Carta a los
compañeros de la LCR por el Comité Central del SWP
A
Daniel Bensaïd, Léon Crémieux, François Duval
y François Sabado
Boletín
de la International Socialist Tendency, Nº 3, junio 2003
Estimados
compañeros:
Muchas
cosas han pasado desde vuestra carta de diciembre de 2002. Enfrentados
al más gigantesco movimiento internacional de protesta en la historia
mundial, EE.UU. y el Reino Unido, desafiando no sólo al movimiento
antiguerra sino la oposición de la mayor parte de las clases
dominantes del planeta, encabezadas por Francia, Alemania y Rusia,
lograron conquistar Irak y ahora están sometiendo a ese país a algo
que equivale a una ocupación colonial, además de amenazar con atacar
a sus países vecinos como Irán y Siria.
Es
mucho lo que está en juego en la política global. Por supuesto, la
influencia que pueden ejercer pequeñas organizaciones revolucionarias
sobre estos acontecimientos también es pequeña. Sin embargo, no es
del todo despreciable. Por nuestra parte, hemos jugado un rol
dirigente en la Stop the War Coalition en el Reino Unido. También
estamos profundamente insertos en las redes de activistas
anticapitalistas que prepararon el llamado al 15 de febrero como día
internacional de protesta contra la guerra en Irak; primero en
Florencia, a escala europea, y luego en Porto Alegre a escala mundial.
En cuanto a ustedes, sabemos que tienen una inserción profunda en el
movimiento antiguerra en Francia y en las luchas contra la ofensiva de
Chirac-Raffarin contra las jubilaciones. También le damos valor al
papel significativo que cumplen vuestros compañeros de la Cuarta
Internacional (CI) en otros países. Por ejemplo, hemos trabajado muy
bien con los compañeros de Bandiera Rossa, la sección italiana de la
CI, en el proceso del Foro Social Europeo.
Afrontando el mismo
camino
En
este marco, vuestra carta señala un potencial punto de inflexión en
la relación entre nuestras corrientes. En primer lugar, ustedes
aportan una caracterización de la situación general que en lo
fundamental no difiere de la nuestra. Ambos reconocemos que, con los
movimientos contra la globalización capitalista y contra la guerra
imperialista hemos entrado en una fase de radicalización política
que implica que, como dicen ustedes, “se están abriendo ahora
nuevos horizontes para la izquierda revolucionaria”. Nuestras
evaluaciones no son idénticas. Cabe decir que ustedes tienden a
acentuar más que nosotros los aspectos negativos. Por eso agregan,
tras el pasaje que acabo de citar, “pero en un contexto en que la
espiral de derrotas no se ha quebrado” (1). Hay sin duda diferencias
de énfasis entre nuestras caracterizaciones de la evolución de la
socialdemocracia, por ejemplo. No obstante, en general estamos
apuntando en la misma dirección.
En
segundo lugar, ustedes subrayan, con toda razón, que “la brecha
entre las movilizaciones sociales ... y la recomposición política
sigue siendo enorme” (2). Esto quedó muy claro en el pico de la
crisis política en el Reino Unido esta primavera. El movimiento
antiguerra puso dos millones de personas en las calles de Londres el
15 de febrero, pero ¿cuál fue la representación política de esto
en el orden nacional? En gran medida, la izquierda laborista, cuya
oposición a la guerra —con pocas y muy honrosas excepciones, entre
ellas en primer lugar la de George Galloway— se diluyó después
que el gobierno de Blair ganara una votación sobre la guerra el 18 de
marzo; victoria que se basó en la enorme credulidad y capacidad de
autoengañarse de muchos de los que se identifican con el “viejo
laborismo”. Para nosotros, esta experiencia confirma la importancia
de unir una amplia coalición de fuerzas de diverso origen que puedan
proyectarse —como de manera mucho más limitada lo ha hecho la
Socialist Alliance— como una alternativa de izquierda para los
millones defraudados por la política neoliberal y guerrerista del
Nuevo Laborismo (3).
Ustedes
también señalan las potencialidades de un realineamiento de la
izquierda:
“El
fin de todo un ciclo histórico y político del movimiento obrero
—el derrumbe del stalinismo y la transformación social-liberal de
la socialdemocracia— pone en el orden del día una reorganización
del movimiento obrero y le da toda su relevancia a la construcción de
una nueva fuerza política que busque romper con el sistema
capitalista” (4).
Ustedes
dicen que una fuerza de estas características sería “un partido
con una delimitación estratégica incompleta”: su programa dejaría
abiertas “las formas y modalidades de la conquista del poder político”.
Ustedes consideran, no obstante, que no hay hoy en Francia
“corrientes o grupos de activistas ya cristalizados que quieran
comprometerse en un proceso de estas características”. Por tanto,
ustedes seguirán construyendo la LCR mientras esperan condiciones más
favorables para “la construcción de un nuevo partido, de un gran
partido” (5). Nosotros somos más optimistas en cuanto a las
posibilidades a corto plazo de lanzar una coalición de izquierda más
amplia en el Reino Unido. Seguramente, dadas las fuerzas que
potencialmente podrían participar, esa coalición tendría
“delimitaciones estratégicas incompletas” en el sentido de dejar
abierta la cuestión de reforma y revolución. Pero para nosotros la
participación en una coalición de este tipo no sería un sustituto,
sino un medio, para la construcción de un partido revolucionario de
masas. Ya volveremos sobre esto (6).
En
tercer lugar, ustedes piensan que la CI y la IST pueden hacer un
aporte importante al proceso más general de realineamiento de la
izquierda: "de cara a la nueva situación que se ha abierto en
los últimos diez años, desde nuestro punto de vista nada justifica
en principio la existencia organizacional separada entre nuestras
corrientes, sobre todo si queremos dar un ejemplo que abra camino a
realineamientos más amplios entre corrientes que vienen de historias
y culturas diferentes” (7). Esta es una afirmación muy importante.
A pesar de todas nuestras debilidades, la CI y la IST son las únicas
dos corrientes del marxismo revolucionario con la seria pretensión de
actuar a escala internacional. Una convergencia entre nosotros tendría
un impacto que iría más allá de nuestras filas. Nosotros también
estamos decididos a trabajar juntos con revolucionarios de otras
tradiciones. Nos oponemos a hacer de los desacuerdos históricos
—por ejemplo, sobre la naturaleza de clase del stalinismo— un obstáculo
en este proceso de exploración mutua. Y estamos abiertos a fusiones
de organizaciones. Esto queda demostrado por la decisión del SWP en
Escocia de unirse al SSP, por la invitación que hicimos al
International Socialist Group (sección británica de la CI) de unirse
al SWP y por la postulación que hicieron nuestros compañeros en
Francia, SPEB, de unirse a la LCR.
Pero
—desgraciadamente, siempre hay un pero— la ISG declinó nuestra
invitación, y en cambio ayudaron a formar un reagrupamiento,
Socialist Resistance, que incluye fuerzas hostiles al SWP y en algunos
casos al proyecto de un partido revolucionario, con lo que de hecho
han dado pasos que los alejan de nosotros. Mientras tanto, el CC de la
LCR pospuso la decisión de la integración de SPEB hasta septiembre.
