Vida del movimiento

 

Carta a los compañeros de la LCR por el Comité Central del SWP

A Daniel Bensaïd, Léon Crémieux, François Duval
y François Sabado

Boletín de la International Socialist Tendency, Nº 3, junio 2003

Estimados compañeros:

Muchas cosas han pasado desde vuestra carta de diciembre de 2002. Enfrentados al más gigantesco movimiento internacional de protesta en la historia mundial, EE.UU. y el Reino Unido, desafiando no sólo al movimiento antiguerra sino la oposición de la mayor parte de las clases dominantes del planeta, encabezadas por Francia, Alemania y Rusia, lograron conquistar Irak y ahora están sometiendo a ese país a algo que equivale a una ocupación colonial, además de amenazar con atacar a sus países vecinos como Irán y Siria.

Es mucho lo que está en juego en la política global. Por supuesto, la influencia que pueden ejercer pequeñas organizaciones revolucionarias sobre estos acontecimientos también es pequeña. Sin embargo, no es del todo despreciable. Por nuestra parte, hemos jugado un rol dirigente en la Stop the War Coalition en el Reino Unido. También estamos profundamente insertos en las redes de activistas anticapitalistas que prepararon el llamado al 15 de febrero como día internacional de protesta contra la guerra en Irak; primero en Florencia, a escala europea, y luego en Porto Alegre a escala mundial. En cuanto a ustedes, sabemos que tienen una inserción profunda en el movimiento antiguerra en Francia y en las luchas contra la ofensiva de Chirac-Raffarin contra las jubilaciones. También le damos valor al papel significativo que cumplen vuestros compañeros de la Cuarta Internacional (CI) en otros países. Por ejemplo, hemos trabajado muy bien con los compañeros de Bandiera Rossa, la sección italiana de la CI, en el proceso del Foro Social Europeo.

Afrontando el mismo camino

En este marco, vuestra carta señala un potencial punto de inflexión en la relación entre nuestras corrientes. En primer lugar, ustedes aportan una caracterización de la situación general que en lo fundamental no difiere de la nuestra. Ambos reconocemos que, con los movimientos contra la globalización capitalista y contra la guerra imperialista hemos entrado en una fase de radicalización política que implica que, como dicen ustedes, “se están abriendo ahora nuevos horizontes para la izquierda revolucionaria”. Nuestras evaluaciones no son idénticas. Cabe decir que ustedes tienden a acentuar más que nosotros los aspectos negativos. Por eso agregan, tras el pasaje que acabo de citar, “pero en un contexto en que la espiral de derrotas no se ha quebrado” (1). Hay sin duda diferencias de énfasis entre nuestras caracterizaciones de la evolución de la socialdemocracia, por ejemplo. No obstante, en general estamos apuntando en la misma dirección.

En segundo lugar, ustedes subrayan, con toda razón, que “la brecha entre las movilizaciones sociales ... y la recomposición política sigue siendo enorme” (2). Esto quedó muy claro en el pico de la crisis política en el Reino Unido esta primavera. El movimiento antiguerra puso dos millones de personas en las calles de Londres el 15 de febrero, pero ¿cuál fue la representación política de esto en el orden nacional? En gran medida, la izquierda laborista, cuya oposición a la guerra —con pocas y muy honrosas excepciones, entre ellas en primer lugar la de George Galloway— se diluyó después que el gobierno de Blair ganara una votación sobre la guerra el 18 de marzo; victoria que se basó en la enorme credulidad y capacidad de autoengañarse de muchos de los que se identifican con el “viejo laborismo”. Para nosotros, esta experiencia confirma la importancia de unir una amplia coalición de fuerzas de diverso origen que puedan proyectarse —como de manera mucho más limitada lo ha hecho la Socialist Alliance— como una alternativa de izquierda para los millones defraudados por la política neoliberal y guerrerista del Nuevo Laborismo (3).

Ustedes también señalan las potencialidades de un realineamiento de la izquierda:

“El fin de todo un ciclo histórico y político del movimiento obrero —el derrumbe del stalinismo y la transformación social-liberal de la socialdemocracia— pone en el orden del día una reorganización del movimiento obrero y le da toda su relevancia a la construcción de una nueva fuerza política que busque romper con el sistema capitalista” (4).

Ustedes dicen que una fuerza de estas características sería “un partido con una delimitación estratégica incompleta”: su programa dejaría abiertas “las formas y modalidades de la conquista del poder político”. Ustedes consideran, no obstante, que no hay hoy en Francia “corrientes o grupos de activistas ya cristalizados que quieran comprometerse en un proceso de estas características”. Por tanto, ustedes seguirán construyendo la LCR mientras esperan condiciones más favorables para “la construcción de un nuevo partido, de un gran partido” (5). Nosotros somos más optimistas en cuanto a las posibilidades a corto plazo de lanzar una coalición de izquierda más amplia en el Reino Unido. Seguramente, dadas las fuerzas que potencialmente podrían participar, esa coalición tendría “delimitaciones estratégicas incompletas” en el sentido de dejar abierta la cuestión de reforma y revolución. Pero para nosotros la participación en una coalición de este tipo no sería un sustituto, sino un medio, para la construcción de un partido revolucionario de masas. Ya volveremos sobre esto (6).

En tercer lugar, ustedes piensan que la CI y la IST pueden hacer un aporte importante al proceso más general de realineamiento de la izquierda: "de cara a la nueva situación que se ha abierto en los últimos diez años, desde nuestro punto de vista nada justifica en principio la existencia organizacional separada entre nuestras corrientes, sobre todo si queremos dar un ejemplo que abra camino a realineamientos más amplios entre corrientes que vienen de historias y culturas diferentes” (7). Esta es una afirmación muy importante. A pesar de todas nuestras debilidades, la CI y la IST son las únicas dos corrientes del marxismo revolucionario con la seria pretensión de actuar a escala internacional. Una convergencia entre nosotros tendría un impacto que iría más allá de nuestras filas. Nosotros también estamos decididos a trabajar juntos con revolucionarios de otras tradiciones. Nos oponemos a hacer de los desacuerdos históricos —por ejemplo, sobre la naturaleza de clase del stalinismo— un obstáculo en este proceso de exploración mutua. Y estamos abiertos a fusiones de organizaciones. Esto queda demostrado por la decisión del SWP en Escocia de unirse al SSP, por la invitación que hicimos al International Socialist Group (sección británica de la CI) de unirse al SWP y por la postulación que hicieron nuestros compañeros en Francia, SPEB, de unirse a la LCR.

