamos atestiguando hoy en día es el cambio en sus funciones:
mientras se retira parcialmente de sus funciones asistenciales, el
estado está fortaleciendo su aparato en otros dominios de la regulación
social. Para poder empezar un negocio ahora uno tiene que apoyarse en
el estado no sólo para garantizar la ley y el orden, sino también el
conjunto de la infraestructura (acceso a agua y energía, medios de
transporte, criterios ecológicos, regulaciones internacionales, etc),
en una medida incomparablemente mayor que hace 100 años. La caída
del servicio eléctrico en California el año pasado hace palpable a
este punto: durante un par de semanas en enero y febrero de 2001 la
privatización ('desregulación') del suministro de electricidad
transformó al Sur de California, uno de los paisajes pos-industriales
más altamente desarrollados del mundo, en un país tercermundista con
apagones regulares. Por supuesto, los defensores de la desregulación
plantearon que no estaba lo bastante completa, y echaban mano del
viejo falso silogismo de, 'Mi novia nunca llega tarde a una cita,
porque en el momento en que ella llegue tarde, ya no será más mi
novia': la desregulación funciona por definición, entonces si no
funciona, no era en verdad una desregulación... ¿El reciente pánico
desatado con la enfermedad de la vaca loca (que probablemente presagie
docenas de fenómenos similares que nos esperan en el futuro cercano)
no apunta también hacia la necesidad de un control global estatal
estricto e institucionalizado de la agricultura?.
¿Y qué hay del reproche básico
según el cual Lenin hoy es irrelevante porque permaneció aferrado
dentro del horizonte de la producción industrial masiva (recordemos
su celebración del fordismo)? ¿Cómo cambia estas coordenadas el
pasaje de la producción de fábrica a la producción
'pos-industrial'? ¿Dónde clasificaríamos no sólo las maquiladoras
de trabajo manual del Tercer Mundo, sino también las maquiladoras
digitales, como la de Bangalore en la que decenas de miles de indios
programan software para las corporaciones occidentales? ¿Es adecuado
designar a estos indios como el 'proletariado intelectual'? ¿Serán
la venganza final del Tercer Mundo? ¿Cuáles son las consecuencias
del hecho desquiciante (por lo menos para los conservadores alemanes)
de que, después de décadas de importar centenares de miles de
trabajadores manuales inmigrantes, Alemania ha descubierto ahora que
necesita por lo menos decenas de miles de trabajadores intelectuales
inmigrantes, principalmente programadores de computadoras? La
alternativa que incapacita al marxismo de hoy en día es, ¿qué hacer
a propósito de la creciente importancia del crecimiento de la
'producción inmaterial' hoy (ciber-trabajadores)? ¿Insistimos con
que sólo quienes están involucrados en la producción material
'real' son la clase trabajadora, o damos el venturoso paso de aceptar
que los 'trabajadores simbólicos' son los (verdaderos) proletarios de
hoy? Uno debería resistirse a dar este paso, porque ofusca la división
entre la producción inmaterial y material, la división en la clase
trabajadora entre los ciber-trabajadores y los trabajadores materiales
(por regla separados geográficamente, como los programadores en
EE.UU. o India, las maquiladoras en China o Indonesia).
Quizás sea la figura del
desocupado la que simbolice al puro proletario de hoy: la determinación
sustancial del desocupado sigue siendo la de un obrero, pero no se les
deja realizarla o renunciar a ella, y entonces permanecen suspendidos
en la potencialidad de trabajadores que no pueden trabajar. Quizás en
cierto sentido hoy 'todos somos desocupados' --los trabajos tienden a
basarse en contratos de tiempo cada vez más cortos, por lo cual el
estado de desempleo es la regla, el nivel cero, y el trabajo temporal
la excepción. Entonces esta debería ser también la respuesta a
quienes abogan por la 'sociedad pos-industrial' cuyo mensaje a los
trabajadores es que su tiempo se terminó, que su propia existencia
está obsoleta, y que lo único con lo que pueden contar es con la
compasión puramente humanitaria hay cada vez menos lugar para los
trabajadores en el universo del capital de hoy, y uno debe deducir de
este hecho la única conclusión consistente. Si la sociedad
'pos-industrial' de hoy necesita cada vez menos trabajadores para
reproducirse (20 por ciento de la fuerza de trabajo, según algunas
estimaciones), entonces no son los trabajadores los que están de más,
sino el capital.
