El imperialismo

en el siglo XXI

 

La mundialización del capitalismo imperialista

 

por Roberto Ramírez

 

(Texto presentado al Encuentro de Revistas Marxistas Latinoamericanas, realizado en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires, 1999)

 

Para facilitar su manejo en Internet editamos en páginas separadas los capítulos 1, 2 y 3. 

 

Sumario

 

Presentación

 

Capítulo 1. Introducción

1.1. El objetivo del debate debe ser elaborar una definición de la actual fase del capitalismo mundial, sus contradicciones, para adecuar el programa marxista revolucionario a esa realidad.

1.2. Sobre los términos «globalización», «mundialización" e "internacionalización".

1.3. Relaciones entre las clases y génesis de la mundialización.

 

Capítulo 2. Seis rasgos fundamentales de la fase de mundialización del capital

2..1. La globalización del capital-dinero: constitución de un único mercado financiero global, crecimiento fabuloso de los capitales allí volcados  y hegemonía del capital-dinero sobre las otras formas del capital.

2.2. De los monopolios nacionales que operaban internacionalmente a los oligopolios realmente mundiales. Cambios fundamentales en la producción y el comercio internacionales. Regionalización del intercambio. Las contradicciones del mantenimiento de las fronteras y economías nacionales.

2.3. Los cambios en las relaciones entre los centros de los oligopolios mundiales (los países imperialistas) y la periferia atrasada y semicolonial. Tendencias a la recolonización.

2.4. Restauración del capitalismo en los países mal llamados "socialistas" y asimilación de sus burocracias a la burguesía mundial.

2.5. Transformación del sistema mundial de Estados (derrumbe del sistema Yalta-Potsdam) y crisis de los Estados-naciones. Endeudamiento y crisis fiscales. "Desregulaciones" y privatizaciones generalizadas. Desmantelamiento de los sistemas de bienestar social y liquidación de las "leyes sociales". Tendencias a la mercantilización de las actividades y servicios del Estado.

2.6. Revolución del "sistema técnico", cambios en las formas de explotación del trabajo, transformaciones estructurales de la clase trabajadora y crisis del viejo movimiento obrero.

 

Capítulo 3. Una transformación maligna y degenerativa, que acrecienta cualitativamente las contradicciones del capitalismo, y el desarrollo de las fuerzas destructivas de la humanidad y de la vida sobre el planeta



Presentación

 

El siguiente es un texto redactado en 1995 a fin de promover un debate dentro de una corriente internacional marxista, sobre los cambios ocurridos en el capitalismo mundial, popularizados bajo la engañosa palabra de “globalización”. Fue actualizado en 1999 para ser presentado al Encuentro de Revistas Marxistas de América Latina.

Pero, aunque reconoce ese origen, el texto no tiene un carácter “interno”, en su mal sentido. Ello se debe no sólo a las intenciones del autor, sino también a un hecho de la realidad: que, en todos los países, el debate sobre las transformaciones del capitalismo mundial cruza hoy al conjunto de la izquierda y de las corrientes del movimiento obrero y popular.

En ese debate hay de todo, tanto dentro como fuera del campo marxista. Desde los que opinan que la globalización (o mundialización) es “un mito” inventado para justificar las políticas neoliberales y los ataques a la clase trabajadora, hasta los que sostienen que la globalización significa el triunfo histórico del capitalismo e inaugura una época de progreso y desarrollo.

El autor no comparte ninguna de ambas posiciones. Piensa que hay cambios inmensos en el capitalismo y el imperialismo mundial, que es necesario comprender para que el combate de la clase trabajadora y de nosotros, los revolucionarios socialistas, sea más efectivo. Es necesario aclarar que el autor no es un “especialista” académico, sino un militante preocupado por el retraso —tanto de la que era su organización internacional como de buena parte de las organizaciones de la izquierda revolucionaria, especialmente en América Latina— en analizar esos grandes cambios.

Si tuviera posibilidad de redactar este texto nuevamente (y no sólo algunas correcciones menores que he hecho), cambiaría bastante. Pero esto no modificaría los puntos fundamentales que se sostienen:

1) Que estamos en "una nueva fase o nuevo período del capitalismo imperialista”, donde se han producido cambios substanciales tanto en la economía mundial como en el sistema mundial de Estados.

2) Que es "una fase profundamente degenerativa del capitalismo, donde la tendencia que ya señaló Marx en su tiempo, de transformación de las fuerzas productivas en fuerzas destructivas, se vuelve predominante”. O, dicho de otra manera, la alternativa "socialismo o barbarie" no es la amenaza de un lejano futuro, sino que sintetiza el drama presente de la humanidad.

3) Que la actual fase del capitalismo no ha sido generada por meros cambios de "mecanismos económicos" y/o tecnológicos, sino que es el resultado del curso de la lucha de clases y sociales de este siglo: "ella se debe al retardo de la revolución socialista, bloqueada por diversos motivos, el primero de ellos el cáncer burocrático del movimiento obrero mundial..." Es decir, que la humanidad y los trabajadores están pagando las consecuencias de la sobrevida del capitalismo más allá del momento histórico en que maduraron las premisas objetivas para acabar con él y substituirlo por el socialismo mundial.

4) Que en esta situación, se desarrolla una crisis profunda y global del llamado “movimiento obrero” en su sentido más amplio. Es decir, que hay una crisis que abarca al conjunto de sus tradicionales instituciones (sindicatos, partidos, movimientos, etc.), direcciones, ideologías, programas, etc., que en parte son para un capitalismo que ya no existe. Que eso hace imprescindible una profunda reorganización o reconstrucción del movimiento obrero —una verdadera refundación— en base a nuevas direcciones, métodos, organismos y programas capaces de enfrentar este ataque global del capital y relanzar la lucha por el socialismo mundial.

A partir de allí, en una nueva redacción de este texto, hubiera desarrollado, corregido o reformulado muchos aspectos, principalmente los capítulos 4.1. y 4.2., donde puede no quedar claro que la hipertrofia de las finanzas no significa que se haya establecido ninguna “economía casino”, ni menos aun que exista un capital productivo “bueno” enfrentado a un capital financiero y especulativo “malo”. Asimismo, en el capítulo 4.3., merecería un desarrollo mucho mayor el proceso de “recolonización” de América Latina y otras regiones de la periferia. 

