Etapa, fase y crisis
Por Claudio Katz (1)
Noviembre, 2002.
Para esclarecer las
transformaciones del capitalismo contemporáneo hay que partir de la
periodización del sistema mismo. Caracterización de la última década.
Resumen: Para esclarecer las
transformaciones del capitalismo contemporáneo hay que partir de la
periodización de este sistema. Una nueva etapa comenzó a perfilarse en
la última década, pero este período no se ha consolidado porque el
repunte de la tasa de ganancia agravó la estrechez de los mercados. Este
desequilibrio es visible en la esfera del consumo, dónde la ofensiva del
capital ha derivado en una erosión del poder de compra. También la
polarización imperialista, la expansión geográfico-sectorial del
capital y el avance de la mundialización acentuaron el desacople entre la
recuperación de la rentabilidad y la contracción del poder adquisitivo.
La misma contradicción obstruye el progreso de la revolución tecnológica
y potencia las conmociones financieras.
El estudio de las fases
contribuye a explicar esta situación porque indaga las razones del
predominio de períodos prolongados de auge, depresión o indefinición
del nivel de actividad. La fase actual de bajo crecimiento contrasta con
la prosperidad de posguerra, pero no se asemeja a la depresión de
entreguerra. Prevalece un tono gris, especialmente signado por las nuevas
contradicciones surgidas de la crisis del 70. En la actual coyuntura
recesiva internacional se puede observar, además, una peculiar fractura
del mundo en cuatro áreas de evolución económica divergente.
Recurriendo a una teoría
multicausal de la crisis se puede comprender cómo se entrecruzan los obstáculos
a la valorización del capital con los límites a la realización del
valor de las mercancías. En el actual contexto de frágil recuperación
de la tasa de ganancia y retracción de la demanda, el aumento de la
explotación y la reducción de los salarios coexisten con depuraciones
limitadas de los capitales obsoletos. Por eso se extiende la sobreproducción
y se multiplican los descalabros financieros.
Estos desequilibrios están
agotando el auge de la ideología neoliberal, en un marco de rebeliones
periféricas, recomposición de la clase obrera y avances del movimiento
de protesta global. Si se observan las tendencias subyacentes en esta
crisis también se pueden percibir rasgos prefiguratorios de un devenir
socialista.
Etapa, fase y crisis
Existe la generalizada
percepción que en las últimas dos décadas se registraron cambios
significativos en el funcionamiento del capitalismo, pero resulta difícil
precisar cómo modificaron la dinámica de este sistema. La discusión de
estos problemas tiende a sesgarse en función del estado de ánimo
prevaleciente entre los economistas del establishment. En los momentos de
entusiasmo por la “nueva economía” se magnifican las transformaciones
al punto de augurar el fin del ciclo económico, mientras que en las
coyunturas de pesimismo se habla de colapsos financieros y de invariable
estancamiento.
Un obstáculo para
caracterizar al período en curso radica en la endeblez de las referencias
históricas comparativas. El desempleo, la pobreza y el retroceso salarial
de los años 80 y 90 conforman un marco totalmente opuesto a la
prosperidad de posguerra. Pero este contexto tampoco se asemeja -en los países
centrales- al derrumbe social de la entreguerra. ¿Cuáles son las
singularidades del capitalismo reciente? ¿Es un sistema “financiarizado”,
“excluyente” o “informacional”? ¿Corresponde definirlo por su
alcance “global” y por la hegemonía de la prédica “neoliberal” ?
¿Se caracteriza por una nueva dominación “imperial”,
“transnacional” o “unipolar”?
Las respuestas a estas
preguntas requieren caracterizar el período en curso para esclarecer si
las formas de acumulación han dado lugar a una etapa de funcionamiento
diferenciado del sistema.
El problema de las
etapas
Estudiar una etapa implica
analizar cómo se articulan en cierto cuadro histórico las leyes que
rigen al capitalismo. Esta indagación exige cierta conceptualización de
los acontecimientos, para definir si han aparecido puntos de ruptura en el
molde de acumulación vigente.
Este tipo de periodización
exige jerarquizar la explicación y clasificar los sucesos de acuerdo a
sus implicancias y no en función de su estricta temporalidad. El registro
secuencial de los hechos -que caracteriza a la cronología- constituye aquí
solo un aspecto auxiliar del análisis. Un ejemplo de este esquema analítico
de etapas es la delimitación que establece E.Hobsbwan entre el “siglo
XX corto” (1914-89) y su precedente “siglo XIX largo” (1789-1914) o
entre los períodos de “catástrofe” (1914-45), “edad de oro”
(1945-73) e “incertidumbre” (1973-actualidad).
La periodización se sitúa a
un nivel de elaboración más abstracto que el estudio concreto del
capitalismo en un país, una circunstancia o un momento determinado. Por
eso presenta ciertas semejanzas metodológicas con la indagación de las
“formaciones económico-sociales” de un mismo modo de producción. La
periodización apunta a conceptualizar los cortes temporales que separan
procesos históricos diferenciados, pero a la vez resultantes de los
mismos principios que guían el curso del capitalismo .
Las etapas constituyen un tema
clásico del marxismo que la ortodoxia neoclásica ni siquiera puede
abordar, porque resulta imposible periodizar con la metodología de la
optimización racional o con supuestos de eternidad mercantil. Las
investigaciones heterodoxas de los patrones de cambio tecnológico (schumpeterianos),
laboral (regulacionistas más recientes), financiero (keyenesianos) y
social (institucionalistas) han contribuido al estudio de las etapas. Pero
estos criterios resultan insuficientes, porque ignoran los procesos de
extracción, apropiación y acumulación de plusvalía que singularizan a
cada período.
Marx presenció el surgimiento
del capitalismo, contrastó su evolución con los regímenes sociales
precedentes y distinguió también la gestación del nuevo modo de
producción (acumulación primitiva) de su pleno desenvolvimiento
(acumulación del capital). Pero no estudió las etapas de este sistema en
su madurez.
Lenin inauguró esta indagación
al caracterizar la situación creada con el fin de la depresión de
1873-96. A diferencia de Bernstein y Kaustky, que situaban sus divergentes
diagnósticos en el marco del mismo período (atenuación o agravamiento
de las crisis, respectivamente), Lenin planteó la vigencia de una nueva
etapa imperialista. Esta caracterización quedó posteriormente
incorporada al cuerpo teórico del marxismo y fue completada en la
posguerra, por los autores que subrayaron la presencia de otra etapa del
capitalismo (monopolista, monopolista de estado, tardía).
En su mayor parte, estos
pensadores incluyeron a este nuevo período en la era históricamente
declinante del capitalismo, que para Lenin había comenzado con la primera
guerra mundial. Pero a su vez señalaron que esta decadencia no elimina la
continuidad de la acumulación y la consiguiente existencia de nuevas
etapas de funcionamiento diferenciado del sistema.
Para retratar las características
del nuevo período de posguerra, algunos teóricos priorizaron el estudio
del tipo de plusvalía extraída (absoluta y relativa) o la forma de la
acumulación (extensiva o intensiva), otros fijaron su atención en la
modalidad predominante del capital (financiero, industrial, comercial) o
en el proceso de trabajo (taylorista, fordista, toyotista) y algunos
observaron con más interés el tipo de competencia prevaleciente (libre
cambio, monopolio, regulación pública) o las peculiaridades de la
intervención estatal (liberalismo, keynesianismo, neoliberalismo). Pero
la mayoría de los estudiosos marxistas destacó acertadamente la
existencia de este tercer período, frente a los pensadores que
circunscribían dogmáticamente la vigencia de las etapas a los dos
momentos señalados por Lenin.
El estudio de las etapas
despierta en la actualidad cierto escepticismo entre los autores que
descartan la periodización, intentado privilegiar la búsqueda de
fundamentos más rigurosos para la definición de las leyes y las
contradicciones del capitalismo. Pero esta postura detecta obstáculos dónde
existen puentes, porque desconoce que la periodización constituye un
instrumento de gran utilidad para estudiar como el curso de la acumulación
se modifica junto al contexto histórico .
La caracterización de etapas
encontró inicialmente buena acogida entre los regulacionistas, que
identificaban la vigencia de estos períodos con el predominio de ciertos
“regímenes de acumulación”. Pero esta pista de reflexión quedó
trunca cuándo fue sustituida por el análisis comparativo de modos de
regulación nacionales, especialmente centrado en la contraposición del
neotaylorismo anglosajón con el kalmarismo sueco o renano . Esta
investigación sincrónica de modelos que coexisten rivalizando no brinda
los conceptos unificadores, que podrían surgir de la indagación diacrónica
de las modalidades históricas del capitalismo. Las dificultades de esta
visión se acentuaron posteriormente con el énfasis puesto en
inspeccionar instituciones, que representan apenas un componente y no el
rasgo definitorio de estos períodos.
Para estudiar las etapas hay
que situarse analíticamente en el plano internacional del capitalismo,
como acertadamente proponen los historiadores sistémicos . Pero la
periodización que postulan estos autores, observando “ciclos de
acumulación” hegemonizados por diversas potencias (Génova, Holanda,
Gran Bretaña, Estados Unidos) desde el siglo XVI, diluye las diferencias
que separan el origen de la consolidación del capitalismo. Esta visión
“transcapitalista” olvida que este modo de producción se caracteriza
por crisis intrínsecas, que recién debutaron con la presencia de las
fluctuaciones cíclicas de la economía, es decir en 1793 en Gran Bretaña,
en 1847 en Francia, en 1857 en Alemania y en 1860 en Estados Unidos.
Recogiendo esta tradición de
debates, el enfoque marxista habitualmente caracteriza la existencia de
tres etapas del capitalismo: el librecambio del siglo XIX, el imperialismo
clásico de 1914 a 1945 y el período tardío de posguerra. ¿Qué ocurrió
en las últimas dos décadas?
Transformaciones
bloqueadas
Existe coincidencia entre los
teóricos marxistas en considerar que la recesión de l974-75 marca el
punto final del boom de posguerra y el inicio de la crisis de la tercer
etapa del capitalismo. También es plenamente aceptado que esta crítica
situación se prolongó durante los 80, pero en un nuevo cuadro de
ofensiva del capital contra el trabajo. El ascenso del thatcherismo, la
ideología neoliberal, la aplicación del ajuste económico monetarista
signaron una década de retroceso de los trabajadores y de estabilización
de relaciones sociales de fuerza favorables a la clase dominante .
Los años 90 constituyen, en
cambio, un período más controvertido, porque dos acontecimientos claves
impulsaron un nuevo proceso de reconversión del capital: la implosión
del ex “bloque socialista” y la recuperación del crecimiento y
liderazgo norteamericanos.
Durante estos años emergieron
los rasgos que podrían tipificar una cuarta etapa del capitalismo. Pero
la presencia de estos elementos no alcanza para caracterizar la vigencia
de un período claramente diferente, porque estos cambios suponen la
presencia de procesos de expansión económica que consoliden las
transformaciones registradas en el sistema. Un cambio de funcionamiento se
plasma efectivamente sólo cuándo se debilitan las formas precedentes de
la acumulación y se afianzan las nuevas modalidades. Justamente el término
de “funcionamiento” alude a un mecanismo que ya está operando y que
ha superado su período de gestación. El paso de una situación a otra
depende de un desenlace significativo de las contradicciones características
de la etapa ya agotada.
Tomando en cuenta este marco
analítico podemos plantear la siguiente hipótesis: con la ofensiva
perpetrada por el neoliberalismo se registró una recuperación de la tasa
de ganancia que provocó una erosión del poder adquisitivo. Como
consecuencia de este desequilibrio los rasgos configuratorios de una nueva
etapa que aparecieron en varios planos no se han desarrollado. Este
bloqueo resultante de un repunte de la rentabilidad que estrecha la
demanda se puede observar en siete campos del proceso de acumulación.
