La
naturaleza del régimen de Chávez y sus propuestas políticas
¿Revolución
bolivariana?
Por
Roberto Ramírez
Socialismo o Barbarie, revista, abril de 2004
Escribimos
esto cuando está todavía en curso la tercera embestida para derrocar
a Chávez, con el apoyo más descarado que nunca del imperialismo
norteamericano. Hoy, las actividades del gobierno de Washington en
relación a Venezuela hacen recordar las desplegadas a inicios de los
70 en Chile o en los años 80 ante Nicaragua.
Así,
en la pasada Cumbre de Monterrey, Bush provocó un escándalo diplomático
con sus presiones sobre el gobierno de México para que éste ayudara
más decididamente al derrocamiento de Chávez. Las cadenas de
televisión de EEUU rivalizan en hacer campaña antichavista. ¡El
presidente de Venezuela ya es casi el nuevo Saddam! La CNN llegó al
colmo de filmar una cola en un mercado popular callejero de Caracas,
diciendo que eran venezolanos que esperaban turno para firmar el
pedido de referendo revocatorio contra Chávez (un mecanismo
constitucional, por el cual se vota si continúa o se revoca el
mandato presidencial). La mentira fue tan escandalosa que la CNN debió
rectificarse públicamente. El periodista-investigador estadounidense
Jeremy Bidwood documentó la existencia de un Fondo Nacional para la
Democracia (National Endowment for Democracy), una institución de
pantalla que se autodefine “independiente” pero cuyos fondos son
provistos por el Departamento de Estado. Esta institución “benéfica”
se dedica a financiar las organizaciones antichavistas, entre ellas a
“Súmate”, la entidad que organizó la recolección (y falsificación)
de las firmas para el referendo.[[1]]
Y hace poco, uno de los principales funcionarios del
Departamento de Estado fue a Caracas con modales de virrey, para
exigir públicamente al Consejo Nacional Electoral que aceptara todas
las firmas para el referendo sin revisarlas. Luego, también públicamente,
la embajadora de EEUU en Brasil amonestó y amenazó a Lula por no
sumarse a la campaña para bajar a Chávez.
En
respuesta a estas presiones, Chávez viene redoblando en sus discursos
las críticas a Bush y en general a la política del imperialismo
yanqui, desde la ocupación de Irak hasta el ALCA. Estas arengas también
denuncian la situación de los trabajadores, los pobres y las minorías
raciales en EEUU. Pero aunque no son seguidas por medidas concretas
(una constante de Chávez), indican que las tensiones con Washington
se han intensificado.
Venezuela
vuelve a ser otra vez un campo de batalla importante en el proceso político
latinoamericano, sacudido en los últimos años por las crisis económico-sociales,
las rebeliones populares y los derrumbes de los gobiernos. Un triunfo
en Venezuela del golpismo proimperialista, que vuelve al ataque,
significaría una grave derrota para los trabajadores del país
hermano, con serias repercusiones en toda América Latina.
En
estas circunstancias, pasa a un primer plano la unidad de acción y la
movilización obrera y popular para hacer fracasar esta nueva
arremetida, y la solidaridad de los pueblos latinoamericanos con la
lucha de las masas venezolanas. Eso es indiscutible.
Pero,
precisamente por esos motivos, se vuelve también urgente e
imprescindible para los luchadores de Venezuela y de América Latina
hacer una reflexión teórico-política sobre la naturaleza del “chavismo”
y
sacar las conclusiones políticas correspondientes.
Esto
posiblemente choca con los juicios y prejuicios de muchos activistas,
sobre todo en la misma Venezuela. Por la presión de los
acontecimientos y las exigencias inmediatas de la lucha, algunos creerán
que la necesidad de unirse y cerrar filas exige dejar de lado esas
cuestiones que, supuestamente, “dividen”. Además, como siempre
sucede en casos similares, el apoyo a Chávez de amplios sectores de
masas ejerce una fuerte presión sobre la vanguardia, que no ayuda a
hacer juicios equilibrados.
Sin
embargo, los momentos de grandes luchas sociales siempre han exigido
desarrollar debates estratégicos, como el que la misma realidad
plantea ahora en Venezuela. Por eso, buena parte de los grandes textos
teórico-políticos del marxismo, desde el Manifiesto comunista hasta
Resultados y perspectivas o El estado y la revolución no fueron
escritos en tiempos de calma.
En
este caso, nos parece que no sólo los luchadores
venezolanos, sino también el conjunto de la vanguardia
latinoamericana tenemos la necesidad —y además el deber— de
debatir y aclarar la naturaleza del chavismo. Es que además, desde
Venezuela, Chávez ha tratado de dar, a través de discursos y
reuniones internacionales, una cierta proyección continental, a su
proyecto político. La “Revolución Bolivariana” es planteada como
una propuesta política internacional-latinoamericana.
Lo
de Venezuela no es entonces “un problema venezolano”. Aunque muy
diferente, es en eso parecido al caso de Lula en Brasil. El gobierno
del PT ha sido un test de alcances mundiales de una política, que era
propuesta como modelo a nivel internacional. Era la política del
“otro mundo es posible” del Foro Social Mundial, entendida como
“es posible otro capitalismo”. Se puede reformar este sistema a
través de la “democracia participativa”, como prometía hacerlo
el PT.
De
la misma manera, lo de la “Revolución Bolivariana”, concepto de
contornos no bien definidos, hoy se agita como política para todo el
continente, y tiene un cierto eco en la vanguardia de algunos países.
Los discursos cada vez más anti Bush de Chávez lo van haciendo también
un personalidad atractiva para muchos luchadores. Las FARC de Colombia
desde hace un tiempo se reclaman “bolivarianas”. Lo mismo decían
en Ecuador algunos sectores civiles y militares (entre ellos Lucio
Gutiérrez, actual presidente y ejemplar servidor del FMI desde que
llegó al gobierno).
Entonces,
los sectores de la vanguardia y las corrientes de izquierda del
continente tenemos la obligación de emitir nuestra opinión. ¿En
Venezuela se está desarrollando una “Revolución Bolivariana”? ¿En
qué consiste? Y, además, ¿es
esta Revolución Bolivariana de Chávez la vía para la liberación de
América Latina del yugo imperialista?
I
— La dialéctica de clases del gobierno de Chávez
El
punto de partida es analizar la dialéctica de relaciones entre las
clases donde está entrelazado el gobierno Chávez. Luego veremos cómo
se vincula eso con el muy peculiar “desarrollo desigual y
combinado” que presentan la sociedad, las clases y el estado
venezolanos, y sus relaciones con el capitalismo mundial. A partir de
allí trataremos de evaluar los puntos claves de su política.
Es
un lugar común del periodismo latinoamericano, sobre todo en sus
variantes “progresistas”, hablar de Kirchner, Lula y Chávez como
si se tratara de fenómenos políticos semejantes. Un mismo ser de
tres cabezas, cada una de las cuales hace discursos distintos, pero
que sintonizan la misma onda “antiliberal” y con cierto juego
“nacional”, “popular” e “independiente” ante las presiones
de Washington y el FMI. Las diferencias sólo serían cuantitativas:
el comandante es más “duro” y “trasgresor”.
En
verdad, casi lo único que tienen en común —más allá de la
generalidad importante pero abstracta de que los tres son gobiernos
burgueses— es la situación política y social latinoamericana de la
que nacieron, diferente a la de la década del 90, donde el tono de
los gobiernos latinoamericanos lo daban los Menem y los Fujimori, con
su adhesión absoluta e incondicional a los dictados del Norte.
Hoy
la situación es otra. La década neoliberal de integración al
capitalismo globalizado, privatizaciones, “libre comercio”,
apertura al capital extranjero y endeudamiento feroz ha producido una
catástrofe económico-social sin precedentes. Es el New York Times y
no una publicación de izquierda quien dice que “la pasada década
de libre comercio... ha sido una «década de desesperación» para
los vecinos del sur, que viven con la horrible realidad de una pobreza
creciente y generalizada”.[[2]]
En este contexto, la recetas neoliberales han perdido legitimidad.
Ahora la moda política son las críticas al neoliberalismo (aunque
luego desde el gobierno se siga haciendo esencialmente lo mismo).
Pero
el hecho más importante es que también es “generalizada” la
rabia de las masas trabajadoras y populares por esta situación,
aunque muchas veces, por falta de cauces, no se manifieste
abiertamente en rebeliones como las de Ecuador, Argentina o Bolivia.
Chávez
lo define muy bien: “hay un remolino de rebeldía que recorre toda
la región”. Esto tiene consecuencias cada vez más inquietantes en
lo que respecta a la estabilidad de los regímenes políticos; es la
famosa “gobernabilidad”, que le dicen. Ya se está convirtiendo en
una regla y no una excepción que los presidentes no logren finalizar
sus mandatos. Ahora es Toledo en Perú el que parece estar en lista de
espera.
A
este descontento generalizado de las masas trabajadoras y populares,
hay que añadir que ciertos sectores de las burguesías
latinoamericanas no están conformes con los resultados de la década
neoliberal, en la que fueron creyentes devotos. Con sus
hermanos-rivales del Norte los une la condición común y fundamental
de explotadores. Pero los huesos que les dejan tienen cada vez menos
carne. Y si se impone el ALCA en los términos deseados por
Washington, más de uno desaparecería barrido por la competencia.
Como
dijimos, Lula, Kirchner y Chávez viven en esta nueva situación
continental y, en cierto sentido, son hijos de ella. Pero a partir de
allí las semejanzas se esfuman.
Tanto
Lula como Kirchner son gobiernos burgueses “normales”, asentados
en el apoyo de amplios sectores de sus burguesías nacionales (y también
de corporaciones multinacionales). Por si hiciera falta, Lula, con la
incorporación a su gobierno del PMDB, el principal partido de
derecha, ha terminado de desmentir las caracterizaciones iniciales que
lo definían como un “gobierno obrero liberal” o un “gobierno de
frente popular” o un gobierno que tenía "dos almas" (una
de derecha y otra de izquierda). Se ha consolidado como un gobierno de unidad
nacional burguesa, que además ha cooptado a las burocracias del PT,
la CUT y posiblemente también a parte del MST de Stédile. Con formas
políticas y mecanismos diferentes a Lula, Kirchner constituye también
un gobierno que se asienta en un amplio abanico de sectores burgueses
nacionales y asimismo del capital extranjero.
Tanto
Lula como Kirchner expresan desigualmente a esos distintos sectores
patronales y deben actuar como árbitros entre ellos (lo que suele
motivar quejas y presiones). Pero el tono general en las clases
dominantes es de sostén, aunque muchas veces con críticas. Por su
parte, el imperialismo, más allá de los tironeos con Kirchner por el
pago de la deuda y con Lula por el ALCA, apoya la estabilidad
institucional de sus respectivos gobiernos y países.
La
mayor o menor “popularidad” que Lula y Kirchner conservan en las
clases medias y trabajadoras y su control por medio de diversos
aparatos políticos y sindicales son también, por supuesto, elementos
muy importantes (sobre todo teniendo en cuenta la precaria
“gobernabilidad” latinoamericana). Pero eso no define centralmente
el carácter de sus gobiernos; es decir, sus mecanismos de clase.
Define la situación política en la que se encuentran.
Un
gobierno burgués “anormal”
Chávez
es bien distinto. Estamos ante un gobierno burgués “anormal”. Es
un gobierno burgués al que tanto el imperialismo como la inmensa
mayoría de la burguesía venezolana le han declarado la guerra y
tratan de derribar, ya sea “por las buenas” (referendo
revocatorio) como “por las malas” (paros patronales,
movilizaciones callejeras y hasta intentos de golpe militar); o más
bien, mediante una combinación de ambas tácticas. La nueva
arremetida contra Chávez —exigirle el referendo revocatorio, al
mismo tiempo que tratan de adueñarse de las calles de Caracas y
provocar choques sangrientos— mezcla ambos aspectos.
Como
ariete, mueven a sectores de la pequeña burguesía e incluso de
asalariados con mentalidad de “clase media”. En las zonas
acomodadas de Caracas, esas turbas de “idiotas útiles” salen a la
calle, histerizados por las cadenas de TV, y conducidos por la central
patronal Fedecámaras, la Iglesia, la vieja burocracia sindical adeca,
los restos de los partidos de la IV República (incluyendo algunos tránsfugas
que aún se dicen de “izquierda”) y también por nuevas
organizaciones políticas de derecha “dura”.
Desde
los medios manejados por el imperialismo, se trata de pintar esto como
otra “rebelión popular”. Pero es lo opuesto a lo de Bolivia o el
Argentinazo. Aunque en Buenos Aires, en diciembre del 2001,
participaron también amplios sectores de las clases medias, fue
(desde el punto de vista político y social) lo inverso de lo que
sucede en Caracas. Allí, una parte de las clases medias sale a la
calle directamente comandada por ese frente archireaccionario e
indirectamente por el Departamento de Estado, que lo financia sin
disimulos.
Chávez
se sostiene sobre dos columnas fundamentales: una, conformada por
sectores del aparato burocrático del estado, y ante todo de las
fuerzas armadas, en especial del Ejército. Ése ha sido inicialmente
su partido. El otro sostén decisivo lo encuentra en sectores de la
clase obrera y sobre todo en las masas pobres y excluidas. En verdad,
es en este último sector de masas donde tiene el apoyo más fervoroso
y sólido.
