Teoría
económica y ecología
Por
Oscar Carpintero a Salvador López Arnal (*)
Sin Permiso, 30/04/06
Se han cumplido 100 años
del nacimiento de Nicholas Georgescu-Roegen, uno de los principales
economistas del siglo XX y autor de uno de los grandes estudios pioneros
de la teoría economía ecológica: La ley de la entropía y el proceso
económico (1971). Sobre la vida y obra de este economista rumano han
conversado Salvador López Arnal y Óscar Carpintero, autor de La
bioeconomía de Georgescu-Roegen (Editorial Montesinos, Barcelona, 2006;
prólogo de Joan Martínez Alier).
Salvador López Arnal.-
En 2006 se cumple el centenario del nacimiento de Nicholas
Georgescu-Roegen. ¿Quién fue este economista?
Oscar Carpintero.-
Nicholas Georgescu-Roegen fue un economista excepcional en el panorama de
la ciencia económica del siglo XX, y ha sido uno de los padres de lo que,
en la actualidad, se conoce como economía ecológica (y que él
denominaba “bioeconomía”). Esa excepcionalidad tiene que ver tanto
con su trayectoria vital como con su quehacer intelectual. Y ambas cosas,
en su caso estuvieron siempre muy entrelazadas. Por un lado, el haber
vivido casi noventa años —nació en Rumania en 1906 y murió en Estados
Unidos en 1994— lo convirtió en testigo privilegiado de los principales
acontecimientos del siglo pasado, algunos de los cuales presenció en
primera fila. La primera mitad de su vida, salvo estancias temporales en
París, Londres y Estados Unidos de Norteamérica, la pasó en su tierra
natal, donde presenció y sufrió cuatro dictaduras consecutivas. La
segunda parte, desde 1948, se desarrolló de manera más tranquila en
Estados Unidos, donde pudo dedicar tiempo y trabajo a poner en pie su
enfoque bioeconómico.
Realizó aportaciones
pioneras a varios campos de la teoría económica, a la vez que fue un crítico
singular tanto por el estilo de sus argumentaciones, como por su vocación
en trascender el limitado campo de la economía convencional. En su obra
se entrelazan con fuerte nudo conceptos filosóficos, económicos, históricos,
físicos y biológicos de una manera enriquecedora para el análisis y no
como simples añadidos más o menos oportunos. No en vano, un premio Nobel
como Paul Samuelson le consideraba “el erudito entre los eruditos, el
economista entre los economistas”. Su obra principal, The Entropy Law
and the Economic Process (La Ley de la Entropía y el Proceso Económico)
publicada en 1971, a la edad de 65 años, supone el testimonio de ese
esfuerzo, y creo que es una de las mayores y mejor informadas
impugnaciones de la teoría económica convencional que se han escrito
hasta la fecha.
SLA.- El libro que
citabas -La ley de la entropía y el proceso económico-, publicado en
1971, fue contemporáneo de varios textos y acontecimientos importantes
para la formación de la conciencia ecologista a escala planetaria
(Informe Meadows, el “Manifiesto por la supervivencia”, la Cumbre de
Estocolmo, etc.). ¿Cuál fue la participación de Georgescu-Roegen en
esos eventos?
OC.- Su obra clásica fue
publicada, efectivamente, un año antes de la aparición de los “best
seller” ecologistas a los que aludes y eso, en cierta medida, eclipsó
algo una aportación que transcendía las polémicas más o menos
coyunturales, proponiendo una revisión teórica mucho más de fondo. Por
otro lado, hay que tener en cuenta que una parte importante de lo recogido
por Georgescu en ese libro había sido ya publicado en su larga introducción
a Analytical Economics, escrita en 1964 y publicada en 1966.
