Una
polémica de importancia trascendental
La
nueva cuestión agraria
La
rebelión de los patrones rurales y la izquierda argentina
Por
José Luis Rojo[1]
Índice:
I.
Introducción
II.
Campos burgueses en pugna
III.
Los nuevos actores sociales en el campo argentino
IV.
“Marxistas” con el campo... enemigo
V.
El retorno del socialismo liberal
VI.
Un programa socialista para el campo argentino
III.
Los nuevos actores sociales en el campo argentino
El
conflicto gobierno–ruralistas puso de manifiesto, por otra
parte, profundas modificaciones en la estructura social y
económica del campo. Los cambios en las formas de
propiedad y de explotación, como era inevitable, trajeron
aparejada la aparición de nuevos actores sociales y una
redistribución del peso de otros anteriores. La dinámica
social del conflicto es incomprensible sin dar cuenta de
estos desarrollos, un criterio elemental que pocos en
general y casi nadie en la izquierda en particular se
tomaron la molestia de cumplir.
A
su vez, no es posible comprender la evolución de la cuestión
agraria en la Argentina, en particular en la Pampa húmeda,
sin tomar en consideración el proceso en marcha en el
sector a nivel del capitalismo mundial. Metodológicamente,
no puede haber otro camino que ubicar estos desarrollos en
el contexto de las leyes de acumulación del capital
y la naturaleza contradictoria del desarrollo de las fuerzas
productivas bajo el capitalismo. Consideraremos primero el
contexto internacional que se estaba verificando hasta el
brusco viraje introducido por la crisis mundial, para pasar
luego a un examen de la relación entre viejos y nuevos
sectores sociales en el campo argentino.
“Sojización”
y desarrollo capitalista en el campo argentino
“A
medida que se amplía la reproducción global del capital,
la producción de alimentos adopta cada vez más la forma
social de la mercancía, lo cual provoca un fuerte
desarrollo de la producción estandarizada. En la
actualidad, el 90% de los alimentos del mundo se deriva de sólo
15 cultivos y 8 especies animales (...). La presión por
abaratar los costos de reproducción de la fuerza de trabajo
urbana –a lo que se suma ahora la expansión de los
biocombustibles–, explica que la producción en masa de
alimentos siga siendo central en el capitalismo globalizado.
La mundialización del capital ha estado acompañada de un
desarrollo de las fuerzas productivas en el agro. A partir
de los años 50 y 60 se produce la revolución verde, y con
ella la progresiva expansión de la producción. Le siguió
la revolución en la genética, la introducción de las
maquinas computarizadas y la utilización de satélites para
mejorar el manejo de suelos, fertilizantes y control de
cultivos (...). Como resultado de los avances tecnológicos,
la productividad también se incrementó. Desde 1970 a 2000,
el producto agrícola mundial (medido en dólares
estadounidenses de 1990) se duplicó, pasando de U$ 645.900
millones a U$ 1,3 billones, en tanto que el aumento del
trabajo agrícola fue del 40%, pasando de 898 millones a
1.300 millones de personas. Este incremento de la
productividad explica que en el largo plazo se haya
registrado una baja tendencial de los precios agrícolas.
Éstos disminuyeron, según la FAO, en relación con los
precios de los productos manufacturados, un promedio de casi
2% anual entre 1965 y 2005. Y es muy posible que, pasada la
actual crisis, recuperen nuevamente su tendencia a la
disminución relativa (tal cual se está verificando en
estos precisos momentos, L.P.)”.
Claro
que este desarrollo no deja de ser contradictorio: “La
otra cara de la expansión agrícola capitalista, del hambre
incesante de ganancias y del hambre de seres humanos desposeídos
de la tierra y de cualquier medio de vida es el desprecio
por el medio ambiente y la destrucción de los suelos. Sólo
la ampliación de las plantaciones capitalistas de soja
produjo la destrucción de 21 millones de hectáreas de
bosques en Brasil, 14 millones en Argentina y 2 millones en
Paraguay. La sobreexplotación de la tierra lleva a la
degradación, la pérdida de materia orgánica, la
desertización y la salinización de los suelos. Se estima
que anualmente en el mundo se pierden 6 millones de hectáreas
de tierra productiva por erosión, salinización y
desertificación. A escala mundial, el 40% de la
tierra agrícola estaría seriamente degradada. En resumen,
la expansión de las fuerzas productivas bajo su forma
capitalista es profundamente contradictoria; por un
lado, aumenta la generación de riqueza material y se
despliegan las posibilidades que ofrecen la tecnología y la
ciencia. Por otra parte aumenta las desigualdades sociales,
cientos de millones caen en la más absoluta pobreza, y se
produce un colosal despilfarro y destrucción de recursos
naturales”.
Éste
es el contexto para evaluar lo que ocurre en nuestro país
en lo que hace al desarrollo de las fuerzas productivas en
el campo. La oligarquía terrateniente argentina, salvo
raras excepciones, fue siempre una clase muy conservadora y
poco afecta a las iniciativas productivas y al cambio tecnológico.
