Enigmas
contemporáneos de las finanzas y la moneda
Por
Claudio Katz (1)
Abril,
2002
Resumen: La desregulación, la globalización
y la gestión accionaria de las firmas constituyen los principales cambios
financieros de las últimas dos décadas. Su impacto especulativo es
visible en la explosión de liquidez, el descontrol crediticio, la
inestabilidad cambiaria y la volatilidad bursátil. Estas transformaciones
expresan la exacerbación de la competencia y también el avance de la
internacionalización productiva. La interpretación marxista destaca que
la “financiarización” ha sido un instrumento del capital para
recuperar la tasa de ganancia mediante el aumento de la explotación.
Dentro de esta corriente,
los teóricos del “capital rentista” investigan los desequilibrios
financieros recientes, aunque sin prestar debida atención a su conexión
con transformaciones localizadas en la esfera productiva. La hegemonía de
las finanzas puede interpretarse como un aspecto de la reestructuración
en curso, pero no como un dato estructural del capitalismo contemporáneo.
No existen razones teóricas, ni evidencias de una dominación del capital
financiero en el largo plazo.
La expansión del capital
ficticio tampoco es una prueba de la supremacía de las finanzas. Esta
modalidad se encuentra sujeta a los mismos procesos de inflación y
desvalorización que otras variantes del capital-dinero. La presentación
de la “financiarización” como un resultado del poder del trabajo
plantea serias dificultades, ya que los teóricos de la “fuga del
capital” no logran demostrar cuáles son las vinculaciones que ligan el
curso de la lucha de clases con la evolución de las variables
financieras.
La concepción marxista se
basa en la teoría del valor-trabajo y explica la dinámica de las
finanzas por el comportamiento de variables determinadas por el tiempo de
trabajo social incorporado en las mercancías. Esta visión se apoya, a su
vez, en una interpretación de las cinco funciones del dinero, basada en
este mismo criterio.
El enfoque marxista permite
esclarecer porqué las promesas ortodoxas de transparencia mercantil,
asignación óptima de los recursos y la democratización de la propiedad
no se han verificado. Explica también las causas del fracaso neoliberal
en la creación de “monedas sanas” y demuestra que la moneda pasiva,
neutral y exógena de los neoclásicos es una construcción teórica
inconsistente.
La crítica heterodoxa
cuestiona el papel parasitario de los financistas, pero ignora su
complementariedad con la actividad de los industriales. Remarca la
existencia de desbordes especulativos, pero sin explicar sus fundamentos
en las transformaciones productivas recientes. Esta desconexión es muy
visible en su interpretación del “modelo patrimonial”. La visión
heterodoxa de una moneda convencional y endógena sostenida por un marco
institucional y una representación simbólica clarifica numerosos
desaciertos ortodoxos. Sin embargo, no explica las raíces de la
incertidumbre monetaria, ni aclara el significado de las relaciones
sociales corporizadas en el dinero.
Enigmas
contemporáneos de las finanzas y la moneda
Numerosos economistas han
investigado el impacto de las transformaciones financieras recientes.
Algunos denominan “financiarización” al nuevo marco creado por el
predominio de operaciones especulativas y destacan que estas transacciones
se caracterizan por vertiginosos cambios de precios divorciados del empleo
de los recursos. Otros analistas, en cambio, plantean que estas apuestas
especulativas expresan cierta recuperación de la tasa de ganancia
derivada del actual proceso de reorganización capitalista. Se pueden
percibir los aciertos parciales de ambos enfoques en el estudio de las
tres modificaciones registradas en la esfera financiera en últimas dos décadas:
la desregulación, la globalización y la gestión accionaria de las
firmas. El enfoque marxista permite, además, integrar ambas
contribuciones en una caracterización general de los cambios operados en
el capitalismo.
Desregulación
Mediante la desregulación
se liberalizaron las operaciones, disminuyó la segmentación de
actividades entre los bancos, aumentó la emisión directa de obligaciones
por parte de las empresas y se difundieron nuevos instrumentos
crediticios.
Estas
modificaciones intensificaron la competencia entre entidades por captar
ahorros y colocar préstamos e incentivaron la concurrencia de los bancos
con los fondos de pensión, las compañías de seguros y las entidades de
alto riesgo.
Con la desregulación se
generalizó el uso de papeles de corto plazo y alto rendimiento (“hedge
funds”), el manejo de títulos de dudosa cobrabilidad (“bonos
basura”) y la negociación de transacciones encadenadas
(“apalancamiento”). También se extendieron las operaciones de
especulación con el precio de varios activos (“derivados”) y los
negocios simultáneos en diversos mercados (“arbitrajes”).
El grueso de estas
operaciones se ha concentrado en cuatro sitios. En primer lugar la plaza
cambiaria, que aglutina transacciones diarias dos veces superiores a la
totalidad de las reservas internacionales. La ausencia de un patrón
internacional regulador de los tipos de cambio en condiciones de
“flotación concertada” ha potenciado el multimillonario negocio de la
devaluación o la revaluación de las principales divisas.
En segundo término, el
mercado de la deuda pública ha dejado de ser una actividad exclusiva de
los grandes bancos, para convertirse en el eje de los negocios de muchos
fondos de inversión especializados en la refinanciación de la deuda del
Tercer Mundo. La tercera vedette es el mercado accionario, que registró
un crecimiento explosivo. En Wall Street, el precio de las acciones se
multiplicó por cinco durante la última década y la capitalización bursátil
mundial trepó del 40% del PBI global en 1990 al 110% en el 2000. En
cuarto lugar, el desarrollo del mercado de títulos privados directamente
emitido por las grandes corporaciones alcanzó una dimensión sin
precedentes, tanto en el volumen negociado como en el desenvolvimiento de
un circuito de transacciones directa de estos papeles.
La desregulación en estos
cuatro sectores se inició en 1979-80 con la eliminación de los controles
internacionales a los movimientos de capital y con la apertura del mercado
de títulos públicos a todas las entidades. Esta liberalización ha
generado una explosión de liquidez que supera los dos antecedentes de la
“financiarización” actual: el mercado del eurodólar de los años 60
(reciclaje de las divisas obtenidas por las corporaciones norteamericanas
en el viejo continente) y el boom de los petrodólares de los 70.
Especialmente la difusión de los paraísos fiscales y el frenesí bursátil
ampliaron exponencialmente la circulación internacional de los capitales.
La desregulación indujo la
canalización del ahorro hacia los nuevos fondos que invierten en
inmuebles, acciones, divisas o títulos públicos, en desmedro de los
bancos tradicionales. Mientras que estas entidades continúan encabezando
la financiación de la inversión, sus concurrentes –más exentos de
controles regulatorios- atraen crecientes masas de dinero. Esta situación
constituye una nueva fuente de inestabilidad, porque mientras el manejo de
los préstamos se amplió a un vasto número de instituciones no
bancarias, la supervisión de esta actividad permanece acotada a la vieja
estructura bancaria. Como los bancos centrales ejercen, además, un débil
control sobre los fondos de inversión, les resulta cada vez más difícil
distinguir entre problemas coyunturales de liquidez y dificultades
estructurales de solvencias3.
Globalización
La denominada globalización
financiera. Expresa el considerable salto que se ha registrado en la
integración de los mercados locales a los flujos internacionales de
capital y también la creciente homogeinización de las regulaciones
bancarias. Un efecto de esta universalización es la multiplicación de
las fuentes de emisión, con el consiguiente deterioro de la influencia de
las políticas monetarias nacionales sobre los flujos financieros. Es
evidente que los mecanismos regulatorios de cada país han perdido
eficacia frente a la avalancha de movimientos internacionales de capital.
Este debilitamiento es muy
perceptible en el plano cambiario desde la desaparición de los regímenes
de tipo de cambio fijo a mediados de los 70. La hegemonía que detenta el
dólar (el 60% del comercio, el 80% de las operaciones de cambio
interbancarias y el 66 % de las reservas oficiales están nominados en esa
divisa) refleja simultáneamente la supremacía norteamericana y la
ausencia de un sistema de reglas cambiarias definidas, equiparables al
patrón oro (1880-1914) o a los acuerdos de Bretton Woods de posguerra. La
sustitución de hecho de una moneda patrón por el señorazgo del dólar
no ha reducido la inestabilidad, ni la especulación cambiaria.
Pero la globalización
financiera también constituye un mecanismo para nutrir de liquidez a las
corporaciones que lideran la producción global. Estas firmas buscan
maximizar las ganancias combinando las estrategias de aprovisionamiento
(en el pasado plantaciones coloniales, en la actualidad abastecimiento de
componentes electrónicos), de mercado (recreación en las filiales de la
acción de la casa matriz) y de racionalización productiva (fragmentación
de la fabricación y el ensamblado internacional de partes). Las
transformaciones financieras apuntalan esta nueva mixtura de producción
horizontal (reproducción regional de la estructura de las casas matrices)
y producción vertical (subdivisión del proceso productivo en función
del grado de especialización global)4.
Esta conexión entre la
mundialización financiera y productiva es también visible en otros tres
planos. En primer término, las inversiones absorbidas por las
privatizaciones -que en la última década crecieron de 25.000 millones a
100.000 millones de dólares anuales- están orientadas hacia las ramas
lucrativas que el estado dejó de gestionar. En segundo lugar, las
fusiones, que se multiplicaron a un ritmo anual del 25% pretenden
maximizar la rentabilidad de las compañías reestructuradas.
Finalmente la inversión
extranjera, que canaliza flujos anuales de 800.000 millones de dólares-
apunta a incrementar los beneficios generados en los mercados exteriores.