Buenos Aires, 1999



Capítulo 1. - Introducción

 

1.1. El objetivo del debate debe ser elaborar una definición de la actual fase del capitalismo mundial, sus contradicciones y a partir de allí adecuar nuestro programa.

 

En las últimas dos décadas, en la economía mundial se han desarrollado un conjunto de fenómenos que se suelen agrupar bajo los nombres de “globalización” o “mundialización” del capitalismo. Todo parece indicar que esas transformaciones de los últimos veinte años configuran una nueva fase o nuevo período del capitalismo imperialista. Sea como sea, está fuera de discusión que estamos ante inmensos cambios estructurales del capitalismo mundial. El programa de lucha por la revolución obrera y socialista mundial debe obligatoriamente adecuarse a esa nueva realidad.

Estos fenómenos constituyen un conjunto de transformaciones inmensas de diversa índole. Abarcan desde una revolución tecnológica con eje en la informática y el desarrollo de nuevas ramas de la producción y de nuevas mercancías, la globalización de las finanzas y la conformación de oligopolios realmente mundiales, la “internacionalización” o “deslocalización” de la producción industrial y cambios importantes del comercio mundial con la conformación de bloques regionales, etc, hasta las nuevas formas de explotación del trabajo y de gestión de la producción (que han sido acompañadas de importantes mutaciones estructurales de la clase trabajadora), las transformaciones del rol económico de los estados con privatizaciones y desregulaciones generalizadas, la apertura de las economías nacionales “cerradas” del “tercer mundo” y la restauración del capitalismo en los países mal llamados “socialistas”, etc, etc.

La economía y el mercado capitalistas siempre fueron una totalidad mundial. “El marxismo parte de la economía mundial, considerada no como una simple adicción de sus unidades nacionales, sino como una potente realidad independiente, creada por la división internacional del trabajo y el mercado mundial que, en nuestra época, domina todos los mercados nacionales. [...] Las peculiaridades económicas de los diversos países no tienen un carácter secundario ni mucho menos: bastará comparar a Inglaterra y la India, a los EE.UU. y el Brasil. Pero los rasgos específicos de la economía nacional, por importantes que ellos sean, constituyen, en un grado creciente, los elementos de una más alta unidad, que se llama economía mundial...”([1]) El proceso experimentado por los países del Este, la ex URSS, China, etc, ratificó esto, desmintiendo la ideología de que existían dos “mundos” económicos esencialmente distintos y antagónicos, el capitalista y el (supuestamente) “socialista”.

Pero, a través de la historia, esa totalidad mundial de la economía capitalista se ha configurado de muy diversos modos, a través de complejos cambios con distintas relaciones y mecanismos. El desarrollo desigual y combinado ha operado plenamente en el curso secular de la economía y el mercado mundial, y más en general, del capitalismo como “formación económico-social”. Han pasado por diversas fases y etapas, desde sus albores del siglo XV.

Para la acción revolucionaria ha sido decisivo caracterizar estas mutaciones, como fue, por ejemplo, en su momento, el análisis de Lenin, de que el capitalismo mundial se había transformado en imperialismo.

Ahora, como señalamos al inicio, todo parece indicar que las transformaciones de los últimos veinte años configuran una nueva fase dentro de la etapa del capitalismo imperialista, analizado a principios de siglo por Lenin y otros marxistas.

En esta nueva fase, el hecho que aparece a primera vista más impactante —y por el cual tanto se habla de “globalización”, “mundialización” o “internacionalización”— es que ciertas tendencias que caracterizaron a la economía‑mundo capitalista desde su nacimiento, de tender a operar en un campo mundial han alcanzado tal preponderancia, que han determinado cambios cualitativos. Es decir, las tendencias a la internacionalización de diversos aspectos de la actividad económica de la burguesía -los capitales, las finanzas, los procesos y sistemas productivos, los mercados, las técnicas, las normas de trabajo y competitividad, etc- han adquirido una fuerza tal que, en mayor o menor grado según los países, se han ido invirtiendo las relaciones entre los factores y condiciones externas e internas de la actividad económica. Cada vez más, las condiciones y factores particulares de cada país actúan de forma meramente subsidiaria o complementaria en relación a los factores que operan internacionalmente.

Sin embargo, subrayar esta arrolladora internacionalización de la actividad económica (que es el fenómeno que a primera vista aparece englobando los cambios de las dos últimas décadas) es fundamental, pero por sí misma insuficiente y unilateral como definición. Generalmente, los apologistas de la “globalización” (sobre todo del “periodismo económico”) se limitan a destacar este rasgo junto con los colosales avances tecnológicos.

Pero el conjunto de transformaciones presenta —como no podía ser de otra manera— una combinación compleja de rasgos y contradicciones.

Por ejemplo, con frecuencia se olvida que esta internacionalización es ante todo del capital (o, con más precisión, del gran capital): mientras éste aparece cada vez más estructurado internacionalmente —operando a escala mundial y relativamente “liberado” de los marcos nacionales y las instituciones estatales que encuadraban y “regulaban” sus actividades—, el trabajo sigue aprisionado en esos marcos nacionales, lo que ha dado al capitalismo ventajas apreciables. Y, más en general, esa “internacionalización” de muchas operaciones económicas no suprime sino que por el contrario agrava la contradicción de la existencia de estados y fronteras nacionales.

Estamos ante el desafío de ir esbozando una definición marxista de esta nueva fase del capitalismo imperialista, para readecuar nuestro programa y orientar nuestra acción política. Pero esto no puede hacerse con una o dos frases. Para que sea una base que permita por lo menos ordenar bien un debate, intentaremos señalar los cambios más importantes que se han combinado para configurar esta nueva realidad que presenta el capitalismo mundial.