El antagonismo clave de las
llamadas nuevas industrias (digitales) es este: ¿cómo mantener la
forma de la propiedad (privada), que es la única forma en la que
puede mantenerse la lógica de ganancia (veamos también el problema
de Napster, la libre circulación de la música)? ¿Acaso las
complicaciones legales en la biogenética no apuntan en la misma
dirección? El elemento clave de los nuevos acuerdos internacionales
de comercio es la 'protección de la propiedad intelectual' siempre
que, al fusionarse, una gran compañía occidental se hace cargo de
una compañía del Tercer Mundo, lo primero que hace es cerrar el
departamento de investigación. Aquí surgen fenómenos que involucran
a la noción de propiedad en paradojas dialécticas extraordinarias:
en la India, las comunidades locales descubren de repente que las prácticas
médicas y los materiales que han estado usando durante siglos son
poseídos ahora por compañías norteamericanas, de manera que deben
comprárselas a ellas; mientras las compañías biogenéticas patentan
genes, todos estamos descubriendo que partes de nosotros, nuestros
componentes genéticos, ya son propiedad registrada, poseída por
otros.
Sin embargo, el resultado de esta
crisis de la propiedad privada de los medios de producción no está
para nada garantizado. Aquí uno debe tener en cuenta la paradoja última
de la sociedad stalinista. Contra el capitalismo, que es la sociedad
de clase, pero en principio igualitaria, sin divisiones jerárquicas
directas, el stalinismo 'maduro' es una sociedad sin clases articulada
en grupos jerárquicos precisamente definidos (nomenklatura en la
cima, trabajadores técnicos, ejército, etc). Lo que esto significa
es que, ya para el stalinismo, la noción marxista clásica de la
lucha de clases ya no es más adecuado para describir su jerarquía y
dominación en la Unión Soviética de finales de los años veinte
en adelante, la división social clave no estaba definida por la
propiedad, sino a través del acceso directo a los mecanismos de poder
y a condiciones de vida materiales y culturales privilegiadas (comida,
alojamiento, atención sanitaria, libertad para viajar, educación). Y
quizás la ironía última de la historia será que, de la misma
manera, la visión de Lenin del 'socialismo de los bancos centrales' sólo
puede leerse adecuadamente en forma retroactiva, desde la actual world
wide web.
La Unión Soviética proporcionó
al primer modelo de la sociedad 'pos-propietaria' desarrollada, del
verdadero 'capitalismo tardío' en el cual la clase dominante será
definida por el acceso directo a los medios de poder central y control
(informativos, administrativos) y a otros privilegios materiales y
sociales: el punto ya no será poseer compañías, sino directamente
administrarlas, tener el derecho para utilizar un jet privado, tener
acceso a una cobertura de salud diferenciada, etc, privilegios que no
serán adquiridos por medio de la propiedad, sino a través de otros
mecanismos (educativos, directivos, etc).
Esta, entonces, es la crisis
venidera que ofrecerá la perspectiva de una nueva lucha emancipatoria,
de la reinvención completa de lo político no la vieja opción
marxista entre la propiedad privada y su socialización, sino la opción
entre la sociedad pos-propietaria jerárquica y la sociedad
pos-propietaria igualitaria. Aquí, la vieja tesis marxista sobre cómo
la libertad y la igualdad burguesas están basadas en la propiedad
privada y las condiciones de mercado, adquiere un giro inesperado: lo
que permiten las relaciones de mercado son la libertad (por lo menos)
'formal' y la igualdad 'legal' ya que la jerarquía social puede
sostenerse a través de la propiedad, no existe la necesidad de su
aserción política directa. Si, luego, el papel de la propiedad
privada disminuye, el peligro es que esta desaparición gradual cree
la necesidad de alguna nueva forma de jerarquía (racista o de
'gobierno de los expertos'), directamente fundadas en las propiedades
de los individuos, y cancelando así incluso la igualdad 'formal'
burguesa y la libertad. Resumiendo, en tanto el factor determinante de
poder social será la inclusión/exclusión del conjunto de los
privilegiados (de acceso al conocimiento, control, etc), podemos
esperar el surgimiento de modos distintos de exclusión, para llegar
directamente al racismo. La primera señal clara que apunta en esta
dirección es la nueva alianza entre la política (gobierno) y las
ciencias naturales. En la biopolítica, que surgió recientemente, el
gobierno está instigando a la 'industria de los embriones', el
control sobre nuestro legado genético por fuera del control democrático,
justificado por una oferta que nadie puede rechazar: '¿No quiere
usted curarse del cáncer, la diabetes, el Alzheimer...?' Sin embargo,
mientras los políticos hacen esas promesas 'científicas', los
propios científicos permanecen profundamente escépticos, haciendo
hincapié frecuentemente sobre la necesidad de alcanzar decisiones a
través de un gran acuerdo social general.
