Leyendo Marx a la luz de
Marx
La relación entre economía
y política en los textos de los años cincuenta
Por Adriano Nervo Codato
Revista Laberinto, España,
Número 20, primer cuatrimestre 2006
Introdución
La historia intelectual
del marxismo occidental en el siglo XX, antes de su ocaso como teoría
social predominante de los análisis inspirados por la Historiografía, la
Filosofía, la Economía, o la Sociología, conoció, grosso modo, dos
fases bien distintas. Acerca de la primera, Perry Anderson observó que, a
diferencia del marxismo clásico, que conjugó el trabajo teórico con la
actividad militante, el marxismo de los intelectuales universitarios
promovió, a partir del período de entre–guerras, un “divorcio
estructural” entre el pensamiento y la práctica revolucionaria,
abandonando progresivamente los estudios sobre “la economía y la política
por la filosofía”. La consecuencia más importante de esa opción fue
la primacía “del trabajo epistemológico centrado esencialmente en los
problemas de método”. Las discusiones de allí derivadas migraron a los
análisis sobre la “estética, o, en un sentido más lato, de las
superestructuras culturales” y su “primera expresión se dio en
Alemania, en el Instituto de Investigación Social de Frankfurt”. Con
excepción de Gramsci, el marxismo occidental se mantuvo indiferente a las
cuestiones clásicas que movilizaron al materialismo histórico: el
“examen de las leyes económicas de la evolución del capitalismo como
modo de producción, el análisis de la máquina política del Estado
burgués [y de la] estrategia de la lucha de clases necesaria para
derribar” ese Estado. “Durante más de veinte años después de la II
Guerra Mundial, la producción intelectual del marxismo occidental en el
dominio de la teoría política o económica – en lo que hace a la
producción de obras importantes tanto en un campo como en el otro – fue
casi inexistente” (Anderson, 1976: 38, 43, 121, 46, 61 y 63,
respectivamente).
Ese marxismo esotérico
de filósofos profesionales, aunque no haya sido completamente sustituido,
al menos tuvo que convivir, a partir de fines de los años ’60, con el
renacimiento de una vigorosa reflexión en torno de la política y la
economía capitalistas. Las cuestiones relativas al poder y al Estado
fueron reintroducidas en la problemática marxista por dos trabajos
esenciales: Pouvoir politique et classes sociales, de Nikos Poulantzas
(publicado en 1968) y The State in Capitalist Society, de Ralph Miliband
(publicado en 1969). En los años setenta el tema recibió un nuevo
impulso a partir de la polémica entre estos autores en la New Left Review
a propósito de la relación entre el aparato de Estado, la clase económicamente
dominante y la elite estatal; y de los libros de Claus Offe y Jürgen
Habermas, publicados en Alemania simultáneamente a los debates la Escuela
Lógica del Capital (conducidos por Wolfgang Müller, Christel Neusüss,
Elmar Altvater y Joachim Hirsch). En Francia el estímulo vino primero de
los estudios sobre el Capitalismo Monopolista de Estado (de Paul Boccara)
y, seguidamente, de la proposición de la Teoría de la Regulación (por
Michel Aglietta, Alain Lipietz, Robert Boyer y Bruno Théret) (cfr.
Anderson, 1984; Jessop, 1990; Aronowitz y Bratsis, 2002).
Tomando el marxismo clásico
como punto de partida, todos esos autores, en alguna medida, releyeron los
textos canónicos de Marx y Engels, ya fuera para extraer una teoría
específica del Estado capitalista (Miliband), ya para construir una teoría
general de carácter jurídico–político (Poulantzas). Con variados
grados de sofisticación, propusieron una serie de conceptos operacionales
para comprender y explicar las relaciones entre el Estado y la sociedad y
el Estado y la economía contemporáneos. Es el caso, por ejemplo, de las
nociones de “bloque de poder” (Poulantzas), “elite estatal”
(Miliband), “selectividad estructural” (Offe), “régimen de
acumulación” (Lipietz), “forma Estado” (Hirsch) y “tecnología
organizativa” (Therborn). Una de las cuestiones más importantes y que
constituyó tanto el punto de partida como el de llegada de algunas de
esas formulaciones teóricas fue la cuestión de la “autonomía relativa
del Estado”, y El 18 Brumario de Luis Bonaparte de Marx ha sido
celebrado como un texto canónico a propósito de ese problema.
Así, su lectura y su
comprensión como un trabajo que no era sólo un versado comentario sobre
la política francesa de 1848 a 1851 permitió al marxismo avanzar en
muchas y nuevas direcciones: en el desarrollo de una teoría del Estado
capitalista contraria al “instrumentalismo”, que reducía las
complicadas ligazones entre las clases económicamente dominantes y el
aparato estatal a una relación de control estricto del segundo por las
primeras; en la reformulación de una teoría de la ideología contraria
al “mecanicismo”, que deducía de los movimientos de la economía la
configuración y la función de las superestructuras culturales; y en la
comprensión del problema de las clases sociales contraria al
“economicismo”, que las definía exclusivamente en función de su
inserción en el proceso productivo. Esa reacción politicista,
fundamental para recolocar el problema del “Estado” en una nueva clave
interpretativa, ya sea porque lo retiró del dominio exclusivo de los
estudios jurídico–constitucionales, ya porque enfatizó su diferencia
con el concepto de “gobierno” de los pluralistas, dio a los
neomarxistas la oportunidad de focalizar en el nivel jurídico–político
(por sobre el nivel económico), en el aparato de Estado (en relación a
la “sociedad civil”) y en la práctica política (frente a la
actividad económica) en tanto objetos de conocimiento distintos. Por lo
demás, esa maniobra intelectual era tanto más legítima cuanto menos se
ignoraba (o cuanto más se reconocía) la prioridad de las cuestiones políticas
en las “obras históricas” de Marx [2].
Con todo, creo que esas
“obras históricas” hayan pasado a ser estudiadas, hoy, sólo como
“textos políticos”, separadamente o en contradicción con la teoría
marxiana en su conjunto. Sin embargo, la característica común de las
interpretaciones politicistas más contemporáneas de esos trabajos es
sintomáticamente la supresión de toda mención a la “economía”.
Visto que los neomarxistas nunca abandonaron la perspectiva funcionalista,
cuyo acuerdo básico era justamente en torno del papel del Estado en la
acumulación/reproducción/dominación del capitalismo [3], esa ausencia
inesperada repercute en dos campos (que merecerían una revisión): en la
interpretación “heterodoxa” que se da del pensamiento político de
Marx; y en el tipo de análisis político de allí resultante, inspirado
en ese marxismo depurado.
