Pensar la decadencia
El concepto de crisis a comienzos del siglo XXI
Por
Jorge Beinstein
Espai Marx, Catalunya, junio 2005
1. El
concepto
El concepto de crisis es extremadamente ambiguo, ha
tenido múltiples usos, muchas veces contradictorios. A lo largo del siglo
XX ha gozado de períodos de enorme popularidad en contraste con
otros donde su existencia futura, como fenómeno social de amplitud y
duración significativas, era casi descartada. Así ocurrió hacia finales
de la era keynesiana, en los lejanos años 1960 y aún muy al comienzo de
los 1970, en esa época el mito del estado burgués regulador,
domesticador de los ciclos económicos, hacía que un economista
prestigioso en esa época como Marchal señalara en 1963 que "en
el estado actual de los conocimientos y de las ideas, una crisis
prolongada sería imposible" (Marchal J. M, 1963). Mientras que
el premio Nobel de economía Paul Samuelson afirmaba poco antes de la
crisis de 1973-74: "El National Bureau of Economics Research ha
trabajado tan bien que de hecho ha eliminado una de sus propias tareas
principales, a saber: las fluctuaciones cíclicas" agregando que "Gracias
al empleo apropiado de políticas monetarias y fiscales, nuestro sistema
de economía mixta puede evitar los excesos de los booms y de las
depresiones y desarrollar un crecimiento sano y sostenido" (Mandel
E., 1978).
Pero antes de la primera guerra mundial en plena
hegemonía del liberalismo y de la ideología del progreso (que muchos
suponían indefinido) también era subestimada la idea de crisis, arrojada
al museo de antigüedades anarquistas y marxistas
catastrofistas. Pero el paraíso se derrumbó en 1914.
Y más recientemente en los años 1990, sobre todo en
el segundo lustro, en pleno delirio bursátil, la prosperidad de Estados
Unidos solía ser presentada como el modelo del futuro, la matriz
de un capitalismo que finalmente había logrado desatar una dinámica de
crecimiento imparable durante un larguísimo período. Se nos explicaba
que la revolución tecnológica hacia subir los ingresos y en consecuencia
la demanda, incitando a más revolución tecnológica, aumentando la
productividad laboral y generando nuevos ingresos, etc. etc. Pero el círculo
virtuoso de las tecnologías de punta ocultaba al circulo vicioso de la
especulación financiera que terminó por pudrir completamente a la mega
fortaleza del capitalismo global. Ese frenesí neoliberal de los 90 fue
bendecido en sus comienzos por personajes como Francis Fukuyama quien nos
informaba que estábamos entrando no solo en una era sin crisis
significativas sino en el mismísimo "fin de la historia"
(Fukuyama F, 1990).
Como es sabido el origen del concepto de crisis es
muy remoto, si nos restringimos a la historia de Occidente suele ser
situado en la Grecia Antigua, lo empleó Tucídides en "La guerra
del Peloponeso" para señalar el momento de decisión en la
batalla pero también la evolución de la peste en Atenas atravesando
ciertos puntos de inflexión, y por supuesto Hipócrates, anclando el tema
en la medicina donde estuvo instalado con casi exclusividad durante muchos
siglos en los que apareció tímidamente en algunas reflexiones sobre
acontecimiento sociales.
Habrá que esperar el ingreso pleno a la modernidad
(a partir del siglo XVIII y sobre todo del XIX) para encontrar la expresión
en su extensión actual (curiosamente su destino es similar a los términos
progreso y decadencia). Hoy su ubicuidad, su empleo
abrumador lo ha terminado por convertir en una suerte de comodín difícil
de encasillar.
Más allá de las utilizaciones individuales o para
fenómenos de pequeña dimensión humana (grupales, etc.) y cuando
entramos en los grandes procesos sociales podemos distinguir
"crisis" extremadamente breves de otras de larga duración (décadas,
siglos), diferenciamos también las crisis de baja intensidad de otras que
sacuden profundamente a la estructura. También podemos distinguir a las
causadas por la propia dinámica del sistema involucrado, es decir con
causas endógenas, de la provocadas por factores externos al mismo (causas
exógenas), ejemplo de las segundas es la crisis catastrófica producida
en América a raíz de la conquista europea, ejemplo de las primeras son
la crisis clásicas de sobreproducción del capitalismo industrial que se
insinúan desde comienzos del siglo XIX pero que se expresan plenamente
desde mediados del mismo.
Cierto reduccionismo económico
las limita al momento de cambio de fase del ciclo cuando se pasa de
la etapa de crecimiento a la de recesión dejando de lado las turbulencias
sistémicas que se prolongan mucho más allá de esos momentos.
Además resulta saludable descartar la idea de crisis
puramente económicas, ellas forman siempre parte de un conjunto social más
amplio abarcando hechos políticos, institucionales, culturales y muchos
otros más.
Simplificando tal vez demasiado podría definir a la
crisis como una turbulencia o perturbación importante del sistema social
considerado más allá de su duración y extensión geográfica, que puede
llegar a poner en peligro su propia existencia, sus mecanismos esenciales
de reproducción. Aunque en otros casos le permite a este recomponerse,
desechar componentes y comportamientos nocivos e incorporar innovaciones
salvadoras.
En el primer caso la crisis
lleva a la decadencia y luego al colapso. En el segundo a la recomposición
más o menos eficaz o durable sea como supervivencia difícil o bien como "crisis
de crecimiento", propia de organismos sociales jóvenes o con
reservas de renovación disponibles.
