El imperialismo en

el siglo XXI

 

Claves económicas de la guerra de Irak: mercados financieros, acumulación de capital y hegemonía mundial (I)

Por Nacho Álvarez Peralta
Rebelión, 23 de junio del 2003

A lo largo de estos últimos meses han sido innumerables los artículos, tanto desde el ámbito de los medios de comunicación como desde el ámbito académico, que se han preguntado acerca de los factores jurídicos, económicos, políticos, militares y geoestratégicos que habrían desencadenado finalmente la guerra y posterior ocupación de Iraq.

Muchos de estos artículos y razonamientos (al igual que la inmensa mayor parte de la ciudadanía de todo el mundo que se ha manifestado en contra de la intervención), han situado en el plano geoestratégico y económico las causas fundamentales de la guerra. Buena muestra de ello ha sido la masiva utilización del eslogan "no más sangre por petróleo" en las manifestaciones de protesta.

Ahora bien, debemos reconocer que, a pesar de haber situado seguramente de forma correcta los factores explicativos fundamentales de la contienda bélica, el movimiento pacifista y antiimperialista ha sufrido la carencia parcial de no terminar de señalar los mecanismos particulares y concretos en cómo los Estados Unidos llevan a cabo el despliegue efectivo de su hegemonía mundial. Las siguientes líneas deben entenderse por tanto como un intento de aportación en dicho sentido, y, en concreto, como un intento de aportación centrado en lo que al ámbito de la hegemonía económica se refiere.

Trataremos de hacerlo desde el reconocimiento de que las causas que explican la guerra en Iraq se entretejen en un todo sistémico en el que lo político es difícil de separar de lo jurídico, así como de lo económico y de lo geoestratégico. En el crisol explicativo de este conflicto se sitúan factores de diversa índole, y en diferente nivel de importancia, factores todos ellos que coadyuvan a dar cuerpo al elemento hegemónico en el plano de la Economía Mundial. No obstante, y en la medida en que toda hegemonía política y militar históricamente ha sido construida sobre los cimientos de la correspondiente hegemonía económica (y cuando no ha sido así no han perdurado), nos concentraremos en dicho análisis económico.

Dejando de lado las interesadas y bochornosas razones esgrimidas por las potencias ocupantes para justificar mediáticamente su agresión militar contra Iraq (la acumulación de armas de destrucción masiva de las que luego ni el propio ejercito anglo-norteamericano es capaz de dar cuenta, la supuesta amenaza mundial que suponía el depauperado ejército iraquí, los indemostrables vínculos del régimen Baath con Al Qaeda, el supuesto "afán democratizador" norteamericano...),(1) cuando uno se interroga acerca de los factores explicativos que se encuentran detrás de la guerra, y revisa la bibliografía al respecto, puede identificar dos grandes adscripciones analíticas: la de aquellos autores que consideran que las razones fundamentales que explicarían la intervención y posterior ocupación de Iraq vienen dadas fundamentalmente por factores de orden regional, y, en segundo lugar, la de aquellos otros analistas que piensan sin embargo que la guer ra y posterior ocupación no ha sido más que el "telón de fondo", la "excusa", sobre la que se ha librado toda una batalla por la hegemonía económica en el ámbito mundial.

Con relación al primer grupo de autores, aquellos que consideran que la guerra de ocupación contra Iraq se explica fundamentalmente por factores de orden regional, dicha guerra debe ser entendida como el desenlace "lógico y predecible" de un determinado proceso histórico en la región de Oriente Próximo. Dicho proceso histórico no sería otro que el proceso vivido por Iraq durante la última década, caracterizado por el incesante acoso y asedio por parte de EE.UU., y, finalmente por el asalto y derribo. El por qué de dicha estrategia de acoso, asalto y derribo contra Iraq habría que buscarlo fundamentalmente en el papel regional que ha venido desarrollando el régimen de Bagdad a lo largo de las últimas décadas en Oriente Próximo. Dicho papel resultará crecientemente conflictivo con los intereses de la potencia hegemónica regional -Israel-, así como también con los intereses norteamericanos en una zona geoestratégica de crucial importancia, por lo que será necesario finalmente -según esta tesis- eliminar a dicho actor.

A diferencia de la mayoría de los países bendecidos por la posibilidad de explotar su petróleo en el contexto de Oriente Próximo, Iraq presenta una tradición, que arranca ya con la Revolución Republicana de 1958 (previa a Sadam Hussein), y que se consolida con la nacionalización del petróleo en 1972, de reinvertir las rentas del petróleo en la conformación de un potente Estado vertebrado en torno a una densa y amplia economía pública. Esto llevó con el paso de los años al paulatino surgimiento de una potencia regional emergente como era Iraq, en una zona de indudable importancia geoestratégica para EE.UU. y su aliado Israel. Iraq en el transcurso de estas décadas pasó a ser un país densamente poblado, con niveles educativos similares a los occidentales, con una indiscutible capacidad armamentística y tecnológica propia, e imbuida de un nada oportuno nacionalismo panárabe.

