Las necesidades del capital frente a las
necesidades de los seres humanos
Por Michael Lebowitz (*)
Revista Laberinto, Nº 23, 1er. cuatrimestres 2007
Al igual que otros socialistas del siglo XIX, la
visión de Karl Marx de una buena sociedad era aquella que permitiese el
pleno desarrollo del potencial humano. «¿Cuál es el objetivo de los
comunistas?», preguntaba el camarada de Marx, Friedrich Engels, en su
primer borrador del Manifiesto del Partido Comunista. «Organizar
la sociedad de tal manera que cada uno de sus miembros pueda desarrollar y
utilizar su potencial y sus facultades en completa libertad y, por lo
tanto, sin desnaturalizar la esencia básica de esa sociedad». En la
versión final de Marx del Manifiesto, esa nueva sociedad se
presenta como una «asociación en la que el libre desarrollo de cada uno
es la condición para el libre desarrollo de todos.» [1]
Esta idea del desarrollo del potencial humano está
presente en toda la obra de Marx, la posibilidad de seres humanos ricos
con necesidades humanas ricas, el potencial para producir seres humanos lo
más ricos posible en cuanto a sus necesidades y capacidades. ¿Qué es,
en definitiva, la riqueza, pregunta, «sino la universalidad de las
necesidades individuales, capacidades, placeres, fuerzas productivas…?».
Pensad en el «desarrollo de la rica individualidad que entraña el
perfecto encaje entre la producción y su consumo»; pensad en «el pleno
rendimiento de esos potenciales creativos». El verdadero objetivo es el
«desarrollo de toda la capacidad humana como un objetivo en sí mismo».
Sin embargo, la realización de este potencial no
puede caer del cielo. Exige el desarrollo de una sociedad en la que las
personas no se consideren independientes entre sí, en la que
conscientemente reconozcamos nuestra interdependencia y cooperemos
libremente sobre la base de este reconocimiento. Cuando nos relacionamos
con los demás como seres humanos, postula Marx, producimos para todos,
simplemente porque entendemos que los demás necesitan de los resultados
de nuestra actividad, y sentimos placer y satisfacción por el simple
hecho de ser conscientes de que hacemos algo que es útil. Nuestra
necesidad bastaría para asegurar nuestra actividad y, como consecuencia
de ello, nos sentiríamos «afirmados tanto en el pensamiento como en el
amor de los demás». Lo que Marx describía es, por supuesto, el concepto
de familia humana.
La visión de Marx de una sociedad de productores
libremente asociados, de una sociedad profundamente ética y moral, lo
condujo bastante pronto, ya en su juventud, a plantear determinadas
cuestiones analíticas. ¿Qué es esta sociedad en la que vivimos, y en la
que si fueseis a decirme que teníais una necesidad respecto de algo que
yo pudiera satisfacer, sería considerado como una súplica, una humillación
«y, por consiguiente, expresada con un sentimiento de vergüenza y
degradación?». «¿A qué se debe -preguntaba- que en lugar de afirmar
que soy capaz de desarrollar una actividad que ayuda a otros seres
humanos, tus necesidades sean, en cambio una fuente de poder para mí?».
«Lejos de ser los medios los que te concederían el poder sobre mi
producción, (tus necesidades) son en cambio los medios que me dan poder
sobre ti».
Como quiera que no nos relacionamos como miembros
de una comunidad humana, sino como aspirantes a propietarios, concluyó
Marx, esta perversa separación de las personas se reproduce
constantemente. De manera que Marx se vio impulsado a analizar la
naturaleza de las relaciones sociales que existen entre las personas, el
carácter de las relaciones en las que participan al producir, al
producirse a sí mismas a la vez que producen para los demás. A partir de
ahí empezó su análisis del Capitalismo.
Las relaciones de producción capitalistas
El cuento preferido por los economistas que
celebran el capitalismo es que la competencia y los mercados aseguran que
los capitalistas satisfagan las necesidades del pueblo, no por humanidad y
benevolencia, sino (como lo expresó Adam Smith) «por su propio interés».
Al competir en el mercado con otros capitalistas se ven impulsados (como
espoleados por una mano invisible) a servir al pueblo. Sin embargo, para
Marx, esta visión de la competencia y del mercado oscurece aquello que
precisamente distingue al capitalismo de otras economías de mercado: sus
relaciones de producción específicas. Las relaciones de producción
capitalistas se caracterizan por dos ámbitos básicos: el ámbito
capitalista y el ámbito de los obreros. Por un lado existen
capitalistas-dueños de la riqueza, dueños de los medios físicos y
materiales de producción. Y su orientación va dirigida hacia el
crecimiento de su riqueza. Empezando con un capital de un cierto valor, en
forma de dinero, los capitalistas compran productos con el objetivo de
ganar más dinero, un valor añadido, una plusvalía. Y ahí está
el quid, en los beneficios. Como capitalistas, todo lo que les
importa es el incremento de su capital.
Por otro lado, tenemos a los obreros, personas que
no tienen bienes materiales que puedan vender ni medios materiales para
producir los bienes que necesitan para sí mismos. Sin estos medios de
producción, no pueden producir mercancías que vender en el mercado a
modo de intercambio. Así pues, ¿cómo obtienen los bienes que necesitan?
Vendiendo lo único que tienen para vender, su fuerza de trabajo. Pueden
vendérsela a quien quieran, pero no pueden elegir entre vender o no
vender su capacidad para trabajar... si quieren sobrevivir.
