La escuela, lo público y el fin de
la explotación
Por Laura
Marrone, 30/10/04
Repensar los sentidos de la escuela y de la educación parece un
imperativo para comprender la crisis que éstas viven.
El presente trabajo discute con las
corrientes que sostienen que esta crisis corresponde a la de la del fin de
la modernidad cuestionando en bloque los modelos filosóficos de ese período
y las formas de educación que alumbraron.
Proponemos complejizarlo relevando que durante los dos siglos pasados
hubo pensamiento hegemónico que aceptaba la naturalidad del mundo
capitalista y pensamiento desplazado del ámbito académico surgido del
movimiento obrero que cuestionaba ese orden.
El marxismo, corriente no hegemónica
se conformó polemizando con las anteriores y desfetichizando lo que éstas
negaban: la existencia de explotación del hombre por el hombre y sus
mecanismos.
Esta teoría crítica de la lucha
social, realizó una revolución en el pensamiento y 150 años
después continua siendo un programa de investigación válido,
aunque incompleto, abierto a nuevos aportes, para comprender el mundo y
revolucionarlo prácticamente.
Nos apoyamos en él para abordar el
tema de la educación nutriéndonos de los aportes de Dussell sobre la ética
para la vida, de Freire, sobre la educación como práctica para la
libertad y de Cullen respecto a la construcción de los espacios públicos,
dentro del cual inscribimos a las escuelas.
1. La crisis del pensamiento hegemónico
moderno y el marxismo
“La historia no hace nada....
el que hace todo esto, el que posee
y lucha,
es más bien el hombre, real,
viviente”
[1]
El debate acerca de la crisis de la modernidad ha originado
posicionamientos más o menos apasionados entre: quienes defienden la
vigencia de la misma por no haber completado su mandato (Habermas);
aquellos que destacando su crisis, afirman la “posibilidad y chance
positiva” de la condición posmoderna remontando sus raíces a Heidegger
y Nietzsche.(Vatimo). Y un tercer grupo o corriente que coincidiendo en el
estado de crisis o “pérdida de sentido de nuestra civilización”
sostiene que ambos “defensores y detractores tienen razón” pero el
tema no se resuelve “mediante un intercambio de ventajas y costes”
(Taylor, p 46)
Cuando se habla de modernidad se coincide en un recorte de las
corrientes de los últimos siglos que les otorgaría unidad en la
diversidad: Humanismo, ilustración, romanticismo y pragmatismo serían
diversidades de un gran movimiento histórico de ideas llamado: modernidad
o modernidades.
Todas ellas distinguirían un tiempo anterior al que se denominaría clásico.
La diferencia residiría en el cambio de fundamento desde el cual se
sostiene la validez o no del saber, la corrección o no de las cuestiones
éticas y políticas. El fundamento habría dejado de ser la esencia de
las cosas o de la naturaleza como algo dado para pasar a ser el sujeto, el
método de pensamiento, la razón. No estaría dado sino que lo haría el
sujeto: es el llamado giro antropológico kantiano o también el cógito
de Descartes. En la duda estaría el fundamento pues sería el sujeto que
piensa el punto de partida. (Cullen, Desgravación UBA, 2003)
Una línea de construcción
importante del pensamiento a lo largo de la historia , sin embargo,
incluye la distinción entre idealistas y materialistas. Significó un
gran progreso para el desarrollo del conocimiento el considerar la
existencia de una naturaleza o mundo material distinta del mundo de las
ideas: Distinguir entre las corrientes que como el Platón de las ideas
proyectadas como sombras en las cavernas o el Hegel que todo deviene de la
idea central que es Dios y a ella vuelve, de las del humilde monje Bacon
que con precarias herramientas empezó a querer conocer el mundo
experimentando. No poco debe la humanidad a los oscuros trabajadores que
mirando los gusanos del queso pudieron hacer avanzar las ciencias que nos
han permitido dominar microbios y bacterias.
Humanismo e ilustración rompieron con el pensamiento religioso del
medioevo que había depositado la verdad en la revelación divina, en el
dogma. Pero desechar el pensamiento dogmático, no lleva a desconocer los
aportes del propio idealismo, el lado activo del pensamiento que
“desoculta”. El conocimiento no proviene de los sentidos como sostenía
el empirismo experimental, no es mero espejo de la realidad. Es el
idealismo el que destaca que el objeto es resultado del conocimiento, es
construcción activa del sujeto que conoce.
