Carta
de los camaradas de la LCR a Alex Callinicos (SWP)
por
Daniel Bensaïd, Léon Crémieux, François Duval y François Sabado
[Los autores de esta carta son miembros de la dirección de la LCR,
sección
francesa del Secretariado Unificado de la IV Internacional.]
Boletín
de la International Socialist Tendency, Nº 2, enero 2003
Estimado
Alex:
Algunas
notas para la discusión de tus dos textos sobre la cuestión del
reagrupamiento (1). Son (relativamente) breves a pesar de la importancia
de la discusión, pero después de Florencia, y dada la demora acumulada,
no hemos tenido tiempo de hacer más.
1. Sobre la periodización de la actual etapa
El
texto “El reagrupamiento y la izquierda socialista hoy” parte del
“surgimiento desde las manifestaciones en Seattle en 1999 de un
movimiento mundial de oposición a la globalización y, cada vez más,
también al curso guerrerista del imperialismo norteamericano”. Este fenómeno
cambia sustancialmente las condiciones para la construcción de una fuerza
revolucionaria. Estamos de acuerdo en este punto.
Más
aún, esta cuestión ha estado en la agenda desde el punto de inflexión
de 1989-91. Estaba claro que la unificación alemana, la desintegración
de la Unión Soviética, el fin de la Guerra Fría, etc., marcaban el fin
de un gran ciclo que comenzó con la I Guerra Mundial y la revolución
rusa. Si se acepta el concepto tentativo del “siglo XX corto”, era
entonces cuestión de punto de inflexión histórico que se traduciría
necesariamente, con mayor o menor rapidez, en una reconfiguración del
panorama geopolítico, pero también en redefiniciones y recomposiciones
en las corrientes del movimiento obrero (2).
Por
supuesto, este punto de inflexión fue en sí mismo la culminación de un
largo proceso del cual, como recordarás, 1956 y 1968 pueden ser
consideradas etapas simbólicas. En 1956, los levantamientos en Hungría y
Polonia (y también la crisis de las Cien Flores en China) anunciaban la
crisis de los sistemas burocráticos (más allá de cómo se los
caracterizara conceptualmente) y contenían en germen el conflicto
chino-soviético. El VII Congreso Mundial de la IV Internacional reconoció
esto ya en 1957 en un documento titulado “Ascenso, decadencia y caída
del stalinismo”. En cuanto a 1968, otro momento simbólico de unión,
esta vez de la lucha de liberación vietnamita, el Mayo francés y los
movimientos antiburocráticos en Polonia, dio lugar a la irrupción de una
nueva generación y anunció el debilitamiento de los aparatos
tradicionales (socialdemócrata y stalinista) en el movimiento obrero.
El
colapso de las dictaduras burocráticas en 1989-91 constituyó el acto
final de una contrarrevolución que había comenzado en los años 30. El
derrocamiento de esos regímenes, más allá del resultado, era necesario
para limpiar el panorama de las ruinas acumuladas y hacer posible un nuevo
comienzo. En la medida en que se inscribió en el contexto de la
Contrarreforma liberal, significó también, en el corto plazo, un
deterioro del equilibrio de fuerzas en detrimento del movimiento obrero y
de los movimientos de liberación nacional. Este hecho presentó así
consecuencias contradictorias: en el corto plazo, abrió camino a una
ofensiva imperialista; en el mediano plazo, preparó el terreno para una
reorganización de una izquierda libre de la carga del stalinismo. ¡Un
ejemplo de la “discordancia temporal”! (3).
Nos
parece que, en retrospectiva, el año 2001 marcará un nuevo punto crítico
y una nueva etapa. No sólo debido al 11 de septiembre. Como explica
Walden Bello, además de las Torres Gemelas de Manhattan, se han
derrumbado otras dos torres: la de la nueva economía (simbolizada por
Enron y los escándalos financieros) y la de Argentina, que había sido
presentada como la alumna dilecta del FMI en América Latina. La combinación
de crisis económica, imperialismo militar y la amenaza de guerra contra
Irak (además de la guerra de Sharon contra la segunda Intifada) es un
poderoso factor de movilización y politización en el movimiento contra
la globalización capitalista que comenzó a crecer a mediados de los 90
con el levantamiento zapatista, las huelgas del invierno de 1995 en
Francia y, de manera acelerada, con las manifestaciones de Seattle, Praga,
Niza, Génova, Porto Alegre, Barcelona, Florencia, etc.
El
resultado es que ahora se están abriendo nuevos horizontes para la
izquierda revolucionaria —el contraste con los siniestros años 80 es
evidente— pero en un contexto en el que la espiral de derrotas no se ha
quebrado: las huelgas de 1995 no frenaron la privatización de France
Telecom y las reformas neoliberales de Alain Juppé; la intifada ha
crecido, pero de hecho el estado sionista ha reocupado los territorios
palestinos; el movimiento antiguerra se ha desarrollado, pero en diez años
EE.UU. y la OTAN intervinieron en el Golfo Pérsico, los Balcanes y
Afganistán; las crisis se acumulan en América Latina (Bolivia, Paraguay,
Venezuela, Ecuador, Colombia) y Lula ganó las elecciones presidenciales
en Brasil, pero el PT multiplica las garantías “preventivas” en
beneficio de las instituciones financieras internacionales; la izquierda
revolucionaria europea ha logrado por primera vez resultados electorales
significativos, pero Le Pen pasó a la segunda ronda en las elecciones
presidenciales francesas y la extrema derecha avanza en Austria, Holanda e
Italia.
Estamos
presenciando, entonces, una fuerte resistencia política y social y una
polarización de las relaciones de clase, que se refleja en los avances
electorales de la extrema derecha y la extrema izquierda. Sin embargo, el
contexto global sigue siendo desfavorable para las clases populares. Las
oleadas de resistencia de mediados y fines de los 90 aún no han logrado
revertir la fuerte tendencia a la ofensiva neoliberal de las últimas décadas.
Ha
comenzado una carrera (o una contienda a ritmo lento; quizá sea esto a lo
que te refieres al describir el período actual como “los años 30 en cámara
lenta”, pero es necesario ser muy cautos con las analogías históricas
que tienden a enfatizar más las similitudes que las diferencias),
partiendo de una relación de fuerzas desfavorable para el movimiento
obrero. Sobre todo, la brecha entre las movilizaciones (o incluso
explosiones) sociales, por un lado, y la recomposición política, por el
otro, sigue siendo inmensa, como lo demuestran situaciones tan diferentes
como Argelia y Argentina. Una vez más, la discordancia temporal: la
globalización de la resistencia se mueve mucho más rápido que el
reagrupamiento de las fuerzas políticas (se necesita tiempo para digerir
los desastres del siglo XX, en el que se ha visto cómo los stalinistas
renunciaban a la revolución mientras los socialdemócratas abandonaban
las reformas por un neoliberalismo más o menos moderado).
