Un nuevo momento
crucial
¡Chávez gana, los
Estados Unidos pierden (de nuevo)!
Por James Petras
Rebelión, 098/12/05
Traducido del inglés para Rebelión por Carlos Sanchis y revisado por
Manuel Talens
Las elecciones
venezolanas al congreso del 4 de diciembre de 2005 marcan un momento
crucial en la política interior y en las relaciones entre los Estados
Unidos y Venezuela. El partido del presidente Chávez, el Movimiento
de la Quinta República, ganó aproximadamente el 68% de los escaños
del congreso y con otros partidos progubernamentales, se repartió a
todos los representantes. La concurrencia a las elecciones del
congreso sin una campaña presidencial fue del 25%. El porcentaje a
favor Chávez excede la mayoría afianzada en anteriores elecciones al
congreso en 1998 (el 11,24%) y en 2000 (el 17%). Si comparamos la
participación de votantes con los comicios más recientes, que
incluyeron a la oposición (los municipales de agosto de 2005), la
campaña por la abstención únicamente logró un 6% en el aumento de
ciudadanos que escogieron no votar (del 69% al 75%). La afirmación
estadounidense de que la baja participación fue resultado del boicot
de la oposición respaldada por los EE.UU. es claramente falsa. El
argumento de que ese nivel de participación permite poner en
entredicho la legitimidad de las elecciones no se sostiene, porque si
se aplicase a cualquiera de las elecciones al congreso, municipales y
a gobernador que tienen lugar en los Estados Unidos “fuera de año
electoral”, muchas de ellas perderían la legitimidad.
Uno de los aspectos más
llamativos de las elecciones fue la altamente polarizada participación
del electorado: en los barrios de la elite y la clase media alta la
participación estuvo por debajo del 10%, mientras que en los
numerosos barrios populares, la BBC informó de colas que esperaban
para emitir sus papeletas de voto. Con cerca de la mayoría de los
pobres como votantes y más del 90% de los votos a favor del partido
de Chávez y de una legislatura totalmente chavista, queda abierta la
vía para una nueva y más progresista legislación, sin las tácticas
de obstruccionismo de una oposición virulenta. Esto debe llevar a
medidas que aceleren la expropiación de los latifundios y de las fábricas
en quiebra y cerradas, así como a nuevas e importantes inversiones
sociales y en infraestructuras. También es posible que una nueva
enmienda constitucional permita un tercer mandato al presidente Chávez.
Washington: la
estrategia del “todo o nada”
La administración Bush
(con el apoyo del Congreso demócrata) se ha lanzado a una desesperada
política de “casino”, con una estrategia del “todo o nada”,
en lugar de incrementar gradualmente su oposición. Washington empujó
a su confederación sindical clientelista (CTV) (con apoyo financiero
y “asesoramiento” del AFL-CIO) a una huelga general en 2001 que
fracasó y que, eventualmente, llevó a la formación de una nueva
confederación que ha reducido la CTV a un aparato impotente. En abril
de 2002, los EE.UU. respaldaron un golpe militar que fue derrotado en
47 horas por un levantamiento popular masivo, apoyado por los
oficiales militares constitucionalistas, que tuvo como consecuencia la
retirada forzosa del ejército de centenares de oficiales favorables a
los EE.UU. De diciembre de 2002 a febrero de 2003, funcionarios
respaldados por los EE.UU. y su entorno en la compañía estatal de
petróleo, PDVS, organizaron un cierre patronal y paralizaron la
economía de forma temporal. Trabajadores e ingenieros leales,
apoyados por el gobierno, rompieron el cierre patronal y todos los
principales funcionarios y empleados que se habían implicado en el
mismo fueron despedidos, lo cual tuvo como consecuencia un
redireccionamiento de las rentas del petróleo desde la clase alta a
los pobres. Además, los EE.UU. canalizaron millones a raudales a través
del National Endowment for Democracy hacia una ONG, “Súmate”,
para financiar un referéndum que revocara a Chávez en el 2004. El
referéndum cayó derrotado por 16 puntos de margen (el 58% contra el
42%), lo cual llevó a la desmoralización, apatía y despolitización
de los votantes de la derecha. En la reciente campaña al congreso,
dado que las encuestas predecían otra derrota electoral masiva,
Washington presionó a sus ONG y a su clientela política para que se
retirase de las urnas y pidiese la abstención, con el resultado
referido: la pérdida completa de cualquier esfera institucional de
influencia, la marginación de su electorado político y el giro
inevitable de la clase empresarial a negociar directamente con los
congresistas de Chávez en lugar de hacerlo a través de la oposición.