¿No cabría entonces
preguntarse si acaso no fue demasiado lejos esa (in)comprensión ante las
relaciones entre economía y política en los comentarios actuales
respecto de los análisis de Marx sobre la política europea de la segunda
mitad del siglo XIX?
El objetivo de este
ensayo es discutir un aspecto relativamente olvidado (o a veces explícitamente
negado) a partir de El 18 Brumario de Luis Bonaparte. Hay, en esa serie de
siete artículos, escritos «bajo el impulso inmediato de los
acontecimientos», entre diciembre de 1851 y marzo de 1852 (18 Br., Prólogo
del autor a la segunda edición [1869], p. I) [4] , una interpretación de
la política que es, en esencia, solidaria con la “concepción
materialista de la Historia” y con el lugar destacado que lo “económico”
ocupa en el interior de esa concepción – tal como fue formulada en el
“Prefacio” de 1859 de Contribución a la Crítica de la Economía Política.
En términos más simples: se propone leer El 18 Brumario a la luz del
“Prefacio” con el de fin establecer en qué medida los principios teóricos
anunciados de forma más sistemática en 1859 están presentes en el análisis
concreto de 1852.
Ciertamente, nada de esto
es nuevo. Friedrich Engels notó que bastaría examinar el trabajo de Marx
sobre el golpe de estado en Francia para saber que incluso en un texto en
el que se trata “casi exclusivamente del papel particular desempeñado
por las luchas y acontecimientos políticos”, eso se hace, “es
claro”, en los “límites de su dependencia general de las condiciones
económicas” (Engels, s/d–b: 291; cursivas del autor). Indagado más
tarde sobre el estatuto de lo “económico”, enfatizó que el libro de
Marx consistiría en el mejor “ejemplo práctico” para poner a prueba
dos problemas nada triviales de la explicación histórica: la relación
entre causa y efecto y la relación entre necesidad y azar. Más
claramente, el materialismo histórico consistiría en afirmar la
irrelevancia de las narrativas que desprecian las “condiciones económicas”,
asumiendo por el contrario, que “hay todo un juego de acciones y
reacciones” entre la superestructura y la infra–estructura y que,
“en última instancia”, lo económico acaba siempre por imponerse
(Engels, s/d–c: 298–300).
Ello implica decir que no
hay un “Marx” polemista, analista político o historiador, cuyo
trabajo es ingenioso, productivo y sofisticado; y otro “Marx”, el teórico
social cuyo trabajo es prisionero del modelo base/superestructura y de
esquemas de interpretación evolucionistas, mecanicistas y economicistas,
como alegó, entre varios comentadores, Raymond Aron. Aron, que encontraba
“los dos opúsculos de Marx” – Las luchas de clases en Francia y El
18 Brumario de Luis Bonaparte – “brillantes”, veía la superioridad
de esos trabajos como una excepción: “inspirado por la clarividencia de
historiador, Marx olvida sus teorías y analiza los acontecimientos como
un observador genial” (Aron, 1987: 266). Creo que leer El 18 Brumario a
la luz de esa oposición es leer equivocadamente el modelo de análisis
tal como fue propuesto por el marxismo clásico en el “Prefacio” de
1859.
1. Teoría social e
historia
A partir de esa oposición
simplificadora entre el Marx de 1852 y el de 1859 se difundió, incluso en
el interior del pensamiento crítico, un sentido común sociológico según
el cual en ésta y en otras “obras históricas” habría una
interpretación tributaria del multideterminismo y en las obras económicas
o de combate político (el Manifiesto Comunista, por ejemplo), un análisis
prisionero del unideterminismo. Las declaraciones más consistentes para
sustentar esa disociación cognitiva del pensamiento marxiano vendrían,
irónicamente, de sus autojustificaciones teóricas.
Considérense, por
ejemplo, dos pasajes donde Marx reflexiona sobre su punto de vista: un párrafo
del famoso “Prefacio” (de 1859) y otro de la “Introducción” de
(1857) de Contribución a la Crítica de la Economía Política. Sabemos
que Marx nunca fue contemporáneo de su propio desarrollo intelectual.
Esto es, raras veces Marx (y Engels) se detuvieron a presentar los
fundamentos teóricos de sus investigaciones. Y, de hecho, hay
posiblemente, sólo cinco momentos en toda la obra donde se puede
encontrar un discurso sobre el método de análisis materialista – en la
primera parte de La Ideología Alemana (1845–1846); en las Tesis sobre
Feuerbach (1845), en el referido “Prefacio”, en las anotaciones sobre
economía, no destinadas a la publicación, tomadas entre 1857 y 1858, y
que salieron a la luz recién en 1939 con el título de Grundrisse der
Kritik der politischen Ökonomie (Rohentwurf), de las cuales la
“Introducción [a la Crítica de la Economía Política]” es parte, y
en la correspondencia del último Engels (cartas a Bloch y a Schmidt
(1890), a Mehring (1893) y a Starkenburg (1894), principalmente). Así, en
la sección 3 de la “Introducción” de 1857 (El método de la Economía
Política) se señala que “el método científicamente exacto” es
aquel en que los elementos de la economía real (la “población” para
tomar el ejemplo escogido por el autor) no son una abstracción, sino una
“rica totalidad de determinaciones y relaciones diversas”. La realidad
social, “lo concreto”, en una palabra, “es la síntesis de muchas
determinaciones, es decir, unidad de lo diverso” (Marx, 1982: 14;
cursivas mías). Ya en el “Prefacio” de 1859, donde Marx explica a qué
conclusión habían llegado sus estudios económicos comenzados quince años
antes, se lee que “el modo de producción de la vida material condiciona
el proceso de vida social, política e intelectual en general. No es la
conciencia de los hombres la que determina su ser; por el contrario, su
ser social es lo que determina su conciencia” (Marx, 1982: 25; cursivas
mías) [5].
La comprensión literal
de este último pasaje (y la mera confrontación con el anterior) condujo
a los analistas a dos errores equivalentes. El primero consistió en tomar
lo dicho por lo hecho. De la presentación sintética de una proposición
general y de una advertencia específica se concluyó que los estudios
posteriores (de Marx y de los marxistas) deberían siempre rendir homenaje
a la “economía”, el único principio explicativo de la Historia. El
segundo error consistió en tomar lo hecho por lo dicho. Los ensayos sobre
la historia política de Alemania, de Inglaterra o de Francia, gracias a
su tema, su complejidad y riqueza en detalles, sólo podrían ser
entendidos como la concreción de la idea de multideterminación anunciada
en la “Introducción” de 1857.