Aquí ensayaremos seguir el método de la definición de Lenin del imperialismo (los cinco rasgos fundamentales) y de Trotsky de la URSS (los nueve rasgos).([2])

Este texto, desde ya, no pretende resolver la infinidad de problemas que nos plantean las transformaciones económico-sociales y políticas en que ha desembocado el siglo XX. Lo que intentamos es tratar de ordenar y distinguir los elementos más salientes de este gran cambio. Cumplirá su cometido, si sirve por lo menos para plantear bien problemas y cuestiones, aunque, por supuesto, los debates, el estudio conjunto y las experiencias de la lucha de clases seguramente nos harán rectificar y/o completar buena parte de lo que aquí decimos.

Asimismo, hay que tener en cuenta que, además del atraso que llevamos en analizar los cambios mundiales, la realidad misma —como sucede en en épocas de transformaciones vertiginosas— presenta simultáneamente tendencias contradictorias, cuyas resultantes no están aún claramente definidas.

Esto determina, como señalaba Trotsky, que nuestros pronósticos muchas veces deban ser alternativos: analizar los elementos contradictorios, tratar de definir “las diversas variantes de desarrollo ulterior” y encontrar así “un punto de apoyo para la acción”.[[3]]

Otra advertencia es que en este texto consideramos al capitalismo mundial como una “formación económico-social”. O sea, que no nos limitamos solamente a los mecanismos “económicos”, en el sentido estrecho del término. Pensamos que el capitalismo mundial es una totalidad de relaciones sociales entre clases, sectores sociales, naciones, etc. —ordenadas alrededor de la explotación del trabajo por el capital—, que no se reduce sólo a los movimientos de valorización del capital, sino que abarca y combina otras relaciones, por ejemplo, un sistema mundial de estados, etc.

El poner el eje en tratar de definir las transformaciones del capitalismo mundial significa un cambio en la óptica con que muchas corrientes, entre ellas la nuestra, enfoca la cuestión de la economía mundial.

Por nuestra parte, veníamos diciendo desde hace tiempo que, desde fines de los ‘60 y principios de los ‘70, se había iniciado un período de crisis de la economía capitalista y que esto “obliga al imperialismo y a la burguesía a mantener una ofensiva permanente y brutal contra los trabajadores de todo el planeta... una ofensiva total y generalizada cada vez más terrible contra ellos a nivel internacional”. (Tesis sobre la situación mundial - 1984).

Pero en ese momento no advertimos que no se trataba de “más de lo mismo”; es decir, más explotación mediante los antiguos mecanismos.

No vimos que el capitalismo mundial se había embarcado en un proceso de transformaciones amplias y profundas, para efectivamente explotar más pero de manera distinta y especialmente para reforzar su dominio sobre los trabajadores y los países atrasados, pero con nuevos mecanismos. Por eso, nos parece que lo más importante hoy es tratar de analizar esas transformaciones.

Resumiendo: es necesario intentar una definición de los principales rasgos de la actual fase del capitalismo mundial y de sus contradicciones. No podemos seguir con los sermones generales sobre la “crisis del capitalismo” cuando, por no examinar los cambios, no estamos en condiciones de entender los mecanismos concretos que adoptan hoy las crisis y contradicciones del capitalismo.

Al mismo tiempo que desarrollamos la crítica contra los sectores que ven en la “globalización” el inicio de una fase de “progreso” capitalista, también debemos dejar de lado entre nosotros las visiones catastrofistas de las crisis, que implícitamente o explícitamente, creen que el capitalismo se derrumba por la acción casi automática de sus crisis económicas.([4])

En otras palabras; se trata de actualizar el análisis de cómo se materializan hoy, concretamente, las contradicciones fundamentales del capitalismo.

Esto debe ser simultáneamente realizado con una crítica a las categorías de la economía política burguesa, como sus fabulaciones acerca de un capitalismo que gracias a la globalización habría sido capaz de “renovarse” y “rejuvenecer”.

Por último, como el objetivo más importante, las elaboraciones y debates que desarrollemos acerca de la economía mundial, deben servirnos para readecuar nuestro programa a esa nueva realidad. O sea, determinar esos “puntos de apoyo” para la acción política, a los que ya nos referimos.

 

1.2. Sobre los términos “globalización”, “mundialización” e “internacionalización”

 

Convendría primero ponerse de acuerdo acerca del uso de estos términos, tan frecuentes hoy en la prensa y en los discursos de políticos y ministros de economía.

Se los suele utilizar con significados distintos y muchas veces imprecisos y engañosos, para designar las transformaciones ocurridas en la economía mundial desde los ´70.

Las palabras “global” y “globalización” comenzaron a ser utilizadas en las business schools de Harvard, Columbia, Standford y otras universidades de EE.UU. a principios de los `80. A partir de allí se impusieron mundialmente, popularizadas por las obras de esas escuelas, y por la prensa económica y financiera anglosajona. Asimismo se convirtieron en tema central del discurso neoliberal.

Benjamín Coriat hace notar que existen “varios cientos de definiciones” acerca de “globalización”, “mundialización”, etc.([5])

El término “globalización” es criticado, desde distintos ángulos, por varios economistas marxistas, como por ejemplo François Chesnais, que prefieren usar la palabra “mundialización”, reservando el término “globalización” para la transformación de las finanzas.

Entre otras críticas, se señala que la palabra “globalización” es conceptualmente mucho más vaga que “mundialización”, y sobre todo que ha sido impregnada de falsedades ideológicas. Se la suele presentar engañosamente como un “progreso”. Por ejemplo, invocando la “magia” de los avances tecnológicos, se afirma que está naciendo un mundo “homogéneo”, “sin fronteras” y “stateless” (“sin estados” o “sin naciones”), etc, etc. A los pueblos de países atrasados y colonizados, como México, Brasil o Argentina, se les dice que subiéndose al tren de la “globalización” van llegar al “primer mundo”.

La “globalización” sería, entonces, un gran avance, aunque sean imprescindibles algunos “sacrificios” iniciales para “adaptarse”. Y que, de todos modos, nos gusten o no, hay que resignarse y aceptarlos, porque nadie puede oponerse al “progreso”.