Sin embargo, antes de poder hablar de capitalismo,
deben haberse dado unas determinadas condiciones. No sólo debe existir
una economía basada en productos y dinero, en la que unos sean los dueños
de los medios de producción, sino que debe haber también un producto
especial en el mercado: la capacidad para realizar trabajo. Para que ello
suceda, argumenta Marx, los obreros deben ser primero libres en un doble
sentido: deben ser libres para vender su fuerza de trabajo (por ejemplo,
tener derechos de propiedad respecto a su capacidad para trabajar, algo de
lo que carece el esclavo), y deben estar «libres de medios de producción
(es decir, que los medios de producción deben de haber sido separados de
los productores). En otras palabras, un aspecto singular de las relaciones
de producción capitalista es la existencia de personas que, carentes de
medios de producción, son capaces y se ven obligadas a vender un derecho
de propiedad, el derecho de disponer de su capacidad para trabajar. Se ven
obligadas a vender su capacidad para producir con el fin de conseguir
dinero con el que comprar los bienes que necesitan.
Sin embargo, es importante comprender que, si bien
la separación de los medios de producción de los productores es una
condición necesaria para las relaciones de producción capitalista, no es
una condición suficiente. Si los obreros están separados de los medios
de producción, queda dos posibilidades: 1) los obreros venden su fuerza
de trabajo a los dueños de los medios de producción; o 2) los obreros
alquilan medios de producción a sus dueños. Existe una larga tradición
en las ciencias económicas hegemónicas que postula que no importa que el
capitalismo alquile fuerza de trabajo o que la fuerza de trabajo alquile
capital, porque el resultado sería el mismo. Como veremos, para Marx
existía una profunda diferencia: sólo en el primer caso, en el que tiene
lugar la venta de la fuerza de trabajo, se puede hablar de capitalismo; sólo
en este caso vemos las características específicas del capitalismo.
Sin embargo, no es simplemente el trabajo
asalariado lo determinante. El capitalismo exige que exista fuerza de
trabajo en tanto que mercancía y su combinación con el capital. ¿Quién
compra ese derecho de propiedad concreto en el mercado y por qué? El
capitalista compra el derecho a disponer de la capacidad de los obreros
para realizar trabajo precisamente porque es un medio de lograr su
objetivo: obtener beneficios. Porque eso y sólo eso, el incremento del
capital, es lo que le interesa al capitalista.
Ya tenemos la base para un intercambio entre dos ámbitos
del mercado, el propietario del dinero y el propietario de la fuerza de
trabajo. Ambos quieren lo que le otro tiene; ambos obtienen algo a cambio
en ese intercambio. ¡Parecería una transacción libre! Y ahí se
detienen precisamente la mayoría de los economistas no marxistas. Tales
economistas observan las transacciones que tienen lugar en el mercado y
afirman: «Vemos libertad». Esto es lo que Marx describió como «el
reino de la Libertad, la Igualdad, la Propiedad y Bentham». De hecho,
como quiera que el partidario del libre comercio vulgaris sólo
ve las transacciones en el mercado, sólo ve libertad.
Pero lo que aquí describimos no es toda
economía de mercado. No toda economía de mercado se caracteriza por la
venta de la fuerza de trabajo a un capitalista. Una defensa de una economía
de mercado como tal no equivale a una defensa del capitalismo, como
tampoco una defensa del mercado es una defensa de la esclavitud (que, por
supuesto, implica la compra y venta de esclavos). Esta distinción entre
capitalismo y mercados no es, sin embargo, la que los defensores del
capitalismo tienden a hacer (según Marx, su ideología los conduce a
confundir, desde la base, las características de las economías de
mercado precapitalistas con el capitalismo).
¿Por qué? Pensemos en la característica específica
de esa economía de mercado en la que la fuerza de trabajo se vende al
capitalismo. Una vez concluida la transacción, observó Marx, vemos que
tal transacción ha surtido un efecto en ambos ámbitos: «El que
previamente era el dueño del dinero emerge como capitalista; y el
propietario de la fuerza de trabajo lo sigue como su obrero». ¿Adónde
van? Se adentran en el ámbito del trabajo; se adentran en el territorio
en el que el capitalista tiene ahora la oportunidad de utilizar el derecho
de propiedad que ha comprado.
La esfera de la producción capitalista
El proceso de producción que desencadenan las
relaciones capitalistas tiene dos características básicas. La primera es
que el obrero trabaja bajo la dirección, supervisión y control del
capitalista. Los objetivos del capitalista determinan la naturaleza y el
propósito de la producción. Las directrices y órdenes acerca del
proceso de producción les llegan a los obreros desde arriba. No existen
unas relaciones horizontales entre el capitalista y el obrero, en tanto
que comprador y vendedor respectivamente en un mercado. En tal ámbito no
hay mercado, sino una relación vertical entre el que tiene poder y el que
no lo tiene. Es un sistema dirigista, lo que Marx describió como
despotismo en el lugar de trabajo del capitalista. A eso le llama reino de
la libertad y de la igualdad.
¿Por qué el capitalista tiene ese poder
sobre los obreros en ese ámbito? Porque ha comprado el derecho a disponer
de su capacidad para realizar trabajo. Ese es el derecho de propiedad que
compró. Ese es el derecho de propiedad que el obrero vendió y que tenía
que vender porque era su única opción de sobrevivir.
La segunda característica de la producción
capitalista es que los obreros no tienen derecho de propiedad sobre el
producto resultante de su actividad. No tienen derecho alguno sobre el
producto. No pueden reclamar nada. Le han vendido al capitalista la única
cosa que podía otorgarle ese derecho, la capacidad para realizar trabajo.
A diferencia de los productores de una cooperativa que se benefician de su
propio esfuerzo, porque tienen derechos de propiedad sobre los productos
que producen, cuando los obreros trabajan más o con mayor productividad
en la empresa capitalista, aumenta el valor de la propiedad del
capitalista. A diferencia de lo que ocurre en la cooperativa (que no se
caracteriza por las relaciones de producción capitalista), en la empresa
capitalista todo el fruto de la actividad productiva del obrero pertenece
al capitalista, el «reivindicador residual». Eso es lo que hace
que la venta de la fuerza de trabajo sea tan determinante como característica
distintiva del capitalismo.