Sigue
siendo cierto, no obstante, que todos los signos indican que la izquierda
revolucionaria se recupera, que se está socavando fuertemente la
legitimidad del capitalismo neoliberal, que la pregunta de si otro mundo
es posible se está planteando a gran escala (si bien la respuesta sigue
siendo vacilante), que el debate estratégico que había estado en su
lecho de muerte en las dos últimas décadas se vuelve a retomar. Para
decirlo brevemente: ¿quién vencerá, el socialismo o la barbarie? La
pregunta es más pertinente que nunca. Y tenemos la pesada responsabilidad
de ayudar a contestarla.
2. La guerra y el islamismo radical
Estamos
de acuerdo en que el actual curso guerrerista es uno de los problemas
clave de la política mundial. La necesaria lucha contra las guerras
imperialistas no deben llevar, no obstante, a una relativización de todas
las demás cuestiones políticas y sociales.
Con
todo, estamos de acuerdo en la necesidad de construir grandes
movilizaciones unitarias contra la guerra y de luchar en primer lugar
contra nuestro propio imperialismo, el de las metrópolis capitalistas de
Occidente. Pero en cada caso debemos tener en cuenta las características
específicas de cada conflicto. Si ha habido sin duda una ofensiva
imperialista en la última década que ha desatado cuatro guerras desde
1991 —en el Golfo Pérsico, los Balcanes, Afganistán, y hoy los
preparativos de la guerra en Irak—, debemos integrar también la
totalidad de los factores que llevan a cada conflagración.
Así,
en los Balcanes había dos guerras: la guerra entre las potencias de la
OTAN y Serbia y la guerra de limpieza étnica de Milosevic contra el
pueblo de Kosovo. Esto ha tenido consecuencias prácticas, haciendo
necesario combinar la movilización contra los bombardeos de la OTAN con
la exigencia de autodeterminación para el pueblo de Kosovo.
En
la guerra en Afganistán nos opusimos a la intervención imperialista,
pero, en tanto organización revolucionaria, también denunciamos al régimen
talibán y sus masacres. La repugnancia que ambos generaban era tan grande
en los sectores populares que esta postura pudo ser transformada en
consignas para movilizaciones unitarias.
Hoy,
en la guerra contra Irak, sin apoyar en lo más mínimo al régimen
dictatorial de Saddam Hussein ni hacer de él un héroe de los pueblos que
luchan contra el imperialismo, concentramos nuestros esfuerzos en la lucha
contra el imperialismo norteamericano. Dados los objetivos de la guerra
norteamericana y la situación de la opinión pública hacia el conflicto,
nuestra crítica a Saddam no se expresó en consignas en las
movilizaciones unitarias.
Por
eso insistimos en la necesidad de hacer específicas nuestras posiciones
generales contra las agresiones imperialistas en respuesta a cada
conflicto.
Queremos
también responder a una acusación que ustedes nos han formulado más de
una vez, en el sentido de que la responsabilidad por la debilidad de las
movilizaciones contra la guerra en Francia recae en la dirección de ATTAC
o en la LCR.
De
lo que se trata aquí sobre todo es de vuestra tendencia a explicar esta
situación por la posición de la LCR sobre tal o cual consigna. Ustedes
tienen la suficiente experiencia política como para saber que las
dificultades no provienen de tal o cual consigna sino de la relación de
fuerzas global y de la orientación de los grandes partidos de la
izquierda tradicional. Además, esta acusación, planteada muchas veces de
manera cruda, contribuye poco a crear las discusiones para una discusión
real entre nosotros sobre la guerra, y también sobre nuestras
antiimperialistas o sobre el surgimiento de un islamismo radical.
El
segundo punto de divergencia que observamos en tus textos tiene que ver
con la cuestión del Islam. Ustedes conceden gran importancia al
“acuerdo que existe hoy en la IST tanto sobre el imperialismo contemporáneo
como sobre el islamismo radical”. Este concepto de islamismo radical
sigue siendo muy oscuro. ¿Es un sentimiento confuso de jóvenes
manifestantes enfurecidos por la arrogancia imperial? ¿Es un estado de ánimo
o se trata de corrientes cristalizadas, y en este último caso, cuáles?
Ya tendremos oportunidad de discutir esto con detalle. Pero como una
primera aproximación, nuestra posición es la que resume bien Gilbert
Achcar: ni la islamofobia que ve en todo musulmán el fantasma del
“fascismo verde” (sería muy bueno tener corrientes islámicas en las
manifestaciones así como hay cristianos de izquierda contra la guerra) ni
complacencia hacia las autoridades reaccionarias políticas y religiosas a
las que nuestros compañeros en sus países combaten a veces a riesgo de
sus vidas. El mundo ha cambiado desde el Congreso Oriental de la
Internacional Comunista en Bakú en 1920, que llamaba a la movilización
no sólo contra el imperialismo sino también contra los mullas
oscurantistas, y hoy no se puede considerar a la religión, en este caso
el Islam, simplemente como el envoltorio religioso de una rebelión
social. Y también es necesario tener cuidado en diferenciar entre el
antisionismo (político) y el antisemitismo (racial y religioso). Sí a
“¡Sharon asesino!”; no a “¡Muerte a los judíos!”.
3. Un panorama político transformado
Tu
texto “Reagrupamiento, realineamiento y la izquierda revolucionaria”
comienza con un doble “terremoto”: los levantamientos populares y el
colapso de los regímenes stalinistas en el Este, la aparición de un
movimiento anticapitalista de masas y en particular la entrada a ala
escena política de una nueva generación. Esta renovación se manifiesta,
en diversos grados según los países y los continentes, a un nivel auténticamente
global. La globalización capitalista está produciendo una globalización
de la resistencia y un nuevo internacionalismo a una escala sin
precedentes. Sólo hay que comparar Florencia con las movilizaciones
europeas más importantes de los 60 (la manifestación en Berlín contra
la guerra en Vietnam en febrero de 1968, por ejemplo, o la de Milán en
1973) para tener una idea de la diferencia. Además de las manifestaciones
y contra-cumbres, la pérdida de hegemonía de las organizaciones
stalinistas y socialdemócratas (por supuesto desigual conforme a las
diferencias históricas y nacionales) se expresa en el movimiento sindical
con la aparición de una minoría combativa, en la diversidad de los
movimientos sociales,
En
el cambio de las relaciones de fuerza entre los aparatos reformistas y la
izquierda revolucionaria.