Para qué invertir si la Pampa húmeda era (y es) un paraíso
agropecuario; todo crecía sin gran esfuerzo. La producción
aumentaba en forma extensiva de acuerdo a la demanda
del mercado mundial. Tierra sobraba. Milcíades Peña, apoyándose
en Marx, la llamó “maldición de la abundancia fácil”.
Sin
embargo, a partir de la década del 30 se produjo una
situación de estancamiento agrario de importancia
motorizado por el cambio en las condiciones económicas
internacionales (Gran Depresión), que sólo se comienza a
revertir a partir de los 70. Primero, con un impulso a la
mecanización. A partir de 1980, y producto de la
desertificación –fundamentalmente en la provincia de
Buenos Aires– se empiezan a usar fertilizantes en forma más
intensiva. En la década del 90 se incorporan dos avances
que iban a cambiar la forma tradicional de producir,
provocando cambios profundos en el campo argentino: la siembra
directa y la biotecnología aplicada a las semillas.
Era un cambio inevitable si se quería subsistir en la
economía mundializada.
Hoy,
el 70% de la agricultura del país se lleva a cabo mediante
la técnica de siembra directa y con semillas genéticamente
alteradas. Resisten mejor a las plagas, a los distintos
climas y, lo más importante desde el punto de vista
capitalista, aumentan los rindes por hectárea. Sin embargo,
estas semillas no se pueden reproducir en el campo mismo y
deben ser compradas a las grandes empresas trasnacionales
proveedoras, que imponen precios de monopolio (es decir, por
encima de su valor real).
En
estas condiciones, se amplió enormemente la frontera agrícola.
Provincias como Catamarca, Formosa y Santiago del Estero son
hoy productoras de granos, algo impensado hace 40 años por
su clima. Se trata de un fenómeno mundial: Paraguay es el
sexto productor mundial de soja, y Mato Grosso (Brasil)
lindante con Amazonas, es uno de los productores más
importantes del país vecino. En cuanto a la Argentina, todo
el mundo sabe que la estrella es la soja: actualmente, 50%
del área sembrada. Mientras tanto, el área sembrada con
trigo está estancada (con tendencia a retroceder), y hay
leves repuntes del maíz y el girasol.
Como
está visto, en los últimos años en la zona pampeana ha
habido un desarrollo de las fuerzas productivas y del modo
capitalista de producción. Esto constituye una expresión
particularizada del proceso de expansión mundial del
capitalismo y de expansión del imperio de la ley del
mercado. El capital agrario de Argentina ha acumulado al
calor del capitalismo mundial, y su fracción más poderosa
está íntimamente entrelazada con el capital mundializado,
en tanto que las fracciones más débiles pelean por
garantizar su participación en estos mercados en expansión.
También
aumentó la productividad: a mediados de la década de 1980,
la hectárea rendía entre 15 y 20 quintales de soja como máximo;
en 1995 estaba, en promedio, en 23 quintales, y en 2007 el
rendimiento promedio fue de 30 quintales. En el caso del maíz,
el rendimiento por hectárea pasó de 20 quintales en 1970 a
80 quintales en 2006. Dado el aumento de la productividad y
la expansión de la frontera agrícola, es lógico que la
producción haya crecido considerablemente. La producción
de cereales y oleaginosas, a principios de la década de
1980, rondaba los 30 millones de toneladas. En 1996 era de
45 millones, de las cuales 15 correspondían a la soja y 30
a los cereales. En 2007 fue de 95 millones; 48
millones de soja (triplicando la producción de 1996) y 47
millones de cereales (un aumento del 60% con respecto a
1996).
En
este marco, a principios de la última década se dan dos
fenómenos que explican –entre otros– el boom sojero: se
agudiza la crisis petrolera internacional y, como producto
de la epidemia de la “vaca loca”, se comienza a
alimentar el ganado con balanceados de origen vegetal.
Aparecen en nuestro país nuevas agroindustrias, como
la producción de biodiesel (combustible alternativo), cuya
molienda alcanzó en el 2007 1.560.000 toneladas de soja.
La
industria aceitera y la del biodiesel dan un subproducto: el
pellet de soja, que en 2005 alcanzó 17 millones de
toneladas, la inmensa mayoría destinada a la exportación a
China, a la Unión Europea o a la India y otros países como
alimento para ganado. Con la soja, Argentina tiene ventajas
comparativas respecto de otros países; por ejemplo, no es
un hábito alimenticio de su población, por lo que casi
toda la producción se exporta. Además, es un cultivo muy
resistente a las plagas y a los distintos climas y necesita
pocos cuidados, y por ende poca mano de obra.
La
industria aceitera es de primer nivel mundial. Hay 49
plantas aceiteras tanto para consumo humano como,
fundamentalmente, para producción de biodiesel. De este último
sector, las más importantes son Cargill, Bunge, Dreyfus,
AGD, Vicentín y Pecom, junto con 10 nuevas plantas en
construcción y 18 proyectos (Repsol y Dreyfus). Se prevé
moler 10 millones de toneladas de soja obteniendo 14,7
millones de barriles de biodiesel para 2010. La mayoría están
asentadas en Santa Fe, provincia líder en la producción de
soja en la Argentina. También ha surgido en esta provincia
un sector de punta de fabricación de maquinaria agrícola.
