Las
paradojas del corto, medio y largo plazo
Por
Susana Pezzano
La Insignia, septiembre del 2004
¿Hacia
dónde se dirige Venezuela? Acertar con la respuesta puede ser tarea más
de demiurgos que de mortales. Sin embargo, es posible aproximarse al
tema a través de situaciones paradójicas -entendidas como callejones
sin salida- que afrontarán tanto el gobierno como en la oposición,
en el corto, mediano y largo plazo.
El
punto de inflexión es el referéndum del 15 de agosto. Y aunque
parezca extraño, importa más en término de radiografía de un país,
divisoria de aguas de quien ganó y perdió, que determinar si hubo o
no fraude.
Como
fotografía de un estado de la sociedad corroboró tres cuestiones: a)
que la mayoría del país apoya el proceso chavista y que esa base
social corresponde fundamentalmente a los sectores pobres, que
representan el 85 por ciento de la población; b) que la oposición
agrupa a un número significativo de personas (40 por ciento, según
cifras oficiales) aunque en términos políticos esa cifra revela que
no creció absolutamente nada en comparación con los comicios de 1998
que llevaron a Chávez al poder; y c) como producto de las dos
premisas anteriores, el país continúa polarizado.
Respecto
del controvertido asunto del fraude, entre el oficialismo que lo niega
de plano y la oposición que lo agita como bandera, existe un sector
de analistas políticos que llama la atención sobre las supuestas
maniobras ventajistas y manipuladoras del gobierno en el proceso
previo al referéndum, a la par que sospecha la activación de alguna
"trampa fraudulenta", en caso que se hubiera detectado que
ganaba pero por poco. En otras palabras, más que un "megafraude",
de existir alteraciones informáticas habría sido para "inflar
los resultados favorables", de modo que la diferencia fuera lo
suficientemente grande para que nadie pudiera esgrimir la tesis del
fraude.
Todos
los que vivimos en este país, intuíamos que la parte derrotada
denunciaría inmediatamente un fraude. Si hubiera sido el gobierno, se
temía una reacción de los "grupos violentos" o del
"pueblo enardecido". Si perdía la oposición, se suponía
que no reconocerían el triunfo y se apoyarían, sobre todo, en la
comunidad internacional. En el medio, tampoco faltaron especulaciones
sobre la eventual existencia de "pactos secretos" y
presuntos "intereses cruzados" entre el oficialismo, la
oposición, y las empresas encargadas de la automatización. En el
terreno de los supuestos, la imaginación da para todo.
La
idea de un "frío fraude calculado", sobre la base de cruzar
la data del comportamiento electoral histórico, para abultar el apoyo
en zonas posibles, como si fuera una operación quirúrgica, plantea
una pregunta inevitable: ¿Valía la pena arriesgarse tanto? La
respuesta que se murmura en los predios políticos es más que maquiavélica.
Sí, si se estaba seguro de no dejar huellas, de obtener una
relegitimización internacional, y de asestar un duro golpe a los
dirigentes y a la oposición, produciendo una desbandada en las filas
antichavistas al sentirse "defraudados por el fraude". El
corolario lógico sería la masiva abstención en las próximas
elecciones de gobernadores y alcaldes, previstas para finales de
octubre, dejando así el espacio abierto al control total del
oficialismo.
A
pesar de la gravedad de una situación de este tipo, la existencia o
no de fraude no es importante como las consecuencias de la
"fotografía" que representó el referéndum. Allí se
encuentran dos cuestiones de fondo: una de tipo internacional y otra
de índole local.
En
primer lugar, lo que se dirimió en Venezuela excede los límites de
este país y conviene analizarlo dentro de la perspectiva general de
América Latina. Me refiero a las consecuencias políticas, en términos
de conflicto y representación, de las nuevas masas de excluidos que
están creciendo aquí y en el resto de la región como producto del
neoliberalismo económico que venía imperando desde la década de los
80.
No
es una cuestión menor. Desde finales del siglo pasado se producen dos
fenómenos casi simultáneos en la región: por un lado, creciente
desprestigio del neoliberalismo y de su versión conocida como
Consenso de Washington; por otro, surgimiento de movimientos sociales
contestatarios con características distintas a los tradicionales.
Las
supuestas ventajas y el magnetismo que ejercía el "pensamiento
único" -desde el México moderno de Salinas de Gortari hasta la
Argentina del primer mundo de Menem- cayeron al suelo, si bien varias
de sus políticas económicas todavía se siguen aplicando, como un
resabio de la "época de oro" de los programas de ajuste:
particularmente en Perú, Colombia, Ecuador, Uruguay y los países
centroamericanos.