Por esas razones, usaremos la palabra “mundialización” para designar de conjunto al actual fenómeno de internacionalización del capital. Y, el término “globalización” para el proceso de las finanzas.

 

1.3. Relaciones entre las clases y génesis de la mundialización

 

La génesis, las causas y el desarrollo de las transformaciones de la economía mundial en estas dos últimas décadas, que se suelen denominar como de “globalización” o “mundialización”, son temas de muchos estudios y controversias. Un análisis completo y detallado de estos problemas y debates está, por supuesto, fuera de los alcances de este texto.

Desde distintas interpretaciones, se pone el acento o en la “revolución tecnológica” o, como dice Reich —secretario de Trabajo de Clinton—, que la transformación consiste en que “no existirán productos ni tecnologías nacionales, ni siquiera industrias nacionales. Ya no habrá economías nacionales...”([6]) o de cambios en las finanzas o la organización del trabajo, etc, etc. Estos y otros fenómenos efectivamente existen, por lo menos como tendencias.

Pero, sin pretender construir esquemas que reemplacen los desarrollos reales en su complejidad y contradicciones, debemos tomarnos de un hilo conductor para la comprensión de estos cambios, incluso de los que aparecen a simple vista como puramente “técnicos”.

La mundialización del capital —como la de todos los desarrollos y fenómenos pasados y presentes del capitalismo— tiene que ver con las relaciones entre las clases, con las relaciones de explotación, dominación y lucha entre las clases. O, mejor dicho, considerándolos más ampliamente, estos cambios tienen que ver con las relaciones mundiales entre el capitalismo imperialista, y las clases, sectores sociales y naciones a las que domina y explota (y contra las que lucha sistemáticamente para dominarlas y explotarlas). Y, como eje de esas relaciones de dominación y explotación, las relaciones entre el capital y el trabajo.

Hay una coincidencia general de que a inicios de los ´70 terminó una etapa de la economía mundial iniciada en la postguerra, período que un analista francés, Jean Fourastié, llamó “los treinta gloriosos”. En los países anglosajones, se suele llamar a ese período como “the Golden Age”; es decir, “la Edad de Oro” del capitalismo.

Así lo bautizaron, porque en ese lapso de casi 30 años (desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta el estallido de la crisis petrolera y la recesión de 1974/75) se produjo —sobre todo en los años ‘50— un espectacular crecimiento del PBI de los países centrales (y también de muchos de la periferia) y del comercio mundial (en porcentaje aun mayor), acompañado inicialmente de altas tasas de ganancia.([7])

Por razones que no entraremos a analizar aquí (y que son motivo de infinidad de discusiones), las tasas de crecimiento de los PBI y especialmente la tasa de ganancia —razón de ser del capitalismo— fueron declinando paulatinamente.([8]) La crisis —aún larvada a fines de los ´60 y principios de los ´70— estalló ruidosamente en 1974 al dispararse el precio del petróleo (seguido de los precios de otras materias primas).

Conviene subrayar que este proceso de declinación de la tasa de ganancia se presentó, en los años ’60 y ’70, simultáneamente con un ascenso obrero, estudiantil y popular que produjo no sólo luchas “económicas” sino también batallas políticas muy importantes (muchas abiertamente revolucionarias), sobre todo en Europa y América Latina. En esos sectores en ascenso, se generó mundialmente una nutrida vanguardia revolucionaria. Esta desbordó en cierta medida los viejos aparatos de los partidos comunistas, socialdemócratas y nacionalistas, pero pudo ser mayoritariamente represada por corrientes que aparecían como algo “nuevo” y “revolucionario”, como el castrismo y el maoísmo. Una vanguardia así no volvió a surgir otra vez, por lo menos como fenómeno mundial.

Recordemos algunos de esos acontecimientos: el Mayo Francés (1968), la oleadas posteriores de luchas obreras en otros países europeos y especialmente en Italia (con el surgimiento de los consigli en las grandes fábricas del Norte), las luchas del movimiento obrero británico a principios de los ’70, la Revolución Portuguesa (1974), donde la clase obrera fue un actor de fundamental importancia, el gran movimiento de lucha antifranquista y de Comisiones Obreras en España, en EE.UU. el movimiento contra la guerra de Vietnam (que llevó a la derrota yanqui en 1974/75) y el ascenso del movimiento negro con alas revolucionarias como los Black Panthers y Malcom X. Asimismo, en el Este, hay que recordar la Primavera de Praga (1968), las grandes huelgas de principios de los ‘70 en Polonia y la crisis de la Revolución Cultural en China. En América Latina, el ascenso de los ’60, acicateado por el triunfo de la Revolución Cubana, con el movimiento de Tlatelolco (1968) en México, en Argentina el período de luchas desde el “cordobazo” (1969), con el clasismo y las coordinadoras obreras de 1975, etc, hasta el golpe de 1976, el poder dual en Bolivia en el período Ovando‑Torres, en Chile los “cordones industriales” y la situación de poder dual hasta la derrota de 1973, el ascenso de Uruguay que llegó hasta la huelga general revolucionaria de 1972 cuya derrota abrió el paso a la dictadura, etc. Otros países, como Brasil o Sudáfrica, siguieron procesos más desiguales, con tiempos distintos.

Pero esos ascensos y procesos revolucionarios fueron frenados y desmontados (en Europa) o brutalmente aplastados (en el Cono Sur). En estos resultados tuvieron responsabilidad decisiva las políticas de los aparatos stalinistas, socialdemócratas y nacionalistas, y las nuevas variantes maoístas y castristas.

Hay que subrayar que en esos años —donde se prepara y estalla la crisis capitalista y comienzan luego a producirse los cambios de la mundialización— las derrotas, sangrientas o “democráticas”, se dieron especialmente en los procesos donde la clase obrera jugaba un papel más o menos importante. Por el contrario, en los triunfos de ese período —como los de Vietnam o de las colonias portuguesas— el movimiento obrero no tuvo casi rol alguno.

