Las crisis de la periferia
Por Claudio Katz
Revista Realidad Económica Buenos Aires
(Argentina), 15/11/01
Las cinco grandes crisis de la última década se
localizaron en países periféricos que afrontaron descalabros cambiarios,
fiscales y monetarios simultáneos. América latina fue un foco de esta
creciente vulnerabilidad, resultante de la dependencia comercial y la
desarticulación industrial. Esta misma fragilidad explica los estallidos
de sobreproducción en el Sudeste asiático, la regresión
desindustrializadora de Rusia y la tragedia de pobreza en África.
Las crisis han sido más severas y extendidas que
sus precedentes de los años '80, pero el impacto no se extendió a los
centros. El desplome en los países dependientes fue comparable al
registrado en las naciones avanzadas durante la depresión de los '30.
Este carácter fracturado de las crisis confirmó la gravitación de la
dominación imperialista en su triple dimensión económica, política y
militar y también evidencia que el avance de la mundialización acentúa
el subdesarrollo.
Las crisis desmintieron los postulados neoliberales
y son inexplicables con las categorías del keynesianismo. En cambio la
interpretación marxista esclarece por qué los efectos de la
sobreproducción, la caída de la tasa de ganancia y la estrechez del
poder adquisitivo fueron diferentes en el centro y la periferia. Esta visión
subraya acertadamente, que las crisis han sido producto del funcionamiento
intrínsecamente desequilibrado del capitalismo y no sólo efectos de la
especulación financiera.
Las crisis económicas que soportan los países
periféricos desde 1994 tienen consecuencias sociales devastadoras. Son más
agudas y generalizadas que sus antecedentes de los años '80 y tienen un
alcance equiparable al colapso de los '30. ¿Cuáles son las causas e
interpretaciones de estas turbulencias?
Seis características
Las cinco grandes crisis que se registraron desde
mitad de los '90 tuvieron como epicentro los "mercados
emergentes", es decir las regiones periféricas más conectadas con
el flujo internacional del capital. La conmoción comenzó en México en
1994, prosiguió en el Sudeste asiático en 1997, se extendió a Rusia al
año siguiente, afectó al Brasil posteriormente y se localizó últimamente
en la Argentina y Turquía. Estos colapsos presentaron seis características
comunes.
En primer lugar, el contagio fue muy acelerado. La
debacle mexicana puso en jaque el sistema bancario argentino, el shock asiático
frenó la reactivación latinoamericana, la turbulencia rusa se trasladó
al Brasil y el desmoronamiento de Turquía incidió sobre la Argentina.
Estas vertiginosas repercusiones obedecieron al pánico de los inversores
externos, que al percibir la proximidad de la crisis abandonaron
indiscriminadamente los mercados periféricos buscando refugio en los países
desarrollados.
En segundo lugar, las crisis culminaron en
devaluaciones descontroladas (México, el Brasil, Corea, Tailandia, Turquía)
o en su forzada contención con medidas hiperrecesivas (la Argentina).
Estas conmociones deterioraron las formas intermedias de regulación del
tipo de cambio y sólo dejaron en pie la flotación libre o el anclaje
total a una divisa fuerte. Mientras que en 1991 el 62% de los países
integrados al FMI mantenía políticas cambiarias mixtas, en 1999 apenas
el 34% preservaba estas orientaciones1.
Pero, además, como lo demuestra el caso del
Ecuador, un extremo no excluye al otro y una mega-devaluación puede
derivar en dolarización. Ambas opciones implican la renuncia total a la
soberanía monetaria. México, Corea o el Brasil devaluaron para frenar la
fuga de capital y no -como Estados Unidos o el Japón- para apuntalar una
estrategia exportadora. La revaluación de la moneda Argentina pretende
asegurar el pago de la deuda externa y no sostener -como Alemania- la
creación de una moneda mundial.
En tercer lugar, las crisis recientes incluyeron
grandes quiebras bancarias que desembocaron en rescates estatales de las
entidades. Estos salvatajes fueron más onerosos que sus equivalentes en
las naciones avanzadas, ya que insumieron el 15% del PIB mexicano en 1995
y el 25% del PIB de Turquía el año pasado2. Como estos auxilios no
beneficiaron a los países afectados sino a los acreedores, una vez
superada la emergencia los auditores del FMI se encargaron de pasarle la
cuenta a los trabajadores. Los 50.000 millones de dólares que la
"comunidad internacional le otorgó" a México durante 1995 o
los 100.000 millones que le asignó a Corea fueron costeados por la
población de estos países.
El descalabro fiscal es la cuarta característica
de las crisis que soportaron países subdesarrollados, cuyos niveles de
deuda pública son semejantes a las naciones avanzadas. Ese pasivo
promedia en Rusia o el Ecuador el 115-120% del PIB, es decir un porcentaje
no muy diferente al 110-130% del Japón, Italia o Estados Unidos. También
Canadá (90%) supera al Brasil (70%), Turquía (59%), la Argentina (50%),
el Perú (43%) o México (22%)3. Pero el grueso de la deuda de la
periferia no está nominada en moneda local, depende de su refinanciación
externa y carga con el costo creciente de los intereses. El pasivo externo
del tercer mundo saltó de 1,4 a 2,4 billones de dólares entre 1990 y
1998 y a pesar de su total reembolso se multiplicó por cuatro desde 1982.
Semejante asfixia condujo, en quinto lugar, a la
virtual desaparición de las políticas económicas anticíclicas
definidas localmente. A diferencia de Estados Unidos, Europa o el Japón,
los países periféricos no enfrentaron las situaciones recesivas con
medidas monetarias o fiscales reactivantes. Por lo contrario, debieron
asegurar la continuidad del crédito externo mediante recortes del gasto público,
aumentos de impuestos indirectos y subas de tasas de interés.
El sexto rasgo de los colapsos recientes fue la
convergencia de los desequilibrios cambiarios, bancarios y fiscales en una
crisis general. Como en todos los casos el desplome de la moneda provocó
quiebras financieras que a su vez pulverizaron las finanzas públicas,
resultó imposible aislar un trastorno del otro. Los desmoronamientos
fueron acumulativos e incontrolables4.
Dependencia comercial y desarticulación industrial
Las crisis periféricas fueron precedidas en
diversos países subdesarrollados por caídas de los precios de sus
materias primas exportables, especialmente agrícolas. Frecuentemente esta
pérdida de ingresos fue el origen de los desequilibrios financieros.
Pero también la oscilación de un recurso estratégico
como es el petróleo golpeó la periferia. La cotización del crudo cayó
durante la segunda mitad de los '90 a 10 dólares el barril para trepar a
35 dólares a mediados de 2000, porque las inversiones se redujeron
augurando una caída de la demanda que finalmente no se concretó. Pero
mientras la reconversión energética atemperó el efecto de estas
fluctuaciones en los países centrales, la periferia importadora soportó
el encarecimiento del crudo y la periferia exportadora debió canalizar
los ingresos adicionales al pago de la deuda externa (México, Venezuela)
o a la recuperación de guerras devastadoras (Irak, Irán)5.
Desequilibrios semejantes afectan las economías
altamente dependientes de las ventas de insumos industriales, cuando la caída
del nivel de actividad en las metrópolis retrae la demanda de estos
bienes. La difícil situación que actualmente atraviesan los proveedores
asiáticos de commodities tecnológicas es un nítido ejemplo de este
problema.
En general, todos los cambios registrados en la
división internacional del trabajo durante la última década acentuaron
la especialización de la periferia en exportaciones agrícolas, minerales
o industriales básicas. Por ejemplo, Rusia está más atada a sus ventas
de petróleo y gas, y las exportaciones de Malasia están más sujetas a
la demanda informática. Además, la liberalización del comercio
impulsada por la OMC forzó una apertura importadora en las naciones periféricas,
que no tiene contrapartida en mayores facilidades para las exportaciones
al centro. Esta asimetría redujo la capacidad negociadora de las naciones
subdesarrolladas.
Este ahogo comercial agravó, por otra parte, todas
las deformaciones de la industria periférica, porque la especialización
productiva en insumos exportables deterioró la estructura de la fabricación
integrada destinada al mercado interno. El modelo de la
"maquila" mexicana tiende a convertirse en el patrón general de
inversión de las corporaciones, que fracturan el proceso productivo para
lucrar con la baratura de la mano de obra de los países dependientes.