Todos estos elementos son la base material que explican la
casi cuadruplicación de la producción de soja en
pocos años.
Así,
el proceso de sojización de la agricultura ha
producido cambios en diversos planos: se ha extendido la
frontera agrícola, la soja ha avanzado en su implantación
sobre las fronteras ganaderas y tamberas,
produjo crisis en economías regionales dedicadas a cultivos
tradicionales, hay un proceso de creciente migración
poblacional del campo a las ciudades y está provocando
alteraciones profundas en el ecosistema. El desmonte de los
bosques es intensivo: “El Impenetrable”, la legendaria
selva del Chaco, ya prácticamente no existe. La tala
indiscriminada de bosques nativos es la responsable, en última
instancia, de las inundaciones en Salta, porque el monte ha
sido suplantado por campos de soja. Este fenómeno se da
también en Bolivia, Paraguay y Brasil (3.000.000 de hectáreas
de desmonte de selva amazónica por mes). Como herbicida se
utiliza el glifosato, pulverizado sobre los sojales desde
avionetas, que mata todo menos la soja. Popularmente, en el
norte de nuestro país al sojal se lo llama “el reino
del viento”: no hay vida, sólo se escucha el silbido
del viento. El agroquímico provoca enfermedades de todo
tipo en las poblaciones aledañas.
Si
bien la siembra directa disminuye los riesgos de degradación
de la tierra, la rotación de cultivos es muy baja, la soja
absorbe en demasía los nutrientes de la tierra (nitrógeno,
fósforo, etc.), y junto al uso de glifosato, todo esto
acelera rápidamente la pérdida de fertilidad. Según datos
muy conservadores del INTA (ente oficial agropecuario), en
la Argentina 60 millones de hectáreas presentan diversos
grados de degradación, y se pierden 500 hectáreas de suelo
por día.
Todo
lo expuesto anteriormente hace que la seguridad
alimentaria de los sectores populares en el mediano
plazo se convierta en un problema de primer orden. Ya se
comienzan a sentir los primeros síntomas: el precio de la
carne y las hortalizas por las nubes. ¡Es que el
capitalismo agropecuario, en su afán incesante de lucro, se
ha volcado a los sectores más rentables, disminuyendo la
producción de otros!
Asimismo,
los nuevos modos de producción que ya venían de la década
pasada, más los altos precios internacionales de la mayoría
de las commodities, han profundizado la concentración
de la propiedad agraria de forma y magnitud nunca vistas.
Hoy
la manera de producir en el campo es a gran escala, lo que
es un fenómeno mundial. Porque son necesarias grandes
inversiones en maquinaria e insumos, así como controlar no
sólo la cadena de producción sino también la de
comercialización. Este es el significado profundo del “agrobusiness”.
La
política económica del gobierno kirchnerista, fiel
representante de los grandes pulpos agropecuarios, ha
incentivado este proceso. No es que haya desaparecido la
tradicional oligarquía terrateniente argentina, pero hay
nuevos actores: los pools de siembra, los fondos de inversión,
Swift, Arcor, Quickfood, etc. Es tan acuciante la necesidad
de producir en escala que estos grupos se han extendido a
los países limítrofes, asociándose en muchos casos con
capitales brasileños. Monsanto, Dupont y Nidera monopolizan
el sector de los insumos (semillas, fertilizantes y agroquímicos);
Cargill, Bunge y Dreyfus son verdaderos gigantes en producción,
comercialización y exportación de productos del campo. La
estrecha relación entre el kirchnerismo y los grandes
grupos del agro se sintetizaba en la banca de senador que el
PJ kirchnerista le consiguió a Roberto Urquía, de AGD, en
Córdoba. Irónicamente, en el Senado Urquía votó contra
las retenciones que proponía el gobierno…
En
todo caso, de esta pintura de la realidad agraria argentina
y en particular de la Pampa húmeda se desprende la conclusión
de que llamar al campo argentino otra cosa que capitalista
hasta la médula es el más solemne disparate y el más
absoluto desprecio por los hechos.
El
fin del “mundo chacarero”
Sea
por un marco histórico–conceptual sobre las características
del campo argentino totalmente anacrónico y
autojustificatorio (el PCR), sea por puro analfabetismo teórico
(el MST), la “izquierda campestre” hizo una pintura del
paro agrario patronal completamente irreal: se llegó
a hablar de la “mayor rebelión de obreros rurales y
campesinos pobres y medios (!!) de la historia argentina”;
y de la necesidad de “apoyar la revuelta de los
chacareros”.
De
más está decir que por ningún lado se vio a “obreros
rurales y campesinos pobres y medios” como actores
sociales reales, de carne y hueso, en el lock out agrario.
Hasta Gerónimo Venegas, burócrata sindical de los
asalariados rurales nucleados en la UATRE y entusiasta
sostenedor de la patronal agraria y sus medidas, se vio
obligado a reconocer que “los jornaleros fueron los
grandes perjudicados en el conflicto”.