Restricción del consumo y
expansión del capital
La esfera del consumo
constituye el primer ámbito de los desajustes creados por la recomposición
de la rentabilidad a expensas de los asalariados. Con el asalto al
“estado de bienestar” y la implantación de una legislación
flexibilizadora del trabajo, el desempleo se masificó, la pobreza se
expandió y este deterioro del nivel de vida contrajo el poder compra de
los trabajadores.
Los patrones de “confianza
del consumidor” forjados durante el pleno empleo keynesiano de posguerra
quedaron severamente afectados por el impacto negativo de la inestabilidad
laboral sobre el nivel de ventas. Por eso, el mayor beneficio logrado por
los capitalistas a través de la reducción de los costos no se ha
traducido en un ensanchamiento de los mercados. El “clima general de los
negocios”, que comenzó a repuntar con el incremento de la tasa de
explotación y la recuperación del nivel del beneficio (en declinación
desde fines del 60), no se estabilizó por este estancamiento del poder de
compra.
El efecto de la desconexión
creada entre el beneficio recompuesto y los mercados bloqueados ha sido
muy desigual en las economías que recuperaron el crecimiento (Estados
Unidos), en comparación a las que permanecieron estancadas (Europa),
ingresaron en una larga recesión (Japón) o padecieron descomunales
colapsos (Periferia). Pero en el marco de una generalizada regresión
social, ningún país quedó exento de este desequilibrio.
Los nuevos productos surgidos
en los últimos 20 años han sido absorbidos por una franja restringida de
consumidores. Esta limitación del círculo de compras acentuada por la
fractura social ha sofocado el desarrollo de un patrón de consumo
sustitutivo del “fordismo”, porque dado el sostenido desarrollo de las
fuerzas productivas un nuevo modelo en este campo ya no puede surgir de la
simple incorporación de bienes adicionales al esquema de adquisición de
mercancías afianzado durante la posguerra. En los países desarrollados
un salto en el consumo implica actualmente un cambio cualitativo asociado
a la satisfacción de necesidades insatisfechas en otro de campos, por
ejemplo vinculados a la educación o la salud. Y este tipo de productos no
se han abaratado, ni generalizado. Al contrario, todas las
transformaciones en curso –como la crisis de la familia tradicional o la
reducción del gasto público social- obstruyen un avance en estos consumo
vitales de la sociedad contemporánea.
La irradiación del aumento
del beneficio hacia el poder adquisitivo ha quedado bloqueada, en segundo
lugar, por la propia expansión geográfica y sectorial del capital. Es
indudable que el derrumbe de la ex Unión Soviética, la introducción
masiva de la “economía de mercado” en Europa Oriental y la conversión
de China en el principal destino de las colocaciones extranjeras ampliaron
las fronteras de la inversión. Pero este ensanchamiento no ha generado un
salto significativo en la acumulación.
Esta hecho obedece a que en
las nuevas regiones el saqueo de los recursos naturales, al
empobrecimiento de la fuerza de trabajo y a la degradación cultural
incentivan más la acumulación primitiva que el desarrollo económico.
Aunque este carácter depredador de la expansión capitalista no es
absoluto –como lo prueba el crecimiento chino- su efecto destructivo se
evidencia en la mayor parte del Este Europeo y Oriente.
La expansión del capitalismo
se apoya, además, en una ruptura del equilibrio mundial de bloques y
zonas de influencia, que brindaba cierta seguridad a la inversión. Aunque
el universo capitalista ahora no tiene límites significativos, también
carece de los reaseguros y las garantías políticas de la posguerra.
Invertir se ha vuelto una aventura de riesgo creciente. En economías
criminalizadas y en sociedades desarticuladas, las fortunas se agigantan y
se pulverizan con la misma velocidad.
Estas contradicciones afectan
también al proceso de privatizaciones. Numerosas compañías de
infraestructura y servicios y una amplia gama de actividades educativas,
sanitarias y previsionales anteriormente pertenecientes a la esfera pública
se encuentran ahora directamente reguladas por el patrón de la ganancia.
Esta reconversión ha creado
un nicho de excepcional rentabilidad inmediata, porque en los casos más
extremos (América Latina, Este Europeo) los mercados ya estaban
constituidos y las inversiones de riesgo ya habían sido efectuadas con el
presupuesto público. En estas situaciones la demanda tiende a contraerse
frente a los aumentos tarifarios y las reducciones de subsidios estatales
al consumidor. Pero también en los países centrales, el creciente
proceso de privatización de actividades sociales retrae la demanda,
porque el grueso de la población debe prevenirse frente a cierto tipo de
acontecimientos anteriormente inimaginables. Por ejemplo, la perspectiva
de quiebra de un colegio, de un hospital o de un fondo de pensión ya
forma parte de los nuevos peligros creados por la expansión de la
“economía de mercado”.
Mundialización e
imperialismo
El aumento de la tasa de
beneficio sin correlato en la ampliación de los mercados es también la
principal contradicción que afecta a un tercer aspecto clave de
transformaciones capitalistas: la mundialización. El salto registrado en
este campo se verifica en el crecimiento del comercio por encima del
incremento de la producción, en la formación de un mercado financiero
planetario y en la influencia alcanzada por las 200 corporaciones que han
internacionalizado sus líneas de producción. El creciente porcentaje de
exportaciones en relación al PBI, la gravitación de las inversiones
extranjeras y el papel de los flujos globales de capital constituyen tres
indicadores contundentes de este proceso.
Pero esta integración de los
mercados –junto al ascendente peso de las transnacionales y la
homogeinización de las políticas macroeconómicas- han debilitado los
mecanismos de regulación que contenían el descontrol competitivo. La
mundialización acentúa la sobreproducción, porque incentiva la
rivalidad por bajar costos mediante el incremento de la explotación y
precipita una brutal remodelación de la división internacional del
trabajo.
Por esa vía el aumento de la
producción se divorcia de las posibilidades de colocación de las mercancías,
multiplicando las quiebras y la destrucción de los tejidos industriales más
vulnerables. Este proceso tiende a perdurar ya que la mundialización no
es un episodio cíclico, sino un proceso estructural impulsado por la
tendencia de la acumulación a desbordar los marcos locales, regionales y
nacionales. Un efecto de esta transformación es la creciente sincronización
del ciclo económico mundial y la acelerada transmisión de los impulsos
recesivos o expansivos a todo el planeta.
Pero esta convergencia
coexiste con la polarización entre “ganadores y perdedores de la
globalización”, resultante de las crecientes transferencias de recursos
que el centro capitalista absorbe de la periferia. En este plano opera la
cuarta transformación significativa: el reforzamiento de los mecanismos
de apropiación imperialista que han bloqueado la expansión internacional
del poder de compra. Estas exacciones se ejercen a través del intercambio
desigual en el comercio, la succión financiera de la deuda externa y la
remisión transnacional de utilidades industriales desde el Tercer Mundo.
La fractura mundial no es
novedosa, pero ha registrado un ensanchamiento sin precedentes en las últimas
dos décadas y por eso el 20% de la población del planeta consume
actualmente el 80% de los bienes producidos . Esta polarización explica
también porqué los “mercados emergentes” han sido epicentro de las
mayores crisis recientes. En lugar de continuar el proceso de
industrialización sustitutiva y desarrollo parcial de los mercados
internos iniciado en los 50, estos países han soportado los efectos
devastadores de la apertura comercial, la dualización exportadora (México,
Brasil) o la desindustrialización reprimarizadora (Rusia, Argentina).
El correlato político de este
agravamiento es la recolonización y una pérdida de soberanía que
provoca la desestabilización continuada de la periferia, como
consecuencia del dislocamiento de muchos estados y la desintegración de
numerosas sociedades. Por eso el Tercer Mundo es también el principal
escenario de las guerras que han ensangrentado especialmente a la población
de Africa y Oriente . La aguda retracción del poder de compra en la
periferia es producto de esta combinación de hecatombes, en el marco de
la explosión demográfica, el fracaso de las reformas agrarias y la
crisis de emigración y refugiados.
La sustitución de las
tradicionales guerras interimperialistas masivas por masacres
imperialistas tecnificadas que devastan al Tercer Mundo constituye una
quinta transformación, que ha debilitado el viejo mecanismo de limpieza
de los capitales obsoletos. El mayor entrelazamiento entre los grupos
dominantes de Estados Unidos, Europa y Japón bloquea los desenlaces bélicos
de las crisis, que permitían en el pasado reiniciar la acumulación en
gran escala. El clima de confrontación entre potencias que caracterizó
la primera mitad del siglo XX no ha reaparecido ni siquiera luego del
colapso de la URSS. La clásica conflagración interimperialista ha
quedado sustituida por nuevas formas de rivalidad, que combinan el choque
comercial entre potencias y bloques regionales con la pugna entre
corporaciones transnacionalizadas.
En este marco de nuevas
tensiones competitivas, la recuperación de la hegemonía norteamericana
no es absoluta. El liderazgo estadounidense se reforzó a expensas de sus
rivales, pero sin consumar el sometimiento de Europa o Japón a la condición
de vástagos dependientes. Por eso, la mundialización recrea rivalidades,
que el imperialismo contemporáneo no zanja.
Tecnología y
finanzas
El desarrollo de la revolución
tecnológica representa una sexta transformación, que acentuó la reducción
de costos sin expandir los mercados. La difusión de aparatos que
potencian el uso económico de la información alentó la reconversión
energética y la reorganización de los procesos de trabajo, distribución
y almacenaje de las mercancías. Pero a diferencia de lo ocurrido en la
posguerra con los materiales plásticos, la electrónica o los electrodomésticos,
este cambio no ha coincidido con el ensanchamiento cualitativo del
consumo. Las nuevas formas de gestión que acompañan al veloz
procesamiento de la información han impactado más sobre la oferta que
sobre la demanda, debido al estancamiento del poder de compra .
Este desfasaje indica el
estado aún embrionario de la revolución tecnológica. Luego de un período
de experimentación, las invenciones informáticas se están transformando
en innovaciones radicales que impactan sobre el conjunto del proceso económico.
No se trata de una “revolución industrial” (un proceso específico
del surgimiento del capitalismo), sino de un cambio tecnológico de
efectos generalizados, que hasta ahora no ha dado lugar a una ampliación
de la demanda comparable a la era del ferrocarril o del automóvil .
La mejora parcial de la
productividad en la economía norteamericana (aumentos del 2,2% entre
1995-2000 que superan el promedio de 1,1% de 1975-1995, aunque sin
alcanzar el 2,6 % de 1953-1973), ilustra tanto el efecto como las
limitaciones de esta revolución tecnológica. Algunas mediciones de la
productividad resaltan como esta mejora se concentró en los procesos de
gestión de la empresa, otras subrayan que favoreció el aumento de la
“intensidad del capital” (relación bienes de capital-mano de obra) y
otros cálculos destacan que incrementó la producción por horas
trabajadas. Pero las tres evaluaciones indican que este impacto favorable
sobre la tasa de ganancia no se extendió a la esfera de los mercados .
La transformación tecnológica
no está restringida a la esfera de las finanzas, como piensan algunos
autores . Esta limitación quizás podía observarse a fines de los 80, cuándo
la informatización en gran escala debutó con la interconexión de los
mercados bursátiles. Pero este inicio fue seguido por la aplicación
industrial de las nuevas tecnologías y la difusión masiva de las
computadoras. Por eso el punto crítico del cambio tecnológico actual se
ubica más en la contracción del poder de compra que en el uso
exclusivamente financiero de la informática.