En el debate sobre la crisis de la modernidad no pocos
coinciden en reducir al marxismo a la categoría de variantes de las
llamadas modernidades aunque bastante disímiles: romanticismo dialéctico
para algunos, o a subproducto del positivismo para otros. Los más
conocedores a un hibridaje o yuxtaposición de corrientes: el romanticismo
alemán de Hegel (la vertiente idealista, la dialéctica), con el
materialismo de las corrientes surgidas del empirismo inglés y a una
deontología tomada de los socialistas utópicos que a su vez la habrían
heredado de los grandes relatos emancipatorios de la ilustración.
Subsumir al marxismo a una variante
de la crisis de la modernidad es un reduccionismo erróneo que nos priva
de una herramienta o punto de apoyo todavía válidos para comprender
mejor el mundo y revolucionarlo prácticamente. El marxismo fue,
como producto social e histórico, una revolución del pensamiento de
su época que supo combinar de manera creativa aportes de diferentes
corrientes y aún hoy nos explica de manera crítica el mundo y al
desocultarnos de sus apariencias nos brinda una palanca para cambiarlo.
Así en la construcción histórica
del pensamiento, Marx nos aporta una síntesis superadora del debate entre
idealismo y materialismo. En las Tesis de Feuerbach Marx sostiene que no
debemos cometer “la falla fundamental del materialismo precedente que
sólo capta la cosa (Gegestand), la realidad, lo sensible bajo la forma
del objeto o de la contemplación, no como actividad humana sensorial,
como práctica, no de un modo subjetivo”. El lado activo, el del
sujeto que construye su conocimiento fue desarrollado por “por el
idealismo, el cual, naturalmente no conoce la actividad real, sensorial en
cuanto tal. Feuerbach aspira a los objetos sensibles realmente distintos
de los objetos conceptuales, pero no concibe la actividad humana misma
como una actividad objetiva”
El marxismo nos permite interpretar
los “malestares” de la modernidad
Los malestares de la modernidad que
preocupan a Taylor no pueden ser respondidos desde los modelos filosóficos
hegemónicos de la misma pues pretendieron desconocer “el carácter
contradictorio de la base real sobre la que se asentaban” (Marx,
Tesis 4) o en su defecto admitiéndolo, lo naturalizaron como dado (Durkeim
y el positivismo)
La pérdida de sentido de nuestra
civilización es la pérdida de sentido del pensamiento que naturalizó
las relaciones sociales existentes, como producto de leyes orgánicas del
ser social o las fetichizó como a las mercancías (Marx, El Capital, p 3
) obedeciendo a leyes generales de origen mágico.
El individualismo
(Taylor, p 38) de la civilización moderna es el de la burguesía liberal
que conquistó su libertad de explotar a las mayorías oprimidas a las que
les dejó la libertad de aceptar el nuevo orden o morirse de hambre.
La razón instrumental,
la tecnología (Taylor, p 40) produce frivolidad y consumismo pues ha sido
puesta al servicio de la ganancia capitalista y no del desarrollo y
bienestar del conjunto de la humanidad.
El carácter cada vez más
irresponsable del “inmenso poder tutelar” del
sistema institucional (altamente centralizado y burocrático) que”
aliena la esfera pública de todo control político” (Taylor, p 45)
tampoco es nuevo. El Leviatán acompañó los dos siglos de estados
supuestamente de democracias representativas. Lejos de la ilusión
ilustrada que veía en el Estado la representación del interés de todos,
Marx decía que “dentro del Estado se libran la lucha entre la
democracia, la aristocracia y la monarquía, la lucha por el derecho de
sufragio no son sino las formas ilusorias bajo las que se ventilan luchas
reales entre las diversas clases” (Marx, p 34)
¿Qué determina que hoy los tres
elementos mencionados, que no son nuevos, se hayan vuelto “malestar” y
configuren ejemplos del estado de crisis de la llamada modernidad?
Si se admite que no existió un
contrato social entre seres libres que acordaban sujetarse a normas y que
el ciudadano no gozó de libertad política sino formalmente ya que su
condición de explotador o explotado lo ubicaron de modo diferente en ese
contrato, es decir si se corre el velo de la ilustración que imaginó un
progreso sin límites sin cuestionar o sin mirar el carácter
contradictorio de las relaciones sociales existentes, tal vez se descubrirá
las razones de la pérdida de sentido.
En la Ideología alemana Marx
sostuvo que la humanización del hombre y con ello su libertad plena sólo
podrían darse en la medida que “el hombre real individual, reabsorba
en sí mismo al ciudadano abstracto y, como hombre individual, exista a
nivel de especie en su vida empírica, en su trabajo individual, en sus
relaciones individuales: sólo cuando habiendo reconocido y organizado sus
fuerzas propias como fuerzas sociales, ya no separe de sí la fuerza
social en forma de fuerza política, sólo entonces, se habrá cumplido la
emancipación humana”. (Marx, 19) . ¡Qué bello sentido el de la
vida individual capaz de inscribirse en un sentido de especie!