En relación a la economía mundial, sería importante analizar qué sucedía en esos años en las grandes fábricas del mundo capitalista, lo que obviamente tiene influencia (aunque no sea su causa exclusiva) en los altibajos de las tasas de plusvalía y de ganancia. Por lo que muy parcialmente conocemos —es una cuestión que exigiría un amplio estudio internacional—, es posible que la descripción que hace un marxista británico de la situación en esos años en las grandes fábricas inglesas, fuera bastante generalizada:

“Se estaba minando la estructura de control [del capital sobre los trabajadores] que era la base del desarrollo capitalista de postguerra... Aquella autoridad que es la premisa de todo el sistema capitalista de producción, ya no funcionaba... La pérdida de autoridad dentro de las fábricas se mezcló con el colapso de otro frágil pilar del fordismo. Las dificultades en la producción en todas partes (debido a una combinación entre la combatividad ascendente y el hecho de que las inversiones en nueva maquinaria ya no lograban aumentos significativos en la productividad) castigaron las ganancias y terminaron con la expansión constante del mercado capitalista sobre el cual se basaba el funcionamiento fluido del sistema fordista”.([9])

“La ganancia es el latido del sistema capitalista, la tendencia al descenso de la tasa de ganancia es una enfermedad del corazón, y la crisis es su ataque al corazón.”([10]) Después de las “arritmias” de fines de los años ’60, sobrevino el infarto de la crisis de 1974/75.

El economista francés, Alain Lebaube, en su trabajo “1974‑1994: la crisis tiene veinte años”([11]), caracteriza a estas dos décadas como una “fase de crecimiento lento” de la economía mundial y especialmente de los países avanzados, crecimiento lento interrumpido por dos recesiones (1979/82 y 1990/92) y amenazado en estos momentos por nubarrones en algunas economías nacionales, sobre todo de Japón, y por sacudidas del mercado financiero global y del mercado de cambios. Algunos caracterizan esto como el prólogo de una tercera recesión (que no sabemos si finalmente se concretará). Pero, como siempre sucede, se han combinado desarrollos desiguales: dentro de esta “fase de crecimiento lento”, en estos veinte años se ha producido un crecimiento capitalista espectacular del Sudeste asiático.

Según muchos autores, a comienzos de los 70 (otros dicen a fines de los ’60) la economía mundial entró en la tercer fase o período largo depresivo o recesivo que se ha dado en la economía mundial desde que en el siglo XIX comenzaron las crisis específicamente capitalistas: “en un siglo, el universo capitalista fue sacudido por tres largas crisis de fuerte amplitud”.([12]) El primero de esos períodos fue la Gran Depresión de 1873‑95; el segundo, la crisis de 1929‑39; el tercero sería, entonces, el que vivimos desde 1973/74.([13])

El hecho es que, en los ’70, se inicia —signada por la caída de la tasa de ganancia pero como un fenómeno mucho más amplio— lo que Chesnais llama (empleando una categoría tomada de los regulacionistas) una “crisis del modo de desarrollo” del capitalismo. La “fase de buen funcionamiento” del capitalismo de postguerra, con su régimen de acumulación fordista, se fue agotando.([14]) Esto tuvo un claro reflejo en la caída de la tasa de ganancia. Las tendencias a la internacionalización del capital, en sus distintos aspectos, han ido obrado, a la vez, como causas de dislocación y crisis del antiguo modelo de postguerra y, también, como efectos o respuestas del gran capital a esa crisis.([15])

Es en el contexto de esta “crisis de veinte años”, de la que hablamos antes, que estas transformaciones objetivas —que abarcamos bajo la palabra “mundialización”— se han dado y se siguen desarrollando vertiginosamente. Por más novedosas y variadas que ellas sean, obedecen a una sola lógica tan vieja como el capitalismo: contrarrestar las tendencias a la caída de la tasa de ganancia y  reforzar la dominación de clase: más explotación y mayor dominio del capital.

Como señala el antes citado Holloway, “la crisis capitalista nunca es otra cosa que esto: la ruptura de un patrón de dominación de clase relativamente estable. Aparece como una crisis económica, que se expresa en una caída de la tasa de ganancia, pero su núcleo es el fracaso de un patrón de dominación establecido. Desde el punto de vista del capital, la crisis sólo puede ser resuelta mediante el establecimiento de nuevos patrones de dominación. Esto no significa que el capital tiene preparados nuevos patrones para imponerlos a la clase obrera. Para el capital, la crisis sólo puede ser resuelta a través de la lucha, a través del restablecimiento de la autoridad y a través de una difícil búsqueda de nuevos patrones de dominación.”

Para nosotros, la mundialización consiste, en última instancia, en la búsqueda de esos nuevos patrones de dominación y explotación que el capital imperialista ha impuesto o trata de imponer al trabajo, y a las naciones y pueblos sometidos.

Estos nuevos patrones de dominación y explotación han podido ir desarrollándose desde mediados de los ‘70, porque el capitalismo pudo ir aplicándolos a partir de esas derrotas —”pacíficas” en Europa y EE.UU. o violentas en otros países— de las que ya hablamos, y sobre todo del papel traidor jugado por las direcciones burocráticas, que fueron —como en la postguerra, cuando se impuso el patrón “fordista”— los principales colaboradores del capitalismo, por acción u omisión.

Visto desde la perspectiva de estos veinte años, quizás debamos decir que la clase trabajadora y los pueblos están pagando las consecuencias de que —principalmente por la traición burocrática— se perdieron oportunidades de revoluciones obreras, tanto en Europa como en el Cono Sur, cuando en los años ‘60 y ‘70 los fenómenos combinados de la crisis de la acumulación fordista, el ascenso obrero, la radicalización mundial del estudiantado, la guerra de Vietnam y de las colonias portuguesas, y otras grandes luchas en las semicolonias, habían puesto al imperialismo —por lo menos a los EE.UU. y Europa occidental— a la defensiva. El imperialismo fue respondiendo —con diferentes ritmos y desigualdades— con una contraofensiva “económica” y política, que en los años ‘80 se simbolizó en las figuras de Reagan y la Thatcher. Las revoluciones antiburocráticas de 1989/91 no revirtieron eso, porque no generaron alternativas obreras independientes.