No tiene sentido ahora discutir los detalles de estas decisiones en
particular. Lo que sí sería útil es tener en cuanta los problemas
políticas más generales que están en juego. Ustedes dicen que hay
obstáculos entre nosotros, “y que éstos se centran sobre todo en
la cuestión de la relación entre la construcción del partido y las
organizaciones de masas”. En primer lugar, ustedes sostienen que
nuestra práctica no respeta la autonomía de los movimientos de
masas. En segundo lugar, nosotros tenemos “una concepción de
partido que no contempla la posibilidad de un pluralismo
organizado”. Tercero, hay una contradicción entre nuestro
compromiso con el socialismo desde abajo y lo que ustedes consideran
“el funcionamiento de un partido fuertemente verticalista en su
relación con los movimientos unitarios” (8). Estas críticas
plantean un marco útil para una discusión en la que tendremos la
oportunidad de abordar problemas concretos sobre el desarrollo de los
movimientos más amplios en los que participan las dos organizaciones.
Partido
y movimiento
¿Cuál
es entonces el problema con la actitud del SWP hacia los
“movimientos unitarios”? Ustedes dicen que construimos
“organizaciones de masas claramente alineadas a priori con las
concepciones generales del SWP”. El único ejemplo concreto que dan
es el discurso de Chris Nineham en el debate de partidos y movimientos
en el Foro Social Europeo de Florencia: “¡Comenzó su discurso en
nombre de Globalise Resistance y terminó casi llamando a la
construcción del partido revolucionario!” (9). Recordemos el
contexto. El papel de los partidos políticos es uno de los temas más
polémicos en el movimiento contra la globalización capitalista. La
Declaración de Principios del Foro Social Mundial excluye formalmente
la participación de los partidos. Esto tiene diversos motivos,
incluyendo el tipo de autonomismo “antipolítico” que ambos
rechazamos. Esto no impidió que tanto el PT brasileño como la
izquierda plural francesa aprovecharan Porto Alegre para sus propios
fines. En el Foro Social Europeo criticamos esta actitud hipócrita y
defendimos la participación en los Foros Sociales de todos los
partidos que demostraran oponerse al neoliberalismo y la guerra,
postura que claramente tiene eco en redes europeas de activistas,
aunque tiene también la decidida oposición de ATTAC Francia.
El
debate sobre partidos y movimientos en Florencia fue uno entre varios
intentos de llegar a un acuerdo. Entre los participantes estuvieron
Fausto Bertinotti, del PRC italiano, Olivier Besancenot por la LCR y
Bernard Cassen por ATTAC. Chris Nineham habló en nombre de GR, pero
también es un miembro de la dirección del SWP. Concentró su
discurso en las posibilidades de construcción de los movimientos, y sólo
en ese contexto discutió los aportes que puede hacer la izquierda
radical y revolucionaria al proceso. ¿Qué se supone que debiera
haber hecho: simplemente eludir esta cuestión absolutamente decisiva
y no decir nada sobre la necesidad de que haya partidos
revolucionarios dentro del movimiento? Esto habría sido,
sencillamente, contribuir
a la hipocresía que ha envenenado este tema. Y también habría
asombrado a los activistas que no son del SWP y que cumplen un papel
clave en GR, ninguno de los cuales emitió la menor queja en relación
con el discurso de Chris. Él simplemente estaba diciendo con toda
honestidad lo que pensaba sobre un tema decisivo. Debemos agregar que
las únicas reacciones negativas que recibimos sobre su discurso
fueron de activistas franceses. La importante asistencia, compuesta
sobre todo de jóvenes italianos, recibió muy bien a todos los
oradores “pro-partido”. Este encuentro —el más grande del FSE—
fue uno de los hechos que marcaron la reunión de Florencia como
“roja”. La abierta fusión del movimiento anticapitalista y la
izquierda radical en Florencia representó un importante paso
adelante, y es por eso que, como ustedes saben, el ala derecha del
movimiento, particularmente en Francia, reaccionó con tanta furia
frente a esto (10).
Luego
volveremos sobre la cuestión de la diferenciación política dentro
del movimiento anticapitalista. Digamos primero que es sencillamente
absurdo acusar al SWP de intentar construir movimientos “claramente
alineados a priori con las concepciones generales del SWP”. GR es un
frente único del SWP con activistas de otras perspectivas políticas,
por ejemplo, musulmanes progresivos y compañeros influidos por los disobbedienti
[autonomistas]. Estamos haciendo grandes esfuerzos por sumar a
sindicatos de izquierda y ONGs: la última conferencia de GR, a la que
asistieron, entre otros, Billy Hayes, secretario del Sindicato de
Trabajadores de la Comunicación, marcó un paso importante en esa
dirección. Pero hay un ejemplo más importante. Diversos miembros del
SWP (entre ellos Chris Nineham, quien estuvo en la cabecera de las
grandes marchas contra la guerra) tienen un rol dirigente en la Stop
the War Coalition. ¿Acaso es éste un movimiento “claramente
alineado a priori con las concepciones generales del SWP”? Si así
fuera, somos más importantes de lo que creemos. La StWC organizó la
manifestación más grande de la historia británica, con dos grandes
conferencias de delegados en lo que va del año. ¿Se trata sólo de
un frente del SWP? Ojalá tuviéramos esa suerte.
En
realidad, por supuesto, la StWC es un frente único de masas que tiene
en su núcleo a socialistas revolucionarios, diputados laboristas,
dirigentes sindicales de izquierda y musulmanes progresivos. Su base
política es muy simple: está en contra de la “guerra contra el
terrorismo” y contra los ataques a las libertades civiles y el
derecho de asilo asociados a esa guerra. Lejos de imponer sus
“concepciones generales”, el SWP ha combatido los intentos de
ciertos grupos sectarios de extrema izquierda de hacer que la StWC
adopte un programa antiimperialista con todas las de la ley, lo que
habría excluido a las organizaciones musulmanas. Gracias a este
enfoque es que hemos podido tanto movilizar millones como evitar la
capitulación o la liquidación del movimiento como resultado de la
conquista angloamericana de Irak. La apertura de la StWC a los
musulmanes, incluidas organizaciones dirigidas por burgueses, como la
Asociación Musulmana del Reino Unido, implicó que pudiéramos
construir un movimiento antiguerra muy amplio que ha atraído un gran
número de árabes y asiáticos bajo la dirección de una izquierda
radical secular. Si no nos creen, vean la evaluación que hace Terry
Conway, de la ISG, de la StWC; evaluación que, sin ser para nada acrítica
de lo que hacemos, observa que “el balance general del rol del SWP
como pieza clave de la coalición ha sido extraordinariamente
positivo”. Y subraya que “la izquierda revolucionaria en general,
y el SWP en particular, ha estado en el núcleo de la campaña más
exitosa contra el proyecto central del imperialismo que se haya
realizado” (11).
La
StWC es simplemente el ejemplo más reciente, aunque también el más
importante, de la práctica del SWP de construir frentes únicos de
masas. Quizá el ejemplo histórico más importante anterior a éste
sea el de la Liga Antinazi, que puso en pie —en un trabajo conjunto
con diputados laboristas y otros activistas— una fuerte marcha
unitaria de 60.000 personas contra el local central del British
National Party en octubre de 1993. Dada la importancia de los frentes
únicos en la historia del SWP, ¿cuál es la fuente real de
diferencias sobre esta cuestión con la LCR? Permítannos responder
yendo al famoso problema de la autonomía de los movimientos sociales.