Pero —desgraciadamente, siempre hay un pero— la ISG declinó nuestra invitación, y en cambio ayudaron a formar un reagrupamiento, Socialist Resistance, que incluye fuerzas hostiles al SWP y en algunos casos al proyecto de un partido revolucionario, con lo que de hecho han dado pasos que los alejan de nosotros. Mientras tanto, el CC de la LCR pospuso la decisión de la integración de SPEB hasta septiembre. No tiene sentido ahora discutir los detalles de estas decisiones en particular. Lo que sí sería útil es tener en cuanta los problemas políticas más generales que están en juego. Ustedes dicen que hay obstáculos entre nosotros, “y que éstos se centran sobre todo en la cuestión de la relación entre la construcción del partido y las organizaciones de masas”. En primer lugar, ustedes sostienen que nuestra práctica no respeta la autonomía de los movimientos de masas. En segundo lugar, nosotros tenemos “una concepción de partido que no contempla la posibilidad de un pluralismo organizado”. Tercero, hay una contradicción entre nuestro compromiso con el socialismo desde abajo y lo que ustedes consideran “el funcionamiento de un partido fuertemente verticalista en su relación con los movimientos unitarios” (8). Estas críticas plantean un marco útil para una discusión en la que tendremos la oportunidad de abordar problemas concretos sobre el desarrollo de los movimientos más amplios en los que participan las dos organizaciones.

Partido y movimiento

¿Cuál es entonces el problema con la actitud del SWP hacia los “movimientos unitarios”? Ustedes dicen que construimos “organizaciones de masas claramente alineadas a priori con las concepciones generales del SWP”. El único ejemplo concreto que dan es el discurso de Chris Nineham en el debate de partidos y movimientos en el Foro Social Europeo de Florencia: “¡Comenzó su discurso en nombre de Globalise Resistance y terminó casi llamando a la construcción del partido revolucionario!” (9). Recordemos el contexto. El papel de los partidos políticos es uno de los temas más polémicos en el movimiento contra la globalización capitalista. La Declaración de Principios del Foro Social Mundial excluye formalmente la participación de los partidos. Esto tiene diversos motivos, incluyendo el tipo de autonomismo “antipolítico” que ambos rechazamos. Esto no impidió que tanto el PT brasileño como la izquierda plural francesa aprovecharan Porto Alegre para sus propios fines. En el Foro Social Europeo criticamos esta actitud hipócrita y defendimos la participación en los Foros Sociales de todos los partidos que demostraran oponerse al neoliberalismo y la guerra, postura que claramente tiene eco en redes europeas de activistas, aunque tiene también la decidida oposición de ATTAC Francia.

El debate sobre partidos y movimientos en Florencia fue uno entre varios intentos de llegar a un acuerdo. Entre los participantes estuvieron Fausto Bertinotti, del PRC italiano, Olivier Besancenot por la LCR y Bernard Cassen por ATTAC. Chris Nineham habló en nombre de GR, pero también es un miembro de la dirección del SWP. Concentró su discurso en las posibilidades de construcción de los movimientos, y sólo en ese contexto discutió los aportes que puede hacer la izquierda radical y revolucionaria al proceso. ¿Qué se supone que debiera haber hecho: simplemente eludir esta cuestión absolutamente decisiva y no decir nada sobre la necesidad de que haya partidos revolucionarios dentro del movimiento? Esto habría sido, sencillamente,  contribuir a la hipocresía que ha envenenado este tema. Y también habría asombrado a los activistas que no son del SWP y que cumplen un papel clave en GR, ninguno de los cuales emitió la menor queja en relación con el discurso de Chris. Él simplemente estaba diciendo con toda honestidad lo que pensaba sobre un tema decisivo. Debemos agregar que las únicas reacciones negativas que recibimos sobre su discurso fueron de activistas franceses. La importante asistencia, compuesta sobre todo de jóvenes italianos, recibió muy bien a todos los oradores “pro-partido”. Este encuentro —el más grande del FSE— fue uno de los hechos que marcaron la reunión de Florencia como “roja”. La abierta fusión del movimiento anticapitalista y la izquierda radical en Florencia representó un importante paso adelante, y es por eso que, como ustedes saben, el ala derecha del movimiento, particularmente en Francia, reaccionó con tanta furia frente a esto (10).

Luego volveremos sobre la cuestión de la diferenciación política dentro del movimiento anticapitalista. Digamos primero que es sencillamente absurdo acusar al SWP de intentar construir movimientos “claramente alineados a priori con las concepciones generales del SWP”. GR es un frente único del SWP con activistas de otras perspectivas políticas, por ejemplo, musulmanes progresivos y compañeros influidos por los disobbedienti [autonomistas]. Estamos haciendo grandes esfuerzos por sumar a sindicatos de izquierda y ONGs: la última conferencia de GR, a la que asistieron, entre otros, Billy Hayes, secretario del Sindicato de Trabajadores de la Comunicación, marcó un paso importante en esa dirección. Pero hay un ejemplo más importante. Diversos miembros del SWP (entre ellos Chris Nineham, quien estuvo en la cabecera de las grandes marchas contra la guerra) tienen un rol dirigente en la Stop the War Coalition. ¿Acaso es éste un movimiento “claramente alineado a priori con las concepciones generales del SWP”? Si así fuera, somos más importantes de lo que creemos. La StWC organizó la manifestación más grande de la historia británica, con dos grandes conferencias de delegados en lo que va del año. ¿Se trata sólo de un frente del SWP? Ojalá tuviéramos esa suerte.

En realidad, por supuesto, la StWC es un frente único de masas que tiene en su núcleo a socialistas revolucionarios, diputados laboristas, dirigentes sindicales de izquierda y musulmanes progresivos. Su base política es muy simple: está en contra de la “guerra contra el terrorismo” y contra los ataques a las libertades civiles y el derecho de asilo asociados a esa guerra. Lejos de imponer sus “concepciones generales”, el SWP ha combatido los intentos de ciertos grupos sectarios de extrema izquierda de hacer que la StWC adopte un programa antiimperialista con todas las de la ley, lo que habría excluido a las organizaciones musulmanas. Gracias a este enfoque es que hemos podido tanto movilizar millones como evitar la capitulación o la liquidación del movimiento como resultado de la conquista angloamericana de Irak. La apertura de la StWC a los musulmanes, incluidas organizaciones dirigidas por burgueses, como la Asociación Musulmana del Reino Unido, implicó que pudiéramos construir un movimiento antiguerra muy amplio que ha atraído un gran número de árabes y asiáticos bajo la dirección de una izquierda radical secular. Si no nos creen, vean la evaluación que hace Terry Conway, de la ISG, de la StWC; evaluación que, sin ser para nada acrítica de lo que hacemos, observa que “el balance general del rol del SWP como pieza clave de la coalición ha sido extraordinariamente positivo”. Y subraya que “la izquierda revolucionaria en general, y el SWP en particular, ha estado en el núcleo de la campaña más exitosa contra el proyecto central del imperialismo que se haya realizado” (11).

La StWC es simplemente el ejemplo más reciente, aunque también el más importante, de la práctica del SWP de construir frentes únicos de masas. Quizá el ejemplo histórico más importante anterior a éste sea el de la Liga Antinazi, que puso en pie —en un trabajo conjunto con diputados laboristas y otros activistas— una fuerte marcha unitaria de 60.000 personas contra el local central del British National Party en octubre de 1993. Dada la importancia de los frentes únicos en la historia del SWP, ¿cuál es la fuente real de diferencias sobre esta cuestión con la LCR? Permítannos responder yendo al famoso problema de la autonomía de los movimientos sociales. Esto no tiene nada que ver, para nosotros, con diferencias político-culturales nacionales, o con la Carta de Amiens, ni nada por el estilo. Si vamos al caso, los sindicatos británicos, aunque afiliados tradicionalmente al laborismo, han sido mucho menos politizados y mucho más celosos de su autonomía que los sindicatos franceses o italianos, en los que los alineamientos entre federaciones sindicales y partidos políticos han sido históricamente importantes.