¿Qué ocurre entonces en la esfera de la producción
capitalista? Todo ocurre de una manera lógica a partir de la naturaleza
de las relaciones de producción capitalistas. Como el objetivo del
capitalista es la plusvalía, sólo compra fuerza de trabajo en la medida
en que genere tal plusvalía. Para Marx, la condición necesaria para
genera esa plusvalía era la realización de un valor añadido (la
realización de un excedente de trabajo incorporado al contenido en lo que
el capitalista paga como salarios). Mediante la combinación de su control
de la producción y de la propiedad del producto del trabajo el
capitalista actuará para garantizar que los obreros aumenten el valor de
la producción por la que el capitalistas les ha pagado.
¿Cómo ocurre esto? En un momento determinado
podemos calcular las horas de trabajo diario que son necesarias para
mantener a los obreros en su nivel de vida. Estas horas de trabajo «necesario»,
postula Marx, viene determinadas por la relación entre el nivel de
necesidad existente (el salario real) y el nivel general de productividad.
Si la productividad aumenta, serán necesarias menos horas para que los
obreros puedan reproducirse a sí mismos. Muy sencillo. Por supuesto, al
capitalista no le interesa una situación en la que los obreros trabajen sólo
lo suficiente para mantenerse. Lo que el capitalista quiere es que los
obreros realicen un trabajo adicional, es decir, que el trabajo
realizado por los obreros (la jornada laboral capitalista) exceda
del nivel de trabajo necesario. La relación entre el excedente de trabajo
y el trabajo necesario es lo que Marx definió como la proporción de la
explotación (o, en su forma monetaria, la proporción de la plusvalía).
Ya hemos situado los factores que pueden ilustrar
lo que Marx expresó como la «ley del movimiento», es decir, las
propiedades dinámicas que emanan de estas relaciones específicas de
producción capitalista. Recordemos que todo el propósito del proceso,
desde el punto de vista capitalista, es el beneficio. El obrero no es más
que un medio para conseguir su fin: el incremento del capital. Empecemos
por un supuesto extremo, que la jornada laboral fuese igual al nivel de
trabajo necesario (es decir, que no existiese excedente de trabajo). En
este supuesto no habría producción capitalista. De manera que, ¿qué
puede hacer un capitalista para lograr su objetivo?
Una opción del capitalista es utilizar su control
de la producción para aumentar el trabajo que realiza el trabajador.
Aumentar la jornada laboral, hacer la jornada laboral lo más larga
posible. ¿Diez horas diarias? Estupendo. ¿Doce horas diarias? Mejor aún.
El obrero realizará más trabajo para el capitalista, muy por encima de
su salario, y el capital aumentará. Otro procedimiento es intensificar la
jornada laboral. Acelerarla. Hacer que los obreros trabajen más y más rápido
en un determinado período de tiempo. Asegurarse de que no se desperdicie
movimiento, que no haya momentos de relajación. Todo aquel tiempo que los
obreros destinen a pausas no están trabajando para el capital.
Otra opción del capitalista es reducir el salario.
Para por debajo del salario real. Contratar obreros que trabajen por menos
dinero. Alentar a los obreros a competir entre sí para ver quién trabaja
por menos. Contratar a inmigrantes, personas empobrecidas procedentes del
campo. Instalarse allí donde pueda encontrar mano de obra más barata.
Esta es la lógica inherente al capital. La
tendencia inherente al capital es aumentar la explotación de los obreros.
En un caso se aumenta la jornada laboral; en el otro se paga por debajo
del salario real. En ambos casos, el grado de explotación aumenta. Marx
comentó que «el capitalista tiende continuamente a reducir los salarios
a un mínimo y a ampliar la jornada laboral al máximo»... Pero añadió:
«mientras que el obrero presiona siempre en dirección contraria».
En otras palabras, en el marco de las relaciones
capitalistas, mientras que el capital presiona para aumentar la jornada
laboral en duración e intensidad y para pagar por debajo del salario
real, los obreros porfían por reducir la jornada laboral y por ver
aumentado su salario. Y fundan sindicatos para este propósito. Y, de la
misma manera que en el bando del capital existe lucha, también la hay en
el bando de los obreros. ¿Por qué? Fijémonos por ejemplo en la jornada
laboral. ¿Por qué quieren los obreros disponer de más tiempo para sí
mismos? Marx alude a «tiempo para educarse, para su desarrollo
intelectual, para la realización de sus funciones sociales, para las
relacione sociales para la libre expresión de las fuerzas vitales de su
cuerpo y de su mente». El tiempo, señaló Marx, «es el ámbito del
desarrollo humano. Una persona que no tenga tiempo libre del que disponer
a voluntad, cuya vida entera, aparte de interrupciones meramente físicas
como las dedicadas al sueño, a alimentarse, etc., está totalmente
absorbido por su trabajo para el capitalista, es menos que una bestia de
carga».
¿Qué decir de la lucha por conseguir salarios más
elevados? Por supuesto, hay necesidades físicas para sobrevivir que deben
ser cubiertas. Pero Marx comprendió que los obreros necesitan mucho más
que eso. Las necesidades sociales de los obreros incluyen «su participación
en actividades más elevadas, en satisfacciones culturales, el cultivo de
sus aficiones, suscripciones a los periódicos, asistencia a conferencias,
la educación de sus hijos, el desarrollo de su gustos, etc.». En
resumen, los obreros tienen sus propios objetivos. Como son seres que
viven en sociedad, sus necesidades están necesariamente determinadas
socialmente. Sus necesidades como seres humanos en el seno de la sociedad
son opuestas a las tendencias sobre la producción inherentes al capital.
Cuando miramos el ámbito de los obreros reparamos en lo que reparó Marx,
«en las propias necesidades del obrero para desarrollarse».