Varios autores (E.P.
Thompson, por ejemplo) tradujeron esa ambigüedad del pensamiento de Marx
en un callejón sin salida: o habría ortodoxias dispuestas a repetir el
modelo causal tradicional consagrado en la “metáfora mecánica” de
base/superestructura o simplemente empirismo; en los dos casos, lo que se
perdería de vista sería la “dialéctica de la dinámica social”. ¿Cómo
recuperarla, superando los raciocinios deductivos (a partir del
“modelo”) o inductivos (a partir de la “realidad”)? Respuesta:
“Sólo podemos describir el proceso social – como lo mostrara Marx en
El 18 Brumario – escribiendo historia” (Thompson, 2001: 158; cursivas
mías). Eric Hobsbawm a su vez, afirmó que “el valor principal de Marx
para los historiadores” residiría “en sus proposiciones sobre la
historia, en tanto distintas de sus proposiciones sobre la sociedad en
general” (Hobsbawn, 1998: 162; cursivas mías).
Un comentador resumió así
el problema central: cuando se realiza la revisión de los análisis de
Marx en relación a los acontecimientos en Francia entre 1848 y 1851 (Las
luchas de clases en Francia, El 18 Brumario de Luis Bonaparte) se destaca
el uso de un modelo implícito y ad hoc de análisis político, al lado de
un modelo teórico más o menos explícito que enfatiza en ciertos
condicionantes estructurales. Esa tensión entre una perspectiva que
subraya la autonomía del poder de Estado, la primacía de las variables
estrictamente políticas y otra que, en la línea de la “ortodoxia teórica”,
trata los eventos revolucionarios como manifestaciones de la
inexorabilidad del proceso histórico, (proceso gobernado esencialmente
por las determinaciones de las fuerzas “materiales”), conduciría ese
pensamiento a una dificultad insoluble. El análisis político ad hoc –
presente en los famosos textos históricos – resolvería esa contradicción
y evidenciaría la superioridad del Marx cronista político sobre el teórico
de la sociedad (Spencer, 1979: 196).
2. Dos principios
explicativos
Esa contraposición entre
un Marx y otro deriva, en verdad, de ciertas dificultades básicas.
La primera, y más
superficial, deviene de la constatación de una obviedad: la dinámica de
los eventos políticos de la II República es independiente, en la
narrativa (y, principalmente, en la explicación ofrecida en El 18
Brumario), de la dinámica de los eventos económicos. En rigor, la crisis
comercial francesa sólo comparece como uno de los elementos explicativos
para el golpe del 2 de diciembre en la sección VI del libro (18 Br.:
111–115), y aún así no como lo más importante. Lo fundamental, en esa
coyuntura, es la lucha política de clases, «esta confusión indecible y
estrepitosa de fusión, revisión, prórroga, Constitución, conspiración
coalición, emigración, usurpación y revolución» (18 Br.: 115).
Se trata, por lo tanto, sólo
del carácter condensado que presenta el argumento fáctico del libro.
La segunda dificultad
reside en la lectura excesivamente libre de ciertas partes aisladas de El
18 Brumario, donde se enfatiza, de manera unilateral y en un sentido muy
vago, la “autonomía de la política” sin atender a los varios
sentidos de “autonomía” presentes en la obra o hacia la integración
de esa noción y su significado preciso en el conjunto del sistema
intelectual marxiano. Con respecto a esto, creo que es necesario separar
tres ideas complementarias pero distintas: i) la idea de autonomía
(relativa) de lo político (i.e., del nivel jurídico–político en
relación a la práctica económica; ii) la idea de autonomía (relativa)
de la política (i.e., de la práctica política en relación a la práctica
económica); iii) la idea de autonomía (relativa) del Estado (i.e., del
aparato de Estado en relación a la “sociedad civil” [6]) . Es usual
en las interpretaciones de El 18 Brumario de Marx la fusión de esas
proposiciones en una sola o la confusión que resulta de tomar una por la
otra cuando se pretende enfatizar la irreductibilidad de la “política”
a la “economía”. Se descuida así, por lo tanto, el argumento
conceptual del libro.
La tercera dificultad,
que es una especie de maximización de la segunda – y por ello es más
cuestionable –, reside en la desconsideración de la obra de Marx como
un “sistema intelectual” que dispone (correcta o erradamente, no
importa) de una “teoría del desarrollo histórico” (Anderson, 1984:
100). Un sistema que ciertamente comporta evoluciones, correcciones de
rumbo, torsiones y deslices de sentido en ciertos conceptos – incluso la
oposición entre problemáticas teóricas distintas [7]; pero un sistema
al fin en tanto conserva un principio general o “hilo conductor”,
retomando aquí la expresión del “Prefacio” de 1859: la primacía de
lo económico. Esa es la primera lección de la concepción materialista
de la Historia. La segunda lección, igualmente central en esa concepción,
es la separación, postulada inicialmente en La Ideología Alemana, entre
esencia (la vida material) y apariencia (la vida “espiritual”). Esa
diferencia fue traducida en 1859 en términos bastante simples: “Así
como no se juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo,
tampoco se puede juzgar tal época de revolución por la conciencia de sí
misma; es preciso, por el contrario, explicar esta conciencia por la
contradicciones de la vida material […]” (Marx, 1982: 25–26).
Hasta en una lectura poco
atenta del “Prefacio” de Contribución a la Crítica de la Economía
Política es posible constatar la centralidad de esos dos principios
explicativos del materialismo de Marx.
¿En qué sentido
entonces, se podría aproximar la interpretación minuciosa de la vida política
francesa de mediados del siglo XIX (específicamente: el análisis de los
acontecimientos que van del 24 de febrero de 1848 al 2 de diciembre de
1851), expuesta en detalle en El 18 Brumario de Luis Bonaparte, a las
instrucciones generales para el análisis de la sociedad en general
resumidas, exactamente siete años después, en el “Prefacio” de 1859?
O lo que es lo mismo: ¿cuál es el peso de la concepción materialista de
la Historia en el análisis concreto de la política por el marxismo clásico?