A pesar de que a veces nos desvían del tema con esta cuestión secundaria, ustedes señalan correctamente que “debe ser posible, no obstante, separar los grandes principios de la independencia de los sindicatos y de las organizaciones sociales con relación a los partidos, del respeto por su pluralismo y su democracia interna” (12). Coincidimos. Es más, hacemos nuestros esos principios. Y esto no es una postura formal. Como ustedes señalan, la tradición de la IST tiene como punto de referencia básico la idea de socialismo desde abajo o, como la llamaba Marx, la autoemancipación de la clase trabajadora. La revolución, para nosotros, es un proceso radicalmente democrático llevado por la autoactividad y la autoorganización desde abajo. El folleto de Luxemburgo Huelga de masas siempre ha sido uno de nuestros puntos de referencia clave. Sin agitar viejos fantasmas, es por eso que siempre hemos nos hemos resistido a la idea de que el capitalismo pudiera ser derrotado por otra fuerza que no fuera la clase trabajadora democráticamente organizada, sea ésta el Ejército Rojo en el Este europeo o las guerrillas rurales en China, Cuba y Vietnam. Es esta concepción de socialismo la que da forma a nuestra práctica, especialmente en los sindicatos. Más que apoyarnos en la elección de dirigentes sindicales de izquierda (aunque naturalmente estuvimos siempre del lado de los burócratas de izquierda en su lucha con la derecha), siempre tratamos de construir organizaciones de base dentro de los sindicatos que les permitieran a los trabajadores comunes luchar de manera independiente de la burocracia sindical. Cuando hay luchas, peleamos por comités de huelga electos democráticamente, en vez de apoyarnos en los funcionarios sindicales.

De modo que tenemos un fuerte compromiso con la autoorganización democrática de los sindicatos y otros movimientos sociales. ¿Quiere decir esto que estamos a favor de la autonomía de tales movimientos? Sí y no. Sí, en el sentido de que estamos a favor de lo que podríamos llamar la autonomía organizativa de los movimientos; esto es, tomen sus propias decisiones sobre la base de mecanismos democráticos que potencien la participación de sus miembros y que los funcionarios, delegados, comités, etc., tengan que rendir cuentas a sus miembros de manera democrática. No, en el sentido de que no creemos que los sindicatos y movimientos puedan ser autónomos política e ideológicamente. Si lo fueran, esto significaría que los movimientos pueden formular sus objetivos sin estar afectados por las corrientes generales de la sociedad. Esta es la aspiración que a veces se expresa denominando “no ideológicos” a los nuevos movimientos contra la globalización capitalista. Esto, claro está, es una ilusión: de hecho, no hay nada más ideológico que creer que uno está “más allá” de las ideologías. La sociedad capitalista es una arena de fuerzas antagónicas cuyos conflictos generan perspectivas diferentes o, como las llamaba Gramsci, “concepciones del mundo”. Todo movimiento, por limitados que sean sus objetivos, se define implícitamente con respecto a esa fuerzas y esas perspectivas. La idea de que un movimiento puede ser realmente autónomo de la lucha entre clases sociales, fuerzas políticas e ideologías no es más que un sueño utópico.

Si esto es así —y, en tanto marxistas revolucionarios, no vemos cómo  puedan negarlo—, de aquí se desprenden consecuencias políticas concretas. Significa que los actuales movimientos contra la globalización capitalista no son sólo redes en las cuales se puede discutir y organizar la resistencia: son también campos de  batalla entre ideologías y estrategias rivales. Esto es precisamente lo que está ocurriendo. Hay  una serie de polos político-ideológicos dentro del movimiento. Uno es el de los disobbedienti, canonizado desde el punto de vista teórico en los escritos de Negri, Hardt y Holloway: muy radicales en el discurso, pero, dado que no reconocen el rol central de la clase trabajadora como agente de la transformación social, pueden deslizarse desde los gestos políticos de ultraizquierda hacia prácticas reformistas. Ambas posturas dejan en su lugar la dominación del movimiento obrero por parte de la socialdemocracia o cosas peores, como lo demuestra la experiencia  de Argentina. Pero también hay un ala reformista dentro del movimiento anticapitalista. Ustedes se niegan a identificarla con la dirección de ATTAC Francia, aparentemente debido a que en ATTAC coexisten “corrientes radicales y revolucionarias junto con corrientes francamente moderadas y reformistas” (13).

Esto quizá era discutible hasta diciembre pasado, pero ya no se puede sostener hoy. Por supuesto, ATTAC es un movimiento políticamente heterogéneo, pero sin embargo la fuerza dominante en  su seno es el eje integrado por Bernard Cassen y sus aliados asociados al PCF y la CGT, como el presidente de ATTAC, Jacques Nikonoff. Estas fuerzas hicieron todo lo que pudieron para controlar burocráticamente los preparativos del próximo Foro Social Europeo de noviembre en París-Saint Denis. Ligado a apéndices de los viejos partidos comunistas a través del frente intelectual del PC Espaces Marx y la red europea Transform, este sector de derecha ha dejado muy clara su intención de asegurarse de que no vuelva a pasar nada parecido a lo de Florencia y marginar a la izquierda radical de París-Saint Denis. En cuanto a la política de este eje, está bien resumida en el reciente artículo de Cassen donde se pregunta “¿Cómo apoyar a Chirac fronteras afuera si combatimos a Raffarin fronteras adentro?” y plantea la cuestión de si ATTAC debe o no apoyar la propuesta de Francia, Alemania y Bélgica de un sistema de defensa europeo: “Frente a la estrategia norteamericana basada en el uso discrecional de  la fuerza, el movimiento por otro mundo no puede tener la política del avestruz en relación a la defensa” (14). En otras palabras, el movimiento anticapitalista tiene que apoyar al imperialismo europeo como un contrapeso al imperialismo norteamericano. Esto equivale a ceder de hecho la dirección política de la lucha contra la cruzada guerrerista de Bush a Chirac-Raffarin.

En esta situación, en la que está demostrado que el movimiento se está polarizando políticamente, la izquierda radical, y ni hablar la revolucionaria, también tiene que organizarse. Decir esto no es estar a favor de dividir el movimiento o, lo que es casi lo mismo, de tratar de convertirlo en un frente de extrema izquierda. Nuestra práctica en los frentes únicos en los que participamos en el Reino Unido muestra hasta qué punto ambas opciones son ajenas a nuestra política. Pero lo que deberían hacer organizaciones como el SWP y la LCR es desafiar abierta y firmemente a la derecha y plantear nuestra propia alternativa estratégica para el movimiento.

