Presente
y futuro de Cuba
Debate
entre Saúl Landau y Samuel Farber
Foreign
Policy In Focus, 07/05/08
Sin Permiso,
25/05/08
Traducción de Ángel Ferrero
En la
anterior edición del domingo 25 de mayo de Socialismo o
Barbarie, publicamos los artículos de Samuel
Farber –La
vida después de Fidel– y de Saúl Landau
–La
lucha continúa–, donde exponían sus
distintos puntos de vista sobre el presente y el futuro político,
económico y social de la isla. Habíamos acompañado estos
textos con la versión en inglés del posterior debate entre
ambos autores. Aquí presentamos la traducción de ese último
texto.
Saul
Landau(*)
Estoy de
acuerdo con Farber en que la izquierda debería dejar de
engañarse y hacerse ilusiones sobre la naturaleza del régimen
cubano. Cuba no sirve como modelo para otros países del
Tercer Mundo. Pero tampoco lo son ni China ni Vietnam, a
menos que el capitalismo salvaje aplicado por partidos
comunistas sea de alguna manera preferible al sistema de
socialismo de estado existente en Cuba. Farber no ofrece
otros modelos como alternativa, porque estos modelos no
existen.
Me siento
frustrado cuando leo los ensayos que hacen uso de la
cubanología –ese deporte especulativo– como si fuera
una bola de cristal que mostrara claramente el camino
correcto para el mejor futuro para Cuba. En este deporte, a
las personas como el vicepresidente Machado Ventura se les
cuelga la etiqueta de “partidarios de la línea dura”,
significando con ello que “se ha dedicado a preservar la
pureza ideológica.” Yo veo a Machado Ventura como un
pragmático, que seguramente se reiría si oyera que alguien
le llama un purista ideológico. Otros, como el
vicepresidente Carlos Lage, tienen “reputación de
moderado.”
Si Fidel o
Raúl hubieran empleado estas etiquetas, las aceptaría.
Pero de aquellos que nunca se han reunido o entrevistado con
estos dirigentes cubanos, descripciones como éstas parecen
casi una broma, o un chisme, del tipo que el antiguo
analista de la CIA Brian Latell ofrecía a sus clientes.
Latell, que durante décadas fue el hombre de la CIA para
los asuntos cubanos, nunca visitó la isla ni se reunió con
sus dirigentes.
Me he
reunido con algunos de estos dirigentes desde hace décadas
y aún no tengo idea de lo que significa ser partidario de
la “línea dura” o “moderada” en términos prácticos
en el 2008. Ni puedo distinguir el significado de pureza
ideológica en una isla cuya economía y estructura social
se han deteriorado desde hace 17 años. De manera similar,
la etiqueta de “talibanes”, que Farber da a algunos de
los dirigentes más jóvenes, no contribuye a entender la
naturaleza del actual debate.
La historia
cubana, según una carta de Celia Sánchez enviada a su
padre y fechada en 1957, necesitaba de un caudillo para
liberar la isla. “Fidel”, escribió, “es nuestro
caudillo”. Los cubanos, como la mayoría de pueblos, no
pueden borrar su historia: los siglos de dominio formal español
y los sesenta años de dominación informal estadounidense,
la herencia de la burocracia, la jerarquía, el racismo y la
corrupción. La revolución ha enseñado a los cubanos el
igualitarismo, la conciencia social y lo mejor de los
valores socialistas. Una vez terminada la escuela, sin
embargo, los cubanos encontraron que esos valores eran difíciles
de realizar en una economía de escasez –una descripción
que sirve de igual modo para la mayoría de países del
tercer mundo.