Lógicamente, y según este primer grupo de analistas que remiten al ámbito de la hegemonía regional como factor explicativo de la pasada guerra contra Iraq y de su posterior ocupación, existe un clarísimo hilo conductor entre la guerra de 1991, la década de sanciones económicas contra Iraq, y el posterior desenlace bélico. Dicho hilo conductor se vincula directamente con la necesidad de EE.UU. e Israel de llevar a cabo una reordenación geopolítica "definitiva" del mapa de Oriente Próximo, dando una solución conjunta (y en la medida en que son problemas relacionados)(2) a los dos focos de resistencia de la zona (resistencias tanto populares como "burocráticas", encarnadas en este último caso en las hoy políticamente eliminadas figuras de Sadam Hussein y Yassir Arafat). Esta reordenación geopolítica debiera permitir no sólo la consolidación de la hegemonía sionista(3) en la región, sino su pr oyección futura incuestionable en los ámbitos militar, político y económico. EE.UU. aseguraría de esta forma la hegemonía de su principal aliado en una zona de crucial importancia para sus intereses económicos, políticos y militares.

De hecho, Moisés Naím, actual director de Foreign Policy, en una reciente entrevista respondía que, en su opinión, entre los factores de fondo que explicaban la guerra contra Iraq estaba el hecho de que "Sadam era una fuente permanente de inestabilidad regional y, en este contexto, el papel de Israel contaba, dada la influencia del lobby judío en EE.UU."(4)

Así, esta reordenación geopolítica a la que aludimos, se habría desencadenado precisamente, tal y como señalaba recientemente Carlos Varea -coordinador de las Brigadas a Iraq "Mohammad Belaidi"- en la presentación del Informe sobre ataques contra población civil en Bagdad, en el momento en el que EE.UU. ha constatado la insuficiencia e incapacidad de control mostradas por el embargo y las sanciones económicas contra Iraq, dada la cierta aunque escasa, posibilidad de recuperación que el programa de NN.UU., "Petróleo por Alimentos", estaba posibilitando al país.

No obstante, es en este último razonamiento donde se ven las limitaciones de este primer grupo de analistas: ¿acaso el interés geoestratégico norteamericano por asegurarse el control militar, político y económico de Oriente Próximo, de la mano de Israel, no responde directamente a la cuestión de su hegemonía mundial?

El segundo gran argumento esgrimido para tratar de entender las causas de la pasada guerra de ocupación contra Iraq, es el de aquellos analistas que entienden que la razón fundamental de la contienda bélica hay que buscarla en la particular carrera por la hegemonía económica mundial que mantienen EE.UU. y Europa. Más concretamente, la razón final de la guerra habría que buscarla en el desesperado intento norteamericano de no perder dicha hegemonía. Así, similar al argumento que en su día utilizara Peter Gowan(5) para tratar de explicar la intervención de la OTAN en Yugoslavia, estos analistas consideran que la intervención angloestadounidense en Iraq es un nuevo telón de fondo, en este caso bélico, tras del que se oculta la verdadera contienda del momento: el enfrentamiento entre EE.UU. y la Unión Europea por la hegemonía económica mundial.

Según este razonamiento, Iraq habría resultado ser la "excusa" del momento (igual que en su momento lo fue la antigua Yugoslavia), para dar un paso más por parte de la potencia hegemónica en su intento desesperado por no perder su posición de privilegio.

El abuso que de este razonamiento han hecho algunos analistas lo ha llevado hasta su paroxismo, enfrentándolo con sus propias contradicciones y debilidades. ¿Cómo entender entonces la secuencia histórica que vincula la primera Guerra del Golfo, con la reciente guerra de ocupación, pasando por los más de diez años de embargo y sanciones económicas? Simplemente, en muchos de los casos, dicho vínculo no se establece.

No obstante, y como todo lector atento deducirá, existe una clarísima interrelación teórica entre los dos grupos de argumentos analíticos vistos: el control y mantenimiento de la hegemonía económica mundial no se puede llevar a cabo sin un cuidadoso apuntalamiento de los instrumentos particulares de dominación propios de toda hegemonía regional. De esta manera, si bien debe reconocerse que durante toda la década de los años noventa, la lógica del conflicto con Iraq ha respondido en gran medida (aunque desde luego no de forma íntegra) al necesario control de una potencia emergente hostil en una zona geoestratégica para los intereses norteamericanos, tanto el guión como el calendario bélico posteriores han sido gestionados por EE.UU. de forma estrechamente vinculada con toda una serie de factores relacionados directamente con el despliegue de su hegemonía económica mundial, y de su particular "carrera", codo a codo con Europa, por la conservación de dicha hegemonía. La interrelación entre ambos factores -de ámbito regional y mundial-, es por tanto no solamente constatable, sino que también es obvia.