Gestion
accionaria
A nivel de la empresa se
introdujeron en los últimos años nuevas formas de gestión basadas en
los resultados bursátiles, que acentuaron la influencia de los gerentes
financieros en las firmas. Esta modalidad de dirección (“shareholder
value”) refuerza el papel de los “inversores institucionales” sobre
los directores tradicionales y crea una fuerte presión en favor de la
obtención de rendimientos máximos en el corto plazo5.
Al jerarquizar el
rendimiento inmediato y asimilar la gestión de la empresa a un fondo de
inversión, este tipo de gerenciamiento tiende a arbitrar entre las
alternativas de la producción como si fueran opciones financieras. Pero
frente a costos de inversión que deben amortizarse y plantas que no
pueden trasladarse, esta simulación de una gestión puramente financiera
provoca múltiples tensiones. Particularmente el barómetro bursátil crea
ilusiones contables, que son frecuentemente desmentidas por la realidad de
los mercados que enfrenta cada empresa.
Pero la principal función
subyacente de los nuevos criterios de gestión es mejorar las ganancias de
la firma a través del aumento de la tasa de explotación. El termómetro
accionario se aplica para justificar reducciones salariales, despidos e
incrementos del ritmo de trabajo y por eso quiénes más padecen la
“dictadura de los fondos de inversión” son los trabajadores. El
“shareholder value” es un instrumento de los dueños de la empresa
para recomponer la rentabilidad con el auxilio de la gestión accionaria.
La imagen corriente de este gerenciamiento -que describe un asalto de los
financistas a las firmas para vaciarlas y liquidarlas (el film “Wall
Street” de los años 80)- es una fábula moral, que oculta como la
mejora del beneficio surge del aumento de la explotación y no de la
devastación de las compañías.
La interpretación
marxista
La reorganización de las
empresas a través del deterioro de las condiciones de trabajo no es un
resultado exclusivo de la nueva gestión accionaria. Todas las
transformaciones financieras recientes están dirigidas a favorecer la
ofensiva del capital contra el trabajo y el consiguiente recorte de
conquistas laborales y sociales.
Ese señalamiento es el eje
de la interpretación marxista de la “financiarización”, que ilustra
como la desregulación acentuó la presión patronal por reducir costos
laborales y flexibilizar el empleo, al potenciar la competencia entre
corporaciones. Esta visión también subraya que la globalización alentó
la concurrencia salarial entre los trabajadores de distintos países por
medio de la liberalización comercial y la movilidad del capital.
A través de este incremento
de la tasa explotación, los cambios financieros contribuyeron a la
recomposición de la tasa de ganancia que se observa desde mediados de los
80. Este incremento ha sido también un producto de la depuración de
capitales que se consumó a través de las quiebras y las fusiones
propiciadas por la desregulación financiera. Repitiendo lo ocurrido en
otros períodos de reestructuración capitalista, el capital financiero ha
facilitado una suba de la tasa de ganancia, absorbiendo al mismo tiempo
una porción significativa de este incremento por la vía del mayor costo
financiero.
Las transformaciones
financieras no sólo a apuntalaron la ofensiva social de la clase
dominante, sino que también contribuyeron a potenciar la expansión geográfica
y sectorial del capital, a multiplicar el impacto de la revolución tecnológica
y a consolidar el poder hegemónico del imperialismo norteamericano.
La inestabilidad financiera
actual refleja el carácter inconcluso de este proceso
Cómo la tasa de ganancia se
recuperó sólo parcialmente sin inaugurar un período de crecimiento
sostenido, la “financiarización” tampoco dio lugar a un régimen
monetario y cambiario estable. Esta carencia ilustra al alcance
fragmentario de las transformaciones productivas e indica que los
desequilibrios financieros deben ser interpretados como resultantes del
carácter mundialmente polarizado, geográficamente segmentado y
sectorialmente desigual de la reorganización capitalista.
En este proceso el capital
financiero alcanzó una significativa influencia que se expresa en la
gravitación de los acreedores, la primacía de las políticas
antiinflacionarias, la generalización de políticas de restricción
presupuestarias y el control de la expansión monetaria. Pero este ascenso
de los financistas no consagra su hegemonía definitiva en las clases
dominantes, sino que corresponde a una fase de la reorganización del
capital. Por eso su avance ha sido también acompañado por un mayo papel
de los managers, en el marco de crecientes preocupaciones capitalistas por
la productividad y el cambio tecnológico. El disciplinamiento monetario y
a la nueva ingeniería financiera no son los únicos temas en la agenda
del capital.
Se puede incluso presagiar
que un desarrollo ulterior de la reestructuración capitalista exigiría
el relegamiento del sector financiero de la gestión macroeconómica6.
Pero esta última
interpretación forma parte de las controversias que existen entre los
autores marxistas, en torno a cuatro importantes temas la “financiarización”.
La teoría del capital
rentista
Una corriente marxista
interpreta que las transformaciones financieras recientes expresan el
predominio de un “régimen de acumulación rentista” sustituto del
modelo fordista de posguerra y basado en la hegemonía de los financistas.
Señala que el dominio de Estados Unidos se basa en un liderazgo rentista
ejercido a través del manejo del dólar y plantea que la supremacía del
capital financiero autonomizado se traduce en la escasez de inversiones
genuinas. Destaca, además, que las fusiones en curso solo consagran
cambios de propiedad sin crear nuevas riquezas y considera que la
hipertrofia financiera conduce a la absorción rentista del aumento de la
tasa de plusvalía7.
Esta corriente aporta
denuncias sólidas de la especulación e importantes investigaciones de
los nuevos desequilibrios de la esfera financiera. Pero cuándo al
enfatizar la autonomía de las finanzas pierde de vista la conexión de
esta órbita con sus fundamentos productivos, esta visión tiende a
deslizarse hacia una representación fantasmal de la “financiarización”.
Aquí no toma en cuenta que
la relevancia asignada por el análisis marxista a la esfera productiva
del rol preeminente de este campo en el proceso de expropiación y
acumulación de plusvalía. Esta primacía obedece a que la plusvalía
precede analíticamente al interés, ya que esta categoría constituye sólo
un derecho sobre valorizaciones futuras del capital surgidas de la
explotación del trabajo asalariado. Por eso existen leyes el capital
determinantes de la tasa de acumulación, inversión o ganancia, pero no
de la tasa de interés. El nivel de esta variable es habitualmente
determinado por la oferta y la demanda de dinero. Subrayar este hecho
permite recordar que el valor generado por los asalariados y apropiado por
los capitalistas se canaliza estructuralmente hacia la acumulación o el
consumo y secundariamente hacia la especulación.
Si las transacciones
financieras pueden definirse como un “comercio de promesas” es porque
representan expectativas de realización de la explotación futura de la
fuerza de trabajo. Como los títulos se valorizan o desvalorizan en última
instancia de acuerdo al cumplimiento de este cálculo, la “autonomía de
las finanzas” enfrenta serios límites que le impiden despegarse por
completo de sus bases materiales. Cuándo se abandona esta huella de la
investigación se afianza un encandilamiento con las variables de corto
plazo que dificulta la comprensión de los movimientos financieros8.
La jerarquía analítica que
tradicionalmente asignó el marxismo a los procesos productivos fue
seguida por numerosos economistas contemporáneos que estudiaron la
desincronización del ciclo del crédito del ciclo industrial, la
volatiilidad del mercado accionario en relación al comportamiento de la
tasa de ganancia o la determinación del tipo de cambio en función de los
niveles de la productividad9. Estos nexos explicativos permiten demostrar
que el capital especulativo es un complemento necesario del productivo y
no su antagonista. Además, contribuyen a recordar que la crítica al
parasitismo de los banqueros debe acompañar y no reemplazar la condena de
la explotación de los industriales10.
El problema del capital
financiero
Algunos teóricos del
capital rentista presentan su enfoque como una continuación del análisis
del capital financiero que desarrolló Hilferding a principios del siglo
XX. Subrayan que la fusión del capital bancario e industrial ha recobrado
fuerza con el avance de la globalización y la consiguiente supremacía de
los financistas en los directorios de las corporaciones. Otros autores
remarcan especialmente el nuevo predominio de un “capital especulativo
parasitario” 11.
Esta caracterización asocia
correctamente el rol protagónico que alcanzó el capital financiero en
las últimas décadas con el aumento de la especulación y la
significativa autonomía alcanzada por la esfera financiera. Pero no hay
que olvidar que los procesos de depuración bancaria y desvalorización de
títulos, acciones y divisas limitan este divorcio, así como la
preeminencia perdurable del capital especulativo sobre el productivo.
Las crisis contemporáneas
son potenciadas por la gravitación de las finanzas, pero no obedecen a
principalmente a esta influencia y además, en ciertas circunstancias, la
órbita financiera contribuye a canalizar el excedente de capital y a
morigerar los desequilibrios. Las crisis son resultantes de
contradicciones creadas en el proceso de producción y realización del
plusvalor y se manifiestan en la caída de la tasa de ganancia o en el
desfasaje entre la producción y el consumo. Los desequilibrios
financieros sólo anticipan, expresan o potencian estas crisis y por eso
la sobreacumulación del capital es generalmente reveladora de una situación
de sobreproducción de mercancías. Estos desequilibrios son, además,
necesariamente periódicos y no “endémicos”, ya que derivan del
movimiento cíclico de la acumulación.
La plétora de mercancías y
capitales es siempre un producto de situaciones inversas, que
precedentemente empujan a las empresas a la sobreinversión y al exceso de
ahorro.
Suponer que el capital
financiero ha predominado estructuralmente a lo largo del siglo XX choca
con la centralidad que mantiene la extracción de plusvalía en la
acumulación. Justamente el error de los teóricos posindustrialistas del
“capitalismo inmaterial” y del “beneficio intangible” radica en
considerar que algún principio conectado a la dinámica financiera ha
reemplazado la gravitación de la plusvalía. Y reconocer esta centralidad
es incompatible con proclamar que los apropiadores financieros han
desplazado a los expropiadores empresarios del manejo del capitalismo.