Las grandes turbulencias en la
órbita financiera también expresan esta fragilidad de la demanda. Los
tres grandes cambios financieros recientes constituyen el séptimo cambio
en curso y se concentran en la desregulación, la globalización y la
gestión accionaria de las firmas. Estas transformaciones apuntalaron
inicialmente la rentabilidad al facilitar el proceso de reestructuración,
fusión y cierre de empresas. Pero también potenciaron la influencia del
capital financiero y la preeminencia de los acreedores, que por medio de
políticas restrictivas acentuaron la contracción de los mercados. Por
eso se reiteran las burbujas financieras y se multiplica la concurrencia
especulativa entre bancos y fondos de inversión por gestionar títulos de
corto plazo, liderar riesgosas transacciones cambiarias y participar en
los casinos bursátiles.
Estas operaciones han creado
una explosión de liquidez muy superior a los antecedentes de los años 60
y los 70 (los mercados del eurodólar y del petrodólar). Además, se
desenvuelven fuera de la supervisión de los bancos centrales y este
descontrol financiero es particularmente agudo a escala internacional,
porque la mundialización multiplicó las fuentes de emisión sin
estabilizar una moneda ordenadora de esta creciente circulación. A nivel
de las firmas, la presión de los accionistas por aumentar los
rendimientos ha creado ficciones contables totalmente desconectadas de la
realidad de los mercados. En síntesis: el agravamiento de la
vulnerabilidad financiera es otro efecto de una mejora del beneficio que
hasta ahora no ha desembocado en la ampliación del poder de compra.
El significado de las
fases
Los rasgos embrionarios de la
nueva etapa del capitalismo despuntan, por lo tanto, en siete
transformaciones que no maduraron, ni lograron imprimir un giro radical al
proceso de acumulación. Se ha creado una situación de grandes cambios
laborales, internacionales, tecnológicos y financieros que no alcanzan
para impulsar un período de alto crecimiento, porque el repunte de la
rentabilidad estrecha los mercados. Para comprender este paradójico
resultado conviene distinguir la noción de etapa del concepto de fase.
Mientras que las etapas
definen patrones de funcionamiento del capitalismo, las fases indican el
signo prevaleciente de crecimiento o estancamiento de períodos
prolongados de este sistema. Las fases se diferencian de los ciclos
corrientes porque ilustran el predominio de grandes tendencias a la
prosperidad o las crisis y no el curso de las fluctuaciones de corto o
mediano plazo. Las fases condicionan la tónica de los ciclos, que tienden
hacia recesiones suaves y auges sostenidos durante los períodos de
crecimiento y a depresiones agudas y reactivaciones débiles durante las
fases de crisis.
Históricamente cada etapa del
capitalismo incluyó una “edad de oro” de sostenida prosperidad. Estos
períodos se extendieron entre 1850 y 1873 durante el librecambio, entre
1890 y 1914 durante el imperialismo y entre 1950 y 1975 durante el
capitalismo tardío. Muchos investigadores han detectado también la
existencia de largas depresiones entre estos períodos, deduciendo la
presencia de un patrón de sucesivos ciclos largos ascendentes y
descendentes de 25 años. Pero mientras la corroboración empírica de
estas ondas continúa en debate, lo más cuestionable de las tesis de
Kondratieff y Schumpeter es su justificación teórica.
No existe ningún fundamento sólido
para postular que las fases de prosperidad y estancamiento están sujetas
a una periodicidad fija y previsible. Incluso el predominio de esta
regularidad en el pasado, no indica la repetición futura de este patrón.
Los fundamentos tecnológicos, monetarios o institucionales utilizados
para explicar la aparición y declinación de estas ondas, sólo explican
en todo caso porqué estos períodos ocurrieron en distintos momentos del
siglo XIX y XX.
A diferencia del término
“onda” que está asociado con la periodicidad fija, el concepto de
fase solo indica la vigencia de períodos de prosperidad y depresión en
cada etapa. Mandel sugiere esta diferencia al criticar el enfoque
mecanicista de Kondratieff, pero diluye la distinción al utilizar la
denominación de “ondas largas” en su exposición. Sigue la pista de
Trotsky para desarrollar una teoría centrada en el análisis cualitativo
de las etapas y no cuantitativo de las fases. Por eso distintos autores
que han trabajado la temática de las etapas encuentran puntos de
convergencia con Mandel , mientras que los críticos de la periodización
objetan la totalidad de su enfoque . Entre ambas posiciones se ubica el
numeroso grupo de analistas que identifica equivocadamente a Mandel con
Kondratieff, sin percibir que mientras el marxista belga indaga períodos
diferenciados del capitalismo, el economista ruso extrapola la dinámica
del ciclo corto a proceso de acumulación de largo plazo.
El término de fase para
denominar los períodos estructurales de crecimiento y estancamiento
contribuye a superar la “visión dicotómica” del modelo de
Kondratieff, que sólo incluye secuencias de auges o crisis. Permite, además,
observar la existencia de “períodos grises” distanciados del nítido
ascenso o declinación de la producción y caracterizados por cierta
indefinición del signo del nivel de actividad . Entender que el problema
de las etapas difiere del estudio de las fases y que los procesos
indagados por Kondratieff y Schumpeter son distintos a los estudiados por
Lenin, Trotsky y Mandel, conduce a observar que el análisis de largo
plazo del capitalismo involucra dos incógnitas y no solo una. Para
definir la existencia de una nueva etapa del capitalismo hay que
preguntarse por la forma de acumulación, mientras que para discernir el
signo de este período hay que interrogarse sobre los niveles de
actividad, empleo, ganancias o ventas. Esclarecidos estos conceptos: ¿Qué
tipo de fase predomina en la actualidad ?
Una fase gris e
incierta
Si se observa el período
inicial que siguió al boom de posguerra (1975-90) y el período posterior
de repunte de la rentabilidad con mercados retraídos (1990-2001), resulta
evidente que ambas fases presentan un color gris. Su tónica no está
dominada por el blanco floreciente de posguerra, ni tampoco por el negro
tenebroso de la entreguerra. Una comparación con fases históricas
precedentes ilustra estas peculiaridades.
En primer lugar, el contraste
con la prosperidad de posguerra es contundente en todos los planos. El
bajo crecimiento actual es la contracara de la cuadruplicación de la
producción industrial mundial que se registró entre los años 50 y 70 y
la misma asimetría se extiende a la tasa de desempleo (1,5% en Europa,
1,3% en Japón durante ese período). Una divergencia idéntica se observa
en la evolución del salario y en el comportamiento del gasto público
social (los incrementos del 60% en Francia o Alemania son un lejano
recuerdo). El crecimiento de posguerra estuvo asociado a la generalización
de un nuevo patrón de consumo “fordista”, que perdió vigencia en las
últimas dos décadas y no fue sustituido por ningún otro esquema
alternativo.
La segunda comparación con la
depresión de entreguerra es mucho más compleja, porque aquí hay que
ponderar semejanzas y no contrastes. Existe una generalizada tendencia a
trazar paralelos entre la crisis del 29 y los desplomes financieros de los
últimos años, olvidando la experiencia adquirida por la clase dominante
en el manejo de estas situaciones. Actualmente, los responsables de la
gestión monetaria en los países centrales actúan en forma preventiva,
teniendo siempre en mente lo sucedido durante el 30. Cómo intentan
comandar un sistema económico carente de coordinación, este conocimiento
no alcanza para impedir un colapso, pero ofrece indicadores de advertencia
que prenden señales de alarma frente a cualquier descalabro bursátil.
Lo más importante no es
igualmente comparar coyunturas financieras, sino fases y en este caso, la
entreguerra con el período inaugurado a mitad de los 70. Observando ambos
procesos cabe concluir que hasta el momento solo en la periferia se ha
consumado un colapso semejante al 30. En los países dependientes se
repite una catástrofe análoga en el plano económico (derrumbe de la
producción, desempleo masivo, escalada de devaluaciones, cesación de
pagos generalizada, caídas de bancos) y en el plano social (terrorífico
escenario de miseria).
Pero la semejanza no se
extiende a los centros capitalistas. Allí el crecimiento industrial es
bajo, pero la actividad industrial no se ha desplomado un tercio como en
los años 20 o 30 y el comercio internacional se expande por encima de la
producción, en lugar de caer un 60% como en los picos de la gran depresión.
Además, la circulación mundial de capitales se aceleró en las últimas
décadas, mientras que declinó un 90 % entre 1927 y 1933. Tampoco el
sistema bancario de algún país central ha quebrado y ninguna potencia se
enfrenta hasta ahora a la cesación de pagos de sus deudas
internacionales. La política de socializar pérdidas –que comparten
neoliberales y antiliberales- evita por el momento las típicas
deflaciones del 30.
También en el plano social
existen diferencias sustanciales, porque las tasas de desempleo de la gran
depresión (22% en Gran Bretaña, 27% en Estados Unidos, 44% en Alemania)
están muy lejos de los niveles actualmente prevalecientes en la tríada.
La seguridad social cubre mucho más que el limitado porcentaje del 10% al
25% de la población, que contaba con alguna protección estatal en esa época.
Los movimientos inmigratorios tampoco se han detenido.
Pero las principales
diferencias se ubican en el plano político-militar, porque “la falta de
liderazgo de una gran potencia” que caracterizó a ese período diverge
con la recuperación hegemónica actual de Estados Unidos. La perspectiva
de una guerra interimperialista ha desaparecido del horizonte estratégico
de los países avanzados y no existe ningún clima de preparación de
confrontaciones de ese tipo. Además, el salto registrado en la
mundialización ha creado un marco de conflictos comerciales muy diferente
a los bloques proteccionistas de los años 30 .
Una tercer comparación puede
establecerse con la depresión de 1873-90 y la prosperidad posterior de
1890-1914. Aquí aparecen ciertas semejanzas con la fase contractiva por
el carácter limitado de la crisis, la gravitación de la sobreproducción
y el estancamiento del consumo. Algunos autores también destacan analogías
con la fase de posterior recuperación, en el salto registrado en la
internacionalización de la economía (con eje exclusivamente comercial y
financiero en esa época), en la presencia de una revolución tecnológica
(electricidad, química, motor a combustión) y en la existencia de un
proceso de recuperación de la tasa de ganancia sin desvalorización
masiva de capitales. Pero estos rasgos estuvieron asociados con un auge
económico, mientras que ahora forman parte de una fase indeterminada.
Esta indefinición se verifica en la evolución mediocre del PBI, el
elevado desempleo y la mejora en la inversión sin ampliación de los
mercados. Pero estas dos comparaciones deben igualmente tomarse con
cautela, porque lo escala de la acumulación en el capitalismo maduro del
siglo XX es cualitativamente diferente a la prevaleciente en la segunda
mitad del siglo XIX.
El predominio de una fase gris
es coherente con la persistencia de la crisis del capitalismo de posguerra
y con la presencia de nuevos rasgos de una etapa que no se consolida. Este
complejo mosaico es retratado por autores que enfatizan la continuidad de
la crisis (Bocarrá), que realzan el impacto de las transformaciones en
curso (Dumenil, Levy, Wilno) o que remarcan la ausencia de una fase económica
ascendente (Husson, Rigacci, Went) . Estas caracterizaciones no son
incompatibles, sino que resaltan distintos aspectos de un período signado
por los desequilibrios creados por una reducción de los costos que ahoga
el mejoramiento del poder adquisitivo. Este divorcio induce el predominio
de una fase gris y bloquea el desenvolvimiento de las transformaciones que
alumbrarían una cuarta etapa del capitalismo. Ambas particularidades
también se verifican en la actual coyuntura recesiva internacional.
Una crisis
peculiar
La crisis en curso no implica
hasta ahora una depresión global. En el año 2002 volverá a declinar la
tasa de crecimiento del PBI mundial (2,4% o 2,8%), pero sin alcanzar los
promedios negativos absolutos de los años 30 (desplomes de 16,4% en
Estados Unidos entre 1921 y 1938). La contracción está sincronizada a
escala mundial, pero al mismo tiempo genera fuertes diferenciaciones entre
las cuatro principales áreas internacionales (Estados Unidos, Europa, Japón
y la periferia).