Chávez
apareció en 1992 a la luz pública dirigiendo una corriente política
nacionalista de las fuerzas armadas, el MBR-200, agrupación militar
clandestina fundada por él diez años antes. Pero hoy su sostén más
incondicional y decidido reside en esos millones de venezolanos
reducidos a la extrema pobreza. Después del fracasado golpe del 11 de
abril de 2002, la solidez y unanimidad del pilar militar del chavismo ha estado
entre signos de interrogación.
Como
veremos más adelante, el apoyo obrero y de las masas urbanas más
empobrecidas no es casual. Los motivos de este apoyo de la población
pobre a Chávez marcan otra diferencia importante con Kirchner y Lula.
Los presidentes de Brasil y Argentina son dos casos típicos de lo que
Trotsky definía como el “reformismo sin reformas”. Con
modificaciones menores, su gestión sigue el curso general trazado
desde los 90, con algunas variaciones obligadas por los cambios de
situación (por ejemplo, el Argentinazo del 2001), combinado con un
asistencialismo miserable. Chávez, por el contrario, es un reformista
que hace reformas. Aunque son limitadas, y no afectan seriamente la
propiedad burguesa ni producen una verdadera transformación social ni
tampoco una redistribución substancial del ingreso, éstas benefician
principalmente a los más pobres.
Experiencias
del pasado
Al
lector argentino, muchos rasgos del “chavismo” (y de su oposición
proimperialista) evocan inmediatamente los del primer régimen
peronista, de 1946 a 1955, aunque no los del segundo gobierno
peronista de 1973-76, ni menos aún los del actual Partido
Justicialista, con Menem (l989-1999), Duhalde (2002-2003) y Kirchner.
Este paralelo con el Perón de 1946-1955 también lo hacen en
Venezuela varios chavistas [[3]]
y hasta el mismo Chávez, que en alguna ocasión se ha declarado
“peronista”.
Y
esta comparación no es incorrecta. Lo de Chávez es una reedición
tardía (y en un contexto internacional muy distinto) de un tipo de
gobierno y de régimen frecuente en los países del Tercer Mundo después
de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).
En
América Latina, además del caso arquetípico de Perón, se dieron,
entre otros, los gobiernos de los generales Velasco Alvarado en Perú
(1968-1975), Torres en Bolivia (1970-1971) y Rodríguez Lara en
Ecuador (1972-1976). En otros continentes, entre los más importantes,
podemos citar el del coronel Nasser en Egipto (1954-1970), los del
Partido Baath en Siria e Irak (del que derivaría años después el régimen
de Saddam Hussein), el de Sukarno en Indonesia (1950-1965), etc.
Trotsky,
en su exilio de México, tuvo la oportunidad de ver de cerca una
experiencia adelantada de este fenómeno político, el gobierno del
general Lázaro Cárdenas (1934-1940). Éste expropió los
ferrocarriles privados, nacionalizó los hidrocarburos en un duro
enfrentamiento con las petroleras imperialistas que impulsaron un
boicot internacional contra México, redistribuyó alrededor de 25
millones de acres entre los campesinos pobres, estableció una
avanzada legislación social y se apoyó en los sindicatos obreros y
las organizaciones campesinas (al mismo tiempo burocratizándolos)
para tomar estas medidas y hasta administrar las empresas estatizadas.
“En
los países industrialmente atrasados —analizaba Trotsky— el
capital extranjero juega un rol decisivo. De ahí la relativa
debilidad de la burguesía nacional en relación al proletariado
nacional. Esto crea condiciones especiales de poder estatal. El
gobierno oscila entre el capital extranjero y el nacional, entre la
relativamente débil burguesía nacional y el relativamente poderoso
proletariado. Esto le da al gobierno un carácter bonapartista sui
generis, de índole particular. Se eleva, por así decirlo, por encima
de las clases. En realidad, puede gobernar o bien convirtiéndose en
instrumento del capital extranjero y sometiendo al proletariado con
las cadenas de una dictadura policial, o maniobrando con el
proletariado, llegando incluso a hacerle concesiones, ganando de este
modo la posibilidad de disponer de cierta libertad en relación a los
capitalistas extranjeros. La actual política [del presidente Cárdenas]
se ubica en la segunda alternativa...” [[4]]
Este
análisis inicial de Trotsky describe bien el mecanismo fundamental y
las “oscilaciones” de este tipo de gobiernos. Pero, a la luz de
las numerosas experiencias posteriores, habría que añadir o subrayar
algunos rasgos importantes a tener en cuenta frente al caso mucho más
tardío de Chávez en Venezuela. Entre ellos señalemos:
a)
El papel primordial (como en todo gobierno o régimen bonapartista)
del aparato del estado, con eje en su sector militar. El aparato
burocrático-militar del estado adquiere fuerza propia, actúa como un
poder relativamente “autónomo” y con intereses particulares (que
no necesariamente coinciden cien por cien con los de su burguesía), y
por momentos, como dice Trotsky, pareciera que su gobierno “se eleva
por encima de las clases”.
b)
Este carácter aparentemente “autónomo” en relación a las clases
sociales es consecuencia de un período de agudización de las
contradicciones, tensiones y/o enfrentamientos entre la nación y el
imperialismo, y entre las clases trabajadoras y populares y la burguesía
nacional y el capital extranjero.
c)
Estos gobiernos y regímenes —incluso en sus casos más
“extremos”, que a veces se dijeron “socialistas”— nunca
fueron más allá del capitalismo. En verdad, encaraban tardíamente
tareas burguesas democráticas, nacionales o agrarias que los países
centrales, imperialistas, habían mayormente resuelto un siglo atrás.
En el caso ya mencionado del general Cárdenas, Trotsky señalaba que
“la tarea histórica” que intentaba cumplir en México era similar
a la de Abraham Lincoln en EEUU el siglo anterior: “limpiar el
terreno para un desarrollo democrático e independiente de la sociedad
burguesa”.[[5]]
Sin
embargo, aunque estos gobiernos se ubicaban completamente en los
marcos del capitalismo, buscando un desarrollo nacional independiente
de su sociedad burguesa, frecuentemente tuvieron fuertes choques no sólo
con el imperialismo extranjero sino también con sectores importantes
de sus propias burguesías.
El
caso del primer gobierno de Perón, de 1946 a 1955, fue uno de los más
notables ejemplos de esa paradoja, que ahora se repite con Chávez.
Perón sube al poder enfrentando la oposición no sólo del
imperialismo yanqui sino también de la mayoría de la burguesía
argentina. En 1955, al ser derribado por el golpe militar-gorila, el
antiperonismo de la burguesía ya era prácticamente unánime.
Mientras el 99% de los obreros era fanáticamente peronista, el 99% de
la burguesía era fervorosamente antiperonista y había ganado a la
mayoría de las clases medias para esa posición.
Esa
realidad político-social impactó en la izquierda. Muchos elaboraron
teorías acerca del carácter no burgués e incluso antiburgués del
peronismo,[[6]]
un “movimiento nacional y popular” en el cual se borraba la cuestión
de clase al ocupar el centro de gravedad el enfrentamiento
imperialismo-nación. Simultáneamente se sostenía que, al ser
peronistas casi todos los obreros y antiperonistas casi todo los
capitalistas, el movimiento justicialista era entonces la única y auténtica
expresión política de la clase trabajadora argentina. El tiempo se encargó de
poner las cosas en su lugar.
El
enfrentamiento con parte de sus propias burguesías de algunos de
estos gobiernos que se proponen tareas de desarrollo nacional burgués,
se explica por el carácter y las relaciones concretas del capitalismo
nativo con el capital imperialista y, también, con sus clases
subalternas.
En
el curso de su expansión mundial, el capitalismo de los países
centrales registró las más diversas relaciones tanto de
enfrentamiento como de asociación con las clases o capas
sociales dominantes de la
periferia que, a veces, eran precapitalistas, en otras ocasiones,
burguesas, y en algunos casos una mezcla de ambas raíces. Pero hasta
en los casos de colonización más brutal, cuando era el mismo estado
imperialista el que gobernaba directamente —India, Indochina,
Argelia, África negra, etc.—, siempre el imperialismo estableció
algún tipo de asociación con algunos de los sectores dominantes
nativos, poniéndolos así a su servicio.
Esto
ha variado mucho con el tiempo. Hoy, en la fase de globalización del
capital, no es igual que en la época de la reina Victoria. Sin
embargo, persiste —y en muchos sentidos se profundiza— el hecho
fundamental de diferentes formas de asociación del imperialismo con
las clases dominantes nativas para colonizar y explotar a sus propios
países (lo cual, por supuesto, no significa que ya existe una sola
burguesía mundial “transnacionalizada”, ni que desaparezcan las
diferencias y contradicciones). Más adelante veremos cómo y por qué
se da concretamente esta sociedad en el caso venezolano.
Además,
las clases dominantes del Sur no enfrentan solamente el problema de
sus relaciones con los “Grandes Hermanos” del Norte. También
tienen que habérselas directamente con las masas trabajadoras y
populares de sus países. Los gobiernos bonapartistas “sui
generis” consiguieron apoyo en las masas haciéndoles concesiones.
Éstas en ocasiones chocaron con los mezquinos intereses inmediatos de
las burguesías nativas, aunque esas concesiones fueron hechas con
vista a los intereses históricos y de más largo plazo de desarrollo
capitalista nacional independiente.
Muchas
veces no se trató sólo de que afectaban sus bolsillos, sino asimismo
las relaciones de poder. Una característica fundamental de estos regímenes
es que expropiaron políticamente a la clase trabajadora y las masas
populares. Hicieron todo lo posible para que no tuviesen una expresión
política propia e independiente. Pero al mismo tiempo,
contradictoriamente, al apoyarse en ellas, las hacían jugar un papel
primordial en la vida social y política, lo que no era precisamente
del agrado de las burguesías nativas... ni del imperialismo.
Así,
Cárdenas y el PRM [[7]]
ejercían el gobierno apoyándose en un conjunto de organizaciones
obreras y campesinas. Perón mantenía el más férreo control político
de la clase obrera por medio de la burocracia de la CGT, reprimiendo
toda expresión independiente. Pero simultáneamente a nivel de las
empresas daba un cierto poder a las “comisiones internas” y a los
delegados de sección, lo que enfurecía a las patronales. Y lo peor
es que muchas veces dirimía sus pugnas con otros sectores de la
burguesía lanzando a las calles a cientos de miles de trabajadores.
d)
Esto nos remite a otro rasgo no menos importante que los anteriores.
Apoyarse en la movilización de los trabajadores, los campesinos y los
pobres contra las presiones del imperialismo (y a veces de parte de la
misma burguesía nativa), exige simultáneamente establecer
dispositivos de control político de esas masas. Es que se trata
evidentemente de un mecanismo de gobierno peligroso, “anormal”
desde el punto de vista burgués, que además, como
dijimos, se ha presentado en el Tercer Mundo en períodos de agudización de las tensiones nacionales y
sociales .
Por
un lado, el gobierno bonapartista “sui generis” necesita
sostenerse en las masas y sus movilizaciones. Por el otro lado,
necesita impedir que estas movilizaciones se “desborden” y que
lleguen a ser independientes. Es decir, que las masas se
“extralimiten” y tiendan a establecer un poder propio o
por lo menos imponer
medidas más radicales Es jugar con fuego.
Esto
implica la necesidad de instituir diversos mecanismos de control.
Tanto en el régimen de Cárdenas como en los que florecieron en la
posguerra, la burocratización de las organizaciones de masas (en
primer término los sindicatos) jugó un papel fundamental para
ponerles un “chaleco de fuerza”.
Asimismo,
el rol primordial que en esos regímenes juega el aparato burocrático-militar
y policial del estado establece otro reaseguro. Algunos de estos
gobiernos fueron brutalmente represivos contra los intento de
sobrepasarlos “por la izquierda”. Tales fueron los casos en
Egipto, Irak y otros países del mundo árabe. En cambio, otros,
como Cárdenas, fueron más democráticos. Sin embargo, en todos los
casos, el aparato burocrático-militar del estado ha sido un factor
clave de control, ya sea para dar un oportuno golpe de estado cuando
las cosas se desmadran (Perón, 1955; Sukarno, 1965; Torres, 1971), o
ya sea para “garantizar el orden” cuando estos regímenes oscilan
hacia la “normalidad” y la reconciliación con el imperialismo (México
después de Cárdenas, Egipto después de Nasser, Perú después de
Velasco Alvarado).
Pero,
por encima de los aparatos burocráticos del movimiento de masas y del
poder represivo del estado, el principal control político lo
establece el rol de árbitro inapelable que juegan generalmente los líderes
de estos gobiernos y movimientos políticos. En esos “movimientos
nacionales” hay siempre corrientes de “izquierda” y de
“derecha”, pero también, por encima de ellas, suele existir un líder
incuestionable (Nasser, Perón, etc.), que es quien decide en última
instancia. Contra este mecanismo se han estrellado más de una vez las
“alas izquierdas” de estos movimientos, cuando intentaron
“sobrepasar” sus limitados objetivos burgueses. La triste
experiencia del “peronismo revolucionario” con el propio Perón no
ha sido para nada excepcional.
II
— Crisis y virtual desaparición de estos regímenes y gobiernos, y
en general del nacionalismo burgués en América Latina
Las
derrotas del ascenso y de los procesos revolucionarios de los años 60
y 70, la (contra) “revolución conservadora” Reagan-Thacher y los
años de ofensiva imperialista global (económica, política, militar
e ideológica) durante los 80 y 90, el ciclo descendente de la economía
mundial iniciado en los 70 y la respuesta del capitalismo —la
globalización para restaurar la tasa de ganancia—, el ruidoso
derrumbe de la ex Unión Soviética y la más tranquila restauración
capitalista en China (que señalaron el fin del falso “socialismo”
burocrático); todos esos hechos marcaron también el fracaso y el
final de los intentos de desarrollo más o menos “nacional” o
“autónomo” en el Tercer Mundo, que se habían generalizado después
de la Segunda Guerra Mundial.