[8]
Mi sugerencia es que se
verifique el efecto de esas dos proposiciones fundamentales – la
“primacía de lo económico” y la oposición entre “esencia y
apariencia” – en El 18 Brumario en dos niveles: sobre su forma y sobre
su contenido. El primer nivel, la forma de expresión, habla respecto de
la lógica que preside la argumentación (y no del “estilo” de la
escritura, aunque éste no sea indiferente a aquella). La misma, es
tributaria principalmente de la segunda proposición. El segundo nivel –
el contenido – refiere al análisis del proceso político concreto (y no
a un principio teórico abstracto). Este es tributario principalmente de
la primera proposición.
3. Los discursos y sus
tipos
Hay, en esta hipótesis
una serie de impedimentos bien conocidos que deberían propiciar la
aproximación, la lectura y la superposición de los dos textos, que
inicialmente parecen oponerse en casi todo.
Recordemos aquí las
interpretaciones más tradicionales. Mientras que El 18 Brumario de Luis
Bonaparte es reconocidamente, un análisis de coyuntura destinado a
explicar un evento político discreto – el golpe de un «aventurero»
(18 Br.: 67) –, el “Prefacio” de Contribución a la Crítica de la
Economía Política es el resumen de una teoría general de la Historia,
donde aquello de lo que se da cuenta son las transformaciones de la
estructura social a través de las “épocas de progreso en la formación
económica de la sociedad [esto es] los modos de producción” (Marx,
1982: 26; cursivas mías): es decir, en primer lugar cabe señalar una
diferencia de niveles de abstracción.
Sin embargo, esa separación
entre un texto “teórico” (más “abstracto”) y otro “histórico”
(más “concreto”) no es la mayor dificultad. Es preciso señalar que,
según la comprensión usual, mientras que el “Prefacio” postularía
una necesidad férrea y absoluta, conforme la acción de determinadas
“leyes” que permitirían inclusive anunciar el futuro de la humanidad,
El 18 Brumario sería el ejemplo mejor acabado de la actuación de la
contingencia en la Historia: cabe señalar entonces aquí, en segundo
lugar, una diferencia en términos de modelos de interpretación.
En el “Prefacio”, la
base económica no es sólo el fundamento de las prácticas políticas,
ideológicas, etc., sino su causa: “El modo de producción de la vida
material condiciona el proceso de vida social, política e intelectual en
general. No es la conciencia de los hombres la que determina su ser; por
el contrario, su ser social es lo que determina su conciencia” (Marx,
1982: 25; cursivas mías). Hay aquí un postulado imposible de ignorar.
Ahora bien, nada más distante de las interpretaciones anticipadas en El
18 Brumario. Es evidente, para quien lee el libro que se está muy lejos
de esa posición “mecanicista”. Las motivaciones de las acciones
humanas son mucho más complejas y difícilmente pueden ser reducidas a
manifestaciones de una única causa fundamental. ¿Qué separaba a los
legitimistas de los orleanistas? Ciertamente el hecho de que los primeros
representaban la gran propiedad territorial; y los segundos el capital.
Con todo, sostiene Marx, no sólo: «Que, al mismo tiempo, había viejos
recuerdos, enemistades personales, temores y esperanzas, prejuicios e
ilusiones, simpatías y antipatías, convicciones, artículos de fe y
principios que los mantenían unidos a una u otra dinastía, ¿Quién lo
niega?» (18 Br.: 43–44). Así podemos observar, en tercer lugar, tipos
de causalidad.
Finalmente, con respecto
a la categoría “lucha de clases”, omnipresente en El 18 Brumario, no
sólo está ausente en el “Prefacio”, sino que es efectivamente
sustituida por otra, la contradicción entre “las fuerzas productivas de
la sociedad” y “las relaciones de producción existentes” (Marx,
1982: 25). Habría por lo tanto, a partir de aquí, dos variables
independientes en el marxismo (para hablar en el lenguaje formalizado de
la Ciencia Política) difícilmente reconciliables: mientras que en El 18
Brumario el principio de análisis de la evolución política es la
“lucha de clases”, en el “Prefacio” de 1859 la contradicción en
la “base económica” (Marx, 1982: 25) entre las fuerzas productivas y
las relaciones de producción parece funcionar como modelo explicativo de
la transformación histórica. En cuarto lugar entonces, se puede observar
una diferencia de principios de explicación.
Estas son, sin duda,
diferencias importantes. Pero no son incompatibilidades lógicas. En
primer lugar, porque esas diferencias devienen precisamente del tipo de
discurso y no de la naturaleza de la explicación. Y, el tipo de discurso,
deviene a su vez, del propósito de los dos textos. Si uno de ellos es un
esbozo de una visión totalizadora sobre la historia universal, mientras
que el otro abarca sólo cuatro años críticos de la política francesa,
entonces “no es sorpresa que haya un repertorio conceptual diferente
apropiado a los dos casos” (Wolff, 2002: 2). ¿Por qué no pensar
entonces que la proposición más abstracta (“No es la conciencia de los
hombres la que determina su ser; por el contrario, su ser social es lo que
determina su conciencia”) informa – en términos más precisos, esto
es, como condición o como influencia – el examen del proceso histórico
más concreto? ¿Por qué no considerar que el opuesto de
“contingencia” (suponiendo el El 18 Brumario sea la crónica de una
eventualidad9) no es “necesidad” (suponiendo igualmente que el
“Prefacio” de 1859 sea la postulación de un derrotero inevitable y
predeterminado de la Historia [10]), sino posibilidades limitadas de
convertir intereses en prácticas? ¿Por qué no disponer, bajo una
jerarquía más compleja, en vez de contraponer, las motivaciones económicas
a todas las otras clases y motivaciones no económicas que determinan la
acción política según un principio más exigente y más preciso
(suponiendo, claro está, que todo el problema de la causalidad se de en términos
de “motivos”)? En fin, ¿por qué no pensar que la lucha de clases es
inexplicable sin referencia a las clases, y que las clases simplemente no
existen fuera de las (o anteriormente a las) relaciones de producción)
[11]?
4. La primacía de lo
económico
Señalé más arriba la
centralidad de lo “económico” en la argumentación marxiana. Pero, ¿qué
se debe entender por “primacía de lo económico”? Y, ¿cómo esa
prioridad dentro de todas las otras se expresa en un libro cuyo tema
principal es, al fin de cuentas, una cuestión política? O lo que es lo
mismo: ¿cómo se debe entender la oposición postulada entre
“esencia” y “apariencia”? ¿Dónde (y cómo) se podría
encontrarla en El 18 Brumario de Luis Bonaparte?