Es justamente la agudización de la
contradicción entre la vida individual de unos pocos que nadan en la
abundancia mientras la mayoría es cada vez más miserable lo que produce
el sin sentido. En la era de la globalización la TV no sólo es
instrumento de los poderosos para fabricar dominación, también
contradictoriamente como todo avance tecnológico, sirve para su
cuestionamiento. Cotidianamente nos devuelve la imagen de un ser humano
degradado en cualquier lugar del planeta haciendo cada vez más
insoportable que la vida individual logre felicidad sustrayéndose de los
sentidos de especie
Nietzsche rompió la ilusión de un
tiempo lineal judeo-cristiano que nos conducía al edén. (Vattimo) La
historia la hacen los seres humanos. Y la hacen de forma desigual aún en
su misma producción: “Existe una desigual relación entre el
desarrollo de la producción material y el desarrollo, por ejemplo artístico.
El concepto de progreso no ha de ser concebido de la manera abstracta
habitual”(Marx, Gruñidse, p 30-31) Reconocer el carácter desigual
del desarrollo y no ineluctabe, no supone sin embargo la negación del
progreso mismo. No es lo mismo morir de una infección en un parto que
sobrevivir a ella con antibióticos.
Existe acumulación de conocimiento
y desarrollo de las fuerzas productivas. Pero ese mismo desarrollo es
contradictorio y hasta puede volverse destructivo negándose a sí mismo
incluso hasta haciendo peligrar su sobrevivencia.. Que el hombre explique
al mono no significaba que el mono iba a derivar necesariamente en hombre.
(Bensaid, p 54) Las formas superiores explican las inferiores y no al revés.
Pero el hombre puede llegar a destruir al mono y a sí mismo.
Kush señala a fines del siglo XX
la relación existente entre pensamiento y “suelo” o unidad
geocultural. (Kush, 15) Tal percepción correcta es sin embargo unilateral
y lo lleva a conclusiones, a nuestro modo de ver, erróneas. En el siglo
XIX ya se había anticipado, en contra de las corrientes metafísicas, el
vínculo entre la construcción del pensamiento humano y su realidad
social e histórica. En Fundamentos de la crítica de la economía política
Marx sostiene que “el desarrollo de la ciencia, esa realidad ideal y
práctica, no es más que un aspecto y una forma del desarrollo de las
fuerzas productivas humanas”(Marx/Engels, 67) Para Marx se trataba
de algo mucho más complejo que un suelo, y lo engloba en una construcción
de tipo social e histórica que en Kush queda congelada a lo geográfico
local sin dimensión de tiempo y de conexión planetaria.
La globalización entendida ésta
como etapa de la historia de la humanidad donde las relaciones de dominación
son cada vez más planetarias genera efectos contradictorios. Al mismo
tiempo que destruye pueblos y naturaleza, provoca la interpelación de los
desarrollos desiguales de cada uno de ellos y también de sus
conocimientos. Mucho más que el anclaje América-Europa derivado de la
conquista española y anglosajona de América hoy el desafió parece estar
entre la relación Norte-Sur o si se quiere países centrales y periféricos
incluyendo la tensión Occidente-Oriente.
Es en este “suelo” planetario,
contradictorio y en crisis donde situamos nuestro campo problemático de
la Educación y nos preguntamos para qué educamos, a quien educamos y cómo
educamos.
2. Algunas cuestiones sobre la ética
y el conocimiento
A medida que se corren los velos de
las ideologías del capitalismo y se hace más insoportable los efectos de
la deshumanización a los que conduce la creciente centralización y
concentración del capital, parecen agudizadas las paradojas entre
inmorales y moralizantes.
Decía Marx que en la historia hay
tragedias y luego se repiten como farsas. Ayer las aberraciones de la
conquista española fueron justificadas desde un mandato moralizante: la
necesidad de evangelizar a los infieles. La Inquisición defendió el
poder económico de la Iglesia frente al avance burgués a fuerza de
tortura y hoguera en nombre de la defensa del dogma bíblico. Pero pasó
mucho tiempo hasta que hubiera conciencia crítica de ello.
Hoy la expoliación de las riquezas
petroleras y el intento de fortalecer la hegemonía de los EEUU en el
siglo XXI se hacen en nombre de la “lucha contra el mal” y por la
defensa de los derechos humanos de los pueblos sometidos por tiranos.