En primer lugar, la gravitación
internacional del ciclo económico norteamericano es cada vez mayor. Luego
de una década de expansión, el año pasado comenzó en Estados Unidos un
giro recesivo que pareció interrumpirse a principios del 2002 y que
reapareció con mayor intensidad desde julio pasado. En vez de la
recuperación rápida en V que esperaban los optimistas (A.Greenspan) o la
reactivación suave en U que imaginaban los escépticos (P.Samuelson) se
está produciendo la “doble caída” en W que previeron los pesimistas
(P.Krugman).
Pero los economistas del
“mainstream” suelen modificar sus evaluaciones con inusitada celeridad
y más que seguir estas cambiantes impresiones, conviene evaluar ante
todo, cual será el impacto del terremoto bursátil creado por los fraudes
contables sobre el sistema bancario.
Otro indicador clave es el
resultado del giro exportador sobre el debilitamiento del dólar y la
consiguiente salida de capitales de Estados Unidos. Contrarrestar la
contracción de la inversión y el estancamiento del consumo revirtiendo
el modelo de dólar caro y déficit comercial que predominó bajo Clinton
es una apuesta difícil -por el grado de internacionalización de la
economía norteamericana- y también riesgosa, porque su fracaso puede
desatar una retirada de los capitales extranjeros que financian el déficit
comercial. Bush espera imponer este rumbo con medidas proteccionistas
(subsidios al agro, leyes antidumping, cláusulas de salvaguarda), ultimátums
en la OMC y acuerdos de penetración comercial bajo la pantalla del ALCA.
Pero este curso también
depende de la preparación de una guerra contra Irak, cuyo propósito es
la apropiación norteamericana de las segundas reservas petroleras de
planeta. Esta invasión sólo podría impulsar la reactivación si un nítido
triunfo militar (estabilidad en el Medio Oriente luego del derrocamiento
de Hussein) asegura el financiamiento de la operación colonial, que esta
vez retacean los participantes occidentales y árabes de la anterior
guerra del golfo (una alternativa sería la depredación inmediata del
petróleo conquistado). En cualquier caso, Bush necesita -luego de grandes
recortes impositivos “ofertistas”-que el gasto armamentista no dispare
el déficit fiscal, provocando un desborde inflacionario semejante a la época
de Vietnam. Además, debe mantener bajo control el volátil precio del
crudo, neutralizar a la OPEP, acordar con las compañías europeas rivales
y sobre todo, lograr que la población norteamericana tolere su cruzada de
muerte, dolor y tragedias.
El fracaso de Europa en
sustituir a Estados Unidos como locomotora del nivel de actividad
constituye el acontecimiento central en la segunda área de la economía
mundial. Europa no solo se mantiene retrasada en productividad, consumo e
inversión frente a su principal competidor, sino que el proyecto del euro
obliga a los capitalistas del viejo continente a adoptar políticas
monetarias duras que obstruyen el crecimiento. El intento de disputarle el
señoreazgo mundial al dólar tiene un elevado costo de ajuste fiscal y
por ahora, las oscilaciones del euro obstaculizan la exportación en los
picos de encarecimiento y socavan el objetivo de la moneda internacional
en los momentos de abaratamiento. Además, la unificación europea avanza
en medio de indefiniciones (ingreso británico al euro) y grandes riesgos
(costosa incorporación de los nuevos miembros del Este).
Pero el eslabón más débil
de las economías avanzadas se ubica en Japón. En esta tercer área
predomina una “trampa de liquidez” que impide remontar el nivel de
actividad, a pesar de las reducciones de las tasas de interés y el
aumento del gasto público. Ni el consumo, ni la inversión reaccionan
positivamente frente a estos estímulos, porque la clase dominante carece
de dos recursos estratégicos que poseen sus rivales: un dispositivo
imperialista y un amplio mercado de consumo interior. Por eso Japón
continúa dependiendo de superávits comerciales que tienden a declinar
frente al crecimiento de competidores de la envergadura de China. Aunque
mantienen su liderazgo de gran potencia, los capitalistas nipones continúan
perdiendo posiciones en el mundo y están sometido a una presión
norteamericana (apertura comercial, desmantelamiento de la red estatal de
protección a los grupos locales) que socava su poderío. Las empresas en
crisis posponen los cierres y despidos, pero ya se observan índices de
pobreza y mendicidad sin precedentes.
La recesión que atraviesan
los países desarrollados no presenta la dimensión de la depresión que
soporta la periferia. En esta cuarta región, las crisis conjugan
desmoronamientos cambiarios, quebrantos bancarios y colapsos de la deuda pública
que provocan enormes catástrofes sociales.
Aunque este impacto se ha
suavizado en el sudeste asiático, ningún país de esa región ha logrado
recuperarse del crack de 1997-98, porque la dependencia exportadora de
insumos industriales mantiene sometidas a estas economías a la
decreciente demanda de los grandes centros. Y lo mismo ocurre con un país
“emergente” como Rusia, cuyo nivel de actividad depende del oscilante
precio del petróleo exportado.
Pero el epicentro de la crisis
se ubica nuevamente en América Latina, cuya tasa de crecimiento volverá
a contraerse durante este año. Desde 1995 el PBI regional solo aumenta al
2% anual (1% en la medición per capita) y este porcentaje irrisorio se ha
reducido aún más en los últimos dos años por la crisis de la deuda y
la salida de capitales. Actualmente el “contagio” del colapso
argentino se ha extendido a Uruguay (devaluación, fuga de capitales,
clausuras de bancos, expropiaciones de pequeños depositantes), amenaza al
Brasil (que bordea un default de la deuda) y a otras naciones de la región
(cierre de bancos en Paraguay, salida de capitales en Perú, degradación
crediticia en Colombia y Venezuela). Latinoamérica no sólo es más frágil
a nivel industrial y comercial que el sudeste asiático, sino que se ha
convertido en el conejillo de indias de la nueva política de
endurecimiento crediticio que impulsa Bush.
La convergencia de la crisis
de sobreinversión norteamericana con el estancamiento europeo, la recesión
japonesa y el colapso de la periferia ilustra la gravedad de una coyuntura
que puede desembocar en un estancamiento prolongado. Pero, por el momento,
la fase mantiene su tónica gris y su peculiar fractura en cuatro áreas
de evolución divergente .
El enfoque
multicausal
¿Cuál es la explicación en
el plano teórico del bajo crecimiento de la fase en curso, que a su vez
frustra la aparición de una cuarta etapa del capitalismo? ¿A qué
obedece la contradicción entre la mejora de la tasa de beneficio y la
retracción del poder de compra?
La concepción marxista
atribuye estos desequilibrios a la dinámica intrínseca del capitalismo.
A diferencia de la ortodoxia, que observa estos desajustes como hechos
fortuitos (o resultantes de alguna interferencia al mercado) y la
heterodoxia, que los explica por la ausencia de regulaciones estatales; el
marxismo postula que todas las turbulencias, desfasajes y conmociones de
la acumulación derivan del propio funcionamiento del sistema. ¿Pero cuáles
son los mecanismos específicos de estas crisis?
Desde el punto de vista
metodológico existen dos respuestas. La tesis monocausal destaca la
existencia de una contradicción determinante de todos los desequilibrios
y el planteo multicausal, atribuye estos estallidos a la acción combinada
de variados desajustes. En el primer campo se situaron desde principio del
siglo XX los teóricos del subconsumo (crisis derivadas de la caída del
poder de compra) y sus opositores de la desproporcionalidad
(desequilibrios resultantes de los intercambios entre bienes de consumo y
de producción). También podrían ubicarse en este terreno los
economistas que atribuyen la crisis a la acción primordial o exclusiva a
la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. En las teorías centradas
en la superproducción y el descontrol financiero predomina cierta
indefinición metodológica.
En oposición a estas
visiones, varios teóricos marxistas desarrollaron el planteo multicausal.
Primero N.Bujarín explicó porqué una crisis general solo irrumpe cuándo
todas las contradicciones del sistema convergen en un punto crítico común
. Posteriormente R.Rosdolsky aclaró porqué es inadecuada la justificación
de cualquier teoría monocausal en los esquemas de reproducción ampliada
de Marx, recordando que estos modelos están destinados a indagar la
continuidad y no la interrupción de la acumulación. Finalmente, Mandel
describió las crisis cómo un proceso simultáneo de bloqueo a la
valorización de la plusvalía y a la realización del valor de las
mercancías, explicando que el capitalismo constituye una totalidad dinámica
sujeta a contradicciones en ambos planos de la reproducción.
Algunos críticos plantearon
que al “descomponer y atomizar la interpretación en múltiples
factores” se atenta contra la caracterización unitaria de la crisis.
Pero en realidad la multicausalidad no fragmenta el análisis, sino que
evita la simplificación que aparece en la observación restrictiva del
desenvolvimiento de una sola contradicción. Estudiar el comportamiento
combinado de todos los desequilibrios es, además, totalmente compatible
con la investigación ordenada de las crisis en términos jerárquicos y
secuenciales.
Un debate paralelo a esta
controversia ha opuesto en la economía burguesa a los partidarios de la
“crisis por oferta” (los obstáculos se ubican en la inversión y la
ganancia) con los defensores de la “crisis por la demanda” (las
limitaciones provienen de la restricción del poder de compra). Y también
aquí se ha propuesto una síntesis basada en considerar simultáneamente
los factores que inciden sobre los costos (materias primas, tasas de interés,
salarios, impuestos) y los que impactan sobre el nivel de las ventas
(nivel de ingreso, evolución de la demanda agregada) .
Pero esta aplicación de
criterios pluricausales al análisis del ciclo difiere metodológicamente
de su utilización para el estudio de las crisis estructurales. En esta
investigación, los marxistas no indagan los impactos de la oferta y la
demanda sobre las fluctuaciones periódicas, sino la conexión entre la
ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia y las
contradicciones de la producción y el consumo, en sus relaciones con la
sobreproducción y los desequilibrios financieros.
Partiendo de la visión
multicausal se pueden también construir modelos para indagar como se
procesa específicamente la crisis en los distintos “sitios” de la
acumulación (trabajo, consumo, financiero, etc), analizando el impacto de
tendencias, barreras y puntos críticos en estas áreas . Vinculando estas
observaciones a la tesis multicausal resulta también posible explicar
porqué las crisis adoptan características tan diferentes en cada país.
Estas particularidades dependen tanto de la inserción (central o periférica)
como de las modalidades de la acumulación prevalecientes en estas
naciones. Para estudiar estos rasgos hay que observar cómo las dos
tendencias centrales de la crisis –decrecimiento porcentual de la tasa
de ganancia y desequilibrios entre la producción y el consumo- impactan
sobre cuatro áreas diferenciadas de la economía mundial (Estados Unidos,
Europa, Japón y la periferia).
Partiendo de estos criterios
el enfoque multicausal brinda un esquema analítico para explicar porqué
el conflicto entre el repunte de la rentabilidad y la estrechez de los
mercados singulariza a la fase actual.
Las contradicciones de la
valorización
La recuperación frágil,
inestable y limitada que registró la tasa de ganancia desde mitad de los
80 se explica desde una óptica de largo plazo por las fluctuaciones que
caracterizan la acción de la ley de la tendencia decreciente de la tasa
de ganancia.
Marx atribuyó el efecto de
este principio al curso de tres variables (la tasa de plusvalía, el
capital variable y el capital constante) y una relación clave (la
composición orgánica del capital). Observando estos componentes en las
últimas dos décadas resulta evidente el rumbo de dos elementos. Por un
lado, la tasa de plusvalía aumentó con la flexibilización laboral, la
nueva ”era del tiempo récord”, la intensificación de los ritmos de
trabajo y el incremento del control patronal sobre los sectores más
descalificados de la clase obrera.
