Claves
económicas de la guerra de Irak: mercados financieros, acumulación de
capital y hegemonía mundial (I)
Por
Nacho Álvarez Peralta
Rebelión, 23 de junio del 2003
A
lo largo de estos últimos meses han sido innumerables los artículos,
tanto desde el ámbito de los medios de comunicación como desde el ámbito
académico, que se han preguntado acerca de los factores jurídicos, económicos,
políticos, militares y geoestratégicos que habrían desencadenado
finalmente la guerra y posterior ocupación de Iraq.
Muchos
de estos artículos y razonamientos (al igual que la inmensa mayor parte
de la ciudadanía de todo el mundo que se ha manifestado en contra de la
intervención), han situado en el plano geoestratégico y económico las
causas fundamentales de la guerra. Buena muestra de ello ha sido la masiva
utilización del eslogan "no más sangre por petróleo" en las
manifestaciones de protesta.
Ahora
bien, debemos reconocer que, a pesar de haber situado seguramente de forma
correcta los factores explicativos fundamentales de la contienda bélica,
el movimiento pacifista y antiimperialista ha sufrido la carencia parcial
de no terminar de señalar los mecanismos particulares y concretos en cómo
los Estados Unidos llevan a cabo el despliegue efectivo de su hegemonía
mundial. Las siguientes líneas deben entenderse por tanto como un intento
de aportación en dicho sentido, y, en concreto, como un intento de
aportación centrado en lo que al ámbito de la hegemonía económica se
refiere.
Trataremos
de hacerlo desde el reconocimiento de que las causas que explican la
guerra en Iraq se entretejen en un todo sistémico en el que lo político
es difícil de separar de lo jurídico, así como de lo económico y de lo
geoestratégico. En el crisol explicativo de este conflicto se sitúan
factores de diversa índole, y en diferente nivel de importancia, factores
todos ellos que coadyuvan a dar cuerpo al elemento hegemónico en el plano
de la Economía Mundial. No obstante, y en la medida en que toda hegemonía
política y militar históricamente ha sido construida sobre los cimientos
de la correspondiente hegemonía económica (y cuando no ha sido así no
han perdurado), nos concentraremos en dicho análisis económico.
Dejando
de lado las interesadas y bochornosas razones esgrimidas por las potencias
ocupantes para justificar mediáticamente su agresión militar contra Iraq
(la acumulación de armas de destrucción masiva de las que luego ni el
propio ejercito anglo-norteamericano es capaz de dar cuenta, la supuesta
amenaza mundial que suponía el depauperado ejército iraquí, los
indemostrables vínculos del régimen Baath con Al Qaeda, el supuesto
"afán democratizador" norteamericano...),(1) cuando uno se
interroga acerca de los factores explicativos que se encuentran detrás de
la guerra, y revisa la bibliografía al respecto, puede identificar dos
grandes adscripciones analíticas: la de aquellos autores que consideran
que las razones fundamentales que explicarían la intervención y
posterior ocupación de Iraq vienen dadas fundamentalmente por factores de
orden regional, y, en segundo lugar, la de aquellos otros analistas que
piensan sin embargo que la guer ra y posterior ocupación no ha sido más
que el "telón de fondo", la "excusa", sobre la que se
ha librado toda una batalla por la hegemonía económica en el ámbito
mundial.
Con
relación al primer grupo de autores, aquellos que consideran que la
guerra de ocupación contra Iraq se explica fundamentalmente por factores
de orden regional, dicha guerra debe ser entendida como el desenlace
"lógico y predecible" de un determinado proceso histórico en
la región de Oriente Próximo. Dicho proceso histórico no sería otro
que el proceso vivido por Iraq durante la última década, caracterizado
por el incesante acoso y asedio por parte de EE.UU., y, finalmente por el
asalto y derribo. El por qué de dicha estrategia de acoso, asalto y
derribo contra Iraq habría que buscarlo fundamentalmente en el papel
regional que ha venido desarrollando el régimen de Bagdad a lo largo de
las últimas décadas en Oriente Próximo. Dicho papel resultará
crecientemente conflictivo con los intereses de la potencia hegemónica
regional -Israel-, así como también con los intereses norteamericanos en
una zona geoestratégica de crucial importancia, por lo que será
necesario finalmente -según esta tesis- eliminar a dicho actor.
A
diferencia de la mayoría de los países bendecidos por la posibilidad de
explotar su petróleo en el contexto de Oriente Próximo, Iraq presenta
una tradición, que arranca ya con la Revolución Republicana de 1958
(previa a Sadam Hussein), y que se consolida con la nacionalización del
petróleo en 1972, de reinvertir las rentas del petróleo en la conformación
de un potente Estado vertebrado en torno a una densa y amplia economía pública.
Esto llevó con el paso de los años al paulatino surgimiento de una
potencia regional emergente como era Iraq, en una zona de indudable
importancia geoestratégica para EE.UU. y su aliado Israel. Iraq en el
transcurso de estas décadas pasó a ser un país densamente poblado, con
niveles educativos similares a los occidentales, con una indiscutible
capacidad armamentística y tecnológica propia, e imbuida de un nada
oportuno nacionalismo panárabe.