Esta desarticulación industrial explica por qué
es tan diferente la integración regional en los dos polos de la economía
mundial. Las corporaciones del viejo continente centralizan su actividad
en torno de la Unión Europea para disputar la hegemonía mundial,
utilizan el Mercosur sólo como punto de apoyo en esta batalla. Estados
Unidos directamente apuesta a liquidar esta asociación latinoamericana,
para subordinar a sus necesidades toda la actividad productiva regional a
través del ALCA. Esta misma adaptación de las economías
subdesarrolladas a los proyectos de liderazgo mundial tiende a consumarse
en el Sudeste asiático por medio del ASEAN.
Dos procesos adicionales acentuaron dramáticamente
la brecha industrial entre las economías avanzadas y atrasadas: la
revolución tecnológica y la polarización del trabajo en segmentos
calificados y degradados. En el primer caso se consolidó una
"fractura digital" entre las regiones que usufructúan de los
beneficios generados por el uso productivo de las innovaciones microelectrónicas
y los países que afrontan el costo de mayores importaciones de productos
informáticos. Esta asimetría refuerza la concentración de actividades
taylorizadas en la periferia y "cerebro-intensivas" en el
centro.
El aumento de la desigualdad entre los países ha
reforzado el encadenamiento del ciclo productivo de la periferia al nivel
de actividad de las metrópolis y por eso, las exportaciones e ingresos de
capital gravitan más que los mercados internos en la marcha de sus economías.
Como la vulnerabilidad es mayor y la acumulación tiene menor autosustento,
los países periféricos han perdido capacidad de reacción frente a las
crisis.
El desmembramiento de América latina
En América latina se localizan los principales
focos de las crisis periféricas. La tasa de crecimiento languideció en
los '90 luego de una traumática "década perdida", mientras la
pobreza absoluta se extendió al 36% de la población y la tasa de
desempleo superó todos los records anteriores6. El eje de la crisis se
localiza en las tres principales economías de la región.
En México, la debacle de 1994 coronó el déficit
comercial generado por la apertura importadora financiada con flujos de
capital. El estallido cambiario del tequila provocó el derrumbe del 15 %
del PIB industrial, la acentuada extranjerización de la propiedad y la
creciente dependencia del nivel de actividad de las exportaciones hacia
Estados Unidos.
En el Brasil, la crisis de 1998 estalló con la
devaluación del real que siguió al espectacular aumento del déficit
fiscal. Pero esta desvalorización acentuó aún más el desequilibrio
fiscal, creando una situación de sistemática depreciación de la moneda
brasileña frente a cada turbulencia internacional.
En la Argentina, la vigencia de un régimen
monetario de convertibilidad transformó la presión devaluatoria de cada
crisis en un proceso deflacionario. La regresión sostenida del PIB ha
generando un desmoronamiento sin precedentes de la inversión, el consumo
y el ingreso7. La depresión estructural de los últimos tres años
desplomó la recaudación impositiva y empujó al país a un virtual
default de su deuda externa. Como la Argentina posee el 25% de los títulos
de los países "emergentes" (junto al Brasil suman el 40%), este
incumplimiento amenaza con precipitar otra oleada de crisis periféricas.
Las turbulencias de América latina retrajeron la
afluencia de capital externo, tornando más difícil la refinanciación de
la deuda externa. El monto de este pasivo saltó de 435.000 millones de dólares
en 1990 a 750.000 millones en 2000, demostrando la total inutilidad de las
privatizaciones como mecanismo de reducción del pasivo. Algunas
estimaciones evalúan que toda la recaudación obtenida con estas ventas
equivale apenas a un año de pago de intereses8. Pero el efecto general de
las privatizaciones ha sido aún más negativo, porque la transferencia de
empresas estratégicas al capital extranjero incrementó la salida de
divisas (remisión de utilidades) y deterioró la competitividad
(encarecimiento de los servicios). En el caso de los bancos mexicanos este
despilfarro se multiplicó por una secuencia de privatizaciones,
reestatizaciones y nuevas privatizaciones, cuyo costo se estima en 100.000
millones de dólares.
América latina perdió posiciones en el mercado
mundial. El viejo modelo de exportaciones primarias e importaciones
manufactureras se ha reactualizado a una escala de bienes más elaborados,
pero manteniendo el deterioro de los términos de intercambio. El impacto
de esta regresión es tremendo en los países más pobres como el Ecuador,
que luego de soportar la quiebra general del sistema bancario y un pico
hiperinflacionario que empujó al 60% de la población a la pobreza
absoluta, han quedado a merced de los acreedores. En esta nación se
canaliza actualmente el 45% del presupuesto al pago de la deuda frente a
un insignificante 3% destinado a la salud pública.
Un importante sector de las clases dominantes de la
región participa del festín de las privatizaciones, es acreedora de la
deuda y lucra con la flexibilización laboral. Pero el principal ganador
de esta crisis ha sido el imperialismo estadounidense, que usufructuó de
una enorme transferencia de ingresos a su favor. Los bancos de EUA
afectados por la crisis del 82 se recompusieron con los pagos de la deuda
externa, las "maquilas" mejoraron las ganancias de las
corporaciones y la apertura importadora afianzó la penetración comercial
estadounidense9.
Sobreproducción en el Sudeste asiático
La crisis del Sudeste asiático fue más inesperada
que las debacles latinoamericanas. Mientras que un estallido cambiario en
México y el Brasil siempre figuró en los cálculos de los banqueros, el
desplome de la moneda coreana no estaba previsto. Por eso este derrumbe
transformó el clima de triunfalismo capitalista en la actual sensación
de generalizada incertidumbre.
La crisis comenzó con la corrida contra el bath
tailandés y se extendió al conjunto de la región a fines del '97. La
gran afluencia de capitales atraídos por el crecimiento industrial y la
valorización de activos regionales terminó generando sobreinversión y
consiguientes fugas de capital, cuando el beneficio real no se correspondió
con el esperado. En Corea el ajuste fue severo, pero en Indonesia
sobrevino una catástrofe porque la devaluación del 70 % provocó la
quiebra de 17 bancos.
El impacto social de esta conmoción ha sido
terrible en la periferia media e inferior de la región (Malasia,
Tailandia, Indonesia). Especialmente en este último país la caída del
50% de los ingresos de la población agravó la pobreza absoluta de 55
millones de personas y expandió el desempleo del 5% (1996) al 20% (1999).
En la periferia superior (Corea, Taiwán) se multiplicaron los despidos y
la desregulación laboral. La empresa de contratos flexibles Manpower, por
ejemplo, ya gestiona el trabajo corriente de 2,6 millones de obreros en la
zona10.
La crisis estuvo precedida por una oleada de
devaluaciones competitivas que es muy característica de los modelos
exportadores sustentados sobre la baratura salarial. En estos esquemas los
concurrentes se disputan el mismo mercado y deben recurrir a la devaluación
cuando la reducción del costo de la mano de obra alcanza un límite. En
estas situaciones es tautológico afirmar que la presión desvalorizante
de las monedas proviene de su "excesiva apreciación previa". La
sobrevaluación monetaria constituye aquí un síntoma de sobreproducción
y las crisis cambiarias expresan la intención de preservar las posiciones
exportadoras en mercados saturados.
Estos descalabros confirman que el "modelo de
Corea" no es generalizable ni siquiera al grueso del sudeste asiático,
porque en el mercado no hay lugar para todos. Cuando el mismo tipo de
productos se fabrica en Indonesia, Tailandia y Malasia, el crack tiende a
estallar en las economías con menor capacidad de financiamiento de sus
desequilibrios comerciales.
Pero si la competencia por "inversiones mano
de obra intensiva" entre los países del Sudeste asiático explica la
irradiación de la crisis desde Tailandia, los trastornos específicos de
Corea obedecen a la barrera que enfrenta una economía periférica cuando
debe rivalizar con las potencias dominantes. Esta dificultad es una paradójica
consecuencia del éxito económico, porque al prosperar por encima de la
media de los subdesarrollados el país aventajado es empujado a una escala
de concurrencia que no puede sostener. Cuando en 1990 Corea comenzó a
desregular su economía para ingresar a la OCDE se lanzó a una batalla
perdida de antemano, porque ningún "chaebol" puede enfrentar a
los gigantes de Estados Unidos, Europa o el Japón. La primera evidencia
de este fracaso fue la quiebra del segundo productor de acero coreano (Hanbo
Iron and Stell) y la mayor prueba de esta derrota ha sido el desplome de
la automotriz Daewoo. Su aventurado intento de convertirse en una
corporación internacional construyendo plantas en Polonia, Ucrania,
Rumania, India y Vietnam no pudo pasar la prueba de la competencia con las
grandes corporaciones.
