El Agua Milagrosa de la homeopatía
Por Javier Armentia (*)
ARP - Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico,
diciembre 2002
Primera
parte
El pasado 26 de noviembre,
la serie "Horizon" de divulgación científica de la cadena
pública británica de televisión, la BBC, emitía un polémico
programa sobre la homeopatía, una de las llamadas "medicinas
alternativas" que más popularidad están alcanzando en todo
Europa. En él, contando con las opiniones a favor y en contra de
diversos expertos, se sometió a prueba -una vez más- alguna de las
afirmaciones de esta práctica, como que la acción de algunos
medicamentos se puede efectuar incluso en dosis tan ínfimas que ni
siquiera una sola molécula del producto está realmente presente.
Algo que, como calificaba el físico Robert Park en el mismo programa
"es simplemente ridículo", porque desafía las leyes de la
ciencia.
En cualquier caso, cabría pensar, aunque no se
entienda por qué, o aunque vaya en contra de lo que conocemos del
Universo, si algo funciona, se debería investigar, y aplicar. No en
vano, la historia de la práctica médica muestra cómo se han ido
empleando terapias y fármacos que funcionaban adecuadamente aunque no
se supiera por qué lo hacían: por ejemplo, la aspirina tiene más de
cien años, aunque sólo hace un par de decenios se comenzó a
entender cómo afectaba el ácido acetil salicílico a la síntesis de
las prostaglandinas. Su uso como analgésico, mucho antes, estaba bien
atestiguado.
Con la homeopatía, sin embargo, las cosas no
parecen tan sencillas. Las bases de esta práctica se establecieron en
1810, cuando un médico alemán, Samuel Hahnemann (1755-1843) publicó
el Organon der Rationellen Heilkunde, en el que establecía una teoría
completa sobre el origen de las enfermedades y sobre la manera de
curarlas, utilizando mecanismos similares a los que causan los males,
de ahí el nombre "homeopatía" (curar con lo similar) y el
adagio en latín similia similibus curantur conocido como "ley de
la similitud". Esta idea no era nueva de Hahnemann, sino un
principio de la medicina medieval casi mágica de Paracelso. En
esencia, si una enfermedad produce una serie de síntomas en una
persona, y si conocemos una sustancia que provoque síntomas
similares, precisamente esa sustancia y no otra, será la que pueda
curarle. Evidentemente, Hahnemann comprendió que tal administración
podría sin duda empeorar la condición del paciente, por lo que
intentó diluir el fármaco de manera extrema, para que sus
propiedades curativas permanecieran, pero no sus efectos adversos.
¿Cómo se le pudo ocurrir a una persona de
finales del siglo XVIII tal idea? Normalmente se apunta a la manera en
que entonces se trataba una enfermedad mortal, la sífilis. La única
curación posible era la administración de vapores de mercurio, muy
venenosos, que provocaban de hecho la muerte de gran parte de los
pacientes. Hahnemann intentó probar otra manera, diluyendo los
diferentes "venenos" hasta hacerlos inocuos. En aquella época,
la teoría atomista de la materia no era demasiado popular, y la química
moderna estaba comenzando a nacer, con las contribuciones de Lavoisier
y Dalton.
Un coetáneo del padre de la homeopatía, el
italiano Amedeo Avogadro (1776-1856), establecía exactamente un año
después de la publicación del Organon un principio fundamental para
la química: "los volúmenes iguales de cualquier gas a idéntica
temperatura y presión contienen el mismo número de moléculas".
Este Principio de Avogadro se basaba en que la materia no se puede
dividir indefinidamente, sino que existe una unidad, la molécula, que
es la mínima cantidad de una sustancia que mantiene sus propiedades
químicas. El número de moléculas en un volumen característico de
un gas (lo que los químicos denominan un mol, 22,4 litros a 0ºC de
temperatura y 1 atmósfera de presión) es enorme, el llamado número
de Avogadro: 6,023 x 10^23 , es decir, aproximadamente un seis y
veintitrés ceros detrás: ¡seiscientos mil trillones de moléculas!
Sin embargo, las disoluciones homeopáticas son
incluso mayores. Típicamente, se parte de una porción de una
sustancia determinada y se diluye por vez primera en cien veces ese
peso (imaginemos 1 centímetro cúbico de esencia vegetal en agua para
completar un litro, por ejemplo). Esta disolución es llamada 1C
("un centesimal hahnemanniano).
Entonces se le somete a una agitación específica
(llamada "sucusión"), y se vuelve a disolver: se toma 1cc y
se completa hasta un litro, utilizando agua. En este segundo
centesimal (2C) tenemos una parte de sustancia en diez mil de agua
destilada. Una vez pasada la agitación, se sigue diluyendo: el 3C
tiene una parte en un millón, el 4C una parte en cien millones...