Si no lo hacemos, van a ocurrir dos cosas. Primero, la derecha empezará a establecer la agenda política del movimiento de una manera en que no pudo hacerlo hasta ahora. En la medida en que la perspectiva de guerra en Irak se hacía más cierta, activistas de Italia y del Reino Unido dieron una pelea —contra la fuerte oposición, hay que decirlo, de ATTAC Francia— por hacer de la guerra el tema central en Florencia. Los frutos de esto fueron la manifestación de un millón de personas el 9 de noviembre y el día de protesta global del 15 de febrero. Pero estos hechos no se repetirán automáticamente en el futuro a menos que exista una decidida intervención de la izquierda radical. La experiencia de los últimos dos años, desde Génova hasta Florencia y Evian, muestra que esta intervención tiene lugar en el terreno favorable que aporta la radicalización continua del movimiento desde la base, que ha puesto a la derecha a la defensiva.

En segundo lugar, precisamente debido a esta radicalización, el vacío político que crearía un eventual dominio político de la derecha del movimiento arrojaría a decenas de miles de jóvenes europeos a los brazos de los disobbedienti. Las excelentes críticas teóricas de Daniel Bensaïd a Hardt-Negri y a Holloway perderán toda fuerza real a menos que podamos mostrar en la práctica que los marxistas revolucionarios ofrecen una alternativa radical tanto a Cassen-Nikonoff como a los autonomistas.

El partido revolucionario hoy

En un sentido, todo lo que hace este análisis de la diferenciación política en el movimiento anticapitalista es reafirmar una vieja verdad establecida hace mucho por Lenin: los movimientos de masas no se orientan espontáneamente en la dirección de la política socialista revolucionaria. Los períodos de radicalización como el actual abren nuevas perspectivas tanto a jóvenes como a viejos militantes, pero no hay nada automático en cuanto a que prevalezca la mejor política. Por el contrario: recordemos cómo algunas formas destructivas del maoísmo fueron las principales, aunque efímeras, beneficiarias de la última gran oleada de politización en EE.UU. a fines de los 60. Para ganar a la nueva generación, los socialistas revolucionarios tienen que hacerse parte del movimiento y demostrar de manera concreta lo acertado de sus ideas. Esto es precisamente lo que venimos diciendo desde Seattle. Juzgamos a las distintas corrientes en base a saber hasta dónde están a la altura de esta tarea. Más que cualquier otra cosa, ha sido la profunda inserción de los compañeros de la LCR en ATTAC y el FSM lo que nos ha atraído hacia ustedes.

Pero, por supuesto, la sola inserción no es suficiente. Ustedes mismos subrayan la brecha entre las movilizaciones de masas y su expresión política. La organización política es necesaria. La definición clásica del partido revolucionario es que generaliza la experiencia de las luchas parciales; sobre la base de esta generalización formula una estrategia y un programa para llevar adelante al movimiento, e interviene de manera organizada para llevar estas concepciones a la realidad. Cuando las cosas van bien —y han ido mejor para nosotros en el movimiento antiguerra que en ningún otro lugar en muchos años— hay un proceso de enriquecimiento mutuo en el cual los revolucionarios aprenden del movimiento pero también ayudan a fortalecerlo y darle una orientación.

¿Cuáles son vuestras objeciones al enfoque del SWP sobre la construcción del partido? Ustedes advierten que “debemos saber distinguir (lo que no siempre es fácil) lo importante de lo secundario, las cuestiones estratégicas de las tácticas, so pena de quedar atrapados en una lógica sectaria de fragmentación al infinito sobre la base de diferencias que tras unos años, y a veces meses, de reflexión, aparecen como de importancia muy relativa”. Dan como ejemplos la división de la Liga en 1971 que llevó a la formación de la OCT-Revolution y la más reciente ruptura entre la ISO de EE.UU. y la IST. Esta lógica obedece, según ustedes, a la “identificación de la construcción de una tendencia o fracción con la de un partido”. La alternativa a este punto de vista destructivo sería una concepción pluralista del partido que institucionalice los derechos de tendencia y, si es necesario (aunque ustedes aclaran que no es la situación más deseable) “un régimen de tendencias permanentes” (15).

Quisiéramos empezar aclarando que si ustedes plantean que “la lógica sectaria de fragmentación al infinito” es una consecuencia del método de construcción partidaria del SWP, tendrían que dar pruebas que respalden esa presunción. En la historia del SWP, la última y por lejos más seria división tuvo lugar en 1975. La exclusión de la ISO de EE.UU. de la IST fue con mucho la escisión más importante que haya sufrido nuestra corriente internacional. Ustedes dicen que las diferencias sobre Seattle y el movimiento anticapitalista no alcanzaban  a “justificar una ruptura tan brutal y precipitada” (16). Estamos totalmente de acuerdo: por favor, háganle conocer su punto de vista a la dirección de la ISO de EE.UU. y a sus aliados griegos de DEA (Izquierda Obrera Internacionalista); fue el Comité de Dirección de la ISO el que en 2001 llevó las diferencias internacionales sobre perspectivas políticas a la ruptura de la organización, al expulsar a los miembros de la ISO que coincidían con el resto de la IST y luego al apoyar públicamente la ruptura de DEA de nuestra organización hermana en Grecia, el Partido Socialista de los Trabajadores (SEK). Este último hecho fue particularmente poco serio desde que los aliados griegos de la ISO renunciaron en masas al SEK sin plantear sus diferencias en la conferencia del partido. La consiguiente decisión de la IST de excluir a la ISO de EE.UU. fue una medida defensiva para evitar que la “lógica sectaria de fragmentación” se extendiera por el resto de la tendencia, cosa que, por suerte, en general hemos conseguido (17).

A pesar de esto, nos acusan de confundir “partido” y “fracción”. Esta acusación tiene más sentido en el tipo de discurso político  particular de la CI desde los años 70 que en el resto de la izquierda. Entendemos que lo que quieren decir es que, como una cuestión de principios, cualquier partido de izquierda, revolucionario o reformista, tendría que poder contener en su seno corrientes permanentes ideológicamente coherentes y con identidad propia. Para nosotros, en cambio, la naturaleza política del partido en cuestión hace una enorme diferencia. En un partido amplio de trabajadores con un programa no revolucionaria —como aspiran a serlo el PT o el SSP— es de hecho esencial en que el partido pueda dar cabida a corrientes diferentes y por tanto que defienda el derecho de tendencia. Cuanto más se pretenda construir un partido que refleje el movimiento obrero en toda su diversidad, más importante es que permita a los distintos agrupamientos socialistas organizarse y expresar sus puntos de vista dentro de él.

Pero un partido revolucionario no pretende representar a la clase obrera en su totalidad. Lo que pretende es más bien organizar a todos aquellos que tengan un compromiso más o menos pleno con un programa socialista revolucionario con el objeto de intervenir en las luchas y movimientos del momento y ganar sectores más amplios de los trabajadores y otros sectores oprimidos para ese programa. Su función no es de representación, sino de intervención (18). Daniel Bensaïd lo plantea muy bien cuando dice que, para Lenin, el partido “se convierte en un operador estratégico, una especie de caja de cambios, de guardarriel de la lucha de clases”, que lidia con la historia en tanto ésta es un “tiempo fragmentado, lleno de nudos y heridas y preñado de nuevos acontecimientos” (19). Cumplir con esta función exige un grado relativamente alto de coherencia ideológica. Sin la cohesión que da una comprensión común del mundo, una organización revolucionaria puede encontrarse, en lo que Lenin llamaba “puntos de inflexión de la historia”, paralizado por las diferencias internas y las maniobras fraccionales.