Nadie ha logrado explicar
satisfactoriamente porqué razón los industriales renunciarían al status
de grupo dominante que deriva de su gestión directa del valor creado por
parte de los trabajadores.
Se podría argumentar que
los industriales perdieron esa supremacía como consecuencia de su
endeudamiento con los bancos. Pero esta situación no podría eternizarse
sin transformar los cimientos del sistema. O al cabo de un proceso de
quiebras y fusiones cesa la dependencia de los acreedores o los banqueros
se hacen cargo de las empresas y asumen las funciones de industriales. En
este último caso se concretaría la “fusión” del capital bancario e
industrial, pero no bajo el dominio de los financistas.
En el plano histórico,
existen fuertes indicios que la constitución de sociedades anónimas bajo
el dominio de las finanzas que describió Hilferding fue un proceso específico
del capital alemán 12. Esta supremacía volvió a repetirse en otras
coyunturas y países, pero sin convertirse nunca en el rasgo dominante de
la acumulación. Además, el “modelo alemán” de integración bancaria
e industrial fue diferente del tipo de relaciones entre ambos sectores que
predominó en Estados Unidos, Francia o Inglaterra13. Y es un hecho
reconocido incluso por los “teóricos del capital rentista”, que
durante el boom de la posguerra las corporaciones industriales alcanzaron
un alto grado de autofinanciamiento y tomaron la delantera frente a la
banca.
Capital-ficticio
Otro fundamento de la teoría
del capital rentista es la creciente gravitación del capital ficticio en
la economía contemporánea. Esta modalidad del capital es identificada
con el dinero que circula valorizándose artificialmente en el mercado,
sin contrapartida equivalente en el plano productivo. Los títulos públicos,
las acciones y las obligaciones negociables constituyen los ejemplos clásicos
de esta forma de capital, cuya influencia habría superado en las últimas
dos décadas todos los precedentes del pasado.
Este caracterización
destaca que la influencia alcanzada por el capital ficticio se verifica en
el divorcio existente entre las cotizaciones de los bonos públicos y la
capacidad de pago del estado, así como en la fractura que se observa
entre los precios de las acciones y la rentabilidad de las empresas.
Mientras que cada segmento del capital ficticio representa para su
poseedor un monto realizable de dinero, esta valuación individual no es
realizable a escala general, porque su magnitud está inflada y carece de
apoyatura real14.
Pero la categoría de
capital-ficticio es compleja y controvertible. Marx15 la introdujo para
estudiar el papel del crédito en la formación de la ganancia media y el
rol movilizador de la Bolsa en esta equiparación. Indagó como la
constitución de las sociedades por acciones favorece la redistribución
del beneficio, expandiendo simultáneamente el crédito mediante la emisión
de acciones.
Brunhoff 16destaca que estos
últimos papeles se negocian anticipadamente en función del lucro futuro
y que su precio tiene una doble determinación: la expectativa de ganancia
y la tasa de interés. Cuándo ambas cotizaciones se separan, el nivel de
las acciones parece divorciado de la rentabilidad de la empresa y por eso
se habla de un capital ficticio. Marx buscó desenmascarar la ilusión
fetichista creada por esta separación, recordando que la valorización de
un título no deriva del movimiento bursátil. En última instancia cada
acción es comprada y vendida por la promesa de plusvalor que despierta la
firma emisora.
La misma autora remarca esta
conclusión al contraponer la concepción de Marx con la visión ortodoxa.
Para los neoclásicos un capital es ficticio cuándo su emisión es espúrea
y distorsionadora del equilibrio del mercado. Es el caso de la expansión
de los préstamos bancarios divorciados de los depósitos, las monedas
emitidas sin respaldo, o las obligaciones lanzadas al mercado sin
sustentos genuinos.
Brunhoff también señala
que Marx no utiliza el término de capital ficticio para contraponer
“capitales reales con imaginarios”, sino para argumentar contra la
ilusión fetichista de los especuladores, que ignoran el origen de
cualquier beneficio financiero en el plsuvalor. La autora subraya que en
la interpretación marxista, cualquier modalidad de capital-dinero incluye
siempre una función necesaria para la circulación (ensanchar el
horizonte de la reproducción ) y una acción especulativa propia de todo
manejo crediticio. Y estas dos dimensiones están también presentes en el
capital ficticio, incluso cuándo su grado de autonomía respecto a la
actividad productiva es mayor que en otras formas de financiamiento.
Cómo
la demanda de capital ficticio proviene en última instancia de su vínculo
con la creación de plusvalía, su validación social no difiere de
cualquier otro segmento del capital-dinero. Por eso aunque el capital
ficticio circule en el corto plazo en un mercado especulativo regido por
las maniobras de los financistas, en plazos más prolongados las acciones
se demandan de acuerdo a las ganancias de cada empresa y los títulos públicos
se valorizan en función de la solvencia fiscal de cada estado.
La frontera entre el capital
ficticio y otras modalidades del capital-dinero es bastante borrosa, ya
que en la acumulación su papel no es ilusorio. La verificación de este
rol solo puede realizarse con nitidez en los momentos de gran crisis y
desvalorización de capitales17.
La exageración del papel
del capital ficticio refuerza la imagen superficial del capitalismo
contemporáneo como un universo virtual de intercambios monetarios. Esta
visión pierde frecuentemente de vista cuáles son los montos realmente
involucrados en las transacciones financieras, ya que se parte de aceptar
contabilizaciones duplicadas que no registran como una misma suma de
dinero cambia de manos en sucesivas operaciones financieras. Por eso las
abultadas cifras que manejan los especuladores son indicios de la crisis
capitalista, pero nunca evidencias auto-explicativas de estos
desequilibrios18.
Lucha de clases y “fuga
del capital”
Las descripciones propuestas
por la corriente del “capital rentista” son parcialmente retomadas por
los teóricos de la “fuga del capital” para plantear una explicación
muy diferente del mismo fenómeno. Holloway y Bonefeld atribuyen la
formación de una gran esfera especulativa al “poder del trabajo”,
interpretando que el capital escapa hacia las finanzas porque no logra
subordinar a la clase obrera. Señalan que ante esta imposibilidad de
obtener altas tasas de plusvalía, los capitalistas emigran de la órbita
productiva y mediante la expansión del crédito apuestan a lograr en la
explotación futura los réditos que no consiguen en el presente.
Este enfoque destaca la
existencia de una conexión directa entre la historia del dinero y las
fases de auge o reflujo de la lucha popular, estimando que las políticas
de expansión y contracción de la moneda son mecanismos destinados a
desactivar o forzar desenlaces de la confrontación clasista. Por eso sus
partidarios describen esta utilización de la política anticíclica
durante el keynesianismo, en el curso de la rebelión de los 70 y bajo el
neoliberalismo. Atribuyen la perdurabilidad de la “hinchazón
financiera” a la vitalidad de la insubordinación obrera, destacando que
la inestabilidad financiera obedece a la erosión del dominio burgués.
Esta visión pretende
superar el enfoque “funcionalista” y “dualista” que distingue las
tendencias económicas objetivas de la lucha de clases, intentando
demostrar que todas las leyes del capitalismo son expresiones de la lucha
de clases.
Además se propone romper
con el “fetichismo tecnicista”, estudiando el desborde financiero
actual como un producto del poderío de la clase trabajadora 19.
Sin embargo, las relaciones
entre la esfera monetaria y la lucha de clases es más diversas y
contradictorias de lo que suponen los partidarios de esa teoría.
Ciertamente el capital se fuga masivamente de un país ante una situación
revolucionaria y este abandono también se registra en los períodos de
gran lucha social o inestabilidad política. Reacciones de este tipo
fueron visibles durante las revoluciones socialistas y en las situaciones
de hiperinflación, respectivamente. Pero el análisis de la
“financiarización” está referido a los países avanzados, que
preservaron en las últimas décadas las condiciones normales de acumulación.
Resulta imposible explicar
la desregulación, la globalización o la gestión accionaria en Estados
Unidos, Europa o Japón como una escapatoria del capital frente a las
sublevaciones populares. En cualquiera de estas naciones las
transformaciones financieras no se consumaron en una etapa de “poder del
trabajo”, sino de ofensiva neoliberal y retroceso social y político de
los trabajadores.
En este marco, cada momento
de la reproducción ha constituido una reafirmación del poder de los
capitalistas y de la subordinación de los trabajadores. Es por otra parte
inconcebible un cuadro de huida sostenida hacia las finanzas, porque en
esa situación la extracción de plusvalía tendería a declinar hasta
agotarse en algún punto. Situaciones de este tipo no han ocurrido nunca,
ni es previsible que alguna vez aparezcan.
Los partidarios de esta
concepción nunca explicitan cuándo comenzó concretamente el ascenso
obrero que ahuyenta al capital. La fuga parece exenta de fechas y se la
imagina también inmune a las fluctuaciones cíclicas de la acumulación.
Esta visión del capitalismo
erosionado por una “financiarización” estructural es solo congruente
con la tesis estancacionista, no con un énfasis en la acción obrera
necesariamente sujeta a flujos y reflujos. La búsqueda de un determinante
de largo plazo del escape del capital constituye el eslabón más débil
de esta teoría, en comparación a otros intentos de encontrar relaciones
entre las crisis monetarias y la lucha de clases en el corto plazo (como,
por ejemplo, ensayaron en los 70 los partidarios del enfoque de la
“profit squeeze”).