En este marco, fue un hecho de fundamental importancia que las direcciones burocráticas del movimiento obrero colaboraron o no combatieron seriamente a los planes de “ajuste”, “reconversión”, “pactos sociales”, “participación”, etc, de los gobiernos y las empresas; planes que proliferaron a partir de la crisis de 1974/75, y que jugaron un papel decisivo en las transformaciones de estos veinte años, tanto en la economía como en la estructura de la misma clase trabajadora.

Pero al ir haciendo esto, el capitalismo no ha logrado aún recrear una fase de boom capitalista como fue el período excepcional de la postguerra. No aparece en el horizonte —por lo menos, hasta ahora— otra “fase de buen funcionamiento” de un nuevo “modo de desarrollo estabilizado” del capitalismo.

Por el contrario, como veremos más adelante, los mecanismos de la mundialización configuran lo que Chesnais llama —creemos que acertadamente— un “encadenamiento acumulativo «vicioso»” de factores con “efectos depresivos profundos” sobre la economía mundial.([16])

Esto se concreta en la agudización de contradicciones de todo tipo y color: desde las clásicas del capitalismo hasta nuevas contradicciones; o, más bien, en la transformación de antiguas contradicciones, llevándolas a mayores niveles de gravedad, y con nuevas cualidades particularmente malignas.

Por ejemplo, la mundialización está transformando la vieja contradicción “normal” del capitalismo, del “ejército industrial de reserva” fluctuante de acuerdo a ciclos económicos relativamente cortos, en exclusión indefinida de la producción de masas inmensas y crecientes de trabajadores. O, para dar otro ejemplo no menos dramático, la brecha “tradicional” entre países adelantados y atrasados se convierte en un grado de marginalización y descomposición social inaudita para zonas crecientes del planeta, como parte del Africa negra, que han perdido en alguna medida interés económico o estratégico para el capitalismo mundializado. Las tragedias de Ruanda, Burundi, Somalia, etc, tienen esa base económica.

La fase de mundialización o globalización, lejos de ser el “progreso” que dicen los políticos y los gerentes de personal —”progreso” al cual no cabe oponerse—, constituye un salto cualitativo del carácter degenerativo del capitalismo y de sus tendencias a la descomposición social. Significa, como tendencia, “la caída progresiva de la sociedad mundial en la barbarie”.([17])

Esta especie de “movimiento de liberación del capital de todas las instituciones que encuadraban y «regulaban» sus operaciones”([18]) —es decir, la “liberación” de sus antiguas “trabas” nacionales, estatales y de “contrato social” con los trabajadores— ha dado dimensiones inauditas a un rasgo del capitalismo ya advertido por Marx:

“En el desarrollo de las fuerzas productivas, se llega a una fase en la que surgen fuerzas productivas y medios de intercambio que, bajo las relaciones existentes, sólo pueden ser fuentes de males, que no son ya tales fuerzas de producción, sino más bien fuerzas de destrucción...” (Marx y Engels, Ideología alemana, Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1973, p. 81.)

Si algo caracteriza a esta fase del capitalismo son las proporciones que ha adquirido esta transformaciòn de fuerzas (potencialmente) productivas (como, por ejemplo, el desarrollo de la informática) en fuerzas efectivamente destructivas, a una escala que amenaza la existencia humana y hasta la vida sobre la Tierra.


>>> Al Capítulo 2. >>>


[1] .- Trotsky, La revolución permanente, en De la révolution, Les Éditions du Minuit, París, 1963, p. 248 y ss.

[2].- “Si fuera necesario -decía Lenin- dar la más breve definición posible del imperialismo, deberíamos decir que el imperialismo es la etapa monopolista del capitalismo. [...] Pero las definiciones muy breves, aunque convenientes porque resumen los puntos fundamentales, son sin embargo insuficientes, ya que debemos restar de ellos algunos rasgos especialmente importantes del fenómeno que hay que definir. Por eso, sin olvidar el valor convencional y relativo de todas las definiciones en general, que jamás pueden abarcar todas las concatenaciones de un fenómeno, debemos dar una definición del imperialismo que incluya cinco de sus rasgos fundamentales: 1) la concentración de la producción y el capital se ha desarrollado hasta un grado tal que ha creado monopolios, que desempeñan un papel decisivo en la vida económica; 2) la fusión del capital bancario con el capital industrial, y la creación, sobre la base de este capital «financiero», de una oligarquía financiera; 3) la exportación de capitales, a diferencia de la exportación de mercancías, adquiere excepcional importancia;  4)  la formación de asociaciones de capitalistas monopolistas internacionales que se reparten el mundo, y 5) ha culminado el reparto territorial de todo el mundo entre las más grandes potencias capitalistas."

A estos cinco rasgos, agregaba luego otros, como los rasgos parasitarios y usurarios, las tendencias a la descomposición, etc. (El imperialismo, fase superior del capitalismo, Ed. Polémica, Buenos Aires, 1974, p. 109)

En cuanto a Trotsky, ver la definición de la URSS con que finaliza el capítulo IX de La revolución traicionada.

[3].- Un ejemplo a tener presente es el de Trotsky, al analizar a la URSS. El pronóstico era alternativo: podía avanzar hacia el socialismo o retroceder al capitalismo. La alternativa sería resuelta por la lucha entre las fuerzas vivas sociales en el terreno nacional y mundial. Y, después de señalar nueve tendencias contradictorias que obraban sobre ese fenómeno, Trotsky advertía: “Naturalmente que los doctrinarios no quedaran satisfecho con una definición tan facultativa. Quisieran fórmulas categóricas: sí y sí, no y no. Los problemas sociológicos serían mucho más simples si los fenómenos sociales tuviesen siempre contornos precisos. Pero nada es más peligroso que eliminar, para alcanzar la precisión lógica, los elementos que desde ahora contradicen nuestros esquemas y que mañana pueden refutarlo... El fin científico y político que perseguimos no es dar una definición acabada de un proceso inacabado, sino observar todas las facetas del fenómeno, y desprender de ellas las tendencias progresivas y las reaccionarias, revelar su interacción, prever las diversas variantes del desarrollo ulterior y encontrar en esa previsión un punto de apoyo para la acción política.”