También
es una pura confusión referirse a los “pequeños y
medianos propietarios” de la Pampa húmeda como si
encarnaran la tradicional figura chacarera de 50 años atrás.
Como veremos enseguida, el “mundo chacarero” desapareció
definitivamente hace décadas.
Lo
que la “izquierda campestre” no puede explicar es por qué
esa “rebelión chacarera y de obreros rurales” actuó en
sólido frente único con los más rancios oligarcas
terratenientes y capitalistas agrarios (y sus
organizaciones de clase), en vez de dividirse conforme a
líneas de clase como en el famoso Grito de Alcorta
de 1912, que dio origen a la Federación Agraria Argentina.
En esa oportunidad, chacareros no propietarios carne y hueso
(no los imaginados por la fantasía del PCR y el MST ni los
burgueses agrarios de hoy) se levantaron contra los
impagables arrendamientos que les cobraban los grandes
propietarios del campo. Que este histórico lock out
agrario tuviera una lógica de clase opuesta a la
lucha de un siglo atrás debería haber hecho llamado la
atención de quienes remiten a los mismos actores sociales.
Por
otra parte, es indudable que aún existen en el campo
argentino (fuera de las zonas más ricas y productivas)
pequeños productores mercantiles y franjas verdaderamente
campesinas que producen, básicamente, para el autoconsumo,
y que son expoliados por grandes capitalistas y propietarios
de la tierra. Se trata de pequeños propietarios (en
general, insistimos, extra pampeanos) que las más de las
veces poseen minifundios y explotan su propio trabajo y no
el ajeno. Aquí sí estamos en presencia de
“campesinos pequeños y medios”. Pero, como fue público,
este sector, representada por organizaciones como el MOCASE
de Santiago del Estero y otras, se expidió categóricamente
en contra del actual paro agrario (lamentablemente, en
general de la mano del gobierno).
De
modo que la base social fundamental del paro agrario nada
tuvo que ver con los sectores “campesinos” remanentes en
el país Menos aún con los “chacareros”, como
los definió en su insondable ignorancia el MST: “Aunque
la estructura agraria ha tenido importantes avances –mayor
tecnología, inversión y racionalización en la producción–,
los cambios no han tocado la base de una estructura
agraria oligárquica, basada en la gran concentración
de la tierra, la explotación de los pequeños chacareros
y la expulsión del campo de cientos de miles de
productores”.
Pues
bien, es falso que no haya habido cambios sustanciales en la
estructura del agro argentino. Por supuesto, subsiste una
enorme concentración de la tierra, pero la figura de los
chacareros se ha desdibujado casi por completo,
transformándose una parte en nueva burguesía agraria
pequeña y mediana, representada hoy por la FAA,
y la otra pasó a engrosar el proletariado agrícola (el
cual siguió trabajando tranqueras adentro mientras sus
patrones tomaban alegremente mate en las rutas montados en
sus camionetas 4 x 4).
Es
decir, se trata de una fracción de clase básicamente propietaria,
más allá de que entregue en arriendo sus tierras,
transformándose justamente en rentista, o que las
pongan a producir, o que incluso muchas veces arrienden
parcelas para sumarlas a la que tienen en propiedad,
aumentando así su escala de producción.
Veamos
cómo es este nuevo mecanismo: “La propiedad de la tierra
permite, incluso, la percepción de renta sin la
necesidad de realizar inversiones ni trabajo. Aun para
un campo mediano, esta renta asegura un ingreso capaz de
mantener una familia de clase media. Como rentista, sólo
debía encontrar a alguien que pusiera la tierra en producción
y pagar un canon. Desde la década de 1960 se expandió la
presencia de un agente capaz de hacerlo –los chacareros
sobremecanizados en relación con los campos que poseían–,
y a ellos se agregaron, en la década del 90, los ‘pools
de siembra’. La conducta rentista o cuasi rentista
tuvo entonces una posibilidad muy concreta de efectivizarse,
sin necesidad de ceder el campo en riesgosos arriendos
prolongados”.
Una
aguda descripción de la zona núcleo pampeana de hoy sirve
para ilustrar este proceso: “¿Cómo era el campo hace
algunas décadas (la imagen congelada del PCR y el MST.
JLR)? Una gran proporción en manos de un puñado de
terratenientes que manejaban la producción y distribución
a expensas de medianos y pequeños productores no
propietarios que labraban la tierra con sus herramientas, en
forma personal, acopiando las mejores semillas para las próximas
siembras. Gran parte de su producción, que era variada, era
destinada al mercado interno. Estas últimas
cuestiones les daban cierta independencia de las
multinacionales y una relación con la población (...).
El sector que hoy tiene más protagonismo en los
piquetes rurales y que más diferencias suscita entre la
izquierda son los pequeños y medianos productores
ligados al modelo. Son un sector que está recibiendo
una parte minoritaria de la fabulosa renta en juego, pero
que le ha servido para enriquecerse sobremanera en
estos últimos años. Yo diría que han pasado de ser
pequeño burgueses rurales a ser burgueses pequeños o
medianos”.