Pero desde la perspectiva del capital, los obreros
y ciertamente, todos los seres humanos no son más un medio para un fin.
No son un fin en sí mismos. Si satisface los objetivos del capital exige
recurrir al racismo, a dividir a los obreros, a utilizar el estado para
aplastar o ilegalizar a los sindicatos, a destruir las vidas de las
personas y su futuro con cierres patronales o trasladándose a regiones
del mundo donde los ciudadanos son pobres y los sindicatos están
prohibidos, pues se recurre a eso. El capitalismo no ha sido nunca un
sistema cuya prioridad hayan sido los seres humanos y sus necesidades.
Es cierto que los salarios han aumentado y que la
jornada laboral se ha reducido desde que Marx escribió, pero ello no
invalida la descripción de Marx del capitalismo. Toda mejora en tal
sentido se ha logrado con la frontal oposición de los capitalistas (al
igual que en tiempos de Marx). Al escribir acerca de la ley de las diez
horas, la ley que reducía la duración de la jornada de trabajo a diez
horas, Marx la describió como una gran victoria, una victoria sobre «el
ciego imperio de las leyes de la oferta y la demanda», que forman la
economía política de la clase capitalista. Era la primera vez, señaló
Marx, que «a plena luz del día la economía política de la clase
capitalista sucumbía a la economía política de la clase obrera».
En otras palabras, las mejoras que los obreros
consiguen son el resultado de su lucha. Presionan en dirección opuesta a
la del capital; se obstinan en reducir el grado de explotación. Implícitas
en esa economía política de los obreros y en la lucha de la clase obrera
están el surgimiento de las disensiones entre ellos (al margen de cuál
sea su causa). Nada de todo ello es nuevo. Marx describió la hostilidad
que existía por entonces entre los obreros ingleses y los obreros
irlandeses como la causa de su debilidad: «Ahí está el secreto de que
la clase capitalista mantenga su poder. Y lo sabe». A este respecto, la
lucha entre capitalistas y obreros es una lucha acerca del grado de división
entre los obreros.
Precisamente porque los obreros (debido a sus
necesidades como seres humanos) se resisten a la reducción de los
salarios y al aumento de los días de trabajo, los capitalistas deben
encontrar un medio distinto para que el capital crezca. Se ven obligados a
introducir maquinaria para aumentar la productividad. Al aumentar la
productividad en relación con el salario real, reducen la mano de obra
necesaria y aumenta el grado de explotación. En la lucha entre el capital
y el trabajo, postula Marx, los capitalistas se ven impulsados a
revolucionar los procesos de producción.
En El Capital Marx expuso cómo los
capitalistas propiciaron cambios históricos en el modo de producción
para conseguir sus objetivos. Partiendo del modo de producción
preexistente (caracterizado por la artesanía a pequeña escala), los
capitalista utilizaron su control sobre la producción, su capacidad para
subordinar a los obreros y para ampliar e intensificar la jornada laboral.
Sin embargo, existen barreras inherentes a este método de aumentar la
plusvalía y el capital, barreras impuestas por los límites fisiológicos
de la jornada laboral y la resistencia de los obreros. Por consiguiente,
los capitalistas procedieron a introducir la división del trabajo, nuevas
formas de cooperación social bajo su control, modificaciones en el
proceso de producción. Un importante efecto fue aumentar la productividad
e impulsar el incremento del capital.
No obstante, pese a esta nueva forma de producción,
caracterizada por la división del trabajo en las fábricas, el
crecimiento del capital seguía tropezando con obstáculos. Esta forma de
producción seguía dependiendo de obreros cualificados, tras largos
periodos de aprendizaje, y estaba sujeta a la resistencia de esos mismos
obreros cualificados a la dirección del capital en el lugar de trabajo.
Marx expuso con detalle cómo había procedido el capital a mediados del
siglo XIX para crecer pese a estos obstáculos, modificando aún más el
modo de producción –introduciendo maquinaria y el sistema de fábrica.
Con este desarrollo de lo que Marx llamó «modo de producción específicamente
capitalista», el capital subordina a los obreros no solamente por su
poder para dirigir dentro del lugar de trabajo, sino por su dominación
real de los obreros en forma de máquinas. En lugar de que los obreros
empleasen los medios de producción, los medios de producción emplean a
los obreros.
Al proyectar la lógica del capital mucho más allá
de las modificaciones del modo de producción que se produjeron en su
tiempo, Marx describió la emergencia de enormes fábricas automatizadas,
combinaciones orgánicas de maquinaria que realizan todas las complejas
operaciones de producción. En estos «órganos de la mente humana,
creados por la mano del hombre», todo el conocimiento científico y los
productos de la mente humana aparecen como atributos del capital en lugar
de cómo atributos del colectivo de los obreros; y los obreros empleados
en estas «factorías automatizadas» aparecen como elementos
insignificantes, quedando «a un lado del proceso de producción en lugar
de ser sus principales actores».
La transformación de la producción a través de
la incorporación de los productos de la mente humana genera, como es lógico,
el potencial para enormes aumentos de productividad. Algo positivo,
obviamente, porque tiene el potencial para eliminar al pobreza en el
mundo, hacer posible una sustancial reducción de la jornada de trabajo y
dejar tiempo a los obreros paras su desarrollo humano. Pero recordemos que
estos no son los objetivos del capitalista, y no se debe a ellos el que el
capital introduzca cambios en el proceso de producción. En lugar de la
reducción de la jornada laboral, lo que el capital quiere es reducir la
mano de obra necesaria, lo que quiere es aumentar el excedente de trabajo
y el grado de explotación.