Esto no tiene nada que ver, para nosotros, con diferencias político-culturales
nacionales, o con la Carta de Amiens, ni nada por el estilo. Si vamos
al caso, los sindicatos británicos, aunque afiliados tradicionalmente
al laborismo, han sido mucho menos politizados y mucho más celosos de
su autonomía que los sindicatos franceses o italianos, en los que los
alineamientos entre federaciones sindicales y partidos políticos han
sido históricamente importantes.
A
pesar de que a veces nos desvían del tema con esta cuestión
secundaria, ustedes señalan correctamente que “debe ser posible, no
obstante, separar los grandes principios de la independencia de los
sindicatos y de las organizaciones sociales con relación a los
partidos, del respeto por su pluralismo y su democracia interna”
(12). Coincidimos. Es más, hacemos nuestros esos principios. Y esto
no es una postura formal. Como ustedes señalan, la tradición de la
IST tiene como punto de referencia básico la idea de socialismo desde
abajo o, como la llamaba Marx, la autoemancipación de la clase
trabajadora. La revolución, para nosotros, es un proceso radicalmente
democrático llevado por la autoactividad y la autoorganización desde
abajo. El folleto de Luxemburgo Huelga de masas siempre ha sido uno de
nuestros puntos de referencia clave. Sin agitar viejos fantasmas, es
por eso que siempre hemos nos hemos resistido a la idea de que el
capitalismo pudiera ser derrotado por otra fuerza que no fuera la
clase trabajadora democráticamente organizada, sea ésta el Ejército
Rojo en el Este europeo o las guerrillas rurales en China, Cuba y
Vietnam. Es esta concepción de socialismo la que da forma a nuestra
práctica, especialmente en los sindicatos. Más que apoyarnos en la
elección de dirigentes sindicales de izquierda (aunque naturalmente
estuvimos siempre del lado de los burócratas de izquierda en su lucha
con la derecha), siempre tratamos de construir organizaciones de base
dentro de los sindicatos que les permitieran a los trabajadores
comunes luchar de manera independiente de la burocracia sindical.
Cuando hay luchas, peleamos por comités de huelga electos democráticamente,
en vez de apoyarnos en los funcionarios sindicales.
De
modo que tenemos un fuerte compromiso con la autoorganización democrática
de los sindicatos y otros movimientos sociales. ¿Quiere decir esto
que estamos a favor de la autonomía de tales movimientos? Sí y no. Sí,
en el sentido de que estamos a favor de lo que podríamos llamar la
autonomía organizativa de los movimientos; esto es, tomen sus propias
decisiones sobre la base de mecanismos democráticos que potencien la
participación de sus miembros y que los funcionarios, delegados,
comités, etc., tengan que rendir cuentas a sus miembros de manera
democrática. No, en el sentido de que no creemos que los sindicatos y
movimientos puedan ser autónomos política e ideológicamente. Si lo
fueran, esto significaría que los movimientos pueden formular sus
objetivos sin estar afectados por las corrientes generales de la
sociedad. Esta es la aspiración que a veces se expresa denominando
“no ideológicos” a los nuevos movimientos contra la globalización
capitalista. Esto, claro está, es una ilusión: de hecho, no hay nada
más ideológico que creer que uno está “más allá” de las
ideologías. La sociedad capitalista es una arena de fuerzas antagónicas
cuyos conflictos generan perspectivas diferentes o, como las llamaba
Gramsci, “concepciones del mundo”. Todo movimiento, por limitados
que sean sus objetivos, se define implícitamente con respecto a esa
fuerzas y esas perspectivas. La idea de que un movimiento puede ser
realmente autónomo de la lucha entre clases sociales, fuerzas políticas
e ideologías no es más que un sueño utópico.
Si
esto es así —y, en tanto marxistas revolucionarios, no vemos cómo
puedan negarlo—, de aquí se desprenden consecuencias políticas
concretas. Significa que los actuales movimientos contra la
globalización capitalista no son sólo redes en las cuales se puede
discutir y organizar la resistencia: son también campos de
batalla entre ideologías y estrategias rivales. Esto es
precisamente lo que está ocurriendo. Hay
una serie de polos político-ideológicos dentro del
movimiento. Uno es el de los disobbedienti, canonizado desde el
punto de vista teórico en los escritos de Negri, Hardt y Holloway:
muy radicales en el discurso, pero, dado que no reconocen el rol
central de la clase trabajadora como agente de la transformación
social, pueden deslizarse desde los gestos políticos de
ultraizquierda hacia prácticas reformistas. Ambas posturas dejan en
su lugar la dominación del movimiento obrero por parte de la
socialdemocracia o cosas peores, como lo demuestra la experiencia
de Argentina. Pero también hay un ala reformista dentro del
movimiento anticapitalista. Ustedes se niegan a identificarla con la
dirección de ATTAC Francia, aparentemente debido a que en ATTAC
coexisten “corrientes radicales y revolucionarias junto con
corrientes francamente moderadas y reformistas” (13).
Esto
quizá era discutible hasta diciembre pasado, pero ya no se puede
sostener hoy. Por supuesto, ATTAC es un movimiento políticamente
heterogéneo, pero sin embargo la fuerza dominante en
su seno es el eje integrado por Bernard Cassen y sus aliados
asociados al PCF y la CGT, como el presidente de ATTAC, Jacques
Nikonoff. Estas fuerzas hicieron todo lo que pudieron para controlar
burocráticamente los preparativos del próximo Foro Social Europeo de
noviembre en París-Saint Denis. Ligado a apéndices de los viejos
partidos comunistas a través del frente intelectual del PC Espaces
Marx y la red europea Transform, este sector de derecha ha dejado muy
clara su intención de asegurarse de que no vuelva a pasar nada
parecido a lo de Florencia y marginar a la izquierda radical de París-Saint
Denis. En cuanto a la política de este eje, está bien resumida en el
reciente artículo de Cassen donde se pregunta “¿Cómo apoyar a
Chirac fronteras afuera si combatimos a Raffarin fronteras adentro?”
y plantea la cuestión de si ATTAC debe o no apoyar la propuesta de
Francia, Alemania y Bélgica de un sistema de defensa europeo:
“Frente a la estrategia norteamericana basada en el uso discrecional
de la fuerza, el
movimiento por otro mundo no puede tener la política del avestruz en
relación a la defensa” (14). En otras palabras, el movimiento
anticapitalista tiene que apoyar al imperialismo europeo como un
contrapeso al imperialismo norteamericano. Esto equivale a ceder de
hecho la dirección política de la lucha contra la cruzada
guerrerista de Bush a Chirac-Raffarin.
En
esta situación, en la que está demostrado que el movimiento se está
polarizando políticamente, la izquierda radical, y ni hablar la
revolucionaria, también tiene que organizarse. Decir esto no es estar
a favor de dividir el movimiento o, lo que es casi lo mismo, de tratar
de convertirlo en un frente de extrema izquierda. Nuestra práctica en
los frentes únicos en los que participamos en el Reino Unido muestra
hasta qué punto ambas opciones son ajenas a nuestra política. Pero
lo que deberían hacer organizaciones como el SWP y la LCR es desafiar
abierta y firmemente a la derecha y plantear nuestra propia
alternativa estratégica para el movimiento.