Es importante comprender que, para ser efectiva, la cohesión ideológica no puede imponerse de manera administrativa. Para un partido revolucionario arraigado en la tradición marxista, cómo continuar esa tradición es siempre una cuestión de elección. La historia no  ofrece una única interpretación que sea inequívoca  y autoevidente.

Ser marxista en las circunstancias actuales implica tanto una selección de los vastos recursos de esa tradición —esto es, decidir cuáles son los aspectos más relevantes para el presente— como un desarrollo de esa tradición que signifique ir más allá de ella, de manera que siempre pueda corregirse y ajustarse. El debate y la discusión son inherentes a este proceso, que es inseparable de la evaluación de las experiencias concretas de intervención en las luchas por parte de la organización. Por ende, siempre es posible—sobre todo cuando el partido enfrenta un corte en la situación, lo que Daniel llama “saltos”— que el debate termine derivando en polarización fraccional. La historia del SWP ha estado jalonada de estas crisis, tal como ocurrió —en una escala mucho mayor, naturalmente— con los bolcheviques.

Daniel parte de una concepción muy similar de la interacción entre partido y situación para apoyar el argumento que ustedes vienen planteando:

“Si la política es una cuestión de elección y decisión, esto implica una pluralidad organizada. Es una cuestión de principios de organización. El sistema organizativo puede variar de acuerdo a las circunstancias concretas, a condición de que no se pierda el hilo conductor de los principios en el laberinto de oportunidades. En ese caso, incluso la famosa disciplina en la acción parece menos sacrosanta de lo que dice el mito leninista. Sabemos que Kamenev y Zinoviev fueron culpables de indisciplina cuando se opusieron públicamente a la insurrección, pero incluso así no fueron relevados de sus responsabilidades de manera permanente. El propio Lenin, en circunstancias extremas, no dudó en exigir el derecho personal de desobedecer al partido. Así, en algún momento consideró renunciar a sus responsabilidades con el objeto de recobrar la ‘libertad de agitación’ en la base del partido. En el momento crítico, le escribió una nota muy directa al Comité Central: ‘Fui a donde ustedes no querían que fuera (a Smolny). Adiós.’ “ (20).

Daniel tiene absoluta razón en decir que cualquier partido revolucionario digno de ese nombre debe contener en un momento dado una pluralidad de puntos de  vista. La homogeneidad es un concepto relativo. Una organización revolucionaria puede tener un alto grado de cohesión ideológica en comparación con otras corrientes de izquierda, pero —en parte por las razones ya apuntadas, en parte como resultado de las maneras en que las presiones del contexto social se filtran en la organización, y en parte porque los individuos tienen distintas posiciones de clase, personalidades, historias y perspectivas— siempre hay matices en cuanto a cómo abordar los problemas. Como ya hemos dicho, especialmente en los “puntos de inflexión de la historia”, las que habían sido minúsculas diferencias de énfasis pueden convertirse en confrontaciones polarizadas. Cuando esto sucede, no se puede hacer otra cosa más que discutir abiertamente las diferencias dentro del partido, si es necesario mediante agrupamientos fraccionales formales o informales. Reconocer que las organizaciones revolucionarias son  pluralistas hasta este punto no exige, sin embargo, que institucionalicemos de manera permanente las diferencias que inevitablemente aparecen dentro de ellas.

Daniel hace referencia a la historia de fracciones internas del partido bolchevique, pero precisamente algo muy impactante de esa historia es el hecho de que mostraba alianzas cambiantes y transversales. Lenin y Trotsky, por ejemplo, estuvieron  juntos en la cuestión de la insurrección de Octubre (aunque tenían diferencias importantes en cuanto a la táctica precisa); en bandos opuestos en cuanto a la firma del tratado de Brest-Litovsk y más tarde en relación con la invasión a Polonia en el verano de 1920; totalmente enfrentados sobre la cuestión de los sindicatos en el camino al X Congreso de marzo de 1921, y al mismo tiempo estaban de acuerdo en implementar la NEP y en combatir el ultraizquierdismo del estilo de la Acción de Marzo. La distinción entre partido y fracción no logra captar el interjuego sutil de los diferentes contextos  y evaluaciones que implicaban estas convergencias y diferencias.  Para no mencionar la pintura mucho más compleja que surge de tener en cuenta las posiciones cambiantes de otros dirigentes bolcheviques como Zinoviev, Kamenev, Bujarin y Stalin, y de las corrientes internas del partido.

De modo que las organizaciones revolucionarias incluyen necesariamente el pluralismo. Es más, el debate democrático es el mecanismo indispensable mediante el cual las perspectivas y las circunstancias se calibran en su justa medida y se superan las crisis. Para nosotros, sin embargo, el tipo de distinción conceptual que ustedes hacen entre partido y fracción y el derecho a formar tendencias permanentes que deducen de esa distinción son un obstáculo para que la discusión interna pueda cumplir ese papel. Si los compañeros se identifican como miembros de fracciones con una identidad continua, lo más probable es que encaren los distintos debates a partir de la perspectiva general de su fracción. Es poco probable que los problemas se discutan en sí mismos sino, más bien, en función de su impacto en el equilibrio interno de los agrupamientos fraccionales. El “pluralismo organizado” de Daniel corre entonces el riesgo de degenerar en algo parecido al pluralismo que los sociólogos norteamericanos dicen que existe en EE.UU.: el de la competencia pragmática y la negociación entre grupos de intereses. En verdad, un cínico podría decir que la metafísica de partido y fracción se desarrolló en la CI en los 70 precisamente para legitimar ese equilibrio fraccional entre las distintas corrientes que el SU abarcaba o buscaba atraer: la “mayoría” europea, el SWP de EE.UU., los morenistas y los lambertistas. El propio Daniel describe con cierto humor el XI Congreso de la CI en 1979, que debía marcar la culminación de esta política, aunque de hecho señaló su colapso, como “la consagración de un matrimonio de conveniencias en el que faltaba toda verdadera pasión amorosa” (21).

Ustedes parecen suponer que como rechazamos las tendencias permanentes defendemos una cohesión impuesta burocráticamente que lleva necesariamente a divisiones: “si las diferencias cristalizadas expresan un malestar o una crisis, la separación organizativa no es siempre la mejor manera superarlas, restableciendo la “homogeneidad” del partido” (22). Para nosotros, la mejor manera de encarar las “diferencias cristalizadas” es mediante la discusión política. Hemos podido hacer esto con realmente muy pocas divisiones en nuestra historia. Aunque nos acusan de tener un método “verticalista”, las veces que en los últimos 25 años ha habido expulsiones basadas en diferencias políticas y no en inconductas personales fueron realmente muy pocas (23). Lo que ustedes llaman nuestro “verticalismo” podría mejor describirse como nuestra capacidad  de intervenir de manera altamente disciplinada y coordinada. Pero la base de esta disciplina no es la homogeneidad impuesta burocráticamente, sino la confianza mutua que deriva de una comprensión común anclada en la tradición marxista, sostenida por una práctica tradicional de debate abierto y por la experiencia de trabajar en común en el marco de la misma organización.