Estos fracasos confirman que Corea acortó, pero no
eliminó, el retraso histórico de la industrialización periférica, como
lo demuestra el limitado avance de la productividad que acompañó el
salto registrado en la producción. Esta limitación ha sido invisible
tanto para los neoliberales que elogian el aprovechamiento de las ventajas
comparativas comerciales, como para los institucionalistas que ponderan el
intervencionismo estatal. Ambas vertientes desconocen que el carácter
dependiente de la economía coreana se mantiene, a pesar del acelerado
crecimiento y tiende a reforzarse con el ajuste fondomonetarista en curso.
La reducción de gastos públicos, la apertura importadora y la remodelación
de los "chaebols" apunta a forzar la extranjerización de los
sectores estratégicos de las finanzas y las telecomunicaciones11.
La nueva periferia rusa
Aunque la economía rusa tiene un grado de apertura
bajo, ya experimenta las típicas crisis de las economías dependientes.
Su creciente nivel de exposición frente a las tormentas financieras
internacionales se verificó en 1998, cuando el fondo de inversión LCTM
apostó a que el rublo resistiría el desplome de todos los indicadores
productivos y financieros. Cuando sobrevino la devaluación, el LCTM quebró
y el rescate del tesoro de EUA no pudo evitar la irradiación mundial de
este descalabro.
Rusia se ha incorporado al pelotón de naciones
protagónicas de las crisis recientes porque la elite gobernante de burócratas-empresarios
saquea los recursos del país y los transfiere sistemáticamente al
exterior en operaciones especulativas. Estos estallidos acentúan la
vulnerabilidad del sistema financiero, cambiario e impositivo ruso
construido improvisadamente por el grupo dominante para asegurar la
reimplantación irreversible del capitalismo en la ex Unión Soviética.
En una economía desmonetizada y en gran medida dependiente del trueque
(50-70% de total de las transacciones en 1998), los bancos no cumplen
ninguna función redistributiva del crédito. Las entidades se dedican
primordialmente al reciclaje usurario de la deuda pública y al manejo de
los títulos creados por la nueva burguesía para apropiarse de las
empresas públicas12.
La inestabilidad de semejante circuito bancario se
acentúa con cada oleada de inflación, desvalorización monetaria y
desplome fiscal. Además, como el 50% de la economía opera en negro, la
capacidad recaudatoria del estado es muy baja y declina con la extendida
criminalización, que ha convertido el cobro de impuestos en una actividad
riesgosa.
La dependencia de las exportaciones primarias de
petróleo y gas confirma el nuevo perfil periférico de la economía rusa.
El precio y el volumen extraido de estos recursos determina el nivel de
cumplimiento de la deuda y la propia marcha del ciclo, que se desplomó en
1998-1999 y tuvo cierta recuperación durante 2000.
Pero a diferencia de cualquier país dependiente,
Rusia no careció de una industria autónoma capaz de sostener la dinámica
interna de la economía. Tenía una base industrial anticuada, pero más
eficiente que los desarticulados sistemas de las naciones periféricas.
Este cimiento fue destruido en pocos años, a través de un suicidio
productivo que es la causa principal del desastre económico actual. El
nuevo capitalismo ruso no aporta inversiones y se nutre de la capacidad
productiva creada durante el régimen precedente. La reposición del
capital industrial es nula y las inversiones extranjeras brillan por su
ausencia (50 dólares por habitante en promedio entre 1992 y 1996). Cuando
en 1992 comenzó la reintroducción del capitalismo en gran escala, el PIB
se desplomó un 26% y esta caída alcanzó el 46% entre 1991y 1996. No
existe ningún otro ejemplo de autodevastación tan extendido en la
historia contemporánea. Semejante destrucción de fuerzas productivas no
tiene parangón en los países centrales y supera todo lo ocurrido en la
periferia.
Pero lo más aterrador es el genocidio social. Los
salarios reales alcanzaron en 1998 sólo el 49% del nivel prevaleciente en
1991, la pobreza absoluta afecta al 24% de los habitantes y la diferencia
en la distribución del ingreso entre el decil más alto y el más bajo de
la población pasó de 4 veces en 1990 a 23 veces en 1993. En menos de una
década se produjo una inédita caída de la expectativa de vida de 64 a
57 años, en un marco de incontenible expansión del alcoholismo y
drogadicción. Además, el 40% de las embarazadas son anémicas y sólo el
12% de los escolares están clínicamente sanos.
La crisis rusa tiene dimensiones de catástrofe
porque combina una inserción periférica con la típica depredación de
la acumulación primitiva. La formación de un mercado laboral se apoya
sobre la destrucción de las redes de protección social y la readaptación
del viejo mercado negro. Al combinar la subproducción heredada del régimen
anterior con la sobreproducción propia del capitalismo, la economía ha
sido empujada al peor de los mundos posibles.
La tragedia de África
Las crisis recientes golpean violentamente los países
pobres de la periferia inferior de África, Asia y América latina, que al
carecer de "mercados emergentes" ejercen poca atracción sobre
los flujos internacionales de capital. Pero aunque no reciben grandes
inversiones extranjeras, estas naciones sufren los colapsos financieros,
porque están integradas a la dinámica del capitalismo. No conforman un
mundo aparte, ni están "excluidas de la globalización", sino
que soportan las consecuencias de la inserción dependiente sin participar
del desarrollo económico.
La crisis se transmite a estos países a través
del desplome de los precios de las materias primas. Este derrumbe golpeó
particularmente en la última década los productos más afectados por la
competencia ruinosa de las plantaciones modernizadas de Asia y América
latina (café, cacao, algodón, té, azúcar, tabaco). La arcaica
dependencia del ciclo agrícola de las condiciones climáticas y las
guerras étnicas desataron hambrunas colectivas en el continente negro,
especialmente en África Subsahariana (Sudáfrica y el norte del
continente excluidos). Esta región alberga al 10% de la población
mundial, pero con un PIB per capita de 460 dólares sólo participa
actualmente del 3% del comercio y del 1% de la producción
internacional13.
Como en los países más pobres ya no queda nada
por cobrar, el pago de la deuda externa se ha vuelto impracticable y por
eso periódicamente la OCDE anuncia alguna condonación. Pero el último
"perdón" sólo alcanzó a 22 de las 41 naciones más
pauperizadas y excluyó las acreencias privadas. La irrisoria cifra de
este "beneficio" y las draconianas condiciones para obtenerlos
incluso empujaron a dos naciones (Ghana y Laos) a renunciar a su utilización14.
La dimensión de la tragedia social que soportan
los países más atrasados es conmocionante. En África subsahariana, la
pobreza absoluta afecta al 50% de la población y en el conjunto del
continente el ingreso per cápita en 2001 es inferior al vigente en 1971.
Cómo esta situación se extiende a las naciones más pobres de Asia y América
latina, se estima que en la actualidad existen 1200 millones de personas
que viven con menos de 1 dólar por día y otros 1800 millones subsisten
con dos dólares, lo que ocasiona 40 millones de muertes al año por
hambre15.
Frente a la tragedia en curso en el continente
negro han reaparecido viejas teorías climáticas, culturales, raciales y
demográficas "afro-pesimistas", para explicar el actual
desastre. Pero el misterio no es tan irresoluble. Las guerras, la
criminalización de los estados y la dislocación de las comunidades
campesinas están directamente conectadas con el robo descarado de algún
recurso (especialmente mineral) por parte de las grandes corporaciones
norteamericanas y europeas. África padece una nueva escalada del saqueo
colonialista que ha devastado la región desde el siglo XVI. El látigo de
la dominación imperialista continúa frustrando su desenvolvimiento.
Dualización y fractura
Las cinco conmociones financieras de los últimos
diez años profundizaron la crisis de la periferia que inició el crac de
la deuda latinoamericana en 1982. Pero esta segunda oleada de estallidos
fue más extendida, ya que afectó a todos los países subdesarrollados.
Si la primera insolvencia fue precipitada por el aumento de las tasas de
interés, esta nueva crisis fue un producto del avance de la mundialización.