Si
no lo hacemos, van a ocurrir dos cosas. Primero, la derecha empezará
a establecer la agenda política del movimiento de una manera en que
no pudo hacerlo hasta ahora. En la medida en que la perspectiva de
guerra en Irak se hacía más cierta, activistas de Italia y del Reino
Unido dieron una pelea —contra la fuerte oposición, hay que
decirlo, de ATTAC Francia— por hacer de la guerra el tema central en
Florencia. Los frutos de esto fueron la manifestación de un millón
de personas el 9 de noviembre y el día de protesta global del 15 de
febrero. Pero estos hechos no se repetirán automáticamente en el
futuro a menos que exista una decidida intervención de la izquierda
radical. La experiencia de los últimos dos años, desde Génova hasta
Florencia y Evian, muestra que esta intervención tiene lugar en el
terreno favorable que aporta la radicalización continua del
movimiento desde la base, que ha puesto a la derecha a la defensiva.
En
segundo lugar, precisamente debido a esta radicalización, el vacío
político que crearía un eventual dominio político de la derecha del
movimiento arrojaría a decenas de miles de jóvenes europeos a los
brazos de los disobbedienti. Las excelentes críticas teóricas
de Daniel Bensaïd a Hardt-Negri y a Holloway perderán toda fuerza
real a menos que podamos mostrar en la práctica que los marxistas
revolucionarios ofrecen una alternativa radical tanto a Cassen-Nikonoff
como a los autonomistas.
El
partido revolucionario hoy
En
un sentido, todo lo que hace este análisis de la diferenciación política
en el movimiento anticapitalista es reafirmar una vieja verdad
establecida hace mucho por Lenin: los movimientos de masas no se
orientan espontáneamente en la dirección de la política socialista
revolucionaria. Los períodos de radicalización como el actual abren
nuevas perspectivas tanto a jóvenes como a viejos militantes, pero no
hay nada automático en cuanto a que prevalezca la mejor política.
Por el contrario: recordemos cómo algunas formas destructivas del maoísmo
fueron las principales, aunque efímeras, beneficiarias de la última
gran oleada de politización en EE.UU. a fines de los 60. Para ganar a
la nueva generación, los socialistas revolucionarios tienen que
hacerse parte del movimiento y demostrar de manera concreta lo
acertado de sus ideas. Esto es precisamente lo que venimos diciendo
desde Seattle. Juzgamos a las distintas corrientes en base a saber
hasta dónde están a la altura de esta tarea. Más que cualquier otra
cosa, ha sido la profunda inserción de los compañeros de la LCR en
ATTAC y el FSM lo que nos ha atraído hacia ustedes.
Pero,
por supuesto, la sola inserción no es suficiente. Ustedes mismos
subrayan la brecha entre las movilizaciones de masas y su expresión
política. La organización política es necesaria. La definición clásica
del partido revolucionario es que generaliza la experiencia de las
luchas parciales; sobre la base de esta generalización formula una
estrategia y un programa para llevar adelante al movimiento, e
interviene de manera organizada para llevar estas concepciones a la
realidad. Cuando las cosas van bien —y han ido mejor para nosotros
en el movimiento antiguerra que en ningún otro lugar en muchos años—
hay un proceso de enriquecimiento mutuo en el cual los revolucionarios
aprenden del movimiento pero también ayudan a fortalecerlo y darle
una orientación.
¿Cuáles
son vuestras objeciones al enfoque del SWP sobre la construcción del
partido? Ustedes advierten que “debemos saber distinguir (lo que no
siempre es fácil) lo importante de lo secundario, las cuestiones
estratégicas de las tácticas, so pena de quedar atrapados en una lógica
sectaria de fragmentación al infinito sobre la base de diferencias
que tras unos años, y a veces meses, de reflexión, aparecen como de
importancia muy relativa”. Dan como ejemplos la división de la Liga
en 1971 que llevó a la formación de la OCT-Revolution y la más
reciente ruptura entre la ISO de EE.UU. y la IST. Esta lógica
obedece, según ustedes, a la “identificación de la construcción
de una tendencia o fracción con la de un partido”. La alternativa a
este punto de vista destructivo sería una concepción pluralista del
partido que institucionalice los derechos de tendencia y, si es
necesario (aunque ustedes aclaran que no es la situación más
deseable) “un régimen de tendencias permanentes” (15).
Quisiéramos
empezar aclarando que si ustedes plantean que “la lógica sectaria
de fragmentación al infinito” es una consecuencia del método de
construcción partidaria del SWP, tendrían que dar pruebas que
respalden esa presunción. En la historia del SWP, la última y por
lejos más seria división tuvo lugar en 1975. La exclusión de la ISO
de EE.UU. de la IST fue con mucho la escisión más importante que
haya sufrido nuestra corriente internacional. Ustedes dicen que las
diferencias sobre Seattle y el movimiento anticapitalista no
alcanzaban a “justificar una ruptura tan brutal y precipitada” (16).
Estamos totalmente de acuerdo: por favor, háganle conocer su punto de
vista a la dirección de la ISO de EE.UU. y a sus aliados griegos de
DEA (Izquierda Obrera Internacionalista); fue el Comité de Dirección
de la ISO el que en 2001 llevó las diferencias internacionales sobre
perspectivas políticas a la ruptura de la organización, al expulsar
a los miembros de la ISO que coincidían con el resto de la IST y
luego al apoyar públicamente la ruptura de DEA de nuestra organización
hermana en Grecia, el Partido Socialista de los Trabajadores (SEK).
Este último hecho fue particularmente poco serio desde que los
aliados griegos de la ISO renunciaron en masas al SEK sin plantear sus
diferencias en la conferencia del partido. La consiguiente decisión
de la IST de excluir a la ISO de EE.UU. fue una medida defensiva para
evitar que la “lógica sectaria de fragmentación” se extendiera
por el resto de la tendencia, cosa que, por suerte, en general hemos
conseguido (17).
A
pesar de esto, nos acusan de confundir “partido” y “fracción”.
Esta acusación tiene más sentido en el tipo de discurso político
particular de la CI desde los años 70 que en el resto de la
izquierda. Entendemos que lo que quieren decir es que, como una cuestión
de principios, cualquier partido de izquierda, revolucionario o
reformista, tendría que poder contener en su seno corrientes
permanentes ideológicamente coherentes y con identidad propia. Para
nosotros, en cambio, la naturaleza política del partido en cuestión
hace una enorme diferencia. En un partido amplio de trabajadores con
un programa no revolucionaria —como aspiran a serlo el PT o el SSP—
es de hecho esencial en que el partido pueda dar cabida a corrientes
diferentes y por tanto que defienda el derecho de tendencia. Cuanto más
se pretenda construir un partido que refleje el movimiento obrero en
toda su diversidad, más importante es que permita a los distintos
agrupamientos socialistas organizarse y expresar sus puntos de vista
dentro de él.
Pero
un partido revolucionario no pretende representar a la clase obrera en
su totalidad. Lo que pretende es más bien organizar a todos aquellos
que tengan un compromiso más o menos pleno con un programa socialista
revolucionario con el objeto de intervenir en las luchas y movimientos
del momento y ganar sectores más amplios de los trabajadores y otros
sectores oprimidos para ese programa. Su función no es de
representación, sino de intervención (18). Daniel Bensaïd lo
plantea muy bien cuando dice que, para Lenin, el partido “se
convierte en un operador estratégico, una especie de caja de cambios,
de guardarriel de la lucha de clases”, que lidia con la historia en
tanto ésta es un “tiempo fragmentado, lleno de nudos y heridas y
preñado de nuevos acontecimientos” (19). Cumplir con esta función
exige un grado relativamente alto de coherencia ideológica. Sin la
cohesión que da una comprensión común del mundo, una organización
revolucionaria puede encontrarse, en lo que Lenin llamaba “puntos de
inflexión de la historia”, paralizado por las diferencias internas
y las maniobras fraccionales.