En cualquier caso la crisis es un tiempo de decisión
donde el sistema opta (si hay lugar para ello) entre reconstituirse de una
u otra manera o decaer (también transitando alguno de los varios caminos
posibles). En la base de esta opción está el fondo cultural que
predispone hacia un comportamiento u otro, la cultura no como
stock, como patrimonio inamovible, sino como evolución, como dinámica de
seres vivientes que incluye espacios de creatividad reformista o
revolucionaria y espacios de rigidez, de conservadurismo letal. En ese
sentido "la crisis propone pero la cultura dispone" (Le
Roy Ladurie, 1976), las sociedades desarrollándose y agravando sus
contradicciones llegan a las crisis y de sus propias entrañas emergen
(desde una suerte de maraña, de laberinto de memorias, de reservas históricas)
señales, empujones, zancadillas, sabidurías que alientan caminos
futuros. Obviamente nunca podemos hablar históricamente de sistemas
cerrados, es muy raro encontrarlos en el pasado e impensable en el
presente mundializado, pero aún hoy es superficial limitarnos a las "corrientes
globales de cambio" (imperialistas, periféricas, regionales,
etc.) e ignorar las especificidades producto de largos y complejos
procesos locales-globales, de supervivencias y entrelazamientos de ciclos
históricos más o menos antiguos, etc.
Como la crisis es un detonador,
una caja de Pandora, desde donde irrumpen pasados supuestamente enterrados
para siempre, iniciativas inconcebibles poco antes de la turbulencia,
interacciones de diversa amplitud geográfica; constituye siempre una
avalancha de "sorpresas" muchas de ellas previsibles a
condición de no estar sumergidos en la rutina conservadora aferrada a la
creencia ilusoria de que lo que fue y es seguramente será.
2. Las
viejas crisis occidentales
Las crisis mejor estudiadas son las occidentales,
reducidas a ese espacio o con repercusiones más amplias incluso
planetarias, lo que permite establecer una larga secuencia histórica.
a. Precapitalismo: Roma
Ahora a comienzos del siglo XXI cuando asistimos a la
acumulación de incertidumbres en un planeta profundamente occidentalizado
(inmerso en la civilización burguesa) resulta sumamente útil iniciar el
recorrido remontándonos a la crisis multisecular del Imperio Romano. En
los últimos tiempos han proliferado comparaciones, varias de ellas muy
atractivas, entre la declinación romana y la situación actual de
Occidente. Denis Duclos por ejemplo establece tres similitudes notables (Duclos
Denis, 1997). En primer lugar : la agravación extrema de la opresión-explotación
de las clases inferiores del sistema, no como primera acumulación
sangrienta, despiadada, apuntando a la expansión imperial sino como
ultimo recurso ante el estancamiento del proceso expansivo cuya continuación
aporta más costos que beneficios. Al respecto Engels señalaba que en el
comienzo del fin del Imperio "el estado romano se había
convertido en una máquina gigantesca y complicada con el exclusivo fin de
explotar a los súbditos. Impuestos, gabelas y requisas de toda clase, sumían
a la masa de la población en una pobreza cada vez más miserable, por las
exacciones de los gobernantes, de los recaudadores, de los soldados... (en
consecuencia) los bárbaros contra los cuales pretendía proteger a los
ciudadanos eran esperados por estos como salvadores" (Fernandez
Urbiña J., 1982). La comparación con la sobre-explotación actual de la
periferia combinada con déficits crecientes (fiscal, comercial...) en los
Estados Unidos es inmediata. El caso de la guerras coloniales de Irak y
Afganistán cuyo costo provoca graves problemas financieros a la
superpotencia, con grandes dificultades para enviar más tropas al
combate, puede ser fácilmente comparado con situaciones similares del
Imperio romano declinante.
En segundo término el distanciamiento físico de las
clases altas respecto del resto (actualmente el refugio de los ricos en
sus "barrios privados" y residencias alejadas y en la
Roma decadente de la aristocracia en sus palacios rurales). Se trata de la
profundización del abismo social que reproduce de manera ampliada dos
subculturas cada vez más separadas, expresión de la desvinculación
creciente de la élite respecto de su base productiva. Pero en ambos casos
es también distanciamiento de los de arriba con relación a sus responsabilidades
públicas, la función integradora del Estado es despreciada, el
Estado solo aparece como coto de caza, lugar de rapiña. En el
mundo de hoy eso es evidente desde los países periféricos hasta el
centro del Imperio, Estados Unidos. En Roma "desde el siglo IV ya
no son más lo grandes gastos en favor de su ciudad lo que distingue a un
hombre (de la clase alta)...el financiamiento de edificios públicos a
través de fondos privados tiende a disminuir... el lujo se refugia en los
palacios y residencias rurales que devienen mundos aislados" (Rostovtzeff
M. I., 1973).
Como vemos, la privatización extrema no es una
creación original de los neoliberales y sus mafias financieras, hace más
de 1700 años la practicaba la decadente aristocracia romana.
En tercer lugar, la irrupción aplastante del
parasitismo, en el caso de Roma desde el siglo III, Rostovtzeff se refiere
al predominio "de una nueva burguesía mezquina... que utilizaba
diversos subterfugios para eludir las obligaciones impuestas por el estado
y que fundaba su prosperidad en la explotación y la especulación lo que
no impidió su decadencia" ( Rostovtzeff, op. cit.). Nuevamente
el paralelo con la mafia financiera actual es inmediato. Pero también en
ambos casos el poder imperial (en Roma desde el siglo III y en Washington
hoy) es visto por sus jefes como una maquina de pillaje, la reproducción
del sistema de dominación, complejo articulador de iniciativas
productivas, culturales, políticas, institucionales, militares... y de
saqueo, es casi reducido a esta última función lo que lleva a reemplazar
la búsqueda de consenso por el empleo de la sola fuerza bruta. Ayer las
operaciones punitivas de los emperadores romanos hoy Irak. Parasitismo,
especulación, militarización...