Cuatro grandes claves económicas de la guerra contra Iraq

Es ahora, una vez situado con propiedad el punto de partida teórico y analítico del que partimos, cuando procederemos a la cuestión de profundizar en el análisis particular de los mecanismos concretos que le sirven a EE.UU. para llevar a cabo el despliegue efectivo de su hegemonía mundial hoy día. Limitaremos nuestro análisis al plano de lo económico, por entender que es el más significativo y determinante, lo cual, obviamente, no excluye para que de forma paralela no deban de ser abordados los correspondientes análisis relativos a la ruptura de las normas y leyes del Derecho Internacional, de las reglas diplomáticas básicas...etc..

Desde el mencionado punto de vista económico, existen al menos cuatro grandes razones en el crisol de causas explicativas de la guerra contra Iraq. Causas todas ellas que desde luego ya están colaborando, y lo harán aún más en el futuro inmediato, a apuntalar la hegemonía económica norteamericana a nivel mundial. Estas son: el acceso al petróleo como materia prima fundamental; la necesidad de promover la privatización y desreglamentación económica de la zona, reestructurando los marcos de valorización del capital transnacional y fomentando una inserción crecientemente subordinada de Oriente Próximo en la economía mundial; el reforzamiento del papel económico que juegan los gastos militares en el seno de las economías capitalistas; y, por último, el necesario control y apuntalamiento de los mercados financieros internacionales en beneficio de la economía norteamericana. Repasaremos brevemente las tres primeras causas, sin duda importantes todas ellas, para detenernos con mayor detalle en la última, la relativa al control y apuntalamiento de los mercados financieros internacionales, dada la especial importancia real que parece haber jugado en la guerra de ocupación contra Iraq, así como el escaso tratamiento intelectual que ha tenido hasta la fecha.

Pero antes de iniciar dicho repaso, nos vemos obligados a realizar una advertencia significativa. La secuencia teórica y analítica desde la que se aborda el devenir de la economía mundial a lo largo de estas últimas décadas, así como la histórica pugna por la hegemonía de dicha economía mundial, se plantea aquí en un nivel de estudio estrechamente vinculado a la confrontación secular de los diferentes bloques interimperialistas. Y esto es así, no precisamente por resultar este análisis más penetrante o importante que un análisis interclasista para entender el curso de la Historia, sino más bien todo lo contrario. En la medida en que el objeto de estudio que a continuación se plantea es un objeto de estudio limitado al análisis de la pugna actual por la hegemonía de la economía mundial, las relaciones y agentes analizados deben ser precisamente los impulsores de dicho fenómeno, que no son otros que las clases capitalistas y dirigentes de los diferentes bloques de la triada.

Con relación a la primera de las razones planteadas, Orlando Caputo (6) ponía recientemente de manifiesto cómo el acceso incondicional de EE.UU. a suministros petrolíferos de alta calidad y explotables a bajo coste, derivado de la ocupación y establecimiento de un gobierno títere en Iraq, resultará en una indudable ventaja económica en términos comparativos para la economía norteamericana con relación a sus principales competidores (especialmente teniendo en cuenta la gran dependencia importadora que presentan Europa y Japón respecto de dicha materia prima). Tal y como recuerda Caputo, han sido los propios documentos publicados por los Departamentos de Defensa y de Estado de los EE.UU. los primeros en plantear entre sus principales objetivos reconocidos el "asegurar el acceso internacional a los mercados decisivos, a los suministros de energía y a los recursos estratégicos", así como "prevenir la emergencia de hegemonías o coalicion es regionales hostiles". (7)

EE.UU. tiene sólo el 2,9% de las reservas mundiales de petróleo, genera el 9,8% de la producción mundial, (8) y consume el 26% de dicha producción mundial. Iraq ostenta las segundas reservas demostradas de crudo en el mundo; hasta el comienzo de la guerra de ocupación contra las tropas angloamericanas, producía 2,7 millones de barriles diarios, cifra que podría aumentar fácilmente, con la llegada de la correspondiente Inversión Extranjera Directa, a cifras cercanas a los 7-8 millones de barriles al día. 

PRODUCCIÓN, CONSUMO Y BALANCE DEL PETRÓLEO (2001)
(en millones de barriles diarios)  

EE.UU.

Europa

Oriente Próximo

Producción

7.717

6.808

22.233

Consumo

19.633

16.093

4.306

Superávit/Déficit

-11.916

-9.285

17.927

Fuente: Statistical Review of World Energy, British Petroleum, 2002.