“En
varios de esos países —señalamos en un trabajo anterior—, el
transplante de industrias sustitutivas de importaciones (y
secundariamente exportadoras), que funcionaban según el sistema
fordista de las metrópolis, dieron cierto aire de realidad a la
mitología del «despegue», teorizada por W.W. Rostow. Así, durante
un cierto lapso luego de la Segunda Guerra Mundial, se produjo un
importante desarrollo capitalista que, aunque muy desigual, creó el
espejismo de que los países atrasados podían seguir la ruta antes
recorrida por las metrópolis y tener un “desarrollo propio” e
“independiente”.
“Sobre
esa realidad económico-social se constituyó en 1955 el movimiento de
países «no-alineados» y florecieron las ideologías nacionalistas
burguesas del «desarrollo nacional independiente» y el «tercermundismo»,
que en los casos más extremos llegaron a autoproclamarse como «socialismos
nacionales».
“La
fase de globalización del capital se caracteriza por la liquidación
de todo eso... hemos asistido a la paulatina y finalmente acelerada
crisis, bancarrota y/o «apertura» de casi todas las economías
capitalistas nacionales estatizadas y (relativamente) «cerradas» de
América Latina, Asia y África.” [[8]]
Varias
de esas experiencias habían sido conducidas por ese tipo de gobierno
que Trotsky había definido como “bonapartismo especial” o “sui
generis”, y sus “movimientos nacionales”.
Su
fracaso final confirmó un hecho fundamental, ya advertido por el
marxismo revolucionario. Los países capitalistas adelantados bloquean
el camino para el progreso de los atrasados. Su “desarrollo democrático
e independiente” es difícilmente realizable en los marcos del
capitalismo. Y hoy la actual configuración “globalizada” del
capitalismo mundial tiende a profundizar aun más el abismo entre el
“centro” de países ricos, imperialistas, y la “periferia”
empobrecida y sometida.
En
América Latina, fue especialmente en los primeros años de la década
del 90 cuando pareció quedar definitivamente sepultada toda veleidad
nacionalista burguesa de “desarrollo independiente”.
Además
de otros factores económicos y políticos, en nuestro continente
impactó sobremanera el derrumbe de la ex URSS. Tras la caída del
Muro de Berlín, el mundo entero fue afectado por la borrachera
triunfalista de la burguesía mundial, que celebraba el “fracaso del
socialismo” y la consagración del capitalismo en su versión
neoliberal como único sistema económico social viable. Pero en otras
latitudes de la periferia, por ejemplo en Asia, ni la burguesías
nacionales (Corea, Taiwán, India, Malasia, etc.), ni las burocracias
reconvertidas al capitalismo (China), aunque navegaban sobre la misma
onda globalizadora y neoliberal, aceptaron como catecismo un despropósito
semejante al “Consenso de Washington”,[[9]]
que hubiera dejado a sus economías totalmente a merced de los
capitales del centro.
En
cambio, las burguesías latinoamericanas, prácticamente por
unanimidad, adoptaron ese catecismo. Creían que así iban a
engancharse a una nueva época de progreso capitalista. Lo del
“ingreso al primer mundo” gracias a la globalización y la
aplicación del programa del Consenso de Washington, fue una
propaganda que terminaron creyendo ellos mismos. Pero la
"apertura" e inserción
del conjunto de América Latina en la economía mundial globalizada
fue presentando problemas cada vez más difíciles. Algunos
empresarios se enriquecieron, otros perdieron la apuesta y se
hundieron, pero lo más importante ha sido que el continente de
conjunto marchó hacia el actual desastre.
La
actitud política e ideológica de las burguesías latinoamericanas
reflejó asimismo los diversos cambios estructurales en sus
relaciones con el capital imperialista. Estos fueron la base económico-social
para que en los 90 el nacionalismo burgués desapareciera como
corriente política significativa en América Latina.
La
globalización del capital y especialmente la globalización
financiera han facilitado una relativa “fusión” o “integración”
de sectores capitalistas de la periferia con los del centro. Tomándose
de este hecho, se ha sacado la falsa conclusión de que se han borrado
los límites y diferencias entre los capitales del centro y de la
periferia, y que han desaparecido las burguesías nacionales
latinoamericanas como tal. A esto (en Argentina y otros países) se le
ha sumado la tontería de que sería, entonces, necesario recrear una
“verdadera burguesía” o “empresariado nacional”.
Descartando
estas exageraciones, es sin embargo indiscutible que desde los años
80 y especialmente en los 90 se generaron y/o profundizaron diversas
formas de asociación (y subordinación) entre los capitales del
centro y las burguesías latinoamericanas. Por ejemplo, mediante el
sistema de titularización de la deuda pública, sectores de
capitalistas latinoamericanos son tenedores de bonos de la deuda
externa de sus propios países, asociándose así con el imperialismo
en uno de los peores mecanismos de ruina del continente. Pero esto
para nada se reduce al terreno financiero. Es tanto o más importante en
la esferas de la producción y el comercio.
A
este respecto, podríamos decir que la época actual se caracteriza
por dos hechos que aparecen como contradictorios, pero que constituyen
una unidad dialéctica: por un lado la contradicción centro
periferia, imperialismo-nación, es más tremenda que nunca; por el
otro, las diversas formas de asociación y entrelazamiento entre las
corporaciones del centro y las burguesías de la periferia es también
más estrecha y variada que nunca.
El
establecimiento de estos y otros lazos se facilitó además porque, al
llegar los años 90, en los principales países latinoamericanos los
procesos de concentración del capital ya habían generado un puñado
de “grupos económicos” que dominaban las principales ramas de la
producción, el comercio y las finanzas. Algunos de esos “grupos
económicos” estaban incluso en condiciones de
“transnacionalizarse” o ya directamente eran propiedad total o
parcial del capital extranjero.
Este
conjunto de cambios económicos se combinó asimismo con un
debilitamiento significativo de las soberanías nacionales de los
estados latinoamericanos. Ha sido un proceso de recolonización, que
ahora el imperialismo yanqui quiere profundizar cualitativamente con
el ALCA.
En
este cuadro, un hecho de especial significación fue la trayectoria de
los “movimientos nacionales” que antaño tuvieron algo que ver con
esos regímenes y gobiernos que apoyándose en las masas resistieron
al imperialismo. Todos, sin excepción, giraron hacia la colaboración
con el imperialismo. Los herederos de Nasser en Egipto están hoy,
junto con Israel, entre los más fieles servidores de EEUU en la región.
El PRI mexicano, continuación del PRM de Cárdenas, encabezó la
entrega, firmando el pacto colonial del NAFTA (tratado de “libre
comercio” con EEUU y Canadá). Y fue el peronismo de Argentina, con
Menem, quien aplicó el Consenso de Washington hasta sus últimas
consecuencias, con los resultados conocidos.
III
— La combinación original de factores que dio lugar al chavismo
Venezuela
ha dado la sorpresa de que, después de un largo eclipse, reaparece en
América Latina un movimiento nacional y un tipo de gobierno burgués
que se apoya en las masas y en el aparato militar del estado, para
querellarse con el imperialismo y con buena parte de su propia
burguesía.
Pero,
en verdad, la historia nunca se repite, por lo menos en los mismos términos.
Por un lado, lo de Venezuela es una reedición tardía de un fenómeno
político frecuente en otras épocas, con “mecanismos” de clase
similares. Pero, por el otro, sucede en un contexto mundial y
latinoamericano muy distinto del que se presentaba en la posguerra. Y
ser parte de esa totalidad tan diferente, esta “reedición” no
puede dejar de asumir rasgos propios.
Se
trata, evidentemente, de un producto del desastre económico social
latinoamericano de los últimos veinte años que, en Venezuela, ha
tenido una expresión especialmente severa. En ese sentido, se parece
a lo sucedido en Argentina. En relativamente poco tiempo (en el caso
de Argentina aun más aceleradamente), se produjo un brusco
deslizamiento a la pobreza y la indigencia de la gran mayoría de la
población.
Ambos
eran países que, a diferencia de otros de América Latina, como
Brasil, no arrastraban la carga histórica de la existencia de grandes masas de excluidos.
Por sus niveles de vida y empleo, atraían la emigración de los países
vecinos; en el caso venezolano, de Colombia. Hasta hace poco más de
dos décadas, a Venezuela iban también emigrantes de Europa (Portugal
y las Islas Canarias), y profesionales, técnicos y obreros
especializados de Argentina, Uruguay y otros países.
Distintos
organismos oficiales, privados y de las Naciones Unidas dan cifras
diferentes, dependiendo de qué métodos de medida se utilicen, pero
todas muestran ese derrumbe brutal. Una de esas mediciones, la del
Proyecto Pobreza de la Universidad Católica Andrés Bello, estima que
en 1975 la pobreza afectaba al 33% de la población y la indigencia
(no tener ingresos para comer lo suficiente) al 15%. En 1995, la
pobreza se había duplicado, alcanzaba al 70%, pero la indigencia se
había triplicado: llegaba a un 45%.
Otra
medición posterior eleva la pobreza al 80% de la población.[[10]]
Según el Informe sobre Desarrollo Humano 2000, “de los cinco
millones de hogares venezolanos, un millón no cuenta con ingresos
para alimentarse. Si se utiliza el criterio de las necesidades básicas
insatisfechas, se cuentan 1.300.000 hogares en la pobreza extrema”.[[11]]
Como
en el resto del continente, esta catástrofe social es consecuencia de
la violenta caída del empleo, del salario y de la calidad del empleo
(sólo se crean puestos en el sector “informal”), y también,
secundariamente, de la drástica reducción de los gastos sociales del
estado en cumplimiento de planes de ajuste.
Asimismo,
como en otros países de América Latina, esto motivó protestas y
estallidos sociales (como el Caracazo de 1989) e hizo entrar en crisis
terminal al antiguo régimen político, basado en la alternancia de
Acción Democrática (socialdemócratas) y COPEI (demócrata-cristianos).
Con
el Caracazo de 1989, se inicia un proceso de luchas sociales y políticas
que, con altibajos y situaciones muy diferentes, en verdad se prolonga
hasta hoy. Es en ese proceso de donde surge el “chavismo”, un fenómeno
político muy distinto a los generados por las mismas causas en otros
países del continente. ¿Por qué esa “originalidad” venezolana?
El
cataclismo social latinoamericano agudiza las contradicciones
imperialismo-nación, en la medida en que la dominación imperialista
exige una transferencia cada vez más asfixiante de recursos bajo
distintos mecanismos (pago de la deuda externa, remesas de dividendos
de las inversiones extranjeras, fuga de capitales, pagos de servicios,
patentes y “propiedad intelectual”, intercambio desigual, etc.).
Pero al mismo tiempo, como hemos analizado, son menores los márgenes
para que este enfrentamiento se exprese a través de un nacionalismo
al viejo estilo de Cárdenas o del primer peronismo. ¿Por qué
Venezuela parece constituir una excepción?
El
papel colosal del estado en la economía venezolana, base material del
bonapartismo chavista
El
análisis marxista suele descartar las explicaciones “monocausales”.
En los grandes hechos concurren siempre una combinación original de
muchos factores contradictorios, estructurales y superestructurales.
La
crisis social descomunal a la que nos referimos, la irrupción de las
masas con el Caracazo y la bancarrota de los representantes políticos
tradicionales fueron ingredientes básicos que se combinaron, abonando
el terreno para el posterior desarrollo del chavismo como movimiento
nacional, primero, y luego, como gobierno burgués “anormal”, apoyado en las FFAA y las masas populares más pobres.
Tampoco
fue “normal” el nacimiento y los primeros pasos del chavismo como
corriente política. Siete años antes del Caracazo, Chávez ya había
iniciado su camino como tendencia política clandestina dentro de las
fuerzas armadas (el MBR-200, Movimiento Bolivariano Revolucionario,
fundado en 1982).
Con
su estilo tan pintoresco, Chávez ha descrito esto así: “Podemos
decir que [la Revolución Bolivariana] es como la fórmula del agua:
H2O. Si decimos que el pueblo es el oxígeno, la Fuerza Armada es el
hidrógeno”.[[12]]
Esta ha sido, efectivamente, la “fórmula”, pero no sólo en
Venezuela sino también en las anteriores experiencias de
“bonapartismo sui generis”.
No
sabemos en qué medida influyeron en eso los antecedentes históricos
de las corrientes castristas que se desarrollaron una generación atrás
entre los militares venezolanos y que en los años 60 intentaron dos
sublevaciones (Carúpano y Puerto Cabello, en 1962). Son cosas poco
frecuentes en los ejércitos latinoamericanos. Entre una de las
originalidades de Venezuela a ese respecto, está también el hecho de
que Douglas Bravo, el principal líder de la guerrilla castrista de
la época y varios de sus comandantes provenían de la oficialidad.
Chávez,
en la larga entrevista con Le Monde Diplomatique recién citada, explica la
“excepcionalidad” de que en Venezuela existan “militares por un
cambio social”. Lo atribuye a varios motivos: origen familiar muy
humilde, tradición ideológica de Bolívar (que tuvo una
clarividencia genial sobre el papel que jugaría EEUU en relación a
América Latina), escasas relaciones con las FFAA yanquis y su
“Escuela de las Américas” y, sobre todo, una formación
universitaria en ciencias sociales, con lecturas de Marx y Mao Tsetung,
y debates sobre temas tales como “el ejército como agente del
cambio social”.[[13]]
El
MBR-200 nace como una nebulosa ideológica y política, "para
estudiar el pensamiento de Bolívar y discutir sobre la situación del
país", según la explicación del propio colectivo. El examen de la
“situación del país” se enfocaba inicialmente sobre los
latrocinios de los “malos gobernantes”, la dilapidación de los
dineros del estado, su aprovechamiento por empresarios corruptos, etc.