En cada confrontación,
Washington ha quemado un grupo clientelista estratégico en su afán
por hacerse con el poder estatal en el plazo más corto… Washington
se ha negado a ir acumulando poder mediante una estrategia política
gradualista desde el interior, a modificar legislaciones por medio de
la negociación, a explorar agravios reales o imaginarios y a suavizar
la retórica demagógica que caracteriza su política exterior.
La política que
subyace a las fracasadas astucias de Washington
La cuestión básica es
¿por qué persistió Washington en sus fracasadas políticas del todo
o nada a pesar de una sucesión de derrotas? A pesar de que existe una
continuidad en las políticas del todo o nada, los determinantes de
dicha política fueron variando en cada momento. Entre 2001 y 2002,
los ideólogos de las guerras múltiples, con la astucia de la lucha
contra el terrorismo y el eslogan “O se está con nosotros o se está
con los terroristas” (Bush, 23 de septiembre de 2001), estaban
determinados a quitarse de en medio el régimen de Chávez. La razón
era que el presidente Chávez fue uno de los poquísimos regímenes no
comunistas que se opuso a la guerra estadounidense contra Afganistán
y condenó el terror estadounidense (Chávez declaró: “No se puede
luchar contra ningún terror con terror”). Dado que los extremistas
controlaban el poder en Washington, ya en octubre del 2001, un
funcionario del Departamento de Estado Estadounidense (Grossman)
amenazó a Chávez diciendo que “él y las generaciones futuras (de
venezolanos) pagarían” por haberse opuesto a la agresión
estadounidense. Junto con el embajador estadounidense Charles Shapiro,
los neoconservadores, sobre todo los cubanoestadounidenses en el
Departamento de Estado que diseñaron las políticas para Latinoamérica,
sobrestimaron su influencia en el ejército venezolano y exageraron el
poder de los medios y de la elite empresarial en cuanto a la
viabilidad de un golpe militar. La precipitada acción se debió a la
entonces cercana invasión de Iraq y la necesidad obsesiva de imponer
silencio a la oposición gubernamental extranjera, dada la masiva
oposición en los EE.UU. y en Europa a una guerra contra Iraq. El
segundo factor que influyó en la persistencia de Washington en sus
políticas de todo o nada, en el momento del cierre patronal, fue la
futura crisis del petróleo con la invasión de Iraq y los lazos de Chávez
con Iraq e Irán a través de su dirección de la OPEP.
Tras haber jugado sus
“cartas” militares y haber perdido, Washington jugó la del petróleo
para debilitar o romper la OPEP y detener así cualquier subida del
precio y asegurarse un incremento del flujo de petróleo de Venezuela.
Una de las medidas inmediatas impuestas por los golpistas de 47 horas
habría sido la de retirarse de la OPEP. Los ejecutivos del cierre
patronal petrolero lo habrían hecho efectivo si hubiesen logrado
derrocar al gobierno de Chávez.
La política del
“todo o nada” de Washington también continuó a causa de las
crecientes relaciones de Chávez con Cuba. El virulento grupo de presión
anticubano y sus representantes en el Departamento de Estado, Otto
Reich y Roger Noriega, intentaron destruir la alianza estratégica de
Cuba con Venezuela, sin que les importase el riesgo que pudiesen
correr los clientes estadounidenses en Venezuela, de la misma manera
que los defensores de Israel en el Pentágono empujaron a la guerra
con Iraq y están preparados para ofrecer apoyo yanqui a un ataque
israelí contra Irán sea cual sea el costo para los clientes árabes
de Oriente Próximo apoyados por los EE.UU.
El tercer factor que
formó la política del todo o nada fue la oposición de Chávez al Área
de Libre Comercio de las Américas y el creciente apoyo que suscita en
Latinoamérica su propuesta Alternativa Bolivariana para la América
(ALBA).
Los extremistas de
Washington consideraron que la hegemonía estadounidense había
disminuido en Latinoamérica debido a la infección por una serie de
regímenes de centro izquierda “comprados” o influenciados por la
oferta venezolana de crudo y financiación petrolera. En realidad
ninguno de los regímenes en cuestión (Lula en Brasil, Kirschner en
Argentina, Vázquez en Uruguay, etc.) estaba siguiendo de ninguna
manera las políticas de bienestar de Chávez o su posición crítica
frente al imperialismo estadounidense. Los fracasos estadounidenses en
consolidar los gobiernos en Iraq o Afganistán y sus derrotas en la
ONU y en la OEA a la hora de aislar a Cuba hicieron que los
extremistas, desesperados por una victoria política, adoptasen la
estrategia del todo o nada en Venezuela, cada vez con menos apoyo
institucional y político, en un juego perdedor que buscaba compensar
las derrotas anteriores. Cuanto más débil era la fuerza de su
clientela, más chillona era la retórica y menor la resonancia en
Venezuela, en Latinoamérica e incluso en el Congreso estadounidense,
gracias a la política de Chávez de ofertar petróleo subvencionado
para consumidores de bajos ingresos en los EE.UU.