En segundo lugar, el capital
variable se abarató con la reducción del costo salarial, que en Estados
Unidos disminuyó por encima del 15% desde principio de los 80 y que
incluso no repuntó en los períodos de mayor demanda laboral de los 90.
Por esta razón, la proporción del ingreso apropiado por los capitalistas
(“profit share”) volvió a ascender intensamente entre 1982 y 1997
luego de haber caído entre 1965 y 1982 .
En cambio, el tercer
determinante de la tasa de ganancia –el capital constante- registró una
evolución más compleja. Por una parte, su valuación tendió a caer con
el uso de nuevas tecnologías en los procesos de fabricación,
gerenciamiento y organización del trabajo. Pero es un tema muy
controvertido si este abaratamiento, condujo a una significativa
desvalorización del capital y si tuvo la extensión suficiente para
reducir la composición orgánica del capital.
Las políticas neoliberales
han actuado de manera contradictoria sobre este proceso, porque las
medidas de “austeridad” y “selección de los capitales más
eficientes”(que refuerzan las tendencias desvalorizantes) han coexistido
con el rescate estatal (que revaloriza a las empresas en quiebra).
Otro indicio de la recuperación
parcial de la tasa de ganancia en las últimas dos décadas ha sido la
presencia de fuertes desequilibrios relacionados con la sobreinversión
coyuntural y el bajo impacto de las turbulencias derivadas de la “presión
salarial” (“profit squeeze”). Esa preeminencia es un indicio de
mayor inversión en capital fijo y de tasas de plusvalía crecientes. La
actual crisis norteamericana es, por ejemplo, una típica consecuencia de
inversiones desmedidas, compras excesivas y stocks elevados. Por eso
afecta especialmente al sector sobreexpandido de las nuevas tecnologías.
Pero también en otras ramas,
el avance de la productividad ha inducido a mantener la escala de producción
con menores dotaciones de mano de obra, provocando pérdidas de empleo que
triplican las reducciones de recesiones anteriores. Estas crisis han
derivado en una contracción de la tasa de ganancia de corto plazo, que
puede implicar el fin o un respiro de la recuperación iniciada en los 80
.
El curso general de la tasa de
ganancia ha estado principalmente dictado por su comportamiento en la
economía estadounidense. Aunque la recuperación parcial de los 90 se
extendió también a Europa (no así a Japón), sólo en Estados Unidos se
observaron significativos procesos de inversión. Por su parte, la
periferia nutrió los recursos que facilitan el abaratamiento de los
costos de las economías centrales, sin participar en ningún fruto del
repunte de la rentabilidad. Pero, en todos los casos, la reducción de los
costos que apuntaló el beneficio ha quedado posteriormente
contrabalanceada por la retracción del poder de compra .
Las contradicciones de la
realización
El capitalista solo puede
valorizar su inversión si los beneficios potencialmente generados por la
explotación de la fuerza de trabajo se traducen en un volumen creciente
de valores realizados en el mercado. En las últimas dos décadas predominó
la fractura y no el empalme entre estos dos procesos. Pero este desfasaje
presenta una distribución internacional muy desigual.
En Estados Unidos el consumo
no registró el salto cualitativo requerido para acompañar un avance de
gran escala de la acumulación. Pero tampoco declinó sustancialmente, ya
que el endeudamiento familiar contrapesó el estancamiento salarial. En
Europa, el rezago del poder de compra ha sido más visible, porque la política
neoliberal intentó una traslación forzosa del “modelo americano” de
incentivo del consumo privado en desmedro del “consumo socializado”
(salud, transporte, educación, etc) más desarrollado en la región. El
resultado de esta presión ha sido la erosión del poder adquisitivo.
En Japón, la retracción del
consumo tuvo mayores efectos porque recreó un estado de recesión
prolongada. El patrón histórico de alto ahorro, que en otra época
permitió el crecimiento acelerado, actualmente sofoca el desenvolvimiento
del mercado interno. Finalmente, en la periferia se produjo una debacle
absoluta del poder de compra, que afectó principalmente a las “economías
emergentes”, cuyo incipiente despegue ha quedado sepultado por la
pauperización.
Esta diversidad de situaciones
se explica por la inserción de cada país en el mercado mundial, por la
historia del capitalismo local (especialmente el carácter extensivo o
intensivo de sus formas de acumulación) y por las formas de distribución
del ingreso. Estos tres rasgos determinan qué impacto tienen los
incrementos de la productividad sobre el poder adquisitivo. Si bien por un
lado, el avance de la mundialización ha tendido a uniformar esta relación,
por otra parte la polarización imperialista de ingresos reconfigura las
especificidades locales .
Dentro de esta diversidad, el
dato común ha sido la fragilidad del poder de compra acentuada por el
neoliberalismo, pero originada en la contradicción de la producción y el
consumo que caracteriza al capitalismo. En este sistema existe una tensión
permanente entre subas salariales que afectan las ganancias e incrementos
del beneficio a expensas del salario que disminuyen el poder adquisitivo.
La causa de este desequilibrio se encuentra en la tendencia de la producción
a expandirse ilimitadamente bajo la compulsión de la competencia, en
condiciones de estrechez del consumo necesariamente recreadas por la
vigencia de relaciones de explotación. Por eso irrumpen periódicas
crisis de realización, que dificultan la venta de las mercancías al
valor estimado por los capitalistas para asegurar su nivel de ganancia.
Esta desconexión entre la producción y el consumo obedece en última
instancia a una contradicción irresoluble bajo el capitalismo: el
trabajador explotado por el capitalista es al mismo tiempo un cliente,
cuya capacidad de compra está afectada por las reducciones periódicas de
los salarios que introduce el empresario .
Esta contradicción se agravó
en las últimas dos décadas, aunque sin desembocar en el subconsumo (con
excepción de los países periféricos), porque la acumulación no depende
exclusivamente de la demanda final y se apoya en diversos pilares de la
producción básica e intermedia. Tampoco se ha creado el estado de
subutilización permanente de la capacidad instalada o declinación del
progreso técnico que describe el estancacionismo keynesiano. La política
neoliberal agravó la contradicciones del capitalismo, pero sin provocar
la paralización del sistema.
Estos desequilibrios se
acentuaron, además, por la frustración del “modelo posfordista”, que
desmintiendo los augurios regulacionistas no emergió en ningún lado. Un
nuevo régimen de la demanda basado en la utilización más colectiva de
los bienes de uso no prosperó, ni sustituyó al tradicional patrón de
consumo individual. Pero este fracaso no obedece al avance del modelo
anglosajón frente al esquema europeo, sino al propio desenvolvimiento del
capitalismo, que no puede compatibilizar la satisfacción de las
necesidades sociales con los requerimientos de la inversión. Este
divorcio entre la utilidad social y la rentabilidad –que genera múltiples
desconexiones entre las prioridades del consumo y los objetivos del
mercado- irrumpe con mayor nitidez en los países europeos con salarios
indirectos más desarrollados y esferas sociales del consumo más
extendidas .
El capitalismo excluyente de
las últimas dos décadas socavó al “modelo fordista” de los países
desarrollados, pero sin reemplazarlo por otra alternativa. Algunas
características del viejo esquema se han amplificado (saturación de la
demanda de bienes inferiores, desplazamiento de la familia como unidad de
consumo, privatización de la esfera recreativa), pero en un contexto de
ensanchamiento de la brecha distributiva que potencia su fragilidad. Esta
debilidad no ha sido contrarrestada por el poder de compra de la reducida
la “clase media global”, ni tampoco por el consumo capitalista, que en
la actualidad ya no puede cumplir el mismo rol locomotor que jugaba en el
siglo XIX. El avance de la producción choca con la estrechez del consumo
popular .
El papel de la
sobreproducción
Un efecto clásico de los
novedosos desequilibrios de las últimas dos décadas es la sobreproducción.
La saturación actual de la oferta es la consecuencia específica del
avance de la mundialización, que al incentivar la competencia de “todos
contra todos” ha debilitado la regulación de los excedentes. Además,
la contracción del poder de compra potencia el sobrante de productos y al
obstaculizar la depuración de plantas y equipos obsoletos, el rescate
estatal de empresas en quiebra acentúa la plétora de mercancías.
Interpretar la superproducción
como un efecto específico de estos desequilibrios permite entender porqué
el aumento de los excedentes presenta características tan diversas en
cada región. La crisis de sobreinversión norteamericana en nuevas
tecnologías difiere sustancialmente de los desequilibrios derivados del
superávit comercial japonés. Y estas dos situaciones son muy distintas a
la sobreoferta de insumos tecnológicos que soporta el sudeste asiático y
a la sobreproducción de bienes agrícolas y energéticos que golpea a
Latinoamérica.
La omisión de estas
peculiaridades constituye la principal limitación de las interpretaciones
de la crisis exclusivamente centradas en la sobreproducción . Esta
contradicción puede tomarse como punto de partida o como interpretación
última de la crisis, pero no como explicación de los mecanismos
concretos de este proceso. Para analizar estos eslabones hay que referirse
a la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia (en el campo
de la valorización) y a la contradicción entre la producción y el
consumo (en el plano de la realización).
La sobreproducción indica una
contradicción general del capitalismo, mientras que los desajustes específicamente
derivados de la ausencia de coordinación constituyen crisis de
desproporcionalidad. Estos desequilibrios obedecen a la falta de
correspondencia entre la oferta y la demanda sectorial y fueron estudiados
por los economistas que comprobaron, como los precios de los bienes de
consumo fluctúan menos que las cotizaciones de los bienes de capital,
creando situaciones de sobreinversión y cuellos de botella en la
acumulación. Estos desajustes no originan, en cambio, las depresiones de
largo plazo que preferentemente indaga la teoría marxista de la crisis y
por eso, no pueden ser investigados en el mismo plano que las
contradicciones centrales del capitalismo. Bajo una misma situación de
sobreproducción subyacen desajustes parciales y desequilibrios
estructurales que conviene diferenciar.
Interpretaciones
financieras
La esfera financiera es la
vitrina de la crisis porque allí irrumpen las burbujas bursátiles, los
desplomes cambiarios y las turbulencias bancarias. Pero estas conmociones
son consecuencia de contradicciones originadas en la esfera productiva y
por eso, el principal desafío teórico en esta área radica en precisar
cuales son esas conexiones.
En las últimas dos décadas
se multiplicó la especulación, porque la desregulación bancaria al
aumentar la inestabilidad económica socavó la demanda, porque la
mundialización financiera potenció el descontrol competitivo y porque la
gestión accionaria de las firmas alentó los fraudes contables para
inflar las ganancias. El impacto político y social de estos últimos escándalos
en Estados Unidos ha sido enorme .
Pero estos hechos también
incrementan el predicamento de las interpretaciones que atribuyen la
crisis actual exclusivamente a la acción parasitaria de los financistas.
Estos enfoques desconectan los efectos especulativos de sus fundamentos
productivos, olvidando que el capitalismo se sostiene en la explotación
del trabajo asalariado. Desconocen que la principal función de los
financistas es facilitar la continuidad de esa expropiación, a través de
instrumentos crediticios que representan adelantos o promesas del
plusvalor que obtendrán los empresarios.
La dependencia de los
desequilibrios financieros de contradicciones localizadas en el proceso
productivo es habitualmente ignorada por los teóricos keynesianos que
contraponen el avance de los especuladores a la declinación de los
industriales, como si ambas actividades estuvieran completamente
divorciadas y no conectadas a distintas instancias de la conversión de la
plusvalía en capital.
Reconocer estos nexos no
implica ignorar la hipertrofia especulativa de las últimas dos décadas,
ni desconocer el rol preeminente de los banqueros. Pero esta influencia
-que se expresa en la gravitación de los acreedores y en la primacía de
las políticas de restricción presupuestaria o monetaria- es transitoria
y no indica un “triunfo de los banqueros sobre los industriales”.