Si uno mide
su éxito comparando las metas que se planteó con los
logros conseguidos, la revolución cubana, que empezó en la
década de los sesenta del siglo pasado, salió airosa en la
creación de soberanía, independencia, y una sanidad y
educación populares. Llevó a Cuba y a los cubanos de ser
una desventurada experiencia colonial a convertirse en
actores protagonistas en el teatro mundial. Incontables
pobres de muchos países deben su vista y otras mejoras de
la salud a los médicos cubanos. Qué irónico resulta que
los habaneros se quejen de la escasez de médicos porque
muchos de ellos han viajado al extranjero para ayudar a
otras personas. Incluso con la “escasez” de médicos, la
proporción entre médicos y pacientes de Cuba es próxima a
la de Beverly Hills.
Los
pintores cubanos tienen exposiciones en París, Nueva Delhi
y Nueva York. Sus atletas ganan un número desproporcionado
–para al tamaño de su población– de medallas olímpicas.
Pero no practican una democracia de corte trotskista, y
nunca lo harán.
Me
pregunto: ¿qué habría hecho yo de haber sido un miembro
de la elite gubernamental cubana y haberme tenido que
enfrentar a cinco décadas de amenaza real estadounidense
mientras se intenta construir un modelo de sociedad basado
en la igualdad y la justicia?
Democracia
y fuerza militar, transparencia y policía estatal no casan
bien. Los dirigentes cubanos optaron por proteger la
revolución, y esa decisión definió las líneas básicas
del socialismo cubano. El socialismo cubano se convirtió en
un sistema basado en las órdenes desde arriba, la
participación desde abajo, y muy pocas opciones. Este
sistema funcionaba con el modelo soviético y con ciertos
aspectos de la historia y cultura cubanas.
El desplome
del sistema soviético forzó al estado cubano a romper su
contrato social con el pueblo. Sus dirigentes optaron por el
control político, evitando modelos económicos que
condujeran a tener que enfrentarse a una “transición.”
La
desigualdad social surgió más dramáticamente que nunca, a
causa de la desesperación económica de Cuba. Pero
Washington no tuvo éxito castigando al hijo pródigo. Cuba
sobrevivió, pero no como un orden social viable.
Puedo decir
de mis propias conversaciones con algunos de los dirigentes
cubanos que hay un vivo debate sobre la dirección y qué
modelos, o parte de esos modelos, seguir.
China y
Vietnam han convertido décadas de lucha y derramamiento de
sangre en un capitalismo floreciente adornado con lazos
rojos. Todos los dirigentes cubanos ven claramente las
dificultades de tomar semejantes vías. Y no ven la
suficiente riqueza acumulada en su isla como para empezar a
forjar un modelo democrático y social al estilo europeo.
En los últimos
meses los cubanos han estado debatiendo todo estos temas
formal e informalmente. Mientras los medios de comunicación
estadounidenses escribían sobre la moda pasajera del teléfono
móvil y la disponibilidad de electrodomésticos, pocos
periodistas han puesto de relieve los hechos clave. Los
dirigentes cubanos continúan invirtiendo en
infraestructura, restaurando por ejemplo su gravemente dañada
capacidad para generar energía eléctrica. Han comprado
miles de nuevos autobuses. Y para contrarrestar el fracaso
de la agricultura cubana, el gobierno ha importado el 84% de
la comida de la isla.
Mientras
construían un nuevo modelo social, con el acoso constante
de los Estados Unidos –incluso cuando se inflaba la
posibilidad de una “amenaza de invasión”–, los
dirigentes cubanos cometieron errores. Dos millones de
personas viven en La Habana, por ejemplo. La mayoría no
produce otra cosa que servicios para los turistas –lo que
les permite acceder a moneda extranjera–, pero todos
consumen, aunque no, desde luego, como quisieran. Camine por
las calles de La Habana durante la jornada laboral y verá a
cientos de personas paseándose y tomando el sol. El
desempleo oficial (2%) es una broma. Los cubanos están
horriblemente subempleados, siendo ésta una de las
principales fallas del sistema económico, especialmente en
las zonas urbanas. ¿Por qué ocurrió esto después de que
Fidel privara literalmente de inversiones a La Habana
durante los diez primeros años de la revolución? Cuando la
gente alcanza un nivel educativo, ya no quiere trabajar en
el campo.