Cuando se repite este proceso y se obtiene un 12C
(algunos medicamentos homeopáticos afirman diluir hasta 30C) entramos
en un serio conflicto con la química. Porque hemos disuelto hasta
tener una parte en un cuatrillón, ya es menor que el número de
Avogadro. Esto quiere decir que si tuviéramos un mol de moléculas de
la sustancia inicial, en esa disolución ya no tendríamos
probablemente ni una sola molécula. Evidentemente, si seguimos
diluyendo seguiremos igual: sólo tendremos agua (o alcohol, a veces
empleado como disolvente en homeopatía).
Si disolviéramos un grano de sal en todos los océanos
de la Tierra, la disolución resultante sería incluso mayor que la de
un medicamento homeopático. Pero pocas personas creerían que tomando
una gota de esa agua tomaríamos algo de aquel grano de sal. Sin
embargo, se estima que un 40% de los fármacos que se venden en
Francia, pertenecientes a los laboratorios homeopáticos, tienen aún
menos concentración. Y la gente los toma creyendo que realmente está
tomando algo...
En el programa de la BBC se sometió a prueba,
precisamente, esta posibilidad. No era la primera vez, pero se utilizó
una disolución homeopática que se aplicó, en varios laboratorios,
junto con otras muestras que sólo contenían agua destilada, a
cultivos de células, para comprobar si tenían algún efecto. Las
pruebas se realizaron con todos los controles adecuados, y con el
acuerdo de la principal sociedad homeopática inglesa sobre los
protocolos. Se ponía en juego algo más de un millón de dólares que
la Fundación James Randi, creada por el ilusionista americano y firme
opositor a las pseudociencias, ofrece a quien pueda demostrar un fenómeno
paranormal (como que la homeopatía funciona). Los resultados
volvieron a ser negativos para la homeopatía: no funcionó.
¿Y por qué tiene tanto éxito?
A lo largo de los años se han ido realizando
numerosos análisis científicos de las afirmaciones homeopáticas, y
a menudo nunca se ha encontrado efecto alguno, aunque otras veces ha
habido algún indicio de que podría estar sucediendo algo. Los médicos
suelen achacar estos resultados más al llamado efecto placebo, es
decir: el mero hecho de tomar una medicina hace que el paciente
mejore.
¿Se trata de algo aún más esotérico que las
extremas diluciones de la homeopatía? Realmente no, y dice más de la
manera en que interactúan en las personas las terapias y las
expectativas. La semana que viene profundizaremos en este asunto,
siguiendo con el análisis de la homeopatía.
Segunda parte
Nos referíamos en el artículo pasado a la
imposibilidad física de entender cómo funcionan las extremas
diluciones de los medicamentos homeopáticos.
Nacida a comienzos del XIX, esta práctica
pseudomédica sufrió precisamente de este problema, llevando desde
entonces un desarrollo paralelo y aparte del resto de las prácticas médicas
que poco a poco irían configurando la medicina científica: la mejor
comprensión del origen (o etiología) de las enfermedades, el
descubrimiento de microorganismos y agentes patógenos, el desarrollo
de una farmacopea basada en el efecto que ciertas sustancias tienen en
el organismo chocan frontalmente con los postulados más bien filosóficos
de Hahnemann.
Por ejemplo, en homeopatía realmente síntomas y
enfermedad son la misma cosa, y se llega al extremo de afirmar que
"no hay enfermedades, sino enfermos": son los síntomas de
una persona concreta los que se estudian para buscar un remedio que,
sin diluir, provoca el mismo cuadro.
Algunas veces se ha comentado que este proceso es
la base de las vacunas, pero realmente no es así: las vacunas
utilizan la capacidad inmune del organismo para "aprender" a
atacar una versión débil de un patógeno. No se trata por lo tanto
de una curación, sino de medicina preventiva.
Por otro lado, a ningún médico se le ocurriría
tratar una meningitis meningocócica, ocasionada por una bacteria, con
una disolución de un preparado de las bacterias. Los homeópatas,
afortunadamente, tampoco lo hacen, y normalmente recurren a la
medicina alopática (como ellos la llaman) cuando se presenta una
enfermedad seria en la que la ciencia puede proporcionar una respuesta
adecuada.