El destino
poselectoral de la clientela política estadounidense: la oposición
venezolana
¿Qué harán los
viejos partidos que han boicoteado las elecciones, ahora que se han
auto excluido del Congreso? Los dos mayores partidos, Acción Democrática
(AD) y Social Cristiano (COPEI), basaban su fuerza en la influencia
del partido y en los puestos gubernamentales para asegurarse
activistas y votantes. Sin ellos, el posible aparato del partido podría
sobrevivir de la limosna de las falsas ONG estadounidenses (The
Democratic and Republican Institutes), pero sin trabajos y beneficios
extras sus partidarios buscarán en otro lado y quizá se enganchen en
algunos de los grupos políticos más conservadores favorables a Chávez
o se retiren de la política o formen un nuevo partido. Chávez tenía
razón cuando dijo que estas elecciones significaban el entierro de
los partidos tradicionales como contendientes viables para el poder
electoral. Algunos, pero no la mayoría de los partidarios políticos
de los partidos tradicionales, no están preparados ni les apetece
arrojar bombas o la lucha callejera. Sin embargo, algunos de los otros
grupos, como el pseudopopulista Partido Primero Justicia y los
extremistas del entorno de la ONG Súmate apoyado por Bush y
financiado por la National Endowment for Democracy podrían iniciar
alguna clase de violencia callejera.
No cabe ninguna duda de
que la derecha venezolana es incapaz de reproducir las “revoluciones
naranjas” de la CIA-Soros en el Cáucaso, y ello por varias razones.
Primero, porque el régimen de Chávez tiene una masiva base popular,
activa y comprometida, que domina la acción en la calle. Segundo,
porque no existe ningún problema en torno al cual la derecha pueda
movilizarse y unificarse en un movimiento popular. Los vastos
programas de bienestar son populares, la economía está creciendo,
los niveles de vida están subiendo, la corrupción no está fuera de
control y hay libertad absoluta de reunión, prensa y discurso.
Las asociaciones
empresariales conservadoras están prosperando cada vez más con los
contratos del gobierno y dependen de sus contactos con el partido
victorioso en el poder para consumar acuerdos. No es probable que
hagan una apuesta arriesgada con ONG derrotadas y partidos con una
historia de política aventurera fracasada, pues ahora les resulta más
fácil ganar dinero, y ello a pesar de sus prejuicios contra el
“negro” en los cócteles de sus fiestas privadas.
Eso deja dos opciones a
la oposición. Los pragmáticos, sobre todo entre la elite
empresarial, probablemente tratarán de abrir un diálogo a través
del conservador arzobispo de Caracas con el ala más moderada del
gobierno de Chávez (los ministerios de economía y finanzas) y con el
Congreso para ganar influencia y limitar los cambios desde
“dentro”. La segunda opción es un giro a la acción violenta
extraparlamentaria y el reclutamiento de algunos militares o
funcionarios de inteligencia con lealtades ambiguas. Podemos esperar
unos pocos atentados, como los que tuvieron lugar el día de las
elecciones , la voladura de un oleoducto y un cartucho de dinamita
arrojado cerca de una base militar en Caracas. Ninguno de ellos tuvo
mayores repercusiones. Una mejora de los comités de vigilancia
comunitarios y de las operaciones contraterroristas controlarán a
estos extremistas, a pesar del obvio apoyo que reciben de la CIA.
Política
estadounidense: después de las elecciones
Claramente, la
estrategia del “todo o nada” ha llevado a la desaparición,
desintegración, rechazo y aislamiento de las palancas más
significantes del poder que Washington poseía en la sociedad
venezolana. Lo que queda son los medios privados de comunicación que
todavía pueden montar una formidable campaña de propaganda
antigubernamental a favor de EE.UU. Los Estados Unidos. pueden
fortalecer y quizá radicalizar su mensaje, jugando la carta del
“todo o nada” una vez más, con la esperanza de provocar medidas
represivas, bajo la extraña premisa del “cuanto peor, mejor”. Ya
Thomas Shannon, el Subsecretario Estadounidense de Estado para Asuntos
Hemisféricos Occidentales, respondió a la aplastante la victoria
electoral de Chávez calificándola de “paso hacia el
totalitarismo”, un dictamen rechazado por cada país del Norte o del
Sur de América, por las Naciones Unidas y por un ejército de
observadores de la Unión Europea.