Estos temas parecen a primera vista un lugar común (pero en última
instancia menor) de la política latinoamericana. Sin embargo, en
Venezuela adquieren otras dimensiones. Es que el estado tiene allí un
peso, un papel económico cualitativamente superior, un papel directo,
incomparable con cualquier otro estado latinoamericano.
Este
papel colosal del estado en la economía venezolana ofrece una amplia
base material (y a la vez crea incentivos y exigencias) para
reeditar,
en las nuevas condiciones mundiales, una experiencia parecida a las
que mencionamos de la posguerra. No sucede así en los demás países
latinoamericanos, o por lo menos no alcanza tales dimensiones.
El
peso económico directo y dominante del estado se llama, en primer
lugar, petróleo, pero también hacen parte de él otras ramas y
empresas estatizadas. Veamos algunos números.
En
el año 2000, el sector público realizó el 81,80% de las
exportaciones de bienes FOB y servicios. Este 81,80% de exportaciones
del sector público es la suma de un 77,80% de exportaciones
petroleras y un 4,01% de no petroleras. En cambio, las exportaciones
no petroleras del sector privado fueron apenas el 10,90% del total
exportado.[[14]]
Entonces,
es directamente el sector público el que genera el grueso de los
ingresos de divisas de Venezuela y el que mantiene las relaciones
fundamentales con el mercado mundial. La “iniciativa privada”
venezolana no parece muy capaz de producir bienes vendibles en el
mercado mundial.
Si
consideramos el Producto Interno Bruto, las proporciones son también
impresionantes y muy distintas a las de otros países
latinoamericanos. Aquí los datos oficiales del Banco Central no
desglosan el sector público del privado. Pero tomando cifras del año
2000,[[15]]
el rubro “Actividades petroleras” (que son casi totalmente del
sector público) vemos que aporta el 27,38% del PIB total. A esto habría
que agregar la participación del Estado en los rubros de “Minería”,
“Electricidad y Agua” y “Manufactura”, con lo que el
porcentaje superaría largamente el 30%.
Pero
en la realidad, la verdadera importancia productiva del sector público
es cualitativamente mayor. La concepción con que se elaboran las
estadísticas del PIB llevan a una exageración del sector
“servicios”. Si hacemos la comparación a nivel de las
“Actividades Productoras de Bienes”, excluyendo los servicios, el
sector “Actividades petroleras” alcanza el 50,47% del total de
bienes producidos. Sumando a eso las actividades en otros rubros donde
el Estado tenía aún fuerte presencia, el porcentaje del sector público
posiblemente oscilaba en el año 2000 entre un 55 a un 60% de las
“Actividades productoras de bienes”.[[16]]
El
movimiento político y la posterior experiencia de gobierno de Chávez
se origina entonces de una combinación tan explosiva como
original.
A
los rasgos comunes con otros países del continente que ya señalamos
—crisis social, irrupción de las masas, bancarrota del antiguo régimen
político y su partidocracia— se añadían otros muy
específicos,
como el de un sector militar que discutía acerca de “el ejército
como agente del cambio social” (o sea, intervenir en política).
Pero lo más importante es que los militares que se planteaban eso
eran parte de un estado que ejercía un papel económico colosal, pero
que había ido al desastre bajo la administración de los políticos
tradicionales.
El
enorme rol económico del sector público en Venezuela tiene que ver
con su carácter de país petrolero. Es la “gran teta” —expresión
popular venezolana— de la que todas las clases sociales tratan de
prenderse para obtener su parte de esa renta especial. Este carácter
de país petrolero tiene asimismo varias consecuencias políticas, que
también concurren a la peculiar combinación de factores de los que
nace el chavismo.
En
primer lugar, basta fijarse en los países petroleros del resto del
mundo para ver cómo en muchos de ellos perduran los “estados
fuertes” y/o los gobiernos y regímenes bonapartistas, aunque todos
han ido “oscilando” hacia una mayor colaboración con el
imperialismo (el coronel Kadhafi, de Libia, ha sido uno de los últimos
en tirar la toalla). La administración y reparto de la renta
petrolera parece como si exigieran la mediación de este tipo de regímenes.
En
segundo lugar, geopolíticamente, producir petróleo no es igual que
producir zanahorias. Cuando la primera Guerra del Golfo (1991) contra
Saddam Hussein por su ocupación del enclave petrolero de Kuwait,
alguien dijo una gran verdad. Que si Kuwait no fuese productor de petróleo
sino de zanahorias, EEUU no se hubiese molestado en mandar una flota y
un enorme ejército para desalojar a Saddam. Teóricamente, desde el
punto de vista abstracto de su valor de cambio, producir —como hace
Venezuela— 54.000
millones de dólares anuales en petróleo y derivados [[17]]
equivaldría a producir 54.000 millones en hortalizas. Pero desde el
punto de vista concreto de su valor de uso, en este caso también su
valor geopolítico, es completamente diferente.
Así,
las relaciones entre el imperialismo y los países petroleros de la
periferia suelen estar “cargadas” de tensiones especiales. Irak es
el caso extremo pero no excepcional. La relación centro-periferia ya
no se reduce simplemente a la producción de manufacturas en el centro
y de materias primas (commodities) en la periferia, como sucedía un
siglo atrás. Sin embargo, el
petróleo sigue siendo “la” materia prima por excelencia. Es casi
la única de la cual hasta ahora no puede prescindir sin que se
produzca un derrumbe catastrófico de la producción y la vida social.
Y
estas tensiones particulares han ido agravándose, porque la política
energética de EEUU (desde antes de Bush) tiende al control directo de
las fuentes productoras de crudo (lo que hasta puede incluir la
presencia militar, como en Irak, el Golfo y algunas ex repúblicas de
la URSS en Asia Central). Es que el imperialismo yanqui ve venirse
encima, aunque no inmediatamente, dos probables crisis
energéticas.
Una, más cercana, por su excesiva y creciente dependencia del petróleo
importado, sobre todo de Medio Oriente. La otra, más lejana pero más
grave, por el declive de la producción por agotamiento de las
reservas mundiales, lo cual hasta ahora no tiene solución con otras
fuentes de energía.
En
el caso de Venezuela, aunque el petróleo había sido nacionalizado en
1976, el imperialismo, a través de mecanismos que explicaremos luego,
en los años 90 estaba a la ofensiva y de hecho sus agentes
administraban PDVSA (la petrolera estatal). A caballo de la onda
neoliberal y privatizadora entonces de moda, PDVSA estaba siendo “roída”
poco a poco. A la baja de los precios del crudo a lo largo de los años
80 se fue añadiendo que la proporción percibida por el estado de la
factura petrolera, por motivos “misteriosos”, también se achicaba
más y más. Esto era producto de las maniobras conjuntas del
imperialismo, de los políticos que gobernaban el país, de los
ejecutivos de PDVSA y de los empresarios nacionales y extranjeros que iban
prendidos en la cosa. Todos ellos comenzaban abiertamente a
propagandizar la “solución”: avanzar cada vez más en la
privatización de las actividades petroleras. Al parecer, eso también
provocó un elemental reflejo de “defensa nacional” entre sectores
de las Fuerzas Armadas, que fue expresado por el chavismo.
Estos
factores concurrían de distinta manera al surgimiento y desarrollo
del nuevo movimiento nacional. Pero además éste se encontró con un
campo relativamente despejado en el terreno político.
Como
ya dijimos, la crisis económico social y la irrupción de las masas
desde el Caracazo generaron también una grave crisis de representación
política. Los dos grandes partidos tradicionales se fueron
derrumbando, primero AD y luego COPEI. Se armaron otras alternativas
de derecha, algunas serias, como Proyecto Venezuela, que conserva su
importancia, y otras de opereta, como la candidatura presidencial de
una ex Miss Universo. Pero no fueron suficientes.
El
descrédito también fue afectando a las viejas formaciones de la
“izquierda” reformista (MAS, Causa R). Quien había sido el líder
histórico del MAS, Teodoro Petkoff, no tuvo mejor idea que ingresar
como ministro de Economía al gobierno de COPEI (que precedió al de
Chávez) para aplicar desde allí las recetas del FMI. Causa R se
escindió y algunos terminaron junto a Chávez. El PCV (Partido
Comunista de Venezuela) también fue al pie del comandante y allí
sigue estacionado.
Por
su parte, las corrientes revolucionarias —en primer lugar el
trotskismo, con una buena implantación e influencia en los sectores más
combativos de la vanguardia obrera y con grandes líderes sindicales,
como Orlando Chirino, actual dirigente de la UNT (Unión Nacional de
Trabajadores), la nueva central alternativa a la burocracia de la
CTV— no tenían las fuerzas ni las posibilidades de presentar una
opción creíble a las masas obreras y populares. Recordemos que cuando Chávez
inicia su actividad pública, encabezando la sublevación del 4 de
febrero de 1992, estaban mundialmente en su apogeo las consecuencias
ideológicas de la caída del Muro y el derrumbe de la ex URSS. La
“crisis de alternativa socialista al capitalismo” era más fuerte
que nunca y se reflejaba en el país.
Por
lo demás, en Venezuela, aunque la vanguardia ha sido generalmente de
izquierda y “socialista”, la mayoría de las masas trabajadoras y
populares apoyaban tradicionalmente a AD y en menor medida a COPEI,
mientras una minoría, que llegó a ser importante, hizo ensayos con
la izquierda reformista, principalmente Causa R y el MAS. Ahora, las
bases en ruptura se pasaban directamente a Chávez.
IV
— La Santa Alianza del imperialismo, la burguesía y la meritocracia
Para
forzar un cambio de régimen, ha venido funcionando en Venezuela una
coalición entre el imperialismo, la mayoría de la burguesía
venezolana y un sector
muy peculiar, que se conoce con el nombre de “meritocracia”, y que
tiene que ver con el peso monumental del sector público petrolero en
la economía. Amplios sectores de las clases medias sirven de masa de
maniobra a esta coalición. Pero lo hacen en función de “idiotas útiles”,
sin que tengan alguna expresión independiente con peso político
significativo. Veamos esto más de cerca, porque también, por
contraste, ayuda a iluminar la naturaleza del chavismo.
El
desagrado de Washington
Como
veremos más adelante, aunque habla de Revolución Bolivariana, Chávez
está muy lejos de haber aplicado ninguna medida revolucionaria, de
fondo, contra el imperialismo y la burguesía. Hasta ahora no ha
tocado una sola de sus propiedades importantes y, aunque se apoya en
sectores de masas, se ha cuidado muy bien de que esto genere una
alternativa de poder obrero y popular.
Bajo
su gobierno, Venezuela provee puntualmente gran parte de los
combustibles que consume EEUU, paga religiosamente la deuda externa y
ha cumplido también sin chistar los planes de ajuste dictados por el
FMI. Incluso, en los primeros tramos de su gobierno, Chávez siguió
adelante con medidas privatizadoras de empresas del estado (aunque no
del sector petrolero) y con oscuras operaciones en el sector
financiero, como fue la privatización del Banco Provincial (la mayor
entidad bancaria de Venezuela) en favor del BBVA (Banco Bilbao Vizcaya
Argentaria).
Sin
embargo, tanto a la burguesía venezolana como a su Amo del Norte el
comandante les resulta intolerable. Sus medidas de gobierno en favor
de las masas se han reducido hasta ahora a unas limitadas reformas
para paliar la abrumadora miseria de los sectores más
pobres. Pero ellas han afectado marginalmente los privilegios y los
bolsillos de la parasitaria burguesía venezolana. Además, el
gobierno ha tratado de recuperar el control de PDVSA, lo que también
implica poner ciertos límites a las petroleras imperialistas que, a
través de la corrompida burocracia de la empresa estatal, de hecho la
manejaban a favor de sus intereses. Asimismo, Chávez denunció la
guerra colonial-petrolera contra Irak y se opone frontalmente al ALCA.
Y por si esto fuera poco, provee combustibles a Cuba en condiciones de
pago generosas.
Por
supuesto, no hay un motivo único de estas contradicciones. Pero,
dentro de ellas, la actual política mundial estadounidense de
“asegurarse” a toda costa las reservas mundiales de petróleo es
un factor de importancia. Como hemos mencionado, EEUU quiere
establecer controles directos, sin depender de regateos ni problemas
con gobiernos más o menos nacionalistas. En cierto sentido y sin que
sean lo mismo, las tentativas de golpe en Venezuela son una
continuidad de Irak. La oposición abierta de Chávez a la agresión
imperialista en Medio Oriente es un lógico reflejo defensivo de quien
percibe los verdaderos y más amplios motivos de la política de
Washington. El triunfo de la oposición burguesa en Venezuela
significaría poner al frente del país a un puñado de vendepatrias,
de agentes de EEUU que están públicamente a sueldo del Departamento
de Estado. En Argentina o en Brasil, una revelación como esa
incineraría a cualquier político. Pero los de la Coordinadora Democrática
ni se inmutan. En eso se parecen a los títeres del “gobierno iraquí”
que EEUU hoy trata de montar en Bagdad.