Una situación de “fuga
del capital” no predominó bajo el keynesianismo, ni durante los 70 o
los 90. Y tampoco se ha verificado más acotadamente en las crisis periféricas
recientes, dónde resulta imposible encontrar relaciones directas entre la
lucha de clases y la política monetaria. ¿O acaso el tequila mexicano,
el desplome ruso, la debacle tailandesa o el descalabro ecuatoriano
derivaron de acciones de la clase obrera?
¿Se puede atribuir las políticas
devaluacionistas de Brasil y deflacionistas de Argentina a un
comportamiento diferenciado del proletariado de estos países? ¿En qué
punto la dolarización de Ecuador y la flotación cambiaria de Corea
expresaron tipos diferentes de rebelión popular?
Recurrir a cierta delimitación
analítica entre la esfera objetiva de las leyes económicas y la órbita
subjetiva de la lucha de clases resulta más útil para interpretar la
“financiarización” que la disolución de ambos niveles en fórmulas
monetario-clasistas.
Este “dualismo” permite
situar el estudio de los procesos financieros en su correspondiente nivel
analítico (los efectos de las leyes del capital sobre la órbita
circulatoria), facilitando la comprensión de los procesos monetarios
(porqué se contrae y expande la oferta monetaria según las necesidades
del capital, cómo oscila tasa de interés en función de la tasa de
ganancia o porqué los bancos regulan la emisión en el capitalismo
contemporáneo). El cuadro de la lucha de clases resulta solo
indispensable para enmarcar este análisis, pero no para desarrollarlo.
Buscando superar el
“funcionalismo”, la teoría del “poder del trabajo” no logra
esclarecer los rasgos específicos de la “financiarización”. La
insubordinación obrera no explica porqué se acrecienta la influencia de
los fondos de inversión, a qué obedece la vigencia de un régimen de
flotación cambiaria o qué significa el avance de la gestión accionaria
en los directorios. Es cierto que la acción política y sindical del
proletariado y la tasa de redescuento bancaria forman parte de la misma
realidad, pero su interpretación exige recurrir a instancias analíticas
muy diferenciadas. Sólo si se respetan estos niveles resulta posible
intentar una mirada unificadora de ambos procesos.
Finanzas y teoría del
valor
La interpretación marxista
de la “financiarización” se basa en la teoría del valor, que explica
como el funcionamiento del capitalismo depende de la explotación del
trabajo asalariado. Las actividades financieras facilitan este objetivo,
mediante el desarrollo de una esfera circulatoria que garantiza la
continuidad y aceleración del proceso de apropiación empresaria del
valor creado y no remunerado a los trabajadores.
Por eso todos los
instrumentos crediticios constituyen adelantos o promesas de ese plusvalor
que obtendrán los capitalistas.
La teoría del valor explica
que los precios se forman en el capitalismo en función del tiempo de
trabajo socialmente necesario para la producción de las mercancías y del
proceso de formación de una ganancia media. Este principio objetivo
emergente de la esfera productiva determina en última instancia el curso
de todas las variables claves de la economía. Por lo tanto, define también
el comportamiento de las instancias financieras. La tasa de interés, el
precio de las acciones y el lucro de los especuladores son en general
resultantes de la evolución de la tasa de beneficio.
La teoría del valor
demuestra que la acumulación desemboca en crisis periódicas, derivadas
de la competencia ciega por el beneficio y de la ausencia de mecanismos de
asignación planificada de los recursos. Estos desequilibrios generan las
crisis de valorización y realización, que se expresan en múltiples
descalabros financieros, como la sobreacumulación de capital y la
especulación bancaria, cambiaria o bursátil, que a su vez retroactúan
sobre los desequilibrios productivos.
Dinero y teoría del
valor
La interpretación marxista
de las finanzas se basa a su vez en una concepción monetaria también
derivada de la teoría del valor-trabajo. Esta visión plantea que el
dinero -pilar básico del crédito- cumple distintas funciones en la
circulación de las mercancías, que están indefectiblemente asociadas
con el reconocimiento o rechazo de la cualidad social del trabajo,
incorporado a los productos a escala privada (es decir, a nivel de cada
empresa).
En este proceso la función
prioritaria de la moneda es actuar como medida de valor definiendo en el
intercambio los premios y sanciones que reciben las firmas economizadoras
o derrochadoras de trabajo social. La moneda puede jugar este papel de
equivalente general, porque ella misma fue históricamente también una
mercancía sujeta al patrón del tiempo de trabajo. Por eso su valor de
uso ha servido de barómetro del valor de cambio de las restantes mercancías.
En su presentación del
dinero como un bien particular en una modelo abstracto de capitalismo,
Marx20 demuestra que la moneda cumple el rol de medida de valor, porque en
cada transacción brinda un patrón objetivo de verificación del tiempo
de trabajo utilizado en la producción de las mercancías. Este proceso de
intermediación monetaria resulta indispensable para el funcionamiento del
capitalismo, porque constituye el único enlace de los productores en una
economía gobernada por el mercado. Esta gestión implica que los
empresarios fabrican tanteando la demanda y desconociendo el grado de
aceptabilidad de sus mercancías, hasta el momento de su conversión en
dinero. Sólo allí pueden evaluar si han producido por debajo o por
encima del tiempo socialmente necesario y recién allí pueden calcular
efectivamente sus beneficios. El dinero es, por lo tanto, el único medio
que dispone la sociedad capitalista para validar el trabajo social y
viabilizar la reproducción del capital. Todas las operaciones financieras
ulteriores se concretan a partir de este principio.
El dinero cumple una segunda
función como medio de circulación porque bajo el capitalismo intermedia
en todas las transacciones. La ley del valor regula la actividad económica
definiendo el nivel de los precios en función del tiempo de trabajo y no
de acuerdo al total de la moneda disponible. Ese volumen incide
ulteriormente sobre los precios, pero no es su determinante básico. La
contracción y expansión de la moneda puede incentivar la inflación o la
deflación, pero no define la formación de los precios que se configuran
de acuerdo al patrón del tiempo de trabajo. Y este mismo principio rector
condiciona las transacciones financieras que se realizan en diversas
circunstancias.
La teoría del valor también
explica una tercera función del dinero de atesoramiento que deriva tanto
de la absorción y abastecimiento de liquidez surgida de la marcha del
ciclo industrial, como de la demanda especulativa que se potencia en las
crisis. En este último caso, la moneda opera como refugio de capitales
emigrados de la órbita productiva.
La teoría del valor permite
interpretar la cuarta función del dinero como medio de pago en las
relaciones entre deudores y acreedores. El dinero facilita en este caso la
expansión de la reproducción, al prolongar mediante el crédito el
tiempo de cumplimiento de los contratos.
Los bancos fueron históricamente
los protagonistas de esta intermediación, al actuar como garantes o
compensadores de los títulos suscriptos por los deudores y acreedores.
Posteriormente centralizaron la redistribución del capital periódicamente
sobrante en algunos sectores industriales pero demandado por otros, en el
curso de ciclos desiguales de producción. Esta transferencia de fondos
disponibles entre empresas excedidas y carentes de liquidez evita la
interrupción de la reproducción y acelera la rotación del capital.
Pero en esta actividad los
bancos comenzaron a actuar también como creadores de dinero hasta
desarrollar una función emisora clave en las finanzas contemporáneas.
El monto del dinero-crédito
que generan se ajusta a la ley del valor, en la medida que los medios de
pago lanzados al mercado están asociado en última instancia con las
necesidades del ciclo industrial. Esta forma de dinero no constituye una
simple prolongación de la moneda, ni tampoco una variable divorciada de
este pilar.
Representa otra forma
complementaria de dinero, porque está regida por los mismos principios de
validación mercantil de las mercancías por el tiempo de trabajo
invertido en su producción21.
Marx contempló una quinta
función del dinero universal para las transacciones mundiales. En la época
del patrón-oro este rol se efectivizaba a partir de las relaciones
existentes entre el precio del metal y las restantes mercancías, a su vez
determinado por el tiempo de trabajo requerido para la producción de
ambos tipos de bienes. La extinción de esta norma durante el siglo XX y
la crisis posterior de las divisas claves obliga a actualizar esta
caracterización y a indagar cómo el nivel de productividad prevaleciente
en las economías hegemónicas define el liderazgo mundial de sus monedas.
Este rol de divisa internacional depende en última instancia del promedio
del tiempo de trabajo socialmente necesario para la producción de las
mercancías en cada país central. Por ejemplo, el señorazgo que
actualmente detenta el dólar fluctuante y que le permitido a Estados
Unidos orientar la evolución de los principales tipos de cambio de
acuerdo a su conveniencia, expresa el liderazgo de la productividad
norteamericana22.
Algunos economistas estiman
que el fin del patrón-oro refuta la teoría del valor, sin notar que para
Marx la medida del valor es el tiempo de trabajo y no las porciones
mensurables del metal. El patrón-oro constituyó una modalidad histórica,
pero no es la condición para las transacciones, ni representa un pilar
insustituible de la teoría del dinero. Mientras que las concepciones
metalistas remarcan la necesidad de un valor material intrínseco del patrón
monetario, otros estudios investigan más adecuadamente como el dinero en
circulación puede ser interpretado cómo equivalente a una cantidad específica
de tiempo de trabajo abstracto23 La articulación jerárquica de las cinco
funciones del dinero en la gestión de la moneda y del crédito pueden ser
sintéticamente representadas en la figura de la pirámide24. En la base
de esta estructura opera el crédito privado que anticipa (“antevalida”)
el valor de las mercancías mediante préstamos entre bancos y empresas,
que posteriormente son convalidados o rechazados por el mercado.
En el medio de la pirámide
se sitúa el dinero nacional, cuyos billetes respaldados por las reservas
de cada país permiten la expansión y contracción de la moneda (“pseudovalidación”)
en función de las necesidades de la circulación. Finalmente en la cúspide
de la pirámide se ubica el dinero mundial, que a través de distintas
modalidades históricas de patrón-oro, áreas monetarias, patrón-dólar
o flotaciones hegemónicas, consuma la “validación directa” de las
mercancías comercializadas internacionalmente.