Sobre
este sector de “productores” enriquecido en los últimos
años, el autor agrega: “En forma mayoritaria, y cada vez
más creciente, se dedican al cultivo de soja (...) son
pocos los que viven aún en el campo (...) sus características
más definitorias son: están ligados totalmente al mercado externo.
Por esto están pendientes de la cotización de los granos
de Chicago y no prestan ninguna atención al poder
adquisitivo del salario de los trabajadores; mantienen dependencia
comercial y técnica de los pulpos exportadores, en especial
Monsanto (que maneja todos los granos de soja). Su
representación es la FAA. ¿Se equivoca al aliarse la
FAA con la SRA, con Monsanto y los pools? No. Son sus socios
menores, que se enriquecen con las ‘migajas’ que le
quedan de tan fabulosa renta; no dependen más del mercado
interno ni del poder adquisitivo de los trabajadores”.
Es
precisamente esta solidaridad de intereses materiales
entre la Federación Agraria y la Sociedad Rural lo que está
en el centro de la explicación de la completa e
incondicional unidad de ambas organizaciones a lo
largo de todo el lock out, junto con la SRA y Coninagro, en
la Mesa de Enlace.
En
el mismo sentido del trabajo anterior se expresa Balsa:
“La transformación en el modo de vida está condicionada
(...) por el cambio en la posición social del
productor mediano típico: de pequeño burgués con
elementos campesinos, paso a ser una especie de terrateniente–capitalista
pequeño. Sería un ‘terrateniente’ en tanto percibe
una renta del suelo, sin que este término encierre otro
tipo de connotaciones vinculadas a la extensión de la
propiedad de la tierra (...). Podría conceptualizarse como
un ‘capitalista pequeño’ en tanto que no
contrata sino un pequeño número de asalariados, que no
alcanzarían a convertirlo en un capitalista típico”.
Por
otra parte, y dando un paso más en el análisis de la
actual estructura económico–social y de clases del campo
argentino, Balsa rechaza la inconsistente asociación
que hace el PCR de los pools de siembra como operadores
“no capitalistas” y los pone en el mismo saco con los
contratistas, como actores capitalistas agrarios de
pleno derecho.
“En
la década del ‘90 incrementaron su importancia tres tipos
de capitalistas agrarios relativamente novedosos: los
grandes contratistas tanteros, los contratistas de servicios
y los ‘pools de siembra’. Entonces, cuando la dinámica
económica se desenvolvió con niveles de intervención
estatal menos intensos (más cercanos al patrón neoliberal)
y las explotaciones debilitaron sus rasgos familiares, el
desarrollo agrario presenta una tendencia hacia el modelo
ideal descrito por Marx, y casi olvidado en el cajón de
las ideas equivocadas; aunque en la Pampa los que arriendan
sus campos son más bien pequeños rentistas que grandes
terratenientes”.
En
suma, los actores centrales de la Pampa húmeda han pasado a
ser: a) los grandes propietarios–productores capitalistas;
b) los grandes arrendatarios capitalistas (pools de
siembra o no); c) los productores
mediano–grandes que combinan una parte en propiedad con
otras en alquiler, y d) los pequeños y medianos rentistas
(los dos últimos casos, de origen chacarero).
Desde
el punto de vista numérico, cabe notar el predominio de
la mano de obra asalariada, que podemos dividir en dos
grandes categorías. Por un lado, una minoría con altos
niveles de capacitación y eventualmente de ingreso, que
manejan las máquinas agrarias, muchas de ellas
computarizadas. Por el otro, una mayoría superexplotada, de
la cual el 70% es informal (trabajo “en negro”), muchos
son trabajadores temporarios (“golondrinas”), sin
cobertura social alguna, con salarios que promedian la mitad
de los urbanos y a cargo de las penosas tareas manuales.
Es
decir, la “peonada” rural (una vez más, totalmente ausente
de los cortes de ruta, “tractorazos” y otras lindezas
que nos deparó el lock out). Según una mirada de
izquierda, “quienes cortaron las rutas no son los
productores, los que trabajan, sino los que gestionan el
trabajo ajeno. Lejos de su imagen mediática, no sudan
en la cosecha: se limitan a vigilar el trabajo de los
operarios que ni siquiera dirigen en forma directa. En los
foros web rurales se recomiendan entre sí las mejores
formas de supervisión: sentarse al lado del maquinista,
vigilar sin ser vistos (...). Las empresas contratistas
también se basan en el trabajo asalariado: en Buenos Aires,
en el 2006, el 69% de las personas ocupadas en el
contratismo rural eran obreros, y sólo menos del 31% eran
socios (patrones)”.
Los
propietarios de la tierra…
Poniendo
en números la distribución de la propiedad agraria, el último
censo agropecuario del 2002 mostró que de las 330.000
explotaciones agropecuarias que tiene el país, 170.000
poseen un promedio de tierras de hasta 100 hectáreas y
ocupan sólo 5 millones de hectáreas sobre un total de unas
178 millones.