Mientras el ejército invasor pretende quebrar la moral musulmana mediante
aberraciones sexuales a los prisioneros de guerra en Irak, las iglesias
protestantes que los apoyan manipulan campañas por la virginidad de los jóvenes.
Los opresores de la historia no
pueden dejar al desnudo su mezquina lucha de intereses y se ven obligados
a dotarla de un sentido moralizante que la deforme, que la oculte. Pero
esta vez, la historia se ha repetido como farsa y la opinión pública
mundial no se ha convencido de sus disfraces moralizantes. El rey está
desnudo.
Frente a esta farsa la escuela no
permaneció ajena. De un status de “templo del saber” que no se
contaminaba con el mundo, que brindaba conocimientos infalibles e
impolutos, con docentes modelos de moral, tan blancos como sus
guardapolvos, la escuela pasó a abrir sus ventanas al mundo y miró, y
preguntó. Y dudó de sus sentidos y de sus mandatos. Y también entró en
crisis junto con la modernidad que la parió.
Desde los factores de poder se
hacen esfuerzos casi histéricos para cerrar más o menos rápidamente su
crisis y que vuelva a cumplir lo más eficazmente posible su mandato
moralizante, y adaptador al sistema de las jóvenes generaciones. Pero con
ello no alcanza. Se le agregan nuevos. Si la ilustración le legó el
mandato de formar al ciudadano y al trabajador, ahora se le exige otro más:
contener la crisis social de un mundo con exclusión estructural
creciente. Hay que contener a los jóvenes y a los adultos desocupados,
incluso en su rebeldía. Podríamos reformular a Durkeim diciendo Educar
es socializar y contener a esa buena parte que nunca entrarán a la
sociedad.
Se utilizan todos los medios, desde
ampliar las funciones de asistencialidad social de la escuela hasta tratar
de hacer más explícitos sus mandatos moralizantes. Las propuestas de
formación en valores de las editoriales y de los documentos de
actualización de los Ministerios de Educación inundan las escuelas. Con
marcos filosóficos distintos desde los más axiológicos hasta los que
abordan el conflicto, con buenas intenciones, todas forman parte del
concierto por reclamarle que intente tapar con las manos la inmoralidad
del mundo.
Todas sin embargo no se escapan de
presentar la desigualdad, la injusticia o la discriminación como males
que caminan por el mundo sin tener causas reales. Podríamos hacer una
analogía con el fetichismo de la mercancía de Marx que critica a los
economistas clásicos por hablar de las leyes de la economía como si
fueran relaciones entre objetos, y no relaciones sociales , como lo son.
Hoy manuales y libros de texto no
son ajenos al sufrimiento de la humanidad. La escuela abre sus aulas a la
formación de una cultura planetaria más o menos humanizante que se
conmueva ante el dolor, que proclame la universalidad de los derechos
humanos y canalice nuestra angustia.
Pero la base real permanece oculta,
como el tabú del sexo en el siglo pasado. ¿Quién quita la identidad a
los niños palestinos? ¿Quién impide el establecimiento de leyes
planetarias que impongan el desarrollo sustentable, defendiendo la
sobrevivencia de la especie? ¿Quién arroja al hambre a la mitad de la
población de Argentina? ¿Quién le niega las vacunas del SIDA a los niños
enfermos en África? ¿Quién contamina nuestras aguas y nuestro planeta?
¿Quién legaliza la transferencia expoliadora de valor de países enteros
a los centros de poder? ¿No hay sujetos a tanto mal?
Misterio. La escuela se queda en el
dasein, en la apariencia de las cosa, en su forma fenomenológica.
Y es a partir del dasein que
construye su ética de la justicia, de la igualdad. A la guerra contesta
con la paz, a la desigualdad con la igualdad, a la injusticia con la
justicia. En una danza de piruetas, luego de salir del terreno de lo
ideal, y de la escuela cerrada a la vida de ayer, después de abrir la
ventana, la cierra con una moraleja al estilo de los mandamientos bíblicos:
no matarás, no robarás, no levantarás falso testimonio...
¿Qué ocurriría si algún o
alguna docente “emancipador/a”, al estilo de las que nos invita Freire
a emular, desafiando “las huella, los espejos y las señales” en un
esfuerzo “crítico, contextualizado y esperanzado” (Cullen, Crítica p
139), haciendo “uso público de la razón”, como diálogo
argumentativo del “nosotros pensamos” en un formato de “comunidad
escolar”, (Cullen, p 43) o desarrollando una práctica educativa
dialogal que respetara la autonomía del alumno enseñando a pensar
(Freire, p 38), decidiera explicar a su clase la teoría del plusvalor del
mismo modo que explica la fórmula para hallar porcentaje en Matemáticas?