La
llegada al poder de esa pandilla significaría retomar el curso
privatizador de PDVSA que, como veremos, marcó las gestiones
anteriores. En cierto sentido, Chávez ha cumplido un rol defensivo
del petróleo y de la renta petrolera, que poco a poco se fue
escapando de las manos y del control del estado, a pesar de que
formalmente, desde 1976, a través de PDVSA, es su propietario. Y,
para bien o para mal, el estado y el conjunto de la sociedad
venezolana siguen dependiendo de la renta petrolera. Su reparto ha
sido y es el centro de un dura disputa, aunque esto se presente a
veces “velado” bajo otras apariencias y discursos.
Pero
la oposición del imperialismo yanqui no sólo tiene que ver con
factores económicos y geopolíticos, sino también específicamente
políticos.
Al
igual que las burguesías latinoamericanas, Washington abomina de todo
lo que aparezca como “demagogia” o “populismo”. Por limitadas
que sean las concesiones y las medidas de los gobiernos bonapartistas
“sui generis”, ven algo peligroso en este tipo de regímenes, que
se apoyan (relativamente) en la movilización popular y que basados en
ella pretenden cierto grado de independencia.
El
modelo de Washington para dominar su patio trasero latinoamericano es
el de la “democracia” colonial, un régimen hoy bastante en
crisis. El Departamento de Estado prefiere, naturalmente, la pasividad
total de las masas. Y que cada cuatro o cinco años, los ciudadanos
vayan a votar como zombis a dos o tres candidatos aprobados por
Washington y “vendidos” por la TV, de la misma manera que se
venden jabones o alimentos para perros.
Por
eso, aunque Chávez ha ganado varias elecciones seguidas, el
imperialismo lo clasifica como “antidemocrático”, y, en cierto
sentido, tiene razón, porque efectivamente preside un régimen burgués
pero diferente de la “democracia” colonial al uso en América
Latina.
La
lumpen-burguesía venezolana
Junto
con el imperialismo yanqui, el segundo socio de esta Santa Alianza es
la mayoría de la burguesía venezolana, clase que presenta rasgos
propios.
Décadas
atrás, Andre Gunder Frank usó el concepto de “lumpen-burguesía”
en referencia a las clases dominantes de América Latina.
Inicialmente, Gunder Frank caracterizaba como tal a la burguesía
comercial y terrateniente del Sur de EEUU que vivía de producir
materia prima (algodón) mediante el trabajo esclavo para la industria
textil de Inglaterra, el capitalismo más avanzado de su época. Con
Lincoln, la burguesía industrial del Norte la aplastó en la Guerra
Civil de 1861-65, garantizando así el vertiginoso desarrollo
capitalista independiente de los EEUU. Para Gunder Frank, en los países
de América Latina se habrían producido luchas similares, pero con
desenlace opuesto. Sus consecuencias fueron el atraso y la dependencia
de nuestros países.
Esta
concepción de Gunder Frank ha sido muy debatida y es efectivamente
muy discutible. Pero, más allá de esos antiguos debates sobre los
que no estamos en condición de pronunciarnos, nos parece que si buscáramos
en América Latina un ejemplo de lumpen-burguesía, la de Venezuela se
acerca bastante al modelo. Sólo que en su caso no se trata del oro
blanco, el algodón, sino del oro negro. Y, para colmo, ni siquiera es
ella quien lo produce directamente, como hacían los
terratenientes-esclavistas del Sur, sino que se ha limitado a
apropiarse de la renta petrolera. Si hay algunas palabras que diversos
autores, de izquierda y derecha, suelen usar cuando estudian a esta
burguesía, son los términos “rentistas” y, también,
“parasitismo”.
El
proceso de concentración del capital —uno de los rasgos principales
de la actual fase de globalización— en Venezuela ha llevado, por un
lado, a una extrema concentración de riqueza y, por el otro, a una
fenomenal extensión de la pobreza, enflaqueciendo cada vez más el
porcentaje de sectores medios. Sólo el 5,4% de la población se ubica
en los estratos I y II de alta y mediana burguesía y apenas un 14% en
el estrato III de clase media.[[18]]
En
la cúspide de la pirámide están unos 31 grupos económicos,
encabezados por el grupo Polar (10.000 millones de dólares), el grupo
Gustavo y Ricardo Cisneros (9.000 millones de dolares) y el grupo
Oswaldo Cisneros (8.500 millones). En total, los 31 grupos manejan
capitales por 151.000 millones de dólares, mientras que la deuda
externa de Venezuela, ya en la década pasada, rondaba los 30.000
millones.[[19]]
¿Cómo
han hecho sus fortunas? Ya en los años 30, cuando la renta petrolera
percibida por el estado se hacía cada vez más importante, se formuló
la idea de “sembrar el petróleo”. Es decir, de invertir sus
ganancias en otras actividades productivas que promovieran el
desarrollo y progreso de Venezuela y le permitieran superar su condición
de monoproductor de hidrocarburos, que ya se intuía problemática.
¿Pero
cómo “sembrar el petróleo”? “Emerge la idea de utilizar el
ingreso petrolero para el desarrollo industrial y agrícola del país
venezolano merced a una política que tiende a facilitar crédito a
los empresarios capaces... Mientras el gobierno capta el ingreso
petrolero en forma de impuestos y los distribuye sobre todo a los
empresarios «expertos de la inversión», ellos mismos empiezan a
formar parte del grupo gobernante... Se justifica por lo tanto la
consolidación de grandes grupos asociados a familias, como los grupos
económicos, tradicionalmente importadores en su mayoría, Polar,
Cisneros, Mendoza, Boulton, Blohm, Phelps, Tinoco, Vollmer que
diversifican y amplían sus actividades. Se apropian de una parte
sustancial de la renta petrolera, y colocan fuertes capitales tanto
dentro de la economía del país como en el exterior.” [[20]]
Otros
estudios definen a este sector social como “los
capitalistas-rentistas... Tal es el caso de Venezuela, donde se ha
organizado un sistema distributivo controlado por los funcionarios del
estado y los políticos que han adquirido poder con una gran variedad
de formas de distribuir la renta petrolera. Ello ha conducido a la
formación de sectores empresariales (Fedecámaras, Conindustria,
Consecomercio, Cámara Petrolera de Venezuela, PYMI)... En el caso de
las empresas, se encuentran también filiales de grandes corporaciones
internacionales (tipo General Motors o Procter & Gamble)”.[[21]]
Décadas
después, se puede verificar que la “siembra del petróleo”... en
las arcas de la burguesía no ha variado en lo más mínimo la condición
de país monoproductor y, además, ha hundido en la más espantosa
miseria a la mayoría de la población.
Hasta
en términos estrictamente capitalistas, esta lumpen-burguesía es
indefendible. Cómo hemos visto en las cifras del comercio exterior,
luego de 70 años de ser “regada” por el estado con decenas de
miles de millones de dólares, no ha sido capaz de hacer florecer
ramas competitivas capaces de igualarse y sustituir al petróleo y
diversificar la inserción del país en el mercado mundial. Y su
performance no ha sido mejor dentro del país que fuera de él. Basta
un solo dato: aunque sobran tierras potencialmente productivas,
Venezuela debe importar gran parte de los alimentos. Esto implica una
tragedia para las clases populares cada vez que una devaluación
dispara automáticamente los precios de los comestibles.
Pero
este papel central de “los funcionarios del estado y los políticos”
en el “sistema distributivo” de la renta petrolera sufre
cortocircuitos con el nuevo régimen. Ya no son “los políticos”
sino los nuevos funcionarios militares y civiles del
aparato del estado quienes pasan a “distribuir”.
El
nuevo régimen no toma las medidas revolucionarias que esta lumpen-burguesía
merecería, ni expropia un centavo de sus bienes mal habidos. Pero el
mencionado “sistema distributivo” ya no funciona exactamente igual
que antes. ¡Además, Chávez comete contra ella varios agravios, como
querer que pague impuestos directos, algo que prácticamente nunca
hizo en la historia!
Su
asociación con el imperialismo yanqui es estructural y no nace hoy
por la necesidad coyuntural de enfrentar juntos a Chávez. Viene de
muy lejos. Buena parte de la “siembra de petróleo” en los
bolsillos de la burguesía se fugó del país y está invertida en
EEUU.
Un
personaje emblemático de estas íntimas relaciones económicas y
también políticas de la burguesía venezolana con EEUU es Gustavo
Cisneros, cabeza del segundo grupo económico del país y clasificado
como el hombre más rico de América Latina, después del mexicano
Carlos Slimm. La familia Cisneros fue construyendo su fortuna desde
hace más de medio siglo mediante los contratos y créditos del
estado, y sobre todo su especial asociación con la dirigencia de Acción
Democrática. Hoy, las inversiones de Gustavo Cisneros desbordan
Venezuela. Allí es dueño de Venevisión. Pero fuera del país posee
Univisión, la principal cadena hispana de Estados Unidos, y es socio
y/o dueño de America On Line (AOL), Direct TV Latin,
Play Boy TV Latin America, ChileVisión, Caracol Televisión de
Colombia, etc. Está también asociado a Coca-Cola y otras empresas
norteamericanas y posee o controla más de 70 compañías en 40 países.
A nivel político, es miembro de varias de esas instituciones de la
burguesía norteamericana que “aconsejan” al Departamento de
Estado, como The Americas Society (Sociedad de las Américas), donde
se codea con David Rockefeller y William R. Rhodes del Citibank.[[22]]
Al
mismo tiempo, Cisneros encabeza la oposición golpista, junto con los
directivos del grupo Polar. En varias ocasiones hasta ha presidido
personalmente sus reuniones. Las pantallas de Venevisión son una
cloaca de mentiras, desde donde se aterroriza a las clases medias
acerca del peligro del castro-comunismo que se ha apoderado del
gobierno.
Los
estrechos lazos con EEUU —no sólo económicos y políticos sino
también más ampliamente culturales y ideológicos— no se limitan a
esa oligarquía de las 31 familias y sus grupos económicos. Desde esa
cúspide se van “derramando” hacia las capas menos pudientes de la
burguesía y también de sectores de las clases medias. Tiene que ver
con sus bolsillos, pero también con su psicología. Para ellos, el
imperialismo yanqui es como el sol que los alumbra, y Miami un
suburbio del Paraíso Terrenal.
La
meritocracia, una originalidad venezolana
Si
la burguesía presenta rasgos peculiares, el otro miembro de esta
Santa Alianza es una originalidad venezolana. Se trata de una capa
social conocida con el nombre de “meritocracia”. Son los
componentes del aparato gerencial de PDVSA, la empresa estatal
petrolera.
En
el 2001 no eran 31 familias sino 870 personas (¡650 de ellas en Caracas, donde no
se produce ni refina petróleo!), que ese año cobraron salarios por
208 millones de dólares. Es decir, un promedio de 239.000 dólares
por cabeza. Pero esa cifra no lo dice todo. Algunos de estos
“trabajadores” ganaron hasta 4.000.000 millones de dólares ese año.[[23]]
Esos
fueron en el 2001 los ingresos legales de esta capa gerencial. Dejamos
librada a la imaginación de nuestros lectores sus ingresos “por
debajo de la mesa”, en sus tratos diarios con los políticos, los
empresarios venezolanos y, sobre todo, con las empresas y petroleras
imperialistas.
Sobre
esta capa social se han hecho varias teorizaciones. Algunos la
comparan con la nomenklatura de la ex Unión Soviética, pero no en su
rol gubernamental, sino por el lugar que ocupaba en el aparato
productivo del estado, sus funciones como administradores del mismo, y
sobre todo su tendencia a escapar del control del propio estado
“propietario”.[[24]]
Comparación que de ninguna manera es descabellada.
En
el marxismo, y también fuera de él, se ha especulado mucho acerca de
las relaciones entre los propietarios y los administradores del
capital o sectores gerenciales, importante problema ya considerado por
Marx. Hoy, algunos marxistas como Dúmenil y Lévy ven en los cambios
producidos en esta relación un componente fundamental del capitalismo
actual.[[25]]
Efectivamente,
existe una tendencia de los administradores a tornarse “autónomos”
(tanto mayor cuanto más gigantescas son las corporaciones). Por otra
parte, sus intereses no coinciden cien por cien con los de los
propietarios. Hay pujas por las remuneraciones gerenciales. Los frecuentes escándalos en las grandes corporaciones
acerca de la falsificación de la contabilidad por los ejecutivos para
“dibujar” ganancias inexistentes es otra expresión notoria. Sin embargo, y a través de todos los escándalos,
la última palabra la tienen finalmente los propietarios. El
capitalismo sigue siendo capitalismo.
En
Venezuela, con PVDSA, pareció que se había cumplido el sueño de la
absoluta independencia gerencial. PDVSA es una sociedad anónima cuyas
acciones tienen un único propietario, el estado venezolano. Pero, al
mismo tiempo, PDVSA es un gigante en relación al aparato del
estado,
incluidas sus fuerzas armadas. No se trata de una relación de igual a
igual. Esto debe haber sido muy desagradable para los sectores
militares del aparato estatal, porque además ellos estaban
desplazados de las relaciones con PDVSA, papel reservado a los políticos
y altos funcionarios civiles. Chávez se ha referido a PDVSA como la
colina que no había podido tomar en casi cuatro años de gobierno.[[26]]
A
mediados de la década pasada, PDVSA ocupó el segundo lugar entre las
50 empresas petroleras más grandes del mundo, según una clasificación
que toma en cuenta varias medidas: cantidad de reservas y producción
de crudo y gas, capacidad de refinación y volumen de ventas.[[27]]
Esto posiblemente haya sido algo exagerado. Una clasificación
posterior, de 1999, con otros criterios, la ubica en el lugar número
once, lo que de todos modos es extraordinario.[[28]]
Existe
una cuestión de proporciones entre PDVSA y su propietario, el estado.