Con
respecto a estos aparatos, la agonía mortal de los partidos comunistas
parece irreversible. Privados de la referencia al "campo
socialista", no han sido capaces de renovar su base social tras los
cambios en el aparato productivo, y se han inclinado a prácticas de gestión
empresaria [gestionnaires] que los acercan a la socialdemocracia. Sólo
el PC griego logró conservar una inserción de masas. Lo preocupante es
que esta crisis histórica casi no ha producido (con la excepción de
Italia) corrientes significativas hacia la izquierda. La sangría de
activistas ha dio más allá de lo esperado.
En
cuanto a la evolución de la socialdemocracia, hay que tomar en cuenta las
transformaciones cualitativas de los últimos 20 años bajo la presión
del neoliberalismo. Los cambios en el capitalismo en los últimos 20 ó 30
años han socavado las bases sociales y materiales del reformismo clásico.
Nos enfrentamos a un “reformismo sin reformas”, o reformismo
socioliberal, que ha tenido sus consecuencias en la estructura de la
socialdemocracia, expresadas en una cierta separación de los sectores
populares y una creciente integración de sus aparatos a los puestos
decisivos del estado y a los directorios de las grandes empresas
industriales y financieras privadas. Sin acordar del todo con el punto de
vista de Murray Smith al que haces referencia, parece no obstante que su
texto, siempre que se le dé al concepto de “burguesificación” o
aburguesamiento un valor más descriptivo que conceptual, señala un fenómeno
real (4).
·
¿”Aburguesamiento”? Una
vez más, el término carece de rigor conceptual. Sin embargo, describe un
aspecto de la evolución de algunos partidos socialdemócratas, sobre todo
en el sur de Europa. Después de gobernar 15 de los últimos 20 años en
Francia, el PS francés declara sólo entre 150 y 180 mil miembros (y no
militantes) en los períodos de Congreso, cuando hay que acreditar cada
carnet de afiliación para elegir delegados. Aproximadamente la mitad
detentan cargos electos. Seguramente la gran mayoría son pequeños
funcionarios, pero sigue siendo cierto que la vida partidaria depende más
de su relación con las instituciones que de su relación con las
organizaciones sociales. Agreguemos que hace falta medir las profundas y
duraderas consecuencias de la evolución de las dos últimas décadas. En
la cima del aparato del PS, las privatizaciones han terminado en una
especie de fusión de las élites del sector público y del gran capital
privado (los directores son las mismas personas). Esto se refleja en vínculos
orgánicos en entidades como el Club de la Industria en Francia o en la
composición de los gobiernos de Blair y Schroeder. La “tercera vía”
tiene también un vínculo sociológico (Daniel escribió un artículo
sobre este tema hace unos años en Le Monde Diplomatique).
·
¿Los sindicatos? Este es el
segundo aspecto sobre el cual tu texto requiere aclaraciones o
correcciones. Resumes tu posición con la expresión “dicho simplemente,
la socialdemocracia es la expresión política de la burocracia
sindical”. Como decía Trotsky en su discusión con Yvon Craipeau, hace
falta agregar “en cierta forma y hasta cierto punto”. Porque este lazo
orgánico entre la burocracia sindical y la socialdemocracia es claramente
diferente en el sur de Europa, con una minoría militante y un
sindicalismo muy dividido, y en Alemania, el Reino Unido o Bélgica. Además,
queremos ser muy cautos al caracterizar fenómenos políticos (en este
caso la socialdemocracia) como la expresión o el reflejo de un sustrato
social (obrero o burocrático): las mediaciones, como seguramente
reconocerás, son mucho más complejas que lo que sugieren esas
simplificaciones.
·
Por último, si es cierto
que los partidos socialdemócratas no van a quedarse quietos y dejar el
campo libre a la izquierda radical o revolucionaria, un golpe de timón
hacia la izquierda (anunciado por los discursos neokeynesianos y los
llamados a nuevas formas de regulación para corregir los excesos del
neoliberalismo) sigue siendo problemático. Más allá de la retórica de
dirigentes del PS como Emmanuelli o Mélenchon, un giro keynesiano a
escala europea significaría no sólo romper con el Pacto de Estabilidad y
estimular el poder de compra, sino también adoptar coordinadamente una
política fiscal fuertemente redistributiva, el relanzamiento de los
sistemas de protección social, el restablecimiento del control político
sobre los bancos centrales y la creación o relanzamiento de servicios públicos.
En otras palabras, un giro radical para revertir la lógica de construcción
de Europa tal como se ha concebido y practicado desde que comenzó. Esto
no significa que tiene que ser todo o nada, que no hay margen de maniobra,
pero las diferencias entre la socialdemocracia de hoy y la de los años 30
son al menos tan grandes como las coincidencias.
Pero
todas estas tendencias no son procesos terminados. Escribes que “las
relaciones entre la socialdemocracia y la clase obrera organizada se han
vuelto significativamente más laxas” y que “todo proyecto alternativo
basado en la creencia de que el reformismo está muerto irá
peligrosamente a la deriva”. De acuerdo. El desgaste (también desigual)
de los partidos socialdemócratas no es ni mecánico ni irreversible;
estos aparatos van a intentar revertir su decadencia y sus derrotas
electorales, tendrán iniciativas y tratarán de forjar nuevos lazos con
ciertos sectores de los movimientos sociales, etc.
Escribes
también que “el reformismo es un fenómeno más amplio que los partidos
socialdemócratas organizados”. Es cierto. El reformismo puede sin duda
tomar formas distintas a la de la socialdemocracia tradicional o incluso a
los partidos organizados. Siempre existen corrientes reformistas en los
movimientos sociales (acaso sea a esto a lo que te refieres con la expresión
“reformismo hágalo usted mismo”) (5). Si bien autores como Toni Negri
o John Holloway dicen no haber renunciado a la perspectiva revolucionaria,
su teorización de la impotencia y su mitología (de la multitud, en un
caso; de un zapatismo imaginario, en el otro) puede muy bien alimentar
corrientes reformistas de izquierda en el movimiento antiglobalización
(6). Numerosos artículos demuestran que estamos en lo esencial de acuerdo
en este punto.