La “primacía de lo
económico” es un postulado controvertido y, como recuerda Engels, de
difícil verificación empírica. Sólo surge, en el análisis,
retrospectivamente y la exposición de la conexión entre la “serie de
acontecimientos de la historia del día a día” (los eventos) no siempre
permite al observador retroceder hasta las “causas en última instancia
económicas” (Engels, 1982: 189) ya que esas son causas que actúan
“inconsciente e involuntariamente” (Engels, s/d–a: 285) (por lo
tanto, en el nivel de las estructuras). De modo que no se trata de un
principio auto–evidente para el analista o consciente para el agente.
La segunda restricción
que se debe considerar para comprender esta idea es que “el hecho económico”
no es “el único hecho determinante”. Al referirse precisamente a esta
cuestión, Engels enfatizó frente a sus críticos, que el esquema
explicativo del marxismo clásico aplicado al análisis de “una época
histórica” debería siempre considerar “el juego recíproco de
acciones y reacciones” entre “el aspecto económico” y los “demás
factores”, siendo “El 18 Brumario de Luis Bonaparte, en particular, un
ejemplo magnífico de aplicación” de esa compleja relación de
causalidad. En verdad, hay una serie de “condiciones políticas, y hasta
la tradición, que merodea como un duende en las cabezas de los hombres”
y es preciso notar que “ejercen su influencia sobre el curso de las
luchas históricas y determinan, predominantemente en muchos casos, su
forma” (Engels, s/d–a: 284–286; cursivas mias). El modelo de
causalidad histórica expuesto en el “Prefacio” de 1859 sería por lo
tanto parcial (i. e., no representativo del pensamiento complejo de los
autores) y esa parcialidad resultaría de su formulación antitética:
“Frente a los adversarios, teníamos que subrayar este principio
cardinal que se negaba[...]” (Engels, s/d–a: 286) a todo costo en las
narrativas tradicionales.
Aunque la interpretación
de Engels y las dos tesis básicas que contiene – “sobredeterminación”
y “determinación en última instancia”, en el lenguaje althusseriano
– sean válidas para la comprensión de las transformaciones históricas
en general, no resuelven la cuestión de la interpretación de El 18
Brumario a la luz de los principios materialistas expuestos en el
“Prefacio”. Si la primera idea (basada en un grupo de “innumerables
fuerzas que se entrecruzan las unas con las otras”) es, de hecho, la
idea fuerza del libro o, dicho de otro modo, el libro es la ilustración
ejemplar de ese principio, la segunda, basada en la “circunstancias económicas”
(Engels, s/d–a: 285), no integra, o al menos no exactamente así, su
esquema explicativo. Para que el golpe de Estado fuese explicable, en última
instancia, por la “economía”, el papel que Marx atribuye a la «pequeña
crisis comercial» (18 Br.: 111) de 1851 debería ser magnificado. De
hecho, ni siquiera se podría afirmar que la economía (en el sentido más
trivial: como práctica económica o como motivo económico de la acción)
cumplió un papel en las luchas entre la burguesía en el Parlamento y la
burguesía fuera del parlamento. El propio Marx señala:
Cuando el comercio
marchaba bien, como ocurría aún a comienzos e 1851, la burguesía
comercial se enfurecía contra todo lo que fuese lucha parlamentaria, por
miedo a que el comercio perdiese el humor. Cuando el comercio marchaba
mal, como ocurría constantemente desde fines de febrero de 1851, acusaba
a las luchas parlamentarias de ser la causa de la paralización y clamaba
porque aquellas luchas se acallasen para que el comercio pudiera
reanimarse (18 Br.: 108).
Esa “circunstancia económica”
– la crisis general del comercio – es, en verdad, uno más de los
factores que componen el cuadro general de ese período y que conducen a
la burguesía francesa a abdicar de su «poder político» en nombre de su
«interés de clase» (18 Br.: 108). Al final de cuentas, la burguesía
aprendió, en el curso de las luchas políticas, que «para salvar la
bolsa, hay que renunciar a la corona» (18 Br.: 66). Examínese este
pasaje:
Imaginémonos ahora al
burgués de Francia en medio de este pánico de los negocios, con su
cerebro obsesionado por el comercio, torturado, aturdido por los rumores
de golpe de Estado y de restablecimiento del sufragio universal, por la
lucha entre el parlamento y el poder ejecutivo, por la guerra de la Fronda
de los orleanistas y los legitimistas, por las conspiraciones comunistas
del Sur de Francia y las supuestas jacqueries de los departamentos del Nièvre
y del Cher, por los reclamos de los distintos candidatos a la presidencia,
por las consignas chillonas de los periódicos, por las amenazas de los
republicanos de defender con las armas en la mano la Constitución y el
sufragio universal, por los evangelios de los héroes emigrados in
partibus, que anunciaban el fin del mundo para el segundo domingo de mayo
de 1852, y comprenderemos que, en medio de esta confusión indecible y
estrepitosa de fusión, revisión, prórroga de poderes, Constitución,
conspiración, coalición, emigración, usurpación y revolución, el
burgués, jadeante, gritase como loco a su república parlamentaria: “¡Antes
un final terrible que un terror sin fin!” (18 Br.: 114–115)
La conclusión de esa
comedia tiene, no obstante, una lección: aunque la “economía” no
dirija absolutamente el comportamiento de las clases, el interés
puramente político de clase se subordina, estratégicamente, al interés
económico general de clase – el capitalismo, como régimen de explotación
económica y como régimen de dominación política – . En esta precisa
coyuntura, la burguesía, como clase, “reconoce” (aunque esa no sea
una acción ni consciente ni “racional”) que «para mantener intacto
su poder social tiene que quebrantar su poder político; que los
individuos burgueses sólo pueden seguir explotando a otras clases y
disfrutando apaciblemente de la propiedad, la familia, la religión y el
orden bajo la condición de que su clase sea condenada con las otras
clases a la misma nulidad política» (18 Br.: 66; cursivas mías).
Por lo tanto, lo “económico”
tiene que ser tomado, en ese contexto, como el principio base de la
organización de la vida social que no puede ser eludido y nunca debe ser
negado.
Así, “lo económico”
no se confunde con “la economía” (en el sentido vulgar de actividad
económica, como acontecimientos económicos) y la “primacía de lo económico”
se refiere al papel determinante de las estructuras económicas, y no a
una relación de simple causalidad entre razones estrictamente económicas
(“motivaciones”) y conductas políticas empíricamente verificables
(“acciones”).
El lugar y la función
que los campesinos parcelarios, «la masa del pueblo francés» (18 Br.:
129), ocupan en la argumentación de Marx son paradigmáticos de esa idea.