[4].- Hay que abandonar  toda concepción catastrofista, aunque sea implícita, de la crisis capitalista. La crisis es un mecanismo intrínseco del capitalismo, en el cual, las bancarrotas de numerosos capitalistas, el cierre de empresas, el crecimiento del desempleo, etc, sirven para concentrar el capital, recuperar la tasa de ganancia y preparar las condiciones para la siguiente fase ascendente del ciclo. El capitalismo siempre funcionó y sigue funcionando de esa manera: a través de ciclos y crisis (en las inflexiones de los ciclos).

“En un análisis marxista —señala Anwar Shaikh comentando los trabajos de Maurice Dobb sobre el tema—, una crisis no debe considerarse como un punto de partida hacia el equilibrio, sino que es el propio mecanismo de equilibrio (...) «...el único mecanismo mediante el cual, en [el sistema capitalista] puede alcanzarse el equilibrio» (...) «Estudiar la crisis significa estudiar la dinámica del sistema», pues las crisis son su «forma de movimiento dominante». Este es un punto definitivo en el que hay que insistir, pues, de otro modo, el análisis marxista se echa a cuestas una noción de «equilibrio» traída, sin discriminación, de la economía ortodoxa. El propio análisis de Marx se plantea no en términos de situaciones de equilibrio, sino más bien en términos de movimientos «reguladores» (ciclos y crisis) (...) la acumulación capitalista aparece como un proceso en que la anarquía de la producción privada hace frente a las exigencias de la reproducción social por conducto de ciclos o de crisis, o de los dos a la vez.” (A. Shaik, Valor, acumulación y crisis, Tercer Mundo, Bogotá, 1991, p.299)

Las crisis van contra el capitalismo si —y sólo si—, la clase trabajadora y las masas afectadas luchan y logran intervenir políticamente, sobre todo golpeando revolucionariamente al sistema. O sea, si cuentan con la organización y la conciencia de clase para librar esos combates anticapitalistas, especialmente si asumen un carácter político de clase.

Si no es así, el capitalismo vuelve la crisis contra las masas. Les hace pagar la crisis a costa suya, como hemos visto en toda América Latina con el “tequila”.

[5].- B. Coriat, Los desafíos de la competitividad: globalización de la economía y dimensiones macroeconómi­cas de la competitividad, PIETTE, Buenos Aires, 1994.

[6].- Robert B. Reich, El trabajo de las naciones, Vergara, Buenos Aires, 1993, p. 13.

[7].-  Como demuestra A. Gunder Frank en La crisis mundial (Tomo I, p. 60 y ss.), para lograr esto fueron decisivos, por un lado, las derrotas y el “disciplinamiento” del proletariado por el fascismo y la Segunda Guerra  Mundial, y, por el otro, la traición del stalinismo en la postguerra: en vez de luchar por derribar al capitalismo en Europa occidental -malherido por la derrota del nazismo y el ascenso revolucionario-, lanzaron la “batalla por la producción” en alianza con las burguesías locales, desarmaron a los combatientes de la resistencia antifascista y ayudaron a recons­truir los estados burgueses en ruinas. “En conse­cuen­cia -resume Gunder Frank- las clases trabajadoras sufrieron una derrota política e histórica y volvieron a estar domesticadas para 1948.” Agreguemos que en Japón también se produjo un colosal ascenso obrero revoluciona­rio en la postguerra, con sindicatos ultra combativos y elementos de poder dual. Este proceso fue derrotado por la represión del gobierno militar norteamericano de ocupación y la traición de las direcciones stalinistas y socialde­mócratas.

El derrocamiento del capitalismo en Europa occidental (y eventualmente en Japón) hubiera significado un vuelco decisivo de la historia: habría sido el primer triunfo estratégico de la revolución obrera y socialista, ya que se habría producido en países centrales (imperialistas) y no en la periferia atrasada.

Sin embargo, este triunfo estratégico del capitalismo no fue gratuito. Como subproducto mundial de esa grave situación de la lucha de clases, el capita­lis­mo se vio obligado a negociaciones y a hacer grandes concesio­nes, que en los países más ricos, a caballo del auge de postguerra, significaron un aumento del nivel de vida y de consumo de las masas trabajadoras, con el crecimiento sostenido del salario real, la generali­za­ción de los sistemas de seguridad social (jubilaciones, salud, desem­pleo, etc), leyes “sociales” y convenios colectivos que regulaban estrictamente las relaciones entre el capital y el trabajo, y, por sobre todo eso, un aparato de estado que -aparentemente- se ponía “por encima” de las clases en pugna y trataba de orientar el caos capitalista.

El “estado‑providencia” o “estado‑plan keynesiano” (Coriat) y lo que llaman el “modo de regulación fordista” (experimen­tados en EE.UU. en los `30 y generalizados en la postguerra) no fue un reacomodamiento “racional” del capitalismo (como presentan muchos economistas, entre ellos los de la escuela de la regulación) sino un subpro­duc­to de estos acontecimientos trascendentales de la lucha de clases: por la traición de las burocracias y en particular del stalinismo, la clase obrera no fue suficientemente fuerte para tomar el poder en centros vitales del imperialismo, pero a su vez el capitalismo tampoco fue suficientemente fuerte como para poder negar concesiones muy importantes, que a su vez, dialécticamente, servían para enchalecar a la clase trabajadora en el cepo de las “negociaciones” con la patronal en el marco de los estados nacionales y de los aparatos sindicals, y para destruir la conciencia internacionalista y revolucionaria.

[8].- Anwar Shaikh, en el libro antes citado, demuestra, por ejemplo, que para EE.UU. “la tasa de ganancia, ajustada por la utilización de capacidad, cae en 55% durante el período de postguerra” que señalamos. La tasa de ganancia comenzaría a recuperarse decididamente recién desde 1982. Distintos porcentajes da el mismo autor para los otros principales países de la OCDE, casi todos ellos más o menos declinantes.