Por otra parte, mientras que las reservas petrolíferas probadas de EE.UU. disminuyen (éstas han pasado de 36,5 mil millones de barriles en 1981, a 30,4 mil millones en el 2001), las reservas demostradas de Oriente Próximo se incrementan sustancialmente entre estas fechas (pasándose de 362,6 mil millones de barriles a 685,6 mil millones respectivamente), siendo además las reservas demostradas de Iraq las que más crecen en la zona (estas pasan entre 1981 y 2001 de 29,7 a 112,5 mil millones de barriles, mientras que el ritmo de crecimiento de Kuwait y Arabia Saudí es inferior, pasándose de 67,7 a 96,5 mil millones de barriles en el primer caso, y de 167,9 a 261,8 mil millones en el caso saudí respectivamente).

Se estima además que al ritmo de producción del año 2001, las reservas mundiales de petróleo se agotarán en cuarenta años. Lógicamente, el control geoestratégico de la que hoy por hoy es la principal materia prima industrial, resulta imprescindible para determinar la hegemonía económica mundial.

A esto además hay que añadir dos elementos importantes. En primer lugar, la dependencia de EE.UU. respecto de sus importaciones de petróleo no ha hecho sino aumentar en las últimas décadas. Así, ha pasado de importar el 35% del petróleo que consumía en 1973, a tener que importar el 54,3% del petróleo consumido en el año 2001 (9) (pudiendo alcanzar dicha dependencia tasas cercanas al 70% según estimaciones del Departamento de Energía). Esto no supondría un dato de por sí muy relevante (en la medida en que las tasas de dependencia energética de Europa o Japón no son muy diferentes), si no fuera por el segundo elemento a tener en cuenta: los dos principales abastecedores de crudo de EE.UU. son, respectivamente, Arabia Saudí (que proporciona a EE.UU. el 20 % del total del petróleo que importa), y Venezuela (que proporciona un 19% de dichas importaciones energéticas).

Así, al tiempo que el "enfriamiento" de las relaciones diplomáticas con Arabia Saudí tras los atentados del 11 de Septiembre ha hecho tomar conciencia a la Administración norteamericana de la preocupante dependencia energética respecto del que fuera un indiscutible aliado en la zona, la presencia de Hugo Chávez en el gobierno venezolano más allá de los fallidos golpes de estado, ha terminado por precipitar seguramente la decisión de asegurar un abastecedor de crudo fiable. En este sentido cabe recordar las palabras recogidas por el diario El País, (10) unas semanas antes de la guerra contra Iraq, del que fuera ministro de Energía de Venezuela y presidente de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP), Humberto Calderón: "Venezuela tiene la mayor base de hidrocarburos de Occidente. En 80 años nunca había interrumpido el suministro de petróleo y en un año hubo dos interrupciones: el pasado abril, y ahora, en dic iembre y enero. No es mera coincidencia. Es con Chávez.

Históricamente Venezuela ha utilizado la carta de la confiabilidad en el suministro a los mercados internacionales y lo ha perdido por Chávez. Los importadores de crudo tienen que tener muy claro que, mientras Chávez permanezca en el poder, nunca se va a restablecer la condición de Venezuela como un abastecedor seguro", por esta razón, y en relación con una posible intervención en Iraq, Calderón concluía: "estoy convencido de que EE.UU. va a actuar. Con o sin Naciones Unidas." No sin parte de razón, han sido varios los analistas internacionales que han planteado en estos últimos años, que un posible hilo conductor de los conflictos bélicos de la potencia imperial en la década de los años noventa, podría perfectamente haber sido la lógica de garantizar reservas energéticas crecientemente escasas: (11) desde la batalla germano-estadounidense por los corredores energéticos (gasoductos y oleoductos) en la antigua Yugoslavia, hasta la guerra de ocupación contra Iraq, pasando por el establecimiento de tropas militares tras la guerra de Afganistán en la zona del Mar Caspio (relativamente rica en petróleo y, sobre todo, en gas). De hecho, Vicenç Navarro citaba no hace mucho tiempo cómo en un documento interno del Estado Mayor de los Ejércitos de EE.UU., el denominado Strategic Assesment preparado a su vez por el Instituto de Estudios Estratégicos del Departamento de Defensa norteamericano, se señalaba que los "problemas de seguridad nacional en el siglo XXI se centrarán en conflictos sobre la propiedad y distribución (incluyendo las rutas de tráfico) de recursos energéticos en todas las partes del mundo, pero muy en especial en el Golfo Pérsico y en la región del Caspio".(12)

Ahora bien, desde nuestro punto de vista, y sin tratar de minusvalorar en ningún momento el "factor petróleo", (13) lo que sí parece cierto es que se ha sobreestimado la importancia de dicho elemento analítico como factor explicativo de la pasada guerra contra Iraq (en lo referido exclusivamente a la necesidad de abastecimiento como materia prima, que no a la gestión de la renta que se deriva de su comercialización).

El abastecimiento de crudo es una cuestión clave para cualquier economía, pero, incluso desde el punto de vista económico, existen otros elementos significativamente más explicativos de la guerra en Iraq.