Ambos grupos han participado en común del atropello a las conquistas
sociales a fin de recomponer la tasa de beneficio. El eje del “orden
neoliberal” ha sido esta agresión y no los conflictos entre
especuladores e inversores.
La supremacía del capital
financiero es un proceso acotado, que no expresa el predominio de un “régimen
de acumulación rentista”. Si bien es cierto que el endeudamiento de-
los industriales potencia periódicamente la preeminencia de los
financistas, también los desplomes bancarios recortan el poderío de este
último grupo. Y a este mismo vaivén están sujetos los poseedores de títulos,
acciones u obligaciones negociables que circulan en el mercado sin
contrapartida equivalente en el plano productivo. Tal como ocurre con
cualquier otro segmento del capital-dinero, el capital ficticio se
valoriza y desvaloriza en función del comportamiento de la tasa de
beneficio.
Al despegar el análisis de la
crisis de sus raíces productivas, las teorías que exageran el papel del
capital rentista, financiero o ficticio propagan imágenes superficiales
del capitalismo, que simplifican inadecuadamente el análisis de este
sistema.
Crisis por arriba, declive del
neoliberalismo
El enfoque marxista
multicausal de la crisis brinda el fundamento teórico para comprender la
tónica gris de la fase y las causas que bloquean la consolidación de una
nueva etapa del capitalismo. Esta explicación remarca que la recuperación
parcial de la tasa de ganancia basada en el aumento de la explotación y
la reducción de los salarios no ha sido acompañada por una depuración nítida
de capitales. Además, ese repunte del beneficio acentuó la retracción
del poder adquisitivo, en condiciones de variada superproducción y agudos
picos de especulación financiera.
En este marco, el experimento
neoliberal derivó en la última década en una pérdida de legitimidad
política de las instituciones de la clase dominante. Este desgaste de la
dominación burguesa, que se manifiesta en la abstención electoral o el
desinterés por la gestión pública, es consecuencia de la fractura
social (desplome del “estado de bienestar”) y del avance de la
mundialización (erosión de la autoridad nacional por transferencias de
soberanía a los organismos supranacionales).
Esta crisis alcanzó al propio
neoliberalismo, cuya supremacía entre los grupos de poder tiende a
declinar. Este desencanto se evidencia en el estado de ánimo de los
economistas del establishment. G.Soros ya no ensalza el universo de las
finanzas, J.Sachs cuestiona las cirugías financieras que ejecutaba en los
90 y J.Stiglitz critica los ajustes que anteriormente diseñaba. La
decepción que comenzó con los desplomes del Sudeste Asiático y Latinoamérica
se acentúa con la expansión de la crisis hacia el centro del
capitalismo.
La doctrina neoliberal ya no
define la agenda del capital. Sus predicadores continúan prevaleciendo,
pero no despiertan el entusiasmo thatcherista de hace algunos años. Los
cuestionamientos a la desregulación, el escepticismo con las
privatizaciones y la reaparición del discurso proteccionista insinúan
incluso un eventual resurgimiento del keynesianismo.
El neoliberalismo constituye
una ideología burguesa en todas las acepciones del término. Sintetiza
creencias (“soberanía del consumidor”, “gravitación del
accionista”, “mano invisible”), intereses explícitos (ofensiva del
capital), programas (modificar las relaciones de fuerza) y “falsas
conciencias” (“desapareció el estado”, “se disolvieron las
fronteras”). Ha cumplido un significativo rol como un instrumento de
propaganda de la clase capitalista para romper la cohesión social de los
trabajadores. Y esta función es vital, porque la burguesía no puede
ejercer su dominación sin la carga de mitos que divulgan los dueños del
poder.
Pero la crisis actual afecta
todas las creencias neoliberales. En primer lugar, las ilusiones en los
“beneficios de la globalización” naufragan frente a las evidencias de
polarización mundial. Particularmente la fractura entre el centro y la
periferia erosiona el discurso de pasividad fatalista frente al saqueo
imperialista.
En segundo lugar, el aumento
de la desigualdad social y de la explotación socavan el entusiasmo por el
“estilo de vida estadounidense” que exaltan los medios de comunicación,
mediante el culto al dinero y la apología de los negocios. Esta
reivindicación del utilitarismo individualista choca, además, con la
resistencia popular al descarado intervencionismo del gendarme
norteamericano, cuyas “misiones civilizadoras” resultan cada vez menos
creíbles.
En tercer lugar, la quiebra
del “cyberoptimismo” ha propinado un severo golpe a las expectativas
neoliberales en el “futuro digital” de la “nueva economía”. Ambas
fantasías decrecen al compás del desplome del Nasdaq en Wall Street . Ya
es evidente que el mercado no se diluye en las redes, que la propiedad no
se disuelve en las conexiones y que la riqueza no emerge de los activos
intangibles. El declive conjunto del neoliberalismo y de la
“tecnoeuforia” contribuye a colocar nuevamente el estudio de la
realidad objetiva del capitalismo en el centro de la investigación,
contrarrestando el escapismo posmoderno. Por eso, las teorías referidas a
una “sociedad-red” ubicada más allá del tiempo y del espacio pierden
adhesión y auditorio .
En cuarto lugar, la
justificación neoliberal del desempleo en la teoría del “fin del
trabajo” se ha tornado insostenible, porque es evidente que la
desocupación es un mecanismo de reducción salarial y no un efecto
coyuntural del avance tecnológico. El aumento de la exclusión y la
regresividad solo contribuye al aumento de la explotación de los
trabajadores en que asienta el capitalismo.
La reversión del auge
neoliberal representa un golpe para la dominación capitalista, pero no
introduce un cataclismo anímico en la clase dominante. Esta creencia no
llegó a constituirse en la ideología sólida de una etapa, como sí
ocurrió por ejemplo con el optimismo racionalista de fin de siglo XIX. A
diferencia de esa época, la burguesía recuperó muy limitadamente la
confianza en el futuro o la ilusión de encarnar una misión histórica.
Por eso los mitos del neoliberalismo declinan sin provocar el gran impacto
de un desmoronamiento abrupto.
Tres frentes de rebelión
popular
Una secuencia exactamente
inversa al auge y declive del neoliberalismo ha seguido la resistencia
popular de las últimas dos décadas. El período inicial de fuerte
retroceso social y político de los trabajadores tiende a ser sustituido
por crecientes manifestaciones de rebeldía. Pero el impacto de esta
irrupción sobre el curso de la fase y la etapa debe ser analizado
evitando las lecturas subjetivistas y objetivistas. Mientras que el primer
enfoque exagera la incidencia de la acción popular sobre el proceso de
acumulación, la óptica objetivista presenta el rol de los explotados
como un hecho apenas complementario del desarrollo capitalista.
Una variante contemporánea
del subjetivismo realza, por ejemplo, la “insubordinación del
trabajo”, caracterizando que el capital se “fuga hacia las finanzas”
para contrarrestar el poder de los explotados. Pero olvida que el régimen
social predominante se sostiene en la propiedad privada de los medios de
producción y en el ejercicio cotidiano del “poder del capital”. Sólo
en situaciones excepcionales de ascenso revolucionario, colapso económico
o descalabro del estado, el “capital se escapa” del circuito
productivo . Por su parte, la tesis objetivista aparece en los
razonamientos funcionalistas de los teóricos del ciclo Kondratieff, que
observan las confrontaciones sociales como reflejos mecánicos de procesos
predeterminados por la lógica de la acumulación .
Para evitar ambas distorsiones
conviene delimitar analíticamente la esfera objetiva de las leyes del
capital de la órbita subjetiva de la lucha de clases para definir en que
marco se desenvuelve el antagonismo entre capitalistas y trabajadores.
Este condicionamiento es sustancialmente diferente en períodos de
prosperidad o estancamiento, pero no determina directamente la vigencia de
ascensos o reflujos de la lucha popular. Este signo está en gran parte
dictado por las tradiciones de lucha y los niveles de organización y
conciencia de la clase trabajadora . Utilizando un esquema de análisis,
que no disuelva la lógica del capital, ni ignore la acción de las clases
explotadas: ¿Cómo se pueden ubicar los resultados de la lucha de clases
en el cuadro de la etapa y la fase actual del capitalismo?
El punto de partida es
reconocer que todas las transformaciones inauguradas por el neoliberalismo
se apoyaron en ciertas derrotas claves de la clase obrera europea (Fiat-Italia
en 1979-80, huelga minera en Gran Bretaña en 1984-85) y norteamericana
(controladores aéreos 1980), así como en el reflujo revolucionario en América
Latina (caída del Sandinismo en 1990) y frustraciones populares
equivalentes en Africa (disgregación de los procesos nacionalistas ) y en
Asia (desastre de Camboya). Estos acontecimientos -que dieron aire a la
ofensiva capitalista- fueron adicionalmente apuntalados por la implosión
de la URSS, el giro pro-capitalista de China y por la identificación
popular del comunismo con las tiranías del ex “bloque socialista” .
Pero este contexto ha quedado
radicalmente modificado desde la segunda mitad de los 90 por el avance de
la resistencia popular en tres planos. En primer lugar, las luchas
antiimperialistas de la periferia que se multiplican como alternativa
superadora de los trágicos enfrentamientos étnicos o raciales de las últimas
décadas (Ruanda, Balcanes, Asia). Especialmente en América Latina se
localiza esta recuperación de la acción antiimperialista.
En segundo lugar, existe una
clara recomposición de las huelgas y movilizaciones de la clase obrera,
que tienden a revertir el retroceso precedente. Gran parte de los países
europeos (como Italia o España) que fueron epicentros del atropello
reaccionario se han convertido hoy en escenarios de la resistencia obrera,
cuyo significado estratégico es decisivo, porque este sector -y no la
“multitud” o la “ciudadanía”- es el principal agente de la
transformación social. La recuperación obrera no pone fin a la crisis
social e ideológica del proletariado de los últimas décadas (desempleo
y descreimiento en proyectos anticapitalistas), pero inaugura la reversión
del reflujo.
En tercer lugar, el movimiento
de protesta global -al desafiar a los dueños del mundo en su propio
terreno- ha cambiado el clima político internacional. Esta acción ofrece
una alternativa progresista frente a la mundialización del capital y por
eso canaliza el resurgimiento del internacionalismo y el desarrollo de una
embrionaria conciencia anticapitalista. En estas protestas, la juventud
vuelve a ganar protagonismo, se verifica el nuevo rol de la mujer en la
batalla social y sectores oprimidos -como el campesinado- encuentran un
canal de convergencia de sus aspiraciones, con el conjunto de la población
explotada.
Esta triple reacción de los
pueblos periféricos, la clase trabajadora y el movimiento de protesta
global está modificando el contexto internacional. La nueva situación no
revierte aún la tónica desfavorable de las relaciones de fuerza para los
trabajadores, pero le ha quitado sostén a la ofensiva del capital.
¿Cuál será el impacto de
este giro en la conciencia de los trabajadores? ¿Se recompondrá un
proyecto político emancipatorio propio de la clase obrera con influencia
e implantación masiva? ¿Se recuperarán los niveles medios de conciencia
socialista de los grandes períodos revolucionarios? Por ahora no hay
respuestas nítidas. Pero ya es posible afirmar que la izquierda ha dejado
de nadar contra la corriente y que sus planteos encuentran mayor eco entre
los explotados. Los proyectos socialistas renovados comienzan a despertar
adhesión.
Prefiguraciones
socialistas
Diagnosticar el cuadro de la
etapa y de su fase con el auxilio de la teoría de la crisis contribuye a
comprender las tendencias del capitalismo contemporáneo. ¿Pero cuál es
el objetivo de esta interpretación?