Como ya dijimos antes, la factura petrolera consolidada de PDVSA,
antes del paro patronal de fines del 2002 e inicios del 2003, se
ubicaba, con oscilaciones, en unos 54.000 millones de dólares
anuales.[[29]]
Pero los ingresos corrientes ordinarios del estado llegaban, según el
presupuesto del 2003, a algo más de 19.000 millones.[[30]]
¡PDVSA casi lo triplicaba en ingresos!
Como
señalamos, el estado era el formal propietario de PDVSA, pero había
prácticamente perdido el control sobre ella. So pretexto de que los
intereses partidistas no perturbasen el funcionamiento de la gran
empresa petrolera, la administración de PDVSA era (y es) ejercida por
esa capa gerencial que se cooptaba a sí misma —supuestamente— por
sus “méritos”, y no por influencias políticas. De allí la
palabra “meritocracia”. Pero estas santas intenciones tenían
tanto que ver con la realidad, como Jesucristo con los Papas de la época
de los Borgia.
En
verdad, la meritocracia iba reemplazando cada vez más al estado en su
función de distribuidor de la renta petrolera.
En
primer lugar, los balances de PDVSA y en general sus operaciones económicas
y financieras eran un misterio insondable, sobre todo si se realizaban
en el exterior, donde la petrolera venezolana había extendido
extraordinariamente sus operaciones. Por ejemplo, Citgo, la filial en
EEUU de PVDSA, tiene el 10% del colosal mercado norteamericano. En
otros países, PDVSA también ha comprado refinerías y establecido
empresas propias o sociedades con otras petroleras.
Existe
lo que un profesor venezolano llama púdicamente “la nube de
misterio” que envuelve a PDVSA. Como ejemplo cita una anécdota. A
mediados de los 80, en el Congreso venezolano, corrían datos de que
la compra por parte de PDVSA de acciones de una refinería de EEUU había
sido una monumental malversación. El presidente de la República,
Jaime Lusinchi, pidió explicaciones al presidente de PDVSA. Éste,
simplemente, le cerró la puerta en las narices, alegando la necesidad
de mantener el secreto operativo frente a la competencia. Y el
presidente de Venezuela se calló la boca frente al presidente de
PDVSA.[[31]]
En
una sociedad anónima “normal”, un incidente similar entre el
principal accionista y el presidente del directorio terminaría en su
inmediato despido. Con PDVSA sucedía lo opuesto. Esa era la relación
de fuerzas entre la meritocracia y el resto del aparato del estado.
En
medio de esta “nube de misterio”, no es de extrañar que los
aportes de PDVSA al estado (tributos fiscales petroleros) fueran
mermando de año en año. Al comenzar sus operaciones, en 1976, PDVSA
tributaba al estado el 74,4% de total de sus ingresos (la factura
petrolera). ¡En el 2000, el tributo se había reducido al 23,2% de
sus ingresos![[32]]
Hay
que comprender en toda su magnitud el desastre que esto significaba
para un país que vive de la renta petrolera. Esto funcionó como el
detonador de la crisis económica, social y política del país
Para
eximirse de responsabilidades, la meritocracia alegaba las
oscilaciones y caídas en los precios del crudo, lo que es verdad.
Pero estas variaciones de precios no impedían a otras petroleras
estatales mantener su proporción de aportes al estado. En el 2000,
los ingresos totales de Pemex (la petrolera estatal mexicana)
totalizaron 50.300 millones de dólares, de los cuales pagó 29.000
millones al gobierno. Ese mismo año, los ingresos de PDVSA fueron de
54.000 millones, pero el estado venezolano recibió sólo 11.300
millones.[[33]]
Otra
disculpa de la meritocracia era el carácter “pesado” y
“amargo” del crudo venezolano, lo que impone mayores gastos de
procesamiento. Sin embargo, nunca se presentaban cuentas claras de
estos problemas operativos.
Pero
la catástrofe iba más allá de las cifras de caída de los tributos
de PDVSA al estado. La meritocracia no se limitaba a lo que un
especialista petrolero venezolano caracterizó bien como “estafa
continuada y agravada”, en la que también participaban a manos
llenas empresarios venezolanos y extranjeros como subcontratistas, “tercerizados”,
proveedores, etc.[[34]]
Además, la meritocracia conducía PDVSA en estrechas relaciones con
las petroleras norteamericanas y la Shell, y se ubicaba en los
carriles de la política energética de Washington. Esto tuvo dos
graves consecuencias, entre otras.
La
primera fue que PDVSA rompió los acuerdos tomados en la OPEP
(Organización de Países Productores de Petróleo),
excediendo su cuota de producción y favoreciendo así la caída de
los precios, como deseaba el imperialismo. La segunda, más grave aun,
es que a través de distintos mecanismos —tercerización y otros—
comenzó de hecho la privatización “en cámara lenta” de PDVSA.
Aunque se movían con “pies de plomo” por lo sensible del tema, en
los 90, tanto la meritocracia como los políticos y las entidades
empresarias ya planteaban eso más o menos abiertamente. Se hablaba de
“desregulación” y “desreglamentación”, pero se sabía lo que
significaba.
En
la segunda embestida contra Chávez (el paro patronal del 2 diciembre
del 2002 al 2 de febrero del 2003), la meritocracia estuvo a la
vanguardia. Su ideólogo más notorio, Luis Giusti (que había
presidido PDVSA durante el quinquenio 1994-1999), se jactó públicamente
de que al paralizar PDVSA Chávez caería en unos días. Su derrota
fue un golpe muy duro para este sector. Sin embargo, estructuralmente,
no ha habido en PDVSA un cambio verdaderamente radical.
Esto
tiene que ver con el capítulo siguiente, el balance de las
políticas del chavismo y su caracterización.
V
— ¿Reforma o Revolución?
Frente
a fenómenos políticos como el de Chávez, el marxismo revolucionario
—no el marxismo de las sectas ni tampoco el de los oportunistas—
ha tenido posiciones muy abiertas y nada sectarias. Pero también, al
mismo tiempo, independientes y ajustadas a lo que esos fenómenos son
realmente.
Así,
Trotsky, como ya vimos, comparaba el papel histórico de Cárdenas con
el de Abraham Lincoln. Pero, al mismo tiempo, formulaba una clara
caracterización de su gobierno, y planteaba a la vanguardia y a los
trabajadores una política independiente. Frente al ataque del
imperialismo por la nacionalización del petróleo, Trostky sostenía:
“La causa de México, como la causa de España [en guerra civil
contra el fascismo], como la causa de China [invadida por el
imperialismo japonés], es la causa de la clase obrera
internacional”. Pero simultáneamente decía: “El proletariado
internacional no tiene ninguna razón para identificar su programa con
el programa del gobierno mexicano. Los revolucionarios no tienen
ninguna necesidad de cambiar de color...” [[35]]
Creemos
que se impone decir algo parecido en relación a Venezuela y a Chávez.
La causa de Venezuela y su pueblo es la causa de la clase obrera
internacional y también de todos los pueblos y naciones oprimidas y
explotadas por el imperialismo. Pero no hay ninguna razón para
identificar nuestro programa con el de Chávez. Los revolucionarios no
tenemos ninguna necesidad de cambiar de color.
Como
es sabido, Chávez se reivindica revolucionario. Encabeza un proceso
político al que denomina “Revolución Bolivariana” y, más allá
de cualquier otra consideración, es evidente que se ha ganado el odio
de casi todos los explotadores de su país y del imperialismo
norteamericano. Además, ha conquistado el apoyo de gran parte de la
clase obrera y de la mayoría de la población pobre de Venezuela.
Pero
hasta ahora su Revolución Bolivariana no ha ido más allá de algunas
modestas reformas. Ellas, indudablemente, han beneficiado a los más
pobres. Pero, como ya señalamos, no han prácticamente alterado la
distribución del ingreso, ni mucho menos la propiedad y el poder, que
son lo que realmente cuenta si se quiere hablar de revolución.
Un
reformismo que hace reformas
A
diferencia de Lula, Kirchner y otros estafadores, Chávez encabeza un
reformismo que de verdad ha intentado efectuar ciertas reformas.
En
noviembre del 2001 dictó un paquete de 49 leyes, que provocaron una
violenta oposición de la burguesía. Una de las más rechazadas, la
Ley de Tierras, establece el derecho de todos los venezolanos adultos
a solicitar un terreno para su familias. En principio, esto sería
tomado de fincas de propiedad del Estado, que son muy grandes y tienen
la mayoría de la tierra cultivable. Pero estos terrenos del estado
son frecuentemente revindicados por los grandes terratenientes, que se
apoderan de ellos por la fuerza. En el 2003, el estado distribuyó
tierras a 130.000 familias, que reúnen a unas 650.000 personas.[[36]]
Otra
ley de reforma urbana da los títulos de propiedad a los que han
ocupado terrenos, y también distribuye tierras del estado. Asimismo,
se ha impulsado la formación de comités de tierra, para encarar
colectivamente la instalación de servicios de agua, electricidad,
etc.
La
Ley de Pesca prohíbe a las grandes empresas pesqueras operar a menos
de 10 millas de la costa, lo que protege a los pescadores artesanales,
numerosos en Venezuela.
La
Ley de Hidrocarburos fue muy objetada dentro del propio chavismo
porque abre la puerta al capital privado en algunas operaciones, pero
al mismo tiempo significó “un freno al proceso de privatización de
PDVSA” y también un intento de poner coto al escándalo de la
disminución de los tributos al estado.[[37]]
Simultáneamente,
Chávez ha intentado poner en marcha proyectos de “economía
social”, según los denomina. Esta “economía social” asume
varias formas, pero en general consiste en “la promoción de
cooperativas y microcréditos” según “el modelo del Banco Grameen
de Bangladesh”. “Venezuela tenía sólo 800 cooperativas cuando Chávez
llegó al poder, y se estima que ahora hay alrededor de 40.000, un
incremento de 50 veces más”.[[38]]
Debemos
acotar que las “microempresas”, los
“microcréditos” y los “bancos de los pobres” que toman
como modelo al de Bangladesh, son medidas que el Banco Mundial desde
hace muchos años recomienda para paliar la pobreza en el Tercer
Mundo... sin afectar la propiedad de la burguesía y las
corporaciones, y librando al estado de mayores gastos sociales. Además,
en los países donde esto funciona con “eficiencia”, el resultado
es la constitución de circuitos “periféricos” de las
corporaciones, que abaratan tanto la producción como la distribución.
En Bangladesh esto es notorio en la industria de la confección.
En
Venezuela, estos proyectos de “economía social” no se hacen sobre
la base de tomarse empresas de la burguesía, ni siquiera cuando la
patronal las cierra. Después que el 2 de diciembre del 2002 los
patrones iniciaron su paro de dos meses, Chávez amenazó con la
ocupación por los trabajadores de toda empresa que cerrara. Pero esto
quedó en palabras, y su gobierno generalmente se ha opuesto a que los
obreros y empleados ocupen y pongan en marcha las empresas en
problemas.
Probablemente
las medidas más amplias de “lucha contra la pobreza” de Chávez
se han dado combinadas con la educación. En ese terreno, la caída en
la pobreza de la mayoría de la población había puesto también en
bancarrota al sistema educativo.
Chávez
duplicó el presupuesto de educación e implementó los programas de
“escuelas y guarderías bolivarianas”. Éstas no sólo dan enseñanza
sino también comida, desayuno, almuerzo y merienda regulares, que
antes muchos niños pobres no recibían. Muchos hogares pobres están
constituidos sólo por una madre y a veces sólo por un padre. El
horario extendido de estas escuelas y guarderías les permite ir a
trabajar sin dejar abandonados a sus hijos. Podríamos seguir citando
otras medidas por el estilo, a nivel de la educación media y
universitaria.
El
resultado de todas estas políticas refleja bien el carácter del
chavismo. Los índices de pobreza no han descendido. Siguen en el
mismo nivel o incluso según algunos han empeorado. Sin embargo, ha
mejorado el IDH (Índice de Desarrollo Humano), que comprende salud,
educación, escolarización, alfabetización, etc.[[39]]
O sea, pobreza con paliativos.
El
reformismo de Chávez no ha pasado de esos límites. Incluso,
comparado con sus predecesores (por ejemplo, Cárdenas, o Nasser, que
estatizó la mayor parte de las ramas no agrarias, o Perón, que no
expropió gran cosa pero impuso una verdadera redistribución del
ingreso), Chávez aparece mucho más atrás.
Antes
dijimos que la historia nunca se repite, por lo menos de la misma
forma. Los regímenes de posguerra similares al de Chávez, actuaron
en una etapa en la cual, dentro de ciertos límites, el capitalismo
tenía mayores márgenes de concesiones. En los países centrales,
esto se reflejó en la conformación del “estado de bienestar
social”. En los países más “prósperos” de la periferia (como
Argentina y la misma Venezuela), sucedió algo parecido aunque en
menor escala. Ahora, la modestia de las reformas del chavismo y la
enfurecida oposición que provocan en el imperialismo y la burguesía,
reflejan los insignificantes márgenes del capitalismo globalizado
para otorgar “conquistas”. Sin una ruptura revolucionaria con el
capitalismo, poco y nada pueden lograrse hoy.
La
revolución, la propiedad y el poder
Incluso
esas modestas reformas de Chávez van a estar siempre pendientes de un
hilo si no se resuelve el problema revolucionario de la propiedad y el
poder.