La creciente gravitación de las empresas transnacionales, la expansión
de las inversiones extranjeras y la interconexión global de los mercados
acentuó la vulnerabilidad de las naciones dependientes. Por un lado, el
avance de la internacionalización productiva reforzó la segmentación
regional de los procesos de fabricación y por otra parte, la liberalización
financiera multiplicó las transferencias de recursos hacia los centros.
El resultado de este proceso fue un apabullante aumento de la brecha de
ingresos entre el centro y la periferia (de 30 a 60 veces en las últimas
tres décadas) y la concentración del 86% del consumo total en el 20% de
la población mundial.
Esta polarización explica la gravedad de las
crisis periféricas recientes en comparación con las padecidas en los países
centrales. Ninguna economía desarrollada sufrió en la última década un
colapso equiparable al de la Argentina o Rusia, ni una reestructuración
fabril comparable a Corea, ni tampoco un zig-zag del ciclo económico
semejante a México o el Brasil.
Mientras los países subdesarrollados se
desplomaban, la economía estadounidense registró una década de
crecimiento prolongado con mejoras en la productividad y repunte de la
inversión. En Europa persistió el bajo incremento del PIB, pero no hubo
una regresión significativa del patrón de consumo. Sólo el Japón
padeció un estancamiento agudo, pero tampoco este retroceso modificó su
estatus de potencia comercial y financiera. En síntesis: el declive
catastrófico de los países periféricos no se extendió a la tríada de
las naciones imperialistas.
Esta misma diferencia se observa en el campo
social. El crecimiento de EUA se apoyó en la duplicación del número de
trabajadores flexibilizados, la ampliación de la jornada laboral y el
congelamiento de los salarios. Pero estos atropellos están muy lejos de
la pobreza que irrumpió en las naciones dependientes. Es cierto que en
Europa la desregulación laboral y el desempleo acumulativo deterioraron
las condiciones de vida de la población, pero tampoco aquí se consumó
un desastre. Y ni siquiera la erosión del sistema de protección
sociolaboral del Japón empujó a sus trabajadores a una situación
tercermundista. Estos contrastes expresan el impacto divergente que
tuvieron las conmociones financieras. Mientras que en el centro fueron
absorbidas, pospuestas o transferidas, en la periferia el impacto fue
brutal.
La causa de estas asimetrías no radica en la
"seriedad" de la gestión económica en los países centrales
frente a la "irresponsabilidad" prevaleciente en la periferia,
porque es evidente que los negocios se desarrollan en ambas regiones
siguiendo los mismos principios capitalistas. La diferencia estriba en que
la apropiación de ingresos sufrida por los países subdesarrollados operó
como un factor de alivio de las economías avanzadas.
Los mecanismos de expoliación imperialista
polarizaron el impacto de la crisis, creando un efecto fracturado del
mismo desequilibrio capitalista. En lugar de una depresión mundial,
uniforme, generalizada y sincronizada, en la década de los '90 prevaleció
una secuencia dualizada de derrumbes periféricos que contribuyeron a
contrarrestar la caída del centro. El avance de la mundialización
expandió los desequilibrios del capital en escala planetaria, pero también
polarizó sus efectos y reforzó la transferencia de contradicciones desde
el centro hacia la periferia del sistema.
Sorpresas y decepciones neoliberales
Los economistas neoliberales quedaron sorprendidos
cuando la crisis estalló en los países que habían seguido sus
recomendaciones. Al constatar que no eran acontecimientos pasajeros
comenzaron a presentar a cada colapso como una simple "corrección
del mercado", encubriendo la secuela de miseria que acompaña a estos
ajustes. Prometen que la acción espontánea de la oferta y la demanda
resolverá estos desequilibrios, ocultando que el estado interviene
activamente frente a estas turbulencias, que fueron además potenciadas
por los procesos de privatización y desregulación.
Los teóricos neoliberales elaboraron sofisticados
modelos para ilustrar cómo operan los mecanismos de propagación de los
descalabros recientes. Pero estas descripciones sólo abundan en
tecnicismos y carecen de explicaciones. Los estudios que enumeran los 158
episodios de crisis cambiarias y los 54 derrumbes bancarios que entre 1979
y 1987 precedieron a las conmociones posteriores, tampoco clarifican el
origen de estos desequilibrios. Y un nuevo "indicador de
vulnerabilidad" de 38 economías emergentes sobre la base de 12
variables que elaboró el semanario The Economist sólo constata
magnitudes de los colapsos ya ocurridos o previsibles16. En general, los
argumentos neoliberales giran en torno de cuatro ejes.
El primero destaca el componente psicológico de la
crisis remarcando el papel de las expectativas negativas, aunque sin
analizar a qué obedece el malhumor de los capitalistas. Se toma la
"desconfianza" como un dato y no como una variable a explicar en
función de la caída de la tasa de beneficio esperada. Todas las
elucubraciones sobre las "expectativas adaptativas" y
"racionales" se reducen a postular que finalmente ocurrirá lo
que se espera que suceda, o que las señales del mercado proporcionarán
anticipaciones de estos hechos. Pero si los capitalistas pudieran
adelantarse a esos acontecimientos habría menos quiebras industriales y
descalabros bancarios. Estos desplomes no se pueden controlar, ni
atemperar, porque bajo las reglas de la competencia la dinámica del
mercado es imprevisible.
La segunda interpretación neoliberal es de tipo
institucional. Atribuye la crisis al "estado mafioso" de Rusia,
al "modelo clientelista" del Sudeste asiático y a la
"corrupción del populismo" latinoamericano. Pero estas críticas
siempre aparecen luego del colapso de las "políticas antiestatistas"
promovidas por el FMI, cuando los instrumentadores de estos fracasos
pierden el estatus de próceres y comienzan a ser tratados en lenguaje
colonialista como "funcionarios ineptos" del tercer mundo. En
estas circunstancias también se descubre que la "ausencia del riesgo
moral" (por la existencia de garantía estatal a las aventuras
financieras) y la "falta de transparencia" (subsidios a los
grupo más vinculados con el manejo estatal) son intolerables.
Los desaciertos de la política económica son la
tercera justificación. Una vez que estalló la crisis, los genios del
neoliberalismo critican la demora o rapidez de cierta devaluación, el
abaratamiento o encarecimiento del crédito, la tardanza o anticipación
de los auxilios a los bancos. Todos se atribuyen el conocimiento de una
medicina que habría evitado el colapso, aunque nunca se entiende por qué
no la aplicaron antes del desastre.
En esta subasta de soluciones hipotéticas
prevalece la convergencia de ortodoxos y heterodoxos en la "nueva síntesis
neoclásica", basada sobre la reivindicación común del
neoliberalismo. Las únicas divergencias de opinión derivan más de los
intereses empresarios en juego, que del choque en torno a cierto principio
walrasiano o keynesiano. Pero al buscar las causas de las crisis
financieras en la política económica, el "mainstream" olvida
que los desplomes recientes afectan tanto a las variantes devaluacionistas,
inflacionarias y expansivas (Turquía) como a las vertientes
revaluacionistas, deflacionarias y contractivas (Argentina).
El cuarto argumento neoliberal es la
"insuficiencia de las reformas". Aquí los razonamientos son
reemplazados por actos de fe y se postula que algo falló por no ser
aplicado en plenitud. Las dificultades de las "economías
emergentes" son atribuidas a la ausencia de "medidas
desreguladoras más audaces". Pero el experimento neoliberal no empezó
ayer y el tiempo transcurrido es suficiente para balancear sus resultados.
Se puede argumentar que el "verdadero neoliberalismo" aún no se
implementó, pero si después de tantas versiones su fisonomía real todavía
permanece oculta es porque se trata de una fantasía inaplicable.
Los resultados de la última década han
deteriorado el prestigio de los economistas ortodoxos. Ya no pueden
ensalzar descaradamente al capitalismo, sino que deben justificarlo como
"el mejor de los sistemas posibles". Pero también esta modesta
reivindicación comienza a perder terreno frente a las voces que proponen
construir sistemas más eficientes y equitativos de organización de la
economía.