4. Frente único y reagrupamiento
“La
persistencia del reformismo en formas tanto organizadas como no
organizadas tiene ... consecuencias políticas importantes. Primera, que
es una tarea estratégica esencial de la izquierda radical ganar a la base
obrera de los partidos socialdemócratas. La herramienta clave forjada en
los primeros años de la Internacional Comunista para alcanzar este
objetivo, la táctica del frente único, mantiene su significación histórica”
(Alex Callinicos, “El reagrupamiento y la izquierda socialista hoy”).
A
diferencia de las sectas de ultraizquierda, también estamos de acuerdo en
la importancia presente de la táctica de frente único. Pero en el caso
de una táctica, todo el problema reside en su aplicación en situaciones
concretas sumamente variables. La base política del frente único depende
de las relaciones de fuerza y de los posibles aliados. Nos atendremos aquí
a una cuestión de método: si el compromiso posibilita la movilización,
entonces se justifica, siempre que, una vez más, tengamos plena
independencia para expresarnos sobre sus límites y desventajas. Sobre
este punto, podemos tener apreciaciones distintas sobre la situación y
las posibles alianzas, pero no un desacuerdo de principios.
Por
otro lado, pareciera que no tenemos siempre el mismo concepto de lo que es
el frente único. Ustedes consideran tanto a la Stop the War Coalition
como a Globalise Resistance como organizaciones de frente único. La
primera es una coalición amplia. Si Globalise Resistance es un frente único
que agrupa a distintas corrientes del movimiento obrero alrededor de un
programa limitado, nos resultó sumamente sorprendente el discurso de
Chris Nineham en nombre de esa organización en el debate en Florencia
sobre movimiento y partido (al menos, para los franceses formados en la
tradición de la Carta de Amiens y de la independencia de las
organizaciones de masas con respecto a los partidos): ¡Chris empezó su
discurso en nombre de Globalise Resistance y terminó más o menos
llamando a la construcción del partido revolucionario! De hecho, existen
formas intermedias entre el frente único y el partido, como las campañas
por un solo punto, que son frentes únicos a punto tal que ciertos
miembros de partidos reformistas están asociados con ellas; por ejemplo,
ATTAC o el movimiento antifascista Ras L’Front.
Quizá
esto tenga que ver con diferencias de enfoque históricas y culturales,
pero estas concepciones diferentes del frente único también tienen
relación con prácticas diferentes en el trabajo de masas. Para nosotros,
la intervención de los revolucionarios en los sindicatos o en movimientos
sociales unitarios no es la proyección mecánica de su trabajo político
partidario. No consiste en imponer las posiciones del partido de manera
forzada en las organizaciones de masas, sino en convencer a los sectores más
amplios posibles de esas posiciones sobre la base de su propia experiencia
práctica. La intervención de los revolucionarios busca construir
organizaciones de masas para desarrollar la movilización unitaria y la
autoorganización. Queremos, de este modo, transformar los sindicatos y
los movimientos unitarios en organizaciones de combate contra la patronal.
En resumen, “alentamos posiciones clasistas”, pero sobre la base de
las experiencias de sectores del movimiento de masas, y no mediante la
simple adopción formal de las consignas del partido por parte de esas
organizaciones...
En
la actual situación, las campañas de frente único que están en la
agenda política son:
-
Contra la guerra imperialista
-
Por la anulación de la deuda del Tercer Mundo
-
Por el retiro inmediato e incondicional de Israel de los Territorios
Ocupados
-
Contra la “reconstrucción social” de los patrones (privatizaciones,
seguridad social)
-
Por los derechos de los inmigrantes, etc.
5. Partido y reagrupamiento
La
cuestión del reagrupamiento y la del partido están por supuesto en
diferente orden. En la actual situación, organizaciones revolucionarias
pequeñas pueden encontrar la manera de escapar de su situación marginal,
relacionarse con sectores del movimiento de masas y disputar la dirección
de las movilizaciones con los partidos reformistas. Tu texto distingue
tres concepciones o modelos de cómo responder a estos desafíos en términos
de recomposición y reagrupamiento:
—
la concepción atribuida a Rifondazione Comunista (PRC), que privilegia el
reagrupamiento del viejo movimiento comunista y permanece en él;
—
la concepción atribuida a Murray Smith, que hace del “partido no
delimitado estratégicamente” un modelo generalizable, en virtud del vacío
a la izquierda que deja la burguesificación de la socialdemocracia;
—
y finalmente, la “defendida por el SWP”, cuyo objetivo sería “unir
a todos aquellos que se identifican con la tradición marxista
revolucionaria tal como fue desarrollada y defendida por Marx y Engels,
Lenin y los bolcheviques, Trotsky y la Oposición de Izquierda, y que
quieran construir hoy el movimiento sobre una base no sectaria”.
Cada
tipología tiene sus ventajas (ser pedagógicas) y sus inconvenientes
(simplificar en exceso). Pero las cosas pueden ser más complejas e
incluso combinar más de una fórmula. En todo caso, y también aquí, se
trata de hacer un análisis concreto de la situación concreta.
Defines
el proyecto del PRC como un intento de unir a los principales PCs de
Europa que quedan, las principales organizaciones de la izquierda
revolucionaria y los elementos autonomistas del movimiento
anticapitalista. Este es, de hecho, un poco el panorama doméstico del
PRC. Pero esas es una situación específica relacionada con la historia
de la izquierda italiana. ¿Se trata realmente de un proyecto europeo? ¿Y
seguirá siendo así después de Florencia? No parece ser ése el sentido
de los discursos del secretario general del PRC, Fausto Bertinotti, quien
subrayó con toda fuerza el daño causado
por las coaliciones de centroizquierda y contrapuso la necesidad de
una izquierda alternativa frente a la izquierda tradicional que sólo
busca alternar en el gobierno con la derecha. Esta cuestión está
abierta, porque es difícil ver cómo los PCs europeos que han quedado
reducidos a satélites de la socialdemocracia van a embarcarse en esa dinámica.
Las condiciones italianas, en este sentido, son demasiado específicas
como para aportar un modelo válido a escala continental. En todo caso,
estamos de acuerdo contigo en que los PCs sobrevivientes son socios
evidentes para una política de frente único pero que, con raras
excepciones, no son socios prioritarios, o ni siquiera útiles, para la
construcción de un partido revolucionario. Nuestra preocupación en
Francia es más bien evitar ser tragados por la agonía mortal del PCF en
nombre de una mítica “casa de los comunistas” [maison des
communistes] donde sólo contribuiríamos a apuntalar un aparato
moribundo.