Es
importante comprender que, para ser efectiva, la cohesión ideológica
no puede imponerse de manera administrativa. Para un partido
revolucionario arraigado en la tradición marxista, cómo continuar
esa tradición es siempre una cuestión de elección. La historia no
ofrece una única interpretación que sea inequívoca
y autoevidente.
Ser
marxista en las circunstancias actuales implica tanto una selección
de los vastos recursos de esa tradición —esto es, decidir cuáles
son los aspectos más relevantes para el presente— como un
desarrollo de esa tradición que signifique ir más allá de ella, de
manera que siempre pueda corregirse y ajustarse. El debate y la
discusión son inherentes a este proceso, que es inseparable de la
evaluación de las experiencias concretas de intervención en las
luchas por parte de la organización. Por ende, siempre es
posible—sobre todo cuando el partido enfrenta un corte en la situación,
lo que Daniel llama “saltos”— que el debate termine derivando en
polarización fraccional. La historia del SWP ha estado jalonada de
estas crisis, tal como ocurrió —en una escala mucho mayor,
naturalmente— con los bolcheviques.
Daniel
parte de una concepción muy similar de la interacción entre partido
y situación para apoyar el argumento que ustedes vienen planteando:
“Si
la política es una cuestión de elección y decisión, esto implica
una pluralidad organizada. Es una cuestión de principios de
organización. El sistema organizativo puede variar de acuerdo a las
circunstancias concretas, a condición de que no se pierda el hilo
conductor de los principios en el laberinto de oportunidades. En ese
caso, incluso la famosa disciplina en la acción parece menos
sacrosanta de lo que dice el mito leninista. Sabemos que Kamenev y
Zinoviev fueron culpables de indisciplina cuando se opusieron públicamente
a la insurrección, pero incluso así no fueron relevados de sus
responsabilidades de manera permanente. El propio Lenin, en
circunstancias extremas, no dudó en exigir el derecho personal de
desobedecer al partido. Así, en algún momento consideró renunciar a
sus responsabilidades con el objeto de recobrar la ‘libertad de
agitación’ en la base del partido. En el momento crítico, le
escribió una nota muy directa al Comité Central: ‘Fui a donde
ustedes no querían que fuera (a Smolny). Adiós.’ “ (20).
Daniel
tiene absoluta razón en decir que cualquier partido revolucionario
digno de ese nombre debe contener en un momento dado una pluralidad de
puntos de vista. La
homogeneidad es un concepto relativo. Una organización revolucionaria
puede tener un alto grado de cohesión ideológica en comparación con
otras corrientes de izquierda, pero —en parte por las razones ya
apuntadas, en parte como resultado de las maneras en que las presiones
del contexto social se filtran en la organización, y en parte porque
los individuos tienen distintas posiciones de clase, personalidades,
historias y perspectivas— siempre hay matices en cuanto a cómo
abordar los problemas. Como ya hemos dicho, especialmente en los
“puntos de inflexión de la historia”, las que habían sido minúsculas
diferencias de énfasis pueden convertirse en confrontaciones
polarizadas. Cuando esto sucede, no se puede hacer otra cosa más que
discutir abiertamente las diferencias dentro del partido, si es
necesario mediante agrupamientos fraccionales formales o informales.
Reconocer que las organizaciones revolucionarias son
pluralistas hasta este punto no exige, sin embargo, que
institucionalicemos de manera permanente las diferencias que
inevitablemente aparecen dentro de ellas.
Daniel
hace referencia a la historia de fracciones internas del partido
bolchevique, pero precisamente algo muy impactante de esa historia es
el hecho de que mostraba alianzas cambiantes y transversales. Lenin y
Trotsky, por ejemplo, estuvieron
juntos en la cuestión de la insurrección de Octubre (aunque
tenían diferencias importantes en cuanto a la táctica precisa); en
bandos opuestos en cuanto a la firma del tratado de Brest-Litovsk y más
tarde en relación con la invasión a Polonia en el verano de 1920;
totalmente enfrentados sobre la cuestión de los sindicatos en el
camino al X Congreso de marzo de 1921, y al mismo tiempo estaban de
acuerdo en implementar la NEP y en combatir el ultraizquierdismo del
estilo de la Acción de Marzo. La distinción entre partido y fracción
no logra captar el interjuego sutil de los diferentes contextos
y evaluaciones que implicaban estas convergencias y
diferencias. Para no
mencionar la pintura mucho más compleja que surge de tener en cuenta
las posiciones cambiantes de otros dirigentes bolcheviques como
Zinoviev, Kamenev, Bujarin y Stalin, y de las corrientes internas del
partido.
De
modo que las organizaciones revolucionarias incluyen necesariamente el
pluralismo. Es más, el debate democrático es el mecanismo
indispensable mediante el cual las perspectivas y las circunstancias
se calibran en su justa medida y se superan las crisis. Para nosotros,
sin embargo, el tipo de distinción conceptual que ustedes hacen entre
partido y fracción y el derecho a formar tendencias permanentes que
deducen de esa distinción son un obstáculo para que la discusión
interna pueda cumplir ese papel. Si los compañeros se identifican
como miembros de fracciones con una identidad continua, lo más
probable es que encaren los distintos debates a partir de la
perspectiva general de su fracción. Es poco probable que los
problemas se discutan en sí mismos sino, más bien, en función de su
impacto en el equilibrio interno de los agrupamientos fraccionales. El
“pluralismo organizado” de Daniel corre entonces el riesgo de
degenerar en algo parecido al pluralismo que los sociólogos
norteamericanos dicen que existe en EE.UU.: el de la competencia pragmática
y la negociación entre grupos de intereses. En verdad, un cínico
podría decir que la metafísica de partido y fracción se desarrolló
en la CI en los 70 precisamente para legitimar ese equilibrio
fraccional entre las distintas corrientes que el SU abarcaba o buscaba
atraer: la “mayoría” europea, el SWP de EE.UU., los morenistas y
los lambertistas. El propio Daniel describe con cierto humor el XI
Congreso de la CI en 1979, que debía marcar la culminación de esta
política, aunque de hecho señaló su colapso, como “la consagración
de un matrimonio de conveniencias en el que faltaba toda verdadera
pasión amorosa” (21).
Ustedes
parecen suponer que como rechazamos las tendencias permanentes
defendemos una cohesión impuesta burocráticamente que lleva
necesariamente a divisiones: “si las diferencias cristalizadas
expresan un malestar o una crisis, la separación organizativa no es
siempre la mejor manera superarlas, restableciendo la
“homogeneidad” del partido” (22). Para nosotros, la mejor manera
de encarar las “diferencias cristalizadas” es mediante la discusión
política. Hemos podido hacer esto con realmente muy pocas divisiones
en nuestra historia. Aunque nos acusan de tener un método “verticalista”,
las veces que en los últimos 25 años ha habido expulsiones basadas
en diferencias políticas y no en inconductas personales fueron
realmente muy pocas (23). Lo que ustedes llaman nuestro
“verticalismo” podría mejor describirse como nuestra capacidad
de intervenir de manera altamente disciplinada y coordinada.