“Niños: analicen el salario de los obreros de la Ford, comparen el
valor de lo producido con su salario, descuenten el valor de las
maquinarias y de los impuestos. ¿Qué ocurre?”
Podría suceder que su clase pasara
desapercibida y se amortiguara como un dato más en la enmarañada
información que reciben nuestros alumnos, sin que por ello construyera
conocimiento. O no.
¿Y si él/la docente fundara su
enfoque ético para la organización del currículo en la explicación del
carácter de “robo” que significa la apropiación privada del
plusvalor que produce la humanidad por parte de un puñado de capitalistas
que viven en la opulencia, para parafrasear a los filósofos, como la
“sustancia de las injusticias” según el enfoque dusseliano de la ética
que propone la exterioridad al sistema para la crítica? (Dussel, p 23)
Creo que tendría un verdadero lío,
con padres, directivos y supervisores. Si trabaja en una escuela privada
sería casi automáticamente despedida. Si en una pública, recibiría no
pocas “huellas” en su cuaderno de actuaciones y “evaluación por
desempeño”, verdaderas espadas de Damócles sobre la libertad para enseñar
en los ámbitos primarios y medios. Allí es donde el mandato socializador
de la escuela para adaptar a los jóvenes cumple una verdadera función de
garantizar la gobernabilidad de la sociedad. Discuta la Universidad en su
academia platónica sobre las sombras del mundo. Abrace mandatos de
liberación, en última instancia la coexistencia pacífica con el
pensamiento crítico legitima el público hegemónico. Todo estará bien
mientras se quede en su academia y no pretenda confluir con los
movimientos sociales para hacer del conocimiento una práctica
transformadora del mundo.
Volvamos para atrás.¿Está
cuestionada entonces la validez de “enseñar ética” o de la inclusión
en el currículo del área Formación ética y ciudadana? Nada de eso.
Todos los actos humanos tienen un sustrato ético. La escuela puede
hacerlos más o menos explícitos. Esa no es la cuestión. Lo que se
quiere problematizar es la propuesta. ¿Qué quiere decir por ejemplo que
la escuela enseñe formación ética desde la justicia? Supongamos que
acordamos con suprimir su abordaje desde la trasmisión de una escala de
valores, de fármacos individuales o con el discurso social que ataca la
corrupción pero se aleja de la construcción de espacios públicos. Que
hemos abandonado los tetrafármacos de la felicidad epicúrea que junto a
la realización plena no buscan reconstruir el orden social. (Cullen,
Autonomía, p 51)
Pero, ¿de qué orden social
hablamos? ¿Qué rechazamos? ¿Qué proponemos? ¿Qué es injusto? Discutía
Marx con Lasalle respecto a su uso del concepto de justicia que éste no
es un concepto ahistórico, sino inmanente a relaciones sociales. Cada
modo de producción tiene el suyo. No tiene sentido hablar de injusticia
sin precisión. Para el empresario pagar salarios de mercado es lo justo,
y también lo es para el obrero, quien ha sido “educado” para
aceptarlo. A lo sumo reclamará una mayor “justicia redistributiva”: más
salario, siempre claro desde lo “justo” de la lógica de su condición
de asalariado. (Bensaid, p 204 ). Reclamar el diezmo es “lo justo”
para la iglesia que perdona los pecados de los siervos de la gleba. Exigir
el esfuerzo de sol a sol es “lo justo” para el amo que pagó por el
esclavo y le da techo y comida. Las invasiones a Afganistán y a Irak son
“justas” porque hubo ataque de terroristas. La justicia sin precisar
quién la dicta y que se propone nos vuelve a los discutibles axiomas
eternos y metafísicos..
El esfuerzo científico de Marx por
desocultar el “robo” del capitalista que se apropia del trabajo ajeno
es una crítica ética a la moral del sistema capitalista. (Dussel, p 24
). Una vez desoculto esto, la existencia de plusvalor producido por el
trabajo humano y apropiado por el capitalista, Marx emite un juicio de
valor. A esa apropiación la llama robo del trabajo ajeno, explotación
del hombre por el hombre. Y es propositivo: Propone eliminarla. No se
trata de desarrollar el igualitarismo redistributivo: a cada cual según
el valor de lo que produjo, o de mayor “justicia” redistributiva (más
salarios) reduciendo un poco la cuota de plusvalor que se apropió el
capitalista, al estilo de las propuestas de capitalismo humanizado. Su
propuesta de organización ética de la sociedad apunta a la satisfacción
de las necesidades de todos, hombres y mujeres , y el aporte de cada uno
según las capacidades. Lo hace proponiendo la reasignación del plusvalor
por parte del conjunto de la sociedad para la satisfacción de las
necesidades. Su lógica no es la de la ganancia. Su referencia es la
necesidad para liquidarla y pasar de la prehistoria a la historia de la
humanidad. Su criterio de justicia es radicalmente diferente al de la
justicia capitalista. (Bensaid, Marx Intempestivo, p 208 )
No pocas voces se levantarían
contra nuestro/a solitaria docente acusándola de adoctrinamiento ideológico.