El
segundo punto de vista sobre el reagrupamiento sería el de un partido
amplio, “no delimitado estratégicamente”, que deje abierta la cuestión
del clivaje entre reforma y revolución. Esta formulación es confusa
desde el principio. En la medida en que un partido se define por su
programa, éste es siempre necesariamente delimitado, en cierto grado y
hasta cierto punto. Preferimos la fórmula “partido con delimitaciones
estratégicas incompletas o inacabadas” [non achevées]. La
cuestión es precisamente saber por dónde se trazará la delimitación,
de acuerdo a la situación concreta y a los socios de que se trate.
Nuestra
orientación debe partir del nuevo período. El fin de todo un ciclo histórico
y político del movimiento obrero —el derrumbe del stalinismo y la
transformación social-liberal de la socialdemocracia— pone en el orden
del día una reorganización del movimiento obrero y le da toda su
relevancia a la construcción de una nueva fuerza política que busque
romper con el sistema capitalista. Esto no implica necesariamente un
programa acabado en lo estratégico, en particular en cuanto a las formas
y modalidades de la conquista del poder político. Se trata más bien de
retomar nuevamente una serie de problemas políticos y estratégicos
relacionados con la necesaria preparación para grandes batallas de clase:
exigencias políticas y sociales, tanto inmediatas como transicionales; la
cuestión de la propiedad pública y social; la independencia de las
instituciones burguesas y la problemática del gobierno de los
trabajadores. Por eso, en Francia, no puede situarse ningún acuerdo por
fuera de un compromiso programático y práctico contra la “reconstrucción
social” que reclama la organización patronal MEDEF (empleo,
flexibilidad, salarios, servicios públicos, seguridad social), contra las
instituciones de la V República, contra la guerra imperialista y contra
la globalización capitalista. En otras palabras: debe haber un corte con
las políticas de los últimos 20 años de la izquierda gubernamental. Por
el momento, esta fórmula sigue siendo algebraica. Si se desprenden
corrientes del PC el PS o los movimientos sociales, podemos proponer una
convocatoria a los “Estados Generales” y ver qué bases políticas se
adoptan.
Por
nuestra parte, tenemos una herencia y un programa (por definición siempre
en renovación). Pero, en la medida en que consideramos el programa
siempre como herramienta (y que no lo veamos como una forma de
identificación sectaria y artificial), no debemos autolimitarlo,
recortarlo ni disfrazarnos de lo que no somos, esperando alcanzar de esa
manera una hipotética ampliación del partido que queremos construir.
Defendemos nuestras ideas porque las creemos correctas. Y estamos abiertos
a considerar posibles acuerdos en respuesta a corrientes realmente
existentes u organizaciones con las cuales podemos converger alrededor de
los grandes problemas del momento. Este fue, según nos parece, el punto
de vista de Trotsky entre 1933 y 1938 (en condiciones muy desfavorables)
(8).
En
lo que hace a alcanzar un acuerdo aceptable, todo depende de saber en qué
dirección evolucionan las corrientes con las que estamos discutiendo;
desde la caída del gobierno de Prodi, el PRC ha girado claramente a la
izquierda, mientras que los “renovadores” del PCF, que apoyaron el
gobierno Jospin hasta el final, han ido hacia la derecha, a pesar de
discursos a veces radicales pero sin consecuencias prácticas. Y, sobre
todo, se trata de saber si en ese reagrupamiento ganaremos en inserción
social, capacidad de acción y experiencia lo que perderemos en precisión
programática. Las experiencias negativas en este terreno suelen remitir a
revolucionarios que diluyeron su identidad en aras de aventuras de grupos
pequeños que, en vez de fortalecer su capacidad de intervención,
aumentan su confusión teórica sin enriquecer su práctica.
Hemos
notado que, a la vez que niegas que la experiencia del SSP de Escocia
pueda ser planteada como
modelo general, agregas una aclaración: “Nada de esto significa que en
ciertas circunstancias no pueda ser razonable construir un partido ‘no
delimitado estratégicamente’ que evite tomar partido entre reforma y
revolución”. En este contexto, citas el caso hipotético de que “un
sector significativo de la... burocracia sindical” rompiera hacia la
izquierda. Así es. Esto es justamente lo que ocurrió en Brasil en los últimos
años de la dictadura y lo que dio nacimiento al PT. Y esa es la razón
por la cual en la Cuarta Internacional tenemos un compromiso leal de
construir el PT, convencidos de que en un partido de masas ni cuyo
programa ni cuya dirección estaban cristalizados, las definiciones vendrían
poco a poco a través de la experiencia, con la condición de que preserváramos
un medio de expresión propio y que existiéramos como corriente, más allá
de la forma que ésta adopte.
Este
nuevo período exige que nos pronunciemos por una reorganización de
fuerzas y la construcción de un nuevo partido, de un partido grande, a
partir de las luchas clasistas y democráticas. Se requiere entonces
determinar las mediaciones tácticas sobre la base de las fuerzas reales.
La brecha existente en Francia entre las movilizaciones sociales y la
representación política plantean la cuestión de un nuevo partido o de
una nueva fuerza, especialmente después de las elecciones de abril y mayo
pasados. ¿Sobre qué bases y con quién?
Pero
no vemos en esta etapa corrientes o grupos de activistas ya cristalizados
que quieran comprometerse en un proceso de estas características. Aunque
participemos en todas las discusiones alrededor de una nueva fuerza política,
por el momento no hay posibilidad de un nuevo marco de construcción que
represente una superación real de la LCR.
En
ausencia de tales corrientes, sería una pérdida de tiempo dejar de
construir la Liga mientras corremos detrás de quimeras y aliados
imaginarios. Sólo una modificación real de las relaciones de fuerza podrá
en el futuro atraer esos aliados. Que esas corrientes no existan está
relacionado quizá con algo más importante: la ausencia hasta ahora de un
hecho fundacional lo suficientemente fuerte como para superar las
orientaciones, las identidades, las trayectorias de cada uno, y permita su
reagrupamiento en una nueva formación política que supere los límites
de cada organización. Puede haber coincidencias en el terreno de acción
y convergencias en las luchas, pero no existen contradicciones, al menos
en Francia, que puedan dar lugar a nuevas organizaciones.
Se
pueden considerar muchas formas concretas. Sin embargo, hay que subrayar
una condición esencial (que corresponde, si no nos falla la memoria, al
último de los 11 puntos de la Oposición de Izquierda): que la democracia
interna en la organización común permita, mediante el debate y la
confrontación de posiciones, sacar conclusiones colectivamente de las
experiencias atravesadas en común. Sin duda, no existe régimen democrático
ideal ni garantías estatutarias absolutas. Pero se puede decir que,
siendo un partido de masas, y a pesar de algunos intentos de prohibir las
tendencias y corrientes, el PT brasileño sigue siendo un partido
pluralista y relativamente democrático. Análogamente, Rifondazione
Comunista tiene un régimen interno que se parece mucho al de las
organizaciones revolucionarias.