Otros datos sobre la caída de la tasa de ganancia a fines de los “30 gloriosos”y su recuperación desde los ’80, en Maxime Durand, Où va la crise?, Inprecor, 14/2/92. Este autor informa sobre un fenómeno muy significativo de la actual etapa: en los países del G‑7, mientras antes las inflexiones de la tasa de ganancia coincidían casi totalmente con las inflexiones de la tasa de crecimiento, en los años ´80 comienzan a disociar­se relativamen­te: la tasa de ganancia crece a un ritmo superior e incluso llega a aumentar en años en que el crecimiento baja, por ejemplo, durante la rece­sión de 1990/92.

Desde hace años, existe una compleja discusión teórica sobre la ley tendencial de la caída de la tasa de ga­nancia, formulada por Marx en el Libro III, Sección III de El capital, que algunos han cuestionado, como por ejemplo, el profesor japonés N. Okishio. Por supuesto, no podemos considerar esto aquí, aunque pareciera convincente la refutación que hace Shaik del Teorema de Okishio.

Pero, más allá de la discusión teórica, hay claras evidencias empíricas sobre las fluctuaciones descendentes de la tasa de ganancia a fines del período anterior y también sobre el crecimien­to (aunque con altibajos) de la tasa de ganancia desde 1982.

Calcular las variaciones de la tasa de ganancia es complicado, especialmente para largos períodos. El economista Luis Becerra —en Distribución del ingreso y tasa de beneficio, Buenos Aires, 1995, p.3— trata de abordar esta cuestión “de una manera indirecta, a partir de los cambios que a nivel mundial se han producido en la distribución del ingreso” (Coeficientes de Gini). Demuestra que en los últimos 20 años se ha producido mundialmente un aumento feno­menal de los ingresos de los capitalistas y los más ricos, en detrimento de los trabajadores y las franjas más pobres, hecho inconcebi­ble sin un crecimiento de las ga­nancias versus el salario.

[9].- John Holloway, La rosa roja de Nissam (Del fordismo en crisis al neofordismo o postfordismo), Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires, 1994, p.33.

[10].- Anwar Shaikh, cit., p. 382.

[11].-  Alain Lebaube, 1974‑1994 ‑ La crise a vingt ans, Bilan Économique et Sociale 1994, Dossiers & Documents du “Monde”, Paris, 1995. “La tasa de crecimiento anual y global de la economía de los países de la OCDE, en promedio general ha sido: durante la década del ’60 de un 5,3% anual. En los años ’70, ese índice descendió a un 3,5% anual, para pasar en los ’80 a 2,0% anual. Y en los tres primeros años del decenio del ’90 el crecimiento ha sido de sólo el 1,65% [anual].” (Naúm Minsburg, El impacto de la globalización: la encrucijada económica del siglo XXI, (Letra Buena, Buenos Aires, 1995, p. 16.)

[12].- Bruno Marcel y Jacques Taïeb, Crises d‘hier, crise d‘au­jourd‘hui: 1873..., 1929..., 1973..., Nathan, Paris, 1989, p. 227.

[13].- Estos tres períodos largos de crisis —llamados por A. Shaikh “crisis generales” y que se distinguen de los ciclos “normales” de 7 a 10 años— aparecen como muy diferentes entre sí. Según el estudio comparativo recién citado, la crisis de 1929‑39 sería especialmente muy distinta de las otras dos:

“El período 1929‑39 parece singularizarse. De 1929 a 1939 en EE.UU. y poco después en todo el mundo, todos los indicadores literalmente se desploman en los 10 ó 12 primeros meses de la crisis y siguen reculando durante varios años... Apenas en 1938‑39 el nivel de producción alcanza el de 10 años atrás.

“Muy diferentes son la Gran Depresión (1873‑95) y  la crisis actual. En el largo plazo, no hay un verdadero retroceso de la producción, sino una languidez crónica, anemias perniciosas, recuperaciones inciertas, desequilibrios, ambigüedades. Los indicadores marcan simplemente una desaceleración del crecimiento, una menor prosperidad. Pero restan positivos en el largo plazo.” (Marcel y Taïeb, Op. cit., p. 227, subrayados de los autores)

[14].- Chesnais, Op. Cit., p. 250 y 253.

[15].- Donde se ve quizás más fácilmente esta dialéctica de influencias recíprocas es en el curso de la globalización de las finanzas, que va desde la crisis, en 1971, del sistema de Breton Woods (liquidación del patrón oro), a partir de la cual se desarrollaron los “euromercados” que “internacionalizaron la economía del endeudamiento, verdadero cáncer de la economía mundial” (con la fabricación de las deudas externas del “tercer mundo”, para aliviar la recesión de los ’70) hasta finalmente, en los ’80, la constitución de un único mercado financiero global.

Subrayamos esto, para descartar la simplificación, frecuente en las filas de la izquierda, de que la “globalización” (o “mundiali­zación”) es meramente una “política” de los capitalis­tas y los gobiernos frente la crisis, expresada en los llamados “planes neoliberales” o de “capitalismo salvaje”, etc.

Los sectores de izquierda conciliadores y los burócratas sindica­les van más allá, y sacan la conclusión de que podría haber entonces otras políticas menos “salvajes”, más “sociales” y “civilizadas”, en los marcos del capita­lis­mo. Pero no estamos esencialmente ante “políticas” de los capita­listas y sus gobiernos —aunque éstas, por supuesto, han tenido enorme importancia para instrumentar los cambios (como fueron el “thatche­rismo” y  la “reagano­mics”)—, sino frente a procesos y transfor­ma­ciones objeti­vas.

Este debería ser un punto de polémica permanente contra estos sectores: hablan contra el “neoliberalismo” para no denunciar al capitalismo.

Una polémica parecida fue la de Lenin contra Kautsky, sobre el imperialismo. Para Kautsky, era sólo una política de ciertos gobiernos y sectores burgueses, y por lo tanto podía ser cambiada. Para Lenin, por el contrario, el imperialismo era una fase objetiva, estructural, material del desarrollo histórico del capitalismo.

[16].- Op. cit., p. 258.

[17].- Op. Cit., p. 263.

[18].- Op. Cit., p. 252.

>>> Al capítulo 2 >>>