En todo caso, él
participó en aquellos debates de comienzos de los setenta desde una
triple perspectiva que unía lo teórico con la intervención práctica en
un plano más amplio. En primer lugar, terció en la polémica sobre
“Los límites del crecimiento” con un artículo titulado “Energía y
mitos económicos” en el que criticaba duramente la actitud de los
economistas convencionales respecto de las tesis contenidas en el Informe
Meadows aunque, a la vez, mostraba sus dudas respecto al crecimiento cero
y el estado estacionario como “salvación ecológica”. Por otra parte,
cuando en 1972 se celebró la Cumbre de Estocolmo, Georgescu-Roegen fue
invitado y participó activamente en la Cumbre paralela auspiciada por la
asociación pacifista Dai Dong. Además de contribuir decisivamente a la
elaboración del Manifiesto final, y consciente de las desigualdades en la
distribución de los recursos a escala planetaria, realizó una propuesta
radical para permitir la libertad de circulación de personas, sin ningún
tipo de restricción, visado o pasaporte. Lo que contrasta con la actual
prohibición y contención militar de las migraciones en la población más
pobre a escala mundial.
Por último,
Georgescu-Roegen intentó influir en la mentalidad y prácticas de sus
compañeros de profesión al redactar, con la ayuda de otros dos notables
economistas ecológicos, el manifiesto “Hacia una economía humana”,
que firmado por más de 200 economistas fue presentado y aprobado en 1973,
en la reunión de la American Economic Association (buque insignia de la
economía ortodoxa). Se trata de un bello texto donde se denunciaba la
responsabilidad de las economías de los países ricos y su crecimiento
económico en el deterioro ambiental, al mismo tiempo que se reclamaba un
cambio de rumbo en las prácticas de los economistas que muchas veces servían
de coartada para ese estado de cosas: se pedía una nueva visión de la
economía global basada en la justicia, y la distribución equitativa de
los recursos de la Tierra entre las generaciones presentes y futuras. Para
que “los accidentes de la historia y de la geografía no pudieran servir
por mas tiempo como razones de la injusticia”.
SLA.- ¿Cuáles fueron,
en tu opinión, sus principales contribuciones? ¿Por qué su obra tiene
tanta importancia para algunas corrientes de la economía crítica?
OC.- Georgescu-Roegen
hizo dos cosas importantes: realizó aportaciones heterodoxas a la economía
convencional y también contribuciones disidentes que traspasaban los
estrechos límites del enfoque económico ortodoxo. En el primer sentido,
fue uno de los “pioneros” de la economía matemática como lo
atestiguan sus trabajos de los años treinta, cuarenta y cincuenta, pero a
pesar de tener todo a su favor por su gran dominio de las matemáticas,
fue siempre muy consciente de las ventajas y sobre todo de las
limitaciones de este instrumento para explicar los comportamientos
sociales y económicos. Georgescu-Roegen reparó pronto en que muchas
veces se confundía el medio con el fin, y se intentaba “forzar” la
realidad económica —a veces hasta la tortura— para adaptarla a las
propiedades formales que los modelos económicos debían satisfacer. Nunca
fue un economista matemático dócil, y siempre mantuvo afilada la punta
crítica de su pensamiento. Solía realizar preguntas incómodas a sus
compañeros de profesión. Por ejemplo: ¿qué representa esta variable
económica? ¿en qué unidades se mide? ¿cumple los requisitos para ser
tratada matemáticamente? Esto molestó mucho a los economistas más
convencionales, pues no podían despachar esas críticas apelando a la
simple “palabrería” o “pereza intelectual” de quienes no
dominaban el lenguaje matemático de la teoría ortodoxa.
Como le interesaba
encontrar representaciones analíticas válidas de los fenómenos
estudiados, se encontraba cada vez más incómodo con las representaciones
mecanicistas (por analogía con la física clásica) del comportamiento
económico de los individuos que postulaba la economía convencional. Él
sabía que suponiendo comportamientos mecánicos, unidimensionales y al
margen del contexto social y cultural como el del Homo oeconomicus, el
tratamiento matemático se simplifica notablemente, aunque al coste de
encubrir con refinamientos formales la propia flojera teórica.