De manera similar, debido a que no es el aumento de
la productividad sino sólo el aumento de los beneficios lo que motiva a
los capitalistas, las tecnologías y técnicas de producción específica
seleccionadas no son necesariamente las más eficientes; más bien, dado
que los obreros tienen sus propios intereses, la lógica del capital
tiende a elegir aquellas técnicas que dividan a los obreros y permitan un
control más fácil y la vigilancia de su rendimiento. Al capital no le
preocupa lo más mínimo si la tecnología elegida permite a los
productores experimentar algún placer o satisfacción en su trabajo, ni
lo que les ocurra a las personas al verse desplazadas cuando se introduce
una nueva tecnología y nuevas máquinas. Si las aptitudes del obrero son
desechadas, si su empleo desaparece, poco importa. El capital sigue
ganando y usted perdiendo. Marx dijo lo siguiente: «En el seno del
sistema capitalista todos los métodos para aumentar la productividad
social de la mano de obra se aplican a costa del obrero».
La introducción de la maquinaria tiene otro
aspecto importante. Todo obrero desplazado, sustituido por la maquinaria,
se suma a lo que Marx llamó «ejército de reserva proletario». La
existencia de este cuerpo de obreros desempleados no sólo permite al
capital ejercer la disciplina en el lugar de trabajo, sino mantener los
salarios dentro de unos límites convenientes para una rentable producción
capitalista. El constante reemplazo de ese ejército de reserva garantiza
que incluso aquellos obreros que, organizándose y luchando, puedan «lograr
una cierta participación cuantitativa en el crecimiento general de la
riqueza», no lograrán, pese a ello, que los salarios reales aumenten
paralelamente a la productividad. Marx estaba convencido de que el grado
de explotación seguiría aumentando. Aunque los salarios reales
aumentasen, el «abismo entre las condiciones de vida del obrero y las del
capitalistas seguiría ahondándose».
En resumen, Marx describe un panorama en el que el
capital tiene la sartén por el mango en la esfera de la producción.
Mediante el control de la producción, y a causa de la naturaleza y
orientación de la inversión, puede aumentar el grado de explotación de
los obreros y aumentar la producción de plusvalías. Y, aunque puedan
tener que hacer frente a la oposición de los obreros, el capital consigue
superar los obstáculos que se le opongan en la esfera de la producción.
Sin embargo, Marx señaló que, en este aspecto, existía una contradicción
inherente al capitalismo: no puede limitarse a la esfera de la producción,
sino que debe volver a entrar en la esfera de la circulación de mercancías,
para vender allí sus artículos y productos –y no en un mercado
abstracto, sino en un mercado determinado por las características específicas
de la producción capitalista.
La promoción de las ventas y la «sobreproducción»
En tanto que el capital logra sus objetivos en la
esfera de la producción, produce cada vez más productos que contienen
plusvalía. Sin embargo, los capitalistas no quieren estos productos. Lo
que quieren es vender esos productos y hacerse con la plusvalía
latente en ellos. De ahí que deban volver a entrar en la esfera de la
circulación de mercancías (y ahora como vendedores) para materializar
sus beneficios potenciales. Y en este campo, señaló Marx, han de hacer
frente a un nuevo obstáculo a su crecimiento: la extensión del mercado.
Por tanto, los capitalistas fijan su atención en encontrar los medios de
superar ese obstáculo. Del mismo modo que se ven impulsados a aumentar
las plusvalías en la esfera de la producción, también se ven impulsados
a aumentar la extensión del mercado, con el fin de materializar las
plusvalías. Marx comentó: «De la misma manera que el capital tiende,
por un lado, a fomentar que se produzca más de lo necesario, también
tiene la tendencia complementaria a crear más ámbitos de intercambio».
Con independencia de cuál sea la extensión del mercado, los capitalistas
tratan siempre de ampliarlo. De ahí que Marx señalase: «La tendencia a
crear el mercado mundial viene dada directamente en el propio concepto de
capital. Todo límite aparece como una barrera que hay que superar».
¿Cómo logra el capital ampliar el mercado?
Propagando las necesidades existentes en un círculo más amplio mediante
«la producción de nuevas necesidades», es decir, de la promoción de
las ventas
[2] . En cuanto entendemos la naturaleza del capitalismo, podemos ver
por qué el capital se ve necesariamente impulsado a ampliar la esfera de
la circulación. Pero, hasta el siglo XX, debido a la expansión y
desarrollo del «modo de producción específicamente capitalista», la
promoción de las ventas no se hizo tan avasalladora. Los enormes gastos
del capitalismo moderno en publicidad, en los astronómicos salarios
pagados a atletas profesionales cuya presencia puede potenciar la imagen
televisiva y, por lo tanto, ingresos por publicidad que, a su vez, van a
parar a quienes controlan los medios... ¿Qué es esto sino el testimonio
de los éxitos del capital en la esfera de la producción y de su
compulsiva tendencia a lograr éxitos similares en la venta de
los artículos producidos? Para que aquellos productos que contienen
plusvalías latentes puedan dar «el salto mortal» de la venta con éxito,
el capital debe realizar fuertes inversiones en la esfera de la circulación
(que en una sociedad racional sería considerado un inaceptable derroche
de recurso materiales y humanos).
Sin embargo, el problema del capital en la esfera
de la circulación de mercancías no se reduce a que deba ampliar la
esfera de la distribución, sino que el capital tiende a ampliar la
producción de plusvalía más allá de su capacidad para
materializar esas plusvalías. La sobreproducción, señaló Marx, es «la
contradicción fundamental del capital desarrollado». Existe una
constante tendencia a la sobreproducción de capital, una tendencia a
aumentar la capacidad productiva por encima de lo que el mercado
capitalista existente podría justificar. La producción capitalista tiene
lugar «sin detenerse a ponderar los límites reales del mercado o de las
necesidades respaldadas por la capacidad para pagar». De ahí que exista
una «constante tensión entre las restringidas dimensiones del consumo
sobre la base capitalistas, y una producción que trata siempre de superar
esas barreras inmanentes».