Las diferencias en nuestras concepciones respectivas de partido no son, por supuesto, simplemente una cuestión académica, sino que tienen consecuencias prácticas. Una de las grandes ventajas del desarrollo de un movimiento anticapitalista internacional es que ahora actuamos, en parte, en un terreno común, donde podemos actuar en común (y de hecho lo hacemos) y también cada uno observar la práctica del otro. Esto representa un gran paso adelante, pero puede poner a la luz del día diferencias importantes. Ustedes han criticado explícitamente la forma en que actuamos en Florencia. Análogamente, vemos problemas en la manera en la que ustedes actúan en el movimiento. Nuestras críticas se basan en la actuación de los compañeros de la LCR en el FSE. Esto quizá no sea representativo de la práctica de ustedes en los sindicatos, por ejemplo, que conocemos mucho menos y de la que quisiéramos saber más.

De todos modos, hemos quedado impactados por la falta de algo que equivalga a una intervención coherente de la LCR en el FSE. En una serie de fuertes enfrentamientos entre la izquierda y la derecha de las redes anticapitalistas europeas, un miembro de la dirección de la LCR fue uno de los encabezó el enfrentamiento a las posiciones de ATTAC Francia, que como ya hemos dicho es el núcleo dirigente del ala derecha del movimiento antiglobalización en Europa. Pero otros compañeros muy conocidos de la LCR o bien se centraron en sus propios proyectos individuales, o bien cuando intervinieron en los debates entre izquierda y derecha lo relativamente manera bastante equívoca.  Por empezar, nos preguntamos si esta confusión era puramente accidental o un producto de la desorganización. Después de todo, nosotros tampoco conseguimos en todos los casos actuar de manera efectiva. Pero en su caso parece ser un patrón permanente.

Es más, nos asombró que cuando el CC de la LCR resolvió postergar la decisión sobre la integración de SPEB, se reafirmara, como una “posición de principios”, que “la decisión de la LCR de negarse a imponer ‘disciplina partidaria’ a sus militantes dentro de las organizaciones de masas (sindicatos, asociaciones)  debe entenderse claramente como una voluntad de respetar la autonomía de los movimientos sociales, de acuerdo a sus propios marcos y sus propios ritmos de elaboración y decisión” (24). Esta posición nos parece realmente extraña. Por supuesto, si con “disciplina partidaria” se refieren a sujetar a los miembros a la voluntad de la organización mediante instrucciones y amenazas de expulsión, el recurso a tales procedimientos administrativos es, en el mejor de los casos, un reconocimiento del propio fracaso, aunque no es algo que pueda excluirse a priori: la actividad sindical, por ejemplo, está llena de tentaciones que ocasionalmente sólo pueden manejarse con medidas disciplinarias. Pero mucho más importante es, para nosotros, que haya discusión política entre la dirección y los compañeros directamente involucrados para llegar a un acuerdo sobre lo que el partido debe impulsar en el sindicato o movimiento en cuestión. La alternativa a esto es la dispersión de fuerzas y, en  el peor de los casos, una situación en la que miembros del mismo partido pelean de manera abierta por posiciones divergentes.

El problema con este tipo de situaciones no es sólo que ridiculiza la acción de los marxistas revolucionarios y mella su efectividad. Lo más grave es el peligro de que este accionar ineficaz de los revolucionarios debilite a la izquierda y fortalezca a la derecha. La derecha defiende gustosamente de la boca para afuera la autonomía de los movimientos sociales, al mismo tiempo que pelea de manera despiadada e inescrupulosa por sus propias posiciones. Esto es, claramente, lo que el ala derecha de ATTAC está haciendo hoy. Sería una tragedia que la izquierda, por atarse a una unidad que la derecha utiliza de manera cínica para sus propios fines, termine haciendo el trabajo sucio de la derecha. Existe el peligro cierto de que ocurra esto con algunos compañeros, entre ellos miembros de la LCR en ATTAC. Como ya dijimos, para poder contrarrestar a la derecha, la izquierda tiene que organizarse. Los revolucionarios, en razón de la radicalidad y coherencia de sus planteos, tienen que cumplir un papel central en este proceso. Eso es indispensable para fortalecer el movimiento. Para cumplir con este cometido, los marxistas revolucionarios tienen que organizarse para intervenir de manera efectiva. ¿Acaso no es por eso, en primer lugar, que estamos en una organización revolucionaria?

Reforma y revolución

La vieja cuestión de reforma y revolución da forma a las tensiones entre la derecha y la izquierda dentro del movimiento anticapitalista. Es característico de la dirección de ATTAC, por ejemplo, negar la pertinencia de este problema. Pierre Khalfa, por ejemplo, dice que el movimiento ha logrado mantenerse unido debido a que “A diferencia de otros movimientos de emancipación del pasado, el movimiento por otra globalización no busca el poder: se sitúa en la esfera de los contra-poderes. Por tanto, ha podido evitar una serie de debates estratégicos, como el de ‘reforma y revolución’, que dividieron tan profundamente a los anteriores movimientos emancipadores.  De ahí el problema que plantea la presencia de los partidos, incluso dejando aparte las orientaciones que tienen, y el problema de pensar cómo relacionarse con ellos y más en general con la esfera política, además de adoptar una postura de desconfianza. Esta desconfianza es tanto más importante desde que el movimiento por otro mundo está obligado a apoyarse en partidos políticos con los que no está de acuerdo para poder implementar sus propuestas” (25).

Este pasaje es un ejemplo interesante de cómo la retórica autonomista puede validar políticas reformistas. Los movimientos anticapitalistas pertenecen a la “esfera del contra-poder” y mira con desprecio a la política. La consecuencia práctica si bien los partidos políticos —sobre todo, presumiblemente, los de la izquierda plural— están formalmente excluidos de los Foros Sociales, no hay más alternativa que apoyarse en ellos a la hora de hacer que las reformas sean aprobadas como leyes. Esta es la fórmula para transformar el movimiento en una especie de oposición leal, en un grupo de presión sobre los partidos social-liberales.

Resistir esta lógica reformista exige claridad sobre lo que implica adoptar una perspectiva revolucionaria. De hecho, ustedes plantean esa pregunta: “¿Qué significa ser revolucionario a comienzos del siglo XXI...?”. Vuestra respuesta es un tanto oblicua, distinguiendo “tres sentidos actuales de la palabra ‘revolución’ “. Primero, se trata de “una antiguo anhelo de liberación y bienestar”. En segundo lugar, y según ustedes el sentido “más claramente relevante hoy”, está la idea de una “oposición entre dos lógicas sociales antagónicas”. En tercer lugar, está la revolución en el “sentido estratégico”, que expresa “una serie de problemas y experiencias... estrategia y táctica, guerra de posición y guerra de movimiento, huelga general e insurrección, poder dual, etc.”. Estas cuestiones han cumplido un papel crucial en la historia del movimiento obrero en el siglo XX “corto” (1914-1991), pero quedaron “oscurecidas” en la medida en que “el debate estratégico ... se hundió por debajo de cero en Europa desde fines de los 70 en adelante” (26).