Pero la base de esta disciplina no es la homogeneidad impuesta burocráticamente,
sino la confianza mutua que deriva de una comprensión común anclada
en la tradición marxista, sostenida por una práctica tradicional de
debate abierto y por la experiencia de trabajar en común en el marco
de la misma organización.
Las
diferencias en nuestras concepciones respectivas de partido no son,
por supuesto, simplemente una cuestión académica, sino que tienen
consecuencias prácticas. Una de las grandes ventajas del desarrollo
de un movimiento anticapitalista internacional es que ahora actuamos,
en parte, en un terreno común, donde podemos actuar en común (y de
hecho lo hacemos) y también cada uno observar la práctica del otro.
Esto representa un gran paso adelante, pero puede poner a la luz del día
diferencias importantes. Ustedes han criticado explícitamente la
forma en que actuamos en Florencia. Análogamente, vemos problemas en
la manera en la que ustedes actúan en el movimiento. Nuestras críticas
se basan en la actuación de los compañeros de la LCR en el FSE. Esto
quizá no sea representativo de la práctica de ustedes en los
sindicatos, por ejemplo, que conocemos mucho menos y de la que quisiéramos
saber más.
De
todos modos, hemos quedado impactados por la falta de algo que
equivalga a una intervención coherente de la LCR en el FSE. En una
serie de fuertes enfrentamientos entre la izquierda y la derecha de
las redes anticapitalistas europeas, un miembro de la dirección de la
LCR fue uno de los encabezó el enfrentamiento a las posiciones de
ATTAC Francia, que como ya hemos dicho es el núcleo dirigente del ala
derecha del movimiento antiglobalización en Europa. Pero otros compañeros
muy conocidos de la LCR o bien se centraron en sus propios proyectos
individuales, o bien cuando intervinieron en los debates entre
izquierda y derecha lo relativamente manera bastante equívoca.
Por empezar, nos preguntamos si esta confusión era puramente
accidental o un producto de la desorganización. Después de todo,
nosotros tampoco conseguimos en todos los casos actuar de manera
efectiva. Pero en su caso parece ser un patrón permanente.
Es
más, nos asombró que cuando el CC de la LCR resolvió postergar la
decisión sobre la integración de SPEB, se reafirmara, como una
“posición de principios”, que “la decisión de la LCR de
negarse a imponer ‘disciplina partidaria’ a sus militantes dentro
de las organizaciones de masas (sindicatos, asociaciones)
debe entenderse claramente como una voluntad de respetar la
autonomía de los movimientos sociales, de acuerdo a sus propios
marcos y sus propios ritmos de elaboración y decisión” (24). Esta
posición nos parece realmente extraña. Por supuesto, si con
“disciplina partidaria” se refieren a sujetar a los miembros a la
voluntad de la organización mediante instrucciones y amenazas de
expulsión, el recurso a tales procedimientos administrativos es, en
el mejor de los casos, un reconocimiento del propio fracaso, aunque no
es algo que pueda excluirse a priori: la actividad sindical, por
ejemplo, está llena de tentaciones que ocasionalmente sólo pueden
manejarse con medidas disciplinarias. Pero mucho más importante es,
para nosotros, que haya discusión política entre la dirección y los
compañeros directamente involucrados para llegar a un acuerdo sobre
lo que el partido debe impulsar en el sindicato o movimiento en cuestión.
La alternativa a esto es la dispersión de fuerzas y, en
el peor de los casos, una situación en la que miembros del
mismo partido pelean de manera abierta por posiciones divergentes.
El
problema con este tipo de situaciones no es sólo que ridiculiza la
acción de los marxistas revolucionarios y mella su efectividad. Lo más
grave es el peligro de que este accionar ineficaz de los
revolucionarios debilite a la izquierda y fortalezca a la derecha. La
derecha defiende gustosamente de la boca para afuera la autonomía de
los movimientos sociales, al mismo tiempo que pelea de manera
despiadada e inescrupulosa por sus propias posiciones. Esto es,
claramente, lo que el ala derecha de ATTAC está haciendo hoy. Sería
una tragedia que la izquierda, por atarse a una unidad que la derecha
utiliza de manera cínica para sus propios fines, termine haciendo el
trabajo sucio de la derecha. Existe el peligro cierto de que ocurra
esto con algunos compañeros, entre ellos miembros de la LCR en ATTAC.
Como ya dijimos, para poder contrarrestar a la derecha, la izquierda
tiene que organizarse. Los revolucionarios, en razón de la
radicalidad y coherencia de sus planteos, tienen que cumplir un papel
central en este proceso. Eso es indispensable para fortalecer el
movimiento. Para cumplir con este cometido, los marxistas
revolucionarios tienen que organizarse para intervenir de manera
efectiva. ¿Acaso no es por eso, en primer lugar, que estamos en una
organización revolucionaria?
Reforma y revolución
La
vieja cuestión de reforma y revolución da forma a las tensiones
entre la derecha y la izquierda dentro del movimiento anticapitalista.
Es característico de la dirección de ATTAC, por ejemplo, negar la
pertinencia de este problema. Pierre Khalfa, por ejemplo, dice que el
movimiento ha logrado mantenerse unido debido a que “A diferencia de
otros movimientos de emancipación del pasado, el movimiento por otra
globalización no busca el poder: se sitúa en la esfera de los
contra-poderes. Por tanto, ha podido evitar una serie de debates
estratégicos, como el de ‘reforma y revolución’, que dividieron
tan profundamente a los anteriores movimientos emancipadores.
De ahí el problema que plantea la presencia de los partidos,
incluso dejando aparte las orientaciones que tienen, y el problema de
pensar cómo relacionarse con ellos y más en general con la esfera
política, además de adoptar una postura de desconfianza. Esta
desconfianza es tanto más importante desde que el movimiento por otro
mundo está obligado a apoyarse en partidos políticos con los que no
está de acuerdo para poder implementar sus propuestas” (25).
Este
pasaje es un ejemplo interesante de cómo la retórica autonomista
puede validar políticas reformistas. Los movimientos anticapitalistas
pertenecen a la “esfera del contra-poder” y mira con desprecio a
la política. La consecuencia práctica si bien los partidos políticos
—sobre todo, presumiblemente, los de la izquierda plural— están
formalmente excluidos de los Foros Sociales, no hay más alternativa
que apoyarse en ellos a la hora de hacer que las reformas sean
aprobadas como leyes. Esta es la fórmula para transformar el
movimiento en una especie de oposición leal, en un grupo de presión
sobre los partidos social-liberales.
Resistir
esta lógica reformista exige claridad sobre lo que implica adoptar
una perspectiva revolucionaria. De hecho, ustedes plantean esa
pregunta: “¿Qué significa ser revolucionario a comienzos del siglo
XXI...?”. Vuestra respuesta es un tanto oblicua, distinguiendo
“tres sentidos actuales de la palabra ‘revolución’ “.