Pero debemos ir más allá de los síntomas que acabo
de señalar y entender al ciclo milenario de Roma, desde su origen modesto
hasta la dominación mundial, como un proceso donde la ciudad
esclavista de ciudadanos-soldados desarrolló su "conquista en una
sucesión (expansiva) de círculos concéntricos produciendo una creciente
depredación de hombres y productos de la periferia. Lo propio de dicho
sistema era que excluía entre otras cosas el estado estacionario, solo
podía subsistir incorporando nuevas zonas de pillaje" (Chaunu
P., 1981). Se trataba de una dinámica imparable de enriquecimiento del
centro imperial que generaba nuevas necesidades de conquista. Cuando hacia
el siglo II el Imperio alcanzó aproximadamente los tres millones de kilómetros
cuadrados, llagando hasta la Mauritania y Armenia, cubrió la máxima
superficie de territorio habitado explotable dadas las condiciones técnicas
(medios de comunicación y transporte) de la época. En ese punto de
inflexión la reproducción del sistema solo podía proseguir aumentando
los niveles de explotación de recursos naturales y humanos del espacio ya
conquistado. La acumulación había tocado techo, los mecanismos de
reproducción comenzaron a generar crecientes desarrollos parasitarios, el
consenso interior se fue deteriorando al ritmo de la autofagia del
sistema. El siglo III marcó el principio de la decadencia.
Dicho en otros términos la victoria
"planetaria" del Imperio, la ocupación de todo el “mundo”
(técnicamente) posible señalaba el principio de una crisis-declinación
que se prolongó durante varios siglos hasta la desintegración física
completa del sistema. Solo diecisiete siglos después, hacia 1900,
Occidente volvió a ocupar su espacio máximo, esta vez coincidente
con la totalidad del planeta. En ese momento salvo Japón y algunos
territorios marginales, el mundo estaba integrado por países
occidentales, colonias y semicolonias de Occidente.
La crisis del imperio romano estuvo atravesada en su
etapa inicial por tentativas fracasadas de recomposición para entrar
luego en la decadencia. Fue una crisis larga, multisecular que engendró
formas autárquicas de supervivencia hasta llegar a estructuras
institucionales que agrupaban, conservaban interrelaciones, lazos
culturales, comunicaciones, parasitando durante mucho tiempo sobre los
restos del antiguo imperio para ir engendrando poco a poco formas
renovadas, aunque restringidas de articulación del viejo espacio. La
Iglesia cumplió un rol esencial no solo de preservación de cierta
continuidad cultural sino también de preparación del próximo salto
imperial de Occidente.
Visto desde el futuro de ese universo decadente, es
posible afirmar que la desintegración fue desarrollando los embriones de
lo que a mediados del milenio siguiente sería el camino capitalista de
dominación mundial. Le Roy Ladurie lo afirma de manera contundente: "la
inmensa crisis post-imperial del segundo tercio o de la segunda mitad del
primer milenio de la era cristiana generó un dato socioeconómico
radicalmente nuevo; más allá de la época medieval, prefigura y prepara
nuestra modernidad capitalista" (Le Roy Ladurie, op cit).
b. Protocapitalismo
En el largo período que se extiende entre el año
1000 y el comienzo del siglo XVIII podemos distinguir dos grandes crisis
seculares: la de mediados del siglo XIV (hasta mediados del siglo XV) y la
del siglo XVII, ambas pueden ser incluidas en el término común de crisis
del protocapitalismo.
El proceso de decadencia se revierte completamente
hacia comienzos del nuevo milenio cuando se produce en Occidente la
convergencia de tres fenómenos. En primer lugar una revolución técnica
que genera un significativo crecimiento de la productividad agrícola; la
reintroducción masiva de los molinos de agua, las mejoras de semillas, el
empleo de instrumentos de hierro. Se establece así un círculo virtuoso
involucrando a la artesanía y la agricultura conformando lo que autores
como Gimpel denominan "revolución industrial" de la baja Edad
Media (Gimpel J., 1985).
Segundo, la extensión de redes comerciales en el
interior del territorio y su conexión con polos de comercio marítimo, lo
que impulsa la reproducción de una burguesía mercantil que comienza a
presionar sobre las estructuras productivas existentes. Y tercero, hecho
decisivo, el retorno del pillaje colonial motorizado por las Cruzadas.
Todo ello desata una ola de prosperidad protocapitalista y la consiguiente
explosión demográfica: la población de Europa Occidental se duplica
entre aproximadamente los años 1100 y el 1300 (Gaudin T., 1988).
Pero la expansión colonial se frustra porque las
cruzadas no logran restaurar el dominio occidental sobre el Mediterráneo
y el saqueo prolongado y sistemático de su zona de influencia. Lo que
bloquea la fuente decisiva de recursos del desarrollo occidental.
A comienzos del siglo XIV retorna la penuria
alimentaria y la peste de 1348 se abate sobre una población fragilizada
por el deterioro económico produciendo una catástrofe demográfica. Se
trata de una crisis larga, de aproximadamente un siglo donde se suceden
guerras intestinas, pestes, caídas poblacionales, pero también
desarticulaciones institucionales y culturales significativas. Se trata de
un prolongado proceso de trituración del mundo medieval del que van a
emerger hacia mediados del siglo XV burguesías comerciales pequeñas pero
relativamente liberadas de los controles feudales, grandes extensiones de
tierras fértiles con baja densidad de población (guerras-pestes
mediante) y un desarrollo de ideas técnicas (propias o
copiadas-adaptadas) que permitirán el salto colonial de un
protocapitalismo arrollador cuya área principal de expánsión ya no será
el mundo mediterráneo sino el Océano Atlántico primero hacia el Africa
occidental, luego hacia América y después hacia el Oriente.
En ese sentido resulta apropiada la idea de Chaunu
cuando interpreta al largo derrumbe del imperio romano como un proceso de paedomorfósis;
retroceder para saltar luego con más fuerza hacia adelante. "La
paedomorfósis significa que llegada a un cierto punto crítico y a
condición de no haber cometido errores irreparables, de no haber ido
demasiado lejos por la ruta equivocada, la evolución puede retroceder,
desandar buena parte del camino que la había llevado a un callejón sin
salida y recomenzar la marcha en una nueva dirección" (Chaunu,
op.cit). La involución de los dos últimos tercios del primer milenio, es
sucedida por un primer salto imperial (las cruzadas) que es seguido por un
nuevo proceso de crisis y paedomorfismo, entre mediados del siglo XIV y
mediados del siglo XV, de alta intensidad, con enormes derrumbes demográficos
y productivos que dará lugar al comienzo de la aventura planetaria de
Occidente concluída exitosamente hacia 1900.