Sin
embargo, un propietario chico, de hasta 50 hectáreas en la
Pampa húmeda, puede ingresar hasta 25.000 dólares de renta
anualmente, alquilando su campo y no haciéndose cargo
directamente de los “riesgos” de la producción. Aun
siendo una cifra nada despreciable, podría configurar en
todo caso, un sector pequeño propietario que debería –a
pesar de todo– ser aliado de los trabajadores urbanos y
rurales y no ir a la rastra de la Sociedad Rural…
En
el otro polo, existen 936 propietarios con más de
20.000 hectáreas promedio, que se alzan con nada menos que
35 millones de hectáreas. Esto es la expresión de la histórica
estructura de concentración de la propiedad de la tierra en
la Argentina, que bajo el actual gobierno –contra toda su
palabrería hueca acerca de la “distribución del
ingreso” – no ha hecho más que agravarse.
¿Qué
pasa en los estratos intermedios? Para focalizar en
el sector propietario medio–medio y medio–grande
enriquecido en los últimos años (repetimos, una de las
figuras más activas en los cortes de ruta, según
testimonios coincidentes), subrayemos que en la región
pampeana, según el cálculo del presidente del INTI,
Enrique Martínez, la renta se multiplica a razón de 50.000
dólares cada cien hectáreas. Entonces, para un
universo de entre 500 y 3.000 hectáreas, tenemos que 45.000
productores pueden embolsarse entre 250.000 y 1.500.000 dólares
al año sólo a modo de renta.
Es para propietarios burgueses con semejantes ingresos que
la FAA exige beneficios al Estado.
En
el mismo sentido: “Los pequeños productores no son los
que tienen 100 ó 200 hectáreas de soja en la Pampa húmeda.
Alguien que tiene 100 hectáreas en Pergamino posee un
capital de 1,5 millones de dólares, ¿cómo va a ser un
pequeño productor? Pequeños productores son quienes tienen
5, 10 o 30 hectáreas en Misiones, Chaco, Formosa, Santiago
del Estero y producen, por ejemplo, tabaco, caña de azúcar,
zapallo y fruticultura”.
Estos
verdaderos pequeños productores fueron, repitámoslo,
meros espectadores (o víctimas) del lock out agrario,
porque, como es notorio, los piquetes más intransigentes y
los actos más “combativos” de las entidades ruralistas
estuvieron no en las zonas marginales sino en el núcleo
de la producción sojera y cerealera: Armstrong, Marcos
Juárez, Río Cuarto. Lo que se verifica en el hecho de que
las provincias que concentraron la mayor cantidad de cortes
fueron Buenos Aires con 101, Santa Fe con 64, Córdoba con
38, La Pampa con 21 y Entre Ríos con 13. En suma, “la más
importante rebelión popular desde el 2001” con la que
delira el MST no estuvo protagonizada por “campesinos”
ni por “chacareros”, sino por rentistas con
patrimonios millonarios en dólares.
El
lock out agrario ha sido revelador del nuevo “mundo
agrario” dominante hoy en la Pampa húmeda de la
argentina, que se puso de pie alrededor del reclamo
reaccionario de la apropiación de toda la renta agraria
extraordinaria que genera el campo argentino, sin
compartirla con ningún otro sector, patronal o no.
Como
señala Astarita, “tampoco puede asimilarse al campesino
arruinado que paga el alquiler de un predio para subsistir
con el arrendatario pampeano que trabaja con fuertes
inversiones de capital, aunque tenga pocos o ningún
trabajador asalariado. El arrendatario productor pampeano
recibirá como ingreso una parte de la plusvalía total
producida por el capital en general. Esta plusvalía le
corresponde en tanto propietario de medios de producción,
al igual que sucede en cualquier otra rama de la economía
en que haya una alta composición orgánica del capital. Al
calcular, por ejemplo, cuánto cobra por cosechar, incluye
no sólo la amortización de la maquinaria empleada, sino
también una ganancia (que él considera ‘interés’) por
el capital invertido. En el caso de que trabaje él mismo la
maquinaria, su ingreso estará compuesto por la suma de un
salario y una ganancia o plusvalía en cuanto propietario
de medios de producción. Si contrata a un asalariado para
que maneje la cosechadora, su ingreso será pura ganancia
capitalista. La diferencia cuantitativa en fertilidad del
suelo, tamaño del terreno, inversión del capital, y
excedente del cual se apropia da lugar a una diferencia
cualitativa, social, con respecto a la economía parcelaria
campesina. En consecuencia, es imprescindible distinguir la
ruina de la pequeña unidad campesina familiar de la
‘ruina’ del propietario pequeño y medio, o del
arrendatario que realiza fuertes
inversiones, de la Pampa húmeda. La ruina de la
pequeña unidad campesina tradicional significa, en el mejor
de los casos, terminar como proletario, y muchas
veces el pauperismo, el desarraigo y el hambre. El productor
pampeano que no puede competir con el capital más
concentrado, con mucha frecuencia se convierte en rentista,
e incluso en rentista acomodado. En otros casos, podrá
transformarse en un pequeño propietario de ciudad. Su punto
de partida siempre será sustancialmente distinto al del
campesino, aun cuando no emplee mano de obra asalariada”.