A
su vez, las formas salvajes de exclusión social generadas por esas
políticas económicas - piqueteros, desocupados, marginales,
buhoneros, sin tierra, comunidades indígenas avasalladas, poblaciones
afectadas por las privatizaciones desregularizadas, etc- comenzaron a
organizarse por fuera de las formas "institucionales" de
representación - partidos políticos y sindicatos - y sobre todo, no
ya en torno a los factores de producción, sino a una localización
territorial: los cortes de ruta de los piqueteros, los barrios en
Venezuela, los sin tierra en Brasil, el municipio de El Alto en
Bolivia, las regiones en Perú.
En
el caso específico de Venezuela, esos sectores se expresan en los
habitantes de los barrios, similares a las " favelas" de
Brasil: 2000 asentamientos de este tipo sólo en Caracas y 15 millones
de personas en total. Sumado a los campesinos del interior,
constituyen la base social de Chávez por tres razones poderosas:
reciben bienes y servicios en condiciones ventajosas (las famosas
misiones), se sienten escuchados e interpretados, y en algunos casos
existe ahora un mayor nivel de participación política. Los tres
componentes generan entre la masa y el líder un sentimiento de
identidad y de pertenencia en millones de personas que han estado
marginadas en el pasado y que estarían ahora absolutamente excluidas,
de no ser por el chavismo.
Es
en este aspecto que el chavismo se asemeja al peronismo. No se trata sólo
de las "dádivas" que por otra parte, salvo que los pobres
fueran masoquistas, por necesidad no están en condiciones de
rechazar. Se trata de algo mucho más profundo: es la existencia como
sujeto para amplias mayorías que habían sido "invisibilizadas".
En eso se parecen los "queridos grasitas" de Evita a los
pobres y marginales de Venezuela. Y eso es lo que la oposición jamás
entendió.
Lo
que la oposición llama "dádivas", por sí solas no
explican el fenómeno. La relación clientelar la hubo en el pasado,
sobre todo en los gobiernos populistas de Acción Democrática. El
actual proceso de identificación resulta mucho más significativo en
momentos que la exclusión es también mucho más aberrante.
Los
nuevos pobres de América Latina, Venezuela incluida, están en la
frontera del sistema. En el pasado, con políticas keynesianas, había
mayores posibilidades de inclusión y movilización social a través
del sistema educativo y del empleo. Los pobres de ayer eran sujetos
con derechos. Los excluidos de hoy son desechos sin derechos. El
recolector de latas se mimetiza con lo recogido. En sentido más que
metafórico, igual que la lata puede ser aplastado y arrojado a la
basura. Pero el drama es peor: los excluidos de hoy ni siquiera son
"reciclables" bajo la globalización.
Desde
esta perspectiva resulta demasiado superficial la explicación según
la cual Hugo Chávez encarna el viejo populismo -y que como tal sería
una expresión retrógrada- en tanto que la Coordinadora Democrática,
que agrupa a la oposición, encarna la modernidad de la democracia
representativa. Aunque tenga ribetes de pesadilla, no es descabellado
suponer que es exactamente al revés. Por lo tanto, es probable que
proyectos del tipo chavista sean una anticipación del futuro, como
consecuencia del deterioro extremo de las condiciones sociales de la
población.
De
igual modo, no es difícil imaginar que la pretendida restauración de
una "democracia representativa", aunque con hambre, como
denunció en 1992 alguien insospechado de izquierdismo como el ex
presidente Rafael Caldera, sea un retorno a un pasado que no se puede
revivir porque cambiaron radicalmente las condiciones económicas, políticas
y sociales que le garantizaban cierta viabilidad.
Mientras
tanto, es probable que durante un largo tiempo los países de América
Latina permanezcan en el peor de los mundos: democracias cada vez más
cuestionadas, mecanismos de representación cada vez más vacíos,
masas acorraladas corriendo el riesgo de ser cada vez más
manipulables y ninguna propuesta alternativa que garantice la justicia
con equidad en términos viables.
Ése
parece ser el problema de fondo de Venezuela. Lamentablemente, la
oposición no pasa de sobrevolar el tema o declamar que hay que
prestarle más atención a la pobreza. En su análisis no va más allá
y al no ver este corte transversal que se dio en la sociedad, sobre
todo a partir del "Caracazo" de 1989, es muy probable que
siga perdiendo elecciones hasta después del 2006.
El
segundo problema, de índole nacional, más importante que la
existencia o no de fraude, es el narcisismo de la oposición que ha
devenido en autismo. De tanto mirarse el ombligo, dejaron de ver el
cuerpo del otro. Conducida por unos dirigentes más que ineptos -la
mayoría representantes de un pasado que chavistas y no chavistas
rechazan- y manipulada por unos medios de comunicación que de mala
manera pretendieron erigirse en sustitutos de partidos políticos, la
oposición confunde su entorno con la totalidad del país.