Pero en el comienzo de esa larga marcha ocurrió una
nueva crisis secular, la llamada "larga crisis del siglo
XVII" que Le Roy Ladurie denomina "largo siglo XVII"
extendiendolo desde las últimas décadas del siglo XVI hasta comienzos
del siglo XVIII. Hobsbawn considera que "durante el siglo XVII la
economía europea sufrió una crisis general, última fase de la transición
global desde una economía feudal hacia una economía capitalista"
(Hobsbawm, 1983). La desaceleración de la gran expansión colonial
europea ocurrida en torno del siglo XVI aparece como telón del fondo del
fenómeno (proceso heterogéneo con algunas excepciones más o menos
durables). Como señala Trevor-Roper: "el XVI fue un siglo de
expansión económica. Fue el siglo en que por primera vez Europa estuvo
viviendo a costa de Asia, Africa y América" (Trevor-Roper,
1983). Atenuada la avalancha colonial se desata una sucesión de
convulsiones económicas, político-militares, religiosas al final de las
cuales ya nada se opone al avance del capitalismo, los restos feudales son
eliminados, la ciencia moderna emerge irresistible, es la época de Newton
y Descartes, de grandes avances en matemáticas y física, en suma de una
renovación intelectual que se contrapone a las penurias económicas y a
significativos retrocesos demográficos. El fin de la primera ola de
prosperidad colonial desata la crisis que opera como un mega catalizador
de la reestructuración burguesa de Europa.
Es posible desarrollar un modelo general de las
crisis anteriores al capitalismo incluyendo a las formas protocapitalistas
más avanzadas, no solo en Occidente sino en el conjunto de civilizaciones
del planeta. En síntesis, se trata de crisis de subproducción propias
de economías donde el sector agrícola consagrado a la producción de
alimentos era dominante sobredeterminando de manera absoluta al conjunto
del sistema. El ciclo clásico es el siguiente; la prosperidad agrícola
(1) provoca aumento de población y del aparato estatal y otras
estructuras parasitarias (religiosas, etc.), sube la masa de tributos y
demás exacciones a los campesinos y la presión alimentaria general de la
sociedad. Esto, en condiciones de rigidez técnica a mediano plazo (o de
progresos hiper lentos en las técnicas vinculadas al desarrollo agrícola),
termina por causar el agotamiento de los recursos naturales empleados: la
productividad de la tierra disminuye lo que exacerba la explotación de
las elites sobre los campesinos y de estos sobre los recursos naturales
declinantes lo que agrava la situación. La fase decadente puede ser
anticipada, acelerada o provocada debido a cambios climáticos negativos
(que muchas veces no constituyen factores "exógenos"
sino el resultado de manipulaciones depredadoras del ecosistema), guerras
internas, invasiones, etc. (2).
En numerosos casos la caída productiva al causar
penuria alimentaria fragiliza a las clases inferiores haciéndolas víctimas
fáciles de pestes y otras calamidades sanitarias lo que suele provocar
derrumbes demográficos.
La escasez de alimentos causa el aumento de sus
precios (del que solo se benefician unos pocos acaparadores). Se trata en
suma de una combinación explosiva de alza general de precios y caída de
la producción. A largo o mediano plazo la catástrofe elimina población
campesina y libera recursos (tierra cultivable) lo que permite recomenzar
el ciclo más adelante.
Este sistema empieza a ser superado en Occidente a
partir del desarrollo primero tímido y luego arrollador de la modernidad
industrial.
c. Capitalismo industrial
Desde comienzos del siglo XVIII se inicia una era de
ascenso de la civilización burguesa y su base colonial que llega al punto
de dominio planetario máximo hacia el año 1900. El crecimiento económico,
salpicado por numerosas turbulencias, algunas con estancamientos o
depresiones de duración variable, se prolonga hasta la actualidad. Y
hacia finales del siglo XX, importantes rupturas anticapitalistas (en
primer lugar la Revolución Rusa) habían sido reabsorbidas por el
sistema. Sin embargo es necesario profundizar el análisis.
Una primera distinción debe hacerse entre las viejas
crisis de subproducción que todavía se sucedieron en el siglo XVIII y
las crisis de sobreproducción no muy prolongadas, pero cíclicas, propias
del capitalismo industrial ascendente. Estas últimas aparecen como crisis
de sobreoferta general de mercancías (o demanda insuficiente relativa)
combinada con la baja de la tasa de ganancia. Los capitalistas ingresan en
una dinámica donde compiten unos con otros al mismo tiempo que frenan la
participación de los asalariados en los beneficios obtenidos por el
incremento de su productividad (gracias al flujo incesante de innovaciones
técnicas). Cada vez necesitan invertir más para sostener sus ganancias
(decrece la tasa de beneficio) y el grueso de la población afectada por
la concentración de ingresos tiene crecientes dificultades para comprar
la masa de productos ofrecidos por el sistema económico. La crisis de
sobreproducción aparece como consecuencia de diversos factores: la
sobreacumulación de capitales que engendra una capacidad de oferta que
desborda a la demanda, el subconsumo relativo vinculado a lo anterior, el
desorden productivo y económico en general y la declinación de la
rentabilidad de las actividades productivas. La evolución negativa puede
ser desacelerada o bloqueada gracias a ciertas iniciativas estatales
(reducciones fiscales, compras públicas a precios artificialmente altos,
etc.), una mayor explotación de la periferia, y eludida por algunos
capitalistas a través del canibalismo financiero, así como el subconsumo
relativo puede ser paliado por medio de créditos, presiones consumistas,
etc. Pero finalmente el peso de las grandes tendencias termina por
imponerse provocando la crisis y con ella deflación, desocupación,
cierre de empresas, etc. Hasta que el desastre produzca una baja decisiva
en los salarios y vacíos significativos de oferta, entonces la inversión
productiva encuentra espacios de alta rentabilidad, puede incrementar el
empleo de asalariados (baratos) y vender a mercados vacantes; el ciclo
económico recomienza. Aunque como lo demostraron Marx y Engels al
describir las crisis del siglo XIX y su reproducción futura, no se trata
de simples repeticiones sino de una sucesión de ciclos cada vez mas
degradados. Ello solo puede ser entendido desde una visión histórica,
superando las modelizaciones ahistóricas de la teoría económica. Como
señala Marx: "Hasta 1825... se puede decir que las necesidades
del consumo general marchaban más rápido que la producción, y que el
desarrollo del maquinismo era la consecuencia forzosa de las necesidades
del mercado... (en Inglaterra) la industria acababa de salir de su
infancia, como lo prueba el hecho de que es solo con la crisis de 1825 que
ella inaugura el ciclo periódico de la vida moderna. Y fue solo en 1830
que se produjo una crisis realmente característica (de sobreproducción)"
(Marx-Engels, 1978).