…
y los invisibles de la
tierra
Un
informe del médico catalán Bialet Massé, contratado a
principios del siglo XX por el presidente Julio Argentino
Roca para dar cuenta de la situación laboral en el campo,
describía la condición del verdadero “productor” (¡no
propietario!) rural de manera muy gráfica: “Aunque se
dice que trabajan de sol a sol, es falso, porque se
aprovecha la luna, el alba, para alargar la jornada. En
total, el tiempo del peón no baja de 15 a 17 horas. Al
concluir la temporada es un hombre completamente agotado”.
Pues bien, cabe preguntarse cuánto ha cambiado la situación
del proletario rural, figura social muy distinta del
chacarero.
Más
aún considerando que como resultado de las transformaciones
operadas en la Pampa húmeda, “el chacarero se fue
considerando cada vez más un empleador y no un
trabajador; en el conflicto con el asalariado se
objetivizó como capitalista, más allá de que continuara
trabajando y de que ya antes contratara asalariados (...).
Ahora, los productores medios se piensan y se expresan
como empresarios, administradores de la explotación
agropecuaria. Si bien dicen ‘hice’, ‘aré’ o
‘sembré’, en general casi todo el trabajo es realizado
por asalariados (o por contratistas de servicios, en este
caso con menor, o nula, capacidad para explotarlos) (…) Al
mismo tiempo, su condición de propietario y, por tanto, de
perceptor (explícita o implícitamente) de la renta del
suelo favoreció las conductas rentistas, en el sentido de
desentenderse total o parcialmente de los problemas de la
producción. La percepción de una renta habría introducido
(o quizás, reforzado) elementos de carácter receptivo que
se habrían combinado con los rasgos explotadores”.
Precisamente,
la discusión abierta sobre las condiciones de explotación
de los obreros rurales, reguladas hasta hoy por el
decreto–ley 22.248 de la dictadura militar (que los
excluye de la Ley de Contrato de Trabajo que rige al resto
de los trabajadores del país), ha sido uno de los temas
tabú del supuesto “paro” (en verdad, lock out
patronal) del campo.
La
penosa condición del peón rural ha sido una constante a lo
largo de la historia argentina. No cabe más que recordar
que entre las décadas de 1910 y 1930 miles de peones
resultaron muertos y otros tantos heridos y presos por
reclamar sus derechos.
Un
informe reciente detalla que, según organismos oficiales,
hay “cerca de 1,3 millones de personas ocupadas en el
campo. Los últimos datos reflejan que apenas un cuarto
de ese total, alrededor de 325.000, tiene salarios en
blanco. El promedio salarial de ese pequeño grupo de
trabajadores no llega a los 1.500 pesos mensuales. Existen
también 350.000 trabajadores “golondrina”, que
desplazan su fuerza de trabajo según los períodos de
cosecha. La mano de obra rural es la peor paga, la que
enfrenta pésimas condiciones laborales y la más explotada.
Sólo los desocupados están en peor situación. Ese
vergonzoso panorama laboral se desarrolla en uno de los
mejores períodos históricos de la actividad
agropecuaria”.
Respecto
de la cuestión de la fuerza de trabajo asalariada en el
campo argentino, hay una aguda desigualdad entre la zona
pampeana y lo que no es zona núcleo, ya que los mayores
contingentes de peones no parecen encontrarse en la Pampa húmeda.
Aquí se da el efecto contradictorio del salto tecnológico
y de la aguda mecanización de la producción, que a la vez
hace que haya una minoría de asalariados con alta
calificación (maquinistas de cosechadoras, mecánicos,
pilotos de avionetas, niveladores de suelos, etc.) y una
porción mayoritaria en las condiciones clásicas del peón.
Aquí se verifica que el desarrollo tecnológico es
fuertemente ahorrador de mano de obra. La cantidad de
asalariados por establecimiento en la zona pampeana es pequeña.
Del total de los 307.572 establecimientos censados en 2002,
el 44% empleaba sólo trabajo familiar, el 18,3% utilizaba
trabajo familiar con trabajadores transitorios; el 32,2% tenía
asalariados permanentes, y quedaba un 5,3% sin discriminar.
Además, de los que tenían asalariados permanentes, el
54,7% tenía uno solo; el 34,2% de 2 a 4; el 7,9% empleaba
entre 5 y 9 trabajadores, y sólo el 3,2% empleaba 10 o más
asalariados permanentes”.
Lo
propio señala la socióloga Susana Aparicio: “Aunque el
agro es referenciado en el discurso público como un motor
fundamental de la economía y un importante generador de
empleo, la realidad resulta ser bastante diferente. La
‘pampeanización sojera’ en gran parte del país
desplaza a trabajadores de producciones tradicionales (no sólo
a campesinos), y los ‘oasis’ modernos y dinámicos no
reemplazan ni constituyen mercados estables de trabajo”.
Claro
que esto admite matices, entre ellos uno no menor que es que
muchos patrones no declaran la mano de obra que tienen “en
negro”. La Secretaría de Trabajo calcula que el 72%
de los trabajadores rurales está en esa situación. Y el
salario promedio en el campo es de 1100 pesos por mes, ¡un
57% por debajo del salario promedio de la economía! A lo
que se suma, como ya observamos, el empleo temporal y
golondrina.