6. Partido y programa
Una
vez separado lo que tiene que ver con el frente único y lo relacionado
con la construcción de un partido propiamente dicho, una vez admitida la
posibilidad de delimitaciones parciales y compromisos en una política de
reagrupamiento, nos queda el nivel específico del reagrupamiento entre
fuerzas que consideramos revolucionarias. Este reagrupamiento puede
constituir un buen fermento para la construcción sobre nuevas bases y
sobre nuevas relaciones de fuerza de
un fuerte movimiento social. Es en esta
perspectiva de un “proceso crucial de redefinición en curso”
que planteas las relaciones específicas entre la LCR y el SWP, la CI y la
IST. Al considerar que el SSP es “un partido dirigido por
revolucionarios serios”, estás reconociendo el hecho de que nuestras
dos corrientes no son las únicas revolucionarias.
Debemos
empezar por señalar en este contexto que si la diferencia entre
reformistas (que sólo quieren mejorar el orden establecido) y
revolucionarios (que quieren cambiarlo) no está pasada de moda, su
significado práctico merece ser reexaminado. ¿Qué significa ser
revolucionario en los albores del siglo XXI, después de la amarga
experiencia de las derrotas del siglo pasado, después de un largo período
en el que las victorias revolucionarias han sido muy escasas, de cara a
las metamorfosis del capitalismo globalizado? Muchas cosas están
incluidas (y mezcladas) en la idea de Revolución con R mayúscula
heredada del siglo XIX: una concepción estratégica de la emancipación
tanto como una imagen mítica de la
humanidad liberada.
Cuando
trazamos una línea de demarcación entre reformistas y revolucionarios,
tenemos que tratar de ser precisos en cuanto a de qué estamos hablando.
Podemos distinguir al menos tres significados actuales de la palabra
“revolución”.
En
primer lugar, es el nombre propio que ha expresado en la época moderna un
anhelo muy antiguo de liberación y bienestar. En segundo lugar, en el
siglo XIX adquirió un sentido más preciso, el de “revolución
social” (“Vive la sociale!”), de un cambio radical de lógica:
el derecho a la existencia contra el derecho de propiedad, la necesidad
contra la ganancia, el bien común contra el autointerés egoísta, la
democracia contra el mercado. Es la
oposición entre estas dos lógicas sociales incompatibles lo que se
expresa en la famosa exhortación a cambiar el mundo, no sólo a
interpretarlo. Nos parece que el contenido de esta idea de revolución es
hoy el menos oscurecido, el más claramente relevante.
Finalmente,
a comienzos del siglo XX y con la revolución rusa, el término adquirió
una carga estratégica: no se trataba sólo de derribar el orden
establecido sino de definir cómo se lograba eso: reforma o revolución.
Sin duda este es el sentido de las grandes polémicas que conmovieron a la
II Internacional antes de la I Guerra Mundial, resumidas en la oposición
entre Bernstein y Rosa. Este sentido estratégico del término resume una
serie de problemas y experiencias (a veces tomados, significativamente,
del léxico militar): estrategia y táctica, guerra de posición y guerra
de movimiento, huelga general e insurrección, poder dual, etc. Es aquí
que el contenido del concepto se empieza a oscurecer, en parte seguramente
debido a las derrotas que hemos sufrido, pero también gracias a las
modificaciones en las coordenadas estratégicas de las que, en los
comienzos de un nuevo ciclo de experiencias, apenas hemos empezado a tener
una medida.
Los
más recientes trabajos de Negri o de Holloway atestiguan, a su manera,
esta confusión estratégica sin responder a ella, salvo mediante
artilugios teóricos. Ya hemos tenido oportunidad de constatar en diversas
ocasiones, en discusiones y artículos, un alto grado de acuerdo entre
nosotros alrededor de este punto. Es necesario al menos decir también
estos libros, testigos del clima intelectual, del espíritu de resistencia
y de sus límites, ayudan a relanzar un debate estratégico que se había
hundido por debajo de cero desde fines de los 70.
Permítasenos
agregar que la caracterización de una organización como revolucionaria,
sobre la base de nuestro programa y de nuestra práctica, tiene sólo un
valor provisional y sujeto a confirmación. Si el deber de los
revolucionarios es hacer la revolución, es sólo a través de la prueba
de los hechos como se puede corroborar la línea de demarcación. Incluso
las organizaciones con intenciones más revolucionarias tienen sus
conservatismos y sus vacilaciones; nunca escapamos completamente a la
subordinación al orden dominante que queremos derrocar.
Por
lo tanto, es necesario reconocer lo que resulta obvio: que la revolución
futura, como las revoluciones pasadas, tendrá sus elementos desconocidos
e inesperados. No deja de ser cierto que la perspectiva revolucionaria
sigue siendo una idea regulativa necesaria alrededor de la cual se agrupan
las fuerzas militantes. No se trata sólo de un mito —en el sentido que
le daba Georges Sorel al concepto— sino de un hilo conductor o guía práctica
que nos permite establecer una relación entre el objetivo final y el
movimiento, separar los compromisos aceptables y necesarios de las
traiciones inaceptables, distinguir lo que nos acerca hacia la meta final
de lo que nos aleja de ella, etc.
La
delimitación estratégica entre reforma y revolución, entonces, no está
grabada sobre mármol de una vez y para siempre. Cambia en función de la
experiencia histórica. Tiene una historia, que es la de las grandes polémicas
fundacionales del movimiento (reforma o revolución, revolución
permanente versus revolución por etapas). Así, tu texto cita tres
grandes momentos constitutivos de una corriente revolucionaria, tres
encrucijadas: la revolución rusa, la situación del movimiento comunista
frente a la contrarrevolución stalinista y las divisiones históricas de
la izquierda trotskista, esencialmente alrededor de la cuestión de cómo
caracterizar al stalinismo y la URSS. Podemos estar de acuerdo en el método.