Lógicamente,
y según este primer grupo de analistas que remiten al ámbito de la
hegemonía regional como factor explicativo de la pasada guerra contra
Iraq y de su posterior ocupación, existe un clarísimo hilo conductor
entre la guerra de 1991, la década de sanciones económicas contra Iraq,
y el posterior desenlace bélico. Dicho hilo conductor se vincula
directamente con la necesidad de EE.UU. e Israel de llevar a cabo una
reordenación geopolítica "definitiva" del mapa de Oriente Próximo,
dando una solución conjunta (y en la medida en que son problemas
relacionados)(2) a los dos focos de resistencia de la zona (resistencias
tanto populares como "burocráticas", encarnadas en este último
caso en las hoy políticamente eliminadas figuras de Sadam Hussein y
Yassir Arafat). Esta reordenación geopolítica debiera permitir no sólo
la consolidación de la hegemonía sionista(3) en la región, sino su pr
oyección futura incuestionable en los ámbitos militar, político y económico.
EE.UU. aseguraría de esta forma la hegemonía de su principal aliado en
una zona de crucial importancia para sus intereses económicos, políticos
y militares.
De
hecho, Moisés Naím, actual director de Foreign Policy, en una reciente
entrevista respondía que, en su opinión, entre los factores de fondo que
explicaban la guerra contra Iraq estaba el hecho de que "Sadam era
una fuente permanente de inestabilidad regional y, en este contexto, el
papel de Israel contaba, dada la influencia del lobby judío en
EE.UU."(4)
Así,
esta reordenación geopolítica a la que aludimos, se habría
desencadenado precisamente, tal y como señalaba recientemente Carlos
Varea -coordinador de las Brigadas a Iraq "Mohammad Belaidi"- en
la presentación del Informe sobre ataques contra población civil en
Bagdad, en el momento en el que EE.UU. ha constatado la insuficiencia e
incapacidad de control mostradas por el embargo y las sanciones económicas
contra Iraq, dada la cierta aunque escasa, posibilidad de recuperación
que el programa de NN.UU., "Petróleo por Alimentos", estaba
posibilitando al país.
No
obstante, es en este último razonamiento donde se ven las limitaciones de
este primer grupo de analistas: ¿acaso el interés geoestratégico
norteamericano por asegurarse el control militar, político y económico
de Oriente Próximo, de la mano de Israel, no responde directamente a la
cuestión de su hegemonía mundial?
El
segundo gran argumento esgrimido para tratar de entender las causas de la
pasada guerra de ocupación contra Iraq, es el de aquellos analistas que
entienden que la razón fundamental de la contienda bélica hay que
buscarla en la particular carrera por la hegemonía económica mundial que
mantienen EE.UU. y Europa. Más concretamente, la razón final de la
guerra habría que buscarla en el desesperado intento norteamericano de no
perder dicha hegemonía. Así, similar al argumento que en su día
utilizara Peter Gowan(5) para tratar de explicar la intervención de la
OTAN en Yugoslavia, estos analistas consideran que la intervención
angloestadounidense en Iraq es un nuevo telón de fondo, en este caso bélico,
tras del que se oculta la verdadera contienda del momento: el
enfrentamiento entre EE.UU. y la Unión Europea por la hegemonía económica
mundial.
Según
este razonamiento, Iraq habría resultado ser la "excusa" del
momento (igual que en su momento lo fue la antigua Yugoslavia), para dar
un paso más por parte de la potencia hegemónica en su intento
desesperado por no perder su posición de privilegio.
El
abuso que de este razonamiento han hecho algunos analistas lo ha llevado
hasta su paroxismo, enfrentándolo con sus propias contradicciones y
debilidades. ¿Cómo entender entonces la secuencia histórica que vincula
la primera Guerra del Golfo, con la reciente guerra de ocupación, pasando
por los más de diez años de embargo y sanciones económicas?
Simplemente, en muchos de los casos, dicho vínculo no se establece.
No
obstante, y como todo lector atento deducirá, existe una clarísima
interrelación teórica entre los dos grupos de argumentos analíticos
vistos: el control y mantenimiento de la hegemonía económica mundial no
se puede llevar a cabo sin un cuidadoso apuntalamiento de los instrumentos
particulares de dominación propios de toda hegemonía regional. De esta
manera, si bien debe reconocerse que durante toda la década de los años
noventa, la lógica del conflicto con Iraq ha respondido en gran medida
(aunque desde luego no de forma íntegra) al necesario control de una
potencia emergente hostil en una zona geoestratégica para los intereses
norteamericanos, tanto el guión como el calendario bélico posteriores
han sido gestionados por EE.UU. de forma estrechamente vinculada con toda
una serie de factores relacionados directamente con el despliegue de su
hegemonía económica mundial, y de su particular "carrera",
codo a codo con Europa, por la conservación de dicha hegemonía. La
interrelación entre ambos factores -de ámbito regional y mundial-, es
por tanto no solamente constatable, sino que también es obvia.