¿Cómo
puede actuar o presionar un no–cubano hacia el cambio en
una situación en la que el socialismo en una isla –aunque
sea un socialismo de estado– está amenazado por las
poderosas fuerzas estadounidenses? Trabajar para conseguir
que el embargo estadounidense sea retirado, dice Farber.
Estoy de acuerdo. Pero una solución como ésa dejaría a
Cuba desnuda. Intente calcular el impacto de un millón de
“turistas” norteamericanos con las carteras repletas de
dinero, calculando para invertir en cualquier cosa que
parezca lucrativa o sexy. Todo ese dinero circulando
sin el control de las autoridades estatales transformaría rápidamente
la isla en... bueno, ya lo veríamos.
***
Samuel
Farber(*)
“Los
obreros del mundo han esperado demasiado tiempo a algún
Moisés que los lidere en su huída de la esclavitud. Si
pudiera lideraros en esa tarea, no lo haría; pues quien os
liderara en vuestra salida de la esclavitud, también podría
lideraros en el retorno a la misma, en virtud de su
liderazgo. Con ello quisiera que os dierais cuenta de que no
hay nada que no podáis hacer por vosotros mismos”
(Eugene Victor Debs, 1905).
Estoy de
acuerdo con Saul Landau en que el mantenimiento de los
valores y las prácticas de solidaridad e igualdad son de
una importancia fundamental para cualquier sociedad
socialista merecedora de ese nombre. Pero el mantenimiento
de los valores y prácticas de democracia y libertades
civiles no son menos importantes en una sociedad socialista.
Landau parece minimizar la importancia de éstos, y los
menciona como si fueran una característica
“suplementaria” en vez de una de las piedras angulares
del socialismo.
El estado
de partido único que existe en Cuba es, por su propia
naturaleza, antitético a una democracia socialista. Su
Constitución consagra el monopolio político del Partido
Comunista Cubano y criminaliza al resto de partidos
competidores. La Constitución también consagra el
monopolio del partido dominante sobre las organizaciones de
masas en Cuba, así como sobre los sindicatos y las
organizaciones femeninas, las cuales pasan a funcionar como
correas de transmisión ideológicas. Decreta como ilegales
a toda organización independiente ya se trate de
sindicatos, de grupos de mujeres, de organizaciones
homosexuales, de negros y de otros grupos.
Landau
puede citar el eslogan de Fidel Castro “Todo dentro de la
revolución; nada fuera de la revolución”, pero en el
contexto del sistema político cubano, este eslogan resulta
falso y engañoso, pues depende de la cúpula dirigente
decidir qué y quién merece estar “dentro
de la revolución.” Conviene señalar que cuando se acuñó
originalmente esta consigna en 1961 fue acompañada de
medidas represivas no únicamente contra los
contrarrevolucionarios, sino contra otros izquierdistas. Fue
entonces cuando se empleó esta nueva política cultural
para cerrar Lunes de Revolución, el suplemento político
y literario del periódico gubernamental Revolución,
que publicaba a una amplia variedad de autores
independientes de la izquierda no comunista de todo el
mundo. El documental PM, que mostraba el placer apolítico
de la vida nocturna de los pobres de La Habana, dirigido por
Saba Cabrera Infante, el hermano de Guillermo, el editor de Lunes,
también fue censurado.