Es más; esa es la razón por la que los cuatro primeros congresos de la
Internacional Comunista y los 11 puntos de la Oposición de Izquierda, o
el Programa de Transición, fueron siempre parte de nuestra necesaria
herencia programática. Trazan una línea de demarcación política sobre
la base de eventos trascendentales. El tercer momento, la polémica entre
los trotskistas sobre la naturaleza de la URSS, aun sin minimizar su
significación teórica y práctica, no nos parece del mismo orden de
importancia. Además, se refiere a organizaciones pequeñas que nadaban
contra la corriente, y que se inclinaban por tanto a exagerar su identidad
ideológica por razones de supervivencia.
Esto
es lo que se desprende de tu texto, si bien de otra manera, cuando dices
que “las diferencias teóricas” sobre la naturaleza de la URSS, aunque
puedan discutirse, constituyen hoy una polémica histórica y no un punto
de división entre revolucionarios que justifique la existencia de
organizaciones separadas. Desde los años 60 hemos creído, además, que
las diferencias sobre la caracterización de la URSS, con lo importantes
que puedan ser, no significaban necesariamente
para nuestras dos corrientes diferencias de principios con respecto
a nuestras tareas en la lucha por el derrocamiento revolucionario de la
burocracia.
Si
queremos poner en marcha decididamente una política de reagrupamiento,
debemos saber distinguir (lo que no siempre es fácil) lo importante de lo
secundario, las cuestiones estratégicas de las tácticas, so pena de
quedar atrapados en una lógica sectaria de fragmentación al infinito
sobre la base de diferencias que tras unos años, y a veces meses, de
reflexión, aparecen como de importancia muy relativa. Así, hoy estamos
seguramente de acuerdo con los camaradas de la ex OCT-Revolution, hoy
militantes de la Liga, en que —sin negar en absoluto que había serias
diferencias— la división de 1971 fue injustificada, y que todos hemos
pagado el precio por ello. Análogamente, la mayoría de la Liga no tiene
ni la misma historia ni la misma práctica que los compañeros que vienen
de Lutte Ouvrière con Voix des Travailleurs, pero si queremos preparar
reagrupamientos más ambiciosos debemos demostrar que nos podemos
encontrar y actuar juntos en la misma organización en la medida en que ésta
sea democrática (10). En contraste, y sobre la base de los textos
escritos, no hemos podido entender por qué las diferencias entre el SWP y
la ISO de EE.UU. podían ser tan grandes como para justificar una ruptura
tan brutal y precipitada. La acusación de sectarismo sobre la base de que
los compañeros habían subestimado el movimiento antiglobalización en el
momento de Seattle es poco convincente. Lo mismo puede decirse de la mayor
parte de la izquierda (¡incluyendo los sindicatos de EE.UU.!) Los compañeros
dicen que después ingresaron al movimiento, sin abandonar su participación
en la campaña contra la pena de muerte; llamaron a votar por Ralph Nader
en las elecciones presidenciales de 2000 (cosa que, más allá de que se
esté de acuerdo o no, está
lejos de ser una prueba de sectarismo); están trabajando en el movimiento
antiguerra...
También
debemos ser prudentes antes de sacar conclusiones sobre nuestras
organizaciones cuando éstas son tan pequeñas, cuando la verificación práctica
de las disputas teóricas es muy parcial, cuando hechos nuevos pueden
servir, y a veces muy rápidamente, para disolver la desconfianza y la
sospecha. Entre revolucionarios tenemos que tener la prudencia de entender
antes de juzgar, o antes de explicar una diferencia en base a intereses
sociales (es decir, posiciones de clase). Por nuestra parte, muchas
experiencias desdichadas nos han llevado a que, cuando comienza una polémica,
partamos de la idea de que los compañeros obran de buena fe (a riesgo de
cometer un error), antes que hacerlos sospechosos de traición. Un error
no es un crimen. Si la cuestión de la guerra es indudablemente un
criterio programático importante, la demora de esta o aquella organización
en participar del movimiento antiglobalización no justifica juicios
apresurados. Análogamente, los compañeros de SPEB [Socialisme Par En Bas,
organización simpatizante de la IST en Francia] cometieron un serio error
al llamar a votar, en la campaña electoral, exclusivamente a Lutte Ouvrière,
cuando lo más razonable hubiera sido llamar a votar a los candidatos de
la izquierda revolucionaria en general. Han cometido otros errores; por
ejemplo, al intervenir en ATTAC con la ilusión de transformar a esa
asociación en un partido revolucionario. Pero de esto no hemos sacado —¡felizmente!—
ninguna conclusión definitiva sobre la trayectoria política de SPEB.
De
modo que debemos discutir fraternalmente los desacuerdos que surjan, dándoles
el lugar apropiado. Ustedes nunca han dejado de reprocharle a la Liga sus
supuestas ambigüedades en relación con la guerra. Pero, desde la guerra
del Golfo hasta la de Afganistán, pasando por la intervención de la OTAN
en los Balcanes, nos hemos opuesto siempre a todas las guerras
imperialistas, con matices que no resultan nada escandalosos en una
organización viva.
Para
resumir: de cara a la nueva situación que se ha abierto en los últimos
diez años, desde nuestro punto de vista nada justifica en principio la
existencia organizacional separada entre nuestras corrientes, sobre todo
si queremos dar un ejemplo que abra camino a realineamientos más amplios
entre corrientes que vienen de historias y culturas diferentes. Esto no
significa que no haya obstáculos entre nosotros. Pero es necesario darles
su ubicación correcta a fin de superarlos.
Pareciera
que esos obstáculos se centran sobre todo en la cuestión de la relación
entre la construcción del partido y las organizaciones de masas y en el régimen
interno de nuestras organizaciones. Esta cuestión es tanto más delicada
cuanto se halla en la frontera entre culturas políticas y posiciones
programáticas diferentes, que se hacen difíciles de desentrañar. Así,
por ejemplo, la relación entre partido y sindicato no se plantea en los
mismo términos en la tradición británica (debido a la historia de su
movimiento obrero) que en la francesa, tempranamente signada por la
desconfianza del sindicalismo revolucionario del movimiento obrero a la
representación política (de allí la Carta de Amiens, aunque estamos
abiertos a la discusión). Más allá de estas diferencias, debe ser
posible, no obstante, separar los grandes principios de la independencia
de los sindicatos y de las organizaciones sociales con relación a los
partidos, del respeto por su pluralismo y su democracia interna. A la luz
de la experiencia stalinista, es en esta dirección que se orientan los
textos de Trotsky, desde La revolución traicionada hasta el Programa
de Transición. Desde este punto de vista, estos textos aclaran las
cosas en comparación con la confusión que aún marcaban los primeros
congresos de la Internacional Comunista sobre las relaciones
partido-clase-estado.