Una segunda arista explicativa que, desde el punto de vista económico, podría encontrarse detrás de la guerra es lo que algunos autores han comenzado ya a denominar "privatización guiada por láser": si los organismos financieros internacionales -Fondo Monetario Internacional y Banco Mundial- carecen de los instrumentos habituales (condicionalidad ante los créditos concedidos) para garantizar el tránsito de una economía nacional a las condiciones de rentabilidad exigidas por los inversores internacionales, dicho tránsito deberá hacerse por otros agentes y por la vía militar.

Privatización, desregulación (en especial del mercado de trabajo) y apertura externa, se han convertido en el eje central de las políticas neoliberales impuestas por el capital transnacional a los países subdesarrollados (vía condicionalidad de los préstamos del FMI y del Banco Mundial). Estas políticas neoliberales no han demostrado ser sino un abierto intento por reconstruir los maltrechos marcos de valorización y rentabilidad del capital a escala mundial, medidas que, con diferentes ritmos y consecuencias, han sido impuestas de forma generalizada en todo el mundo subdesarrollado. En este sentido, hay que recordar no sólo que "la OPEP y sus empresas públicas petroleras constituyen hasta ahora la única resistencia al llamado Consenso de Washington [...] [dado que] en muy pocos países se ha privatizado totalmente la industria [petrolera], y en la gran mayoría de los países con importante filiación petrolera, se mantienen fuertes barreras a la inversión privada, sobre todo en lo s del Golfo Pérsico".(14)

A este respecto, no sólo resulta significativo el hecho de que, hasta la guerra, las empresas anglo-estadounidenses no operaban en Iraq (cuyas concesiones de explotación estaban establecidas fundamentalmente con empresas petroleras francesas, alemanas y rusas), sino la realidad de que el conjunto de la economía iraquí (que presenta tremendas potencialidades en términos de recursos naturales, fuerza de trabajo y cualificación tecnico-científica) estaba ampliamente estatalizada y muy cerrada a la inversión exterior. Indudablemente, el espacio de acumulación y negocio que se abre con la "liberación" de Iraq es bastante significativo (y no sólo en lo relativo a la muy prometedora explotación del crudo y a la reconstrucción material de las infraestructuras básicas, sino al funcionamiento general de todo un nuevo mercado nacional abierto en condiciones dependientes y subordinadas al mercado mundial).

El propio Paul Bremer (administrador de EE.UU. para Iraq) declaraba tras la guerra la necesidad de llevar a cabo una liberalización inminente de la economía iraquí, yendo hacia "un sistema liberal". (15) No es de extrañar, igualmente, que Thomas L. Friedman señalase tras la guerra, en un impactante artículo publicado por The New York Times titulado "La hora del noviazgo agresivo con Siria", (16) que "Iraq es el único país árabe que combina petróleo, agua, cerebros y tradición secular. El Líbano tiene agua, cerebros, tradición secular y tradición liberal. Los Palestinos tienen un potencial similar. Por eso yo apuesto por una triple autodeterminación. Si el Líbano, Iraq y un Estado Palestino pueden todos ellos convertirse en sociedades funcionales, decentes, de libre mercado y autogobernadas, será suficiente para ladear a todo el mundo árabe por la vía de la modernización [...] lider ando el mundo árabe hacia la globalización".

Lógicamente, lo que Thomas L. Friedman no plantea es la profundización en la actual posición subordinada y dependiente respecto de la División Internacional del Trabajo y, por tanto, respecto de los países del Centro del sistema, que dicha pretendida modificación de los patrones de inserción exterior de Oriente Próximo en la economía mundial conllevaría para estos países.

Una tercera clave explicativa de la guerra y posterior ocupación del territorio de Iraq, siguiendo con el análisis económico, sería sin duda el reforzamiento del papel que juega el sector armamentístico en el sistema capitalista en general, y en la industria norteamericana en particular. Dicho papel debe ser analizado desde dos planos teóricos diferentes: en primer lugar desde aquel relativo al gasto militar como medida de tipo "keynesiana", reactivadora de la demanda agregada de la economía; y, en segundo lugar, según el papel que el gasto militar cumple como elemento depurador de la economía y restaurador de una determinada tasa de rentabilidad.

En primer lugar nos centraremos por tanto en el tradicional "efecto de arrastre" sobre el resto de la economía norteamericana que el gasto militar históricamente ha tenido. Así, este particular "keynesianismo militar" ha operado desde hace décadas en EE.UU., de tal suerte que han sido numerosas las administraciones (tanto republicanas como demócratas) que han pasado por la Casa Blanca aplicando dicha "medida" de política económica. Desde este punto de vista se constata que los gastos militares -y en última instancia la guerra- han supuesto históricamente un significativo elemento dinamizador de la demanda agregada de la economía norteamericana, y con ello del propio crecimiento económico.