Cuatro
grandes claves económicas de la guerra contra Iraq
Es
ahora, una vez situado con propiedad el punto de partida teórico y analítico
del que partimos, cuando procederemos a la cuestión de profundizar en el
análisis particular de los mecanismos concretos que le sirven a EE.UU.
para llevar a cabo el despliegue efectivo de su hegemonía mundial hoy día.
Limitaremos nuestro análisis al plano de lo económico, por entender que
es el más significativo y determinante, lo cual, obviamente, no excluye
para que de forma paralela no deban de ser abordados los correspondientes
análisis relativos a la ruptura de las normas y leyes del Derecho
Internacional, de las reglas diplomáticas básicas...etc..
Desde
el mencionado punto de vista económico, existen al menos cuatro grandes
razones en el crisol de causas explicativas de la guerra contra Iraq.
Causas todas ellas que desde luego ya están colaborando, y lo harán aún
más en el futuro inmediato, a apuntalar la hegemonía económica
norteamericana a nivel mundial. Estas son: el acceso al petróleo como
materia prima fundamental; la necesidad de promover la privatización y
desreglamentación económica de la zona, reestructurando los marcos de
valorización del capital transnacional y fomentando una inserción
crecientemente subordinada de Oriente Próximo en la economía mundial; el
reforzamiento del papel económico que juegan los gastos militares en el
seno de las economías capitalistas; y, por último, el necesario control
y apuntalamiento de los mercados financieros internacionales en beneficio
de la economía norteamericana. Repasaremos brevemente las tres primeras
causas, sin duda importantes todas ellas, para detenernos con mayor
detalle en la última, la relativa al control y apuntalamiento de los
mercados financieros internacionales, dada la especial importancia real
que parece haber jugado en la guerra de ocupación contra Iraq, así como
el escaso tratamiento intelectual que ha tenido hasta la fecha.
Pero
antes de iniciar dicho repaso, nos vemos obligados a realizar una
advertencia significativa. La secuencia teórica y analítica desde la que
se aborda el devenir de la economía mundial a lo largo de estas últimas
décadas, así como la histórica pugna por la hegemonía de dicha economía
mundial, se plantea aquí en un nivel de estudio estrechamente vinculado a
la confrontación secular de los diferentes bloques interimperialistas. Y
esto es así, no precisamente por resultar este análisis más penetrante
o importante que un análisis interclasista para entender el curso de la
Historia, sino más bien todo lo contrario. En la medida en que el objeto
de estudio que a continuación se plantea es un objeto de estudio limitado
al análisis de la pugna actual por la hegemonía de la economía mundial,
las relaciones y agentes analizados deben ser precisamente los impulsores
de dicho fenómeno, que no son otros que las clases capitalistas y
dirigentes de los diferentes bloques de la triada.
Con
relación a la primera de las razones planteadas, Orlando Caputo (6) ponía
recientemente de manifiesto cómo el acceso incondicional de EE.UU. a
suministros petrolíferos de alta calidad y explotables a bajo coste,
derivado de la ocupación y establecimiento de un gobierno títere en Iraq,
resultará en una indudable ventaja económica en términos comparativos
para la economía norteamericana con relación a sus principales
competidores (especialmente teniendo en cuenta la gran dependencia
importadora que presentan Europa y Japón respecto de dicha materia
prima). Tal y como recuerda Caputo, han sido los propios documentos
publicados por los Departamentos de Defensa y de Estado de los EE.UU. los
primeros en plantear entre sus principales objetivos reconocidos el
"asegurar el acceso internacional a los mercados decisivos, a los
suministros de energía y a los recursos estratégicos", así como
"prevenir la emergencia de hegemonías o coalicion es regionales
hostiles". (7)
EE.UU.
tiene sólo el 2,9% de las reservas mundiales de petróleo, genera el 9,8%
de la producción mundial, (8) y consume el 26% de dicha producción
mundial. Iraq ostenta las segundas reservas demostradas de crudo en el
mundo; hasta el comienzo de la guerra de ocupación contra las tropas
angloamericanas, producía 2,7 millones de barriles diarios, cifra que
podría aumentar fácilmente, con la llegada de la correspondiente Inversión
Extranjera Directa, a cifras cercanas a los 7-8 millones de barriles al día.
PRODUCCIÓN,
CONSUMO Y BALANCE DEL PETRÓLEO (2001)
(en millones de barriles
diarios)
|
EE.UU.
|
Europa
|
Oriente
Próximo
|
Producción
|
7.717
|
6.808
|
22.233
|
Consumo
|
19.633
|
16.093
|
4.306
|
Superávit/Déficit
|
-11.916
|
-9.285
|
17.927
|
Fuente:
Statistical Review of World Energy, British Petroleum, 2002.