Los propagandistas
estadounidenses, claramente, no han reconocido el hecho de que es el
extremismo lo que los ha llevado al virtual aislamiento total, incluso
entre la mayoría de la clientela fiel a EE.UU. en la región.
Washington puede intentar presionar a Colombia y a su presidente Uribe
para crear conflictos fronterizos, pero eso no va a funcionar. El
comercio venezolano-colombiano está creciendo rápidamente y
cantidades de 3 mil millones dólares son muy superiores a las del
comercio de Colombia con EE.UU. Es más, Venezuela es el mercado más
importante de Colombia para productos manufacturados (el 25% del
total). Con unos importantes mil millones de dólares, los gaseoductos
y oleoductos venezolanos que atraviesan Colombia, apenas hay
rancheros, industriales o banqueros que apoyen una incursión
colombiana en Venezuela respaldada por EEUU.
Washington tiene otras
dos palancas: las ONG y los terroristas clandestinos, que pueden
intentar sembrar el caos y la destrucción para provocar un golpe o,
por lo menos, manifestaciones callejeras. Hay dos problemas que
socavan la efectividad de ONG, como Súmate. La dependencia económica
de EE.UU. y la falta de una posición independiente ha reducido su
legitimidad entre la clase media baja, comerciantes, profesionales y
sectores conservadores de empleados públicos. Es más, sus numerosas
campañas fracasadas y la pérdida de poder institucional han
desmoralizado a aquellos que acudían a las manifestaciones. Eso deja
a Washington con sus colegas del todo o nada, los terroristas armados
clandestinos que tienen algo de apoyo entre un sector reducido de la
elite en forma de casas seguras, acceso a armas y dinero. Sin
menospreciar totalmente su capacidad de colocar bombas, el terrorismo
es como un bumerang que al fortalecer las demandas populares de
mayores medidas de seguridad, favorece la “mano dura”.
Eso deja una posible
intervención directa de EE.UU. A pesar de que los extremistas de
Washington son teóricamente capaces, en la práctica les faltan
aliados regionales, sus recursos políticos están en su punto más débil
y la debilidad en la política interior de la administración Bush y
el público estadounidense cada vez más contrario a la guerra (e
incluso algunos sectores de Congreso) evitan una nueva invasión e
implican una guerra prolongada contra un gobierno apoyado por millones
de sus ciudadanos, con y sin armas. Sin embargo, dadas las
perspectivas combinadas del “todo o nada” y del extremismo en
Washington, nada puede excluirse del todo.
Congreso debilitado,
gobierno de Chávez debilitado
Con la desaparición de
los partidos, el pluralismo, el debate y la competición política se
expresarán en otra parte. Hay numerosos partidos políticos y
tendencias que son “pro Chávez”, incluso una docena de ellos que
pueden ser clasificados como liberal-democráticos, social-liberales,
nacionalistas y una variedad de grupos marxistas. Igualmente, en los
sectores agrarios e industriales y dentro de los movimientos sociales
y sindicatos hay divisiones y competición entre los reformadores,
centristas y revolucionarios. Dentro del Congreso y en los ministerios
estas tendencias defienden, debaten, proponen y modifican políticas.
Y el propio Chávez tiene un lado pragmático “reformista” y un
lado revolucionario en su discurso y en su praxis. En otras palabras,
la democracia pluralista está viva y goza de buena salud. Las grandes
cuestiones entre mercado y estado, propiedad privada y pública,
hacendados y campesinos, fábricas autogestionadas y monopolios
privados y capital extranjero y nacional se discutirán y se resolverán
dentro del manto chavista de tendencias múltiples.
El ala moderada o
conservadora del chavismo se preocupa por la legitimidad a pesar de
las elecciones limpias y certificadas. Probablemente buscarán
extender la mano a las personalidades menos extremas, a personajes
notables de la iglesia y líderes de los negocios para que anime a una
nueva y “razonable” oposición política a neutralizar el guión
estadounidense amplificado por los medios locales sobre la deriva
hacia el totalitarismo. Los pragmáticos tratarán de mantener la
disciplina fiscal y limitarán el gasto social y promoverán la
asociación público-privada.
Los grupos y partidos
centristas tratarán de consolidar el poder político dentro de las
instituciones y su electorado, promoviendo reformas graduales y
aumentarán el gasto social y distribuirán contratos de la gran
infraestructura a la burguesía progresista.