Los marxistas de principio de
siglo XX analizaban estos temas para esclarecer las contradicciones del
sistema y para vislumbrar indicios prefigurativos del futuro socialista.
El análisis actual debe preservar ambas metas, evitando dos modalidades
del fatalismo. La primera presenta el devenir socialista como el paso
subsiguiente de una inevitable “etapa final” del capitalismo. Esta
visión siempre interpreta que la “última fase” no es el período más
reciente de este sistema, sino su estadio terminal. Olvida que los
acontecimientos del siglo XX confirman que las crisis del capitalismo no
desembocan necesariamente en el socialismo. La implantación de este régimen
es deseable y factible, pero no inexorable y su conquista dependerá del
empalme de la lucha social con acertadas estrategias políticas de
transformación revolucionaria.
Existe otra variante de
fatalismo que renuncia a indagar la perspectiva socialista, estudiando
exclusivamente los mecanismos de autoreproducción del capital. El énfasis
en investigar comparativamente los distintos “regímenes de acumulación”
es un ejemplo de esta óptica. Pero al eliminar el horizonte socialista
del análisis para concentrar exclusivamente las reflexiones en torno a
las formas de regulación del capitalismo, la labor teórica se torna estéril
o deviene en un recetario de consejos para gestionar la explotación de
los trabajadores. En explícita oposición a ambos enfoques, los
socialistas indagamos etapas, fases y crisis para contribuir a la lucha
emancipatoria de los oprimidos.
En este estudio hay que
observar como ciertas contradicciones del capitalismo ilustran cierta
direccionalidad objetiva hacia un porvenir socialista. La percepción de
estos rasgos no supone descubrir impulsos teleológicos, sino captar un
devenir posible. Cómo ya ocurrió en el pasado, observar anticipaciones
equivale a reconocer características embrionarias de sistemas futuros.
Este tipo de precedentes fue visible en el origen del capitalismo y vuelve
a notarse en el ocaso de este modo de producción.
En la actualidad, la tendencia
a la socialización de la producción está a la vista en el avance de la
internacionalización productiva y en la enorme gravitación de los
conglomerados de corporaciones en cualquier punto de la actividad económica.
Este entrelazamiento objetivo de los procesos de fabricación, circulación
y distribución de las mercancías ilustra el creciente impulso hacia una
gestión socializada. Pero esta tendencia choca con el reinado de la
ganancia y de la propiedad privada de los medios de producción. En última
instancia, todas las tensiones económicas creadas por la cruzada
privatista del neoliberalismo deriva de este conflicto entre fuerzas
tendientes a la planificación y coordinación social del proceso
productivo y presiones opuestas, que apuntan a ampliar las normas
capitalistas del beneficio y la explotación .
Pero el principal terreno de
prefiguración socialista es la conciencia de los trabajadores, explotados
y oprimidos. Allí se procesa el gran desafío de la etapa: alumbrar un
proyecto socialista que atraiga el entusiasmo de las nuevas generaciones.
Concluidas dos décadas signadas por el neoliberalismo y el derrumbe de
los ex “países socialistas”, existen condiciones para lograr
sustanciales avances en este objetivo. La derecha pierde energía,
autoridad y consenso a medida que avanza la rebelión popular en la
periferia, se recompone la acción de la clase obrera y se masifica la
protesta global. La caracterización de etapas, fases y crisis apunta a
mejorar nuestra preparación teórica y política frente a estos
acontecimientos.
Notas:
(1).- Economista, Profesor de
la UBA, Investigador del Conicet. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Varios temas sintetizados en este texto pueden consultarse en:
www.eltabloid.com/claudiokatz<br>
Hobsbawn Eric. Historia del
siglo XX, Crítica, Buenos Aires 1998 (Introducción)
Ver la excelente presentación
metodológica de estos problemas en: Jessop Bob. “What
follows fordism?”. Albritton R, Itoh M, Zuege A. (eds). Phases of
capitalist development. Boom, crisis and globalisation , Palgrave, London
, 2001.
Callinicos describe la
existencia de tres líneas críticas de la periodización. En primer
lugar, los partidarios de la “corriente de la derivación”, que
intentan analizar todos los procesos del capitalismo mediante la extensión
de la “lógica del capital” a otras categorías del análisis (mercancía,
estado, dinero). En segundo lugar, el enfoque de R.Brenner centrado
exclusivamente en los mecanismos de la sobreproducción. En tercer término,
los autores influidos por el posmodernismo, que objetan la omisión
“esencialista” del impacto de “múltiples factores” en los
estudios de las etapas. Pero este mismo cuestionamiento se podría
extender a cualquier esfera del análisis, lo que imposibilitaría por
completo el conocimiento. Callinicos
Alex. “Periodizing capitalism and analyzing imperialism: classical
Marxism and capitalist evolution”. Albritton R, Itoh M, Zuege A. (eds).
Phases of capitalist development. Boom, crisis and globalisation ,
Palgrave, London , 2001.
Lipietz
Alain. “The fortunes and misfortunes of Post-Fordism”. Albritton R,
Itoh M, Zuege A. (eds). Phases of capitalist development. Boom, crisis and
globalisation , Palgrave, London , 2001.
Arrighi
Giovanni, Moore Jason. “Capitalist development in world history
perspective”. Albritton R, Itoh M, Zuege A. (eds). Phases of capitalist
development. Boom, crisis and globalisation , Palgrave, London , 2001.
Dumenil y Levy estiman que el
punto de partida de esta ofensiva fue el “golpe monetarista” de 1979.
Henewood considera que el contexto favorable al capital inaugurado por
Reagan se mantuvo en Estados Unidos durante la gestión de Clinton. Dumenil
Gerard, Levy Dominique. Crise et sortie de la crise, Actuel Marx-Puf, Paris, 2000.
Henwood Doug. “The new economy and the speculative
bubble”. Monthly Review, 52, n 11, april 2001
Se calcula que en 1880 el PBI
per capita de las naciones avanzadas ya duplicaba a los subdesarrollados y
en 1913 esta diferencia se había triplicado. Pero la brecha saltó a
cinco veces en 1950 y a siete veces en 1970. Hobsbawn Eric. La era del
imperio, Crítica, Buenos Aires 1999 (cap 1)
Desde la finalización de la
segunda guerra hasta 1983 se registraron en la periferia 100 conflictos bélicos
que condujeron a la muerte de 20 millones de personas.
El aumento de la productividad
en la industria norteamericana en comparación con la reducción de los
salarios desde los años 80 ilustra este desacople. Ver Editors “The new face
of capitalism”. Monthly Review, vol 53, april 2002. Tabb William. “The
new economy. Same irrational economy”. Monthly Review, 52, n 11, april
2001. Editors “The new economy. Myth and reality”. Monthly Review, 52,
n 11, april 2001.
Petras se equivoca al negar
este alcance. Petras James. “La revolución de la información, la
globalización y otras fábulas”. Voces y culturas, n 17, 1er. semestre
2001.
El primer enfoque sobre la
productividad evalúa el comportamiento de un “multifactor productivity”
que se cuantifica siguiendo el tradicional “residuo” de la función de
producción neoclásica. La segunda visión está emparentada con el análisis
de la composición técnica del capital y apunta a determinar como impactó
la fuerte reducción de los precios de los insumos informáticos sobre el
flujo de inversiones. El tercer cálculo es muy controvertido, porque
mientras que algunos investigadores observan fuertes subas (Ollinder,
Sichel, Jorgenson, Sitroh), otros (Gordon) estiman que estas mejoras
corresponden a una subestimación del índice precedente y a una revisión
de los cálculos de inflación. Además, subrayan que el avance ha sido
coyuntural (pro-cíclico) y se ha concentrado en el segmento de bienes
durables o en la fabricación de computadoras. Olinder Stephen, Sichel Daniel. “The resurgence or
growth in the late 1990. Federal Reserver Board, may 2000. Jorgenson Dale,
Sitroh Kevin. “Raising the speed limit”, may 2000. Harvard University,
Federal Reserve Bank of New York. Gordon Robert.”Does the new economy
measure utp to the great inventions of the past”. Journal of Economic
Perspectives, vol 14, n 4, fall 2000.Gordon Robert. “Has the New Economy
rendered the productivity slowdown obsolete?. Northwestern University and
NBER, june 19999.
Las discusiones técnicas
sobre el incremento de la productividad que han prevalecido desde mitad de
los 90 son muy complejas y están muy vinculados a la forma de computar la
depreciación, la forma de evaluar los impactos cualitativos en
actividades de servicios y la distribución de la mejoría entre las
distintas ramas. Ver las últimas estimaciones generales (La Nación,
12.5.01, 11-8-01, 9-9-01), el informe McKinsey (Clarín 21-10-01), las
opiniones de P Samuelson (Clarín 24-6-01) y P Krugman (Página 12,
15-8-01).
Es por ejemplo el caso de:
Clairment Frederic. “La resaca después de la fiesta”. Le Monde Diplo,
mayor 2001. Buenos Aires.
Por ejemplo: Dumenil Gerard,
Levy Dominique. “Periodizing capitalism: techonology institutions and
relations of productions”. Albritton R, Itoh M, Zuege A. (eds). Phases
of capitalist development. Boom, crisis and globalisation , Palgrave,
London , 2001.
El planteo de Tapia es un
ejemplo reciente de este rechazo. Luego de repetir la tradicional objeción
neoclásica (“ a las ondas largas no las ví nunca, ni con microscopio,
ni con macroscopio”), cuestiona el análisis de las fases de largo plazo
junto a cualquier investigación del “estadiaje” inaugurado por Lenin.
Tapia Granado José. “Katz , Mandel , Mattick, las ondas largas y las
fluctuaciones cortas” (New School, 2 de marzo de 2002).
Astarita puntualiza
correctamente este hecho, en un análisis que sin embargo asocia
equivocadamente a Mandel con Kondratieff. Astarita, Rolando. “Un análisis
crítico de sobre las tesis de las ondas largas”. Cuadernos del sur 32,
noviembre 2001.
Johsua Isaac. “La crise de
1929: priemiere entre toutes, unique et pourtant exemplaire”. Crises
structurelles et financieres de capitalisme au 20 siecle”, Syllepse,
Paris 2001.
Malloy
Mary, Post Charlie. “A reply to Robert Brenner” Against the current, n
79, March/ April 1999. Amin Samir. ¨The political economy of the
twentieth century¨ Monthly Review n 2, vol 52, june 2000
Dumenil
Gerard, Levy Dominique. “Sortie de crise, menaces de crises et noveau
capitalisme”. Une nouvelle phase du capitalisme? Syllepse,
Paris 2001. Bocarra Paul. “Pour un création monétaire partagée”. Le
Monde, 2 ocotobre 2001. Wilno Henri. Un nouvel ordre productif ?. Imprecor
n 451, octobre 2000. Husson
Michel. “Nouvelle economie: capitaliste toujours”. Critique Communiste
n 159-160, Eté-automme 2000. Husson Michel. “Annes 70: la crise et ses
lecons”. Crises structurelles et financieres de capitalisme au 20 siecle”,
Syllepse, Paris 2001. Rigacci Gianni. ¨Le systeme capitaliste ná pas
surmonté l´onde longue de stagnation¨ . Imprecor n 451, octobre 2000. Went
Robert. Globalisation, IIRE- Pluto Press, 2000.
Esta caracterización no es
compartida por los autores que prefieren hablar de una “fase final del
ciclo Kondratieff descendente” (Wallerstein) o que pronostican que esta
caída alcanzará su punto terminal en los próximos 10 años (Arrighi). Wallerstein
Immanuel. Mondialisation our ere de transition?”. Une nouvelle phase du
capitalisme? Syllepse, Paris 2001. Arrighi Giovanni, Moore Jason.
“Capitalist development in world history perspective”. Albritton R,
Itoh M, Zuege A. (eds). Phases of capitalist development. Boom, crisis and
globalisation , Palgrave, London , 2001.