Declinación y resurgimiento del keynesianismo
La escalada de crisis periféricas ha reavivado la
influencia del keynesianismo, que perdió peso en la última década con
el auge de las concepciones ofertistas centradas sobre los problemas de la
inversión y no de la demanda. Esta reaparición es impulsada por algunos
artífices autocríticos de las políticas contractivas del FMI (Sachs,
Stiglitz), ahora opuestos a las recetas tradicionales que continúan
postulando los más ortodoxos (Dornbush, Fisher, Camdessus). Sugieren
combinar el ajuste con la reactivación mediante medidas extraídas del
manual keynesiano. Este giro es muy circunstancial y anticipa el próximo
cambio de opinión que surgirá de los nuevos reacomodamientos de la
economía convencional.
Los seguidores tradicionales del keyenesianismo
como Krugman17, atribuyen más directamente el desplome de los
"emergentes" a la presencia de una "trampa de
liquidez" que desalienta el consumo y contrastan la perdurabilidad de
las políticas anticíclicas en los países desarrollados, con su
eliminación en las naciones periféricas. Sin embargo, esta caracterización
olvida que el remedio keynesiano no ha dado resultados en algunas economías
avanzadas como el Japón y carga con la herencia de los fracasos que
originaron el giro neoliberal de los '90.
Pero Krugman tampoco explica por qué las naciones
dependientes tienen bloqueado el uso de los instrumentos reactivadores.
Simplemente se limita a reconocer cínicamente que los países periféricos
"carecen de buenas opciones", porque su dependencia del
financiamiento externo les ha quitado capacidad para aumentar el gasto público
y expandir la demanda en las fases recesivas. Pero el origen de esta
restricción es para los keynesianos un misterio insondable. Como ignoran
la opresión imperialista también desconocen por qué las naciones
subdesarrolladas no pueden abaratar el crédito, alentar el consumo o
promover la inversión pública en los períodos depresivos.
En la actualidad, las políticas keynesianas se
mantienen como privilegios de las economías imperialistas e incluso aquí,
son viables sólo cuando incentivan la valorización del capital en el
corto plazo sin afectar la tasa de beneficio de largo plazo. Las medidas
de reactivación de la demanda requieren la preexistencia de mercados
solventes y también niveles de depuración del capital y recomposición
de la tasa de plusvalía suficientes para reanudar la acumulación. Pero
reconocer estos condicionamientos exige abandonar la visión keynesiana
del capitalismo, como un sistema eficiente y equitativo si está
adecuadamente regulado, para tomar conciencia de los desequilibrios intrínsecos
de este régimen social.
Explicaciones basadas sobre la especulación
En las explicaciones de la crisis por la acción de
los especuladores se remarca que la "globalización financiera"
descontroló el movimiento internacional de los capitales y produjo
emigraciones de fondos, que precipitan colapsos cuando las monedas débiles
y los títulos de los deudores insolventes fueron fulminados por ataques
de los financistas18.
En este enfoque es muy visible la influencia de la
percepción cortoplacista que tienen los agentes bursátiles del proceso
económico. Estos individuos están adiestrados para intuir qué papel
subirá hoy y cuál caerá mañana, pero desconocen cuál es la lógica
subyacente de los mercados. Por eso saltan tan frecuentemente de los pronósticos
de catástrofe a los augurios de prosperidad ilimitada.
Las interpretaciones centradas sobre la especulación
ignoran que la función de esta actividad es detonar las crisis o
viabilizar las tendencias de la acumulación. Cuando por ejemplo "Soros
derrotó a la libra esterlina", ese golpe apuntaló el cambio de
paridad requerido para aceitar la constitución del euro. Los enfoques
centrados sobre la descripción de "burbujas" y
"apalancamientos" tienden, además, a exagerar el poder de los
financistas, imaginando que siempre pueden "torcerle el rumbo a los
ministros de economía". Lo consiguieron en México o Corea, pero no
en Hong Kong o en Rusia en 1998. Su éxito o fracaso depende de tendencias
objetivas del capital que no controlan y sobre las que influyen muy
limitadamente.
Es cierto que la inestabilidad de los mercados fue
potenciada en la última década por la desregulación financiera. Pero
esta liberalización también facilitó la canalización de inversiones
hacia las privatizaciones, las fusiones y las inversiones extranjeras
directas. La globalización financiera es un aspecto de la mundialización
y no un proceso puramente ficticio y divorciado de las transformaciones
productivas y comerciales registradas durante el último período.
Cualquiera sea la autonomía alcanzada por los
procesos financieros, el comportamiento de cada título y moneda continúa
expresando en el largo plazo la magnitud de la plusvalía extraída o
apropiada por los grupos dominantes del capital. Esta conexión no es fácilmente
perceptible en el corto plazo, especialmente cuando las magnitudes
nominales de las transacciones son muy voluminosas. Por eso hay que evitar
considerar que estas cifras son representativas de la evolución real de
la economía. Si se extrapola, por ejemplo, el desplome de Wall Street
entre mayo de 2000 y mayo de 2001 (un monto equivalente al 40% del PIB de
Estados Unidos) a la actividad real, resulta imposible entender cómo
prosigue la acumulación19.
El análisis de los procesos monetarios debe ser
asociado con la evolución de las variables reales para jerarquizar el
estudio de los procesos que se desenvuelven en la esfera productiva. En
este campo operan las leyes del capital y se gestan las tendencias
objetivas de la economía. A partir de aquí se puede comprender que la
sobreoferta de capitales deriva de la sobreproducción de mercancías, que
el descontrol financiero proviene de la caída de la tasa de ganancia y
que el origen de la especulación se encuentra en la competencia por el
beneficio. Aunque los desequilibrios afloren primero en la esfera
financiera hay que seguir esta secuencia analítica para comprender las raíces
de la crisis.
Sólo este abordaje permite entender por qué la
misma liberalización financiera produjo -hasta ahora- efectos tan
diferentes en las economías centrales y periféricas. Como la
especialización comercial y la productividad industrial protegieron a las
primeras y desguarnecieron a las segundas, las monedas, acciones y títulos
de los países avanzados tuvieron un comportamiento divergente del de los
atrasados.
Quienes sitúan la causa de las crisis periféricas
en la especulación habitualmente proponen medidas de regulación
financiera para resolver estos colapsos. Promueven mayor "supervisión
del FMI" (Stiglitz, Sachs), "controles del flujo de
capital" (Samuelson, Krugman) o "puniciones a los
banqueros" (Galbraith, Attali). Pero olvidan que la "falta de
regulaciones" no es un defecto reciente de la órbita financiera,
sino un mal endémico del capitalismo. La concurrencia entre empresarios
impide el manejo colectivo de los recursos y la planificación racional de
las inversiones que evitarían las burbujas financieras. Mientras perdure
la búsqueda del beneficio en desmedro de la satisfacción de las
necesidades sociales también subsistirá el descontrol especulativo.
El enfoque marxista multicausal
A diferencia de las interpretaciones ortodoxas y
heterodoxas, el enfoque marxista atribuye correctamente las crisis periféricas
recientes a contradicciones intrínsecas del capitalismo y explica su
gravedad por la dominación imperialista. A partir de esta visión se
puede caracterizar a estas crisis como un producto combinado de la
sobreproducción, la caída tendencial de la tasa de ganancia y la
estrechez del poder adquisitivo. El impacto de estas tres contradicciones
es mayor en la periferia, por la ausencia de los mecanismos compensatorios
que principalmente operan en el centro del sistema.
Este análisis se puede desarrollar
satisfactoriamente partiendo del enfoque multicausal propuesto por varios
autores20. En lugar de caracterizar a las crisis indagando un tipo
excluyente de contradicciones, se observa la interacción de múltiples
desarmonías, que a su vez generan sucesivos dislocamientos. Se parte del
estudio del capitalismo como una totalidad dinámica, que se reproduce
desplegando sus contradicciones en forma ampliada y se reemplaza el análisis
monocausal de los distintos desequilibrios (subconsumo,
desproporcionalidad, caída de la tasa de beneficio), por la indagación
del efecto combinado de estos desajustes21. Una evolución semejante desde
interpretaciones de la crisis centradas exclusivamente sobre el campo de
la oferta o de la demanda hacia visiones que integran ambos desequilibrios
se ha registrado en el pensamiento económico burgués22.El abordaje
multicausal es particularmente útil para el análisis de las crisis periféricas
recientes en tres planos.
En primer lugar, en un nivel de mayor abstracción
y generalidad, facilita la identificación del principal desequilibrio del
capitalismo que es la sobreproducción, subrayando que un sistema basado
sobre la presión a bajar costos y elevar la productividad tiende
necesariamente a la creación de excedentes de mercancías y capitales.