Para el año 2001, el presupuesto de Defensa de la administración Bush presentó un monto global de 322.000 millones de dólares, lo que suponía un gasto militar superior a la suma de los diez países que le seguían en la lista (Rusia, Japón, China, Francia, Reino Unido, Alemania, Arabia Saudí, India, Israel, Taiwan). (17) De hecho, según las actuales tendencias, se espera que el gasto militar norteamericano (cercano al 40% del gasto militar mundial en el año 2001) rebase a lo largo de esta década el punto en el que suponga más de la mitad del gasto militar agregado mundial. Tal y como el pasado mayo sentenciaba el ex-ministro de Asuntos Exteriores británico, Robin Cook, en relación al potencial militar norteamericano, dicho país, en un breve plazo de tiempo, "tendrá una capacidad militar superior a todas las naciones juntas. El mundo nunca ha sido tan unipolar".(18)

Ahora bien, la importancia en términos económicos de este descomunal presupuesto destinado a gastos militares radica precisamente en la forma en como se materializa dicho presupuesto: estos gastos no son otra cosa que contratos públicos y pedidos de la administración a las empresas del sector industrial-militar. Al margen de los conocidos y significativos contactos (cuando no presencia directa) de algunos altos cargos del gobierno de Bush con los consejos de administración de las principales empresas del sector militar-industrial, (19) el interés de la administración por promover dichos contratos con las empresas del sector debe ser entendido fundamentalmente como una medida de política fiscal anticíclica.

De esta manera, tal y como ha señalado el profesor Antonio Palazuelos, (20) el gasto público sería aquel instrumento al que se recurre una vez más como solución al preocupante estancamiento en el crecimiento del PIB (recordemos que la economía norteamericana, que venía manteniendo según datos de la OCDE una tasa de crecimiento del 3,1% en el periodo de 1990 a 1998, se situó en un -1,6% durante el segundo trimestre del 2001). Dicho gasto tiene además, especialmente en la economía norteamericana, la particularidad de aplicarse en un sector económico como el militar en el que los procesos de innovación tecnológica y de desarrollo científico aplicado son sumamente importantes, sirviendo de elementos de arrastre para el resto de la acumulación de capital "civil".

De hecho, Daniel Gluckstein apunta acertadamente como "un análisis de las estadísticas norteamericanas confirma una relación estrecha entre las variaciones de la producción (PIB), la inversión y los presupuestos militares". (21) Así, el crecimiento del PIB per capita de EE.UU. tras la crisis de 1929, fue impulsado en gran medida por los importantes gastos militares asociados a su entrada en la II Guerra Mundial (mientras el PIB per capita en 1929 era de 1.670 dólares, y en 1939 seguía anclado en 1.600 dólares, llegó a 2.210 tan sólo en 1942, año en el que los EE.UU. entraron en la guerra). (22) En 1949, la renta volvió a caer a 2170 dólares per capita, es decir, inferior al nivel de 1942, y sólo volvería a recuperarse a partir de 1953, con el retorno de la guerra (en esta ocasión en Corea). En 1965-66 los gastos militares para financiar la guerra del Vietnam volverían a ejercer de locomotora de arrastre de la economía norteamericana (en 1968 el presupuesto de defensa llega a representar el 45% del presupuesto federal norteamericano), y así sucedió nuevamente bajo la administración Reagan en los ochenta y con la primera guerra contra Iraq a principios de los años noventa.

De hecho, en un artículo publicado en mayo de 1970 en American Economic Review, Harry Magdoff consideraba que "por cada dólar gastado en el sector del armamento, se generan entre 1,1 y 1,4 dólares de producto nacional [en la economía norteamericana]", (23) reflejando perfectamente, a pesar del tiempo transcurrido desde entonces, el papel económico dinamizador que tiene el gasto militar como política keynesiana anticíclica.

No obstante, y siguiendo con esta tercera clave explicativa de la guerra (la relativa al reforzamiento del papel que juega el sector armamentístico en la industria norteamericana), cabe señalar un segundo planteamiento teórico, seguramente aún más significativo en lo que a su importancia económica se refiere que el relativo al "keynesianismo militar": el del papel que cumple el gasto militar -y las guerras- como elementos destructores de la sobreacumulación de capitales existentes en un momento dado, es decir, de la sobreinversión.