Con
mucha razón, Trotsky señalaba que el problema de la revolución
tiene que ver en resumidas cuentas con qué clases sociales disponen
de la propiedad y de las armas. En suma, se trata de la cuestión del
poder. Y esto ha sido así en todas las revoluciones. También fue así
en la que Chávez dice inspirarse, la que encabezó el gran
revolucionario Simón Bolívar.
En
concreto, mientras los 31 grupos económicos sigan siendo los dueños del país,
en Venezuela no se habrá producido ninguna revolución, e incluso las
limitadas reformas de Chávez estarán siempre en cuestión. Si los
trabajadores y las masas populares no arrancan de las manos de los 31
grupos las propiedades que esta lumpen-burguesía ha
acumulado en medio siglo de robarse la renta petrolera gracias a sus
agentes políticos en el estado, no sólo no habrá una revolución
sino que tampoco habrá reformas (en serio).
Lo
mismo hay que decir en relación al petróleo, la principal riqueza
del pueblo venezolano. Si la gran empresa que lo produce, PDVSA, sigue
administrada por una capa de gerentes que sólo rinden cuentas a sí
mismos, al final poco habrá cambiado.
La
derrota del paro patronal iniciado en diciembre de 2002 probó que los
trabajadores pueden gestionar la gran empresa estatal:
“Los
trabajadores y obreros de la industria no abandonaron sus puestos de
trabajo —relata un testigo—... Sin contar con los gerentes,
asumieron el control operacional de la industria; tomaron las
instalaciones cerradas, poniendo a funcionar las actividades
paralizadas, reactivando las operaciones, comunicándose con las
gasolineras que estaban dispuestas a recibir lo refinado... Fue la
actividad decidida de la clase obrera y el resto de los trabajadores
petroleros lo que garantizó la producción y la reactivación de la
industria... El método utilizado para garantizar esta magna tarea fue
profundamente democrático: asambleas y discusiones donde deliberaban
cómo controlar la producción y en algunos casos la distribución...
¡Hubo control obrero en PDVSA!” [[40]]
Luis
Giusti, el líder de la meritocracia, había dicho días antes: “Si
PDVSA se para, el gobierno cae”. ¡Y tenía razón! Si Chávez no
cayó, fue porque PDVSA no se paralizó. Y eso se debió en buena
medida a la movilización de los trabajadores, que impuso el control
obrero.
Pero,
apenas pasado el peligro, Chávez no sólo acabó con los inicios de
control obrero, sino que reorganizó la gerencia de PDVSA haciendo
regresar a muchos de los que participaron del sabotaje. Y al
significado político de esas medidas, hay que añadir que sólo el
control obrero podría despejar del todo la famosa “nube de misterio” que
envuelve PDVSA, sus operaciones y su contabilidad, y tras la cual se
le roban al pueblo venezolano miles de millones de dólares.
Lo
de PDVSA no es una anécdota menor, sino una radiografía exacta de la
naturaleza del chavismo y de su política para nada revolucionaria. Es
que admitir el control obrero en PDVSA y apoyarse en él para barrer por
completo a la meritocracia significaba pasar una frontera de clase.
Pero
quizá lo más revelador del carácter del chavismo ha sido su política
ante los sucesivos intentos de golpe. No es en las épocas de
desarrollo pacífico sino en los momentos de crisis donde se revela la
verdadera naturaleza de las corrientes políticas y los líderes. En
este caso, Chávez repitió la conducta no casual de varios de sus
predecesores, como Perón, Torres y tantos otros.
El
golpismo proimperialista fue categóricamente derrotado en dos
ocasiones, en abril de 2002 y a principios de 2003. Y lo fue gracias
principalmente a la movilización de las masas trabajadoras y pobres
de Venezuela, y también a la oposición de un sector de las fuerzas
armadas. ¿Pero por qué, a los pocos meses, la reacción puede volver
a ponerse de pie y redoblar el ataque, como si nada hubiese pasado?
Muchos
partidarios incondicionales de Chávez lamentan que, después de ambas
victorias, no tomó medidas para explotarlas, terminando de aplastar
al enemigo vencido (como es el “abc” en términos militares). Uno
de ellos lo sintetiza bien, diciendo que Chávez administró los
triunfos como si fueran derrotas: “el gobierno se rindió ante un
enemigo derrotado”.[[41]]
¿Pero a qué se debe eso? ¿El coronel Chávez, uno de los más
brillantes alumnos de los cursos de la Escuela Superior del Ejército,
olvidó esas reglas, que son similares en la guerra y la política?
Para contestar esta pregunta, se pueden hacer teorías psicológicas
(que abundan en los textos chavistas “críticos”) o se puede
intentar una respuesta marxista.
Otro
partidario fervoroso de Chávez hace las siguientes reflexiones acerca
de su actitud ante los empresarios y la meritocracia que intentaron
varias veces derrocarlo:
“El
pueblo derrotó la conspiración y derrocó al fascismo [se refiere al
“gobierno” del golpista Carmona, presidente de la central patronal
Fedecámaras, que duró apenas unas horas]. Trae de vuelta a Chávez.
Y lo insólito es que quien debía aplicar mano dura [Chávez] viene
abrazando un Cristo y restituyendo una junta golpista petrolera que
había sido la médula del golpe... [...]
Siguen en libertad todos los que prepararon la masacre de abril [de
2002] y el golpe
petrolero [diciembre 2002-febrero 2003]. Todos, los dueños de los
medios de comunicación, Carlos Ortega, Carmona, en fin, la cárcel es
para los pobres... ¿Cómo es posible que quienes atacaron y
suplantaron un régimen democrático por un gobiernillo de facto estén
libres? ¿Cómo es posible que quienes asesinaron de hambre a este
pueblo en diciembre [de 2002] ... anden hablando libremente?” Una de
sus hipótesis es que “el presidente [Chávez] es una reencarnación de Gandhi...”
[[42]]
Pero
en otra parte de estas reflexiones da más en el clavo, aunque sin
advertirlo: “Chávez cometió la omisión que tanto criticó Eva Perón
al general Perón en Argentina: no armó al pueblo. «Los generales
son rameras por el dinero, gente de derecha que te va a traicionar.
Armá a los trabajadores», decía Evita”.[[43]]
Esta
anécdota es formalmente falsa. Evita jamás dijo tal cosa y además
murió antes de que se planteara el problema del golpe. Pero de
contenido es verdadera. Ante el peligro de golpe gorila en 1955, la
formación de las milicias obreras fue propuesta públicamente a Perón
por la CGT. Éste la rechazó de plano. Y en el último y final
intento de golpe, Perón se rindió sin luchar, aunque hubiese podido
derrotarlo fácilmente... si convocaba y armaba a las masas
trabajadoras. Prefirió caer.
Pero
no fue ninguna “omisión”. Esta historia se ha repetido infinidad
de veces. Por ejemplo, con el general Torres en Bolivia (1971), con
Sukarno en Indonesia (1965), etc., etc. No son “Gandhis”. Son
dirigentes burgueses consecuentes y fieles a su clase.
Hacer
otra cosa, armar y movilizar a los trabajadores y las masas populares
para aplastar definitivamente los embates de la burguesía hubiera
significado pasar una frontera, un límite de clase. Hubiese
significado poner en pie otro poder, un poder obrero y
popular. O sea,
comenzar a hacer, en serio, una revolución.
No
se puede acabar con la contrarrevolución “fascista” sin una política
revolucionaria
En
los medios “chavistas”
se suele caracterizar a la oposición burguesa y proimperialista como
“fascista”. Aunque esto no es exacto, la contrarrevolución
burguesa y proimperialista comparte con el fascismo “clásico” un
rasgo importante, que moviliza a sectores desesperados de las clases
medias contra los trabajadores y los pobres.
¿Pero
por qué la oposición burguesa ha logrado esto? En Venezuela se
repite un mecanismo que se ha dado infinidad de veces en la historia.
En situaciones de grave crisis económico-social y política, los
sectores medios suelen oscilar violentamente tanto hacia la derecha
como hacia la izquierda. Si desde la clase trabajadora y la izquierda
(y, en este caso también desde el gobierno) no hay una política
efectiva para ganar a parte de la clase media y neutralizar al resto,
se allana el camino para que sea la reacción quien la instrumente.
En
el caso de Venezuela juegan, por supuesto, factores ideológicos, políticos
y hasta étnicos. Buena parte de la clase media es por su origen de
inmigración europea y la burguesía ha sabido explotar los
sentimientos racistas contra los “negros”, los “patas”, como
califica la oposición a las masas de trabajadores y pobres que
sostienen a Chávez. El mismo Chávez, rompe étnicamente con la
cadena de presidentes blancos puros que se han sucedido en el Palacio
Miraflores.
Pero,
más allá de los prejuicios y telarañas acumulados en
las cabezas de los sectores medios, el factor fundamental que los
mueve es la crisis económico-social. La mayor parte de la clase media
se empobreció violentamente en los 90, y un sector considerable apoyó
al principio a Chávez, con la esperanza de mejorar su suerte.
Pero
la situación general de la economía no ha mejorado y “al contrario
de lo que mucha gente en Venezuela parece creer, estas tendencias económicas
han afectado más a la clase media que a los pobres”.[[44]]
A eso se agrega otro hecho no menos importante: “los grandes
programas gubernamentales... principalmente benefician a los pobres...
no a la clase media... Los pobres, además, tienden a formar redes
sociales que amortiguan el impacto de la inflación, grandes
comunidades y familias extendidas quienes se ayudan unas a otras y,
también, en forma de servicios públicos gratuitos de salud y educación”.[[45]]
Las
reformas que antes comentamos (las 49 leyes, los programas en educación,
etc.) van, entonces, dirigidos a los más pobres y no abarcan a
sectores importantes de clase media. Según algunos, éste sería
“el mayor error de Chávez”.[[46]]
Pero
aquí estamos otra vez en la misma. No se trata de un “error” sino
de una imposibilidad dado los límites de clase de la política
chavista. Conquistar (o reconquistar) a sectores amplios de las clases
medias (o por lo menos neutralizarlos) exigiría atacar la propiedad de los 31 grupos económicos y del
imperialismo. Sólo a costa de los bienes y de las ganancias de esa
lumpen-burguesía y del imperialismo, el gobierno venezolano podría
contar con los medios para dar amplias concesiones a la pequeñaburguesía
(y asimismo superar los estrechos límites de los programas que
favorecen a los más pobres).
Este
es un problema estratégico. La oposición proimperialista ha
reclutado su ejército contrarrevolucionario entre las clases medias.
Una deserción en masa dejaría a la contrarrevolución en bancarrota.
Hasta ahora todas sus derrotas han sido meramente tácticas. Por eso
puede volver a ponerse de pie rápidamente. La única derrota estratégica
sería destruir sus bases sociales, que van desde su poder económico
hasta el apoyo político de amplios sectores medios.
Las
medidas para hacer eso no son un misterio para nadie. La cuestión es
si existe voluntad política para aplicarlas. Significaría, en las
condiciones sociales y políticas del siglo XXI, seguir una estrategia
parecida a la de “guerra
a muerte”,[[47]]
aplicada en su época por el gran revolucionario Simón Bolívar, sin
la cual la lucha por la independencia no habría podido triunfar.
Esto
exigiría medidas contundentes por parte de las masas trabajadoras y
populares, empezando por unirse y movilizarse para barrer de las
calles, por las buenas o por las malas, a los señoritos de los barrios burgueses de Caracas. Asimismo,
sería imprescindible tomar las más severas medidas contra la
pandilla de la “Coordinadora Democrática” y los grupos económicos
que la financian. Arrancar la televisión de las manos de estos facinerosos sería
la primera disposición absolutamente necesaria, no para dársela al
Estado, sino para que funcione bajo la gestión de las organizaciones
de masas, y para que todas las corrientes de la clase trabajadora y
los sectores populares puedan expresarse allí con absoluta libertad.
La
expropiación de los 31 grupos económicos, de las corporaciones de
capital extranjero y de todo capitalista que pretenda oponerse, cierre
su empresa, despida personal o haga sabotaje a la producción y al
abastecimiento, es la medida fundamental para arrancar de cuajo el
poder económico de la oposición, y para poder organizar la producción
y la distribución en favor de los pobres, los trabajadores y los
sectores de clase media pauperizados.
Llevar
adelante esto bajo control y administración democrática de los
trabajadores evitaría, por un lado, la conformación de una
burocracia administrativa y, por el otro, garantizaría la estrecha
adhesión de los trabajadores, y de los profesionales y técnicos de
clase media que se sumen a ella. En relación a PDVSA, el
establecimiento del control obrero abriría por primera vez la
posibilidad de que la totalidad de la renta petrolera beneficie al
pueblo venezolano.
La
deuda externa es otro obstáculo que impide mejorar la situación de
las masas trabajadoras y de clase media. No pagar esa deuda (que tiene
su origen en los fraudes de los bancos privados y los grupos
financieros internacionales, la fuga de capitales de la gran burguesía
y los latrocinios de la meritocracia en PDVSA) es otra disposición
imprescindible.
Pero
para poder tomar éstas y otras medidas realmente revolucionarias, que
pondrían coto a las amenazas de la derecha, sería imprescindible
extender y centralizar todos los organismos de lucha (sindicatos de la
UNT, asambleas populares y de barrio, círculos bolivarianos, y también
a los soldados y militares antigolpistas). Y que estos se proyecten
como una alternativa de poder propio. Como parte de eso, el problema
del armamento de las masas se pone también sobre el tapete. Y podría
resolverse apoyándose en la organización de los soldados y militares
antigolpistas, ligados a los organismos obreros y populares.