Su heterodoxia dentro de
la corriente principal y su experiencia rumana de entreguerras le
llevaron, por ejemplo, a cuestionar la validez de la teoría de los
precios para el caso de una economía campesina superpoblada, poniendo
sobre el tapete los supuestos “fantásticos” que se escondían tras
dicha teoría y que la hacían prácticamente inaplicable a cualquier
escenario. Al concebir el proceso económico desde un punto de vista
evolutivo, que implica la aparición de cambios cualitativos, se atrevió
a desenmascarar las limitaciones de predecir el futuro económico mediante
modelos econométricos mecanicistas, con la salvedad de que dicha crítica,
como te he dicho, no procedía de un economista ignorante de las matemáticas
sino de un estadístico y matemático experimentado. Su ataque contra la
“dogmática creencia de que el mecanismo libre de los precios es la única
forma de asegurar una distribución racional de los recursos entre todas
las generaciones”, le complicó aún más las cosas con la Academia.
SLA.- Tú has apuntado
también que Georgescu-Roegen fue algo más que un economista heterodoxo.
OC.- Efectivamente,
Georgescu-Roegen fue más allá en su denuncia y construcción de
alternativas teóricas. Se convirtió en uno de los primeros críticos
sistemáticos de la epistemología mecanicista pero no sólo a la hora de
describir los comportamientos económicos de los individuos, sino —y
esto es importante— en lo que atañe a la descripción del proceso económico
de producción de bienes y servicios. Un proceso que al tener una
naturaleza físico-química, parecía haber quedado al resguardo de toda
crítica. Si uno toma cualquier manual estándar de teoría económica verá
que allí, cuando se describe el proceso de producción, los factores
productivos (trabajo y capital) se transforman sin pérdida o fricción en
mercancías listas para venderse, alimentando así un movimiento mecánico
circular, reversible y autosuficiente, donde todo lo producido es
consumido y viceversa; pero que oculta deliberadamente la contribución de
los recursos naturales a la producción, así como la aparición de los
residuos y la contaminación que necesariamente se generan en todo proceso
de producción o consumo. Pero si el proceso económico implica el uso de
energía y materiales, habrá que tener en cuenta las leyes que gobiernan
la utilización de esos recursos, y conocer los resultados de las ciencias
que se dedican a su estudio, en especial la termodinámica (y su ley de la
entropía). Sólo de esta manera cabe argumentar sobre bases sólidas en
contra, por ejemplo, del mito del crecimiento económico indefinido, o de
la utilización eterna de la energía y los materiales contenidos en la
Tierra.
SLA.- Relacionó, por lo
tanto, disciplinas del ámbito social, como la economía, con el
conocimiento físico, natural.
OC.- Exacto.
Georgescu-Roegen conectó economía y termodinámica ya desde finales de
los cincuenta, dando realismo a la representación del proceso económico,
e incorporando la distinción cualitativa entre los recursos naturales
(con baja entropía) antes de que sean valorados monetariamente y de los
residuos (alta entropía) una vez que han perdido su valor. Si el proceso
de producción de mercancías transforma recursos de baja entropía en
bienes y residuos de alta entropía, esto supone un aumento de la energía
no aprovechable, o no disponible. Lo que explica que la ley de la entropía
esté en la raíz de la escasez económica. Pero Georgescu-Roegen hizo
algo más que resaltar este aspecto energético. Sabiendo, como sabía,
que la Tierra es un sistema abierto en energía pero cerrado en
materiales, llamó la atención sobre el hecho de que, en el futuro, la
escasez fundamental no vendría tanto por lado de la energía (habida
cuenta la existencia de la radiación solar), sino por la vertiente de los
materiales. Y como la actividad económica es un potente instrumento de
disipación material, esto le llevó a proponer su polémica “cuarta ley
de la termodinámica”, para dar cuenta de este aspecto usualmente
descuidado tanto por los economistas como por los termodinámicos.
SLA.- Pero, además, el
ámbito biológico no está marginado en sus reflexiones e
investigaciones.