Estas aclaraciones son útiles, pero nos parecen incompletas. El problema más grande tiene que ver con la relación entre el segundo y el tercer significado de la palabra “revolución”. Estamos de acuerdo en que la idea de una transformación del sistema —o, como dicen ustedes, el reemplazo de una lógica social por otra, de una economía basada en la acumulación competitiva por otra basada en la decisión democrática de las necesidades individuales y colectivas— sigue siendo de importancia fundamental en el presente. Pero esta concepción de revolución deja sin especificar las formas políticas que puede tomar. Kautsky y la izquierda socialdemócrata en general eran los campeones de la “revolución social” —la expropiación económica de la burguesía—, pero decían que eso podía sobrevenir en el marco de la democracia parlamentaria. La especificación estratégica decisiva que aportó Lenin al concepto de revolución reside en la afirmación de que el derrocamiento del orden capitalista exige el desmantelamiento por la fuerza de los aparatos represivos del poder estatal por parte de los trabajadores y sectores oprimidos autoorganizados mediante alguna versión de democracia consejista. Ustedes dicen que “el contenido del concepto [estratégico] quedó oscurecido, en parte debido a las derrotas que hemos sufrido, pero también debido a las modificaciones en las coordenadas estratégicas, de las cuales, al comienzo de un nuevo ciclo de experiencias, apenas hemos empezado a tener una medida” (27).

Es cierto que la participación en la construcción de un nuevo movimiento muestra que hay  una enorme cantidad de cuestiones que permanecen abiertas y que sólo podrán decidirse en el curso de las luchas futuras. No obstante, nos parece que algunas “coordinadas estratégicas” no han cambiado. Y la afirmación de Lenin nos parece una de ellas. De hecho, la mayor integración global del capital en los últimos 25 años seguramente aumenta la probabilidad de que cualquier movimiento por reformas enfrente la más enconada resistencia de la burguesía; resistencia que sólo podrá vencerse mediante movilizaciones de masas organizadas que, entre otras cosas, busquen quebrar el monopolio estatal de los medios de coerción. Reconocer esta verdad es esencial para cualquier respuesta efectiva a los autonomistas, que buscan legitimar su no estrategia precisamente eludiendo la cuestión del poder político. Sin duda, existe un amplio margen para la discusión sobre las formas que puede adoptar esa confrontación con el estado capitalista. La clase trabajadora hoy es muy diferente de la que protagonizó el último ascenso de fines de los 60 y principios de los 70, para no hablar del proletariado que estuvo en el centro de las grandes experiencias revolucionarias de comienzos del siglo XX, si bien, como ustedes señalan, más que cualquier otra cosa lo que necesitamos son nuevas experiencias para poder dar forma concreta a nuestras especulaciones. Sin embargo, lo que ustedes llaman la “idea regulativa” de revolución sólo puede tener coherencia si incorpora las principales lecciones estratégicas que aún debemos a Lenin y a Trotsky.

Ustedes plantean que “la perspectiva revolucionaria” sirve como “hilo conductor... que nos permite... separar los acuerdos necesarios y aceptables de las traiciones, distinguir lo que nos acerca a la meta final de lo que nos aleja de ella” (28). En otras palabras, el socialismo revolucionario no sólo nos ata a un ideal abstracto a largo plazo, sino que tiene implicancias políticas concretas en el presente. Veamos dos ejemplos. Primero, hay una relación entre el reformismo de Cassen y su apoyo al militarismo europeo. Si se cree que la transformación del sistema es imposible y que a lo más que podemos aspirar es a una variante más regulada del capitalismo, entonces es lógico que se sea escéptico en relación con la movilización de masas como respuesta al poderío militar del imperialismo norteamericano. Desde esta perspectiva, es perfectamente natural buscar un contrapeso a EE.UU. dentro del sistema existente, y el candidato obvio para este papel es la Unión Europea. Sólo una perspectiva revolucionaria que apunte a todo el sistema imperialista, y no sólo al actor más poderoso de ese sistema, puede dar una base conceptual para resistir esa lógica.

El segundo ejemplo es el de la presidencia de Lula en Brasil. Este es todo un tema en sí mismo que requiere un análisis y una discusión en detalle. Con toda claridad, lo que está ocurriendo en Brasil es una experiencia de enorme importancia para el movimiento obrero y la izquierda a nivel internacional. Un partido que es el producto de algunas de las luchas sociales más importantes de la última generación llega al gobierno en uno de los países más importantes del Sur. Y no obstante, bajo la presión preventiva de los mercados financieros desde bastante antes de las elecciones de octubre (la guerra preventiva toma más de una forma), el equipo de Lula tiró a la basura el programa del PT y abrazó la agenda política neoliberal. El Financial Times informaba lo siguiente al cumplirse los primeros cien días de la presidencia de Lula:

“Hace sólo seis meses, el temor generalizado era que Brasil... se encaminaba inexorablemente hacia el default de la deuda y el colapso financiero. Lo que ha ocurrido es casi lo opuesto: Brasil está de moda en Wall Street. Los inversores y financistas que el año pasado les rehuían ahora se pelean por comprar los bonos y acciones brasileñas... ¿Qué pasó?  Una de las razones más importantes es el veloz cambio de política del PT en el gobierno. Tras haber votado en diciembre de 2001 por una ‘ruptura’ con el modelo económico ‘neoliberal’ implementado por el ex presidente Fernando Henrique Cardoso, el partido se ha alineado al centro del espectro político con asombrosa celeridad... En algunas áreas el gobierno es todavía más austero que su predecesor, elevando el objetivo del superávit fiscal primario —que no tiene en cuenta los pagos de la deuda— del 3,75% al 44,25% del PBI. Henrique Meirelles, ex gerente del Bank Boston de EE.UU., subió las tasas de interés a fin de combatir las presiones inflacionarias desatadas por la devaluación del real del año pasado. Lula da Silva ha adoptado buena parte de la agenda de reformas de Cardoso y ahora está apurando las reformas previstas al sistema impositivo y de pensiones” (29).

A la luz de esta evolución, no tenemos dudas de que fue un error que un miembro de Democracia Socialista (DS), la sección brasileña de la CI,  Miguel Rossetto, aceptara la cartera de Desarrollo Agrario en el gobierno de Lula. Tenemos mucho respeto por los compañeros de DS, a quienes hemos conocido en Porto Alegre: se trata sin duda de una organización seria de militantes revolucionarios. No nos interesa una política de denuncia sectaria o hacer discusiones metafísicas sobre si el gobierno brasileño es o no un frente popular. Entendemos que no es tarea simple explicar, en el terreno de la conciencia más general, que la victoria de Lula fue una victoria de las masas, a la vez que se plantea resistir a sus políticas. De todos modos, para un revolucionario, integrar un gobierno comprometido con un programa neoliberal es algo que “nos aleja del objetivo final”.