Es
que depositar confianza en las FFAA de conjunto, por su carácter
supuestamente “bolivariano”, podría repetir el error de Chile en
1973, cuando se les decía a los trabajadores que confiaran en las
FFAA porque eran “democráticas”. O el de Argentina en 1955,
cuando no se debía dudar del Ejército porque era”sanmartiniano”.
¿Hasta cuándo la oficialidad de las fuerzas armadas de Venezuela va
a resistir la doble presión de EEUU y de su propia burguesía?
Si
no se toman medidas de este calibre y sobre todo si no se avanza en el
camino de un poder independiente de las masas obreras y populares, aun
cuando se derrote la nueva intentona del referendo revocatorio, el
triunfo va estar cuestionado a la vuelta de la esquina.
Pero
aquí se plantea un dilema, tanto a los luchadores de la vanguardia
venezolana como a las masas. La gran mayoría de ellos creen y confían
en Chávez. Sin embargo, la línea general de Chávez no es la política
bolivariana de “guerra a muerte”. Chávez ha tenido oscilaciones, pero hasta
ahora en cada ocasión la resultante ha sido la búsqueda de
conciliaciones y acuerdos. Y, sobre todo, no traspasar los límites
sagrados de la propiedad capitalista y del monopolio del poder (y de
las armas) por el aparato del estado burgués venezolano. Este
problema no podrá resolverse si no hay un giro de la vanguardia y las
masas venezolanas hacia una política independiente.
Un
problema de vida o muerte para la vanguardia venezolana: ¿política
independiente o política de “apoyo crítico, consejos y
presiones”?
Este
es el dilema que tienen planteado los luchadores obreros y populares
de Venezuela, sobre todo los que se reclaman revolucionarios. Hasta
ahora lo que ha primado en muchos sectores de vanguardia —incluso en
los más radicalizados, por ejemplo los que provienen del
trotskismo— ha sido la política que podríamos llamar de “apoyo
crítico, consejos y presiones” en relación a Chávez.
Digamos,
en primer lugar, que esto no es novedoso. Ha sido frecuente como política
del “ala izquierda” de los movimientos nacionales, tanto de América
Latina como de otras regiones del Tercer Mundo. En Argentina fue la línea
de la izquierda peronista en relación a Perón. Y aquí y en todo el
mundo siempre terminó en el más completo fracaso.
¿En
qué consiste esta política? Por un lado, se asume el rol de
consejeros públicos y/o privados del líder o la dirección de estos
movimientos. Se trata de convencer al líder que, en vez de hacer
esto, sería mejor hacer tal o cual cosa. Esto suele ir acompañado,
en mayor o menor medida, de ciertas presiones para que las propuestas
sean escuchadas y aceptadas.
Pero,
aunque esto vaya acompañado de críticas que pueden ser muy fuertes, jamás
se pone en cuestión que es el líder o dirección del movimiento
quien decide en última instancia. No se propone ningún mecanismo o
camino realmente independiente y democrático, en el sentido que sean
la vanguardia y los sectores en lucha y radicalizados del movimiento
de masas los que decidan el rumbo, sino que se aceptan las reglas
del arbitraje bonapartista.
En
la vanguardia venezolana hay infinidad de muestras de esta política.
Por ejemplo, la Asamblea Popular Revolucionaria sostiene el sitio www.aporrea.org,
que ha jugado un papel de primera línea en el combate a los
intentos golpistas y en la denuncia del acoso del imperialismo yanqui
contra Venezuela. Aporrea está conformada por luchadores que
honestamente quieren ir mucho más allá de lo que está haciendo Chávez.
Frecuentemente Aporrea publica críticas al gobierno en ese sentido.
Pero
su política se engloba completamente en lo que decíamos acerca de
los “consejos y presiones”. Así, el 2 de febrero pasado publican
un “Mensaje al Presidente Chávez en ocasión del quinto aniversario
de su toma de posesión”.[[48]]
Esta
carta abierta comienza expresando “nuestros
mayores deseos para que siga adelante liderando el proceso de
transformación... el pueblo venezolano ha depositado su más generosa
confianza en usted como su líder máximo...”.
A
partir de este reconocimiento incondicional que hace Aporrea de Chávez
como el “líder máximo”, se desarrollan las críticas y consejos:
“la mayoría del pueblo quiere profundizar este proceso
revolucionario que ya está en marcha y...
terminar de derrotar definitivamente al golpismo y a la
derecha. A nosotros, los integrantes del equipo editorial de
Aporrea.org, nos anima el optimismo y la esperanza. Sin embargo
queremos comentarle fraternalmente lo que creemos entender y que este
hermoso pueblo está percibiendo, rodilla en tierra y con indignación,
siempre a su lado, cómo en muchas ocasiones se atenta contra el
proceso revolucionario de cambios, desde posiciones de poder
institucional y de dirección política del propio gobierno y cómo se
han venido haciendo concesiones a los agentes de la oligarquía y del
golpismo.”
A
continuación se enumera una larga lista de cuestiones importantes que no se hacen o se
están haciendo mal, desde avalar en el Ministerio de Trabajo las
“decenas de miles de despidos
injustificados e ilegales que violan descaradamente del decreto de
inamovilidad laboral” hasta “la impunidad de tantos
delincuentes... golpistas... saboteadores y promotores del paro
patronal... policías y militares asesinos y ... medios de comunicación
que continúan envenenando nuestras mentes”.
Esto
se matiza con algunas presiones: “el
pueblo se movilizó y se organizó y lo seguirá haciendo para avanzar
en las transformaciones y en sus conquistas... Dejó de ser ingenuo y
aunque cree en usted, ya no lo hará ciegamente con otros
dirigentes... el pueblo
está inquieto y ansioso, y está vigilante con quienes se visten de
bolivarianos pero dan señas equívocas”.
Pero
la conclusión no deja dudas: todo desemboca en la esperanza de que el
“líder máximo” se convenza de esto y actúe en consecuencia.
Esta
política de apoyo crítico, consejos y presiones se manifiesta
incluso en los sectores más clasistas, como los compañeros de OIR
(Opción de Izquierda Revolucionaria). OIR reúne a muchos de los
dirigentes obreros del antiguo PST (Partido Socialista de los
Trabajadores) de Venezuela. Han jugado un papel histórico y de primera línea en
la recomposición del movimiento obrero, encabezando la fundación de
la Unión Nacional de Trabajadores el año pasado.
Aunque
sostienen expresamente una posición más independiente —“OIR no
tiene compromisos políticos con el gobierno ni con ninguna de las
organizaciones que lo apoyan”— y que los acontecimientos han
demostrado “el vacío de una dirección política y sindical
consecuente”,[[49]] todo eso se encuadra en los marcos del presunto
“proceso revolucionario” encabezado por Chávez. Sus críticas
a infinidad de medidas del gobierno son duras y correctas. Pero esa
larga suma de críticas nunca se eleva a una conclusión global: la
necesidad de una alternativa independiente de Chávez.
La
vanguardia venezolana tiene entonces un gran problema para esclarecer
y resolver. Si, más allá de cualquier consideración táctica, se
ubica en los limitados marcos del “chavismo” (aunque sea como su
ala de "extrema izquierda") o si combate desde
una posición independiente.
Creemos
que tanto las experiencias históricas anteriores como las del propio
proceso político venezolano exigen cada vez más que la vanguardia se
organice con una política y un programa revolucionario totalmente
independiente de Chávez. Más allá de la necesidad
indiscutible y obligatoria de unidad de
acción contra el golpismo, son imprescindibles otras organizaciones, otra política,
otro programa y otros líderes para llevar
hasta el fin un proceso revolucionario que acabe con la dominación
imperialista y la explotación capitalista en Venezuela y América
Latina.
Notas:
[1].-
Ernesto Carmona, EEUU “promueve la democracia” en
Venezuela, Argenpress, 20/02/04.
[2].-
Bush Meets Skepticism on Free Trade at Americas Conference, New
York Times, 14/01/04.
[3].-
Leocenis García, ¿Y después?, Soberania.info, 15/01/04.
[4].-
Trostky, La industria nacionalizada y la administración obrera,
Escritos, Tomo X, p. 482, Editorial Pluma.
[5].-
Trotsky, México y el imperialismo británico, 5 de junio de 1938,
en Escritos, Tomo IX, p. 518, Editorial Pluma.
[6].-“El
peronismo es el hecho maldito del país burgués”, fue la famosa
definición de John William Cooke, dirigente del “peronismo
revolucionario”. Con ella sostenía el carácter absolutamente
intolerable del peronismo para la burguesía argentina.
[7].-
PRM: Partido de la Revolución Mexicana, organizado por Cárdenas
en 1938 en base al PNR (Partido Nacional Revolucionario) y
antecesor del actual PRI (Partido Revolucionario Institucional).
[8].-
La mundialización del capitalismo imperialista, www.socialismo-o-barbarie.org
[9].-
La primera y más conocida versión del Consenso de Washington fue
formulada en 1990 por el economista John Williamson, del Instituto
Internacional de Economía de esa capital, quien trazó diez
recomendaciones de “reforma económica” que gozaban del
respaldo unánime del Departamento del Tesoro, el FMI y demás
organizaciones multilaterales, así como de los académicos
neoliberales.
[10].-
Fundacredesa, Estudio Nacional de Crecimiento y Desarrollo
Humanos, 1996.
[11].-
PNDU — Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo,
Informe del 2000.
[12].-
Chávez y la Revolución Bolivariana — Conversaciones con
Luis Bilbao, Ediciones Le Monde Diplomatique, Buenos Aires, 2002,
p. 28.
[13].-
Cit., pp. 28 y ss.
[14].-
Porcentajes calculados en base a la planilla Comercio
exterior a precios corrientes - Año 2000, Estadísticas del Banco
Central de Venezuela.
[15].-
Porcentajes calculados en base a la planilla Producto Interno
Bruto a precios constantes - Año 2000 a 2002, Estadísticas del
Banco Central de Venezuela.
[17].-
Factura petrolera consolidada del 2000 (Pablo Hernández y otros,
El golpe de estado fue petrolero, Soberanía.info, noviembre 2002.
[19].-
Simón Jesús Urbina, 31 grupos económicos controlan a Venezuela,
www.franzjutta.com.
[20].-
Marc Guiblin, El sector petrolero en Venezuela, Centre d’Études
ibériques et latino-américaines appliquées - Université de
Paris IV-Sorbonne, DESS - 1998-1999.
[21].-
Domingo C. Fargier M y otros, La apertura petrolera en el
capitalismo rentístico venezolano: un intento de explicación,
Revista Brasileira de Energia, Vol. 6, N° 1 - 1° semestre1997.
[22].-
Ernesto Carmona, ¿Quién es Gustavo Cisneros? - 25/10/02, Dossier
Cisneros, Venezuela Unida, www.nodo50.org /venezuela-unida.
[23].-
Aram Ruben Aharonian, Petróleos de Venezuela: El gran botín del
golpe, Rebelión, 21/04/02.
[25].-
Ver Dumenil & Lévy, Neoliberal dynamics – Imperial dynamics,
2003 y Salida de crisis, amenaza de crisis y nuevo capitalismo,
www.cepremap.ens.fr/levy/.
[26].-
“Nosotros tenemos aquí casi cuatro años y no hemos podido
tomar la colina de PDVSA... yo, presidente, no podía siquiera
mover un gerente, nada. Entonces yo dije, vamos a tomar esa colina
cueste lo que cueste”, La Verdad, Venezuela, 05/02/04.
[27].-
Petroleum Intelligence Weekly, 1994.
[28].-
Aram Ruben Aharonian, cit.
[29].-
El golpe de estado fue petrolero, cit.
[30]
.- Venezuela – Presupuesto 2003, Capítulo 1 – Ingresos y
fuentes de financiamiento de la República.
[31].-
Juan Carlos Boué, El programa de internacionalización de PDVSA:
¿triunfo estratégico o desastre fiscal?, Revista. Venezolana de
Economía y Ciencias Sociales, 2002, vol. 8 nº 2 (mayo-agosto).
[32].-
Víctor Poleo, Responsabilidades políticas y penales, Soberanía.info,
noviembre 2002, y Aram Ruben Aharonian, cit.
[33].-
Juan Carlos Boué, cit.
[34].-
Víctor Poleo, Estafa continuada y agravada, Soberanía.info.
[35].-
Trotsky, México y el imperialismo británico, cit.
[36].-
Gregory Wilpert, La lucha de Venezuela contra la pobreza, ZNet,
enero 2004.
[37].-
Luis E. Lander, La reforma petrolera del gobierno de Chávez,
Revista Venezolana de Economía y Ciencias Sociales, 2002, vol. 8
Nº 2 (mayo-agosto).
[38].-
Gregory Wilpert, cit.
[40].-
Ángel Arias, Control obrero y popular – Congreso Constituyente
de los trabajadores petroleros., OIR,
[41]
.- Víctor P. Uzcátegui, La historia no oficial, Soberania.info,
12/12/03.
[42].-
Leocenis García, cit.
[44].-
Gregory Wilpert, ¿Por qué la clase media (en su mayoría) se
opone a Chávez?, Rebelión, 3/11/02.
[47].-
Ver
en www.analitica.com/bitblioteca/bolivar/decreto.asp el
revolucionario Decreto de Guerra a Muerte, promulgado por Bolívar
el 15 de junio de 1813.
[48]
www.aporrea.org/dameletra.php?docid=6686
.-
OIR a los trabajadores, julio 2003.
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