Se abrió entonces un período de crisis decenales de
crecimiento que marcaron el ascenso del capitalismo industrial inglés,
pero en 1870 Engels afirmaba que por lo menos para la vieja Inglaterra
esas regularidades pertenecían al pasado: "La supresión del
monopolio inglés sobre el mercado mundial y los nuevos medios de
comunicación han contribuido a liquidar los ciclos decenales de la crisis
industrial" pronosticando desde entonces la tendencia hacia un
acortamiento del ciclo hasta llegar asintóticamente a una crisis crónica,
una supercrisis muy probablemente acompañada por guerras, anticipando el
desastre de 1914-18 (ibid). Pero antes de ese momento el capitalismo
exacerbó su presión expoliadora, engendrando deformaciones
parasitarias-financieras que fueron extendiendo su dominación al conjunto
del sistema, incluido el Estado, abriendo la era del imperialismo
contemporáneo, que Bujarin definirá mas tarde como "la política
del capital financiero" (Bujarin, 1971) , expresión según Lenin
de la "degeneración del capitalismo" correspondiente a
su etapa histórica de descomposición parasitaria (Lenin, 1960).
Obviamente ninguno de ellos estableció plazos precisos aunque su
optimismo los llevaba frecuentemente como es lógico a inclinarse por una
aceleración de los tiempos.
Podemos entonces describir la trayectoria de las
crisis en Occidente a lo largo del siglo XIX partiendo de "crisis
mixtas" , muy al comienzo, donde se mezclaron fenómenos propios
de las viejas crisis de escasez o subproducción, correspondientes a las
economías con predominio agrario, con las nuevas crisis de sobreproducción
inscriptas en la era industrial, pasando por las crisis de sobreproducción
"clásicas" descriptas por Marx, sus repeticiones
decenales, hasta llegar hacia fines de ese siglo a la emergencia dominante
del capital financiero. Todo ese largo periodo se inscribe en una ola más
extendida que arranca a comienzos del siglo XVIII marcada por la expansión
imperial de Occidente. Es una tercera arremetida depredadora luego de las
cruzadas al iniciarse el milenio y las conquistas coloniales de los siglos
XV y XVI.
d. Capitalismo drogado
Desde fines del siglo XIX se abre la era de las crisis
del "capitalismo drogado", del imperialismo contemporáneo,
"reacción de la forma capitalista ante su envejecimiento...
tentativa destinada a sostener y acelerar de manera artificial el proceso
productivo" (Roger Dangeville en Marx-Engels, op. cit.). Dichas
turbulencias se sucederán a lo largo del siglo XX.
La primera de ellas fue la super crisis de
sobreproducción que derivó en la Primera Guerra Mundial de la que emergió
una civilización burguesa amputada por la Revolución Rusa.
La segunda fue la de 1929 y su secuela depresiva
llegando a la tercera, la Segunda Guerra Mundial, desde donde el
capitalismo global salió con decisivos retrocesos territoriales que
continuaron hasta fines de los años 1970: la pérdida de Europa del Este,
de China de 1949, en 1959 Cuba hasta llegar a Vietnam a mediados de los
70... vinculada a una ola tricontinental, periférica, de revoluciones
antiimperialistas amenazando desplazar al capitalismo como sistema
mundial.
Aquí nos encontramos con un capitalismo
caracterizado por una abrumadora intervención del Estado, la extensión
de grandes burocracias públicas, la instalación de la industria militar
y los aparatos institucionales correspondientes como muleta decisiva del
sistema, la hipertrofia de producciones de bienes suntuarios y de consumos
artificiales, el sostenimiento estatal de la demanda (subvenciones al
consumo, gastos de prestigio, obras públicas, gastos militares...), el
manejo voluntarista del crédito.
Esa fase despegó en los últimos años del siglo XIX
con una avalancha militarista ligada a las grandes empresas del sector y
sus tramas financieras, fenómeno que destacó Engels hacia el final de su
vida (Marx-Engels, op.cit.) y que hizo eclosión en la guerra de 1914-18.
Siguió con los fascismos en los años 1920 y 1930, pero también con el
New Deal en Estados Unidos... y la Segunda Guerra Mundial.
Después de 1945 se consolidó como mega parche
keynesiano que estabilizó a Occidente, permitiéndole integrar a sus
clases bajas y asegurar algo más de dos décadas de crecimiento
sostenido.
Puede resultar útil destacar cuatro fenómenos que
bajo diversos envoltorios ideológicos y políticos atravesaron el período
(entre fines del siglo XIX y comienzos de los años 1970).
Primero, la idea de que las crisis capitalistas podían
ser domesticadas e incluso anuladas gracias a la aplicación de dosis
variables de voluntarismo estatal. Fue una convicción fuerte en los
delirios fascistas pero también lo fue después de 1945 durante la
prosperidad keynesiana. La crisis iniciada a fines de los 1960 y que
estalló incontrolable hacia 1973-74 aplastó dicha ilusión.