Nuestras
diferencias sobre esta cuestión se hacen globalmente coherentes cuando
llegamos al rol de la democracia interna en el partido, en las relaciones
entre partido y movimiento de masas y, acaso, en nuestras concepciones
mismas de la democracia socialista.
Para
ir al fondo de la cuestión: no estamos de acuerdo con una concepción de
partido que no contemple la posibilidad de un pluralismo organizado. Dicho
brevemente: derechos de tendencia. Si el régimen de tendencias
permanentes sin duda presenta muchos inconvenientes y, llevado al extremo,
a hacer que la democracia resulte formal al vaciarla de su contenido, una
concepción de “partido-fracción” no permite la libre discusión y
puede llevar a una lógica de rupturas sucesivas sin fin, según el viejo
adagio de que el partido se hace más fuerte al “purificarse”. En la
base de esta concepción está la identificación entre la construcción
de una tendencia o fracción y la construcción del partido. Para
nosotros, la organización o el partido, aunque sea pequeño, siempre debe
prefigurar las condiciones de un partido grande. Subrayamos este punto
para dejar claro que defender los derechos de tendencia no significa un
territorio de tendencias permanentes. La Liga, que defiende el derecho de
tendencia, ha visto hacer y deshacer infinidad de tendencias, en respuesta
a distintos problemas políticos y coyunturas. Pero si las diferencias
cristalizadas expresan un malestar o una crisis, la separación
organizativa no es siempre la mejor manera superarlas, restableciendo la
“homogeneidad” del partido. Las divisiones tienen su precio, que suele
ser más alto que los desórdenes internos de los debates entre tendencias
o fracciones.
¿Cómo
no relacionar vuestro rechazo casi como una cuestión de principios al
pluralismo interno con una concepción del frente único y del trabajo de
masas que tiende a hacer que las organizaciones de masas asuman las
posiciones que son las del partido que se está construyendo? En realidad,
¿cómo se pueden construir organizaciones pluralistas con organizaciones
de masas claramente alineadas a priori con la concepción general del SWP?
Estos derrapes pueden llegar al sectarismo no entre organizaciones
revolucionarias, sino hacia el movimiento de masas.
Esta no es una cuestión secundaria, después del siglo que
hemos atravesado y del balance de las experiencias stalinistas y socialdemócratas.
Mientras ustedes sostienen, correctamente,
la democracia soviética y el “socialismo desde abajo”
defendido por Hal Draper, ¿cómo reconciliar esta referencia a la
democracia socialista de base con el funcionamiento de un partido
fuertemente verticalista en su relación con los movimientos unitarios?
Aquí hay un problema serio que debe ser objeto de discusión exhaustiva,
en el marco de las relaciones fraternales que hemos empezado a establecer.
Lo
que debemos aclarar entre nosotros, para evitar empantanarnos en casos
específicos y ejemplos, son los principios comunes. Porque la cuestión
de la democracia, en el partido y en su relación con los movimientos de
masas, es una prueba para nuestra concepción más general de la
democracia socialista.
Unas
palabras finales, aunque provisorias, a falta de una conclusión
definitiva. Uno de tus textos finaliza así: “Desde Seattle la izquierda
revolucionaria se ha embarcado... en un nuevo viaje. No hay mapa que nos
guíe; no hay un conjunto de reglas o un punto de referencia histórico
evidente que nos dicte qué debemos hacer. La recompensa es potencialmente
enorme. La historia no nos perdonará si dejamos pasar esta
oportunidad”. Encaremos este desafío seriamente, con paciencia, sin
precipitarnos, pero también con audacia, porque la carrera entre
socialismo y barbarie es más actual que nunca.
Fraternalmente,
Daniel
Bensaïd, Léon Crémieux, François Duval, François Sabado
Los autores de esta carta son miembros de la dirección de la LCR, sección
francesa de la IV Internacional.
Traducida
del francés por Alex Callinicos
Notas:
[salvo las notas 5 y 8,
todas las demás son notas del traductor Callinicos]
1)
A. Callinicos, “Reagrupamiento, realineamiento y la izquierda
revolucionaria” (julio 2002) y “El reagrupamiento y la izquierda
socialista hoy”.
2)
Véase E. Hobsbawm, Age of Extremes (Londres, 1994}
3)
Véase D. Bensaïd, Marx for Our Times (Londres, 2002).
4)
M. Smith, “¿Adónde va el SWP?”, Frontline 8, (2002).
5)
En este contexto, que hables de “la cristalización de un ala reformista
dentro del movimiento anticapitalista alrededor de la dirección de ATTAC”
parece una formulación mala. Quizá se trate de una reacción irritada
después de la descripción que diste de ATTAC, en una reunión de
Marxismo 2001, como un movimiento anticapitalista. Te habíamos advertido
contra lo exagerado de esa formulación (que pudo haber alimentado las
ilusiones de SPEB sobre la posible transformación de ATTAC en una
organización revolucionaria). ATTAC no es un partido, sino un movimiento
por un solo punto (al menos originariamente). Es bastante lógico que
coexistan allí corrientes francamente moderadas y reformistas y
corrientes radicales y revolucionarias, sobre la base de un acuerdo contra
la deuda del Tercer Mundo, por impuestos al capital, contra los paraísos
fiscales. Las relaciones entre esas corrientes son fluctuantes, y el
microaparato dirigente goza de una posición privilegiada.
6)
Hardt y Negri, Imperio (Cambridge, 2000), y J. Holloway, Cómo
cambiar el mundo sin tomar el poder (Londres, 2002).
7)
En octubre de 1906, la CGT francesa adoptó la Carta de Amiens, que
declara la independencia de los sindicatos de todos los partidos políticos,
incluidos los socialistas.
8)
Véase D. Bensaïd, Los años de formación de la IV Internacional
(Amsterdam, 1988).
9)
La Organización de Comunistas Trabajadores (OCT), conocida también como
Revolution!, después de romper con la LCR, desarrolló una política en
cierto modo similar a la del “semi-maoísmo” de la organización de
extrema izquierda italiana Avanguardia Operaia (ella misma formada en
parte por militantes de origen trotskista). Fue una de las víctimas de la
crisis de la izquierda revolucionaria europea en la segunda mitad de los años
70. Algunos dirigentes de la OCT más tarde se reintegraron a la LCR,
donde hoy cumplen un rol activo y en algunos casos dirigente.
10)
Durante los años 90, un pequeño grupo de oposición rompió con Lutte
Ouvrière y se integró a la LCR, donde mantienen su propia identidad como
Voix des Travailleurs (VdT).
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