Por
otra parte, mientras que las reservas petrolíferas probadas de EE.UU.
disminuyen (éstas han pasado de 36,5 mil millones de barriles en 1981, a
30,4 mil millones en el 2001), las reservas demostradas de Oriente Próximo
se incrementan sustancialmente entre estas fechas (pasándose de 362,6 mil
millones de barriles a 685,6 mil millones respectivamente), siendo además
las reservas demostradas de Iraq las que más crecen en la zona (estas
pasan entre 1981 y 2001 de 29,7 a 112,5 mil millones de barriles, mientras
que el ritmo de crecimiento de Kuwait y Arabia Saudí es inferior, pasándose
de 67,7 a 96,5 mil millones de barriles en el primer caso, y de 167,9 a
261,8 mil millones en el caso saudí respectivamente).
Se
estima además que al ritmo de producción del año 2001, las reservas
mundiales de petróleo se agotarán en cuarenta años. Lógicamente, el
control geoestratégico de la que hoy por hoy es la principal materia
prima industrial, resulta imprescindible para determinar la hegemonía
económica mundial.
A
esto además hay que añadir dos elementos importantes. En primer lugar,
la dependencia de EE.UU. respecto de sus importaciones de petróleo no ha
hecho sino aumentar en las últimas décadas. Así, ha pasado de importar
el 35% del petróleo que consumía en 1973, a tener que importar el 54,3%
del petróleo consumido en el año 2001 (9) (pudiendo alcanzar dicha
dependencia tasas cercanas al 70% según estimaciones del Departamento de
Energía). Esto no supondría un dato de por sí muy relevante (en la
medida en que las tasas de dependencia energética de Europa o Japón no
son muy diferentes), si no fuera por el segundo elemento a tener en
cuenta: los dos principales abastecedores de crudo de EE.UU. son,
respectivamente, Arabia Saudí (que proporciona a EE.UU. el 20 % del total
del petróleo que importa), y Venezuela (que proporciona un 19% de dichas
importaciones energéticas).
Así,
al tiempo que el "enfriamiento" de las relaciones diplomáticas
con Arabia Saudí tras los atentados del 11 de Septiembre ha hecho tomar
conciencia a la Administración norteamericana de la preocupante
dependencia energética respecto del que fuera un indiscutible aliado en
la zona, la presencia de Hugo Chávez en el gobierno venezolano más allá
de los fallidos golpes de estado, ha terminado por precipitar seguramente
la decisión de asegurar un abastecedor de crudo fiable. En este sentido
cabe recordar las palabras recogidas por el diario El País, (10) unas
semanas antes de la guerra contra Iraq, del que fuera ministro de Energía
de Venezuela y presidente de la Organización de Países Exportadores de
Petróleo (OPEP), Humberto Calderón: "Venezuela tiene la mayor base
de hidrocarburos de Occidente. En 80 años nunca había interrumpido el
suministro de petróleo y en un año hubo dos interrupciones: el pasado
abril, y ahora, en dic iembre y enero. No es mera coincidencia. Es con Chávez.
Históricamente
Venezuela ha utilizado la carta de la confiabilidad en el suministro a los
mercados internacionales y lo ha perdido por Chávez. Los importadores de
crudo tienen que tener muy claro que, mientras Chávez permanezca en el
poder, nunca se va a restablecer la condición de Venezuela como un
abastecedor seguro", por esta razón, y en relación con una posible
intervención en Iraq, Calderón concluía: "estoy convencido de que
EE.UU. va a actuar. Con o sin Naciones Unidas." No sin parte de razón,
han sido varios los analistas internacionales que han planteado en estos
últimos años, que un posible hilo conductor de los conflictos bélicos
de la potencia imperial en la década de los años noventa, podría
perfectamente haber sido la lógica de garantizar reservas energéticas
crecientemente escasas: (11) desde la batalla germano-estadounidense por
los corredores energéticos (gasoductos y oleoductos) en la antigua
Yugoslavia, hasta la guerra de ocupación contra Iraq, pasando por el
establecimiento de tropas militares tras la guerra de Afganistán en la
zona del Mar Caspio (relativamente rica en petróleo y, sobre todo, en
gas). De hecho, Vicenç Navarro citaba no hace mucho tiempo cómo en un
documento interno del Estado Mayor de los Ejércitos de EE.UU., el
denominado Strategic Assesment preparado a su vez por el Instituto de
Estudios Estratégicos del Departamento de Defensa norteamericano, se señalaba
que los "problemas de seguridad nacional en el siglo XXI se centrarán
en conflictos sobre la propiedad y distribución (incluyendo las rutas de
tráfico) de recursos energéticos en todas las partes del mundo, pero muy
en especial en el Golfo Pérsico y en la región del Caspio".(12)
Ahora
bien, desde nuestro punto de vista, y sin tratar de minusvalorar en ningún
momento el "factor petróleo", (13) lo que sí parece cierto es
que se ha sobreestimado la importancia de dicho elemento analítico como
factor explicativo de la pasada guerra contra Iraq (en lo referido
exclusivamente a la necesidad de abastecimiento como materia prima, que no
a la gestión de la renta que se deriva de su comercialización).
El
abastecimiento de crudo es una cuestión clave para cualquier economía,
pero, incluso desde el punto de vista económico, existen otros elementos
significativamente más explicativos de la guerra en Iraq.