Los mitos
ortodoxos
Los economistas ortodoxos
reivindican las transformaciones financieras recientes ignorando sus
efectos desestabilizadores y empobrecedores. Argumentan que la
concurrencia mejoró la asignación de los recursos, que la liberalización
financiera perfeccionó el funcionamiento de los mercados y que la política
neoliberal permite la canalización adecuada del ahorro al revitalizar el
papel de las tasas de interés como barómetros de la rentabilidad.
Pero esta idílica imagen
choca con la realidad de intervencionismo, concurrencia oligopólica y
manipulación bursátil que domina en el universo de las finanzas. La
desregulación ha incrementado la concentración del poder financiero y la
influencia de las grandes corporaciones en el manejo del crédito. Se
afianzaron la intermediación especulativa, la manipulación contable y el
manejo secreto de los negocios amparados por el estado.
La realidad de la
globalización se ubica en las antípodas del ideal neoclásico de los
mercados perfectos. Los capitales no fluyen libremente por el planeta
favoreciendo a las naciones periféricas o reduciendo las desigualdades
entre los países. Al contrario, la polarización mundial de ingresos se
consolida con el creciente control del movimiento de los capitales por
parte de las grandes corporaciones.
Especialmente los países
subdesarrollados con excedentes de mano de obra no reciben los capitales
sobrantes de los naciones avanzadas, ni obtienen reducciones de los costos
financieros. Lejos de absorber productivamente la liquidez internacional
han padecido el impacto devastador de la afluencia de los fondos
especulativos de corto plazo. Las reformas neoliberales para “seducir
capitales “ que promueven los teóricos de la “atractividad”25 han
facilitado una escalada de colapsos financieros sin precedentes en la
periferia durante la última década.
En ese período, la expansión
de los mercados accionarios pulverizó también el mito ortodoxo de la
“democratización de la propiedad”. El poder de los concentrados
grupos capitalistas se ha consolidado en el manejo de la Bolsa y las
empresas a costa de los pequeños accionistas y ahorristas, desmoronando
el sueño neoliberal de un “capitalismo patrimonial” sostenido en el
ahorro de las familias y gestionado por millones de accionistas.
La “moneda sana” de la
ortodoxia
La ortodoxia también
postula que las reformas neoliberales mejoraron el funcionamiento del
capitalismo al promover la vigencia de “monedas sanas” que
transparentan los mercados y facilitan la elección optimizadora de los
agentes. Los neoclásicos presentan la custodia del “valor de la
moneda” como una condición de la liberalización financiera, señalando
que la manipulación inflacionaria impide la adecuada intermediación del
dinero en la circulación de mercancías. Fieles a la teoría
cuantitativa, los ortodoxos destacan además, que el éxito de la
desregulación, la globalización y la gestión accionaria depende del
control que ejerzan las “autoridades independientes” en la conducción
de los bancos centrales26.
Pero la creencia que un
“manejo sano” del signo monetario sólo requiere convicciones
neoliberales choca con la práctica de políticas expansivas que ha
caracterizado la gestión de numerosos próceres del monetarismo. Esta
contradicción confirma que la moneda en tanto equivalente general, no
puede ser manejada con el criterio de “una mercancía más” que
postulan muchos neoclásicos. En el capitalismo se puede prescindir de
cualquier mercancía menos de la moneda, que es la referencia de cualquier
intercambio.
La ortodoxia concibe a la
moneda como un desarrollo ulterior del trueque olvidando que esta
actividad se basa en relaciones bilaterales y no en la vigencia de un
mercado general. Más que un sabio recurso introducido para facilitar las
transacciones, el dinero es el único verificador del trabajo social
realizado en unidades de producción descoordinadas y guiadas por los
principios de competencia y beneficio. Por eso los agentes no “optan”´
por utilizar la moneda, sino que “deben” manejarse con ella. En el
sistema capitalista de producción atomizada, sólo el intercambio
monetario permite establecer si el volumen fabricado fue insuficiente o
excesivo, si la calidad del producto es adecuada y si su elaboración
responde a los requerimientos de los consumidores. Sin moneda no hay
capitalismo y por eso carece de sentido la conceptualización neoclásica
de la economía, a partir de un modelo que equilibra el funcionamiento del
“sector de bienes” con un “sector monetario”, solamente
complementario e introducido en el análisis a posteriori.
Esta prescindencia
imaginaria del dinero conduce a la insostenible presentación de la moneda
en los manuales neoclásicos como un “símbolo” de las transacciones,
un “vehículo” de la circulación, o un “numerario” que
contabiliza las operaciones del mercado de bienes. Este esquema olvida que
la ausencia del dinero eliminaría los patrones de conmensurabilidad
impidiendo que las mercancías detenten algún valor constatable. Sin
moneda no hay intercambio, ni producción, porque el sistema de mercado
carece de mecanismos de valuación “ex ante” para organizar la
actividad económica.
La teoría neoclásica
postula un modelo de moneda neutral, pasiva y exógena promoviendo que la
emisión se mantenga limitada a las necesidades de la circulación, sin
interferir los equilibrios entre oferentes y demandantes. Propone
erradicar la “moneda espúrea” restringiendo su emisión a escala
nacional y postula favorecer el equilibrio automático de la balanza de
pagos, a través de la flexibilización cambiaria en el plano
internacional. Pero los enormes desequilibrios creados con la desregulación
demuestran hasta que punto estas recomendaciones son puras fantasías.
La ortodoxia supone que los
desequilibrios del capitalismo pueden resolverse (o atenuarse) mediante el
manejo estricto de la moneda, porque ignora que los trastornos en esta
esfera se originan en contradicciones objetivas de la acumulación que
impactan sobre los precios y el circulante. Especialmente el
comportamiento de la oferta monetaria es un resultado de esta dinámica y
no un efecto de la solvencia o inoperancia de los directores del Banco
Central. Como los ortodoxos reducen todas las funciones del signo
monetario a un medio de circulación, no pueden captar los secretos de la
moneda en el ciclo industrial y por eso apuestan a la simplificada fórmula
de gestiones monetarias basadas en la fidelidad monetarista a las metas de
la emisión.
Los neoclásicos también
consideran que la disciplina y la neutralidad son condiciones de la
expansión “sana” del crédito y argumentan que un plafond monetario
genuino permite a las tasas de interés cumplir su función de equilibrar
el ahorro con la inversión, reflejando las remuneraciones que
corresponden a los oferentes y demandantes de fondos.
Pero esta visión se ha
vuelto particularmente anacrónica en el capitalismo contemporáneo, que
opera en torno a la creación monetaria emergente de la propia actividad
bancaria. Las restricciones monetaristas tienen efectos muy limitados
sobre esta órbita, que al actuar como generadora del dinero crediticio no
se limita a cumplir un papel de intermediación en la recepción de depósitos
y el otorgamiento de los créditos.
Los bancos no son simples árbitros
en la fijación de tasas de interés que se autoequilibran con las tasas
de ganancia, sino que abastecen de liquidez al funcionamiento de la
industria y los servicios.
Los desaciertos de la
ortodoxia se originan en la teoría subjetiva del valor y su esquema de
elecciones optimizadoras, que resulta particularmente inadecuado para el
análisis de las monedas, los créditos y las divisas. En la práctica,
este modelo cumple la función ideológica de pregonar que la conducta
anticipatoria de los individuos (es decir de los capitalistas) obliga a
cumplir con las normas monetarias y crediticias exigidas en cada momento
por los neoliberales. La creencia que esas acciones reflejan expectativas
que inhiben a la autoridades aplicar otra política económica ha sido
utilizada para convalidar todo tipo de atropellos patronales. El mito de
la moneda exógena, pasiva y neutral ha servido especialmente para
justificar el otorgamiento de plenos poderes a los banqueros que manejan
la política monetaria.
La crítica
heterodoxa
La visión heterodoxa de las
transformaciones recientes es muy crítica. Cuestiona el descontrol que la
desregulación ha provocado en las operaciones financieras de corto plazo,
señala que la globalización acentúa los riesgos de crisis sistémicas y
estima que el accionariado potencia la volatilidad de los mercados. Además,
considera que la autonomización financiera incrementa la inestabilidad e
incentiva conductas especulativas27.
Estas objeciones han
contribuido a desmistificar las tesis ortodoxas, clarificando el impacto
desestabilizador de la liberalización bancaria y demostrando la conexión
existente entre la “financiarización” y las crisis recientes. También
han probado que las políticas neoliberales favorecen la especulación.
Sin embargo, estas críticas
sólo describen el desborde especulativo sin explicarlo. A veces sugieren
que la desregulación es la causa de este descontrol, aunque en otras
ocasiones destacan que las “prácticas riesgosas” son intrínsecas a
la economía contemporánea. Pero ninguna de estas dos versiones esclarece
a qué atribuyen el dominio financiero en el capitalismo actual.
Su argumento más común
subraya que la autonomía de las finanzas es consecuencia de la declinación
de la industria y aquí contraponen “dos modelos de capitalismo”, como
si especular y producir fueran actividades opcionales y no constitutivas
de este sistema. Omiten que las dos acciones siempre han coexistido en un
modo de producción basado en la extracción, realización y distribución
de la plusvalía y desconocen que la actividad financiera facilita la
obtención de ganancias surgidas de la explotación del trabajo
asalariado. Los títulos, acreencias o acciones constituyen promesas de
esta plusvalía futura y las tasas de interés se cobran a cuenta de este
beneficio.