Segundo, el ascenso del capital financiero como
centro dominante del mundo burgués hasta llegar a la hegemonía absoluta
desde finales de los años 1970. En su origen el fenómeno fue descripto
entre otros por Hilferding, Lenin, Bujarin, pero en dicha época y hasta
mucho después (por lo menos hasta los años 1960) esa dominación económica
creciente debió coexistir con la hegemonía cultural del productivismo,
la legitimidad burguesa se encarnaba en la figura de la empresa productiva
sus gerentes e ingenieros industriales. Todo cambió con la llegada del
neoliberalismo, los ingenieros industriales fueron opacados por el ascenso
de los ingenieros financieros, los capitalistas innovadores productivos
fueron desplazados del altar de la cultura burguesa por los especuladores
financieros, los Henri Ford por los George Soros. La dominación
financiera discreta devino hegemonía civilizacional del parasitismo.
Tercero, la persistencia y expansión permanente en
el largo plazo de los complejos económico-militares (industrias, sistemas
de espionaje, burocracias militares, camarillas políticas y financieras,
etc.). La expectativa de su reducción luego de la primera guerra mundial
fue rápidamente descartada, lo mismo sucedió después de 1945 y del fin
de la guerra fría.
Cuarto, la combinación perversa del retroceso
territorial del capitalismo (entre la primera guerra mundial y fines de
los años 1970) con la reproducción de su hegemonía cultural planetaria.
Las rupturas anticapitalistas de esa época fueron desde el punto de vista
ideológico rupturas a medias, híbridos culturales, prisioneras de los
mitos de la revolución tecnológica occidental (subestimando su peso
cultural capitalista), de la eficacia del nuevo estado burgués del siglo
XX, del capitalismo de estado, de la planificación autoritaria, de las formas militarizadas de organización, del
modelo de consumo occidental, de la ideología del progreso. La tragedia
de ese período fue protagonizada por tentativas heroicas de construcción
de un mundo nuevo, socialista, que chocaban con gigantescas barreras
civilizacionales que les impedían desarrollar plenamente una cultura
superadora del desarrollo y del subdesarrollo burgués. Lo que dió lugar
a degeneraciones monstruosas como la del stalinismo cuyo telón de fondo
fue el fracaso de la Revolución Rusa, deglutida por el aparato burocrático
herencia del pasado zarista (forma específica del capitalismo periférico,
subdesarrollado) pero recompuesto al consolidarse la Unión Soviética,
modernizado según las técnicas autoritarias (occidentales) más
avanzadas de la época (3).
Con las revoluciones y reformas nacionalistas de la
periferia a medio camino entre la imitación de los éxitos idealizados de
las transformaciones keynesianas en los países centrales y los híbridos
socialistas (en primer lugar la URSS) el resultado fue similar.
En síntesis, el retroceso del capitalismo mundial
fue compensado, amortiguado por un reaseguro, una reserva descomunal de
poder, nutrida por la superacumulación histórica de riquezas y de
desarrollo cultural, lo que le permitió bloquear las rupturas periféricas
(anticapitalistas y nacionalistas) y también las que emergieron en su
propio seno. Pero la declinación siguió su curso, atravesando crisis de
distinta envergadura, prosiguiendo la mutación parasitaria del sistema.
3. La crisis
actual
La última gran ola de prosperidad del capitalismo
condujo hacia fines de los años 1960 a una acumulación de desequilibrios
que fueron forjando las condiciones de una crisis general de sobreproducción.
Como en otras ocasiones la misma no se restringía a la esfera económica
sino que abarcaba al conjunto de la reproducción social, mientras emergían
las tensiones monetarias, los desajustes comerciales, las aventuras
militaristas (Vietnam), estallaron hacia 1968 inesperadas rupturas políticas
en los países centrales. Europa se vio sacudida por una serie de
rebeliones que establecieron un corte cultural profundo que marcaba el fin
del optimismo burgués, del renacimiento de las ilusiones del progreso
indefinido.
Llegó luego la crisis monetaria de 1971 y finalmente
la estampida de precios del petróleo de 1973-74. Esta última fue el
detonador de la crisis mundial. Que no se expreso bajo el aspecto
deflacionista convencional sino como una combinación novedosa de
estancamiento (hasta llegar a la recesión) e inflación.
La otra "novedad" fue la naturaleza
del "detonador ", el alza del precio del petróleo, llevó
en ese momento a Le Roy Ladurie a señalar que no se trataba de una
tradicional crisis de sobreproducción sino de una "crisis
mixta": de sobreproducción, principalmente industrial, y de subproducción,
de escasez de materia prima energética (Le Roy Ladurie, op.cit). Mandel
respondió acertadamente a este tipo de argumentaciones señalando que no
era la primera vez que la escasez de una materia prima cumplía esa función;
por ejemplo la crisis de 1866 fue provocada por la penuria de algodón
debida a la guerra de secesión en Estados Unidos (Mandel E., op. cit).
Evidentemente no es el tipo de detonador lo que define la dinámica de la
crisis aunque no se trató de un factor coyuntural, de una penuria
accidental o reversible en el marco histórico capitalista sino de un fenómeno
que desde comienzos de los años 1970 fue emergiendo de manera
irresistible como parte de un proceso más amplio de destrucción de
recursos naturales. Esta subestimación permitió a Mandel explicar dicha
crisis sin apartarse del esquema marxista convencional dejando de lado una
evaluación civilizacional de mayor alcance. La escasez de materia prima
energética (petróleo), pudo ser paliada e incluso revertida a mediano
plazo (ahorros de energía, sustituciones parciales) pero terminó por
imponerse en el largo plazo.
No se trataba del retorno al mundo de comienzos del
siglo XIX sino de una fenómeno a la vez "nuevo" (desde
el punto de vista del capitalismo) pero que enlazaba
inesperadamente con crisis antiguas, civilizatorias muchas de ellas.