Esto es así sobre todo a partir del ataque del gobierno al sistema de retiro y las medidas disciplinarias que se tomaron, o se amenaza tomar, contra los parlamentarios de extrema izquierda del PT que defienden el programa del partido de diciembre de 2001, como Luciana Genro, del Movimiento de Izquierda Socialista (MES) y Heloísa Helena, de la propia DS. Nos impactó enterarnos de que los diputados de DS votaron a favor de la suspensión de Luciana de la bancada del PT (30). La tarea de los revolucionarios, en Brasil y en todas partes, debe ser defender a la izquierda del PT de los ataques de la dirección y ayudarlos a que, junto con movimientos como el MST, ganen apoyo para una ruptura real con el neoliberalismo.

Estos ejemplos ilustran cómo ser un marxista revolucionario hoy no es una cuestión de aferrarse a dogmas abstractos, sino de comprometerse realmente con los movimientos que se están desarrollando a nuestro alrededor. Como hemos dicho, no creemos tener la propiedad exclusiva de la tradición marxista clásica. Buscamos el diálogo y la cooperación con revolucionarios de otras corrientes que también busquen continuar esta tradición mientras participan en el “movimiento de movimientos”. Acaso debamos subrayar que no vemos este proceso como un “reagrupamiento trotskista”, cosa que ya se ha intentado en el pasado pero que, como lo ilustran los ejemplos que ya dimos, conduce por lo general a rápidas rupturas más que a verdaderas fusiones. No excluimos de antemano la posibilidad de acercamiento a alguna de las fuerzas de origen stalinista. Hemos trabajado bien con compañeros del PC del Reino Unido en el movimiento antiguerra. En el terreno internacional, hemos tenido contactos muy productivos con la dirección del PRC de Italia. Otros elementos surgidos de organizaciones marxistas-leninistas del Sur pueden demostrar ser socios valiosos. La búsqueda del diálogo con un espectro tan amplio de fuerzas no implica esquivar las discusiones de manera no principista. Queda claro que incluso entre dos organizaciones con tanto en común como la LCR y el SWP hay importantes puntos de divergencia. Pero nuestros debates deben tener lugar en el contexto de una exploración abierta  de las bases para  una colaboración más profunda.

Aquí es donde nuestras dos organizaciones tienen una responsabilidad especial. En principio, que sepamos, somos las dos principales organizaciones revolucionarias de Europa. Tenemos también un perfil internacional relativamente alto, en parte debido al rol que cumplimos en nuestras corrientes respectivas. Estamos geográficamente cerca y tenemos una experiencia en curso —más allá de las tensiones y diferencias que se puedan generar— de trabajar juntos en el terreno práctico. Estamos totalmente de acuerdo con Ollivier cuando dijo en el reciente Congreso Mundial de la CI que “la unidad de los revolucionarios sólo tiene sentido cuando se orienta a las tareas globales de movilización y de reorganización política del movimiento social” (31). Ya hemos planteado que la LCR y el SWP impulsen una conferencia internacional de la izquierda radical, posiblemente en el marco de uno de los dos próximos Foros Sociales, el de Bombay en enero de 2004 o el de Porto Alegre en 2005. A corto plazo, es imperioso que trabajemos juntos para garantizar una presencia lo más fuerte posible de la izquierda radical en el Foro Social Europeo en París-Saint Denis en noviembre. Esperamos que respondan de manera afirmativa a estas propuestas. Seremos juzgados con dureza si no logramos cumplir al menos algunas de las expectativas que nuestro diálogo ya ha empezado a generar.

Con saludos fraternales,

Alex Callinicos, por el CC del SWP

Notas:

1) D. Bensaïd et al., “Carta de los compañeros de la LCR”, Boletín de discusión de la IST Nº 2, enero 2003, p. 13 [en adelante, “Carta...”].

2) Idem.

3) J. Rees, “La conquista de Irak”, Socialist Review, mayo 2003.

4) “Carta...”, p. 16.

5) Idem.

6) Véase A. Callinicos, “Reagrupamiento, realineamiento y la izquierda revolucionaria”, Boletín de discusión de la IST Nº 1, julio 2002, y “Reagrupamiento y la izquierda socialista, idem Nº 2, enero de 2003, y J. Rees, “Partido amplio, partido revolucionario y frente único”, International Socialism 97 (2002).

7) “Carta...”, p. 18.

8) Idem, pp. 18-19. Véase también L. Aguirre, “El movimiento por otra mundialización. Regreso a Florencia”, Rouge, 19-2-03, y el debate entre A. Callinicos y L. Aguirre y F. Duval, “Movimiento social y partidos políticos”, ibid., 6-2-03.

9) “Carta...”, pp. 18 y 15.

10) Véase en particular L. Caramel, “Foro de Florencia: ofensiva de la izquierda radical”, Le Monde, 16-11-02.

11) T. Conway, “Somos la mayoría: lecciones del movimiento antiguerra”, International Viewpoint 349, mayo 2003.

12) “Carta...”, p. 18.

13) Idem, p. 19 nota 5.

14) B. Cassen, “Tres preguntas para ATTAC”, www.attac.org

15) Ibid., p. 18.

16) Idem.

17) Para más información, véase A. Callinicos, El movimiento anticapitalista y la izquierda revolucionaria, Londres, 2001.

18) Véase C. Harman, “Partido y Clase”, en T. Cliff et al., Partido y clase, Londres, 1997 [reproducido en SoB Nº 8].

19) D. Bensaïd, “¡Saltos, saltos, saltos!”, International Socialism 95 (2002), p. 76.

20) Ibid., p. 79.

21) D. Bensaïd, Los trotskismos, París, 2002, p. 108.

22) “Carta...”, p. 18.

23)Hubo expulsiones a gran escala a mediados de los años 70 que reflejaban serias diferencias políticas. Si ésta fue o no la mejor manera de manejar esas diferencias es algo que está sin duda abierto a la discusión, pero lo importante es ver que estos casos han sido la excepción en una historia que se extiende por más de 50 años.

24) Resolución del CC de la LCR, 19-1-03.

25) P. Khalfa, “La guerra en Irak: ¿y después?”, Le Grain de sablé 422, 9-5-03, hay traducción al inglés (bastante desprolija) en Sand in the Wheels [Arena en las ruedas], 28-5-03, www.attac.org

26) “Carta...”, p. 17.

27) Idem.

28) Idem.

29) R. Lapper y R. Collitt, “Los 100 días de Lula: ¿alcanzarán el plan contra el hambre y la política de consenso para mantener la primavera?”, Financial Times, 8-4-03.

30) Véase el informe de Luciana Genro en Boletín de discusión de la IST Nº3, pp. 15-16.

31) F. Ollivier, “Informe sobre la situación política mundial”, XV Congreso de la Cuarta Internacional, International Viewpoint 349, mayo 2003.

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