Al ignorar este basamento
común de la actividad industrial y financiera, los heterodoxos se limitan
a reflexionar sobre los conflictos entre ambos sectores, omitiendo la
comunidad de intereses que vincula a los empresarios con los banqueros.
De este desconocimiento
surge la idealización de un “capitalismo sin especulación” que jamás
existió y cuya concreción es tan utópica como la ilusión ortodoxa del
mercado perfecto.
Ciertamente la política
neoliberal ha favorecido en las últimas décadas al sector financiero,
pero a fin de incrementar la explotación de los trabajadores. Estos
atropellos a las conquistas sociales han beneficiado al conjunto de los
capitalistas y no sólo a los financistas. El eje del “orden
neoliberal” ha sido la ofensiva el capital sobre el trabajo y no la
confrontación entre especuladores e inversores. En su contraposición
entre “capitalismos sanos y espúreos” los heterodoxos retoman la
antigua crítica al usurero que se enriquece a costa del industrial,
ocultando que la fortuna del empresario proviene de la expropiación del
asalariado.
La heterodoxia critica los
comportamientos especulativos destacando que la “financiarización”
induce “conductas miméticas”, que desembocan en burbujas de euforias
y pánicos28. Pero esta interpretación desconoce que los asalariados no
participan del mismo juego de opciones inversoras que los capitalistas. Sólo
los empresarios pueden “preferir la liquidez” y no por imitación,
sino como resultado de la retracción de las ganancias en la esfera
productiva.
Finanzas e
industria
La heterodoxia destaca que
la desregulación ha debilitado la asignación crediticia que los bancos
realizan a partir de su conocimiento de los clientes29 Pero este deterioro
de la función reguladora de los bancos deriva de la concurrencia y es
comparable con cualquier desequilibrio creados por el aumento de la
competencia. La presencia de fondos de inversión afecta el manejo del crédito
de la misma manera que el ingreso de un nuevo fabricante desestabiliza el
status quo de una rama industrial.
Ambas convulsiones provienen
del mismo impulso competitivo que alimenta las crisis periódicas. En el
primer caso aparece un excedente de capital y en el segundo irrumpe la
abundancia de mercancías, pero ambas situaciones son consecuencia de las
mismas normas capitalistas que rigen toda la actividad económica.
La heterodoxia cuestiona el
carácter parasitario de la globalización financiera subrayando la
ausencia de inversiones genuinas y la subordinación de las actividades
productivas al dominio de las finanzas. Pero al estudiar unilateralmente
la autonomización de las operaciones financieras sin prestar atención a
su conexión productiva, la heterodoxia olvida que el financista sólo
comercializa en forma anticipada una promesa de ganancia futura. Por eso
desvinculan la globalización financiera del salto registrado en la
internacionalización general de la economía, perdiendo de vista como los
flujos financieros están dictados por la tasa de beneficio, cual es la
conexión de la inversión con los mercados bursátiles y porqué la
fluctuación de los tipos de cambio está asociada con las tendencias de
la productividad.
Capitalismo
patrimonial
La heterodoxia también
critica la “dictadura de los accionistas”, la “tiranía del
departamento financiero” y el “cortoplacismo” de las firmas. Pero
algunos teóricos de esta corriente estiman que la nueva gestión
accionaria ha inaugurado un “capitalismo patrimonial” regulado por la
demanda de las familias poseedoras de acciones. Aglietta30 sostiene que en
este modelo los rendimientos crecientes y los avances tecnológicos son
inducidos por el aumento del consumo que genera la valorización bursátil.
Boyer31 considera que este ingreso patrimonial también determina las
prioridades de la política económica al alentar el ahorro
institucionalizado en los fondos de inversión. Esta visión postula que
las “finanzas orientan el desarrollo capitalista” por medio de la tasa
de interés (Aglietta), en un “nuevo régimen de acumulación liderado
por las finanzas” (Boyer).
Pero esta presentación
centrada en la actividad financiera invierte la causalidad del proceso
económico basado en la producción. Olvida que la tasa de ganancia es el
motor de la acumulación, mientras que la tasas de interés constituye sólo
una detracción del beneficio destinada a remunerar a los prestamistas.
Esta variable incide pero no orienta las fluctuaciones de largo plazo,
cuyo movimiento está dictado por el comportamiento de la tasa de
ganancia. Y esta misma dinámica guía la evolución de las acciones.
Aglietta remarca desde hace
tiempo la existencia del “régimen de acumulación orientado por las
finanzas” que Boyer acepta últimamente. Este autor considera que el
modelo patrimonial refleja más adecuadamente los cambios registrados en
el capitalismo, que las otras cinco interpretaciones más difundidas en
los últimos años (toyotismo, transformación informática, economía del
conocimiento, nuevas formas de consumo, competitividad flexible).
Pero en todo caso, la
“financiarización” sólo ilustra las modificaciones consumadas en la
esfera del ahorro y el crédito. No aclara el origen y la dinámica de
estos flujos. La atención precedente que la Regulación prestaba a la
relación salarial y a los modelos de consumo ofrecía mejores pistas de
análisis que la actual óptica financiera. El giro actual obstruye la
interpretación de la economía contemporánea (Boyer) o conduce a la
reivindicación de la gestión accionaria y a la justificación del pago
de los salarios con títulos de la empresa (Aglietta)32.
Ambos autores igualmente
reconocen la dudosa viabilidad del “capitalismo patrimonial”, porque
es evidente que este modelo solo alcanzó cierta gravitación en Estados
Unidos. Además, difícilmente pueda explicarse la reactivación
norteamericana de los 90 por el “efecto riqueza” que generó la
“exuberancia de Wall Street”.
Aunque el incremento de la
demanda sostenido en el gran endeudamiento de las familias motorizó esa
prosperidad, la explicación de esa recuperación hay que buscarla en el
campo de la inversión, la productividad y la innovación tecnológica. El
boom accionario precedió en parte el repunte norteamericano, pero solo
cobró fuerza con las transformaciones productivas y con la hegemonía
alcanzada por Estados Unidos en el proceso de mundialización. Las
interpretaciones centradas en la esfera financiera nos alejan de esta
indagación.
La moneda convencional de la
heterodoxia
La concepción heterodoxa de
las transformaciones financieras se basa en una teoría de la moneda endógena
y activa, gobernada por las fuerzas de la demanda, determinada por el
marco institucional y aceptada por su representatividad simbólica.
Esta visión es utilizada
para demostrar los inconvenientes que entraña la autonomización de las
finanzas para el desarrollo del capitalismo.
La tesis heterodoxa critica
la incomprensión ortodoxa del carácter convencional de la moneda, señalando
que la función de medida de valor antecede a su rol de intermediación en
la circulación. También destaca que la desatención neoclásica por la
problemática del atesoramiento les impide comprender como la
“preferencia por la liquidez” es el rasgo dominante de la “financiarización”.
Remarca que estas falencias provienen de una visión walrasiana estática,
que ignora la gravitación de la temporalidad y la consiguiente influencia
de la incertidumbre en la demanda de dinero.
Subrayan, por lo tanto, que
las expectativas constituyen el componente decisivo del curso de la
moneda33.
Pero esta puntualización
omite que el contexto incierto no es un dato inexorable de toda la
sociedad, sino un rasgo de la economía capitalista orientada por el
mercado, basada en la competencia y guiada por el beneficio. Constatar que
los “agentes” buscan protegerse de la incertidumbre optando por la
liquidez no alcanza para explicar el origen de esa imprevisibilidad, que
es la regulación convulsiva de la economía del mercado por parte de la
ley del valor.
Como en este sistema la
producción se desenvuelve bajo el acicate de la concurrencia y no en
función de los requerimientos de los consumidores, existe un horizonte de
crisis siempre presente, que induce a los empresarios a proteger sus
capitales mediante el atesoramiento. Estos impulsos expresan la
incertidumbre, pero se originan en la anarquía del mercado.
Siguiendo a Keynes la
heterodoxia indaga la conducta de los especuladores, olvidando vincular la
existencia de fondos sobrantes y faltantes a los requerimientos de la
acumulación en las fases de expansión o crisis. Se concentra en el análisis
de la “preferencia por la liquidez”, omitiendo el estudio del drenaje
y la absorción objetiva de capitales que genera la marcha del ciclo
industrial.
Este énfasis en los
comportamientos especulativos contrasta con el acertado rechazo de la teoría
cuantitativa, la exogeneidad de la moneda y la neutralidad de los bancos.
La heterodoxia destaca la importante función que cumplen estas entidades
en la creación de dinero y describe como el nivel de emisión depende de
la proyección que hacen los bancos de la actividad futura en base a la
demanda esperada. Por eso destacan correctamente que la moneda de crédito
se genera endógenamente en el ciclo, sin que esta emisión provoque
perturbaciones si es absorbida por la actividad productiva34. Esta visión
se apoya, además, en una definición amplia del dinero que incluye a
todas las formas y especies de la moneda, desde los billetes hasta los
bonos o tarjetas de crédito.
Pero si los bancos cumplen
un tan rol estratégico y la moneda incluye una gama tan variada de medios
de circulación y pago es porque las necesidades de liquidez se amplían
con el desarrollo de la acumulación. En este desenvolvimiento y no en las
conductas “miméticas” de los especuladores radica la clave del rol
contemporáneo de la moneda. La heterodoxia no puede conceptualizar
adecuadamente este papel porque ignora que la dinámica del dinero está
determinada por el curso de la producción y por el desenvolvimiento de
los medios de circulación y pago, como equivalentes del valor creado en
ese ámbito.