Estados Unidos, había llegado a comienzos de los años
1970 al cenit de su producción de petróleo a partir de allí la misma
descendió de manera irresistible. Pero fue a mediados de los 1980 cuando
la tendencia se aceleró; entre 1986 y 2004 la extracción cayó cerca de
un 40 %. Uno de cada cuatro barriles de petróleo vendidos en el mercado
internacional es a comienzos de 2005 comprado por Estados Unidos que
representa solo el 9 % de la producción mundial de petróleo, aunque
consume el 25 % de la misma. A ello se agrega la Unión Europea que
importa el 80 % del petróleo que consume, mientras Japón compra al
exterior casi el 100 % de su consumo. Si sumamos a las tres potencias
tendremos el 12% de la producción mundial pero el 50 % del consumo y el
62% de las importaciones internacionales (Beinstein J., 2004).
La declinación petrolera estadounidense fue
pronosticada por King Hubbert en los años 1950 por medio de un modelo
matemático que fue luego aplicado por destacados expertos a la producción
global llegando a la conclusión de que el planeta alcanzaría el punto de
máxima producción de petróleo entre 2008 y 2012, sin embargo nuevas
evaluaciones han llevado a muchos de ellos a aproximar la fecha a 2007 e
incluso a 2006.
Actualmente a la presión sobre los recursos ejercida
por la tres potencias mencionadas se agrega la demanda adicional (en
expansión explosiva) de China. El resultado durante 2004 fue una fuerte
elevación del precio del petróleo. A esta escasez para el corto-mediano
plazo es necesario sumar otras menos cercanas como la de los recursos hídricos
y la de tierras fértiles sobre todo en extendidas áreas de la periferia
donde la aplicación de tecnologías avanzadas va degradando ese recurso
natural (por ejemplo, las técnicas de "siembra directa"
asociadas al empleo de agroquímicos depredadores en la producción de
soja o maíz transgénicos impuestos por trasnacionales del sector como la
firma Monsanto).
Una conclusión teórica importante es que el modelo
marxista convencional de crisis de sobreproducción es a la vez un
instrumento indispensable pero al mismo tiempo insuficiente para
comprender la crisis iniciada a fines de los años 1960. Esta crisis mixta
de sobreproducción y subproducción (de materias primas debido al
agotamiento de recursos naturales) aparece entonces como un resultado muy
original de la sucesión de crisis capitalistas de sobreproducción pero
con vínculos, similitudes históricas con crisis civilizatorias
anteriores al capitalismo. Porque de lo que se trata, visto desde el largo
plazo, es de un fenómeno de rigidez técnica (mas bien tecnológica
en esta era de fusión entre ciencia e industria) que bloquea cambios en métodos
de producción esenciales (de productos energéticos y otros) provocando
agotamiento de recursos naturales. Dicha rigidez no es un obstáculo
superable en el marco civilizacional existente sino uno de los resultados
centrales de una proceso cultural prolongado, de un modo de producción
(capitalista en el caso presente) que se instaló y consolidó en un largo
período histórico hasta adquirir dimensión planetaria. Podría
argumentarse que actuales y futuras revoluciones tecnológicas terminarán
por solucionar esos problemas, pero esa es una respuesta limitada
(prisionera de abstracciones tecnologistas), deben ser considerados los
costos y tiempos de reconversión, y su compatibilidad con la lógica de
la rentabilidad capitalista, presionada como nunca antes por el
comportamiento cortoplacista propio de la hegemonía financiera.
Al desatarse la crisis entre 1968 y 1974, se
exacerbaron las tendencias a la concentración de empresas y de ingresos
entre centro y periferia y al interior de ambos subsistemas, lo que
produjo crecientes masas de marginales acentuando una crisis de
sobreproducción (y subconsumo relativo global) que devino crónica, con
agravaciones y respiros efímeros. La tasa de crecimiento de la economía
mundial fue decreciendo gradualmente desde entonces bajo el empuje
declinante de los países centrales. El estancamiento japonés desde
comienzos de los 1990 acentuó la tendencia, la desaceleración alemana
fue menos pronunciada debido a los beneficios pasajeros de la anexión de
Alemania del Este y la depredación financiera de los ex países
socialistas de Europa y la URSS. Y la de Estados Unidos menos aún, por lo
menos hasta ahora (comienzos de 2005), gracias a las sucesivas burbujas
especulativas que inflaron su demanda absorbiendo porciones crecientes del
ahorro global.
Enfriamiento de la producción y la demanda que
engendró un círculo vicioso financiero cada vez más ingobernable. Los
estados de los países ricos sosteniendo sus demandas internas con
subsidios, exenciones fiscales, gastos militares y otros, para lo cual
recurren al endeudamiento. Empresas colocando excedentes en esas deudas y
en papeles de otras empresas que absorben recursos para invertirlos en sus
guerras tecnológicas y comerciales cada vez más costosas. Lo cual crea
nuevos excedentes orientados también hacia la rapiña en la periferia y
finalmente hacia negocios ilegales, lo que a su vez genera más
excedentes. Burbujas financieras que estallan o se desinflan una tras otra
para reconstituirse en países y rubros variables. La crisis financiera
japonesa de comienzos de los 1990, seguida poco después por la de México,
en 1997 por Asia del Este, Rusia en 1998, hasta llegar al desinfle de la
superburbuja bursátil en Estados Unidos a comienzos del milenio actual
sucedida en ese mismo país por una nueva burbuja especulativa mucho más
grande que la anterior combinada con un desborde militarista. Que
precipita a la superpotencia a la sobre-extensión estratégica: obligada
por su lógica imperial a ampliar su despilfarro militar con consecuencias
desastrosas para sus finanzas públicas.
Un concepto muy útil para describir este panorama es
el de "capitalismo senil" que puede ser asociado a
visiones parecidas correspondientes a otras crisis de civilización. Por
ejemplo San Cipriano a mediados del siglo III se refirió al
envejecimiento del mundo romano como causa de su decadencia (Fernandez
Urbiña J., op. Cit.). Hacia finales de los años 1970 Roger Dangeville de
manera pionera instaló el concepto anticipando así el desarrollo futuro
de la crisis que entonces comenzaba (Marx-Engels. op. cit.).