El
verdadero daño económico inflingido por el bloqueo
imperialista estadounidense ha oscurecido las demás fuentes
de problemas económicos en Cuba: la ineficacia y el
derroche inherentes a una administración burocrática de la
economía. La vieja máxima atribuida a los trabajadores
soviéticos y de Europa del Este de que “hacen ver que nos
pagan y nosotros hacemos ver que trabajamos” puede
aplicarse enteramente a Cuba. Existe una visible falta de
atención, cuidado y mantenimiento en todos y cada uno de
los sectores de la propiedad pública. Aunque las
dificultades económicas y el bloqueo estadounidense puedan
explicar la falta de materiales de construcción para llevar
a cabo ciertos trabajos de mantenimiento, no explica la
ausencia de sencillas actividades de trabajo intensivo para
los cuales no se requieren componentes o capitales
significativos, como limpiar, barrer y, en definitiva,
mantener una higiene básica en las instalaciones. El
problema fundamental en Cuba es la falta de iniciativa,
motivación y disciplina gerencial y laboral.
Desde hace
siglos el capitalismo ha desarrollado sus propios métodos
para hacer trabajar a los obreros con una cierta competencia
empleando alternativamente el palo (produce o te despedimos)
y la zanahoria (la promesa, si no el hecho, de salarios más
altos y promociones).
Ni el
sistema cubano ni otros sistemas basados en el modelo soviético
han sido capaces de desarrollar un sistema de motivación
paralelo a éstos que al menos pudiera igualar la
efectividad de los métodos capitalistas. En este sistema
igual de (si no más) burocrático y jerárquico que el
capitalismo, los trabajadores no comprenden –desde luego
no mejor que bajo el capitalismo– cuál es el sentido de
la producción. Uno de los “palos” de los que disponía
la agencia de trabajo gubernamental fue eliminado por la política
de seguridad total en el trabajo (excepto para aquellos que
tengan problemas políticos con las autoridades). La falta
constante de bienes de consumo inherente al sistema,
característica de lo que el economista húngaro Janos
Kornai denominó “economías de escasez”, se ha
encargado de eliminar una buena parte de las
“zanahorias”.
Desde los
primeros años de la revolución, el régimen cubano ha
oscilado entre los así llamados incentivos “morales” y
los “materiales”, tratando de solucionar la falta de
motivación entre los trabajadores y campesinos cubanos.
Pero nunca consideraron los “incentivos políticos” de
una apertura económica y política que permitiera a la
sociedad un control democrático, incluyendo el control del
lugar de trabajo y de los trabajadores. Nunca consideró la
posibilidad de que participando y controlando sus propias
vidas productivas la gente empezaría a interesarse y
responsabilizarse de lo que hacen en el día a día; que sólo
entonces la gente empezaría a tomarse en serio lo que hace.
La democracia de los trabajadores no es sólo un bien en sí
misma –la gente controla sus propias vidas– sino que
también puede ser una verdadera fuerza productiva económica.
En vez de
eso, la burocracia de la isla, desde su formación en la década
de los sesenta, ha conducido inevitablemente a la
desinformación sistemática, como ocurre con las estadísticas
infladas de producción, porque nadie quería
responsabilizarse de los fracasos por no alcanzar los
objetivos de producción. Todo ello condujo a una pobre
planificación basada en datos imaginarios. La falta de una
prensa y unos medios de comunicación de masas
verdaderamente independientes ha facilitado los
encubrimientos, la corrupción y la ineficacia. Estos
problemas, comunes a todos los sistemas burocráticos de
corte soviético, fueron exacerbados en Cuba debido a las
intervenciones arbitrarias del comandante en jefe en materia
económica.
Aunque
Fidel Castro es indudablemente un hombre con talento y muy
inteligente, no es el experto en todo lo que existe bajo el
sol. El balance general de sus intervenciones personales en
materia económica ha sido más bien negativo, como
atestiguan su desastrosa campaña económica para una
cosecha de 10 millones de toneladas de azúcar en 1970; el
predecible fracaso de las vacas híbridas F1 (un nuevo tipo
de ganado) llevada a cabo en contra de la opinión de los
expertos ingleses que se hizo traer a la isla; el gigantismo
económico de proyectos como éstos y como el derroche
innecesario que supone construir una carretera de ocho
carriles que atraviesa buena parte de Cuba; y, más
recientemente, en las improvisaciones y trastornos económicos
que fueron parte de su “batalla de ideas”. La fuerte
tendencia de Fidel Castro a la gestión del mínimo detalle
también ha silenciado y paralizado las iniciativas de la
gente responsable y capaz, demasiado temerosas de
contradecirle. En general, Castro creó un caos económico
perfectamente evitable. Este tipo de caos no tiene que
confundirse con el caos creativo que puede resultar de una
participación entusiasta de las masas, en tal caso más que
compensado por la participación de las masas y el
entusiasmo en lo que hacen. Un derroche que se podría haber
evitado es en el caso cubano un crimen contra el tiempo, el
esfuerzo y el sacrificio del pueblo trabajador.