Los heterodoxos rechazan la
teoría del valor-trabajo y algunos consideran que esta concepción es
tributaria del “dinero-mercancía” y conduce a la “subestimación”
de la autonomía del dinero y del rol emisor de los bancos35. Pero el
“dinero-mercancía” es un concepto que inicialmente toma Marx para
demostrar la existencia de un patrón de determinación objetiva de los
precios y el volumen de la circulación. Este esquema analítico permite
explicar que el tiempo de trabajo es en última instancia el parámetro
del comportamiento del dinero-crediticio. Rechazando este parámetro: ¿A
qué principio se ajusta la creación del dinero-bancario? Los neoclásicos
responden con el invariable comodín de la oferta y la demanda, pero la
heterodoxia no supera esta banalidad cuándo explica el problema hablando
de las”regulaciones bancarias”, ya que nunca aclara cuál es la lógica
subyacente que guía la sanción de estas normas.
Cómo alternativa a la
reivindicación ortodoxa del mercado y a la teoría marxista del valor, la
heterodoxia postula que las funciones múltiples de la moneda derivan de
la acción estatal y del marco institucional. Plantea que la moneda es
principalmente un “valor de cada sociedad”, que se legitima en
relaciones de confianza jerárquica (banco central con otros bancos), metódica
(uso rutinario) y ética (entre los miembros de la comunidad). Señala que
estas relaciones se sostienen en el poder simbólico que despierta la
moneda entre sus tenedores. Y ratifica que esta aceptabilidad surge del
rol que cumplen las instituciones que preceden al orden mercantil36.
Pero esta insistencia en el
basamento extraeconómico del dinero parece ignorar que la moneda es un
producto de las relaciones mercantiles y no circula en cualquier sociedad.
Y si detenta una dinámica endógena es porque no es un resultado
extraeconómico de convenciones y acuerdos institucionales. Al reemplazar
el análisis del dinero contemporáneo en función del curso del
capitalismo por la búsqueda de sus secretos en alguna fuerza estatal o
militar o en cierta autoridad mítico-simbólica, la heterodoxia recrea el
antiguo fetichismo de la moneda37.
La versión diabólica de
esta fantasmagoría es la tesis de la “violencia de la moneda” que
presentan Aglietta y Orlean para sugerir que algún poder misterioso
alimenta la dominación omnipresente del dinero. En la interpretación más
angelical – que en otras ocasiones ofrecen los mismos autores- la
dominación de la moneda se ejerce a través de las relaciones
comunitarias de confianza. Aquí prevalece la imagen de un “consenso
monetario”, que no permite entender porqué la gestión del dinero está
exclusivamente concentrada en los funcionarios del Banco Central que
selecciona la clase dominante38.
La heterodoxia remarca que
el dinero es una “una relación social”, pero interpreta esta definición
como un lazo entre individuos dentro de cierto marco institucional. Pero
esta definición es una simplificación, porque desconoce que el manejo
del dinero pertenece a los capitalistas y no al conjunto de la sociedad.
Se limita a subrayar lo obvio (que la moneda es un instrumento de la
reproducción económica de la sociedad) eludiendo lo esencial (que la
moneda consagra la explotación de los asalariados).
En realidad, el dinero en
tanto “relación social” no es solo una medida de valor del conjunto
de las mercancías, sino también del plusvalor extraído a los
trabajadores. Y aquí radica el secreto de la transformación de una suma
inicial en un volumen monetario mayor. Esta omisión le impide a la
heterodoxia desentrañar los misterios de la moneda y dilucidar los enigmas de la “financiarización”.
Concluciones
La interpretación marxista
permite comprender de qué forma las transformaciones financieras
recientes han contribuido a recuperar la tasa de ganancia en el proceso de
crisis y reorganización del capital de las últimas décadas. Aclara
porqué la desregulación, la globalización y la gestión accionaria de
las firmas se inscriben en una ofensiva del capital centrada en el aumento
de la tasa de explotación, explica cómo la liberalización financiera
expresa la exacerbación de la competencia y cuáles son los vínculos que
conectan a la globalización financiera con el salto registrado en la
internacionalización productiva. Partiendo de este enfoque se puede
interpretar la hegemonía del capital financiero como un aspecto de la
reestructuración en curso y observar el impacto especulativo de la
“financiarización” como una manifestación del carácter inconcluso
de ese proceso.
Este abordaje indaga la dinámica
de las finanzas en función de contradicciones del capital principalmente
localizadas en el plano productivo e interpreta los desequilibrios
financieros en el marco de la teoría del valor-trabajo. Por eso atribuye
el origen de estas convulsiones a la competencia ciega por el beneficio y
a la ausencia de mecanismos de asignación planificada de los recursos.
El enfoque marxista es antagónico
con el razonamiento ortodoxo en términos de equilibrio y libre elección
por parte de consumidores y productores maximizadores de sus bienes,
monedas o créditos predilectos. También se opone a prescindencia
heterodoxa de toda teoría del valor y a su caracterización de
“financiarización” como un resultado exclusivo de desbordes
especulativos o políticas neoliberales.
La tesis marxista analiza
las transformaciones financieras recientes como parte de un caótico
proceso de ajuste del valor de las mercancías, que se consuma a través
de crisis y depuraciones de capitales. Esta concepción se basa, a su vez,
en una interpretación de las distintas funciones del dinero en el proceso
de verificación del tiempo de trabajo social incorporado a las mercancías.
Este enfoque rechaza la teoría
ortodoxa de la moneda pasiva, neutral y exógena y la visión heterodoxa
de la moneda convencional, endógena y simbólica, ofreciendo un sustento
conceptual alternativo para una mirada esclarecedora de las
transformaciones financieras actuales.
Bibliografía citada:
1)
Economista,
profesor de la Uba, investigador del Conicet.
2) Una descripción de las
transformaciones financieras puede consultarse en: Plihon Dominique.
"Les enjeux de la globalisation financiere". Mondialisation. Au-dela
des mythes. La decouverte, Paris, 1997. Brunhoff Suzanne.
"L'inestabilité monaterires internationale". La mondialisation
financiére. Syros, Paris, 1996. Brunhoff Suzanne. Interventions et debats.
Mondialisation,
Espaces Marx, Paris, 1999. Brunhoff Suzanne de “Dollarisation et
monnaies regionales”. Cahiers Marxistes 219, juin-juillet 2001,
Bruselles.
3) El impacto especulativo
de las transformaciones financieras está ampliamente documentado en:
Chesnais, Francois."Introduction". La mondialisation financiére.
Syros, Paris, 1996. Aglietta Michel. “Globalización
financiera: fundamentos y consecuencias”. Moneta C Quenán Las reglas de
juego América Latina, Globalización y regionalismo, Bs As Corregidor
1994. Evans, Trevor. "El dinero hace girar al mundo". Trabajo y
Capital, n 3, Montevideo, 1992. Guttmann Robert. "Les mutations du
capital financier". La mondialisation financiére. Syros, Paris,
1996.
4) Hemos analizado esta
transformación en.: Katz Claudio “Desequilibrios y antagonismos de la
mundialización”. Realidad Económica n 178, febrero-marzo 2001, Buenos
Aires.
5)
Froud Julie, Haslam Colin, Johal Sukhdev. Williams Karel. “Shareholder
value and financialization”. Economy and society, n 1, vol 29, febrary
2000. Williams Karel. “From shareholder value to present-day capitalism”.
Economy and society, n 1, vol 29, febrary 2000.
6)
Dumenil Gerard, Levy Dominique. “Sortie de crise, menaces
de crises et noveau capitalisme”. Une nouvelle phase
du capitalisme? Syllepse, Paris 2001. Dumenil Gerard, Levy Dominique. Crise
et sortie de la crise, Actuel Marx-Puf, Paris, 2000.(cap 1,2 y 9-15).
7)
Chesnais Francois: “Tobin or not Tobin”. Unesp, Sao Paulo, 1999,
"Notas para una caracterización del capitalismo a fines del siglo
XX". Herramienta, n 1, agosto 1996, Buenos Aires. "Contribution
au debat sur les cours du capitalisme" Actualiser l'economie de Marx.
Congres Marx Internacional. PUF, 1996. La mondialisation du capital. Syros,
Paris, 1994 (cap 1,2 y 12). “La nouvelle economie: une conjoncture
propre a la puissance hegemonique americane”. “Sortie de crise,
menaces de crises et noveau capitalisme”. Une nouvelle phase du capitalisme? Syllepse,
Paris 2001. “Les dangereux mirages de la “relative fonctionnalité de
la finance”. Critique Communiste, n 151, Hiver 1998, Paris. Serfati
Claude. "Consideraciones sobre el artículo de Francoise Chesnais".
Herramienta n 3, otoño 1997.
8) Estas acertadas
observaciones son planteadas por: Husson Michel. "Contre le
fetichisme de la finance". Critique Comuniste, n 149, eté 1997.
Husson, Michel. "Las tres dimensiones del neo-imperialismo".
Viento Sur, n 25, marzo 1996.
9) Ver respectivamente:
Mandel, Ernest. Traité d'Economie Marxiste. Maspero, Paris, 1969.(T 2,
cap 7 y 8).
Shaik,
Anwar."The stock market and the corporate sector: a profit base
approach" Working papers. The Jerome levy economic institute, n 146,
september 1995. Carchedi, Gugliemo. Frontiers of political economy, Verso,
London, 1991, (Cap 5.6, 7.5, 8,1).
10) Algunas vertientes de la
teoría del capital rentista tienen derivaciones estancacionistas (suponer
la paralización de las fuerzas productivas) o catastrofistas (imaginar la
inminencia de incontrolables explosiones económicas en cualquier
circunstancia y país). Estos enfoques olvidan que las crisis periódicas
el capitalismo derivan de la competencia, del ritmo de la inversión, del
cambio tecnológico y del aumento de la productividad. Si el capitalismo
lograra sustraerse de estas fuerzas también desaparecerían las
convulsiones que tanto remarcan los partidarios más extremos de la teoría
del capital rentista. Ver por ejemplo: Savas Michael. “Globalización y
socialismo”. En Defensa del Marxismo, n 18, octubre 1997, Buenos Aires.