Los gastos militares constituyen una categoría particular de gasto público, cuya evolución desde finales de la II Guerra Mundial, y a diferencia del resto de los gastos públicos hoy tan cuestionados, ha experimentado una expansión formidable. Sin embargo, tal y como plantea el economista canadiense Louis Gill, "el desgaste regular que el sistema de defensa experimenta con el tiempo y con el uso que se hace de él para producir la `seguridad de la nación´ es, desde el punto de vista de la actividad económica general [y a pesar de su efecto keynesiano de "arrastre" de la demanda agregada], destrucción pura y simple. Ni que decir tiene que más evidente y con mucho es la acción destructora por excelencia que constituye el uso efectivo de las armas en el marco de la guerra. El resultado es aquí doble: la destrucción de vidas humanas y de capacidades productivas y la destrucción de los propios medios de destrucción. Y cuando estos no son destruidos por el uso normal al que están ded icados, finalmente son destruidos de otra manera, por su arrinconamiento, al haberse convertido en obsoletos." (24)

De esta manera, y aunque no sea algo evidente a primera vista, el papel económico desempeñado por el militarismo (basado en la destrucción de fuerza de trabajo y de medios de producción), tanto en su forma regular mediante la obsolescencia y deterioro del material militar, como mediante su expresión atroz por medio de las guerras, constituye un papel esencial en el proceso de valorización y rentabilización del capital. ¿Por qué? Pues porque de esta manera precisamente se "sanea" temporalmente la economía de una de sus principales contradicciones en el seno del capitalismo: la sobreinversión empresarial (y la consiguiente y paulatina reducción de los ámbitos de negocio y rentabilidad). Así, la función reactivadora y "saneadora" que tiene la crisis en el proceso de acumulación capitalista, al recomponer y reestructurar los maltrechos marcos de valorización del capital ante el declinar de la rentabilidad empresarial fruto de la sobreinversión, es cumplida por el militarismo de f orma continua y permanente.

Todos los factores explicativos de la guerra vistos hasta ahora (a saber, el asalto final a una potencia regional emergente y "hostil" en un entorno geoestratégico, el acceso económico incondicional a una materia prima crecientemente escasa como es el petróleo, la relativa necesidad de imposición de las políticas neoliberales y privatizadoras en Oriente Próximo, y, por último, el reforzamiento del sector militar- industrial tanto por su papel típicamente keynesiano de motor de la demanda agregada, como por su papel improductivo-destructor de la sobreinversión empresarial), en su interrelación relativa tanto a la consolidación de una determinada hegemonía regional como mundial, permiten ya situar con mucha mayor precisión ahora la campaña bélica de la administración Bush.

Existe, no obstante, una última causa explicativa que, desde el ámbito económico, presenta una especial importancia para entender tanto la guerra librada contra Iraq, como la posterior ocupación del país y establecimiento de un régimen político directamente administrado según patrones coloniales: la evolución de los mercados financieros internacionales.

No ha sido escasa la bibliografía que, especialmente en Internet, ha planteado recientemente el vínculo teórico entre la guerra y la disputa soterrada mantenida por el dólar y el euro en los mercados de divisas internacionales, entendiéndose en este caso la guerra como consecuencia de la intervención norteamericana para defender, apoyar y relanzar su moneda en el plano de la economía mundial. Desarrollaremos a continuación dicho debate, pero no sin antes advertir de un par de matices al respecto.

En primer lugar, conviene matizar la gran "prepotencia causal" con la que los defensores de esta hipótesis han abordado el debate de la guerra, presentándola casi como la causa escondida, única y exclusiva de dicha guerra. En efecto, esta hipótesis de los mercados financieros es un factor explicativo de suma importancia para entender e ilustrar el despliegue particular y concreto con el que la economía norteamericana trata de mantener su hegemonía mundial. Sin duda, parece haber resultado un elemento determinante también en la fijación del tempo bélico. Pero no es, desde luego, la pretendida única y verdadera causa que algunos analistas han llegado a señalar.

No obstante, y dada la gran importancia objetiva que parece haber tenido en cuanto a fuerza explicativa de la guerra, en cuanto a la fijación del momento y del ritmo de la misma, así como en cuanto a lo particularmente "novedoso" del mecanismo imperial desplegado en esta ocasión, le dedicaremos una especial atención en nuestro análisis.

Y aquí es donde llega el segundo matiz en relación con esta hipótesis causal: las variables económicas que se ponen en juego en el argumento que desarrollamos a continuación, no se limitan a las que hasta ahora se han señalado en el mencionado debate (básicamente déficit comercial y endeudamiento financiero), sino que van más allá como veremos a continuación, abarcando, además de las variables señaladas, todo un conjunto de variables relacionadas (crecimiento económico, política comercial, política cambiaria y monetaria, y política laboral).

>>> A la segunda parte

Notas:

1-El propio Vicesecretario de Defensa estadounidense, Paul Wolfowitz, según informaron los diarios alemanes Der Tagesspiegel y Die Welt del día 04/06/2003, al ser preguntado por periodistas, durante la cumbre Seguridad llevada a cabo en Singapur entre el 30 de Mayo y el 1 de Junio de 2003, por qué se dio un tratamiento distinto al tema de las armas de destrucción masiva iraquíes en relación con el armamento de nuclear de Corea del Norte, respondía "Vamos a expresarlo de forma sencilla. La principal diferencia entre Corea del Norte e Iraq es que económicamente no teníamos otra elección en Iraq. El país nada en un mar de petróleo". Además, al igual que ya había hecho una semana antes en su entrevista para la revista Vanity Fair, Wolfowitz volvió a reconocer que "por razones que tienen mucho que ver con la burocracia de la Administración estadounidense, acordamos que había un asunto sobre el que podíamos estar de acuerdo: las armas d e destrucción masiva". Las supuestas armas de destrucción masiva, presentadas en su momento como la causa principal para la guerra, no pasaban de ser sino una excusa "burocrática" con la que se pretendía conseguir el apoyo a la operación militar. El País, 05/06/2003.