Primero, se trata de “una antiguo anhelo de liberación y
bienestar”. En segundo lugar, y según ustedes el sentido “más
claramente relevante hoy”, está la idea de una “oposición entre
dos lógicas sociales antagónicas”. En tercer lugar, está la
revolución en el “sentido estratégico”, que expresa “una serie
de problemas y experiencias... estrategia y táctica, guerra de posición
y guerra de movimiento, huelga general e insurrección, poder dual,
etc.”. Estas cuestiones han cumplido un papel crucial en la historia
del movimiento obrero en el siglo XX “corto” (1914-1991), pero
quedaron “oscurecidas” en la medida en que “el debate estratégico
... se hundió por debajo de cero en Europa desde fines de los 70 en
adelante” (26).
Estas
aclaraciones son útiles, pero nos parecen incompletas. El problema más
grande tiene que ver con la relación entre el segundo y el tercer
significado de la palabra “revolución”. Estamos de acuerdo en que
la idea de una transformación del sistema —o, como dicen ustedes,
el reemplazo de una lógica social por otra, de una economía basada
en la acumulación competitiva por otra basada en la decisión democrática
de las necesidades individuales y colectivas— sigue siendo de
importancia fundamental en el presente. Pero esta concepción de
revolución deja sin especificar las formas políticas que puede
tomar. Kautsky y la izquierda socialdemócrata en general eran los
campeones de la “revolución social” —la expropiación económica
de la burguesía—, pero decían que eso podía sobrevenir en el
marco de la democracia parlamentaria. La especificación estratégica
decisiva que aportó Lenin al concepto de revolución reside en la
afirmación de que el derrocamiento del orden capitalista exige el
desmantelamiento por la fuerza de los aparatos represivos del poder
estatal por parte de los trabajadores y sectores oprimidos
autoorganizados mediante alguna versión de democracia consejista.
Ustedes dicen que “el contenido del concepto [estratégico] quedó
oscurecido, en parte debido a las derrotas que hemos sufrido, pero
también debido a las modificaciones en las coordenadas estratégicas,
de las cuales, al comienzo de un nuevo ciclo de experiencias, apenas
hemos empezado a tener una medida” (27).
Es
cierto que la participación en la construcción de un nuevo
movimiento muestra que hay una
enorme cantidad de cuestiones que permanecen abiertas y que sólo podrán
decidirse en el curso de las luchas futuras. No obstante, nos parece
que algunas “coordinadas estratégicas” no han cambiado. Y la
afirmación de Lenin nos parece una de ellas. De hecho, la mayor
integración global del capital en los últimos 25 años seguramente
aumenta la probabilidad de que cualquier movimiento por reformas
enfrente la más enconada resistencia de la burguesía; resistencia
que sólo podrá vencerse mediante movilizaciones de masas organizadas
que, entre otras cosas, busquen quebrar el monopolio estatal de los
medios de coerción. Reconocer esta verdad es esencial para cualquier
respuesta efectiva a los autonomistas, que buscan legitimar su no
estrategia precisamente eludiendo la cuestión del poder político.
Sin duda, existe un amplio margen para la discusión sobre las formas
que puede adoptar esa confrontación con el estado capitalista. La
clase trabajadora hoy es muy diferente de la que protagonizó el último
ascenso de fines de los 60 y principios de los 70, para no hablar del
proletariado que estuvo en el centro de las grandes experiencias
revolucionarias de comienzos del siglo XX, si bien, como ustedes señalan,
más que cualquier otra cosa lo que necesitamos son nuevas
experiencias para poder dar forma concreta a nuestras especulaciones.
Sin embargo, lo que ustedes llaman la “idea regulativa” de
revolución sólo puede tener coherencia si incorpora las principales
lecciones estratégicas que aún debemos a Lenin y a Trotsky.
Ustedes
plantean que “la perspectiva revolucionaria” sirve como “hilo
conductor... que nos permite... separar los acuerdos necesarios y
aceptables de las traiciones, distinguir lo que nos acerca a la meta
final de lo que nos aleja de ella” (28). En otras palabras, el
socialismo revolucionario no sólo nos ata a un ideal abstracto a
largo plazo, sino que tiene implicancias políticas concretas en el
presente. Veamos dos ejemplos. Primero, hay una relación entre el
reformismo de Cassen y su apoyo al militarismo europeo. Si se cree que
la transformación del sistema es imposible y que a lo más que
podemos aspirar es a una variante más regulada del capitalismo,
entonces es lógico que se sea escéptico en relación con la
movilización de masas como respuesta al poderío militar del
imperialismo norteamericano. Desde esta perspectiva, es perfectamente
natural buscar un contrapeso a EE.UU. dentro del sistema existente, y
el candidato obvio para este papel es la Unión Europea. Sólo una
perspectiva revolucionaria que apunte a todo el sistema imperialista,
y no sólo al actor más poderoso de ese sistema, puede dar una base
conceptual para resistir esa lógica.
El
segundo ejemplo es el de la presidencia de Lula en Brasil. Este es
todo un tema en sí mismo que requiere un análisis y una discusión
en detalle. Con toda claridad, lo que está ocurriendo en Brasil es
una experiencia de enorme importancia para el movimiento obrero y la
izquierda a nivel internacional. Un partido que es el producto de
algunas de las luchas sociales más importantes de la última generación
llega al gobierno en uno de los países más importantes del Sur. Y no
obstante, bajo la presión preventiva de los mercados financieros
desde bastante antes de las elecciones de octubre (la guerra
preventiva toma más de una forma), el equipo de Lula tiró a la
basura el programa del PT y abrazó la agenda política neoliberal. El
Financial Times informaba lo siguiente al cumplirse los
primeros cien días de la presidencia de Lula:
“Hace
sólo seis meses, el temor generalizado era que Brasil... se
encaminaba inexorablemente hacia el default de la deuda y el colapso
financiero. Lo que ha ocurrido es casi lo opuesto: Brasil está de
moda en Wall Street. Los inversores y financistas que el año pasado
les rehuían ahora se pelean por comprar los bonos y acciones brasileñas...
¿Qué pasó? Una de las
razones más importantes es el veloz cambio de política del PT en el
gobierno. Tras haber votado en diciembre de 2001 por una ‘ruptura’
con el modelo económico ‘neoliberal’ implementado por el ex
presidente Fernando Henrique Cardoso, el partido se ha alineado al
centro del espectro político con asombrosa celeridad... En algunas áreas
el gobierno es todavía más austero que su predecesor, elevando el
objetivo del superávit fiscal primario —que no tiene en cuenta los
pagos de la deuda— del 3,75% al 44,25% del PBI. Henrique Meirelles,
ex gerente del Bank Boston de EE.UU., subió las tasas de interés a
fin de combatir las presiones inflacionarias desatadas por la
devaluación del real del año pasado. Lula da Silva ha adoptado buena
parte de la agenda de reformas de Cardoso y ahora está apurando las
reformas previstas al sistema impositivo y de pensiones” (29).
A
la luz de esta evolución, no tenemos dudas de que fue un error que un
miembro de Democracia Socialista (DS), la sección brasileña de la
CI, Miguel Rossetto,
aceptara la cartera de Desarrollo Agrario en el gobierno de Lula.
Tenemos mucho respeto por los compañeros de DS, a quienes hemos
conocido en Porto Alegre: se trata sin duda de una organización seria
de militantes revolucionarios. No nos interesa una política de
denuncia sectaria o hacer discusiones metafísicas sobre si el
gobierno brasileño es o no un frente popular. Entendemos que no es
tarea simple explicar, en el terreno de la conciencia más general,
que la victoria de Lula fue una victoria de las masas, a la vez que se
plantea resistir a sus políticas. De todos modos, para un
revolucionario, integrar un gobierno comprometido con un programa
neoliberal es algo que “nos aleja del objetivo final”.