Una
segunda arista explicativa que, desde el punto de vista económico, podría
encontrarse detrás de la guerra es lo que algunos autores han comenzado
ya a denominar "privatización guiada por láser": si los
organismos financieros internacionales -Fondo Monetario Internacional y
Banco Mundial- carecen de los instrumentos habituales (condicionalidad
ante los créditos concedidos) para garantizar el tránsito de una economía
nacional a las condiciones de rentabilidad exigidas por los inversores
internacionales, dicho tránsito deberá hacerse por otros agentes y por
la vía militar.
Privatización,
desregulación (en especial del mercado de trabajo) y apertura externa, se
han convertido en el eje central de las políticas neoliberales impuestas
por el capital transnacional a los países subdesarrollados (vía
condicionalidad de los préstamos del FMI y del Banco Mundial). Estas políticas
neoliberales no han demostrado ser sino un abierto intento por reconstruir
los maltrechos marcos de valorización y rentabilidad del capital a escala
mundial, medidas que, con diferentes ritmos y consecuencias, han sido
impuestas de forma generalizada en todo el mundo subdesarrollado. En este
sentido, hay que recordar no sólo que "la OPEP y sus empresas públicas
petroleras constituyen hasta ahora la única resistencia al llamado
Consenso de Washington [...] [dado que] en muy pocos países se ha
privatizado totalmente la industria [petrolera], y en la gran mayoría de
los países con importante filiación petrolera, se mantienen fuertes
barreras a la inversión privada, sobre todo en lo s del Golfo Pérsico".(14)
A
este respecto, no sólo resulta significativo el hecho de que, hasta la
guerra, las empresas anglo-estadounidenses no operaban en Iraq (cuyas
concesiones de explotación estaban establecidas fundamentalmente con
empresas petroleras francesas, alemanas y rusas), sino la realidad de que
el conjunto de la economía iraquí (que presenta tremendas
potencialidades en términos de recursos naturales, fuerza de trabajo y
cualificación tecnico-científica) estaba ampliamente estatalizada y muy
cerrada a la inversión exterior. Indudablemente, el espacio de acumulación
y negocio que se abre con la "liberación" de Iraq es bastante
significativo (y no sólo en lo relativo a la muy prometedora explotación
del crudo y a la reconstrucción material de las infraestructuras básicas,
sino al funcionamiento general de todo un nuevo mercado nacional abierto
en condiciones dependientes y subordinadas al mercado mundial).
El
propio Paul Bremer (administrador de EE.UU. para Iraq) declaraba tras la
guerra la necesidad de llevar a cabo una liberalización inminente de la
economía iraquí, yendo hacia "un sistema liberal". (15) No es
de extrañar, igualmente, que Thomas L. Friedman señalase tras la guerra,
en un impactante artículo publicado por The New York Times titulado
"La hora del noviazgo agresivo con Siria", (16) que "Iraq
es el único país árabe que combina petróleo, agua, cerebros y tradición
secular. El Líbano tiene agua, cerebros, tradición secular y tradición
liberal. Los Palestinos tienen un potencial similar. Por eso yo apuesto
por una triple autodeterminación. Si el Líbano, Iraq y un Estado
Palestino pueden todos ellos convertirse en sociedades funcionales,
decentes, de libre mercado y autogobernadas, será suficiente para ladear
a todo el mundo árabe por la vía de la modernización [...] lider ando
el mundo árabe hacia la globalización".
Lógicamente,
lo que Thomas L. Friedman no plantea es la profundización en la actual
posición subordinada y dependiente respecto de la División Internacional
del Trabajo y, por tanto, respecto de los países del Centro del sistema,
que dicha pretendida modificación de los patrones de inserción exterior
de Oriente Próximo en la economía mundial conllevaría para estos países.
Una
tercera clave explicativa de la guerra y posterior ocupación del
territorio de Iraq, siguiendo con el análisis económico, sería sin duda
el reforzamiento del papel que juega el sector armamentístico en el
sistema capitalista en general, y en la industria norteamericana en
particular. Dicho papel debe ser analizado desde dos planos teóricos
diferentes: en primer lugar desde aquel relativo al gasto militar como
medida de tipo "keynesiana", reactivadora de la demanda agregada
de la economía; y, en segundo lugar, según el papel que el gasto militar
cumple como elemento depurador de la economía y restaurador de una
determinada tasa de rentabilidad.
En
primer lugar nos centraremos por tanto en el tradicional "efecto de
arrastre" sobre el resto de la economía norteamericana que el gasto
militar históricamente ha tenido. Así, este particular
"keynesianismo militar" ha operado desde hace décadas en
EE.UU., de tal suerte que han sido numerosas las administraciones (tanto
republicanas como demócratas) que han pasado por la Casa Blanca aplicando
dicha "medida" de política económica. Desde este punto de
vista se constata que los gastos militares -y en última instancia la
guerra- han supuesto históricamente un significativo elemento dinamizador
de la demanda agregada de la economía norteamericana, y con ello del
propio crecimiento económico.