2- Buena prueba de ello es la puesta en marcha de la famosa "Hoja de Ruta" inmediatamente después de terminada la guerra en Iraq (y una vez que la correlación de fuerzas en la zona se inclinó de forma claramente desfavorable para la resistencia palestina), así como el reconocimiento de un interlocutor internacional válido en la figura de Abu Mazen.

3-Son bien conocidas a este respecto las importantes influencias y vínculos que han mantenido los lobbys sionistas en las diferentes administraciones norteamericanas. Tal y como recientemente se ha dado a conocer, numerosos consejeros de seguridad de Bush tomaron parte en la preparación del llamado "Documento de Posición", redactado en 1996 para el entonces Primer Ministro Benjamin Netanyahu, en el que se recomendaba a Israel "focalizarse en remover a Sadam Hussein del poder en Iraq". Bradley Burston describe en el diario israelí Ha´aretz a estos asesores como "un número selecto de auto-descriptos neoconservadores, muchos de ellos con un alto perfil judío republicano". Entre estos autores del documento en cuestión se incluyen, entre otros, Richard Perle, actual Jefe de Asesores de Defensa del Pentágono, Douglas Feith, Subsecretario de Políticas de Defensa y David Wurmser, asistente especial del Subsecretario de Estado John R.Bolton.

4-El País, 27/05/2003.

5-Véase Gowan, P. (2000): La apuesta de la globalización. La geoeconomía y la geopolítica del imperialismo euro-estadounidense, Akal, Madrid, (pags. 402-464).

6- Caputo, O. (2003): "Informes especiales: las causas económicas de la guerra de EE.UU.", Argenpress.info, 12/03/2003.

7-Ibid. (pag.1)

8-Statistical Review of World Energy, British Petroleum, 2002.

9-Petroleum Supply Monthly Energy Information Administration, U.S. Department of Energy, junio 2002.

10-El País, 11/02/2003.

11-Veasé: Collon, M.(2000): Monopoly. La OTAN a la conquista del mundo Hiru, Hondarribia; y Brzezinski, Z. (1998): El gran tablero mundial, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona.

12-Navarro, V. (2003): "¿Por qué Irak y por qué ahora?", El País, 18 de abril de 2003.

13-Hay cada vez más voces que señalan, como es el caso del profesor Waleed Salem Alkhalifa (UAM, Madrid), que a este "factor petróleo" habría que añadirle, un "factor agua", que se pone de manifiesto en las paralelas intervenciones tanto en los territorios ocupados de Palestina como en Iraq (en este último caso, con una importante riqueza acuífera fruto de los caudalosos Tigris y Eúfrates), intervenciones que tratarían de garantizar el abastecimiento para Israel de un bien ciertamente escaso en la región como es el agua.

14-Caputo, O. (2003): pag.2

15-El País, 26/05/2003.

16-Friedman, T. (2003): "Time for aggressive engagement with Syria", The New York Times, jueves 17 de abril, 2003.

17-Military Balance 2002-2003, International Institute for Strategic Studies (IISS), London, 2002.

18-Cook, R. (2003): "Aislado en medio del Atlántico", El País, 12/05/2003.

19-Dick Cheney ha estado largo tiempo ligado a la firma Halliburton Co., al tiempo que Collin Powel era consejero, entre otras empresas, de America Online y de GulfStream Aeroespace. Condolezza Rice estuvo en el Consejo de Administración de Chevron, y Donal Rumsfeld, fue Director General de General Instrument, entre otras empresas.

20-Dichas declaraciones tuvieron lugar en el marco del Seminario "Preguntas sobre la ¿guerra? de Iraq", 14/03/2003, Programa de Doctorado en Economía Internacional y Desarrollo, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, UCM, Madrid.

21-Gluckstein, D. (2001): Lucha de clases y mundialización, POSI, Madrid, 2001, (pag. 372)

22-Dauberny, M. (1971): "Economie d´armament et parasitisme au sein du capitalisme à l´agonie", La Vérité nº554-555, Octubre de 1971, (pag. 101), citado en Gluckstein, D. (2001).

23-Magdoff cita aquí a: U.S. Arms Control and Disarmament Agency, Economic Impacts of Disarmament, Washington, DC, U.S. Government Printing Office, 1962.

24-Gill, L. (2002): Fundamentos y Límites del Capitalismo, Ed. Trotta, Madrid, (pag. 613)

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