Esto es así
sobre todo a partir del ataque del gobierno al sistema de retiro y las
medidas disciplinarias que se tomaron, o se amenaza tomar, contra los
parlamentarios de extrema izquierda del PT que defienden el programa
del partido de diciembre de 2001, como Luciana Genro, del Movimiento
de Izquierda Socialista (MES) y Heloísa Helena, de la propia DS. Nos
impactó enterarnos de que los diputados de DS votaron a favor de la
suspensión de Luciana de la bancada del PT (30). La tarea de los
revolucionarios, en Brasil y en todas partes, debe ser defender a la
izquierda del PT de los ataques de la dirección y ayudarlos a que,
junto con movimientos como el MST, ganen apoyo para una ruptura real
con el neoliberalismo.
Estos
ejemplos ilustran cómo ser un marxista revolucionario hoy no es una
cuestión de aferrarse a dogmas abstractos, sino de comprometerse
realmente con los movimientos que se están desarrollando a nuestro
alrededor. Como hemos dicho, no creemos tener la propiedad exclusiva
de la tradición marxista clásica. Buscamos el diálogo y la
cooperación con revolucionarios de otras corrientes que también
busquen continuar esta tradición mientras participan en el
“movimiento de movimientos”. Acaso debamos subrayar que no vemos
este proceso como un “reagrupamiento trotskista”, cosa que ya se
ha intentado en el pasado pero que, como lo ilustran los ejemplos que
ya dimos, conduce por lo general a rápidas rupturas más que a
verdaderas fusiones. No excluimos de antemano la posibilidad de
acercamiento a alguna de las fuerzas de origen stalinista. Hemos
trabajado bien con compañeros del PC del Reino Unido en el movimiento
antiguerra. En el terreno internacional, hemos tenido contactos muy
productivos con la dirección del PRC de Italia. Otros elementos
surgidos de organizaciones marxistas-leninistas del Sur pueden
demostrar ser socios valiosos. La búsqueda del diálogo con un
espectro tan amplio de fuerzas no implica esquivar las discusiones de
manera no principista. Queda claro que incluso entre dos
organizaciones con tanto en común como la LCR y el SWP hay
importantes puntos de divergencia. Pero nuestros debates deben tener
lugar en el contexto de una exploración abierta
de las bases para una
colaboración más profunda.
Aquí
es donde nuestras dos organizaciones tienen una responsabilidad
especial. En principio, que sepamos, somos las dos principales
organizaciones revolucionarias de Europa. Tenemos también un perfil
internacional relativamente alto, en parte debido al rol que cumplimos
en nuestras corrientes respectivas. Estamos geográficamente cerca y
tenemos una experiencia en curso —más allá de las tensiones y
diferencias que se puedan generar— de trabajar juntos en el terreno
práctico. Estamos totalmente de acuerdo con Ollivier cuando dijo en
el reciente Congreso Mundial de la CI que “la unidad de los
revolucionarios sólo tiene sentido cuando se orienta a las tareas
globales de movilización y de reorganización política del
movimiento social” (31). Ya hemos planteado que la LCR y el SWP
impulsen una conferencia internacional de la izquierda radical,
posiblemente en el marco de uno de los dos próximos Foros Sociales,
el de Bombay en enero de 2004 o el de Porto Alegre en 2005. A corto
plazo, es imperioso que trabajemos juntos para garantizar una
presencia lo más fuerte posible de la izquierda radical en el Foro
Social Europeo en París-Saint Denis en noviembre. Esperamos que
respondan de manera afirmativa a estas propuestas. Seremos juzgados
con dureza si no logramos cumplir al menos algunas de las expectativas
que nuestro diálogo ya ha empezado a generar.
Con
saludos fraternales,
Alex
Callinicos, por el CC del SWP
Notas:
1)
D. Bensaïd et al., “Carta de los compañeros de la LCR”, Boletín
de discusión de la IST Nº 2, enero 2003, p. 13 [en adelante,
“Carta...”].
2)
Idem.
3)
J. Rees, “La conquista de Irak”, Socialist Review, mayo
2003.
4)
“Carta...”, p. 16.
5)
Idem.
6)
Véase A. Callinicos, “Reagrupamiento, realineamiento y la izquierda
revolucionaria”, Boletín de discusión de la IST Nº 1,
julio 2002, y “Reagrupamiento y la izquierda socialista, idem Nº 2,
enero de 2003, y J. Rees, “Partido amplio, partido revolucionario y
frente único”, International Socialism 97 (2002).
7)
“Carta...”, p. 18.
8)
Idem, pp. 18-19. Véase también L. Aguirre, “El movimiento por otra
mundialización. Regreso a Florencia”, Rouge, 19-2-03, y el
debate entre A. Callinicos y L. Aguirre y F. Duval, “Movimiento
social y partidos políticos”, ibid., 6-2-03.
9)
“Carta...”, pp. 18 y 15.
10)
Véase en particular L. Caramel, “Foro de Florencia: ofensiva de la
izquierda radical”, Le Monde, 16-11-02.
11)
T. Conway, “Somos la mayoría: lecciones del movimiento antiguerra”,
International Viewpoint 349, mayo 2003.
12)
“Carta...”, p. 18.
13)
Idem, p. 19 nota 5.
14)
B. Cassen, “Tres preguntas para ATTAC”, www.attac.org
15)
Ibid., p. 18.
16)
Idem.
17)
Para más información, véase A. Callinicos, El movimiento
anticapitalista y la izquierda revolucionaria, Londres, 2001.
18)
Véase C. Harman, “Partido y Clase”, en T. Cliff et al., Partido
y clase, Londres, 1997 [reproducido en SoB Nº 8].
19)
D. Bensaïd, “¡Saltos, saltos, saltos!”, International
Socialism 95 (2002), p. 76.
20)
Ibid., p. 79.
21)
D. Bensaïd, Los trotskismos, París, 2002, p. 108.
22)
“Carta...”, p. 18.
23)Hubo
expulsiones a gran escala a mediados de los años 70 que reflejaban
serias diferencias políticas. Si ésta fue o no la mejor manera de
manejar esas diferencias es algo que está sin duda abierto a la
discusión, pero lo importante es ver que estos casos han sido la
excepción en una historia que se extiende por más de 50 años.
24)
Resolución del CC de la LCR, 19-1-03.
25)
P. Khalfa, “La guerra en Irak: ¿y después?”, Le Grain de sablé
422, 9-5-03, hay traducción al inglés (bastante desprolija) en Sand
in the Wheels [Arena en las ruedas], 28-5-03, www.attac.org
26)
“Carta...”, p. 17.
27)
Idem.
28)
Idem.
29)
R. Lapper y R. Collitt, “Los 100 días de Lula: ¿alcanzarán el
plan contra el hambre y la política de consenso para mantener la
primavera?”, Financial Times, 8-4-03.
30)
Véase el informe de Luciana Genro en Boletín de discusión de la
IST Nº3, pp. 15-16.
31) F.
Ollivier, “Informe sobre la situación política mundial”, XV
Congreso de la Cuarta Internacional, International Viewpoint
349, mayo 2003.
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