Pero este impacto es desigual en los dos polos del mercado mundial, porque
las economías centrales disponen de opciones de compensación de la
producción sobrante que la periferia no tiene. Cuentan con mercados
internos solventes y recursos exportadores, que ningún país dependiente
puede desenvolver plenamente.
En segundo lugar, en un nivel más concreto, la
visión multicausal permite reconocer que el principal mecanismo de la
crisis es la ley de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia,
resultante del aumento de la composición orgánica del capital. Pero esta
declinación porcentual de la tasa de beneficio se plasma en el largo
plazo y de manera fluctuante, en períodos de bajo crecimiento derivados
de la acción de la ley y en etapas de recuperación generados por las
fuerzas contrarrestantes del mismo proceso. Las economías centrales que
poseen grandes acervos de capital son el epicentro de este movimiento,
mientras que los países dependientes sólo reciben sus efectos más
negativos.
En las fases de contracción de la tasa de
ganancia, la periferia soporta la transferencia de esta pérdida desde las
metrópolis y en las etapas de prosperidad costea gran parte de la
recuperación del beneficio. Esta dinámica fue muy visible en la última
década, cuando las naciones dependientes contribuyeron a sostener la
recomposición del nivel de lucro de las corporaciones estadounidenses23.
En tercer lugar, en un nivel más específico y
resultante de la polarización mundial, la mirada multicausal permite
comprender cómo opera otro mecanismo de la crisis asociado con los
problemas de realización. Estos desequilibrios se expresan en la
estrechez del poder adquisitivo y no provienen de conductas psicológicas
conservadoras, de reacciones frente a la incertidumbre o de bajas
propensiones al consumo, sino de la compulsión del capital a aumentar el
beneficio a costa de los ingresos de los asalariados.
Pero mientras que en el centro esta presión
coexiste con el desarrollo de un consumo masivo "fordista" (una
parte del fruto del aumento de la productividad se traslada al salario),
este contrapeso es cualitativamente más débil en el Sudeste asiático y
América latina y totalmente inexistente en la periferia inferior. En esta
región directamente predomina el "sub-consumo", ya que la
demanda solvente entre las 3.000 millones de personas que sobreviven con
menos de dos dólares diarios es irrelevante.
El impacto divergente de estos tres mecanismos de
la crisis en los países avanzados y subdesarrollados explica por qué en
los '90 Estados Unidos pudo recurrir al hiperconsumo, el Japón a los
superávits comerciales y Europa a ambas salidas para atenuar la crisis,
mientras que México, Corea, el Brasil, la Argentina o Rusia fueron los
epicentros de los descalabros financieros.
La triple dimensión del imperialismo
La dominación imperialista acentuó las crisis
periféricas recientes, porque permitió a las economías avanzadas
acaparar gran parte del plusvalor generado en la periferia por tres vías.
El intercambio desigual en el comercio, la succión de la deuda externa y
los superbeneficios resultantes de la inversión industrial. Desde el
punto de vista económico el imperialismo es un mecanismo de apropiación
sistemática del valor creado en los países subdesarrollados por los
capitalistas del centro. Esta confiscación extiende en escala mundial, el
proceso objetivo de transferencia de plusvalor hacia las empresas de mayor
productividad24.
En algunas interpretaciones se atribuye esta
transferencia a la estructura laboralmente segmentada del mercado mundial,
puntualizando que la existencia de grandes reservas de fuerza de trabajo
en la periferia constituye la causa del intercambio desigual soportado por
las naciones atrasadas25.
Esta tesis reconoce adecuadamente la existencia de
un mecanismo de perpetuación del subdesarollo y relaciona, además, su
dinámica con las leyes de reproducción del capital. Prueba que el
imperialismo no es una conspiración, sino un resultado del funcionamiento
mundial del capitalismo, de la misma forma que la explotación expresa la
compulsión a maximizar el beneficio y no la perversidad de los
empresarios. Pero al situar el origen del atraso en la desigualdad de los
salarios se colocan los efectos en el lugar de las causas y se sustituye
el estudio de la lógica objetiva de la acumulación por el análisis
demográfico.
La polarización mundial expresa la divergencia de
productividades vigente entre las economías desarrolladas y atrasadas.
Este es el origen de la brecha existente en los niveles de la acumulación
y la causa de los sistemáticos traspasos de plusvalor hacia las grandes
corporaciones del centro. Si estas transferencias perduran es porque el
desarrollo jerarquizado del mercado mundial retroalimenta los desniveles
de productividad entre el centro y la periferia.
Los dos polos de la economía mundial difieren en
su especialización productiva e inserción en el mercado mundial. La
industrialización basada sobre el desarrollo de mercados solventes en el
centro contrasta con la fragmentación sectorial y la debilidad del poder
adquisitivo en la periferia. El ciclo económico se apoya sobre el superávit
comercial, la afluencia de capitales o la fortaleza de la moneda en los países
avanzados, mientras que el "ciclo capital-dependiente" provoca
un déficit recurrente en la balanza de pagos en las naciones
dependientes.
El correlato político de este afianzamiento del
subdesarrollo en la última década fue la creciente recolonización de
los países dependientes, es decir la pérdida de autonomía de sus clases
dominantes en relación con los poderes metropolitanos. En el plano
militar este avasallamiento se expresó en una escalada de guerras que
consolidaron el papel de gendarme de Estados Unidos. Este rol fue
encubierto con pretextos de erradicación del "narcotráfico"
(Panamá, Colombia), auxilios "humanitarios" (Somalía, Haití,
Ruanda) o intermediaciones "pacificadoras" (Balcanes). Los
enemigos fueron presentados como "amenazas islámicas" (Sudán,
Medio Oriente), "estados terroristas" (Corea del Norte, Irán),
"adversarios estratégicos" (Rusia y China) o simples obstáculos
comerciales en el negocio petrolero (Irak). Pero en todos los casos, la
vieja pauta imperialista de intimidar las luchas nacionales y sociales guió
la política exterior estadounidense26. El agravamiento del drama de la
periferia ha sido paralelo al reforzamiento de esta triple dimensión económica,
política y militar del imperialismo.
Interpretaciones teóricas del subdesarrollo
Sobre la base de las categorías técnicas de la
econometría y observando "elasticidades" o
"propensiones" divergentes se puede corroborar, pero no explicar
la asimetría entre países periféricos y centrales. Esta brecha deriva
de la relación histórica que establecieron ambos tipos de países con el
mercado mundial durante la gestación del capitalismo. Esta conexión
facilitó el progreso de las naciones avanzadas, pero bloqueó la evolución
de las retrasadas, al consolidar en estas regiones un desarrollo desigual
y combinado de alta modernización y extremo atraso.
El debate historiográfico para dirimir la
gravitación de las causas exógenas (dominación colonial) y endógenas
(obstáculos precapitalistas) de las configuraciones dependientes se
intensificó en la última década, enriqueciendo la discusión subyacente
sobre la preeminencia del comercio o las transformaciones agrarias en la
transición del feudalismo al capitalismo. En estas controversias se
indaga también el papel jugado por la lucha de clases en cada
circunstancia, dentro de los condicionamientos impuestos por el grado de
madurez alcanzado por las fuerzas productivas27. Pero lo que está
claramente comprobado es que las cambiantes brechas entre centro y
periferia durante los siglos XVIII o XIX se convirtieron en distancias
consolidadas en los últimos 100 años. El país que no emergió como
potencia dominante con anterioridad a ese período, ya no pudo alcanzar
ese estatus con posterioridad. Y por eso la desigualdad entre países
desarrollados y subdesarrollados continuó ampliándose.
Subrayar esta polarización fue el principal
acierto de la "teoría de la dependencia". Sus partidarios
demostraron la existencia de múltiples mecanismos comerciales,
financieros e industriales de perpetuación del subdesarrollo y sus
denuncias actualizaron la problemática del imperialismo. Pero el énfasis
en la oposición entre economías dominantes y dominadas condujo en muchos
casos a olvidar que este conflicto constituye tan solo un desequilibrio
específico del capitalismo y que la causa última del subdesarrollo
radica en la irracionalidad de un sistema económico basado sobre la
competencia y la ganancia. Esta omisión también indujo a promover
fracasadas propuestas nacionalistas de erección de un capitalismo
"sano" y "autónomo", en lugar de proyectos
socialistas.