Bujarin interpretaba que esta
mutiplicidad de contradicciones se sintetizaba en el choque entre las
tendencias internacionalizantes y proteccionistas del capital, en la
compulsión a la guerra interimperialista y en el enfrentamiento de la
URSS con sus enemigos capitalistas. Bujarin Nikolai. imperialismo y la
acumulación de capital. De Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1973.(cap
5). La economía mundial y el imperialismo. Pasado y presente n 21, Buenos
Aires, 1971.(cap 1,2,3,8,13). Ver también: Andreu Maurice. Que faire des
theories sur la plusvalue. Congres Marx International III, Paris, 26-29
septembre 2001.
Rosldolsky,
Roman. Génesis y
estructura de El capital de Marx. Siglo XXI, México, 1979 (cap 30).
Mandel,
Ernest. Cien años de
controversia en torno al Capital, Siglo XXI, Madrid, 1985.( 143-152,
151-156, 196-198). El Capitalismo tardío (cap n 1 y 12). ERA, México,
1976. "Une modele socio-economique alternative". Le capitalisme
tardif, Nouvelle Edition, La Pasion, Paris, 1998.
Altvater E. “La crisis de
1929 e o debate marxista sobre a a teoria da crise". Historia del
marxismo, vol 8, Paz e terra, Rio de Janeiro, 1987. Itoh Makoto. La crise
mondiale, EDI, Paris, 1987. (cap 5).
En un análisis empírico
Sherman ilustra como inciden ambas esferas en el ciclo económico
norteamericano. Mientras que en la recuperación los ingresos se elevan más
aceleradamente que los costos, en la prosperidad estas relaciones se
invierten y en la crisis, el primero se desploma y el segundo comienza a
subir hasta que el ingreso remonta en condiciones de costos aún bajos. Sherman, Howard. The
Business Cycle. Princenton University Press, New Jersey, 1991.
“Realization and costs: reply to Goldstein”. Review of Radical
Political Economy vol 34, n 2 Spring 2002.
Laibman presenta este modelo.
Por un lado reconoce la existencia de crisis de valorización (ascenso de
la composición del capital), de realización (a nivel de la demanda y en
función de la participación de las ganancias en el ingreso) y de
“liquidación” (desplazamiento de capitales sobreacumulados en la
esfera financiera). Pero por otra parte, también describe como la acción
de esos sucesivos desfasajes pueden analizarse en sus distintos ámbitos
de localización. Laibman David. “El capitalismo como historia”.
Arriola J, Guerrero D. La nueva economía política de la globalización.
Universidad de País Vasco, Bilbao 2000. Un ensayo sobre la estructura y
la dinámica de la sociedad capitalista I, II y III. Realidad Económica,
n 135, 136 y 137, noviembre de 1995, diciembre 1995 y enero 1996, Buenos
Aires. “Capitalism as history: a taxonomy of crisis
potentials”. Science and society vol 63, n 4, winter 1999-2000.
Moseley
Fred. “The Unites States economy at the turn of the century: entering a
new era of prosperity” Capital and class 67, spring 1999. Wolff Edward.
“The recent rise of profit in the United States” Review ofr Radical
Political Economics, vol 33, n 3, summer 2001.
Este dato no es menor, porque
define la depuración de los capitales que condiciona el ascenso de la
tasa de ganancia. Mientras que algunos autores (Malloy, Hossein, Gabb)
destacan que el repunte del beneficio pudo consumarse sin la desvalorización
masiva que precedió los grandes booms de largo plazo, otros analistas (Dimicoli)
puntualizan que la ausencia de esta depuración obstaculiza la vigencia de
una fase expansiva. Malloy
Mary. On Brenner’s politics os U.S. decline”. Against the Current,
July-august 1995, Detroit. Hossein Zadeh Ismael, Gabb Anthony, ¨Making
sense of the currente expansion of the US Economy. A long wave approach
and a critique¨ Review of Radical Political Economics, vol 32, n 3,
september 2000. Dimicoli
Yves. ”Une nouvelle economie?” Congres Marx International III, Paris,
26-29 septembre 2001.
Distinguir la evolución de la
tasa de ganancia de largo plazo de su equivalente de corto plazo es vital
para estudiar las fases de cada etapa, porque la ley de Marx se aplica al
primer tipo de variable. Shaik utiliza la masa de ganancia como referencia
analítica de esta misma investigación. Shaik Anwar. “La onda larga de
la economía mundial”. Arriola J, Guerrero D. La nueva economía olítica
de la globalización. Universidad de País Vasco, Bilbao 2000.
Wallersteien se equivoca al
estimar que predomina el aumento y no la reducción de los costos. Las
“tendencias sistémicas” que resalta (declinación del ruralismo,
desequilibrios ecológicos y expansión de la democratización) no operan
por sí mismas, sino a través de su impacto sobre la plusvalía, el
capital variable y el capital constante. Al omitir este análisis, observa
encarecimientos dónde se registraran abaratamientos de costos. Wallerstein I “A left
politics”. Monthly Review 8 v 53, January 2002.
Algunos economistas inspirados
en Kalecki clasifican esta variedad de situaciones en dos tipos de
modelos: “economías impulsadas por salarios o por ganancias”. Pero
desvinculan esta descripción de las contradicciones del capitalismo y no
explican porqué aparecen y decaen estos modelos. Taylor, Lance.
"Crecimiento económico, intervención del estado y teoría del
desarrollo. Pensamiento Iberoamericano, n 29, enero-junio 1996. Blecker Robert. "International
competition, income distribution and economic growth". Cambridge
Joural of Economics, vol 13, n 3 1989. Marglin Stephen, Bhaduri Amit.
"Unemployement and the real wage". Cambridge Economic Journal,
vol 14, 1990
Rasselet,
Gilles. "L'analyse
marxiene de crise de superproduction". Actualiser l'economie de Marx.
Congres Marx Internacional. PUF, 1996.
Ver:
Husson, Michel. Misere
du capital. Syros, Paris, 1996. (Cap 1 y 2). Husson Michel. “L´ecole de
la regulation, de Marx a la fondation Saint Simon: un aller sans retour?”
.
Bidet Jacques, Kouvélakis Eustache. Dictionaire Marx Contemporaine, Puf,
Paris 2001.
Rosenthal atribuye una
equivocada significación a la capacidad de compra de los capitalistas. Rosenthal
John. "Value and consumption". Capital and class n 51, autoumm
1993.
Un trabajo reciente de su
principal exponente es: Brenner Robert. ”The economy after the boon”. Against
the current, n 98, may-june 2002.
Las grandes corporaciones
inflaron utilidades registrando transacciones ficticias para aumentar la
capitalización bursátil de las compañías y mejorar las remuneraciones
de los ejecutivos con la complicidad de los auditores. Cuando el divorcio
entre los balances y realidad de las empresa ya no pudo sostenerse
sobrevino el desplome accionario, que golpea también a los grandes bancos
acreedores de las empresas en quiebra. La petrolera Enron inauguró esta
secuencia de convulsiones, pero ya ha sido superada por World.Com y en el
mismo pelotón se ubican compañías de telecomunicaciones (Global
Crossing), líderes de fusiones (AOL-Time Warner) y gigantes de todos los
sectores (Xerox, Adelphia, Quest, Dynergy, Implcare). El derrumbe
accionario afecta a la masa de pequeños ahorristas y especialmente a los
trabajadores que apostaron su próxima jubilación a Fondos de Inversión
embarcados en el casino bursátil. Gran parte de la administración de
Bush está implicada en algún delito relacionado con el encubrimiento o
con el tráfico de información confidencial. Estas vinculaciones provocan
una pérdida de confianza en la conducta de las empresas, es decir en
principios ético que el capitalismo vulnera sistemáticamente, pero que
la población norteamericana mayoritariamente respeta. Las críticas al
“debilitamiento de las regulaciones” se multiplican, mientras el
gobierno intenta preservar la impunidad de los estafadores, mediante
cambios superficiales que no impiden a los financistas continuar operando
indiscriminadamente en cualquier segmento del mercado.
Un generalizado pesimismo
embarga a los creyentes de la “nueva economía”, que auguran ahora el
fin del cambio informático. Esta mutación anímica no ha modificado, sin
embargo, “tecnodeterministas” de sus teorías, que postulan la
sustitución del ciclo económico por un nuevo “ciclo tecnológico”
dependiente del mercado bursátil. Mandel
Michael J. Depressao.com, Record Sao Paulo, 2000 (cap 1 a 4).
También decrece la influencia
de los teóricos del nuevo “capitalismo cognitivo” que reemplazaría
la producción de bienes por la coordinación de las actividades
informacionales, convirtiendo al conocimiento en la fuente principal de
valorización. Esta concepción olvida que la generación de ganancias
depende de la producción material y de la explotación de los
asalariados. La creciente gravitación del “trabajo informacional” no
implica su preeminencia como fuente de plusvalor. Qué ciertas
contradicciones del capitalismo se desplacen hacia la esfera informática
solo confirma el creciente choque entre la socialización y la
mercantilización del conocimiento, porque el mayor entrelazamiento del
proceso productivo (y el consiguiente uso compartido de la información)
coexiste con la apropiación privada de los frutos de esta actividad. Ver
Moulier-Boutang Yann. “Marx en Californie: le troisieme capitalisme et la
vielle economie politique”. Congres Marx International III, Paris, 26-29
septembre 2001. También: Lojkine Jean. “L´espirit du capitalisme a l´epreuve
de ses practiques: une approche sociologique de la crise du capitalisme
informationnel”. Congres Marx International III, Paris, 26-29 septembre
2001.
Resulta especialmente fallido
el intento de Holloway de presentar la “financiarización
especulativa” actual como una manifestación de esta fuga, porque no
logra demostrar cuáles son los nexos que vinculan las luchas populares
con la hinchazón financiera. Estas conexiones no se han observado en ningún
caso concreto de la última décadas, ni en el tequila mexicano, ni en el
desplome ruso, ni en la debacle tailandesa. Holloway John. “Valor,
crisis y lucha de clases”. Herramienta 15, otoño 2001.
Esta visión tuvo numerosos
exponente entre los teóricos de la II Internacional y sus sucesores
stalinistas, que identificaban las leyes del capital con principios
naturalistas, determinantes de un avance inexorables hacia el socialismo.
Mandel utilizó este esquema
para analizar la interacción entre condicionamientos económicos y
acciones de la clase obrera. También lo aplicó a su caracterización de
las ondas largas, señalando que las fases ascendentes de estos períodos
derivan de algún desenlace estratégico “exógeno” de la batalla
social favorable a la burguesía, mientras que las fases descendentes
surgen de la acumulación de contradicciones “endógenas” del
capitalismo. Sobre este aspecto se concentran en cambio los estudios que
por ejemplo vinculan la duración de un período al tipo de
industrialización predominante (liviana, pesada o de consumo
durable).Ver: Albritton Robert. “Capitalism in the future perfect tense”. Albritton
R, Itoh M, Zuege A. (eds). Phases of capitalist development. Boom, crisis
and globalisation , Palgrave, London , 2001.
Si Holloway invierte esta
realidad con su tesis de la “insubordinación del trabajo”, Negri
recurre a una distorsión mayor cuando presenta a la globalización como
un resultado de los “deseos de liberación” de los trabajadores que
buscan emanciparse de las tiranías disciplinarias del taylorismo. En esta
inversión, un mecanismo de intensificación de la concurrencia entre los
trabajadores es visto como un canal de satisfacción de los impulsos
emancipatorios del pueblo, desconociendo que la expansión geográfica del
capital es la antítesis y no la coronación de las batallas sociales de
los oprimidos. Negri Antonio, Hardt Michael. Imperio, Paidos, Buenos
Aires, 2002.(cap 11 y 12)
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