Citando a
Eduardo Galeano, Landau apunta que el desarrollo de la
democracia en Cuba ha sido bloqueado por las acciones del
imperialismo estadounidense contra la isla. No cabe duda de
que la agresión estadounidense fue y está siendo decisiva
en la creación de un clima de asedio en la isla que
facilita el crecimiento de prácticas e ideas antidemocráticas.
Sin embargo, esta perspectiva priva sin darse cuenta de ello
a los líderes revolucionarios cubanos, como los hermanos
Castro y el Che Guevara, de cualquier responsabilidad ideológica
y política. Como he mostrado en mi libro The Origins of
the Cuban Revolution Reconsidered [Una revisión de los
orígenes de la revolución cubana] (University of North
Carolina Press, 2006), antes de la victoria de la revolución
todos estos dirigentes tenían tendencias políticas e ideológicas
claras, si no ideas ya completamente definidas, sobre lo que
harían una vez alcanzaran el poder. Estas tendencias eran
de todo punto incompatibles con una perspectiva del
socialismo que situara las ideas y prácticas de una
democracia obrera y campesina y de autogestión como
prioridad absoluta.
La
estructura política existente está basada en el apoyo
popular, aunque éste ha declinado enormemente desde los
primeros noventa. Pero la estructura depende tanto de la
manipulación de ese apoyo como de la censura y de la
represión. Hoy hay de 200 a 300 prisioneros políticos en
Cuba, la gran mayoría de los cuales han sido encarcelados
por actividades políticas de una naturaleza enteramente pacífica.
Recientemente, el 21 de abril, diez mujeres pertenecientes a
la organización “Mujeres de blanco” fueron arrestadas
con dureza cuando se manifestaban pacíficamente en apoyo a
sus familiares encarcelados. El gobierno mantiene que esas
mujeres, y el resto de disidentes, están influenciados y
financiados por el imperialismo estadounidense. Incluso si
así fuera, la naturaleza pacífica de las actividades de
estos disidentes los convierte en materia política, no
policial. Debería debatirse abiertamente con la oposición
frente al pueblo cubano, quien debería ser el juez último
en estas cuestiones.
Saul Landau
dice que cuando los artistas e intelectuales cubanos
declararon que no tolerarían más la censura, la cúpula
dirigente se mostró de acuerdo con ellos. Pero nada se ha
hecho para alterar los planes institucionales que la censura
cubana mantiene, particularmente aquellos en los órganos de
los medios de comunicación de masas bajo el control de la
ICRT (Instituto Cubano para la Radio y la Televisión). La
prensa, radio y televisión oficiales cubanas, por ejemplo,
han guardado silencio sobre las importantes protestas en la
Universidad de Oriente que tuvieron lugar en septiembre del
2007, así como sobre sus consecuencias. Esta decisión es
coherente con la larga historia de censura de los medios de
comunicación de masas, incluyendo el retraso de varios días
de la emisión de las noticias más relevantes (como la
invasión soviética de Afganistán en 1979), la prohibición
durante décadas de la música de Celia Cruz en las emisoras
radiofónicas cubanas y la extraordinariamente limitada y
distorsionada cobertura de la protesta de los intelectuales
a principios del 2007.