Por otra parte, los neoliberales siempre ignoraron
las trabas estructurales al progreso que impone la dependencia. En la
versión desarrollista de esta negación se elogian los avances obtenidos
por algunas naciones periféricas, pero sin explicar por qué estos casos
son tan excepcionales e inestables. Primero fue el "milagro"
argentino, luego el brasileño, posteriormente el coreano y actualmente el
mexicano o malayo. Pero para demostrar la ausencia de polarización
mundial habría que probar que estos países se perfilan como potencias y
que tienen posibilidades de alcanzar a las naciones dominantes siguiendo
el precedente de Alemania o el Japón. Los desarrollistas escamotean este
análisis indagando por qué una nación retrasada avanzó en comparación
con el resto de la periferia, pero sin explicar nunca a qué obedece la
continuidad del subdesarrollo generalizado.
La comparación con los '30
Lo ocurrido recientemente en la periferia permite
concluir que una crisis de la envergadura de los '30 ya se ha registrado
en los países dependientes. Esta debacle no es una eventualidad, ni un
pronóstico, sino un hecho constatable. Pero a diferencia de lo sucedido
durante la gran depresión, el desmoronamiento no fue hasta ahora mundial,
sino que se mantuvo focalizado en las regiones subdesarrolladas.
La analogía entre la hecatombe de los '30 en el
centro con el derrumbe actual de la periferia es perceptible en varios
planos28. Entre 1929 y 1931 la producción industrial se desplomó un
tercio en Estados Unidos y Alemania, es decir un nivel comparable al
padecido por Rusia, México o la Argentina en los últimos años. El
desempleo afectó en las grandes potencias al mismo 20-30% de la población,
actualmente desocupada en la mayoría de los "emergentes". La
crisis fue dramática en la entre-guerra porque la seguridad social por
enfermedades, ancianidad o accidentes cubría solo al 25% de los
trabajadores (en contadas naciones), lo que se ha repetido en los 90 en
casi todos los países subdesarrollados.
La depresión de los '30 se expandió
vertiginosamente entre los estados europeos más agobiados por las deudas
de guerra. Como estos pasivos equivalían al 150% del PIB alemán, al 75%
del francés y al 50% del británico, cuando el desplome bursátil se
trasladó a las monedas la cesación de pagos se generalizó. Este mismo
tipo de contagiosos defaults predomina actualmente en la periferia, cada
vez que las calificadoras de riesgo le bajan el pulgar a la tesorería de
algún país subdesarrollado.
Las devaluaciones que sacudieron a América latina
y al Sudeste asiático en la última década se asemejan a la crisis
monetaria desatada durante la entreguerra por el colapso de la libra y el
marco. También la actual incapacidad del FMI para regular la
inestabilidad de los tipos de cambio es comparable con los frustrados
intentos de coordinación monetaria de las conferencias de1931-1933.
Las quiebras bancarias en la Argentina, México o
Indonesia de la última década se parecen a los cierres abruptos de
entidades norteamericanas y alemanas durante la gran depresión. Y se han
trazado muchos paralelos entre la hiperinflación de la República de
Weimar y las violentas escaladas de los precios registradas en Rusia,
Turquía o el Ecuador. En ambas situaciones la confluencia de crisis
cambiarias, bancarias y fiscales pulverizó a los signos monetarios.
La sobreproducción agrícola y minera que acompañó
el derrumbe de los '30 presenta muchos puntos de contacto con las
recientes caídas de los precios de las materias primas, porque en ambos
casos estos excedentes afectaron severamente la balanza comercial de las
economías más afectadas por la crisis. Pero hace 70 años predominaba
una dependencia general de las exportaciones primarias (dos quintas partes
del comercio mundial eran bienes agrícolas y un quinto minerales), que
actualmente sólo se mantiene para los países subdesarrollados.
Pero lo que más asemeja la depresión del '30 en
el centro con la crisis de los '90 en la periferia es la extensión de la
miseria. Las mismas imágenes de desocupados esperando su ración de
alimentos, familias desprovistas de sus ahorros y niños hambrientos que
simbolizan el crac del 29 se han vuelto retratos de la vida cotidiana en
las naciones dependientes. El deterioro del poder adquisitivo ha sido tan
brutal en este último caso como en su antecedente de la gran depresión.
La periferia soporta en la actualidad una crisis
mucho más aguda que la padecida durante la entre-guerra. Mientras la
quiebra de los imperios, la preparación de la guerra y el dislocamiento
del mercado mundial abrieron en esa época una brecha para la
industrialización sustitutiva, el surgimiento de mercados internos y la
mayor autonomía política, el desplome de 1994-2001 ha reforzado la
vulnerabilidad financiera, la fragmentación industrial y la dependencia
de los países subdesarrollados.
En las economías centrales, en cambio, no se
repitió durante la última década la situación del 30, ni tampoco
predominaron las políticas deflacionarias que caracterizaron a ese período.
Además, en lugar de un avance del proteccionismo se registró un salto de
la mundialización comercial y la preparación de una guerra
interimperialista no figuró en el horizonte de ninguna potencia.
¿Un nuevo período?
Durante los años '90 las economías imperialistas
descargaron la crisis sobre las naciones periféricas y esta polarización
contribuyó especialmente en Estados Unidos a mantener un largo ciclo de
crecimiento. La principal potencia financió su déficit comercial y
endeudamiento con capitales absorbidos de todo el mundo y detentó el
privilegio de respaldar su inyección crediticia con la principal moneda
de reserva. El sobreconsumo y la sobreespeculación estadounidense fueron
factibles por esta consolidación hegemónica, que permitió también
evitar la conversión de los cinco grandes desplomes registrados en Wall
Street (1987, 1989, 1997, 1998 y 2000-01) en derrumbes comparables a la
periferia. Estas crisis afectaron inicialmente al mercado estadounidense,
pero la compensación creada por el retorno de capitales atemperó el
impacto. Por eso el dólar continuó subiendo y la prosperidad se prolongó
hasta fines de 2000.
En Europa no hubo euforia bursátil, ni tampoco
afluencia masiva de capitales externos, pero las crisis bancarias quedaron
acotadas, la deuda pública no desestabilizó los mercados y las crisis
cambiarias tuvieron un desenlace opuesto al desplome del peso, el rublo,
el real o el bath. Mientras que estos episodios concluyeron en
mega-devaluaciones, las caídas de la libra y la lira en 1992 terminaron
preparando el lanzamiento del euro.
Sólo la larga recesión japonesa presenta
semejanzas con lo ocurrido en la periferia, porque en ambos casos la
burbuja financiera concluyó en un gran desplome de los precios de las
acciones y las propiedades. Pero este desmoronamiento no dio lugar en el
Japón a una hecatombe del yen, ni revirtió el estatus acreedor y
comercial superavitario del país.
Durante la última década la crisis se concentró
en forma abrumadora en la periferia, facilitando un desahogo de su impacto
en el corazón del capitalismo. Ningún economista puede presagiar con
certeza si esta dualización de la crisis se mantendrá o dará lugar, en
cambio, a un desplome generalizado y centrado sobre algunas o en todas las
economías desarrolladas. Lo que parece evidente es el inicio de un nuevo
período, cuya comprensión requiere aclarar cuáles fueron las
principales transformaciones registradas en los países avanzados.
Setiembre, 2001
Notas:
1 Clarín, 11 de marzo de 2001.
2 La Nación 23 de abril de 2001 y Página 12, 4 de
marzo de 2001.
3 La Nación 22 de abril de 2001 y 22 de enero de
2001.
4
Weller Christian. ¨A few observations on financial liberalization and
financial inestability¨. Review
or Radical Political Economy, vol 31, Nº 3, septiembre 1999.
5 Sarkis Nicolas. ¨Futuras crisis petroleras¨. Le
Monde Diplomatique Nº 9, marzo 2000. También La Nación 11 de febrero de
2001 y 22 de setiembre de 2000.
6 El promedio de crecimiento en la última década
fue la mitad del nivel prevaleciente en los años 50 y 60. La Nación 4 de
marzo de 2001.
7 Paul Samuelson declaró descaradamente: "Yo
no quiero para mi país (este tipo de ajuste), pero es necesario para la
Argentina, aunque requiera el 18% de desempleo en los próximos 10 años".
(Página 12, 7 de febrero de 1999).