El problema último de la ingeniería
genética no reside en sus consecuencias imprevisibles (¿qué ocurriría
si creamos monstruos digamos, humanos sin sentido de responsabilidad
moral?), sino la manera en que la ingeniería biogenética afecta
fundamentalmente nuestra noción de educación: en lugar de educar a
un niño para que sea un buen músico, ¿será posible manipular sus
genes para que se incline 'espontáneamente' hacia la música? En
lugar de instilar en él un sentido de disciplina, ¿será posible
manipular sus genes para que ' espontáneamente' tienda a obedecer órdenes?
La situación aquí está radicalmente abierta si surgirán
gradualmente dos clases de personas, los 'nacidos naturalmente' y los
manipulados genéticamente, no queda claro de antemano qué clase
ocupará el nivel más alto en la jerarquía social. ¿Serán los
'naturales' los que consideren a los manipulados como meras
herramientas, no como seres verdaderamente libres, o serán mucho más
perfectos manipulados genéticamente los que considerarán a los
'naturales' como pertenecientes a un nivel más bajo de evolución?.
La lucha venidera, por lo tanto, no
tiene ningún resultado garantizado nos confrontará con una inédita
urgencia para actuar, ya que no sólo involucrará un nuevo modo de
producción, sino una ruptura radical en lo que significa ser un ser
humano. Hoy ya podemos discernir las señales de un tipo de malestar
general recordemos la serie de eventos normalmente agrupados bajo el
nombre de 'Seattle'. La luna de miel de diez años del capitalismo
global triunfante ha terminado, la largamente retrasada 'comezón del
séptimo año' ya está aquí seamos testigos de las reacciones de pánico
de los grandes medios de comunicación, que, desde la revista Time
hasta CNN, todos de repente empezaron a advertir sobre la existencia
de marxistas que manipulan a la muchedumbre de manifestantes
'honestos'. El problema ahora es el estrictamente leninista cómo
enfrentar las imputaciones de los medios de comunicación, cómo
inventar estructuras organizativas que le confieran a esta inquietud
la forma de una demanda política universal. De no ser así, la
oportunidad se desperdiciará, y lo que quedará es una perturbación
marginal, quizás organizada como un nuevo Greenpeace, con cierta
eficacia, pero también con metas estrechamente limitadas, estrategias
de marketing, etc. En otras palabras, la lección 'leninista' clave
hoy es que la política sin forma organizativa de partido es política
sin política, de manera que la respuesta a aquéllos que simplemente
quieren los (atinadamente llamados) 'nuevos movimientos sociales' es
la misma que la respuesta de los jacobinos a los componedores
girondinos: '¡Ustedes quieren la revolución sin una revolución!' El
obstáculo de hoy es que parece haber sólo dos caminos abiertos para
el compromiso socio-político: o jugar el juego del sistema,
comprometerse en la 'larga marcha a través de las instituciones', o
activar en los nuevos movimientos sociales, desde el feminismo,
pasando por la ecología hasta el anti-racismo. Y de nuevo el límite
de estos movimientos es que no son políticos en el sentido del
Singular Universal; son 'movimientos contra un solo problema' que
carecen de la dimensión de la universalidad, es decir, que no se
relacionan con la totalidad social.
La promesa del movimiento 'de
Seattle' reside en el hecho de que es exactamente lo opuesto de lo que
usualmente se lo designa en los medios de comunicación (la 'protesta
anti-globalización'); es el primer grano de un nuevo movimiento
global, global con respecto a su contenido (apunta a una confrontación
global con el capitalismo actual) así como en su forma (es un
movimiento global e involucra una red internacional móvil, capaz de
reaccionar desde Seattle a Praga). Es más global que el 'capitalismo
global', ya que involucra en el juego a sus víctimas, es decir,
aquellos excluidos por la globalización capitalista. Quizás uno
debería arriesgarse y aplicar la vieja distinción de Hegel entre
universal 'abstracto' y 'concreto' en este caso: la globalización
capitalista es el 'abstracto', concentrado en el movimiento
especulativo del capital, mientras el 'movimiento de Seattle' está
por el 'universal concreto', es decir, por la totalidad del
capitalismo global y su lado oscuro excluido.