Para Marx, esta tendencia inherente del capital a
producir más plusvalías de las que puede materializar emana,
directamente, de los éxitos del capital en la esfera de la producción,
concretamente, de sus éxitos para aumentar el grado de explotación. Lo
que el capital hace en la esfera de la producción se vuelve contra él en
la esfera de la circulación de mercancías: al porfiar «por reducir al mínimo
la relación entre la producción necesaria y el excedente de producción»,
el capital crea simultáneamente «barreras en la esfera de los
intercambios, es decir, obstáculos a la posibilidad de realización de
los beneficios; a la realización del valor añadido en el proceso de
producción». La sobreproducción, comentó Marx, se debe precisamente a
que el consumo de los obreros «no crece paralelamente a la productividad
de la fuerza de trabajo».
Un periodo de enormes aumentos de productividad
mientras los salarios reales se rezagan es la sobreacumulación de capital
y sus efectos (como ocurrió en la Gran Depresión de la década de 1930).
¿Cuánto tiempo nos separa de algo así en la actualidad, teniendo en
cuenta el enorme crecimiento de la capacidad productiva en todo el mundo,
en países con salarios bajos y un constante engrosamiento del ejército
de reserva obrero a medida que los campesinos abandonan el campo o se ven
obligados a abandonarlo? La capacidad del capital para trasladarse a países
donde se pagan salarios bajos para manufacturar productos que son
exportados al mundo más desarrollado, aumenta sustancialmente el desfase
entre productividad y salarios reales, es decir, aumenta el grado de
explotación en el mundo, lo que significa que la promoción de las ventas
para activar la circulación de los productos en la esfera comercial debe
intensificarse. En este aspecto, tiene lugar algo más que un oscuro
contraste entre los bajos salarios que se pagan a las mujeres que producen
calzado de la marca Nike y las astronómicas cantidades que le pagan a
Michael Jordan y a otros como él. Existe un nexo orgánico.
La primera señal de la hiperacumulación de
capital es el recrudecimiento de la competencia entre los capitalistas. (¿Por
qué iba a suceder eso si la capacidad para producir plusvalías no
desbordase el crecimiento del mercado?) Sin embargo, el efecto más
concluyente de la hiperproducción son las crisis, esas «cíclicas y
violentas soluciones de las contradicciones existentes, violentas
erupciones que restablecen el equilibrio perturbado... momentáneamente».
Los inventarios de productos sin vender crecen. Y, si los productos no
pueden venderse en las condiciones del mercado existentes, el capitalismo
no los producirá. Así pues, se reduce la producción, se anuncian
despidos, aunque el potencial para producir siga tan intacto como las
necesidades de la población. No en vano el capitalismo no es un sistema
basado en la caridad.
En las crisis, la naturaleza del capitalismo queda
en evidencia ante todos: son los beneficios – y no las necesidades
de las personas como seres humanos socialmente desarrollados – los que
determinan la naturaleza y envergadura de la producción en el seno del
capitalismo. ¿Qué otro sistema económico cabe imaginar que pueda
generar la existencia simultánea de recursos sin utilizar, de personas
desempleadas, y de personas con necesidades sin cubrir que podrían ser
cubiertas por la capacidad de producción? ¿Qué otro sistema económico
dejaría que, en gran parte del mundo, la población muera de hambre,
mientras que en otros lugares existe abundancia de alimentos y donde lo
que se lamenta es que «se produzcan demasiados alimentos».
La reproducción del capital
Hay muchísimo más que decir acerca del análisis
que Marx hace del capitalismo, mucho más de lo que toda breve introducción
pueda aspirar a ofrecer. La creciente concentración de capital en manos
de unas pocas grandes corporaciones, la división del mundo entre los que
tienen y los que no tienen, la utilización del estado por parte del
capital, todo ello lo encontramos en el análisis que Marx hace del
capitalismo. Y también podemos encontrar en Marx una profunda comprensión
de la incompatibilidad entre la lógica del capital y la naturaleza, entre
«el espíritu de la producción capitalista orientado hacia el más
inmediato beneficio monetario» y las «permanentes condiciones de vida
requeridas por la cadena de las generaciones humanas». La producción
capitalista, comentó Marx, desarrolla el proceso social de producción «minando
simultáneamente las dos fuentes originales de toda riqueza: la tierra y
el obrero».
[3]
Sin embargo, creemos haber dicho lo suficiente para
comprender la teoría esencial del capitalismo que Marx describió; una
teoría en la que las necesidades del capital se oponen a las necesidades
de los seres humanos. Es un retrato de un sistema expansivo que trata de
negar a los seres humanos la satisfacción de sus necesidades, pero que, a
la vez, instiga continuamente la creación de nuevas necesidades ratifícales,
para inducirlos a comprar productos: un leviatán que devora la vida
laboral de los seres humanos y a la naturaleza en su afán de obtener
beneficios, que desecha las aptitudes de los obreros de la noche a la mañana
y que, en nombre del progreso, coarta la necesidad de desarrollo del
obrero. ¿Por qué perdura entonces semejante abominación?
Sería un gran error pensar que Marx creía que
sustituir al capitalismo iba a ser una tarea fácil. Ciertamente, el
capitalismo estaba sujeto a crisis periódicas. Pero Marx dejó claro que
estas crisis no eran permanentes. Nunca pensó que, simplemente, un buen día
el capitalismo se desplomaría. No obstante, en una crisis, la naturaleza
del sistema queda en evidencia ante todos. Además, se hace más
transparente con el crecimiento de la concentración del capital. Por lo
tanto, ¿no es esto suficiente para inducir a toda persona racional a
querer desembarazarse de este sistema y sustituirlo por un sistema sin
explotación, por un sistema basado en las necesidades humanas?