Tanto
mirarse a si misma para congratularse por "lo maravilloso que
somos", sumado a la extrema polarización, invalidó al
adversario. El otro no existe, por lo tanto tampoco tiene derecho: ni
a misiones, ni a expresarse, ni a votar. Este autoengaño es lo que
condujo a la mayoría de la oposición a creer que era imposible que
perdiera el referéndum. La falta de formación política y la
vivencia de la política con fuertes características emocionales
("ganamos porque lo sentí así" o "ganamos porque vi
las largas colas con mis ojos") determinó que la tesis del
fraude fuera comprada al instante, aunque nunca se expusieran pruebas
contundentes.
De
manera adicional, el fraude opera como un bálsamo del fracaso. Si
hubo trampa, la culpa no es mía; es del gobierno y por lo tanto
tampoco tengo la responsabilidad de la derrota. Ergo, tampoco habrá
autocrítica. El círculo se cierra en un modelo autista.
Insisto,
las nuevas manifestaciones políticas derivadas de las condiciones de
extrema exclusión - problema local y latinoamericano- y el autismo de
la oposición venezolana, son las dos características que determinarán
el rumbo del mediano y largo plazo.
En
el corto plazo, la paradoja de la oposición es concurrir a elecciones
a un mes y medio de haber denunciado un "megafraude".
Fuentes de la Coordinadora Democrática aseguran que el informe final,
con todas las pruebas, lo presentarán el 15 de octubre, es decir a
dos semanas de la fecha de los comicios. Si las pruebas son tan
contundentes como aseguran y no se cumplen las rectificaciones que
exigen al Consejo Nacional Electoral, estarán ante dos opciones críticas:
o no se presentan por considerar que todo el proceso está viciado -
situación bastante improbable dado el interés de los caudillos
locales de ir a la contienda- o van y pierden, bien sea por incapaces
o por haber alimentado la indiferencia del electorado. En cualquiera
de los dos casos, el chavismo podría arrasar.
La
aparente salida, entre las múltiples ideas que se debaten, es
entusiasmar a la gente para que vote por los candidatos de la oposición
y exhortarlos a que permanezcan movilizados y vigilantes junto a las
urnas, en defensa del voto, con lo cual podría darse una situación
de extrema violencia, tomando en cuenta los actuales niveles de
polarización de la sociedad.
Por
parte del chavismo, tampoco las cosas están tan fáciles ni claras. A
raíz del referéndum hay sectores de base que están exigiendo mayor
participación en las decisiones y se han rebelado contra la imposición
de las candidaturas desde arriba, digitadas por Chávez. El triunfo
tan aplastante -20 puntos de diferencia- ha llevado también a que los
sectores más radicales exijan a Chávez que haga efectivas las
promesas de "la revolución dentro de la revolución", es
decir que se radicalice. Pero al emprender esta vía, corre el riesgo
de polarizar aún más la situación, poner entre paréntesis los
apoyos internacionales, y restar en vez de sumar, con miras a los
comicios del 2006.
Todo
parecería indicar que a Chávez le tienta la posibilidad de realizar
la segunda parte del proyecto peronista: la famosa "conciliación
de clases" -en aquella época entre los sindicatos corporativos y
la "burguesía nacional"- que aquí se limitaría a medidas
focalizadas hacia la clase media y sobre todo a la creación de un
empresariado que lo apoye, sobre la base de los "negocios
compartidos". Por ahora, ya obtuvo el respaldo de los banqueros y
de los sectores vinculados a industrias afines al petróleo y de la
construcción.
Si
la "revolución bonita" se transforma en una versión
remozada de "socialdemocracia de la época de la bonanza
petrolera " (inclusive con sus nuevos Doce Apóstoles, como en
los tiempos de Carlos Andrés Pérez), sumado a las características
autoritarias del chavismo, no sería de extrañar que también se
multipliquen los vicios de ese período -clientelismo, negociados
entre cúpulas, despilfarro y corrupción- a extremos tales que
erosionen al régimen y provoquen su caída con el consiguiente
reemplazo democrático.
Una
drástica disminución de los precios del petróleo, principal
producto de exportación que elevó las reservas internacionales a más
de 21 mil millones de dólares, aunque es poco probable en a medio
plazo, cortaría la fuente de recursos y agudizaría las
contradicciones tanto al interior del proyecto chavista como en el
conjunto de la sociedad venezolana.
¿Qué
vendrá después? Eso es mucho más difícil de prever. Puede ser el
fin sin pena ni gloria de este nuevo "populismo de los excluidos
"de comienzos del siglo XXI o puede dar origen a movimientos más
anárquicos, de formas más violentas y contenidos más radicales? ¿Asimilación
o ruptura? El grado de incertidumbre es tan pavoroso que se instala el
espacio de una tensa espera donde debería existir el tiempo de la
esperanza.
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