Para
el año 2001, el presupuesto de Defensa de la administración Bush presentó
un monto global de 322.000 millones de dólares, lo que suponía un gasto
militar superior a la suma de los diez países que le seguían en la lista
(Rusia, Japón, China, Francia, Reino Unido, Alemania, Arabia Saudí,
India, Israel, Taiwan). (17) De hecho, según las actuales tendencias, se
espera que el gasto militar norteamericano (cercano al 40% del gasto
militar mundial en el año 2001) rebase a lo largo de esta década el
punto en el que suponga más de la mitad del gasto militar agregado
mundial. Tal y como el pasado mayo sentenciaba el ex-ministro de Asuntos
Exteriores británico, Robin Cook, en relación al potencial militar
norteamericano, dicho país, en un breve plazo de tiempo, "tendrá
una capacidad militar superior a todas las naciones juntas. El mundo nunca
ha sido tan unipolar".(18)
Ahora
bien, la importancia en términos económicos de este descomunal
presupuesto destinado a gastos militares radica precisamente en la forma
en como se materializa dicho presupuesto: estos gastos no son otra cosa
que contratos públicos y pedidos de la administración a las empresas del
sector industrial-militar. Al margen de los conocidos y significativos
contactos (cuando no presencia directa) de algunos altos cargos del
gobierno de Bush con los consejos de administración de las principales
empresas del sector militar-industrial, (19) el interés de la
administración por promover dichos contratos con las empresas del sector
debe ser entendido fundamentalmente como una medida de política fiscal
anticíclica.
De
esta manera, tal y como ha señalado el profesor Antonio Palazuelos, (20)
el gasto público sería aquel instrumento al que se recurre una vez más
como solución al preocupante estancamiento en el crecimiento del PIB
(recordemos que la economía norteamericana, que venía manteniendo según
datos de la OCDE una tasa de crecimiento del 3,1% en el periodo de 1990 a
1998, se situó en un -1,6% durante el segundo trimestre del 2001). Dicho
gasto tiene además, especialmente en la economía norteamericana, la
particularidad de aplicarse en un sector económico como el militar en el
que los procesos de innovación tecnológica y de desarrollo científico
aplicado son sumamente importantes, sirviendo de elementos de arrastre
para el resto de la acumulación de capital "civil".
De
hecho, Daniel Gluckstein apunta acertadamente como "un análisis de
las estadísticas norteamericanas confirma una relación estrecha entre
las variaciones de la producción (PIB), la inversión y los presupuestos
militares". (21) Así, el crecimiento del PIB per capita de EE.UU.
tras la crisis de 1929, fue impulsado en gran medida por los importantes
gastos militares asociados a su entrada en la II Guerra Mundial (mientras
el PIB per capita en 1929 era de 1.670 dólares, y en 1939 seguía anclado
en 1.600 dólares, llegó a 2.210 tan sólo en 1942, año en el que los
EE.UU. entraron en la guerra). (22) En 1949, la renta volvió a caer a
2170 dólares per capita, es decir, inferior al nivel de 1942, y sólo
volvería a recuperarse a partir de 1953, con el retorno de la guerra (en
esta ocasión en Corea). En 1965-66 los gastos militares para financiar la
guerra del Vietnam volverían a ejercer de locomotora de arrastre de la
economía norteamericana (en 1968 el presupuesto de defensa llega a
representar el 45% del presupuesto federal norteamericano), y así sucedió
nuevamente bajo la administración Reagan en los ochenta y con la primera
guerra contra Iraq a principios de los años noventa.
De
hecho, en un artículo publicado en mayo de 1970 en American Economic
Review, Harry Magdoff consideraba que "por cada dólar gastado en el
sector del armamento, se generan entre 1,1 y 1,4 dólares de producto
nacional [en la economía norteamericana]", (23) reflejando
perfectamente, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, el papel
económico dinamizador que tiene el gasto militar como política
keynesiana anticíclica.
No
obstante, y siguiendo con esta tercera clave explicativa de la guerra (la
relativa al reforzamiento del papel que juega el sector armamentístico en
la industria norteamericana), cabe señalar un segundo planteamiento teórico,
seguramente aún más significativo en lo que a su importancia económica
se refiere que el relativo al "keynesianismo militar": el del
papel que cumple el gasto militar -y las guerras- como elementos
destructores de la sobreacumulación de capitales existentes en un momento
dado, es decir, de la sobreinversión.
Los
gastos militares constituyen una categoría particular de gasto público,
cuya evolución desde finales de la II Guerra Mundial, y a diferencia del
resto de los gastos públicos hoy tan cuestionados, ha experimentado una
expansión formidable. Sin embargo, tal y como plantea el economista
canadiense Louis Gill, "el desgaste regular que el sistema de defensa
experimenta con el tiempo y con el uso que se hace de él para producir la
`seguridad de la nación´ es, desde el punto de vista de la actividad
económica general [y a pesar de su efecto keynesiano de
"arrastre" de la demanda agregada], destrucción pura y simple.