Cómo y por qué
Bonaparte (el sobrino) pudo tornarse su representante político – y,
especialmente, la forma que esa representación asumió: al mismo tiempo
como su «señor» y como su «protector» (18 Br.: 130) – sólo son
explicables en función de las transformaciones en las relaciones de
producción capitalistas en la Francia de fin del siglo XVIII y mediados
del XIX. De igual manera, la nueva forma del “Estado Moderno” –
centralizado, «fuerte y absoluto» (18 Br.: 135) – sólo es explicable
en función de la progresiva ruina de la pequeña propiedad, justamente la
primera de las «idées napoléniennes» (18 Br.: 136; en francés en el
original) señalada por Marx:
Después de que la
primera revolución [1789–1799] había convertido a los campesinos
semisiervos en propietarios libres de su tierra, Napoleón [el tío]
consolidó y reglamentó las condiciones bajo las cuales podrían explotar
sin que nadie les molestase el suelo de Francia que se les acababa de
asignar, satisfaciendo su afán juvenil de propiedad. Pero lo que hoy
lleva a la ruina al campesino francés, es su misma parcela, la división
del suelo, la forma de propiedad consolidada en Francia por Napoleón. Son
precisamente las condiciones materiales que convirtieron al campesino
feudal francés en campesino parcelario y a Napoleón en emperador. Han
bastado dos generaciones para engendrar este resultado inevitable:
empeoramiento progresivo de la agricultura y endeudamiento progresivo del
agricultor. La forma “napoleónica” de propiedad, que a comienzos del
siglo XIX era la condición para la liberación y el enriquecimiento de la
población campesina francesa, se ha desarrollado en el transcurso de este
siglo como la ley de su esclavitud y de su pauperismo (18 Br.: 133,
cursivas mías).
No es necesario leer
entrelíneas. Las condiciones materiales de existencia del pequeño
propietario, ese «ordre matériel» (18 Br.: 135; en francés en el
original) peculiar que constituye el fundamento objetivo de su práctica
política y de sus representaciones ideológicas, le impone un aislamiento
embrutecedor que impide no sólo que el campesinado se constituya como
clase, sino principalmente que se represente de forma autónoma «en el
Parlamento» (18 Br.: 130). La esclavitud de la pequeña propiedad al
capital, que como un «vampiro» extrae de ella, a través de hipotecas,
«ganancia, intereses y renta» y que «transformó a la masa de la nación
francesa en trogloditas» (18 Br.: 134), una masa de miserables; los
impuestos que pesan sobre la pequeña propiedad y «crea una sobrepoblación
parada» cuya forma de supervivencia son los empleos públicos (una
especie de «respetable limosna») que sobredimensionan el Estado (18 Br.:
136): esas son las condiciones que conformarán el lumpenproletariado de
Paris, y son esos los que servirán de verdadero apoyo al «Bonaparte sans
phrase» (18 Br.: 75). Esa legitimidad política que los campesinos dan al
Estado bonapartista es continuamente sustituida por una ilusión ideológica.
La nostalgia del Imperio y de sus “glorias” – i. e., la consagración
de la propiedad de la tierra – avivó en los campesinos franceses la fe
en que «un hombre llamado Napoleón» (18 Br.: 130) sería capaz de
realizar el milagro de detener la Historia. Su identificación con el
segundo Bonaparte viene justamente de ahí: de la idea de que un poder
ejecutivo fuerte sería el medio de preservarlos del desarrollo del
capitalismo. Irónicamente, justo lo que el II Imperio trató de asegurar
en los veinte años siguientes.
Según Marx, “El [II]
Imperio fue aclamado de un extremo a otro del mundo como el salvador de la
sociedad. Bajo su égida, la sociedad burguesa, libre de preocupaciones
políticas, alcanzó un desarrollo que ni ella misma esperaba. Su
industria y su comercio cobraron proporciones gigantescas; la especulación
financiera celebró orgías cosmopolitas” (Marx, s/d: 80).
A fin de cuentas, el
“bonapartismo”, en tanto realidad histórica, o más exactamente, las
condiciones materiales que tornaron posible su advenimiento, sólo son
inteligibles a partir de la caracterización precisa de la estructura económica
de la sociedad francesa, esto es, de lo “económico”.
Mirado más de cerca, lo
“económico” puede ser entendido, en los estudios políticos de Marx
(El 18 Brumario de Luis Bonaparte, incluido), no como el “contexto
social” en general – el encuadre – de las prácticas de clase, sus
circunstancias, el telón de fondo donde tiene lugar la evolución de la
II República , sino como: i) el “interés general” de la clase
burguesa – el ordenamiento capitalista – que debe garantizarse
siempre, incluso cuando la burguesía «ha perdido su vocación de
gobernar» (18 Br.: 90); ii) la “variable” que en última instancia
determina – esto es, el condicionamiento – las acciones políticas,
las representaciones ideológicas etc. de los agentes sociales; y iii) la
“realidad última” – el fundamento – de los conflictos políticos
entre clases. Por lo tanto, si cada facción de la monarquía: «quería
imponer frente a la otra la restauración de su propia dinastía, esto sólo
significaba una cosa: que cada uno de los dos grandes intereses en que se
divide la burguesía – la propiedad del suelo y el capital – aspiraba
a restaurar su propia supremacía y la subordinación del otro» (18 Br.:
44; cursivas del autor).
En el prefacio a la
tercera edición alemana de 1885 de El 18 Brumario, Engels, remarcando la
importancia del autor y de la obra, advirtió:
Fue precisamente Marx el
primero que descubrió la gran ley que rige la marcha de la historia, la
ley según la cual todas las luchas históricas, ya se desarrollen en el
terreno político, religioso, filosófico, ya en otro terreno ideológico
cualquiera, no son, en realidad, más que la expresión más o menos clara
de luchas entre clases sociales, y que la existencia y por tanto también
los choques de estas clases, están condicionados, a su vez, por el grado
de desarrollo de su situación económica, por el carácter y por el modo
de su producción y de su intercambio, condicionado por ésta. Dicha ley,
que tiene para la historia la misma importancia que la ley de la
transformación de la energía para las Ciencias Naturales, fue también
la que le dio aquí la clave para comprender la historia de la Segunda República
francesa (Engels, 1978: 327–328; cursivas mías).
Dejando de lado el
pretendido cientificismo de esa proposición, en este párrafo queda
fijado el principio teórico que explica no sólo los fenómenos políticos
franceses de 1848 a 1851, sino los fenómenos políticos.