Aquí el reproche de Lenin a los
liberales es crucial: ellos simplemente explotan el descontento de las
clases obreras para fortalecer su posición frente a los
conservadores, en vez de identificarse con ese descontento hasta el
final. 3 ¿No esto lo que ocurre también con los liberales de
izquierda de hoy? Les gusta evocar el racismo, la ecología, los
agravios contra los trabajadores, etc., para anotarse algunos puntos
por encima de los conservadores sin poner en peligro el sistema.
Recordemos cómo, en Seattle, el propio Bill Clinton se refirió a los
manifestantes que estaban afuera en las calles, recordándoles a los líderes
reunidos dentro del palacio sitiado que deben escuchar al mensaje de
los manifestantes (el mensaje que, por supuesto, Clinton interpretó
privándolo de su aguijón subversivo atribuido a los peligrosos
extremistas que introducen el caos y la violencia entre la mayoría de
los manifestantes pacíficos). Esta posición clintonesca luego se
desarrolló en una elaborada estrategia de contención de 'garrote y
zanahoria': por un lado, paranoia (la noción de que hay una oscura
conjura marxista acechando por detrás); por otro lado, en Génova, no
fue nadie más que Berlusconi el que proporcionó comida y albergue a
los manifestantes anti-globalización --a condición de que se
'comportaran con propiedad' y no perturbaran el evento oficial. Pasa
lo mismo con todos los nuevos movimientos sociales, hasta los
zapatistas en Chiapas. La política del sistema está siempre presta
para 'escuchar sus demandas', privándolas de su aguijón político
apropiado. La verdadera 'tercera vía' que tenemos que buscar es esta
tercera vía entre la política parlamentaria institucionalizada y los
nuevos movimientos sociales.
Como una señal de esta emergente
inquietud y necesidad de una verdadera tercera vía, es interesante
ver cómo, en una entrevista reciente, incluso un liberal conservador
como John Le Carré tuvo que admitir que, como consecuencia de la
'aventura amorosa entre Thatcher y Reagan', en la mayoría de los países
occidentales desarrollados y sobre todo en el Reino Unido 'la
infraestructura social prácticamente ha dejado de funcionar' que
luego lo lleva directamente a suplicar directa que, por lo menos, 'renacionalicen
los ferrocarriles y el agua'.4 Efectivamente nos estamos acercando a
un estado en que la afluencia privada (selectiva) es acompañada por
la degradación global (ecológica, de infraestructura) que empezará
a afectarnos a todos pronto: la calidad del agua no sólo es un
problema en el Reino Unido un estudio reciente mostró que la
totalidad de la fuente de donde se abastece de agua el área de Los Ángeles
ya está tan afectada por químicos tóxicos artificiales que pronto
será imposible potabilizarla, ni siquiera a través de los filtros más
avanzados. Le Carré formuló su furia contra Blair por aceptar las
coordenadas básicas thatcheristas en términos muy precisos: 'La última
vez, en 1997, pensé que él estaba mintiendo cuando negaba que fuera
socialista. Lo peor que puedo decir sobre él es que estaba diciendo
la verdad'.5 Más precisamente, aun cuando en 1997 Blair estuviera
mintiendo 'subjetivamente', aun cuando su agenda confidencial tratara
de mantener lo más posible la agenda socialista, estaba
'objetivamente' diciendo la verdad: su (eventual) convicción
socialista subjetiva era un autoengaño, una ilusión que le permitió
cumplir con su papel 'objetivo', el de completar la 'revolución'
thatcherista.
La respuesta última al reproche de
que las propuestas de la izquierda radical son utópicas debería ser
que hoy la verdadera utopía es la creencia en que el actual acuerdo
general capitalista liberal-democrático pueda continuar
indefinidamente, sin cambios radicales. Así, regresamos al viejo lema
de 1968 'Soyons réalistes, demandons l'impossible!' ('¡Seamos
realistas, demandemos lo imposible!'): para ser de verdad 'realista',
uno debe considerar evadirse de los constreñimientos de lo que
aparece como 'posible' (o, como normalmente lo llamamos, 'factible').