OC.- En absoluto. Además
de conectar economía y termodinámica, también contribuyó decisivamente
a ver el proceso económico desde un punto de vista evolutivo,
relacionando los resultados de la biología con la ciencia económica y
entendiendo la economía como una rama de la biología interpretada
ampliamente (no de manera reduccionista al estilo sociobiológico). Para
Georgescu-Roegen, la teoría económica debía transformarse en bioeconomía
por varias razones. De un lado, porque somos una de las especies biológicas
del planeta y como tal estamos restringidos por las leyes naturales que
gobiernan su funcionamiento. Esto supone que hay que atender la evolución
de la humanidad como especie y no sólo como un individuo que nada más
busca maximizar su utilidad o beneficio personal. De otra parte, somos la
única especie que en su evolución ha violado los límites biológicos,
lo que está poniendo en riesgo nuestra propia existencia. Esto lo explica
Georgescu arrancando de una distinción conceptual acuñada por el biólogo
Alfred Lotkaæ entre los órganos endosomáticos y los órganos exosomáticos.
Los primeros tienen la peculiaridad de acompañar a todo ser vivo desde su
nacimiento hasta su muerte (brazos, piernas, ojos, etc.). Precisamente
mediante los cambios en esta clase de órganos es a través de los que
todo animal se va adaptando mejor o peor a las condiciones vitales y de su
entorno. Pero la especie humana halló un método más rápido de
evolucionar con la progresiva fabricación de órganos separables —o
exosomáticos— que, no formando parte de la herencia genética de la
humanidad, se utilizan por ésta en su desarrollo evolutivo para vencer
las restricciones biológicas propias. Ejemplos de este tipo de órganos
pueden ser desde un simple martillo hasta un automóvil. Muchos de ellos
son denominados por los economistas como capital, hecho que
“inconscientemente” revela cómo la visión del proceso económico,
entendida como una extensión del proceso biológico en sentido amplio,
posee un sólido fundamento. Georgescu percibió también muy lúcidamente
el conflicto social y el deterioro ecológico asociado a la posesión de
estos órganos exosomáticos, que desembocan en la aparición de
desigualdades sociales importantes. Lo que explica que los privilegios y
las luchas de clases estén así íntimamente unidas a la producción y
disfrute de estos órganos exosomáticos.
SLA.- ¿Es cierto que
propuso un Programa Bioeconómico Mínimo para enfrentar la situación de
crisis ecológica? ¿En qué consistía?
OC.- Efectivamente. Su análisis
le llevó a la conclusión de que los problemas a los que nos enfrentamos
no son estrictamente económicos ni ambientales, sino bioeconómicos.
Desde 1972 Georgescu-Roegen esbozó la dimensión política de su
Bioeconomía proponiendo una serie de medidas generales (que llamó
Programa Bioeconómico Mínimo), gobernadas por el principio de precaución
(que él formulaba como “la minimización de los arrepentimientos
futuros”) y un principio de conservación y reciclaje.
De entre las medidas que
proponía hay un par de ellas que me parecen de especial interés por su
vigencia (teniendo en cuenta la fecha en que las realizó, pues ahora podrán
parecernos algo ya sabido).
Por un lado, su propuesta
de prohibir completamente la producción de armamento para “asesinarnos
a nosotros mismos”. Como economista sabía el coste de oportunidad de
los recursos, y habiendo sufrido dos guerras mundiales, nunca le
convencieron los argumentos que justificaban la carrera armamentista como
disuasión. Frente a ello ponía, por analogía, el siguiente ejemplo:
“es absurdo e hipócrita continuar la producción creciente de tabaco
si, declaradamente, nadie tiene intención de fumar”.
En segundo lugar, conocía
también hasta qué punto la agricultura química estaba poniendo en serio
peligro la seguridad alimentaria de las personas y la salud de los
ecosistemas. Propuso desde el principio la necesidad de reducir
gradualmente la población mundial hasta el nivel en que pudiera
alimentarse únicamente con agricultura ecológica, pues sólo de esta
manera se preservaría la riqueza y la fertilidad de los suelos a largo
plazo para la alimentación de las generaciones futuras.