Tan naturalizado está el conocimiento del capitalismo como sistema social
y económico que parece haber perdido su criterio político. Y cuando se
habla de justicia como valor no se logra la exterioridad y se supone que
lo justo es redistribuir en forma justa o mejor aún, compensatoria,
dejando intactos los mecanismos de explotación que hacen posible esa
desigualdad.
Mucho y con razón alerta Freire
sobre el peligro de adoctrinamiento por parte del docente ( y de los
gobiernos incluso de izquierda agregamos nosotros), que asfixie la autonomía
del pensar del alumno. Educar para la vida o para la liberación es lo
contrario. Es por ejemplo desafiándonos a que no continuemos ocultando la
existencia real del plusvalor como dato cuantificable que se crea a partir
del trabajo humano y no del capital, que no es sino trabajo acumulado y
extraído en procesos productivos anteriores.
Es el trabajo el que crea valor, y
no el capital del mismo modo que es la Tierra la que gira alrededor del
sol y no éste el que sale por las mañanas. Enterremos a Tolomeo y
abramos el paso a Copérnico. La existencia del plusvalor no es terreno de
la doxa. Es episteme. Se puede contar, medir, palpar. Corrido el velo de
las apariencias que hoy la escuela oculta, entonces discutamos. Ala manera
de la comunidad escolar de Cullen o del diálogo abierto de Freire, corriéndonos
en lo posible de los formatos de poder del docente sobre los que previene
Foucault, discutamos. Discutamos qué es lo justo que debe hacer la
sociedad con ese valor nuevo creado por el trabajo. No sigamos
naturalizando su apropiación privada por parte de los capitalistas como
algo “dado”.
Entonces, creo que la propuesta de
justicia en el marco de una crítica ética adquiere otra contextualización,
queda problematizada y su abordaje no nos devuelve por un pasadizo secreto
a los axiomas moralizantes sino que integra una formación ética crítica.
Dussel sostiene que “ El
Capital “ es a su entender un libro de ética para la vida, y no un
tratado de economía política. Porque su sentido es el de contribuir a
que la mayor cantidad de gente posible sea más feliz. Es en contra de la
muerte a la que conduce el capital negando al pobre el derecho a la vida
plena. Justamente Marx llamó al capital, trabajo muerto y a la fuerza de
trabajo, trabajo vivo. Dussel propone organizar la ética a partir de la
categoría de defensa de la vida Todo lo que defiende la vida, en ecología,
en economía, en ciencia es ético. Por eso para Dussel “el trabajo
vivo” es la categoría fundamental de la crítica marxista al discurso
capitalista:
“El trabajo (vivo) es la
fuente (quelle) de todo valor”
Recuerda Dussel que Marx hizo
muchos sacrificios para escribirlo, postergando a su familia y al ocio
personal pues habiendo comprendido los mecanismos de la producción de la
explotación no podía negarle a los miserables el derecho a entender la
causa de su sufrimiento.
Si los docentes y las docentes
hemos heredado como conocimiento acumulado de la humanidad las causas de
la explotación, del mismo modo que hemos heredado la teoría de Copérnico,
¿por qué no hacemos el sacrificio de desafiar a los inquisidores del
sistema y le decimos a nuestros alumnos: E pour, si move!
Es de ellos el derecho a conocerlo
y de ellos el derecho a desecharlo por inservible o a abrazar la lucha por
su eliminación para sentar las bases de una humanidad liberada.
3.
La escuela como espacio
público
La revista Viva de Clarín del
13-04-04 publicó una nota extensa sobre una experiencia de escuela
autogestionada en Capilla del Monte en Córdoba. En ella se describen
situaciones de la vida escolar desritualizadas de los formatos de la
escuela pública tradicional, con niños felices que aprenden "como
práctica de la libertad" en un clima de respeto a su autonomía como
educandos y desarrollando su creatividad en la construcción del
conocimiento y no su mera reproducción.
La nota hace público en el medio
de prensa escrito más masivo del país un debate que se ha abierto en las
filas de quienes se preocupan por la crisis del sistema educativo. La
experiencia no es única. A través del underground de los mails de la
cultura "alternativa", sabemos de otras que de la mano de
movimientos piqueteros han empezado a construirse en zonas del gran Bs.