8 Gonzalez Amador, Roberto. "Reveladoras
cifras del banco mundial sobre la deuda externa". Serpal, Nº16, 16
abril de 2001.
9 En los años '80 un cuarto de los pasivos
latinoamericanos estaba concentrado en los ocho principales bancos
norteamericanos, que acumulaban por estos créditos un rojo equivalente al
147% de sus capitales propios. A través de los sucesivos planes Brady de
recompra y redistribución de títulos, la población latinoamericana
solventó la reducción de esta exposición financiera. Hemos analizada
con mayor detalle estos desequilibrios: Katz Claudio. "Las nuevas
turbulencias de la economía latinoamericana". Revista Periferias Nº
8, 2º semestre 2000, Buenos Aires. ("Les nouvelles turbulences d´une
économie malmenée par l´imperialisme". Inprecor, Nº 457, abril
2001, Paris)." El abismo entre las ilusiones y los efectos del
ALCA" (próxima aparición Revista Nueva Sociedad, Caracas).
10 En la bibliografía sobre la reciente crisis asiática
puede consultarse: Toussaint Eric. Indonesie "Causes et consequences
de la crise". Imprecor Nº 425, junio 1992. Greenfield
Gerard. ¨Asia: realities of recovery¨. Against the current, Nº 83,
november-december 1999. Spracks Colin "The eye of the storm" y
Hoveman Rob. "Financial crises and the real economy"
International Socialism, Nº 78, Spring 1998. Medley JE ¨The east asian
economic crisis¨ Review of Radical Political Economics, vol 32, Nº 3,
september 2000. Bonhomme Marc. "La crise venue d'Asie". Imprecor,
Nº 421, Fevrier 1998, Paris. McNally David. "Crisis and class
struggle in east asia". Monthly Review vol 50, Nº 4, september 1998.
También Clarin 12 de noviembre 2000.
11 Burkett y Landsberg presentan una excelente
revisión crítica de las interpretaciones más corrientes de la
industrialización del Sudeste asiático. Burkett P, Landsberg M., "Alternative perspectives
on late industrialisation in East Asia", Review of Radical Political
Economy, Nº 2, vol 32, junio 2000.
12 Entre los textos sobre la "transición"
rusa al capitalismo puede consultarse: Samary Catherine. "Les réalités
de la transition". Imprecor Nº 427, septembre 1998. Maitan Livio.
"Un echec majeur du capitalism". . Imprecor Nº 427, septembre
1998. Ticktin Hil lel. "Russia's crisis: capitalism in question",
Against the current Nº 77, november-december 1998. Smith Richard,
Holmstrom Nancy. "The necessity of gangster capitalism", Monthly
Review vol 51, Nº 9, february 2000. Menshikov Stanislav. "Russian
capitalism today", Monthly Review vol 51, Nº 3, july-august 1999. Rimashevskaya Natalia "La larga agonía de
Rusia", La Nación, 4 de agosto de 2001.
13
Saul, John; Leys, Colin. "Sub-saharian africa in global capitalism".
Monthly Review Nº 3, vol 51, july-august 1999.
14
Toussainte Eric. "Le
faux allégement de la dette des pays pauvres très endettés". CADTM
mai 2001.
15 La Nación, 31 de diciembre de 2001 y Clarín,
27 de junio de 2000.
16 Ver Prates, D. "Literatura sobre crisis
financiera en países emergentes" y Garlip, José R. "Nueva
arquitectura financiera internacional". Ponencias al VI Encontro de
la Sociedad de Economía Política, Sao Paulo, 14, 15 y 16 de junio de
2001, Brasil. Sobre el indicador de The Economist Página 12, 13 de agosto
de 2001.
17
Krugman, Paul. De vuelta a la economía de la
gran depresión, (caps. 1 y 9), Norma, Buenos Aires, 1999.
18
Wolfson, M H. "Neoliberalism and International financial inestability".
Review of Radical Political Economics, vol. 32, Nº 3 , september 2000.
19 Una crítica a este tipo de análisis es
planteada por: Astarita, Rolando. "La crisis económica". Razón
y revolución, Nº 5, otoño 1999, Buenos Aires. Sobre las
cuantificaciones en juego, ver La Nación 13 de marzo 2001 y 10 de marzo
2001.
20 Mandel conceptualizó esta metodología
multicausal de la crisis en oposición al enfoque monocausal. Retomó de
Bujarin los cuestionamiento al análisis centrado sobre una sola
contradicción y recogió de Rosdolsky el balance crítico del debate
entre subconsumistas (R.Luxemburgo), desproporcionalistas (Hilferding), añadiendo
sus propias objeciones a la tesis de la sobreacumulación (Grossman).
Entre los marxistas contemporáneos, el enfoque de Laibman tiene puntos de
contacto con esta visión multicausal. Mandel, Ernest. Cien años de
controversia en torno al Capital, Siglo XXI, Madrid, 1985 (143-152,
151-156, 196-198). Mandel, Ernest. El capitalismo tardío (caps.1 y 12),
ERA, México, 1976. Bujarin, Nikolai. El imperialismo y la acumulación de
capital. Tiempo Contemporáneo, Buenos Aires, 1973, (cap 5). Bujarin,
Nikolai. "La economía mundial y el imperialismo". Pasado y
presente Nº 21, Buenos Aires, 1971, (caps. 1,2,3,8,13). Rosldolsky, Roman.
Génesis y estructura de El capital de Marx. Siglo XXI, México, 1979 (Apéndice
II, cap. 1). Laibman, David. "Un ensayo sobre la estructura y la dinámica
de la sociedad capitalista I, II y III". Realidad Económica 135, 136
y 137, noviembre de 1995, diciembre 1995 y enero 1996, Buenos Aires.
21 Altvater e Itoh sostienen que este abordaje es
ecléctico, sin notar su contribución a la superación de la simplificada
oposición monocausal -Altvater, E. "A crise de 1929 e o debate
marxista sobre a teoria da crise". Historia del marxismo, vol. 8, Paz
e terra, Rio de Janeiro, 1987. Itoh, Makoto. La crise mondiale, EDI,
Paris,1987. (cap.
5).
22
Sherman, Howard. The Business Cycle. Princeton University Press, New
Jersey, 1991.
23 Ver datos del desarrollo simétricamente opuesto
de América latina y Estado Unidos en: Caputo, Orlando. "La economía
de Estados Unidos y de América Latina". Foro Mundial de Porto
Alegre, enero 2001, Caputo, Orlando. "La economía mundial actual y
la ciencia económica". Universidad Arcis, Santiago de Chile. Nuestra
teoría de las crisis está más desarrollada en Katz, Claudio. ¨Una
interpretación contemporánea de la ley de la tendencia decreciente de la
tasa de ganancia¨. Herramienta Nº 13, invierno 2000, Buenos Aires.
24
Carchedi, "Contradicciones del imperialismo
europeo". Seminario IADE, 12,13 y 14 de abril de 2000, Buenos Aires.
25
Amin, Samir. "Capitalismo, imperialismo,
mundialización". Resistencias mundiales, Clacso, Buenos Aires, marzo
2001; Amin, Samir. La acumulación en escala mundial, (cap. 1) Siglo XXI,
Buenos aires, 1975.
26
Achcar, Gilbert. "The strategic Triad". New Left Review, april
1998. Amin, Samir. " La
estrategia de puño invisible", Giordano, Eduardo. "El discurso
periodístico sobre el terrorismo islámico". Voces y cultura 15,
primer semestre 2000, Barcelona
27 Ver
resumen en: Howard, M.C., King J.E. A history of marxian economics, vol. II, (caps. 9 y 11), Princeton,
1992.
28 Para documentar la analogía de la crisis periférica
actual con la debacle del '30 se puede consultar: Kindleberger, Charles.
La crisis económica 1929-1939. Crítica, Barcelona, 1985; Fano, Ester.
"Los países capitalistas desde la guerra mundial hasta la crisis de
1929". La crisis en los años 20, Cuadernos de Pasado y Presente, Nº
85, México, 1981; Hobsbawm, Eric. Historia del siglo XX, Crítica, Buenos
Aires 1998 (caps. 1,3,5);
Dumenil, Gerard; Levy, Dominique. Crise et sortie de la crise, Actuel Marx-Puf,
Paris, 2000,(caps. 19 y 20); Boyer, Robert; Mistral, Jacques. Accumulation,
inflation, crises. Puf, Paris, 1983 (cap. 7).
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