Estas y otras propuestas
las cerraba Georgescu-Roegen animándonos a curarnos del “círculo
vicioso de la maquinilla de afeitar”, por el cual nos aferramos al
absurdo de afeitarnos más rápido cada mañana para así tener tiempo
suficiente para trabajar en una máquina que afeite más rápidamente y así
tener más tiempo para trabajar en otra máquina que todavía lo haga más
rápido... y así ad infinitum. Reflexión que, de paso, nos coloca frente
al viejo dilema de cómo usar nuestro ocio y de retornar, por una vez, a
la antigua sabiduría que nos aconsejaba trabajar para vivir y no lo
contrario.
SLA.- ¿Qué opinión le
merecía la obra de Marx como economista?¿Hay algún punto de contacto
entre las propuestas de Georgescu-Roegen y desarrollos críticos en el ámbito
de la tradición marxista?¿Hubo economistas de orientación marxista
afines a esos planteamientos? Estoy pensando en Joan Robinson o en Piero
Sraffa, por ejemplo.
OC.- Georgescu-Roegen tenía
mucho respeto y un gran conocimiento de la obra de Marx. A pesar de su
desafortunada experiencia con el partido comunista rumano después de la
Segunda Guerra Mundial, él era lo suficientemente inteligente como para
no mezclar la contribución científica de Marx y los marxistas
posteriores, con la concreción política e histórica —más o menos
manipulada— de su ideario. Existen además testimonios y documentación
que demuestran cómo estudió a fondo la obra del economista alemán sobre
todo durante la década de los cincuenta. El elogio a Marx incluía también
una admiración por su mente creativa, llegando a decir que si hubiera
vivido en el siglo XX hubiera sido probablemente “el mayor económetra
de todos los tiempos”.
Sin embargo, este
conocimiento analítico de su obra le hacía valorar aspectos que no
estaban entre los predilectos de los marxistas de aquella hora. Por
ejemplo, no comulgaba demasiado con la teoría del valor trabajo de Marx
debido a la desconfianza que le merecían todas las teorías del valor
monocausales (ya fuera la causa el trabajo, la utilidad o la energía).
Sin embargo, le seducía más —y apreciaba de manera notable— su visión
del sistema económico y de sus procesos como algo no aislado (lo que no
excluía su delimitación teórica), además de los análisis sobre la
reproducción económica del Marx del volumen II de El Capital.
Fueron precisamente estas
“querencias” lo que le hacían ser receptivo a la obra de marxistas
“atípicos” como Joan Robinson, por la que sentía una gran admiración
y a la que citaba regularmente en sus clases (estaba convencido de que
merecía el premio Nobel, y así se puede ver a través de su
correspondencia). En el caso de Sraffa, no he encontrado apenas ninguna
mención, aunque es seguro que conocía la obra del economista italiano.
SLA.- ¿Cuál sería en
tu opinión el principal legado de Georgescu-Roegen?
OC.- Si hubiera que ceñirse
a una sola cosa, resaltaría su talante transdisciplinar, su disposición
a traspasar las fronteras de la teoría económica, de abrirla a los
resultados de las disciplinas científicas vecinas como forma de romper el
aislamiento; recordándonos la importancia de los cimientos biofísicos
sobre los que se asientan las actividades económicas, sus posibilidades y
limitaciones. Y todo ello haciéndolo con una independencia de criterio,
falta de papanatismo y rigor intelectual muy poco comunes.
(*) Óscar Carpintero es
profesor de Economía Aplicada de la Universidad de Valladolid y es un
destacado conocedor de la obra del científico rumano. Es miembro de CimA
(Científicos por el Medio Ambiente) y autor de “Entre la economía y la
naturaleza” (Madrid, Los Libros de la Catarata, 1999) y de “El
metabolismo de la economía española. Recursos naturales y huella ecológica”
(1955-2000) (Lanzarote, Fundación César Manrique, 2005). Salvador López
Arnal es colaborador de El Viejo Topo y ha preparado la edición de
Manuel Sacristán, “Sobre dialéctica” (Barcelona, El Viejo Topo,
2006).
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