As. Por su puesto estas no tendrán tanta prensa. Inspiradas en la
experiencia de las escuelas del MST (Movimiento Sin Tierra) de Brasil, son
presentadas como tierra de formación para una nueva sociedad liberada. El
mandato fuerte que las justifica tiene matices con la anterior. Se tratan
de espacios para la formación ideológica de los hijos de los explotados
y excluidos para la liberación. Allí el conocimiento no sufre censuras
de la ideología dominante. Se puede leer a Marx, a Gramsci y al
Comandante Marcos.
Estas escuelas pretenden correrse
de la crítica que quienes abrazamos proyectos de emancipación de la
humanidad hemos hecho históricamente a las escuelas privadas que las
clases medias altas y ricas construyeron para sus hijos. En apariencia,
"su perdón" a los ojos del mandato "público" que
para la educación identificó a las corrientes de izquierda estaría dado
por el carácter "liberador", de su programa educativo y porque
son "casi" gratuitas. (Están sostenidas con el esfuerzo
militante de activistas en el caso de los piqueteros o de colectas
comunitarias o microemprendimientos en el caso de la cordobesa)
Sostengo sinembargo la necesidad de
la tendencia contraria en el aquí y ahora de nuestro país: la
permanencia de los jóvenes y docentes emancipadores en la escuela pública
volcando allí su energía creativa y su participación activa en la
construcción de la misma como espacio público, luchando por volverla
cada día menos reproductora, y más liberadora.
No se trata de un principismo
inmutable, ni ultimatista ni estatizante. Es lícito que se desarrollen
las experiencias que se deseen y es incorrecto que el Estado las cierre o
les niegue la acreditación a sus egresados. Ya hubo otras experiencias
muy valiosas en la historia como las escuelas de oficios de los
anarquistas a principios del S XX en nuestro país, o las de las minorías
kosovares contra la escuela estatal servia en Yugoeslavia, o las del MST
de Brasil en el marco de un país semianalfabeto con un sistema público
ausente en zonas enteras. Son así mismo valiosas la multitud de
experiencias educativas por fuera del sistema formal estatal, desde las
clases de apoyo que numerosos y generosos jóvenes educadores brindan en
los comedores barriales hasta los cursos de formación que cualquier grupo
político tiene derecho a hacer para difundir sus propuestas.
Marx por ejemplo pretendió
resolver la contradicción entre la necesidad de acceder al conocimiento
acumulado de la humanidad y la de impedir que el Estado burgués
reprodujera su ideología dominante a través de una curiosa división del
currículo. La llamaba instrucción, quizás un poco influenciado
por Condorcet (según la herencia de la modernidad, la episteme según
Parménides): matemáticas, lectura y escritura, ciencias naturales debía
recibirse en la escuela pública financiada íntegramente por el Estado,
pero éste no debía ser el educador: "es absolutamente condenable la
educación por el Estado", "es el Estado el que tiene que ser
educado por el pueblo con rudeza". Dejaba por fuera del sistema
educativo público a los conocimientos que a su criterio eran más ideológicos
o de tipo comprensivo (la doxa) Así la historia, la economía no debían
ser contenidos escolares y en cambio su enseñanza proponía reservarla a
las organizaciones obreras, sindicatos y partidos, que entonces, nucleaban
a la mayoría de los trabajadores. (Marx, Crítica... p 56 )
Esta organización curricular es
discutible desde su recorte epistemológico que supone el carácter aséptico
de todo sustrato ideológico por parte de los conocimientos de las
ciencias naturales, o exactas. Pero también inviable después del
desarrollo de dos siglos de sistemas educativos públicos muy extendidos
que abordan la casi totalidad del conocimiento humano.
En cambio sigue siendo su defensa
del carácter anti-estatista de la educación y público de la escuela,
aun sin desarrollar en extenso, en su Crítica al programa de Gotha. Esta
lectura de Marx tiene la misma sintonía que la categoría de espacios públicos
como constituyentes de una ciudadanía democrática que Cullen defiende. (Cullen,
Globalización..., p 53).
Durante el siglo XX la izquierda
confundió lo público con lo estatal, en una prolongación que
justificaba más o menos inconcientemente el control burocrático y
totalitario de los países del este, de China y aún de la querida
experiencia cubana por parte de sus estados.