Marx no creía que hubiese nada tan automático en
un movimiento para acabar con el capitalismo. Los obreros pueden luchar
contra aspectos específicos del capitalismo – pueden luchar por la
jornada laboral, por el nivel salarial, por las condiciones de trabajo,
contra la destrucción del medio ambiente que provoca el capital-, pero, a
menos que entiendan la naturaleza del sistema, no hacen sino luchar por un
capitalismo más amable, por un capitalismo con rostro humano. No
hacen sino participar, insistía Marx, «en una guerra de guerrillas
contra los efectos del sistema existente», en lugar de tratar de
abolirlo.
De hecho, para Marx, nada estaba más claro que el
modo en que el capitalismo mantiene su hegemonía, el modo en que el
dominio del capital se reproduce. Y sigue dominando porque la gente acaba
por considerar que el capital es necesario, porque parece que es
el capital el que hace la mayor aportación a la sociedad, que sin el
capital no habría empleos, no habría ingresos ni vida. Todo aspecto de
la productividad social de los obreros aparece necesariamente como la
productividad social del capital, y esta apariencia nada tiene de casual.
Marx comentó que la trasposición de «la productividad social de la mano
de obra en atributos materiales del capital está tan fuertemente
arraigada en la mente de las personas que las ventajas de la maquinaria,
el uso de la ciencia, los inventos, etec., son necesariamente
concebidos de esta forma alienada, de tal manera que todas estas
cosas están condenadas a ser atributos del capital»
¿Por qué? En el núcleo de toda esta mistificación
del capital, de esta inherente mistificación, se halla la
característica básica del capitalismo, que actúa allí donde el obrero
vende su capacidad creativa al capitalista por llenar el puchero (la venta
de la capacidad de trabajo del obrero capitalista). Al observar esta
transacción, señaló Marx, nunca da la impresión de que los obreros
reciban el equivalente a su trabajo necesario, pero que hayan realizado más
trabajo adicional, muy por encima del trabajo necesario. El contrato no
dice: «Esta es la jornada necesaria para que usted se mantenga de acuerdo
con el nivel de vida existente». Por el contrario, la impresión que da, necesariamente,
a primera vista es que los obreros venden una determinada cantidad de
trabajo, toda su jornada laboral, y que obtienen un salario que es (más o
menos) una justa compensación por su aportación; que, en definitiva, les
pagan por todo el trabajo que realizan ¿cómo podría dar
otra impresión? En suma, da necesariamente la impresión de que el
obrero no es explotado; como si los beneficios pudiesen brotar de la nada.
De ello parece desprenderse que los beneficios
deben de proceder de la aportación del capitalista; de que no son sólo
los obreros, sino que el capitalista también hace una aportación y
recibe su equivalente. O sea, que todos obtenemos lo que nosotros (y
nuestras acciones) merecen. ¡Que algunos aportan muchísimo más y que,
por lo tanto, también obtienen muchísimo más! A eso se reduce el apologético
saber de los economistas que, como señaló Marx, se limitan a codificar
estas apariencias en elaboradas fórmulas y ecuaciones. Sin embargo, no
hay nada más fácil que comprender el porqué de esta mistificación,
teniendo en cuenta la forma que, en apariencia, adopta esa venta de la
fuerza de trabajo. Es la fuente de «todas las nociones de justicia que
albergan tanto el obrero como el capitalista, de todas las mistificaciones
del modo de producción capitalista, de todos los espejismo del
capitalismo respecto a la libertad».
Además, en tanto que los beneficios no se
consideran resultado de la explotación, sino como lo que fluye a partir
de la aportación del capitalista, de ello se deduce necesariamente que el
capital acumulado no debe de ser el resultado del propio producto del
obrero, sino, por el contrario, que procede del sacrificio del propio
capitalista, que se abstiene de consumir todos sus beneficios, o sea, que
es consecuencia «de la autoflagelación de este moderno penitente, el
capitalista». El capital, en suma, aparece como algo totalmente
independiente de los obreros, como una fuente de riqueza independiente
(sobre todo porque la ciencia y la productividad social aparecen cada vez
más en forma de medios de producción).
No cabe sorprenderse entonces de que los obreros
consideren al capital como la gallina de los huevos de oro y que saquen la
conclusión de que adaptarse a las necesidades del capital es,
simplemente, una cuestión de sentido común. Y, por su propia naturaleza,
el capitalismo genera la apariencia de que no hay alternativa. Como Marx
señaló:
El avance de la producción capitalista genera una
clase obrera que por educación, tradición y hábito considera las
exigencias de ese modo como leyes naturales evidentes. La organización
del proceso de producción capitalista, una vez plenamente desarrollada,
desmorona toda resistencia.
[4]
Esta aceptación del capital es lo que garantiza la
persistente reproducción del sistema. Queda bien claro que Marx no creía
que el capitalismo fuese fácil de sustituir.
Más allá del capitalismo
Lo que sí creía Marx es que era posible
sustituirlo. Precisamente por la mistificación inherente al capital es
por lo que Marx escribió El Capital, la culminación de toda una
vida de estudio. Marx creía que era esencial explicarles a los obreros cuál
es la verdadera naturaleza del capital; y lo bastante importante para «sacrificar
mis salud, mi felicidad y mi familia». En definitiva, Marx escribió El
Capital como un acto político, como parte de su proyecto
revolucionario.
Para entender el capital, subrayó, hay que mirar
bajo la superficie y tratar de entender la estructura subyacente del
sistema. Nunca se puede llegar a entender el capitalismo analizando por
separado distintas partes del sistema, y centrándose sólo en la
competencia no es posible entender la dinámica interna del sistema: nos
perderíamos entre apariencias, en el modo en que la leyes internas se
presentan necesariamente a los actores y, por lo tanto, no plantearíamos
las preguntas adecuadas. Es preciso considerar el sistema como un todo y
preguntar: ¿cómo se auto-reproduce el sistema? ¿De dónde proceden los
elementos necesarios para su reproducción? En definitiva, ¿de dónde
proceden los capitalistas y los trabajadores asalariados necesarios para
las relaciones de producción capitalista?