11) Hilferding Rudolf. El
capital financiero, tecnos , Madrid, 1973.(cap 1 a 14). Lenin V. “El
imperialismo fase superior del capitalismo”. Ed Anteo Buenos Aires,
1974. Chesnais Francois. "Elementos de respuesta a las notas de
Claude Serfati". Herramienta n 3, otoño 1997. “Actualizar la noción
de imperalismo para comprender la crisis en curso”. Herramienta n 9 ,
otoño 1999. Carcagholo Reinaldo, Nakatani Paulo. “Capital especulativo
versus capital financiero”. Arriola J, Guerrero D. La nueva economía
política de la globalización. Universidad de País Vasco, Bilbao 2000.
12) Brunhoff Suzanne de. La
oferta de moneda. Tiempo contemporáneo, Buenos Aires 1975. (cap 2)
13) Andreff Wladimir, Pastré
Olivier. “La génesis de los bancos multinacionales”, en Lichtensztejn
Samuel, Estévez Jaime. Nueva fase del capital financiero, Ilet, México,
1981.
14)
Chesnais, Francois."Introduction". La mondialisation
financiére. Syros, Paris, 1996. "Notas para una caracterización del
capitalismo a fines del siglo XX".Herramienta, n 1, agosto 1996,
Buenos Aires. “La nouvelle economie: une conjoncture propre a la
puissance hegemonique americane”. “Sortie de crise, menaces de crises
et noveau capitalisme”. Une nouvelle phase du capitalisme? Syllepse, Paris 2001. También:
Carcanholo Reinaldo. “O capital especulativo e a desmaterializacao do
dinero. Revista da Sociedad Brasileira de Economía Politica, n 8, junho
2001.
15)
Marx, Carlos. El
Capital, tomo III, sección 3, México, Fondo de Cultura Económica, 1973.
(Sección quinta).
16) Brunhoff Suzanne.
L´heure du marche, Puf, Paris, 1986.(cap 4)
17) Abalo opina que en tanto
categoría intermedia que tiene precio, pero no valor, el capital ficticio
cumple un rol secundario y no esencial para la reproducción. Abalo
Carlos. “La crisis y el porvenir del capitalismo”. Herramientas, n 6,
otoño 1998, Buenos Aires.
18) Husson Michel.
"Contre le fetichsime de la finance". Critique Comuniste, n 149,
eté 1997 Astarita describe como la valorización bursátil es
habitualmente puramente nominal, ya que la sola compra-venta de acciones
no crea un nuevo poder de compra y por eso tantas veces la Bolsa se infla
y desinfla sin afectar el proceso económico -Astarita Rolando. “La
crisis económica”. Razón y revolución, n 5, otoño 1999, Buenos
Aires.
19)
Holloway, John. "La
osa mayor". Cuadernos del Sur, n 21, mayo 1996, Buenos Aires.
Holloway John. “Valor, crisis y lucha de clases”. Herramienta 15, otoño
2001. Holloway, John; Bonefeld, Werner. "Dinero y lucha de clases.
Globalización y estados-nación. Cuadernos del Sur, 1995.
20)
Marx, Carlos. El
Capital, tomo I, sección 1 y 2, México, Fondo de Cultura Económica,
1973.
21) Brunhoff Suzanne. La
concepción monetaria, Ediciones del siglo, Buenos Aiores 1973.
22) Estados Unidos ha
boicoteado las propuestas de crear alguna moneda de referencia mundial
(canastas monetarias compuestas, deg´s) gestionadas por los bancos
centrales o el FMI porque usufructúa de la potestad de inducir etapas de
alto y bajo dólar en función de la necesidad de absorber capitales
externos o propulsar las exportaciones.
Este manejo se apoya hasta
ahora en la incapacidad de las dos monedas rivales para constituirse en
divisas alternativas. El euro recién ha debutado y el yen no constituye
una moneda de reserva ni siquiera en su zona de mayor influencia, como lo
demostró el rol dominante del dólar durante la crisis asiática de
1997-98. Mientras que un proceso de dolarización está en marcha en los
países latinoamericanos más atados a la divisa norteamericana, no está
a la vista ningún experimento de “euroización· o “yenización”.
El dólar flotante le
permite a Estados Unidos reservarse un amplio margen de maniobra para
forzar y romper acuerdos monetarios con Europa y Japón. Ver. Arriola
Joaquin. “Globalización e imperialismo: liberalización financiera y
asimetría monetaria”. Arriola J, Guerrero D. La nueva economía política
de la globalización. Universidad de País Vasco, Bilbao 2000.
23) En esta línea se
enmarcan las nociones de “valor del dinero” y “expresión monetaria
del valor” que analiza. Foley Duncan K. “Recent developments in
the labor theory of value”. Paper to IWGT, februay 1997.
24)
Brunhoff Suzanne. Etat et capital, FM. Fondations, Paris 1981.(cap 2). Evans
Trevor. “Una perspectiva sobre las teorías marxistas del dinero
crediticio y el capital”. Arriola J, Guerrero D. La nueva economía política
de la globalización. Universidad de País Vasco, Bilbao 2000. También:
Netter Maurice. “Valeur marxienne, monnaie du crédit et mouvements
economiques de longue durée”. Congres Marx International III, Paris,
26-29 septembre 2001.
25)
Michalet Charles Albert. La seductions des nations, Economica, Paris,
1999 (cap 3 y 4).
26) Meltzer Allan. "El
monetarismo y la crisis en economía", Arrow Kenneth.
"Magnitudes reales y nominales en economía", Willes Mark.
"Las expectativas racionales como contrarevolución", en Bell
Daniel; Kristol Irving. La crisis en la teoría económica. Ediciones El
Cronista Comercial, Buenos Aires, 1983.
27) Brossard Olivier. “D´un
krach à l´autre”. Grasset, Paris, 2001. Giraud Pierre
Noel. Le commerce des promesses”. Seuil, Paris 2001.Clairmont Federic. ¨Fusiones
de empresas, festìn de depredadores¨. Le Monde Diplomatique. Enero 2000.
28) Orlean André et
Tadjeddine Yasmina. “Eficacité informationnelle et marches financiers”.
Petit Pascal. L’économie de l’information. La decouverte, Paris,
1998.
29) Aglietta Michel.
Macroeconomie financiere, Paris La decouverte 1995 (cap 5). Aglietta Michel. “Shareholder value and corporate governance”.
Economy and society, n 1, vol 29, febrary 2000.
30)
Aglietta Michel. Macroeconomie financiere, Paris La decouverte 1995 (cap 1
y 4) 31Boyer Robert. “Is a finance-led growth regime a viable
alternative to fordism?” Economy and society, n 1, vol 29, febrary 2000.
32) Ver critica en Husson
Michel. “L´ecole de la regulation, de Marx a la fondation Saint Simon:
un aller sans retour?” . Bidet Jacques, Kouvélakis Eustache.
Dictionaire Marx Contemporaine, Puf, Paris 2001. Husson Michel. “Finance
et capital”. Socialisme, n 1, automme 2001, Paris. Tmbién: Grahal John.
“The Regulation School”. Economy and society, n 1,
vol 29, febrary 2000.
33) Davidson Paul.
"Economía pos-keynesiana", en Bell Daniel; Kristol Irving. La
crisis en la teoría económica. Ed El Cronista Comercial, Buenos Aires,
1983. Kregel, J.A. "Mercados e instituciones como aspectos de un
sistema de producción", en Economía poskeynesiana, Fondo de Cultura
Económica, México, 1988.
34) Leonard Jacques. “La
monnaie”. Di Ruzza Renato, Fontanel Jacques. Dix débates en économie
politique. Pug, Grenoble, 1994.
35)
Ingham Geoffrey. “Fundamentals of a theory of money”. Economy and
society, n 3, vol 30, august 2001
36)
Orlean André. “La monnaie autoreferentielle”, Aglietta Michel,
Andreau Jean, Anspach Mark. “Introduction”, Aglietta Michel, Cartelier
Jean “Ordre monetaire des economies de marché” . Agiletta Michel. La
monnai souvairane. Paris, 1998.
37)
Fine, Ben , Lapavitsas. ¨Markets and money¨. Economy and society, n 3,
vol 29, octobre 2000 (socio). Neary Michael, Taylor Graham. ¨Marx and the
magic of money¨. Historial Materialism n 2, summer 1998.
38) Antes de girar hacia la
heterodoxia Agilettta proponía una concepción armonicista de la gestión
de la moneda apoyada en ciertos vestigios de la teoría del valor, aunque
ya orientada a subrayar la función reguladora del estado. Esta visión
actualizaba la la teoría del “valor socialmente necesario”, que
Hilferding propuso para explicar como en el “capitalismo organizado”,
los carteles regulan la fijación ex ante de los precios mediante el
manejo de la oferta monetaria.
Pero como lo demostraron críticos
tradicionales y recientes, esta regulación es impracticable en el marco
de la producción competitiva y no planificada del capitalismo. Lejos de
constituir un escenario de confluencia equilibradora, el área monetaria
es el epicentro de la crisis, porque concentra todas las tendencias
dislocadoras de la acumulación. Por eso los grandes estallidos económicos
debutan y concluyen en este terreno. Cuánto mayor es el manejo de la
oferta monetaria y la inducción gubernamental de la tasa de interés o
los tipos de cambio, mayor es el impacto latente de la crisis capitalista,
porque la escala del estallido se amplifica potencialmente en proporción
a la intervención del estado. Ver: Grossman Henryk. La ley de la acumulación y el derrumbe
del sistema capitalista. Siglo XXI, México, 1979. (cap final punto 2).
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