Esquemáticamente: la
centralidad de toda la explicación está anclada en la noción de lucha
de clases y esa contradicción entre las clases no deriva de una oposición
cualquiera, sino de sus “situaciones económicas” respectivas (aunque
ellas puedan asumir “formas” específicas: jurídicas, políticas,
ideológicas, simbólicas, etc.) Entendidos de este modo, los análisis
históricos de Marx no niegan esa realidad, no eluden esa tesis, ni
proponen otro principio teórico frente a la “primacía de lo económico”.
El 18 Brumario sólo pone de manifiesto el disimulo de ese hecho en la política.
La actividad política no
siempre puede ser ligada explícitamente a los intereses económicos: recuérdese
la desgraciada acción de la Montaña – la pequeña burguesía democrática
– el 13 de junio en defensa de la «Constitución» (18 Br.: 49–51).
En el mismo sentido, cabe recordar que tal como señala el autor los
representantes de los intereses de una clase no siempre requieren ser idénticos
a ella o reclutados en ella: «Tampoco debe creerse que los representantes
democráticos [la Montaña] son todos shopkeepers [tenderos], o gentes que
se entusiasman con ellos. Pueden estar a un mundo de distancia de ellos,
por su cultura y su situación individual» (18 Br.: 47–48).
Hay aquí en acción un
juego entre esencia y apariencia que preside y estructura la argumentación.
Exagerando un poco, incluso tal vez se podría pensar que ese disimulo de
lo que es y de aquello que se ve es la posibilidad misma de la vida política.
5. Apariencia y esencia
La segunda proposición
central de la concepción materialista de la Historia es aquella que se
refiere al antagonismo entre esencia y apariencia, en el lenguaje
excesivamente filosófico de La Ideología Alemana. Esta está presente,
como ya se mencionó, en el “Prefacio” de 1859 (“Así como no se
juzga a un individuo por la idea que él tenga de sí mismo” etc.) y
Marx anticipará literalmente esa misma formulación en 1852 en la sección
III de El 18 Brumario: «Y así como en la vida privada se distingue entre
lo que un hombre piensa y dice de sí mismo y lo que realmente es y hace,
en las luchas históricas hay que distinguir todavía más entre las
frases y las figuraciones de los partidos y su organismo real y sus
intereses reales, entre lo que se imaginan ser y lo que en realidad son»
(18 Br.: 44).
Para Claude Lefort, la
realización de ese principio, la diferencia entre esencia y apariencia,
deviene, cuando se examina la obra, de la intención del autor y del método
empleado. La intención desmitificadora, que por lo demás, constituye el
gran objetivo explícito del trabajo [12], resulta en el estilo adoptado
por el libro y el estilo del texto, y se podría agregar, se somete a la lógica
de la argumentación, ya que no es recurso puramente formal o literario.
Encontramos así:
en El 18 Brumario de
Marx[...] el arte de la desmitificación en el análisis de los episodios
de la trama política – el arte del analista virtuoso que consigue que
el escenario gire para mostrar los bastidores; una misma ironía al
desvelar la comedia por detrás de la tragedia de la Historia; al reducir
los supuestos héroes a la dimensión de su mediocridad, al disolver en el
barro de los intereses el revoltijo de las ideologías, mostrando simultáneamente,
las marcas de la ineluctable gestación de un mundo nuevo (Lefort, 1991a).
A su vez, el método
consiste en la habilidad para discernir, bajo las apariencias, las razones
efectivas de tan «clamorosas contradicciones» que caracterizan a esa época
y desconciertan a los analistas:
constitucionales que
conspiran abiertamente contra la Constitución, revolucionarios que
confiesan ser constitucionales, una Asamblea Nacional que quiere ser
omnipotente y no deja de ser ni un solo momento parlamentaria; una Montaña
que encuentra su misión en la resignación y consuela los golpes de sus
derrotas presentes con la profecía de victorias futuras; monárquicos que
son los patres conscripti [senadores] de la república (18 Br.: 39).
A pesar de esos disfraces
caricaturescos, ese mundo ilusorio de la política (pero al mismo tiempo
“real”, ya que es así que las cosas se manifiestan y es así que las
cosas ocurren) no detiene el empeño de Marx “en descubrir [...] el
sentido de las prácticas en las cuales las instituciones y las
representaciones se fundamentan, en captar el principio de su génesis”
(Lefort, 1991b: 179). Finalmente, todos aprendemos que orleanistas y
legitimistas defendían sus intereses, el dominio de la burguesía, como
«partido del orden», esencialmente un «título social y no [...] un título
[meramente] político», como lo señala el mismo Marx (18 Br.: 45). No
sería errado entonces concluir, a partir del ejemplo de los realistas
coligados, que su fundamento último no es cualquier interés, sino los
intereses económicos de clase.
Repárese atentamente en
este largo y bien conocido pasaje. El mismo condensa y expresa al mismo
tiempo los dos principios que queremos enfatizar:
Sin embargo, examinando más
de cerca la situación y los partidos, se esfuma esta apariencia
superficial, que vela la lucha de clases y la peculiar fisonomía de este
período [i.e., el período de la «república constitucional»]
[...].Legitimistas y orleanistas formaban [...]las dos grandes fracciones
del partido del orden [...].Bajo los Borbones había gobernado la gran
propiedad territorial, con sus curas y sus lacayos; bajo los Orleáns, la
alta finanza, la gran industria, el gran comercio, es decir, el capital,
con todo su séquito de abogados, profesores y retóricos [...]Lo que, por
tanto, separaba a estas fracciones no era eso que llaman principios, eran
sus condiciones materiales de vida, dos especies distintas de propiedad;
era el viejo antagonismo entre la ciudad y el campo, la rivalidad entre el
capital y la propiedad del suelo [...]Aunque los orleanistas y los
legitimistas, aunque cada fracción se esfuerce por convencerse a sí
misma y por convencer a la otra de que lo que las separa es la lealtad a
sus dos dinastías, los hechos demostraron más tarde que eran más bien
sus intereses divididos lo que impedía que las dos dinastías se uniesen
(18 Br.: 43–44; cursivas mías).
Todo comentario sería
superfluo. Se trata de una operación analítica que implica dos
reducciones: las (auto)representaciones ideológicas son reducidas a su
fundamento de clase – orleanistas y legitimistas se enfrentan «como
representantes del régimen social burgués y no como caballeros de
ninguna princesa peregrinante» (18 Br.: 45); y los intereses puramente
políticos son reducidos a su fundamento, i.e., a los intereses específicamente
económicos.