Algunas
veces la censura ha sido realmente burda. Un buen ejemplo de
ello fue el error deliberado en la traducción al castellano
de la crítica que Noam Chomsky hizo de la situación de los
derechos humanos en Cuba durante una aparición en la
televisión cubana, en una visita que hizo a la isla hace
unos años. Otro ejemplo es la cobertura de la reciente
visita de Javier Bardem al país que hizo el periódico Juventud
Rebelde, en la que se daba una detallada biografía del
actor español omitiendo su primera nominación al Oscar por
la interpretación del escritor disidente cubano Reinaldo
Arenas en Antes que anochezca de Julian Schnabel. La
censura refleja la falta de confianza del estado en lo que
el pueblo puede pensar y hacer cuando tiene acceso a
información sin filtrar.
La misma
falta de verdad descansa en el acercamiento del régimen a
los derechos democráticos. Aunque es cierto, como Landau
indica, que Cuba ha firmado recientemente los acuerdos de
las Naciones Unidas de los derechos humanos y laborales, no
existe ninguna prueba que sugiera que el gobierno cubano
trata de modificar la constitución y las leyes del país
para adecuarlas a estos nuevos compromisos internacionales.
Esto sólo puede ocurrir en el caso que las protestas
abiertas desde abajo que empezaron en el 2007 crezcan en
fuerza e intensidad y se conviertan en nacionales. De
acuerdo a este último análisis, sólo a través de los
esfuerzos de las organizaciones populares independientes la
mayoría de la población puede defenderse contra los
privilegios y abusos que erosionan sus libertades y derechos
civiles. Y lo mismo puede decirse respecto al mantenimiento
del igualitarismo y la solidaridad indispensables al
socialismo.
Sin
embargo, la cuestión estriba no en una igualdad en la
pobreza, sino una igualdad con un mejor estilo de vida para
todo el mundo. Landau parece preocupado por si los cubanos
“sucumbirán al brillante atractivo del consumo de
masas” o no. Además de prematuro, este juicio carece de
cualquier sentido de proporción: es insensible a las
enormes diferencias entre los cubanos de la isla y los
consumidores norteamericanos, obviamente mucho más ricos
que aquéllos. “Consumir”, para la mayoría de los
cubanos de la isla, no quiere decir comprar sofisticados
electrodomésticos, sino que equivale, más bien, a la lucha
diaria para obtener materiales de construcción precarios
con los que arreglar las goteras de sus techos a medio
desplomar, comer adecuadamente sin necesidad de perder horas
y horas en las colas, y moneda fuerte en la compra de
alimentos, y adquirir el caro y en ocasiones difícil de
conseguir jabón y otros artículos de baño que son
esenciales para el respeto propio y la dignidad humana en
cualquier sociedad moderna.
Un
socialismo sin democracia ni libertades civiles, donde la
igualdad se limita a compartir la pobreza, no es muy
diferente de un panal en el cual gobierna la abeja reina. En
una sociedad como ese panal el individualismo será con toda
seguridad eliminado para todo el mundo menos para la abeja
reina, pero también lo serán el pluralismo político y la
individualidad. Que no es la misma cosa que el
individualismo.
(*)
Saul Landau es un
reconocido académico, escritor y cineasta que ha tratado
cuestiones nacionales e internacionales, es miembro del
Institute for Policy Studies desde 1972. Ha escrito 13
libros y miles de artículos y críticas para la prensa, y
realizado más de 40 películas y reportajes de televisión
sobre cuestiones sociales, políticas, económicas e históricas.
Farber es profesor emérito en la Cal Poly Pomona University
y colaborador de Foreign Policy in Focus.
(*)
Samuel Farber nació
y se crió en Cuba. Su libro más reciente es The
Origins of the Cuban Revolution Reconsidered [Una revisión
de los orígenes de la revolución cubana] (University of
North California Press). Colabora
regularmente con Foreign Policy
in Focus.
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