Ni que decir tiene que más evidente y con mucho es la acción destructora
por excelencia que constituye el uso efectivo de las armas en el marco de
la guerra. El resultado es aquí doble: la destrucción de vidas humanas y
de capacidades productivas y la destrucción de los propios medios de
destrucción. Y cuando estos no son destruidos por el uso normal al que
están ded icados, finalmente son destruidos de otra manera, por su
arrinconamiento, al haberse convertido en obsoletos." (24)
De
esta manera, y aunque no sea algo evidente a primera vista, el papel económico
desempeñado por el militarismo (basado en la destrucción de fuerza de
trabajo y de medios de producción), tanto en su forma regular mediante la
obsolescencia y deterioro del material militar, como mediante su expresión
atroz por medio de las guerras, constituye un papel esencial en el proceso
de valorización y rentabilización del capital. ¿Por qué? Pues porque
de esta manera precisamente se "sanea" temporalmente la economía
de una de sus principales contradicciones en el seno del capitalismo: la
sobreinversión empresarial (y la consiguiente y paulatina reducción de
los ámbitos de negocio y rentabilidad). Así, la función reactivadora y
"saneadora" que tiene la crisis en el proceso de acumulación
capitalista, al recomponer y reestructurar los maltrechos marcos de
valorización del capital ante el declinar de la rentabilidad empresarial
fruto de la sobreinversión, es cumplida por el militarismo de f orma
continua y permanente.
Todos
los factores explicativos de la guerra vistos hasta ahora (a saber, el
asalto final a una potencia regional emergente y "hostil" en un
entorno geoestratégico, el acceso económico incondicional a una materia
prima crecientemente escasa como es el petróleo, la relativa necesidad de
imposición de las políticas neoliberales y privatizadoras en Oriente Próximo,
y, por último, el reforzamiento del sector militar- industrial tanto por
su papel típicamente keynesiano de motor de la demanda agregada, como por
su papel improductivo-destructor de la sobreinversión empresarial), en su
interrelación relativa tanto a la consolidación de una determinada
hegemonía regional como mundial, permiten ya situar con mucha mayor
precisión ahora la campaña bélica de la administración Bush.
Existe,
no obstante, una última causa explicativa que, desde el ámbito económico,
presenta una especial importancia para entender tanto la guerra librada
contra Iraq, como la posterior ocupación del país y establecimiento de
un régimen político directamente administrado según patrones
coloniales: la evolución de los mercados financieros internacionales.
No
ha sido escasa la bibliografía que, especialmente en Internet, ha
planteado recientemente el vínculo teórico entre la guerra y la disputa
soterrada mantenida por el dólar y el euro en los mercados de divisas
internacionales, entendiéndose en este caso la guerra como consecuencia
de la intervención norteamericana para defender, apoyar y relanzar su
moneda en el plano de la economía mundial. Desarrollaremos a continuación
dicho debate, pero no sin antes advertir de un par de matices al respecto.
En
primer lugar, conviene matizar la gran "prepotencia causal" con
la que los defensores de esta hipótesis han abordado el debate de la
guerra, presentándola casi como la causa escondida, única y exclusiva de
dicha guerra. En efecto, esta hipótesis de los mercados financieros es un
factor explicativo de suma importancia para entender e ilustrar el
despliegue particular y concreto con el que la economía norteamericana
trata de mantener su hegemonía mundial. Sin duda, parece haber resultado
un elemento determinante también en la fijación del tempo bélico. Pero
no es, desde luego, la pretendida única y verdadera causa que algunos
analistas han llegado a señalar.
No
obstante, y dada la gran importancia objetiva que parece haber tenido en
cuanto a fuerza explicativa de la guerra, en cuanto a la fijación del
momento y del ritmo de la misma, así como en cuanto a lo particularmente
"novedoso" del mecanismo imperial desplegado en esta ocasión,
le dedicaremos una especial atención en nuestro análisis.
Y
aquí es donde llega el segundo matiz en relación con esta hipótesis
causal: las variables económicas que se ponen en juego en el argumento
que desarrollamos a continuación, no se limitan a las que hasta ahora se
han señalado en el mencionado debate (básicamente déficit comercial y
endeudamiento financiero), sino que van más allá como veremos a
continuación, abarcando, además de las variables señaladas, todo un
conjunto de variables relacionadas (crecimiento económico, política
comercial, política cambiaria y monetaria, y política laboral).
>>>
A la segunda parte
Notas:
1-El
propio Vicesecretario de Defensa estadounidense, Paul Wolfowitz, según
informaron los diarios alemanes Der Tagesspiegel y Die Welt del día
04/06/2003, al ser preguntado por periodistas, durante la cumbre Seguridad
llevada a cabo en Singapur entre el 30 de Mayo y el 1 de Junio de 2003,
por qué se dio un tratamiento distinto al tema de las armas de destrucción
masiva iraquíes en relación con el armamento de nuclear de Corea del
Norte, respondía "Vamos a expresarlo de forma sencilla. La principal
diferencia entre Corea del Norte e Iraq es que económicamente no teníamos
otra elección en Iraq. El país nada en un mar de petróleo". Además,
al igual que ya había hecho una semana antes en su entrevista para la
revista Vanity Fair, Wolfowitz volvió a reconocer que "por razones
que tienen mucho que ver con la burocracia de la Administración
estadounidense, acordamos que había un asunto sobre el que podíamos
estar de acuerdo: las armas d e destrucción masiva". Las supuestas
armas de destrucción masiva, presentadas en su momento como la causa
principal para la guerra, no pasaban de ser sino una excusa "burocrática"
con la que se pretendía conseguir el apoyo a la operación militar. El País,
05/06/2003.