Los grupos de
izquierda, organizados principalmente en los nuevos sindicatos con
orientación de clase, en cooperativas basadas en barrios y
comunidades, movimientos sociales campesinos y, sobre todo, en
empresas autogestionadas por trabajadores y movimientos, están
presionando para una profundización de la estatificación y una
inversión mayor en empresas productivas locales, con vistas a reducir
el 50% de la población activa que permanece desempleada o
subempleada. Al mismo tiempo, atacan selección verticalista de los
candidatos electorales. Es probable que surjan conflictos entre los
activistas de masas en los barrios y sindicatos y ciertos oportunistas
y funcionarios municipales y provinciales corruptos, sobre todo en la
asignación de fondos y en el estilo de liderazgo.
Chávez está con la
izquierda y los movimientos de masas pero no descarta a los pragmáticos
que deciden la política macroeconómica ni a los centristas que están
intentando institucionalizar el poder político. Todavía es Chávez
quien sintetiza las diferentes posiciones, educa al público y
proporciona un liderazgo carismático que unifica y mueve todo el
movimiento. Es Chávez quien denuncia el imperialismo norteamericano y
se reúne con los líderes iraníes y es Chávez quien firma acuerdos
económicos con el neoliberal Uribe de Colombia y loa al Lula da Silva
de Brasil, el muchacho del póster de Wall Strett, manchado de
corrupción.
Chávez quiere un
amplio debate en su visión del socialismo del siglo XXI, ventas
subvencionadas de petróleo a países y pueblos pobres (incluso en los
EE.UU.) y aprueba nuevos contratos de explotación del petróleo con
las gigantes multinacionales.
El apoyo de Washington
a la autoinmolación de la oposición venezolana en el congreso
venezolano abre la puerta a mayores avances en la legislación que
favorece trabajos, propiedad pública, reforma agraria, legislación
laboral progresista y lazos hacia una mayor integración
latinoamericana. La pérdida estadounidense de palancas de poder
presenta la mayor oportunidad para reformistas y revolucionarios de
aprovechar el momento histórico y no sólo demostrar su capacidad de
derrotar al imperio, sino de construir una sociedad socialista
incorruptible, democrática, única e igualitaria en la que la masa de
la población esté involucrada en la legislación, no simplemente en
votar a políticos que pueden o no defender sus mejores intereses.
Epílogo
El problema de la
legitimidad de las elecciones no es una cuestión seria. Los
observadores latinoamericanos de las comisiones electorales de
numerosos países conservadores han declarado que las elecciones y sus
resultados fueron democráticos, transparentes y un reflejo fiel de la
voluntad de los electores. Los observadores de la Unión Europea
certificaron que las elecciones fueron transparentes.
Con respecto a la
participación del 25% del censo y la campaña de abstención
promovida por la oposición respaldada por EE.UU: en primer lugar,
muchos de los que no votaron eran partidarios del presidente Chávez y
no lo hicieron por varias razones:
a. No vieron ninguna
razón para votar, puesto que se suponía la victoria; unas elecciones
competitivas habrían movido a votar a muchos de ellos.
b. Chávez no concurría.
La base de la masa popular es más pro Chávez que partidaria de los
partidos chavistas, incluso de su propio Movimiento por la Quinta República.
c. Muchas redes
partidarias de Chávez se abstuvieron porque no les gustó la manera
en la que sus candidatos fueron elegidos (de manera vertical) o no les
gustaban sus políticas o su estilo político (corrupción, nepotismo,
falta de iniciativa para emprender reformas).
d. Muchos de los
beneficiarios de las reformas de bienestar público son pasivos porque
están acostumbrados a recibir ayuda desde arriba, en lugar de luchar
por beneficios desde abajo. El bienestar distribuido de una manera
paternalista no anima a la actividad política.
En segundo lugar,
muchos de los votantes de la oposición no se molestaron en votar
debido a la apatía y a la desmoralización tras los recientes
fracasos electorales (referéndum, elecciones municipales) y las
costosas campañas autodestructivas que los llevaron a pérdidas de
trabajo y de sueldos (cierre patronal y golpe). Este grupo de los que
se abstuvieron de votar incluye a muchos que, aunque no simpatizan con
los partidos de Chávez, se benefician de los programas económicos y
rechazan la retórica extremista y la violencia perpetrada por
sectores de la oposición. Muchos, si no la mayoría de los que no
votaron no eran partidarios de la campaña de abstención de la
oposición. No cabe duda de que la participación electoral por lo
menos se duplicará en las elecciones presidenciales cuando Chávez se
presente a la reelección, aunque la oposición se abstenga o presente
un candidato o candidatos.
|
|