Lo que Marx demostró al examinar el capitalismo
como un sistema que se reproduce es que el capital que se opone al obrero
no es una premisa inexplicada (como necesariamente se presenta), sino que
puede ser entendido como el resultado de una explotación previa, como el
resultado de previas extracciones de valor añadido. Esta misma
perspectiva, la de considerar el sistema como aquel que debe reproducir
sus propias premisas, delata lo limitado de la visión de que los salarios
son el reflejo de la aportación de los obreros al proceso de producción.
Si los obreros no hacen más que vender una cantidad de trabajo y obtener
su equivalente, ¿qué garantiza que se aseguren una compensación
suficiente para reproducirse a sí mismos? ¿Qué, en definitiva,
garantiza que, como grupo, no obtengan lo bastante para ahorrar y huir
del trabajo asalariado? ¿Cómo logra este sistema sostenerse a sí mismo?
Al analizar el sistema en su conjunto, Marx
desmitificó la naturaleza del capital. Una vez que nos adentramos en la lógica
de su análisis ya no podremos considerar el capital como ese prodigioso
dios que nos proporciona el sustento a cambio de nuestros periódicos
sacrificios. En lugar de ello, entenderemos el capital como el producto de
la clase trabajadora, como nuestra capacidad vuelta contra nosotros. En
definitiva, al enfocar el conjunto del sistema, Marx ilustra que la cuestión
no estriba en reformar determinados aspectos negativos del capitalismo,
sino en deshacernos de ese sistema inhumano que es el capitalismo.
Esto no significa que Marx desalentase a los
obreros para luchar por las reformas. Por el contrario, sostenía que no
luchar por sí mismos a diario hace a los obreros «apáticos,
irreflexivos, y los convierte en instrumentos de producción mejor o pero
alimentados». El sólido argumento de Marx subraya la importancia de la
práctica revolucionaria, del simultáneo cambio de las circunstancias y
de la propia persona. Al luchar contra el capital para satisfacer sus
necesidades, los obreros se reproducen de un modo que los prepara para una
nueva sociedad: llegan a percatarse de la necesidad de entender la
naturaleza del sistema y a entender que no pueden limitarse a la guerra de
guerrillas contra los efectos del sistema existente. Y, como Marx sabía,
ahí está quid cuando el capitalismo ya no es sostenible.
La sociedad a la que Marx aspiraba como alternativa
al capitalismo era una sociedad en la que la relación de producción se
caracterizase por la asociación de los productores libres; una sociedad
de individuos libremente asociados trataría «su productividad común y
social como su riqueza social», produciendo para las necesidades de
todos. Y se reproducirían a sí mismo como miembros de una comunidad
verdaderamente humana; una sociedad que permitiría el pleno desarrollo
del potencial humano. En contraste con la sociedad capitalista «en la que
el obrero existe para satisfacer la necesidad de que los valores
existentes sean valorados», es decir, como un medio para el incremento
del capital, tal sociedad «generaría la situación inversa en la que la
riqueza objetiva tendría por objeto satisfacerlas necesidades del propio
obrero para su desarrollo». En tal sociedad, «el libre desarrollo de
cada uno es la condición para el libre desarrollo de todos».
Notas:
(*) Quiero expresar mi profundo agradecimiento a
Douglas Dowd y a Sid Shniad por sus comentarios a un borrador previo de
este ensayo. Y, aunque no todas, he tenido en cuenta muchas de sus
sugerencias.
[1]
En este ensayo he optado por utilizar muchas citas directas de Marx, no
para remitir al lector a la fuente, sino para transmitir su razonamiento
en un lenguaje mas expresivos y relevante que el mío. La mayoría de las
citas de Marx proceden del volumen I de El capital, el único volumen de
esta obra que Marx completó, y de sus ricos cuadernos notas de 1857-1858,
publicados como los Grundrisse. Ya había utilizado estas anteriormente
(con la adecuada referencia) en mi Beyond Capital: Marx´s Political
Economy, of the Working Class (St. Martín Press, Nueva York, 1992), cuya
versión ampliada aparecerá en breve en Palgrave Macmillan. Veáse también
para algunos de estos argumentos y citas mi artículo «Marx´s Falling
Rate of Profit: A Dialectical View», Canadian Journal of Economics (mayo
de 1976) y «Analytical Marxism and Theory of Crisis», Cambrige Journal
of Economics (mayo de 1994)
[2]
Marx no utilizó la expresión «promoción de ventas», que fue utilizada
por Paul Baran y Paul M. Sweezy en El capital monopolista; yo la utilizo
aquí para subrayar la continuidad entre las obras de estos últimos
respecto a la de Marx. La importancia de la capacidad de persuasión de
los vendedores para el capitalismo del siglo XX fue también un tema
destacado por Thorstein Veblen.
[3]
Para una buena introducción marxista al problema del capitalismo y el
medio ambiente, véase The Vulnerable Planet, de John Bellany Foster,
Monthly Review Press, Nueva York, 1999. Un estudio más detallado de la
capital importancia que Marx concedía a la ecología puede verse en su
Marx´s Ecology, Monthly Review Press, Nueva York, 2000. Veánse también
los trabajos de James O´connor, ambos en su Natural Causes: Essavs in
Ecological Marxism, Guilford, Nueva York, 1998, y en la revista Capitalism
Nature Socialism; así como Marx and Nature: A Red and Green Perspective,
de Paul Burkett, St. Martín Press, en la actualidad Palgrave Macmillan,
Nueva York, 1999.
[4]
K. Marx, El capital, Vol I. Eludo aquí mi costumbre de no aportar citas
específicas porque a pesar de su importancia, este pasaje (y otros en la
misma página) no ha recibido suficiente atención.
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