Si hay que sacar alguna lección de la victoria electoral de Silvio
Berlusconi en mayo de 2001, es que los verdaderos utópicos son los
izquierdistas de la Tercera Vía, ¿por qué? La tentación principal
que hay que evitar a propósito de la victoria de Berlusconi en Italia
es la de usarla como un pretexto para otro ejercicio en el marco de la
tradición izquierdista conservadora de la Kulturkritik (desde Adorno
a Virilio) que lamentan la estupidez de las masas manipuladas y el
eclipse del individuo autónomo capaz de reflexión crítica. Esto,
sin embargo, no significa que las consecuencias de esta victoria deban
subestimarse. Hegel dijo que todos los eventos históricos tienen que
ocurrir dos veces: Napoleón tenía que perder dos veces, etc. Y
parece también que Berlusconi tenía que ganar una elección dos
veces para que nos demos cuenta del conjunto de las consecuencias de
este evento.
¿Qué es lo que logró Berlusconi?
Su victoria nos proporciona una triste lección sobre el papel de la
moralidad en la política: el resultado en última instancia de la
gran catarsis moral-política la campaña anti-corrupción de 'manos
limpias' que una década atrás arruinó a la Democracia Cristiana y,
con ella, a la polaridad ideológica de democristianos y comunistas
que dominó la política italiana de pos-guerra-- es que Berlusconi
esté en el poder. Es como si Rupert Murdoch ganara las elecciones en
Gran Bretaña --un movimiento político dirigido como si fuera una
empresa de publicidad. Forza Italia de Berlusconi ya no es un partido
político, sino como su nombre lo indica más bien un grupo de
gente que apoya a una selección de fútbol. Si, en los viejos y
buenos países socialistas, el deporte estaba directamente politizado
(recordemos las enormes sumas de dinero que la RDA invertía en sus
mayores atletas), ahora la política misma se ha vuelto una
competencia deportiva. Y el paralelo va incluso mucho más allá: si
los regímenes comunistas nacionalizaban la industria, Berlusconi en
cierto modo está privatizando el propio estado. Por esta razón,
todas las preocupaciones de algunos izquierdistas y demócratas
liberales sobre el peligro de un neo-fascismo que acecharía por detrás
de la victoria de Berlusconi están fuera de lugar y en cierto modo
son demasiado optimistas: el fascismo todavía es un proyecto político
determinado, mientras que, en el caso de Berlusconi, en última
instancia no hay nada que esté acechando por detrás, ningún
proyecto ideológico secreto, sólo la pura convicción de que las
cosas funcionarán, de que lo haremos mejor. En resumen, Berlusconi es
la pos-política en su estado más puro. La señal última de la
'pos-política' en todos los países occidentales es el creciente
enfoque empresarial hacia las funciones de gobierno. El gobierno es
reconcebido como una función administrativa, privada de su dimensión
propiamente política.
Lo que verdaderamente está en
juego en las luchas políticas de hoy es cuál de los dos viejos
partidos principales, los conservadores o la 'izquierda moderada',
lograrán presentarse a sí mismos como los que verdaderamente
encarnan el espíritu pos-ideológico, contra el otro partido al que
se descalificará diciendo que 'todavía está atrapado por los viejos
espectros ideológicos'. Si los años ochenta pertenecieron a los
conservadores, la lección de los noventa parecería ser que, en
nuestras sociedades capitalistas tardías, la socialdemocracia de la
Tercera Vía (o, más marcadamente aún, los pos-comunistas en las países
ex-socialistas) funciona efectivamente como la representante del
capital como tal, en general, contra sus facciones particulares
representadas por los diferentes partidos 'conservadores', quienes,
para poder presentarse su mensaje como si se dirigiera al conjunto de
la población también tratan de satisfacer las demandas particulares
de los estratos anti-capitalistas (digamos, de los trabajadores de
clase media "patrióticos" amenazados por la fuerza de
trabajo barata de los inmigrantes. Recordemos a la CDU, que contra la
propuesta de los socialdemócratas de que Alemania debía importar
50.000 programadores de computadoras de la India, lanzó la consigna
infame de 'Kinder statt Inder!' -'¡Niños en lugar de indios!' Esta
constelación económica explica en buena medida cómo y por qué los
socialdemócratas de la Tercera Vía pueden estar simultáneamente por
los intereses del gran capital y por una tolerancia multiculturalista
que apunte a defender los intereses de las minorías foráneas.