Sin embargo,
“reducidos” no significa disueltos. Caben entonces aquí dos
observaciones. Respecto de la primera, cabe señalar que ese procedimiento
es análogo a la intención crítica que caracteriza la “crítica de la
Economía Política”. La “crítica de la práctica política”, para
mantener la equivalencia, es igualmente desmitificadora, aunque la
desmitificación no corrige la realidad tal como los hombres se la
representan (simbólicamente) y la perciben (ideológicamente). Volvemos a
encontrar aquí por lo tanto el problema de la eficacia propia de las
representaciones colectivas – de hecho, el primer tema de El 18 Brumario
de Luis Bonaparte.
El método empleado en el
trabajo obliga al analista a reconocer la influencia de las
justificaciones ideológicas sobre los intereses económicos, de las
representaciones imaginarias sobre el «mundo profano» (18 Br.: 29). ¿No
es acaso con esa idea – la eficacia simbólica de lo político y la
eficacia política de lo simbólico – que comienza el libro? Cuando los
hombres “aparentan dedicarse precisamente a revolucionarse y a
revolucionar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de
crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su
auxilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus
consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable
y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia
universal» (18 Br.: 9).
La segunda observación
es, creo, menos obvia: es exactamente en ese terreno ideológico que se
dan las prácticas de clase. Esa es una idea señalada al pasar en el
mismo “Prefacio” de 1859. Recuérdese que, en una “época de
revolución social”, es por medio de “formas jurídicas, políticas,
religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, [de las] formas
ideológicas [que] los hombres adquieren conciencia de este conflicto y lo
resuelven” (Marx, 1982: 25; cursivas mías).
Así, a menos que seamos
rehenes de una fantasía objetivista, es preciso relegar la idea,
manifiesta en La Ideología Alemana, según la cual lo “ideológico”
es una simple apariencia posible de ser corregida. Esa lectura conduce, en
mi opinión, a proyectar sobre esa noción una antinomia esencialista y
abstracta del tipo verdadero versus falso. Raymond Williams subrayó que:
la decisión de no partir
de aquello “que los hombres dicen, imaginan, conciben, ni tampoco de lo
que se dice, se piensa, se concibe o se imagina de los hombres” es, por
lo tanto, en el mejor de los casos, una advertencia correctiva de que
existe otra evidencia, con frecuencia más sólida, de lo que han hecho.
Sin embargo, también existe, en el peor de los casos, una fantasía
objetivista: la de que todo “el proceso de vida real” puede ser
conocido independientemente del lenguaje y de sus registros (Williams,
1979: 65; cursivas mías).
Contra la “autonomía
de la política”, de sus leyes exclusivas y de sus movimientos propios,
el recurso por excelencia consiste en tejer el hilo que une a las
instituciones (políticas) y las representaciones (ideológicas) a lo
real. El libro de Marx cumple de manera eficiente esa tarea
desmitificadora. Pero, no se puede desconocer la función específica de
la mediación de las instituciones políticas y de las representaciones
ideológicas – las “formas” – en el proceso de dominación social
del capitalismo. El duende de Engels no es sólo una fantasmagoría. Las
“formas”, como sugirió Marx, cuentan.
Notas:
.– Profesor
de Ciencia Política en la Universidad Federal de Paraná (Brasil),
coordinador del Núcleo de Investigación en Sociología Política
Brasileña y Editor–Jefe de la Revista de Sociologia e Política
(http://www.scielo.br/rsocp).
[1] Traducción al español
de María Pita.
[2] Las “obras históricas”
incluyen, además de El 18 Brumario, a La burguesía y la contrarevolución
(1848); Las luchas de clases en Francia de 1848 a 1850 (1850); La guerra
civil en Francia (1871). Hay además otros textos, menos conocidos y poco
comentados, pero igualmente importantes: Crónicas Inglesas (1852–1854);
Lord Palmerston (1853) y La España Revolucionaria (1854).
[3] Como enfatizó Theda
Skocpol (1989).
[4] Para todas las citas
del texto de Marx adoptaré esta notación: (18 Br.). Para diferenciar el
texto de El 18 Brumario de los pasajes de otras obras citadas, éstos irán
siempre entre comillas francesas. N. de la T.: el autor ha trabajado con
la traducción francesa del libro, de Maximilien Rubel – Marx (1994).
Por su propia recomendación, para esta traducción las citas (y su
correspondiente paginación) provienen de la versión de la obra en español,
El 18 Brumario de Luis Bonaparte – Marx (1995).
[5] En términos de La
Ideología Alemana: “No es la conciencia la que determina la vida, sino
la vida la que determina a la conciencia” (Marx y Engels, 1984: 37).
[6] La referencia aquí
es Poulantzas (1968: passim).
[7] Para la “evolución”,
cfr. Mészáros (1979: cap. VIII); para las “torsiones de sentido”,
cfr. Lefort (1990); para la separación de las “problemáticas”, cfr.
Althusser (1965).
[8] De la lectura
especializada, sólo conozco un trabajo que hace esa aproximación, pero
en un sentido diferente del propuesto aquí. Cfr. Wolff (2002).
[9] Lo que es difícil de
sustentar, visto que «el golpe de Estado [...] fue [...] resultado
necesario e inevitable del proceso anterior» (18 Br.: 117).
[10] Al respecto véase
la enfática refutación al “etapismo” en la carta de Marx a Vera
Zasoulich, de marzo de 1881.
[11] No es precisamente
un secreto que “para Marx las clases son […] un aspecto de las
relaciones de producción [...] Las clases derivan de la posición en que
los varios grupos de individuos se encuentran frente a la propiedad
privada de los medios de producción” (Giddens, 1984: 72; cursivas
mias). Raymond Aron también acuerda con que en el famoso pasaje del
“Prefacio” de 1859 “ni la noción de clases ni el concepto de lucha
de clases aparecen allí explícitamente. Sin embargo, es fácil
reintroducirlos en esa concepción general”. Para esa operación, véase
Aron (1986: 140–141).
[12] La comparación que
hace el mismo Marx de su explicación del golpe del 2 de diciembre con las
dos interpretaciones rivales (la de Víctor Hugo, Napoleón, le Petit
(Londres, 1852) y la de P.–J. Proudhon, La Révolution sociale démontrée
par lê coup d’Etat du 2 décembre (Paris, 1852)) da, en buena medida,
una idea acerca de lo que se quiere decir. Cfr. 18 Br., «Prólogo del
autor a la segunda edición».
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