El marxismo no desarrolló la
categoría de lo público y menos aún forma parte de un programa
socialista explícito para una sociedad futura. Sin embargo, me atrevo a
sostener que ante la fragmentación y creciente privatización de la vida
misma en la era del capitalismo salvaje, ante la diseminación de
countries, shoppings, y autopistas que excluyen hasta de la circulación a
la inmensa mayoría de la población, hoy necesitamos defender los
espacios públicos existentes. Necesitamos disputar en ellos el dominio
cultural para "vigilar" y "castigar" de los
explotadores y en cambio que adquieran un carácter creciente de espacio
intercultural. Que configuren laboratorios de "un condición
humana diferente, donde codo a codo con los otros, ensayando diversas
maneras de responder a la interpelación del Otro, con gestos y símboloe"...."
estemos, simplemente estemos" (Cullen, p 69) o que prefiguren la
construcción de una sociedad futura donde desde la cotidianeidad misma
nos reconozcamos como especie.
Los ricos y las clases altas no se
conforman con arrojar a los pobres a la miseria. No quieren verlos. No
quieren que sus hijos e hijas conmiseren su mirada cuando chocan con la de
un niño cartonero mientras se columpia en una plaza. Por eso cierran sus
plazas en barrios privados. Tampoco que en la escuela se siente en el
banco de al lado del suyo, el hijo de algún drogadicto, presidiario o
boliviano. Hace ya varias décadas que para ello fragmentaron la escuela
instalando desde el gobierno peronista del 45 un sistema privado de
escuelas para niños y jóvenes ricos o de niveles económicos altos.
Desde hace una década sin embargo
la huida del sistema educativo estatal no es sólo ya de las clases altas
y medias altas. También están huyendo o quisieran huir las clases medias
bajas y aún de trabajadores. En un país con la mitad de la población
activa excluida del mundo del trabajo, la crisis social ha adquirido
ribetes de barbarie. . ¡Quien pudiera cortar hasta el último espacio público
para evitar los peligros de seguridad, los secuestros y los asaltos! Tal
parece ser el anhelo de blancos de clase media y hasta de no pocos
morochos de los barrios populosos.
Se empieza por no sacar los chicos
a la plaza y por cambiarlos de escuela. Si los ingresos alcanzan, se envían
a los hijos a la privada más cercana que garantiza, con el subsidio del
estado, una cuota no tan onerosa, y además una buena discriminación de
los chicos "con problemas de conducta". Y si la privada está
lejos o la cuota igual no alcanza , se trata desde instituciones como la
cooperadora escolar u otras entidades barriales de influir en la matrícula
de la escuela pública, dejando afuera a "los chicos problema"
haciendo desde el cascarón de la escuela del estado, una versión de
espacio privado. Y en su defecto, si igual no se puede, se prueba con una
cooperativa de padres donde se puede tener derecho de admisión y tras la
excusa del perfil del alumno "artístico",
"deportista", o "de la liberación" lo que se pretende
en realidad es una salida encubierta nuevamente para dejar afuera a
cualquier sospechoso de ser "chico problema".
De los diversos usos de lo público
(Cullen 56) se distingue aquél que lo señala como espacio de todos,
distinto de la categoría de la esfera de poder coercitivo del estado. En
ese sentido las escuelas estatales nacieron públicas, para todos. Hoy
este carácter está en peligro. No sólo porque el Estado cada día
financia más escuelas privadas que nacieron como negación de lo público,
como discriminadoras por cuestiones religiosas, nacionales o sociales.
Se trata ahora de la pérdida creciente del carácter público de las
escuelas del estado a través de diferentes mecanismos. La política de
escuelas charter, o supuesta "autonomización" de la gestión a
la comunidad es una de ellas. Es política de estado para legalizar la
fragmentación de matrícula y permitir al electorado de clase media
librarse del peso de la crisis social que la escuela pública le mete en
el hogar a través del compañero de banco de su hijo/a.
El aislamiento de los docentes críticos
en "countriies de liberados" refuerza esta tendencia. Es
funcional a la fragmentación. Defender el carácter público de la
escuela no es un simple problema político o gremial de los docentes. Es
una necesidad ética. La escuela pública es casi el único espacio público
que queda en una sociedad que ha perdido casi todo lo común, lo que es de
todos. La escuela pública no es garantía de democracia. Desde ella se ha
reproducido la cultura dominante y los mecanismos de poder. Pero la
escuela es casi el único laboratorio desde el cual ejercer un punto de
apoyo para devolver a la sociedad formas de socialización, de comunicación
a partir de lo cotidiano. La escuela pública es terreno para conformar un
subjetividad democrática, sensible al otro. Si no existiera la escuela pública,
al otro tal vez no lo veríamos, encerrados como estamos cada uno con
nuestros televisores y en nuestros hogares rodeados de rejas.
Buenos Aires, 30 de junio de 2004
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