El sueño de la Tercera Vía de la
izquierda era que el pacto con el diablo funcionara: OK, ninguna
revolución, aceptamos el capitalismo como lo único a lo que se puede
jugar, pero por lo menos podremos mantener algunos de los logros del
estado de bienestar, además de construir una sociedad tolerante hacia
las minorías sexuales, religiosas y étnicas. Si la tendencia
anunciada por la victoria de Berlusconi persiste, se discierne una
perspectiva mucho más oscura en el horizonte: un mundo en el que el
dominio ilimitado del capital no se complemente con la tolerancia del
liberalismo de izquierda, sino por la típica mixtura pos-política de
un espectáculo puramente publicitario junto con las preocupaciones de
la Mayoría Moral (recordemos que el Vaticano dio su apoyo tácito a
Berlusconi). Si hay una agenda ideológica oculta en la 'pos-política'
de Berlusconi es, para decirlo sin vueltas, la desintegración del
pacto democrático fundamental posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En los últimos años, ya hubo numerosas señales de que el pacto anti-fascista
posterior a la Segunda Guerra Mundial está crujiendo lentamente los
llamados 'tabúes' están cayendo, desde los historiadores
'revisionistas' hasta los populistas de la Nueva Derecha. Paradójicamente,
los que están socavando este pacto se refieren precisamente a la
misma lógica de la victimización universalizada por los liberales:
seguramente hubo víctimas del fascismo, ¿pero qué hay de las otras
víctimas de las expulsiones posteriores a la Segunda Guerra Mundial?
¿Qué hay de los alemanes desalojados de sus hogares en
Checoslovaquia? ¿No tienen también algún derecho a una compensación
(financiera)?.
El futuro inmediato no pertenece a
los provocadores derechistas abiertos como Le Pen o Pat Buchanan, sino
a gente como Berlusconi y Haider, esos abogados del capital global con
la piel de lobo del nacionalismo populista. La lucha entre ellos y la
izquierda de la Tercera Vía es la lucha por ver quién será más
eficaz en neutralizar los excesos del capitalismo global la
tolerancia multiculturalista de la Tercera Vía o la homofobia
populista. ¿Será esta aburrida alternativa la respuesta de Europa a
la globalización? Berlusconi es lo peor de la pos-política; ¡incluso
The Economist, esa estoica voz del liberalismo anti-izquierda, fue
acusado por Berlusconi de ser parte de una 'conjura comunista', cuando
le hizo algunas preguntas críticas sobre cómo es que una persona
declarada culpable de crímenes podía llegar a ser primer ministro!
Lo que esto significa es que, para Berlusconi, toda oposición a su
pos-política se basa en una 'conjura comunista'. Y en cierto modo
tiene razón, esta es la única oposición verdadera. Todos los demás
los liberales o la Tercera Vía están jugando básicamente el mismo
juego que él, sólo que con un ropaje diferente. Y la esperanza tiene
que ser que Berlusconi también tenga razón con respecto al segundo
aspecto de su paranoico mapa cognitivo que su victoria dará ímpetu a
la verdadera izquierda radical.
Notas:
1 Citado de N Harding, Leninism (Durham, 1996), p168.
2
Ibid, p146.
3 Debo este punto a la contribución
de Alan Shandro, 'Lenin y la lógica de la hegemonía', en el simposio
'La recuperación de Lenin', Essen, 2-4 de febrero de 2001.
4 John Le Carré, 'My Vote?
I Would Like to Punish Blair',
entrevista con David Hare en el Daily Telegraph, 17 de mayo de 2001,
p23.
5
Ibid.
Artículos
relacionados:
*Daniel
Bensaïd, "Leninismo
en el siglo XXI"
http://www.ft.org.ar/Notasft.asp?ID=942
*Daniel
Bensaïd, "Lenin: ¡Saltos!
¡Saltos! ¡Saltos!"
http://www.ft.org.ar/Notasft.asp?ID=573
*John
Rees, "Leninismo en el
siglo XXI"
http://www.ft.org.ar/Notasft.asp?ID=452
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