Éste es un factor muy importante que a menudo se
soslaya: la homeopatía se autolimita a un tipo de dolencias
normalmente inespecífico o mal definido, a menudo dolores con cierta
tendencia crónica o de remisión espontánea, que en la medicina
convencional no disponen de una cura completa, sino de paliativos
farmacológicos principalmente de tipo analgésico. Su propia vocación
complementaria le ha permitido permanecer frente al avance imparable
de la ciencia médica. De esta manera, es fácil comprender que
cualquier proceso que permita al paciente sentirse mejor será contado
como un éxito por los homeópatas.
El otro factor que permite entender por qué los
pacientes (y los practicantes) de la homeopatía -y de muchas otras
medicinas llamadas alternativas- tienen la impresión de que se curan
con estas terapias es conocido en medicina con el nombre de efecto
placebo. Placebo es cualquier sustancia que, sin contener principio
activo, se suministra a un paciente con el "engaño" de que
es un fármaco capaz de curarle. Usados desde antiguo para complacer a
los pacientes que querían una solución a problemas que el médico no
podía realmente solucionar, el término (que viene del latín,
"te complaceré") tuvo durante mucho tiempo una connotación
negativa.
Sin embargo, comenzó a valorarse en medicina
especialmente a partir de los trabajos de H.K. Beecher en 1955, quien
comprobó que cerca de una tercera parte de las personas que tomaban
un placebo realmente acababan curándose. Una primera interpretación
sería de índole psicosomática, como si la mente fuera capaz de,
esperando curarse, llegar realmente a la curación. Beecher es también
responsable de que los ensayos clínicos de cualquier fármaco se
hagan con técnicas estadísticas "de doble ciego", es
decir, que ni los pacientes ni los médicos involucrados en la prueba
sepan a priori si el sujeto está tomando la medicina que se quiere
analizar o un placebo.
Beecher comprobó que en muchas ocasiones la
existencia de un grupo de control (que no toma la medicina) no era
suficiente para comprobar si un medicamento era efectivo: a menudo
actuaban las expectativas del paciente, en otras procesos como la
regresión o curación espontánea durante el tratamiento. Para
complicar aún más las cosas, si no se tenía cuidado de que tampoco
los médicos conocieran si una persona estaba tomando la medicina o un
placebo, como se comprobó, los resultados resultaban dudosos: los
propios investigadores son humanos y, por ello, sujetos también a los
mismos efectos de querer que algo funcione o de interesarse por el
trabajo.
Los trabajos de Beecher y muchos otros análisis
realizados en los últimos cincuenta años han permitido entender
mejor el mecanismo por el cual un placebo (una simple píldora
azucarada, por ejemplo) puede funcionar como una medicina.
Por un lado está el hecho de que muchas
enfermedades, incluso graves, tienen una evolución que de forma
espontánea llega a la completa remisión o, al menos, a la mejoría.
Una persona que está tomando un fármaco interpretará esa mejoría
de su condición como efecto de la sustancia.
Por otro lado, hay factores estadísticos, como
la regresión a la media, que en muchos casos funcionan (sobre todo
cuando se realizan ensayos clínicos en los que seleccionan enfermos
por una determinada característica: por ejemplo, si se eligen
pacientes que tengan la tensión alta de entre una población más
amplia, existe un sesgo estadístico que, de forma matemática,
conducirá a que un porcentaje de ellos disminuya su tensión incluso
sin terapia alguna). Pero también hay que tener en cuenta efectos
psicológicos: el paciente tiene una "creencia" en que la
enfermedad será curada; además está el fenómeno de la sugestión,
algo fundamental en la relación entre médico y paciente. Muchas
terapias, no sólo la medicina homeopática, tienen en el efecto
placebo la más probable explicación de su funcionamiento.
¿Placebo homeopático?
En el caso de la homeopatía, los análisis clínicos
que se han realizado en los últimos cincuenta años no consigue poner
en claro si aparte del efecto placebo hay algo más. Cierto es que se
han publicado muchos trabajos apoyando la acción de medicamentos
homeopáticos extremadamente diluídos, pero en revisiones y meta-análisis
realizados, donde se valora tanto el resultado como la corrección
metodológica, el efecto homeopático casi desaparece. Por no decir
que desaparece por completo. En uno de estos estudios, publicado en
1999 en "Cartas Médicas sobre Fármacos y Terapias"
(The Medical Letter on Drugs and Therapeutics, una de las
publicaciones más importantes del mundo sobre el tema) se concluía
que "el contenido químico de los productos homeopáticos está a
menudo indefinido, y algunos están tan diluidos que es improbable
encontrar en ellos nada del material original. No se han probado que
estos productos sean efectivos en condiciones clínicas. No hay buenas
razones para usarlos".
* Javier Armentia es astrofísico y
director del Planetario de Pamplona. Artículos publicados
inicialmente en El Correo, 11 y 18/12/02.
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