El
testimonio de un trabajador es altamente ilustrativo:
“Trabajo se consigue, pero, ¿qué pasa? ‘Conseguís
trabajo por un mes o un mes y medio. Si se siembra trigo,
trabajás 45 días y después vienen seis meses en los que
no tenés nada, hasta la otra siembra. ¿Cuánto pagan?
Entre 50 y 70 pesos por día. Te subís al tractor y... a
hacer hectáreas. Es un trabajo lindo, porque en pocos días
podés hacer plata, en un mes podés ganar 1.800 o 2.000
pesos, y el que maneja una cosechadora mucho más, hasta
seis mil. Pero en realidad, cuando mirás a largo plazo, estás
perdiendo, porque tenés mucho tiempo inactivo’ (…) Las
características del trabajo, la dispersión de los
trabajadores, la posición de los contratistas como nuevos
empleadores, ya sin un vínculo estable con el territorio,
son factores que agravan el tradicionalmente bajo
cumplimiento de los derechos laborales. El entrevistado
cuenta que una vez que perdió la relación de dependencia y
pasó a ser trabajador temporal, dejó de cobrar aguinaldo,
salario familiar y aportes jubilatorios. En esa situación
de debilidad, no es extraño que su último trabajo haya
sido el de fumigador, una tarea que afecta la salud: ‘El
trabajo de la pulverización implica mucho manejo de
herbicidas, de pesticidas. Yo trabajé cinco años
fumigando, sabia por el INTA que cada seis meses tenés que
hacerte un chequeo, pero nunca lo tuve. Te usan un tiempo, y
cuando te empezás a avivar de estas cosas, mayormente te
descartan’. Describe los síntomas que tenía mientras se
dedicaba a ese trabajo: ‘Mucho dolor de cabeza, picazón
en el cuerpo, debajo de la piel, irritación en la vista,
las manos te quedan como una lija, te pasan muchas cosas en
el físico’ (…)”.
Esta
realidad estuvo guardada bajo siete llaves durante el
“paro” agrario patronal, salvo cuando el inefable
Alfredo De Angeli intentó justificarla diciendo que “si
al productor ((es decir, al patrón)) le va mal, al peón
no puede irle mejor”. Tal es la síntesis de la lógica
social, por boca del más calificado y mediático portavoz
del supuesto “paro”, de la no menos supuesta “rebelión
popular”…
»»» al capítulo
IV »»»
Esta sección contó con la colaboración de Juan José
Funes.
La siembra directa es una innovación que prescinde de
arar la tierra, mitigando la desertificación y la pérdida
de fertilidad que ello ocasiona. La biotecnología es la
alteración genética en las semillas para aumentar el
rinde por hectárea y la resistencia a las plagas
incorporando genes alterados inmunes a los agroquímicos;
por ejemplo, la variedad RR, soja de Monsanto.
Se necesitan 5 toneladas de soja para obtener 1 tn (7
barriles) de biodiesel, y 3 tn de maíz para 1 tn de
etanol. Argentina exporta el 76% del biodiesel a EEUU y
el 23% a la UE.
De 13 millones de toneladas en 1995 a 48 millones de
toneladas en 2007, con China como principal comprador.
El ganado vacuno se calcula que ha bajado de 55 millones
de cabezas a 35 millones. Los tambos de 40.000 a 10.000
unidades productivas.
Alternativa Socialista, 16–4–08.
Dicho por ellos mismos: “Creemos que el país debe
definir a la pequeña y mediana burguesía agraria como
un actor central, porque invierte y genera empleo”
(Eduardo Buzzi, titular de la FAA, en Página 12,
21–7–08). Buzzi no defiende aquí a ningún
“aliado” sino, sencillamente, al sector que él y su
organización representan. Como se ve, no alcanza con
que los propios protagonistas griten la verdad al oído
del PCR y el MST para que éstos abandonen los esquemas
que son la base de su práctica oportunista y sin
criterios de clase.
Eduardo de Córdoba, mimeo
Eduardo de Córdoba, ídem.
La obra de este autor nos ha sorprendido por su
solvencia y un manejo enriquecedor de las perspectivas
marxista y weberiana. Cosa no habitual ni sencilla pero,
hasta cierto punto, factible para casos particulares,
siempre y cuando no se pierda la centralidad del
ángulo materialista del análisis.
“La base social de la protesta rural. Viudas e hijas
de las retenciones K”, Marina Kabat, El Aromo
42.
Enrique Martínez: “El conflicto agrario: mirada desde
el INTI”.
Entrevista a Alberto Lapolla, Página 12,
22–7–08.
Rolando Astarita, “Renta de la tierra y capital”.
Javier Balsa, ídem, p. 199.
El famoso Estatuto del Peón de Juan Domingo Perón
pareció un notable avance normativo, pero fue de casi
nulo efecto en la práctica.
“Ricas ganancias, pobres empleos”, Página 12,
21–07–08.
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