Para Dangueville se estaba iniciando un proceso de
crisis de sobreproducción crónica, con estallidos controlados, sin los
derrumbes espectaculares de la grandes crisis capitalistas anteriores (por
lo menos en un primer y largo recorrido). Pero sin las recuperaciones
vigorosas que por ejemplo se sucedieron en el siglo XIX (secuencia de
"crisis de crecimiento"), por el contrario cada turbulencia
importante en la era del "capitalismo senil" (entendida
como una única super crisis, crónica, de larga duración) no es sucedida
por una nueva expansión durable sino por supervivencias plagadas de
deterioros, de pérdidas de vitalidad.
Es posible señalar indicadores evidentes de la
senilidad del mundo burgués, entre otros: primero, la tendencia de largo
plazo, persistente (más de tres décadas hasta hoy) a la desaceleración
del crecimiento económico global. Todos lo "milagros"
anteriores que prometían contrarrestar esa tenencia se esfumaron uno tras
otro (Japón hacia 1990, los tigres asiáticos en 1997), y el actual,
China, esta tan atado como sus antecesores a los avatares de la euforia
parasitario-consumista de Estados Unidos lo que no le augura un porvenir
brillante. La pérdida de dinamismo aparece como un fenómeno
irresistible.
Segundo, la hipertofia (hegemónica) financiera
global, el parasitismo ya ha hecho metástasis invadiendo (controlando) a
la totalidad del sistema mundial.
Tercero, la evidencia de rendimientos productivos
decrecientes de la revolución tecnológica que sometida a la dinámica
del capitalismo parasitario se va convirtiendo en un factor de destrucción
neta de fuerzas productivas. Ya cité el caso de los transgénicos, podríamos
agregar el de la pareja informática-financierización destructora masiva
de empleos, de economías nacionales en la periferia.
Cuarto, la decadencia del estado burgués, pieza
maestra de la civilización burguesa. Que se expresa en el desquicio
estatal de buena parte de la periferia, la podredumbre institucional
norteamericana, la creciente crisis de representatividad-legitimidad en
los estados de la Unión Europea, etc. Los neoliberales de los 1990 solían
alegrarse ante ese hecho, muchos de ellos vaticinaban la emergencia de una
suerte de "autoridad global transnacional" (amalgama de FMI,
Banco Mundial, OMC, Naciones Unidas...). Fue una fantasía efímera, la
profundización de la crisis ha degradado y desacreditado a esas
organizaciones, las necesidades imperiales de Estados Unidos (empleando
brutales iniciativas militares y financieras) contribuyó decisivamente a
ello.
Quinto, la ultraprivatización de la riqueza que se
manifiesta como desprecio de la burguesía imperial (pero también de las
periféricas) hacia la función pública. Es decir el desinterés de las
clases dominantes por la integración de las clases inferiores a través
del Estado. El apartheid social es una de sus consecuencias.
Sexto, la desintegración social, marginalización en
ascenso de grandes masas humanas.
Séptimo, vinculado a lo anterior, la subutilización
y destrucción a escala global de fuerzas productivas (en el sentido
amplio del término).
Octavo, la inutilidad práctica creciente de los
sofisticados y carísimos aparatos militares, cuyo gigantismo apabullante
se contrapone a su incapacidad para ganar guerras coloniales como la de
Irak.
Es necesario constatar que la larga crisis actual
motorizada por una sobredosis de parasitismo financiero, sin
reconversiones productivas a la vista, desintegrando de manera permanente
grandes masas de población, apuntando hacia el agotamiento de recursos
naturales; ha quebrado numerosas rutinas características del viejo
capitalismo. Entre ellas la repetición de grandes ciclos de depresión-expansión
como las ondas largas de Kondratieff. Hacia el final del siglo XIX Engels
sostenía que los ciclos decenales que habían atravesado a la economía
inglesa empezaban a formar parte del pasado (Marx-Engels, op. cit.), ahora
la experiencia reciente nos muestra que la dinámica de los ciclos de
Kondratieff de aproximadamente cincuenta años (un cuarto de siglo de
ascenso y un cuarto de siglo de descenso) a partir de la la
"crisis" del cambio de fase (1968-74) se convirtió desde hace más
de tres décadas en "crisis crónica" (pronto cumplirá
cuarenta años de edad). Su duración supera ampliamente a todas las
declinaciones capitalistas anteriores (siglos XIX y XX) y cualquier
evaluación mínimamente rigurosa concluiría con el pronóstico de que
esta ola descendente durará fácilmente más de medio siglo equivalente a
más de un ciclo completo de Kondratieff (con su ascenso y su descenso).
Quienes (neoliberales, neokeynesianos, etc.) desde fines de los años 1990
esperan confiados el "inminente" recomienzo de una nueva era de
prosperidad capitalista deberán transformar su impaciencia en resignación.
El mundo ha cambiado. La profundidad de la decadencia no admite nuevos
parches (keynesianos u otros), si admitirá cada vez más cambios
revolucionarios integrales, tentativas de abolición (superación) del
marco civilizacional actual, de la civilización burguesa que luego de su
recorrido milenario y de haber llegado a la hegemonía planetaria ha
devenido antagónica a la grandes fuerzas humanas que ella misma desató.
El postcapitalismo aparece ahora, mucho más que a comienzos del siglo XX
(cuando comenzó la primera etapa de la decadencia del sistema) como una
necesidad profunda del género humano.
Notas:
(1) La prosperidad agrícola podía eventualmente ser
el resultado de la recuperación de una crisis anterior, de la incorporación
de nuevas tierras fértiles, la realización de grandes obras de regadío
y en ciertos casos impulsadas por rapiñas a otras poblaciones bajo la
forma de tributos, trabajo esclavo, etc.
(2) La fase descendente podía ser frenada por la
obtención de riquezas provenientes de rapiñas externas o bien por la
introducción de mejoras técnicas.
(3) El ascenso de Stalin al poder debe ser
interpretado no como la victoria del "atraso asiático" sino
como la reinstalación de formas despóticas de modernización, siguiendo
y radicalizando modelos organizativos autoritarios provenientes de
Occidente y reconectando con la trayectoria trazada por los
“modernizadores” Ivan el Terrible y Pedro el Grande.
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