2-
Buena prueba de ello es la puesta en marcha de la famosa "Hoja de
Ruta" inmediatamente después de terminada la guerra en Iraq (y una
vez que la correlación de fuerzas en la zona se inclinó de forma
claramente desfavorable para la resistencia palestina), así como el
reconocimiento de un interlocutor internacional válido en la figura de
Abu Mazen.
3-Son
bien conocidas a este respecto las importantes influencias y vínculos que
han mantenido los lobbys sionistas en las diferentes administraciones
norteamericanas. Tal y como recientemente se ha dado a conocer, numerosos
consejeros de seguridad de Bush tomaron parte en la preparación del
llamado "Documento de Posición", redactado en 1996 para el
entonces Primer Ministro Benjamin Netanyahu, en el que se recomendaba a
Israel "focalizarse en remover a Sadam Hussein del poder en Iraq".
Bradley Burston describe en el diario israelí Ha´aretz a estos asesores
como "un número selecto de auto-descriptos neoconservadores, muchos
de ellos con un alto perfil judío republicano". Entre estos autores
del documento en cuestión se incluyen, entre otros, Richard Perle, actual
Jefe de Asesores de Defensa del Pentágono, Douglas Feith, Subsecretario
de Políticas de Defensa y David Wurmser, asistente especial del
Subsecretario de Estado John R.Bolton.
4-El
País, 27/05/2003.
5-Véase
Gowan, P. (2000): La apuesta de la globalización. La geoeconomía y la
geopolítica del imperialismo euro-estadounidense, Akal, Madrid, (pags.
402-464).
6-
Caputo, O. (2003): "Informes especiales: las causas económicas de la
guerra de EE.UU.", Argenpress.info, 12/03/2003.
7-Ibid.
(pag.1)
8-Statistical Review of
World Energy, British Petroleum, 2002.
9-Petroleum Supply Monthly Energy
Information Administration, U.S. Department of Energy, junio 2002.
10-El
País, 11/02/2003.
11-Veasé: Collon, M.(2000):
Monopoly. La
OTAN a la conquista del mundo Hiru, Hondarribia; y Brzezinski, Z. (1998):
El gran tablero mundial, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona.
12-Navarro,
V. (2003): "¿Por qué Irak y por qué ahora?", El País, 18 de
abril de 2003.
13-Hay
cada vez más voces que señalan, como es el caso del profesor Waleed
Salem Alkhalifa (UAM, Madrid), que a este "factor petróleo"
habría que añadirle, un "factor agua", que se pone de
manifiesto en las paralelas intervenciones tanto en los territorios
ocupados de Palestina como en Iraq (en este último caso, con una
importante riqueza acuífera fruto de los caudalosos Tigris y Eúfrates),
intervenciones que tratarían de garantizar el abastecimiento para Israel
de un bien ciertamente escaso en la región como es el agua.
14-Caputo,
O. (2003): pag.2
15-El
País, 26/05/2003.
16-Friedman, T. (2003):
"Time for aggressive engagement with Syria", The New York Times,
jueves 17 de abril, 2003.
17-Military Balance 2002-2003,
International Institute for Strategic Studies (IISS), London, 2002.
18-Cook,
R. (2003): "Aislado en medio del Atlántico", El País,
12/05/2003.
19-Dick
Cheney ha estado largo tiempo ligado a la firma Halliburton Co., al tiempo
que Collin Powel era consejero, entre otras empresas, de America Online y
de GulfStream Aeroespace. Condolezza Rice estuvo en el Consejo de
Administración de Chevron, y Donal Rumsfeld, fue Director General de
General Instrument, entre otras empresas.
20-Dichas
declaraciones tuvieron lugar en el marco del Seminario "Preguntas
sobre la ¿guerra? de Iraq", 14/03/2003, Programa de Doctorado en
Economía Internacional y Desarrollo, Facultad de Ciencias Económicas y
Empresariales, UCM, Madrid.
21-Gluckstein,
D. (2001): Lucha de clases y mundialización, POSI, Madrid, 2001, (pag.
372)
22-Dauberny,
M. (1971): "Economie d´armament et parasitisme au sein du
capitalisme à l´agonie", La Vérité nº554-555, Octubre de 1971, (pag.
101), citado en Gluckstein, D. (2001).
23-Magdoff cita aquí a: U.S. Arms
Control and Disarmament Agency, Economic Impacts of Disarmament,
Washington, DC, U.S. Government Printing Office, 1962.
24-Gill,
L. (2002): Fundamentos y Límites del Capitalismo, Ed. Trotta, Madrid, (pag.
613)